Mercado de cuentos cortos

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Mercado de cuentos cortos Antolog铆a de minificci贸n

EDICIONES FALCOM





Mercado de cuentos cortos Antolog铆a de minificci贸n


UNIVERSIDAD DE COLIMA Mtro. José Eduardo Hernández Nava Rector MC Christian Torres-Ortiz Zermeño Secretario general FACULTAD DE LETRAS Y COMUNICACIÓN Carlos Ramírez Vuelvas Director Abelina Landín Vargas Asesora Mariana Mata Ruiz Mario Valencia Limón Analí Macías Munguía Rafael Olivares Hernández Equipo editorial Andrea Mata Ruiz Diseño editorial e ilustraciones Edición 2013 © Universidad de Colima Av. Universidad 333 Colima, Col. México 01 312 31 6 11 85 www.ucol.mx


Índice 1. El vendedor [de biblias y el ateo ermitaño] Martín Alejandro Ibarra Ceja

2. Sueño

Selene Alejandrina García Mejía

3. Beatriz

Cristina Arreola Márquez

4. Walking

Analí Guadalupe Macías Munguía

5. Inconveniente

Christian Emmanuel Mora Quiñones

6. El reino de los hombres

Roberto Nicolás Hernández Ochoa

7. Non omnis moriar

Juan Carlos García Ulloa

8. Sabor sorpresa

Leopoldo Josué Espinoza Monroy



Presentación ¿Es un relámpago en la noche? ¿Un áspid de ironía, de sueño, de irreverencia, de nostalgia filosófica? ¿Es, simplemente, la punta de un iceberg? La minificción es todo eso y más. Es el género literario de la brevedad, de la epifanía. Su aparición es deslumbrante, su mordedura letal. Siempre deja secuelas en el lector/a: una sensación de animal sorprendido, de presa acorralada. Quien escribe minificciones potencializa sus recursos, sus estrategias; hace honor a un precepto de escritura: decir lo más con lo menos. En la presente antología se recogen los mejores textos participantes en el Concurso literario ENminiatura, convocado por la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima en 2013. De cuarenta y siete textos sometidos a dictamen, y pertenecientes a veinte autores y autoras, fueron seleccionados, por el jurado calificador, los ocho que tiene el lector/a entre sus manos. Atendiendo a la brevedad de las minificciones, concluyo aquí estas líneas, no sin antes aclarar que las mordeduras ocasionadas por textos cortos o ultracortos son peligrosas, pero también se gozan y se buscan… Ada Aurora Sánchez Colima, Col., 18 de abril de 2013


El vendedor [de biblias y el ateo ermita単o]


1. —¿Disculpe…? —¡NO! Martín Alejandro Ibarra Ceja


Sue単o


2. Desde pequeña, Alondra siempre quiso volar. Cuando conoció la Harley de Alberto fue amor a primera vista. Estaba enloquecida con el ruido del motor y se excitaba de sólo sentir el viento entre los pliegues de su falda de bachiller. El metal frío le provocaba tal éxtasis, que cuando salían a carretera extendía los brazos y apretaba los muslos alrededor de ese cuerpo inerte hasta sentirlos calientes. Alberto sólo la miraba, la admiraba, la deseaba. El día que tomaron la carretera a Tecomán, Alondra iba distraída pensando qué pasaría si llegara a terminar con Alberto, ¿le prestaría la Harley? Ella no quería dejar de sentirse libre. Alberto le preguntó si lo amaba; ella, con la mente en otra parte menos en Alberto, le dijo que no, pero que le encantaba la Harley. De la nada, un automóvil Tsuru cambió de carril sin precaución. Alberto no pudo controlar el impacto y quedó prensado al momento entre ambas máquinas. Lo que pasó con Alondra fue maravilloso, poético. Al momento del impacto, ella salió disparada varios metros por los aires. Quedó embarrada en el pavimento con el cráneo estrellado. Jamás se enteró de su muerte. Ella sólo sintió que voló. Selene Alejandrina García Mejía


Beatriz


3. Beatriz amaneció con sangre en las manos, después de una noche de sueños turbios provocados por un primer insomnio. Pero despierta sacudiendo las pestañas cubiertas de lagañas. Enjuaga sus manos sin herida alguna, sin siquiera un rasguño. Tiende las camas, riega el jardín y barre al frente. Se acerca a la cocina, busca un cuchillo para rebanar las verduras, no lo encuentra, seguramente sus hijos lo utilizaron para algo, ya tendrá tiempo para regaños. El aceite caliente en el sartén, listo para la carne, será un delicioso desayuno sazonado con venganza. En la olla de agua hervida flotan los ojos, mientras un tenedor perfora el iris para comprobar su cocción, a la vez que un corazón se fríe entre zanahorias, cebolla y brócoli. Agua de diente molido, té con cabellos rubios, postre de piel con limón. Todo listo, la mesa servida, Beatriz y su marido almuerzan. Ha estado delicioso, un platillo fenomenal. Beatriz plancha su vestido negro. Hoy habrá un funeral de niños. Cristina Arreola Márquez


Walking


4. Me paso el día caminando por las calles. Hay tanto que ver. Recorro las mismas rutas, pero siempre me encuentro con cosas diferentes; como las personas, diferentes entre sí, diferentes de sí mismos, a cada paso que dan, a cada momento que pasa. Todo objeto, fijo y móvil, me recuerda a… me recuerda a algo que aún no he vivido, pero cuando lo imagino, me provoca más emoción que los recuerdos de cuando era niño. El día que me encontré a mí mismo, reflejado en un espejo, tras un cristal, no me reconocí. Dentro del espejo estaba yo y todos mis recuerdos inventados. Verme ahí tan feliz me entristeció como ninguna otra cosa, no porque mi reflejo estuviera contento y yo no, sino porque él estaba encerrado en una fantasía, por lo que, ni él ni yo, podríamos ser realmente felices. Analí Guadalupe Macías Munguía


Inconveniente


5. Alcanzaba a percibir un olor poco extraño, pero la gripa no lo dejaba detectarlo. El peor error de su vida no fue ignorar la existencia de una fuga de gas en su casa, sino el querer fumar dentro de ésta. Christian Emmanuel Mora Quiñones


el reino de los hombres


6. Cuando Abdel Rashid fue sentenciado culpable por robo y falta de fe en Dios, se le desterró al desierto del Haram. Cinco hombres a caballo lo arrastraron hasta un punto intermedio entre dos milenarias ciudades, ambas esplendorosas y rodeadas por murallas enormes que intimidaban a quien las mirase. Cuando pudo levantarse, caminó adolorido a la ciudad más cercana: Yihaad, famosa por regirse bajo las leyes del hombre. Llegó suplicando agua y alimento. —Lo lamento, el desierto es muy cruel y no podemos arriesgar nuestras vidas por ti. Te deseamos éxito en tu travesía. La desilusión se hundió en su pecho. Dio media vuelta hacia la ciudad que se regía por las leyes de Dios: Taham. Llegó arrastrándose bajo el sol del día siguiente, hasta llegar a las enormes puertas. Su corazón albergaba la esperanza de encontrar amabilidad en hombres diferentes a él, que creían en Dios, pero al llegar a Taham nadie contestó su súplica y Abdel pereció. Una vez inmóvil, un hombre que había observado su trayecto hasta la muerte, examinó sus bolsillos sin encontrar nada valioso. Entonces, de mala gana, el hombre le dio la bendición a Abdel, sólo para regresar a refugiarse a la ciudad. Roberto Nicolás Hernández Ochoa


Non omnis moriar


7. De niño se pasaba horas meditando los poemas de su padre, lo escrito en esos libros era lo único que él le había dejado. Esas poesías, aunadas a unos vagos recuerdos, imágenes de un hombre alto y canoso, siempre sonriente que lo colmaba de regalos, esas imágenes confusas, sin sonido, eran su única herencia. Ese hombre murió cuando el niño tenía seis años, y para cuando alcanzó los nueve, en verdad sentía descubrir en esas páginas un alma sensible, de un humor mordaz y a veces un tanto lacónica. Cuando él fuera un hombre mayor, al igual que su padre, su vida sería contada como una epopeya: un himno a todo lo que es digno de apreciarse. Años después, el hombre joven se sentaba en la oscuridad escribiendo una prosa alija, despojada de toda virtud; su futuro una vez brillante se había desmoronado frente a él. Ahí, en la oscuridad, sabiéndose el artífice de su propia caída, el hombre se atormentaba mirando su propia vida, convertida en un triste, patético soliloquio.

Juan Carlos García Ulloa


sabor sorpresa


8. El silencio dormía en los ojos del enemigo ese día. Era la oportunidad perfecta para robar ese queso delicioso que esperaba ser comido por un valiente. Salió con cuidado, miró hacia el cuarto y la puerta. Nadie. Movió su cola con felicidad y triunfo. Sigilosamente entró a la cocina. Trepó una silla. Brincó los vasos. Se deslizó en un plato y volvió a brincar las cucharas. Pensó en la consistencia de ese queso tan deseado. Su textura, lo delicioso de su sabor y aroma. Su mente comenzó a roer imágenes donde los quesos invadían su ratonera y era imposible resistir el antojo a tan maravilloso milagro. A sólo unos metros del queso, su mente volvía a la realidad cuando, de repente, la mesa tembló. Sintió un dolor que le rompió las imágenes, el sabor y su cuerpo. Miró hacia arriba y, antes de morir, pudo ver una hilera de dientes cerrándose sobre él mientras el queso en la distancia comenzó a ponerse verde. El gato no estaba del todo dormido. Leopoldo Josué Espinoza Monroy



Mercado de cuentos cortos Antología de minificción Se terminó de imprimir en mayo de 2013, en el laboratorio Danper de la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima, con un tiraje de 60 ejemplares. Para su composición se utilizaron las fuentes Adobe Garamond Pro para cuerpos de texto, y Brian Flower para encabezados. EDICIONES FALCOM


¿Es un relámpago en la noche? ¿Un áspid de ironía, de sueño, de irreverencia, de nostalgia filosófica? ¿Es, simplemente, la punta de un iceberg? La minificción es todo eso y más. Es el género literario de la brevedad, de la epifanía. Su aparición es deslumbrante, su mordedura letal. Siempre deja secuelas en el lector/a: una sensación de animal sorprendido, de presa acorralada. Quien escribe minificciones potencializa sus recursos, sus estrategias; hace honor a un precepto de escritura: decir lo más con lo menos.


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