Corrientes del tiempo: Capítulo 4

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Capítulo 4 Esos malditos Benavente Las clases de informática se habían vuelto de lo más aburridas. A decir verdad, toda su rutina había perdido encanto al estar sola en el internado. Echaba de menos a sus amigos habitualmente, pero aquel día, el primero de normalidad tras la marcha de todos ellos, notó su ausencia todavía más. Al menos, la clase de informática era la última del día. Quizás, con un poco de suerte, conseguía que la hicieran partícipe de las investigaciones, los golpes o algo así.

¿Y si ingreso en los ladrones? Era una posibilidad que llevaba un par de días rondando la cabeza de Tania. Su madre, Elena, había sido una ladrona, así que, por herencia, ella podría serlo.

¿Pero en qué estoy pensando? Yo no soy tan ágil, ni tan flexible... Ni siquiera soy buena jugando a Operación. Ahogando un suspiro aburrido, Tania, con disimulo, abrió su correo electrónico. Como esperaba, no había nada demasiado interesante, así que se dispuso a cerrarlo. Sin embargo, cambió de opinión al ver que tenía la carpeta de “Correo no deseado” llena. Aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para hacer limpia, así que se puso a borrar e-mails que le ofrecían viagra u ofertas laborales ridículas. No obstante, entre toda aquella morralla cibernética, encontró un correo que hizo que su corazón diera un vuelco. No era de ningún contacto conocido, pero Tania sabía que Rubén se lo había enviado pues rezaba:

De: R Asunto: Cita con el destino


Contuvo la respiración. Era Rubén. Tenía que ser él. Llevaba ya dos días sin saber nada de él y se estaba volviendo loca. ¿Sería ya un asesino? Bien pensado, ¿cambiaba eso algo? Porque si de algo estaba segura era de que, hiciera lo que hiciera, Rubén siempre sería Rubén para ella... Por muy horrible o falto de escrúpulos que sonara eso. Abrió el e-mail para encontrarse con un link, una hora y lo que parecía ser una clave. No sabía qué significaba, tan sólo que quedaban veinte minutos para que se cumpliera. Un cuarto de hora después, el timbre señaló el final de la maldita clase de informática, así que Tania salió disparada hacia su habitación. Nada ni nadie iba a impedir que estuviera frente a su portátil a esa hora. Casi sin aliento, se dejó caer sobre su silla. El ordenador tardó un poco en cargarse, por lo que Tania aprovechó para quitarse la mochila y dejarla sobre su cama. En cuanto estuvo listo, entró de nuevo en su correo, pinchó en el link y entró en una página donde le pedían un nombre de usuario y una clave; tras teclear su nombre, escribió la palabra con números que finalizaba el correo y aguardó. No tuvo que esperar mucho. Una serie de círculos que, a su vez, formaban otro mayor, brillaron alternativamente unos segundos hasta que, al final, la pantalla cambió y alguien apareció ante ella: Rubén. Tenía buen aspecto, con su pelo castaño cayendo lacio porque lo llevaba más largo que de costumbre, pero no estaba herido o pálido o con ojeras. Era el mismo Rubén que recordaba. Al verlo ahí, sonriéndole, Tania quiso llorar de alivio, pero contuvo sus lágrimas y se dedicó a devolverle el gesto. - Hola - fue lo único que logró articular. - Hola... Los dos se miraron un instante, antes de echarse a reír. Tania agitó la cabeza, provocando que su larga melena dorada se esparramara por sus hombros.


- Esto es un poco patético - reconoció, curvando los labios de nuevo. - Bueno, no es una situación precisamente normal. - No. Desde luego que no...- quiso exhalar un suspiro, pero lo contuvo.- ¿Cómo estás? - Bien - asintió Rubén, antes de hacer un gesto con la cabeza.- Echo de menos todo aquello, pero estoy bien. Ahora mismo estoy en casa de Mikage, el rey de los asesinos, esperando a que pase el periodo de reflexión. - ¿Periodo de reflexión? - Sí. Es una semana durante la cual, si así lo deseas, puedes cambiar de opinión - le explicó. Una vez más, Tania tuvo que contenerse; en aquella ocasión se mordió la lengua, notando una punzada, para no pedirle que se dejara de idioteces y volviera con ella.- No es obligatorio, pero Mikage cree que tomé la decisión en un estado no muy fiable. - ¿Y sigues estando seguro? - Sí. Tania se limitó a asentir con un gesto, ya que no sabía qué decir. En realidad, se le ocurrían un millar de cosas que decirle, pero todas ellas implicaban que volviera con ella, algo que no podía pedirle. Estaba con Jero, quería estar con Jero, así que debía dejar que Rubén hiciera lo que deseara, aunque a ella no le agradara.

Pero ojalá regresaras conmigo antes de que termine la semana. - ¿Y cómo van las cosas por ahí? - se interesó Rubén. Le contó todo. Seguramente todos los adultos la llamarían insensata y le dedicarían una buena reprimenda, pero Tania sabía que podía confiar en Rubén por encima de todas las cosas. Al fin y al cabo, había renunciado a ella para protegerla, había sacrificado su amor, quizás su felicidad, para que ella no tuviera que hacerlo. - Y eso es todo, creo - finalizó ella, mientras jugueteaba con un mechón de pelo.- Mi padre está ya en Madrid y va a coger un avión esta noche. Y yo voy a intentar que me cuenten algo o ayudar o lo que sea... No me parece bien quedarme de brazos cruzados.


- Mmm... Ya veo... - ¿En qué piensas? - Creo que puedo ayudarte - Rubén pronunció aquellas palabras muy despacio, como si todavía estuviera madurando su idiota. - ¿En serio? - Verás. Sabemos que Erika le regaló la máquina de escribir a Santi porque su padre quería hacerse con Ariadne porque es especial - recapituló el chico, todavía con la mirada perdida, parecía que los engranajes de su cerebro funcionaban a toda velocidad.- No es muy descabellado pensar que todo está unido: el viaje en el tiempo, el robo de las Damas y la máquina... Todo. - Erika y su familia están aliados con los Benavente, vale - asintió ella.- Eso lo pillo, pero no veo cómo puedes ayudarme. - Conocí a Mikage en casa de Erika. - ¿De verdad? - Quizás sepa algo. - ¿Y te lo dirá? - Es el único hasta el momento que me ha dado respuestas. Tania suspiró. Era un plan, desde luego, pero ella no terminaba de fiarse de Mikage. Sin embargo, también era verdad que no tenía otro cabo del que tirar, por lo que aceptó su propuesta. Rubén le brindó una sonrisa animada. - En cuanto sepa algo, te mandaré un correo. Como hoy, ¿vale? - Rubén... - ¿Si? - Hazlo incluso si no sabes nada, ¿de acuerdo? El chico asintió con un gesto, antes de que la conexión se esfumara. Entonces, Tania se quedó a solas. Al volverse, vio la cama vacía de Erika. Erika... La primera persona que había


conocido en el Bécquer, su compañera de habitación y, durante unos días, su amiga. ¿Cómo había podido terminar así? Aunque, bien pensado, Erika estaba en el meollo del asunto, era parte activa de lo que estaba ocurriendo, no como ella. Así que, si la encontraba... Si la encontraba, nada, pues no sería más que un peón y, además, se encontraba lejos de ella, en Madrid. Por otro lado, sí había algo que podía hacer. Teniendo cuidado de que no la vieran, fue hasta el dormitorio del director. Cada día más miembros del claustro parecían saber la verdad que se ocultaba en el interior de los muros del Bécquer, pero aún así la gran mayoría sólo la castigaría por cruzar al ala ocupada por los profesores que se quedaban a dormir ahí. Apenas se encontró a nadie, tan solo a un par de alumnos que la ignoraron para seguir comentando lo que echaban de menos a La princesa de hielo, que estaba buenísima y demás lindezas. Por eso, pudo llegar con facilidad a la habitación que, al menos en esos momentos, estaba ocupando Álvaro. A su tío se le iluminaron los ojos un momento, aunque un segundo después volvieron a oscurecerse levemente. - ¿Esperabas a otra persona? - preguntó, extrañada. - No... Bueno, sí, pero... Déjalo. Álvaro hizo un gesto desdeñoso con la mano, antes de sentarse en la cama, manteniendo la espalda apoyada contra la pared. Tania se acomodó a su lado, enarcando una ceja ante el libro que su tío tenía entre las manos: - ¿Cincuenta sombras de Grey? Eso no es... - ¿Erótico? - Iba a decir que era para chicas, pero también. - Ya, bueno...- Álvaro puso los ojos en blanco, cerrando el libro y dejándolo sobre el escritorio.- Quería molestar a Kenneth, por eso de que está estúpidamente enfadado conmigo y


tal, así que le he llamado a primera hora para que me trajera un libro que me entretuviera. Y me ha traído esto - resopló, mirando el tomo un instante.- Supongo que es su forma de vengarse o torturarme. Esperaba que viniera a regodearse, pero ni siquiera se ha dignado a eso... Sí que debe de andar molesto conmigo. - ¿Qué le hiciste? - ¿Por qué presupones que fui yo? - ante su pregunta, Tania únicamente arqueó una ceja, por lo que Álvaro apretó los labios, mohíno como un chiquillo. Hizo un gesto desdeñoso, al mismo tiempo que cambiaba de tema.- ¿Tan aburrida estás con tus deberes que has venido a pasar tu precioso tiempo con un aburrido tullido como yo? - Nunca te describiría como aburrido tullido - le sonrió. Álvaro se inclinó sobre ella, ladeando la cabeza, mientras le colocaba un dedo en la punta de la nariz, risueño, aunque también suspicaz. - Me estás recordando a cuando tenías siete años. - ¿En serio? - Te morías por una muñeca, una Barbie que traía algo especial, no lo recuerdo. La cuestión es que deseabas la dichosa Barbie con todas tus fuerzas, pero tu padre no te la quiso regalar. Entonces tú, con esa misma expresión que tienes ahora, me dijiste que me quedara a cenar y que si podía ir a buscarte a la escuela... E intentaste liarme para que yo te regalara la muñeca. - ¿Intenté? Esa Barbie sigue en mi habitación de Madrid. - Que te la regalara, no quiere decir que no conociera tus infantiles y viles planes - el hombre suspiró, reclinándose de nuevo, mientras enlazaba los brazos por detrás de su cabeza.- No te puedo negar nada. Nunca he podido porque esa maldita sonrisa de niña que tienes puede conmigo... Y es la que tienes ahora, así que, ¿en qué lío me vas a meter? - Sólo quiero que me hables de algo. - Tú dirás. - Quiero que me hables de Mikage.


Tania había creído que le sorprendería, que la miraría como si estuviera loca o algo por el estilo, pero Álvaro simplemente asintió. - Mikage es...- dejó la voz en suspenso un instante.- Es una persona muy compleja, Tania. Con él no existe ni blanco ni negro. Le conozco desde hace años y no sabría decirte si es buena o mala persona. Es... Es muy inteligente, muy capaz y calculador... Es el mejor jugador de ajedrez del mundo, lo que le hace tremendamente peligroso - hizo otra pausa, clavando la mirada en ella.También es un hombre de palabra, si promete algo, se puede confiar en él... En su cierta medida, pues siempre intenta sacar algún tipo de provecho de todo lo que le hace. Tania asintió con un gesto, confusa. - ¿Entonces Rubén estará a salvo con él? - Mikage sabe cuidar de los suyos. No te preocupes. A pesar de que su tío se mostró optimista, a Tania le dio la sensación de que acallaba algo, era como si tuviera algo en mente que le ocultó. Se preguntó qué sería.

 ¿Cómo estará Tania? Espero que se encuentre bien. Pese a estar en noviembre y que hacía un frío que pelaba, el sol brillaba con fuerza, dotando al parque del Retiro de un halo dorado que le resultaba particularmente hermoso. La belleza de la luz colándose entre las hojas le quitaba el aliento, lo que le llevaba a pensar de forma irremediable en Tania. Les separaban más de sesenta años, lo que resultaba muy raro. No era como si cada uno estuviera a un lado del planeta, era mucho peor. No podían hablar por teléfono, ni verse mediante una web cam o enviarse una carta. No tenían forma de comunicarse y eso, además de inquietarle, suponía una herida que no terminaba de cicatriz pues la añoraba, la añoraba mucho, y no podía poner solución al problema.


¿Se acordará de mí? ¿O ya me habrá olvidado? No podía evitar estremecerse al recordar los últimos días que había pasado con Tania, lo lejana que había llegado a sentirla pese a estar junto a ella. - El desayuno. Deker le tiró un paquete de papel lleno de almendras, antes de sentarse a su lado. No le miró. Estaba enfurruñado. De hecho, llevaba toda la mañana con esa expresión de niño enfadado y ni siquiera al quedarse a solas con él se le había quitado. Algo había pasado mientras él dormía. Ariadne le había despertado a primera hora de la mañana y, tras haberle informado de que tenían que irse para que no les descubrieran los empleados de los almacenes, habían salido a la calle; ahí, la chica se despidió, no sin antes recordarle a él que tuvieran cuidado, ya que no llevaban documentación y eso podría suponerles el ir a la cárcel. Se había mostrado educada, lo que siendo Ariadne era señal más que evidente de que estaba enfadada; Ariadne era muchas cosas, pero no cortés, eso sólo lo hacía cuando se hacía pasar por alguno de sus personajes. - Deker... - Vale, vale, también te daré uno de estos. Su amigo le tendió un barquillo, que Jero aceptó con una sonrisa, que más bien se le escapó. Le gustaban las almendras, pero aquello era, desde luego, mucho mejor. - No me refería a eso. ¿Qué le has hecho? Se hizo el silencio. Deker seguía mirando al frente, mientras comía mecánicamente, por lo que Jero se encogió de hombros y se dedicó a contemplar el paisaje. Encontraba particularmente curioso el estar en el parque del Retiro en una época distinta a la suya, ya que todo era igual, pero al mismo tiempo estaba lleno de diferencias. - ¿Por qué presupones que yo le he hecho algo?


- Porque siempre eres tú el que la caga. - Yo no...- Deker se volvió hacia él, levemente ofendido, aunque Jero ni se inmutó, sólo enarcó una ceja. Su amigo, entonces, suspiró y echó la cabeza hacia atrás.- Anoche discutimos. - ¡No me digas! Deker le relató lo sucedido: como Ariadne le había explicado que había hablado con el fantasma de Silver, que él se había puesto a la defensiva y que la chica como una fiera. Al escuchar esa última parte, Jero entrecerró los ojos. - No es por nada, pero la fiera no fue Ariadne. Fuiste tú. - ¿Yo? ¡Fue ella la que hurgó en mi intimidad y después se ofendió! - ¿Si? Pues deberías darte con un canto en los dientes. De hecho, me sorprende que no te diera un buen tortazo y acabara con esa nariz tuya. Te lo mereces por idiota - ante el gesto atónito de su amigo, Jero suspiró.- Escucha, Ariadne se tragó su orgullo por ti. Ariadne. ¿Sabes lo que tuvo que suponer para ella el perdonarte lo que hiciste con Erika? Eso, por no contar que, además, Erika le disparó, tu abuelo experimentó con ella y te torturó para que ella usara las Damas. Francamente, Deker, has sido un idiota... Fue a añadir algo más, pero su amigo se apresuró en taparle la boca con la mano, tenso. Jero gruñó. Vale, era mejor que otro ojo morado, pero aún así... - Tenemos que irnos. Vamos, levanta. - Cofoles... Mmm... Iota...- dijo como pudo. - Hay una pareja de policías. Creo que nos buscan. Vamos. Deker le agarró de un brazo para ponerlo de pie y, entonces, comenzaron a andar uno junto a otro, pero con tranquilidad para no llamar la atención. Su amigo enterró una mano en el bolsillo de su gabardina para sacar un pequeño espejo de mano, el cual empleó para vigilar a los dos hombres que, supuestamente, eran policías. - Mira, llevan una fotografía - le hizo notar Deker con voz tensa. - No creo que nos busquen a nosotros...


- Oh, créeme, vienen a por nosotros - le interrumpió su amigo con decisión. - ¿Pero por qué estás tan seguro? Quiero decir, habría delincuencia en el cincuenta y uno, vamos, digo yo... - Porque he reconocido a uno de ellos. Juan Ibáñez, el marido de una de mis antepasadas, Alejandra Benavente - le dedicó una mirada seria, preocupada.- Es uno de ellos, Jero, uno de esos malditos Benavente y viene a por nosotros.

 - Álvaro, vengo a buscarte para... Ah, hola, Tania. La voz malhumorada de Kenneth se transformó en un débil hilo al verla, lo que hizo que ella ahogara una risita. El joven agitó los dedos con torpeza a modo de saludo, mientras que ella lo hizo con más naturalidad. - Siento haber interrumpido, no sabía que estabas acompañado... - Hombre, por lo que tengo entendido eso suele ser habitual en él - su tío arqueó una de sus doradas cejas, así que ella le quitó importancia con un gesto.- Oh, venga, no me mires así, papá me ha contado muchas veces que eres todo un conquistador. - ¿Así que un conquistador, eh? - los labios de Kenneth se tensaron en una línea recta, al mismo tiempo que en su tono aparecieron destellos sarcásticos, algo nada habitual en él.- Claro, algún motivo debía de existir para tanto hedonismo. Seguro que estás cansado de escuchar a miles de mujeres alabarte y, por eso, te tienes en tal alta estima a ti mismo. Tania se quedó boquiabierta, sin entender qué ocurría. El rostro de su tío, por otro lado, permaneció átono, sin reflejar lo que quisiera que estuviera pensando, pero sus ojos se habían oscurecido y, cuando habló, lo hizo con cierta rabia, como si de veras estuviera ofendido:


- Eso es cierto. Todas ensalzan tanto mi encomiable cuerpo como mis magníficas artes amatorias. Pero, claro, yo sé lo que me hago... A diferencia de otros.

Yo me he perdido algo... Normalmente, Tania se hubiera marchado porque estaba claro que no formaba parte de aquella discusión o lo que quisiera que fuese, pero Kenneth había hablado de una reunión y ella se moría de ganas de asistir. Quería saber qué pensaban hacer para que sus amigos regresaran, qué pretendían hacer los Benavente y cómo enfrentarse a ellos. Por eso, se aclaró la garganta, antes de decir con la mayor afabilidad posible: - ¿No deberíamos ir a una reunión? - Eh, sí, sí, tienes razón, sí... La reunión, vamos...- masculló Kenneth. - Espera, espera, que primero debemos aclarar algo - Álvaro recuperó el tono calmado, incluso sedoso, lo que a Tania le trajo a la memoria la tarde en que le comunicó que iba a ir al Bécquer.- Nosotros vamos a la reunión, pero no tú. - ¿Qué? Pero, ¿por qué? - Porque no es necesaria tu asistencia... Y tu padre no considera adecuado que asistas, una idea que, por cierto, yo comparto. Así que vas a ir a hacer tus deberes. - Ya los he hecho - mintió. - Kenneth, eres su profesor de literatura, mándale más. - No puedo hacer eso. - Tú siempre eres de gran ayuda - resopló Álvaro, agitando la cabeza.- Bueno, da igual. No vas a ir, Tania. No hay más que hablar. - ¡Pero no es justo! Álvaro le hizo un gesto a Kenneth para que le ayudase, así que éste le sirvió de apoyo al levantarse. Su tío palideció un momento, seguramente debido al dolor, aunque enseguida se le pasó y dejó de aferrarse a Kenneth. Lo miró un momento, lo miró de una forma profunda, como si estuviera pensando en algo importante, ya que entonces dijo:


- Nada en este mundo es justo.

 Prácticamente recorrieron medio Madrid paseando hasta que se aseguró de que nadie les seguía. En cuanto se cercioró, además de suspirar, sacó la cartera de la chaqueta de su traje y comprobó el contenido: era el dinero que Ariadne le había robado al cadáver que habían encontrado nada más llegar. No había mucho, pero sí el suficiente como para poder pasar un buen rato en una cafetería a cubierto. Entraron en la primera que vieron y Deker se dejó caer trabajosamente en una de las sillas. La piel de su espalda seguía en carne viva, pese a que por la noche Ariadne le había curado con bastante maña. Pero, claro, los latigazos no se curaban precisamente pronto y menos cuando su padre era el encargado de infligírselos, sabía cómo hacer daño y que durara. - ¿Estás bien? - Jero parecía preocupado por él. - Andar tanto no me ha venido demasiado bien - reconoció, antes de hacerle un gesto al primer camarero que vio.- Whisky. Solo. Doble. - ¿Y usted, caballero? - Una Co... pa de... coñac. El camarero asintió y se marchó, al mismo tiempo que Jero suspiraba, aliviado. - Ibas a pedir una Coca-cola, ¿verdad? - Sí, pero no sabía si ya existían y... Jo, qué difícil es esto de estar en el pasado. Por suerte, no existe la opción de que mi madre se encapriche de mí o algo así. - Bueno, podría suceder con alguna de tus abuelas si vivían en Madrid - ante el ademán aterrado de Jero, Deker sonrió un poco.- Era una broma. No te preocupes, no nos cargaremos el espacio-tiempo o algo así, tranquilo.


Jero no parecía muy convencido, aunque no rebatió su opinión. No obstante, su mirada había vuelto a tornarse aguda, así que Deker temió que sacara el tema de Ariadne a colación de nuevo. No le apetecía hablar de la chica, sobre todo porque las anteriores palabras de Jero le habían hecho ver que era verdad: era un idiota y se había portado fatal con ella. No le gustaba sentirse vulnerable. Nunca lo había podido soportar, desde pequeño, pero también era verdad que aquel temor a abrirse, a darle tanto poder sobre él a una persona, había empeorado tras la muerte de Silver. De ahí, que se hubiera sentido extremadamente violento al saber que Ariadne y Silver habían hablado, que la primera conocía aquella parte de él... La joven, débil, crédula... La parte que no le mostraba a nadie, que le dejaba desprotegido frente a la chica. - Has dicho Juan Ibáñez casado con Alejandra Benavente, ¿verdad? - ¿Eh? - El hombre que nos perseguía. - Ah, sí... Sí, sí, era ese. - Vale, a ver - Jero sacó el ajado diario que él mismo le había prestado y, de entre sus páginas, sacó un folio doblado en cuatro, donde había un árbol genealógico de los Benavente.Esa Alejandra es esta, ¿no? Le señaló una línea en particular, aquella que compartían los cuatro hermanos que suponían la generación anterior a la de su abuelo:

ALEJANDRO

GONZALO

ALEJANDRA

GUILLERMO

- Sí, es esa - confirmó Deker, antes de señalar el último nombre de esa fila.- Este de aquí es Guillermo Benavente, que se casó con Inés Madorrán, mis bisabuelos. Vamos, los padres de mi abuelo Rodolfo. - Sé lo que es un bisabuelo - Jero hizo una mueca. - Por si acaso.


- Lo que no entiendo es por qué tu bisabuelo fue el cabeza de familia - su amigo apretó los labios, pensativo.- ¿No debería ser alguno de sus hermanos mayores? - Alejandro murió en la Guerra Civil, fue un héroe de guerra, creo - le explicó, sin dejar de mirar los nombres de toda su familia.- El cabeza de familia tenía que haber sido Gonzalo, pero... Desapareció. - ¿Desapareció? - Bueno, a ver, no es que le ocurriera algo. Hizo algo - arrugó los labios en un mohín un tanto distraído, curioso.- La verdad es que siempre me he preguntado qué pudo hacer. Debió de ser una auténtica pasada porque fue borrado de la familia por completo. Ni siquiera le incluyen en los árboles genealógicos. Tampoco se le puede nombrar si no quieres organizar un escándalo de tres pares de pelotas. - Jo, tío, tenéis hasta vuestro propio Voldemort. - Más bien Sirius Black, pero sí - asintió, antes de proseguir con su explicación.- Según me contaron cuando era niño, hubo cierto conflicto con quién era el siguiente en la sucesión. Alejandra era una mujer y dado la época en la que estaban, no se veía bien, pero, claro, también eran muy respetuosos con la línea sucesoria. - ¿Y cómo se decidieron? - Su querido esposo, al que hemos tenido el placer de casi conocer, debió de cagarla bien y se decidió que semejante inútil no podía liderar la familia. - De ahí que tu bisabuelo acabara haciéndolo él. - Exacto. - ¿Y cuándo ocurrió eso...? ¿Ocurrirá...? Jo, es muy difícil hablar del tiempo cuando viajas en él...- Jero arrugó los labios, antes de relajarse, agitando la cabeza.- Bueno, da igual, ya me has entendido, ¿no?


- Pues... No estoy muy seguro, pero creo que mi tatarabuelo murió en el cincuenta y dos, no, no, espera, en el cincuenta y tres, fue prácticamente un año después del asesinato de mi bisabuela - vio que su amigo abría la boca para protestar.- Bueno, ya me entiendes. En ese momento, el camarero se dignó en regresar con sus bebidas, por lo que Deker sostuvo el vaso entre los dedos, pensativo.

Me pregunto si el bueno de Juan Ibáñez quedó como un auténtico inútil al no poder atraparnos. Tendría sentido, supongo... Aunque, parece ser, con el tiempo nunca se sabe.

 - Quizás deberíamos haber permitido a Tania que se quedara. La voz de Kenneth era dubitativa, no dejaba de mirar hacia la puerta del despacho, donde habían dejado a la chica. Después de eso, el joven le había ayudado a sentarse. En realidad, Álvaro se las apañaba perfectamente solo, pese a que la herida todavía le molestaba, pero al parecer Kenneth sólo era medianamente amable con él cuando debía asistirle. - Es mejor así, créeme. - No podéis protegerla siempre - observó el joven con suavidad. - Pero podemos intentarlo. Kenneth se calló, apoyándose contra el escritorio del director, mientras se colocaba las gafas en su sitio con el dedo índice. Estaba nervioso. Llevaba un elegante traje gris con chaleco a juego y combinado con camisa blanca y corbata negra. El pelo negro, peinado con raya a un lado, le caía graciosamente sobre la frente, casi acariciando las gafas de montura cuadrada. Pese a su timidez innata, esa que desprendía cada poro de su piel, cada gesto un tanto contenido, Kenneth Murray parecía un caballero inglés. Elegante, sobrio, incluso un poco delicado, lo que le daba un aire adorable.


Él, por su parte, llevaba el dorado cabello desordenado y vestía un pantalón de chándal con una camiseta blanca. Nada del otro mundo. Eso, en parte, le hizo sentirse en desventaja, como si Kenneth con su traje y sus gafas pudiera tirarle a la basura sin dudarlo. Era algo extraño para Álvaro. No estaba acostumbrado a sentirse inferior a otra persona y, por eso, se removió incómodo, esperando que siguiera aquel ambiente cordial en lugar de las pullas que, últimamente, solían intercambiarse. - Con Deker y Ariadne no tendrías tanta delicadeza. - Son diferentes. - ¿Lo son? - inquirió Kenneth con agudeza, sus ojos centelleaban con un brillo que Álvaro nunca había visto en ellos: rebeldía, dureza, seguridad.- ¿O quizás los hacéis diferentes vosotros? A ellos nadie les protegió de la verdad, por lo que ahora consideras que pueden soportarla, mientras que a Tania la mantenéis encerrada en un palacio de cristal donde nada pueda alcanzarla. ¿Hasta qué punto es eso adecuado? Quizás estáis siendo su padre y tú los que provocan que ambos casos sean diferentes. Álvaro se quedó callado, pensando. - Sólo quiero decir que, a veces, mostrar celo en exceso no es bueno. - Y lo dice quien teme hasta que respire por si me rompo. Kenneth le miró con aire dolido, pero no se achantó. - Hay casos y casos. Intento protegerte de ti mismo, hacerte ver que no eres tan invulnerable como tú mismo te crees. Intento que no mueras - pronunció aquellas palabras con rabia, con valentía.- Pero el caso de Tania es diferente. La tenéis presa en una jaula de cristal, como si fuera un pájaro y creo que no la dejáis alcanzar su potencial. - He visto crecer a Tania - le recordó, encogiéndose de hombros.- La conozco, Kenneth, sé cómo es. Y no es sólo que sea mi princesita, esa niña a la que casi vi nacer, sino que... Tania no es Jero. No digo que no sea fuerte, no es eso. Es... Es delicada, se podría romper con mayor facilidad que cualquiera de sus amigos. Tania es lista y cabezota y valiente, pero también es frágil.


- ¿Quieres decir que es más damisela en apuros que caballero de brillante armadura? - En parte. - Entiendo... Volvieron a quedarse en silencio. Nadie había aparecido por el despacho, seguían a solas. Miró a Kenneth de nuevo, el joven parecía perdido en sus pensamientos. Álvaro, por su parte, se levantó con torpeza y se situó frente a él, muy cerca. - Hay algunas personas que son especiales, ¿sabes? Que poseen un tipo de inocencia que ni siquiera ellos mismos ven, pero sí los demás. Y en este mundo podrido y horrible en el que vivimos, esa inocencia brilla más que nada, aunque también es muy difícil de encontrar. Por eso, considero que esas personas deben de ser protegidas, preservadas como si fueran criaturas en peligro de extinción. Kenneth tragó saliva. - ¿Te refieres a Tania? - También. - ¿También? Ah, hablabas de Ariadne entonces. - Bueno... Aún queda inocencia en ella, pese a todo, pero... Kenneth, yo... La puerta del despacho se abrió. Álvaro se dejó caer sobre la silla de nuevo y Kenneth miró al techo, disimulando, aunque sus mejillas se habían teñido de rojo. Él aprovechó para colocarse el dorado cabello en su sitio, mientras examinaba a los tres recién llegados: Gerardo estaba demasiado ocupado leyendo algo, Tim se sentó como si apenas pudiera sostenerse en pie y Felipe... Felipe los miraba a ambos, aunque no tardó en ocupar su lugar como director. - ¿Qué tal te encuentras hoy, Álvaro? - le preguntó. - No tan bien como tú, que pareces flotar, pillín - le hizo burla. - En algún sitio he de quedarme, ya que no tengo habitación. - ¡Menuda excusa más pobre!


- A veces tengo la sensación de que, por vosotros, no pasan los años - suspiró Gerardo, agitando la cabeza de un lado a otro con gravedad. Aquel gesto bastó para que ellos dos se echaran a reír, pues lo habían provocado en multitud de ocasiones durante su niñez y juventud. El hombre, en cambio, los contempló con expresión átona.- Sois un dúo terrible, de verdad. - Sí, maestro. - Luego, cuando vengas lloriqueando porque la pequeña Sterling no confía en ti, recuerda este momento y vete a buscar a tu amiguito - apuntó Gerardo, hastiado. Felipe abrió la boca para contraatacar, pero el primero se le adelantó.- He estado echando un vistazo a los documentos que robó el joven Timothy y, la verdad, parecen inquietantes. Les tendió un dossier a cada uno de los presentes. Álvaro examinó el suyo por encima, descubriendo que Erika había hecho un trabajo realmente exhaustivo en el seguimiento a Ariadne, además de una hoja con una lista escrita:

Proyecto Chernobog Proyecto Mnemósine Proyecto Loki Proyecto Ariel

- ¿Y qué se supone que es esto? - les preguntó, mostrándoles la página en concreto.Dudo mucho que se trate de que andan buscando el detergente más potente del mundo. - En realidad el nombre de Ariel se refiere a bastantes más cosas que al detergente - le informó Kenneth, repitiendo aquel gesto suyo de colocarse las gafas con la yema de un dedo. - Cierto, también es el nombre de La sirenita. - Muy gracioso, Álvaro - el joven resopló, indignado, y no fue el único, pues Gerardo rezongó algo que él no llegó a oír. No obstante, Kenneth sí que siguió con su explicación.- Ariel es un nombre hebreo, que significa "aquel que es el león de Dios" o "aquel que es el altar de


Dios". Curiosamente, en la teología judeocristiana también corresponde a un demonio, aunque también hay textos que se refieren a un ángel llamado así. - Eso, por no hablar de que Ariel es el término que se emplea en la Biblia para hablar de Jerusalén - intervino Felipe, provocando que Kenneth se volviera hacia él, sorprendido. El primero se encogió de hombros.- Tuve un maestro bastante bueno en mi niñez, ¿sabes? - Gracias por la parte que me toca. - Pues debo de ser el único que se saltó el capítulo de "Ariel es algo más que el detergente y la sirenita de Disney" - comentó Álvaro, haciendo una mueca. - Pero lo importante o, al menos, lo que creo que es la clave, no es nada de eso - Kenneth retomó el control de la conversación, al mismo tiempo que se deshacía de la chaqueta del traje. Nunca le había visto así, parecía realmente emocionado.- Ariel es un personaje de La tempestad, obra de teatro de William Shakespeare. - Es un espíritu que sirve al mago Próspero - aportó él. - ¡Eso es! - exclamó Kenneth, acompañándose de un movimiento de cabeza.- Ariel es un nombre que desde la Edad Media está relacionado con los espíritus. Por lo tanto, Ariel tiene que ser el nombre en clave para Ariadne, ya que ella contacta con espíritus y, bueno, aunque no la describiría como servil, Rodolfo Benavente querría que fuera su sierva. - A esa conclusión he llegado yo - asintió Gerardo, visiblemente orgulloso del joven ladrón, aunque su mirada no tardó en oscurecerse.- Sin embargo, lo que me inquieta es que no hay un sólo proyecto, sino tres más. Y, además, parecen ser anteriores al de Ariadne. - Y, a juzgar por los nombres, no pueden tratar de nada bueno - comentó Felipe. - Loki es el dios nórdico del engaño y la estafa - aportó Álvaro. - Mnemósine es...- Tim comenzó a hablar, parecía que le costaba; agitó la cabeza, pasándose los dedos por la frente, apartando su cabello color miel.- Es la personificación... de la memoria... Una... Titánide... - ¿Estás...?


La pregunta salió de los labios de todos ellos, pero ninguno la llegó a formular por completo, ya que, ante sus atónitos ojos, Tim se desplomó en el suelo, sudando a mares y retorciéndose de dolor.


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