Corrientes del tiempo: Capítulo 3

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- Te equivocas de pregunta. Lo que tenemos que saber es cuándo estamos. A Jero no le quedó más que asentir ante la matización de Ariadne, antes de mirar en derredor esperando encontrar alguna señal para saber en qué época podrían encontrarse. No había pirámides, ni templos griegos o castillos medievales, tan solo oscuridad. A lo lejos, las farolas brillaban, por lo que tampoco estaba rodeados de tinieblas. - ¿Tenéis alguna idea de dónde estamos? - preguntó. - ¿Qué narices...? - exclamó Ariadne. Tanto él como Deker se volvieron para ver como la chica recorría un par de metros hasta arrodillarse junto a un cadáver. Ariadne, tras cerciorarse de que estaban solos, comenzó a examinar minuciosamente las ropas del muerto. Para su sorpresa, la muchacha cogió la cartera del difunto sin mostrar ninguna clase de pudor y examinó su contenido. - ¿Es qué no puedes ver un muerto y no robarle? - inquirió Jero, poniendo los ojos en blanco, al recordar que había hecho exactamente lo mismo cuando encontraron el cadáver de Ismael Prádanos en la universidad de Salamanca. - Pues si es necesario, no. - ¿Algo interesante? - se interesó Deker. - Tiene pesetas, así que estamos en España - dedujo la chica, antes de contemplar el cuerpo de nuevo.- Lleva sombrero, mira. También reloj de bolsillo - alargó la mano para coger un reloj que descansaba en un bolsillo del chaleco, además de sujeto a él por una cadena de oro.Vaya, es una auténtica preciosidad. Ya no se hacen de estos, una pena. Fijaos en... - Rapunzel, deja para luego el master en relojería.


- Vale, vale - registró los bolsillos del abrigo, sacando un mechero.- Vaya, también de oro. Este tío es bastante pudiente - Ariadne soltó un silbido, antes de prenderlo, por lo que una llama amarillenta brilló.- Gasolina. - Tenemos que estar en los cuarenta, cincuenta... - Ostras, nunca había visto uno de estos - del bolsillo interior de la chaqueta, Ariadne sacó una tarjeta de color verde con la fotografía de la víctima. - ¿Qué narices es eso? - preguntó Jero. - El primer DNI que hubo en España - explicó la chica, observándolo con los ojos entrecerrados.- Este modelo estuvo vigente de mil novecientos cincuenta y uno hasta el sesenta y uno. A ver qué pone...- Deker se acuclilló a su lado, iluminándole con el mechero.- Gracias... Oh, mierda, mierda, mierda. - Vale, uno, da miedo lo que puedes llegar a saber - repuso él, todavía impresionado con aquel dato; él, por no saberse, ni su propio DNI.- Dos, ¿ahora qué pasa? - Es un policía de la político social. - Un gris, sí - asintió él. - Un gris de los años cincuenta - matizó Deker, poniéndose en pie.- Eran unos salvajes, unos torturadores. Si creen que hemos matado a uno de ellos...- un escalofrío pareció recorrerle el cuerpo.- Mejor que nos vayamos ya. Venga, Rapunzel. No obstante, Ariadne se detuvo para arrebatarle el reloj de bolsillo, la alianza y, de paso, eliminar las posibles huellas que había podido dejar en él. - Así creerán que fue un atraco. - No se lo tragarán - apuntó Deker. - Es un intento desesperado...- ante el susurro de Ariadne, Jero fue a preguntar qué era lo que se le escapaba. La reacción de sus amigos no era normal, estaban preocupados. Sin embargo, no tuvo oportunidad puesto que Ariadne dijo.- Bien, estamos en Madrid. Tenemos que ir a la calle Preciados lo primero de todo.


- Chicas... Siempre estáis pensando en ir de compras - Jero puso los ojos en blanco, haciendo reír a Deker. - Más que en comprar, pensaba en asaltar.

 Llovía en Londres, aunque eso no impidió que Calvin Sterling estuviera en el colegio de su hija, puntual para la salida. Una marea de niños de todas alturas, razas y colores de pelo abandonaron el edificio, mientras él los oteaba hasta que, finalmente, dio con la cría que estaba buscando. Era una de las amigas de su hija, aunque sólo la conocía de haber oído a Hanna hablar de ella, además de la investigación pertinente al saber, a principios de curso, que compartiría aula con su hija. Hanna era muy especial, era su esperanza tras el fracaso que había supuesto Deker. Por eso siempre se había asegurado que se juntara con las compañías adecuadas... Aunque en eso parecía haber fallado, si se ajustaba a los hechos. - ¿Lindsay Jepsen? - le preguntó. En cuanto obtuvo la atención de la niña, le enseñó su placa de la INTERPOL para amedrentarla.- Policía. Necesito hacerle unas preguntas sobre una amiga suya - le enseñó una fotografía de su hija.- ¿La conoce? - Sí... Es Hanna, Hanna Sterling. - ¿Está en clase? - No. Lleva un par de días sin venir, señor - respondió, cohibida. - ¿Podría decirme algo de la última vez que la vio? ¿En qué circunstancias os despedisteis? ¿Se fue sola o con alguien? Cualquier información que pueda darme, Lindsay, me ayudará. - ¿Le ha pasado algo a Hanna? - Seguramente no. - Pero...- la niña parecía asustada.


- Mire, Lindsay - dijo Calvin, armándose de paciencia, algo que le resultaba una ardua tarea.- Quiero ayudar a su amiga, ¿de acuerdo? ¿Quiere ayudarla también? - la niña asintió con un gesto, todavía preocupada.- Bien. Ahora, dígame: ¿qué ocurrió la última vez que la viste? - Nada. Bueno...- de repente pareció caer en la cuenta de algo, ya que frunció el ceño.Ella siempre volvía sola casa, ¿sabe? Pero ese día vino un primo suyo a buscarla. - ¿Un primo? ¿Cómo era? - Joven. Alto. Delgado. Rubio. Guapo. Aquello le cogió desprevenido, ya que había supuesto que el responsable del secuestro de su hija había sido Felipe Navarro, al fin y al cabo era el único que conocía los experimentos que solían llevar a cabo. Sin embargo, esa descripción no casaba con Felipe, que tenía el pelo castaño y casi rapado, algo que solía destacar. Gracias a su trabajo, sabía que los testigos siempre reparaban en los calvos o los rapados. Entonces, ¿quién podía haberse llevado a Hanna? El primer nombre que se le ocurrió fue el de Rafael Martín, pero era imposible, estaba muerto. Después, recordó que Álvaro Torres, el asesino, cuadraba con aquella descripción, así que le enseñó una fotografía. - ¿Fue este hombre? - No. El primo de Hanna era más joven y... Era flaco. Y... ¡Tenía los ojos verdes! No puede... ¿O si? Rebuscó en su teléfono móvil hasta dar con una fotografía de su compañero, Timothy Ramsay, que respondía perfectamente a esa descripción... Y que, al ser un Benavente, tenía ciertas posibilidades de haber descubierto qué planeaban hacer con Hanna; además, Timothy había compartido internado con Deker. ¿Y si, por algún casual, eran amigos y se lo habían ocultado? Aquel, desde luego, era un movimiento muy propio de su hijo. - ¡Es ese! ¡Sí, es el primo de Hanna! - Ya veo. Muchas gracias, Lindsay.


Mientras se alejaba, de vuelta a su coche, Calvin Sterling no pudo reprimir una sonrisa un tanto sádica. Prepárate, Timothy Ramsay, vas a descubrir por qué no se traiciona a un Benavente.

 Tras forzar la entrada de Galerías Preciados, lo que fue un juego de niños, pues no tenía absolutamente ningún sistema de seguridad, Ariadne se dedicó a coger todo aquello que necesitaban. Todavía no eran los grandes almacenes que serían unos años en el futuro, pero tenían ropa para todos ellos, que era lo que le corría auténtica prisa. Como en los almacenes ni siquiera tenían guardia de seguridad, decidieron que cada uno elegiría sus prendas y luego se reunirían en los vestuarios donde se cambiaban los empleados. Ella terminó enseguida. La ropa de aquella época nunca le había gustado especialmente, pero logró encontrar un vestido azul de manga larga, que iba fruncido al pecho con una cinta blanca y que, en la cintura, se abría como una campana. Muy a su pesar, lo tuvo que combinar con unos zapatos de tacón blancos y despedirse de sus cómodas botas. Voy a tener que conseguir unas tenacillas. El pelo le había crecido bastante desde que Deker se lo había cortado, pero siempre había sido liso, muy liso, algo que no se estilaba demasiado en aquella época. - ¿Voy así bien? Jero entró en los vestuarios llevando un traje gris, combinado con una camisa blanca y la corbata más fea que alguien pudiera mirar. Ariadne le alisó la chaqueta, echándole un vistazo para cerciorarse de que no llevaba nada fuera de lugar. - Yo le pondría una corbata más discreta, quizás negra... - Esta mola. - Tienes un serio problema con la moda.


- ¿Yo? Has sido tú la que, nada más llegar al pasado, nos has arrastrado a ir de compras observó, sentándose en uno de los bancos que había en el centro de la habitación. - ¿Sabes qué habría pasado si alguien nos habría visto con nuestra ropa? - ¿Que hubieran flipado? - Vale, sí, pero también habríamos acabado en la cárcel. ¿Has visto el largo de la falda de este vestido? Con la mía, me habrían tomado por puta y, hala, detenida. Las melenas de Deker le harían pasar por marica y tú... Bueno, habrías estado con nosotros, suficiente delito. - Bueno, Deker sigue teniendo el mismo problema - observó Jero, por lo que ella asintió, dibujando una mueca en su rostro. El chico debió de entender en qué estaba pensando, por lo que abrió mucho la boca.- ¿No pensarás...? ¡Oh, claro que lo piensas! - soltó una risita, agitando la cabeza.- No te va a dejar. - Claro que lo hará. - ¿El qué haré? Ariadne fue a responder, pero se quedó sin palabras a ver a Deker: llevaba un traje oscuro, con chaleco, que le sentaba realmente bien; camisa blanca, corbata burdeos, incluso se había colocado un reloj de bolsillo, que no tardó en enseñarle: - He decidido agenciarme uno, dado que te gustan tanto - le sonrió. Quería decirle que estaba muy guapo, pero se le trabó la lengua. Habían sucedido demasiadas cosas entre ellos y las tenían pendientes pues se habían visto arrastrados a una vorágine caótica de acontecimientos, que les había impedido asumirlas. Sin embargo, en ese momento, relajados y casi a salvo, parecían flotar entre ellos, tensando un poco el ambiente. O, al menos, era la sensación de Ariadne, que no dejaba de recordar el beso que se habían dado en la cocina, ese beso que le había robado el aliento. - Oh, tío, esto va a ser digno de ver - comentó Jero. - Vale, esto empieza a ser preocupante. ¿Qué me he perdido?


Ariadne, entrecerrando los ojos ante la evidente diversión de Jero, soltó aire por la boca antes de enfrentarse a Deker. Su amigo tenía razón, no iba a ser sencillo convencerle, aunque tampoco tenían otra opción. - Ehm, estamos en mil novecientos cincuenta y uno, Deker. - Lo sé, no me he perdido ningún capítulo - le hizo burla. - Ya, pero... Bueno, digamos que sigues pareciendo sacado del siglo veintiuno y, claro, lo voy a solucionar. Deker, abriendo mucho los ojos, se llevó una mano a la nuca, enredando los dedos en las espesas ondas que le caían casi hasta los hombros. Dio un paso hacia atrás, con una actitud claramente a la defensiva, mientras decía rotundamente: - No. - Sí - contradijo ella. - No. Ni hablar. No. Esto - se señaló el espeso flequillo que le caía sobre los ojos.- es mi forma de rebelarme contra un padre castrador, una familia de cabrones y la sociedad en general. No es pelo, son principios. Y no voy a permitir que lo estropees. - Madre mía, pero mira que eres nenaza. - No lo vas a hacer. - Sólo la parte de detrás, ¿de acuerdo? El flequillo de lo echaré hacia atrás, pero esas melenas...- no le pasó desapercibida la torva mirada por parte del chico, así que resopló, malhumorada.- ¡Joder, Deker, que no es culpa mía! Tenemos que pasar desapercibidos y les va a chocar que un hombre lleve el pelo más largo que algunas mujeres. - No. - Eres un encanto, ¿sabes? - sonrió Ariadne.- Pensar que no me voy a salir con la mía, je, je... Un encanto, sí.

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El sonido de las tijeras provocó que hiciera una mueca. Como estaba sentado frente a un espejo que había colgado en los vestuarios, Ariadne le vio el rostro, así que puso los ojos en blanco, antes de resoplar: - ¿Quieres dejar de hacer eso? Una vez más, Jero pareció descoyuntarse de la risa, por lo que Deker le fulminó con la mirada, cruzando los brazos sobre el pecho. - ¿Quieres dejar de cachondearte? - Es que, visto desde fuera, tiene gracia. Ariadne volvió a empuñar las tijeras, por lo que Deker arrugó la nariz de nuevo. Podía recordar la voz de su padre pidiéndole de malas formas que se cortara el pelo y la satisfacción que le provocaba el no contentarle. Y en ese momento se estaba traicionando. Y encima me queda estupendamente. - ¡Ay, Deker! Eres toda una reina del drama - protestó la chica, que seguía manejando peine y tijeras sin compasión.- Y, si nos ponemos exquisitos, tú me cortaste mucho más y yo no me quejé en ningún momento. Así que deja de hacer eso, que parece que te estoy torturando - él se limitó a relajarse un poco, lo que provocó que Ariadne suspirara.- Bueno, a ver, vamos a hablar de nuestra situación y, así, pensamos en otras cosas. - ¡Menos mal! - exclamó Jero, echándose hacia atrás, mientras cruzaba los brazos por detrás de la nuca.- Llevo un buen rato acumulando referencias sobre viajes en el tiempo y no he podido decirlas... - No me refería a eso... - ¿Todavía no puedo preguntarte dónde has dejado el DeLorean, Doc? - Yo estaba pensando en cambiarle el mote a Weena - repuso Deker. La expresión de Ariadne le hizo sonreír. Le gustaba cuando se exasperaba y miraba al cielo como suplicando paciencia, al mismo tiempo que parecía preguntarse qué había hecho ella


para merecerse todo eso. Cerró los ojos un instante, la verdad era que sentir los dedos de Ariadne sobre su pelo, acariciando la piel de su cabeza, era toda una experiencia. - Y yo pensaba en lo que está sucediendo. El hombre que encontramos muerto tenía que ser un Benavente... - ¿Por qué? - la interrumpió Jero. - Hombre, demasiada coincidencia que, en medio de ninguna parte, haya un policía justo cuando nosotros llegamos - observó Deker, dedicándole a su amigo una mirada cargada de intención.- Y, te recuerdo, que en realidad tenían que haber llegado tres lacayos de mi abuelo, no nosotros. Vamos, que tenían el viaje organizado con guía y todo. - Pero lo encontramos muerto. Alguien le mató - recordó Ariadne, resoplando de nuevo.¿Y quién lo hizo? ¿Es amigo o enemigo? ¿Y qué planean los Benavente? ¿Cómo vamos a salir de aquí y regresar a nuestro presente? - Que socrática te has vuelto de repente - apuntó él. - Qué gracioso. Sin embargo, como la situación no lo era tanto, el silencio se instaló entre los tres. Ariadne siguió trabajando en su pelo, mientras Deker se devanaba los sesos intentando hallar las respuestas que necesitaban. - Pero... Entonces, ¿qué vamos a hacer? - No lo sé - reconoció Ariadne, pasándose una mano por el rostro.- Esto me supera. Y, encima, desde que llegamos aquí, no dejo de acordarme de ese episodio de Doctor Who en el que Rose salva a su padre y provoca que unos monstruos quieran arreglar la herida espacio-temporal comiéndose a la gente. - ¡¿Podría pasar eso?! - se asustó Jero. - Hombre, teniendo en cuenta que no hemos venido en la TARDIS, creo que es altamente improbable que ocurra eso - les tranquilizó Deker. Una vez más, se quedaron en silencio.


Mientras Jero se entretenía revisando las prendas que se había quitado, Ariadne estuvo ocupada terminando su nuevo peinado. Al final, cuando acabó, le apartó los mechones castaños con cuidado, una visión que no le resultó demasiado agradable. Era un poco idiota, pero a Deker le daba algo de miedo mirarse al espejo. La chica debió de darse cuenta pues se inclinó a su lado para susurrarle al oído: - No te queda mal, ¿sabes? Bueno, para ser justa, ni siquiera el pelo rosa te quedaría mal, pero... Estás muy guapo, idiota - al alzar la mirada, vio reflejada la sonrisa de Ariadne, por lo que él se la devolvió.- Mírate, anda. No le quedó más remedio que enfrentarse al maldito espejo, así que se fijó en su propia imagen que, desde luego, lucía muy diferente. Ariadne le había respetado la parte de delante, aunque se la había peinado hacia atrás; la mitad posterior de la cabeza, sin embargo, había cambiado muchísimo: su pelo estaba corto, caía liso, sin trazar sus habituales ondas, además de dejándole el cuello al descubierto. - Parece que tengo doce años... - No, qué va. Ariadne le acarició la nuca. Sus dedos se deslizaron por su corto cabello, cambiándolo de sentido, y Deker pudo sentirlos como nunca, lo que provocó que su piel se erizara. Bajo el influjo de su tacto, se volvió hacia la chica, casi conteniendo la respiración. - Rapunzel... - ¿Si? - dijo ella con un hilo de voz, pues también parecía embelesada. - Quisiera...- se puso en pie, acercándose a ella todo lo posible.- Quisiera decirte que... - ¡Ya lo tengo! ¡Lo tengo! ¡Yuju! Los gritos de Jero rompieron la magia. También provocaron que, de repente, Deker deseara ponerle el otro ojo morado o, quizás, estrangularlo hasta que se callara. ¿Cómo podía ser tan sumamente oportuno?


Desde que habían llegado a aquella época, Deker había temido el que las circunstancias se estabilizaran, que Ariadne dejara atrás la adrenalina y el preocuparse por él para recordar lo que le había hecho. Lo había estropeado todo con la chica, se había acostado con Erika porque era un maldito cobarde y le había roto el corazón. No obstante, parecía que Ariadne no le odiaba, ni era indiferente a él, por lo que Deker iba a pedirle perdón... Hasta que el metepatas de Jero había tenido que estropear el momento. - ¿Q-qué pasa? - inquirió Ariadne, esforzándose por no mirarle. - Es que con todo lo que ha pasado, se me olvidó deciros por qué busqué a Deker, pese a haber sido tan cariñoso conmigo - le hizo burla. - ¿Tú le pusiste el ojo así? - Es una larga historia y creo que la de Jero es mejor. - Revisando el diario de tus antepasados - les mostró un libro de tapas de cuero y hojas amarillentas.- me di cuenta de algo: según tu bisabuelo, Guillermo Benavente, su mujer, es decir, tu bisabuela, Inés Madorrán, murió en enero de mil novecientos cincuenta y dos por intentar convocar al último diamante. - Entonces mis bisabuelos tienen que tener las cuatro Damas - entendió Deker.- Y, si nos hacemos con ellas, podremos volver al futuro, a nuestro presente. - Quizás así es como se diseminaron las Damas - observó Ariadne. - ¡Hala, milagro! - exclamó Jero.- Por fin metes la pata, ¡aleluya! Diseminar es todo ese rollo de la reproducción, quieres decir "separar". - Eso es inseminar, genio. - Ups. ¿Y qué es diseminar? - Separarse - Ariadne, hastiada, exhaló un suspiro.- A lo que iba, antes de que Henry Higgins nos interrumpiera: siempre me resultó extraño el hecho de que tu familia supiera tanto de las Damas y que llegaran a tener todas, pero que, cuando mi tío y Álvaro las robaron, estaban esparcidas por el mundo. Quizás esto siempre ha ocurrido...


- No te pongas metafísica con el tiempo o nos explotará la cabeza - la interrumpió Deker, deslizando los dedos sobre las cejas.- Bueno, al menos parece que tenemos un objetivo claro: robar las Damas a mi familia. Algo es algo. - No va a ser tan fácil. - Pero, al menos, hay una solución - sonrió Jero, antes de bostezar. Recostado contra la pared, cerró los ojos, mientras su gesto se tornaba arrobado, un poco estúpido.- Y podré volver junto a Tania y besarla de nuevo y acariciarla...

 Se despertó a la misma hora de siempre para llevar a cabo la misma rutina de siempre: se duchó, regresó a su dormitorio donde se puso el uniforme, cogió su mochila y bajó a desayunar. Nada había cambiado para el resto del mundo, que tragaba sus cereales con guarnición de cotilleos, conversaciones o risas, pero para ella nada era igual. Ninguno de sus amigos estaba junto a ella. Oficialmente, Jero, Ariadne y Deker estaban fuera por motivo de una beca, mientras que Rubén se había cambiado de centro y Santi... Santi se suponía que había decidido volver a su casa por una emergencia, pero había sufrido un accidente por el camino. Con esa historia justificarían su muerte sin poner al internado en serio peligro. Al principio, Tania había creído que el profesor Antúnez se había servido de algún Objeto para ayudarse, pero ya no. Están tan normales... El mundo casi se desmorona, faltan varios alumnos, pero no detienen sus vidas. Como si los demás no importaran. Como si Santi no se mereciera que las risas se apagaran en este comedor o como si no notaran la ausencia de Jero y Rubén... ¿Cómo pueden seguir tan normales cuando yo apenas puedo respirar?


Haciendo un esfuerzo casi titánico, engulló un par de galletas para no hacer frente al día con el estómago vacío y, después, sufrir algo peor que aquella incesante ausencia. Estaba a punto de comer mecánicamente una tercera, cuando una figura inesperada hizo su entrada triunfal en el comedor: Felipe Navarro, el director del internado Bécquer. Tania se puso en pie, como impelida por un resorte, para acercarse a él velozmente, entre aliviada y esperanzada. ¿Habrían vuelto con él los demás? ¿Todo se iba a solucionar al fin? No llegó ni a aproximarse a Felipe, que estaba muy ocupado con las bienvenidas por parte del claustro, pues alguien la cogió de un brazo. Antes de que pudiera darse cuenta, la profesora Duarte la había conducido hasta el pasillo. Sorprendida, no pudo más que parpadear ante las acciones de aquella mujer a la que tan solo conocía de vista... y de oídas, pues Barbarella, como la llamaban, era famosa entre un buen sector de los alumnos. - Felipe me ha pedido que te lleve a su despacho. - Ah...- Tania se quedó sin saber qué decir.- Puedo ir sola. - Bien. Ahí te están esperando tu padre y Álvaro, creo. Ve, rápido. Asintió con un gesto, antes de echar a correr escaleras arriba. En el despacho del director, descubrió que, tal y como le había dicho la profesora Duarte, estaban tanto su padre como su tío. Éste último no tenía el mismo buen aspecto que de costumbre, estaba pálido y parecía cansado, pero estaba ahí, vivito y coleando, así que prácticamente se tiró sobre él para abrazarle. Álvaro emitió una especie de gemido, por lo que Tania se apartó de un salto, asustada, mientras él negaba con un gesto. - ¿Estás bien? - Sí, sí, tranquila, preciosa, no es nada - asintió él. - Ayer le hirieron, pero no quiere darle importancia - comentó su padre. - No empieces tú también, por favor - suspiró Álvaro, agitando la cabeza.- ¿Pero qué os pasa a todos? Estáis de un dramático por una heridita de nada...- apretó un instante los labios,


después se encogió de hombros, como quitándole importancia.- Anda, vamos, debemos subir al tercer piso, nos están esperando. - ¿Al tercer piso? - se extrañó Tania, pues oficialmente estaba cerrado, ya que sólo lo usaban los ladrones que estaban de paso.- ¿Por qué? ¿Y dónde están los demás? - Todo a su tiempo. Ante la respuesta de Álvaro, Mateo le colocó una mano en el hombro, estrechándoselo cariñosamente, mientras entraban en los pasadizos a través de la puerta oculta que había en el despacho. Los atravesaron en silencio hasta llegar a un dormitorio del tercer piso, donde se encontró con tres personas que no eran las que esperaba. Ni Jero ni Ariadne ni Deker estaban ahí, sino una niña, una chica pelirrojo y alguien que, al menos, sí conocía. - ¡Tim! - exclamó, sorprendida.- ¿Pero qué haces aquí? - Estar en una especie de programa de ladrones protegidos - se encogió de hombros. - Me alegro de verte, al menos. Los dos se dieron un abrazo. Al separarse, fue a presentarse a la chica pelirroja y a la niña, la cual le resultaba ligeramente familiar, pero justo en aquel momento, Kenneth entró en el dormitorio. El joven, al ver a Álvaro, torció el gesto y se colocó en la zona más alejada de él, por lo que su tío echó la cabeza hacia atrás. - ¿Se puede saber qué les pasa? - inquirió Tania, que cada vez comprendía menos lo que estaba ocurriendo; de hecho, directamente no entendía nada. - Discutieron - le explicó Tim. - Los que se pelean, se desean - soltó la chica pelirroja con una risita. - Clementine - le reprendió el chico. Tim debió de percatarse de que no se conocían, ya que se apresuró en añadir.- Ah, mira, os presento. Tania, estas son Clementine y Hanna, la hermana de Deker - las señaló, acompañándose de una sonrisa.- Chicas, esta es Tania. - ¿Tania? ¿La novia de Jero?


El desdén se palpó en la pregunta de Clementine, que la miró de pies a cabeza con cierto aire censurador, que provocó que, por un lado, Tania se sintiera violenta y, por otro, que notara una punzada de celos que casi la noqueó. ¿Por qué parecía que esa chica pelirroja, que además era como una modelo, conocía a su novio? - La misma - respondió ella con tirantez. Fue a preguntarle de qué conocía a su novio, pero justo en ese momento, Felipe y el profesor Antúnez entraron en la habitación. - Pues ya estamos todos - asintió, antes de reparar en que Álvaro permanecía de pie con la espalda apoyada en una pared.- Te dije que no hacía falta que vinieras, que descansaras... - Pero es que se cree Superman - apuntó Kenneth. - Es que no es nada - matizó Álvaro, visiblemente harto. - Agradecería que, por el momento, os limitarais a fulminaros y no a lanzaros pullas. No es que me moleste que os tiréis de las coletas, niñas, pero debemos hablar de muchas cosas y no quiero que interrumpáis - aclaró Felipe, logrando que Kenneth se sonrojara hasta la punta de las orejas.- Bien, ahora que eso ha quedado aclarado, debemos ponernos al día y, mucho me temo, que cada uno tenemos una parte de la historia. Y así lo hicieron. Cada uno fue contando su historia, encajándolas unas con otras como piezas de un puzzle que, al final, les dio una imagen completa de la situación. A Tania le costó especialmente contar como, de repente, todo se había ido al garete: que la maldita máquina de Ellery Queen había provocado la muerte de Santi y le había arrebatado a Rubén. Aunque no lo compartió con los demás, recordó sus últimos momentos con Rubén, incluido aquel beso que, pese a su voluntad, de vez en cuando aún le ardía en los labios. ¿Dónde estaría Rubén? ¿Qué le estaría ocurriendo? Cuando todos terminaron, Felipe se pasó una mano por el pelo, preocupado.


- Por suerte, hemos podido recuperar tanto las Damas como la máquina de escribir y están a salvo, pero...- su voz se quebró un momento.- Alguien las robó. Alguien que conociera todo esto. - ¿Sospechas de alguno de nosotros? - preguntó Álvaro con sorprendente calma. - No. Por supuesto que no - respondió Felipe con rotundidad.- Tuvo que ser alguien que trabajara para los Benavente. De hecho, pudieron robarle la información a Deker con relativa facilidad sin que él se diera cuenta. Incluso pudieron estar por aquí pululando, mientras vosotros andabais ocupados con la máquina de escribir que, evidentemente, fue un caballo de Troya. - ¿Pero para qué usarla de nuevo? - inquirió Kenneth.- Ya tenían las Damas, estábamos casi todos en Londres, ¿por qué usarla? - ¿Para atar cabos? - se encogió de hombros Álvaro. - ¿Crees que sólo deseaban matarnos a todos? - No sabían que nos dirigíamos a Londres. Te recuerdo que hicieron que Ariadne escribiera una carta que justificara su ausencia para que no la buscáramos. Y tampoco tenían forma de saber que Felipe había despertado - Álvaro hizo un gesto con la cabeza.- No, todos nosotros les sorprendimos. Tendríamos que haber estado aquí y morir gracias a la máquina. - Aún así, Rodolfo Benavente está llevando a cabo un plan - insistió Felipe, muy serio.- Y lo lleva planeando doce años. Experimentó con Ariadne sólo para poder viajar en el tiempo, llegó hasta a torturar a su nieto para que abriera el portal... No, no son hechos al azar, tienen una conexión y debemos averiguar cuál. - Si al menos supiéramos qué está ocurriendo en el pasado - suspiró Tania. - Tendremos que confiar en que estarán bien - repuso Gerardo. - Lo estarán - asintió Álvaro, quitándole importancia con un gesto.- Esos tres saben apañárselas bien, no tenemos que temer por ellos. Se quedaron en silencio, mirándose unos a otros, hasta que Felipe se puso en pie.


- Bien, de momento tendremos que seguir con nuestras vidas. Mateo, sigue la pista que te dejó Ariadne, a ver si descubrimos qué le ocurrió a Elena de una vez - su padre asintió con un gesto, mientras se llevaba una mano al bolsillo, seguramente para palpar la llave que habían encontrado.- Tania, tú tienes que volver a clase. Gerardo, Kenneth, lo mismo va por vosotros, tenéis alumnos a los que enseñar. - ¿Y qué pasará con nosotros? - se interesó Clementine. - Bueno... He estado pensando en eso - Felipe se volvió hacia ellos.- Hanna, tú darás clase aquí. Ya me encargaré yo del cambio de expediente y conseguirte lo que necesites. Y vosotros dos... No podéis marcharos de aquí. - ¿Y vamos a estar aquí encerrados sin más? - se angustió la chica. - Clementine, tus padres son Benavente, ya has visto lo que te obligaron a hacer - razonó Felipe con suavidad, agachándose frente a ella.- Si quieres volver a tu casa, no te lo impediré, pero dime, ¿crees que estarás a salvo? - Bueno, supongo que será como unas vacaciones rurales. Tania puso los ojos en blanco, ¿cómo podía decir esas cosas? - En cuanto a ti, Tim, pues, si quieres, podría intentar enchufarte de profesor de informática o algo así. Podrías ser nuestro hermano pequeño... - Sobrinas que se hacen pasar por hijas, hermanos que no lo son y que aparecen como por arte de magia... Jo, nuestra falsa familia parece sacada de Puente Viejo - comentó Álvaro con una risita.- De aquí sacaríamos una gran telenovela. - Y tú serías el guapo, pero idiota - apuntó Kenneth. - Me alegra ver que, aunque te enfades conmigo, sigues considerándome guapo. - ¿Qué? Yo no...- Kenneth pareció a punto de sufrir un colapso, mas logró reaccionar, dedicándole una mirada de desdén a Álvaro.- Déjalo. Me voy a clase. Cualquier cosa antes de seguir aguantándote.


Tras el portazo con el que se despidió el joven, los demás fueron abandonando poco a poco la habitación con algo en común: la sorpresa.

 Visualiza a Matt Bomer. Matt Bomer, con sus ojazos, su sonrisa, sus pectorales... Imagina que protagonizáis una portada de novela romántica. Ariadne suspiró, mientras se giraba para poder contemplar el insulso techo del vestuario donde se encontraban los tres, supuestamente durmiendo. Pero ella no podía dormir. Estaba exhausta, quería descansar, mas no dejaba de pensar en todo lo que había sucedido entre Deker y ella, en todas esas cuestiones pendientes. Ojalá tuviera un ordenador cerca. Una canción de Lana del Rey y adiós a mi insomnio. Decidió que era absurdo seguir dando vueltas sobre el suelo, así que se incorporó. Vio que Jero estaba tumbado sobre el único banco, durmiendo a pierna suelta. Le envidió un momento, un solo momento, pues no tardó en darse cuenta de que no era la única que permanecía despierta. Deker no estaba junto a ellos, así que se puso en pie para buscarle. Lo encontró en la entrada, sentado frente al escaparate, contemplando la calle. Su silueta se recortaba contra la tenue luz que llegaba de las farolas, adquiriendo un halo misterioso, que se acentuaba por el humo que brotaba del cigarrillo que mantenía entre los labios. Se acomodó a su lado, mirando al frente también, pese a notar que Deker se concentraba en ella. - No deberías fumar. - ¿Por qué no? Estamos en mil novecientos cincuenta y uno, no existe la ley antitabaco y, de hecho, era bastante habitual que los hombres fumaran - Deker curvó los labios, divertido.- ¿O me vas a decir que es de mal gusto porque pertenecían a un muerto?


- Jero me toma por una saqueadora de cadáveres, sería bastante hipócrita por mi parte. - ¿Entonces? ¿Por qué no debería fumar? Porque me gusta el sabor de tus labios, no el del tabaco. Aunque una parte de Ariadne se moría por ser sincera, por dejarse llevar de una maldita vez, volvió a vencerle su otra parte, la racional, la que le indicaba que debían hablar primero y que, por mucho que no quisiera pensar en aquello, su relación tenía fecha de caducidad. - Porque no es sano. - Si no me ha matado mi familia, el tabaco no lo hará. - ¿Por eso no puedes dormir? ¿Te preocupa tu familia? - En realidad, me moría por decirte una cosa - se volvió hacia ella con una expresión muy seria en su rostro, como si fuera a pronunciar algo muy importante; se arrastró hasta que sus cuerpos se tocaron, sin dejar de mirarla.- Por fin he descubierto tu secreto, Carmen Sandiego, sé en qué época y dónde estás. Aquello la había cogido tan desprevenida que Ariadne no pudo más que echarse a reír como una loca, casi doblándose por la mitad y con lágrimas en los ojos. - Ey, era el único videojuego al que me dejaban jugar. - Muy apropiado. - Pero nunca lograba atrapar a la ladrona. - Sigue siendo muy apropiado. Se miraron fijamente, cómplices, ya que ambos sabían el doble sentido de aquellas últimas palabras. Por eso, se quedaron en silencio unos instantes. Deker fumando y Ariadne mirando al frente, casi ausente. Al final, tras dar un par de caladas al cigarrillo, el chico se giró hacia ella de nuevo. - No pretendía hacerte daño. Bueno, sí, esa fue precisamente mi intención, pero... No lo hice a propósito, aunque suene ridículo y contradictorio. Es sólo que... Es complicado - volvió a


chupar un instante el pitillo.- No, no lo es. Soy idiota y estoy aterrado. Sé que no es una excusa, pero... Me asustas, Rapunzel. Bueno, no tú, sino lo que supones para mí... Ariadne sabía lo difícil que le estaba resultando a Deker, así que le colocó un dedo en los labios, inclinándose sobre él. - Shhh - susurró.- No hace falta. - ¿Ah no? ¿Desde cuándo? - Desde que me dejaron un mensaje para ti. Ante su afirmación, la espalda de Deker se tensó, incluso se separó de ella y se puso en pie. Cruzó los brazos por encima de su cabeza, apoyándolos en el cristal de la puerta. - ¿Qué mensaje? - Lo siento mucho. Nunca fue por ti, no quería herirte. Silver le había pedido que le dijera aquellas tres cosas, así que decidió hacerlo en primera persona para que fuera algo entre ellos dos, para que ella no fuera más que la intermediaria. Al darle el mensaje de Silver, Ariadne se sintió mejor, como si se hubiera deshecho de una pesada carga y, por fin, no hubiera nada entre ellos. Ambos sabían que el otro sabía lo sucedido, podrían dejarse de tensiones y disculpas de una vez... O eso creía la chica, pues Deker se volvió hacia ella, ceñudo. - ¿Hablaste con Silver? - En realidad, fue ella la que habló conmigo. - ¿Lo viste? - Deker... - ¡¿Lo viste?! - inquirió, alzando la voz. Ariadne asintió con un gesto, comenzando a enfardarse también, ¿por qué narices tenía que tomarla con ella? Deker, por su parte, golpeó la puerta con una mano, antes de reprocharle.- ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo? ¿Eh? ¿Cómo pudiste violar mi intimidad así?


- Eh, eh, espera - la chica se puso en pie, no iba a permitir que la amilanase.- Yo no busqué a Silver, yo no investigué, fue ella la que vino a verme a mí para ayudarte - aclaró con dureza.- Ni se te ocurra gritarme, Deker Sterling. - ¡Viste mis recuerdos! ¡Mis recuerdos! - ¡No es algo que pedí! - ¡Pero es algo personal! ¡No tenías ningún derecho! - No puedo creer que te enfades - casi le faltó el aliento al decir aquello, por mucho que fuera verdad. No comprendía la reacción de Deker, la ira que apreciaba en su mirada, en sus puños cerrados.- ¡Yo no hice nada! De hecho, si nos ponemos estupendos, fuiste tú el que provocó que Silver viniera a verme. - ¡Deja de nombrarla! - ¿O qué? ¿Te vas a acostar con la primera fulana que encuentres sólo para herirme? ¿O me vas a poner un ojo morado como a Jero? - Yo no voy pegando a la gente - aclaró, muy serio.- Ese es mi padre. - Cierto. Tú sólo vas por ahí siendo un gilipollas. Mira, algo que tienes en común con tu padre - repuso ella con frialdad, antes de dar media vuelta y encerrarse en el vestuario dando un portazo que, por suerte, no despertó a Jero.- ¿Pero se puede ser más idiota que Deker Sterling?


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