Corrientes del tiempo: Capítulo 5

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- Es... Es delicada, se podría romper con mayor facilidad que cualquiera de sus amigos. Tania es lista y cabezota y valiente, pero también es frágil. Se apartó de la puerta, sintiendo que algo perforaba sus entrañas. Sintiéndose dolida, en parte traicionada, se mordió el labio inferior, luchando consigo misma para no echarse a llorar o gritar. ¿Cómo podía tener su propio tío esa visión de ella? No era frágil, no era su princesita y no necesitaba ser protegida. Había pasado por muchas cosas y se merecía otra consideración. ¿Y si entro? ¿Y si exijo que se me tenga en cuenta? ¿Y qué harías entonces, Tania? ¿Ayudar? ¿Cómo, si no tienes ni preparación ni conocimientos ni nada? Volvió a morderse el labio, enfadada con esa vocecilla de su cabeza que siempre le mantenía los pies en la tierra. Era cierto, no estaba preparada, pero podría estarlo. Si tan sólo le dieran la oportunidad... ¿Por qué no se le daban? ¿Por qué no podían confiar en ella y ver que era algo más de lo que creían? En ese momento, los demás llegaron. El profesor Antúnez ni siquiera reparó en ella, Felipe únicamente se encogió de hombros y Tim la saludó con una sonrisa. Ahí se quedó todo, ni siquiera se molestaron en pedirle que se fuera. Está claro que eres un cero a la izquierda, Tania. Se quedó donde estaba, sin tener ganas ni de espiar. No podía creerse lo que habían cambiado las tornas en pocas semanas. Antes, Ariadne no dejaba de intentar involucrarla, de convencerla para que luchara, pero ella no había querido mover un dedo. En ese momento, era ella la que ansiaba ayudar, aunque eran los demás quienes no la tenían en cuenta, quienes la consideraban algo parecido a una muñeca de porcelana.


Estaba pensando en eso, cuando la puerta del despacho se abrió de repente. Kenneth salió disparado, corriendo en dirección a la enfermería, mientras en el interior los demás permanecían en torno a alguien. Tania, preocupada, dio un respingo y no dudó en acercarse y ver como Felipe, arrodillado junto a Tim, le metía los dedos en la boca, mientras éste convulsionaba. - ¿Qué narices le ocurre? - preguntó Gerardo. - Deben de ser los Benavente - Álvaro estaba pálido, intentaba mantener quietas las piernas del chico.- Tienen su sangre. - ¿Y me lo dices ahora? - ¡Lo había olvidado completamente! - ¡Mierda! - ¿Y le están haciendo vudú o algo así? - preguntó ella con un hilo de voz. - Algo así no, algo peor - explicó Felipe y la voz le tambaleó, debido al esfuerzo que estaba haciendo para que Tim no se mordiera su propia lengua.- La magia de sangre es la peor rama de la magia negra - miró fijamente a los otros dos hombres.- Si es eso, nos viene muy grande. Necesitamos a un brujo profesional. - Hay una en España - apuntó Álvaro, poniéndose en pie con cierta dificultad.- Fue ella quien le devolvió la vista a Kenneth. Vive en Galicia... - Llámala y prométele todo lo que desee, pero que venga aquí... O el chico morirá.

 Veamos... Uno, dos, tres... ¡Cuatro! Vaya, cuatro hombretones para seguir a una pobre chica, ¡qué machotes! Ariadne, caminando con tranquilidad por las calles de aquel Madrid del cincuenta y uno, cogió su bolso y sacó de él un pequeño espejito redondo. Fingió retocarse el pelo, mientras seguía andando, aunque en realidad lo que hizo fue fijarse mejor en los hombres que la estaban


persiguiendo. Bien peinados, trajes, fundas sobaqueras con pistolas dentro... Definitivamente eran policías, seguramente Benavente. Es una pena que hoy no esté de humor. Estáis cabreando a Hulk, chavales... Tsk, otra gran referencia que no entenderían. Había quedado con Jero y El imbécil en la entrada del hotel Ritz, pero no podía llevar a los policías ahí. Por eso, se desvió, sin saber muy bien qué hacer. Si echaba a correr, abriría la veda para que la persiguieran abiertamente, pero tampoco tenía algo con lo que defenderse a mano. Entonces, alguien le dio unos toquecitos en el hombro, por lo que Ariadne se detuvo en seco, enterrando la mano derecha en el bolsillo de su abrigo. - Policía. Documentación. Terminó de deslizarse el anillo, que había robado hacía un rato, en el dedo, mientras sonreía, asintiendo. Entonces, para evidente estupefacción del hombre, le tendió un DNI perfecto; uno de los tres que había falsificado ella misma y que le había llevado todo el día. - ¿Ocurre algo, inspector? - preguntó con inocencia. El hombre miró a su alrededor, la gente había huido discretamente, pero aún así estaban en plena calle. Ariadne sabía que eso no era protección, no en una época donde el miedo acallaba a todo el mundo. Sin embargo, los policías querían ser discretos, así que la arrastraron a una callejón cercano, donde la estampó contra un muro que le faltaba poco para caerse a pedazos. - Así que Soledad, ¿eh? - le dijo el hombre con voz iracunda.- Soledad es un nombre muy bonito, aunque me parece que el suyo lo es aún más, Ariadne. - ¿Ariadne? ¿Qué clase de nombre es ese? - preguntó ella. - El suyo. - Oiga, mire, no he tenido un buen día y usted está desbordado mi paciencia. Nunca he tenido mucha, pero hoy sencillamente no tengo ninguna, así que...


Vio venir la mano del policía. Se apartó, agachándose. Él estampó la mano en el muro, lo que, a juzgar por el ruido que hizo, debió de rompérsela. Ariadne, por su parte, no iba a concederle tregua, así que cargó contra él tirándole al suelo. Iba a seguir atacando, cuando algo la sorprendió. Un ruido sordo que rebotó por el callejón. Un ruido que ella conocía muy bien: disparos. Para su sorpresa, otro de los policías cayó. Después, lo hizo un segundo, también un tercero. Asombrada, miró hacia la entrada, donde se recortaba la figura de un hombre. - ¡Aparta! Instintivamente, se echó hacia un lado, mientras el misterioso recién llegado volvía a disparar, sesgando la vida del cuarto hombre. Ariadne le arrebató el DNI falso, antes de dirigirse hacia su salvador, aunque éste ya se estaba yendo. Apresuró el paso, dándose cuenta, entonces, de que las personas que permanecían en la calle estaban dormidas. Todas y cada una de ellas. - ¡¿Quién narices es?! - le gritó, intentando alcanzarle, pero el hombre era tan veloz como ella.- ¡Eh, espere! - Vete. El hechizo no durará mucho y, si sigues aquí, te recordarán. Largo. - ¡Ah, no! ¡No me voy hasta que me diga quién es! El hombre se detuvo. Era rubio, tenía los ojos verdes y porte elegante. El traje oscuro, combinado con camisa azul, le sentaba de maravilla; de hecho, parecía un galán de película, un detective de novela negra, más que una persona de carne y hueso. Ariadne estaba dispuesta a salir corriendo detrás de él, también a defenderse o resistirse a la inmovilización. No obstante, no se esperó lo que ocurrió: su salvador, murmurando algo que no alcanzó a entender, le tocó la frente. Ni siquiera se percató de que se abandonaba al sueño, todo sucedió con demasiada premura y, simplemente, cayó en brazos de aquel hombre.

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Habían transportado a Tim a una de las habitaciones de los profesores, donde le atendió la enfermera del internado, pero la buena mujer apenas supo qué hacer. Tania apenas se movió de su lado. Lo único que podía hacer era cogerle la mano, mientras recordaba las dos semanas que habían pasado juntos en Navidad. Incluso se empecinó en pasar la noche ahí y, al menos, le permitieron hacer eso. Al final, acabó hecha un ovillo junto a la cama de Tim, durmiendo profundamente, hasta que alguien la zarandeó con suavidad. - Tania, preciosa, vamos, levanta. Al abrir los ojos, se encontró con Álvaro, algo que, por primera vez en su vida, le hizo gruñir. Recordaba sus palabras, el desdén de las mismas, lo que le provocaba una rabia profunda que jamás había experimentado. Aún así, se contuvo, mientras se apartaba el pelo de la cara. - ¿Qué pasa? ¿Ha llegado ya la hechicera? - Todavía no, pero espero que esté al caer - Álvaro parecía preocupado y, dado que su tío pocas veces lo estaba, resultaba inquietante.- Pero es hora de ponerse en pie y tú tienes unas clases a las que ir. Venga, tienes tiempo de ir a la ducha y bajar a desayunar. - Pero... - Yo me quedo con Tim. No te preocupes. - ¿Y si viene...? - Te avisaremos. Ve. No le convencía demasiado la idea, pero también era verdad que debía acudir a clase. Por eso, regresó corriendo a su habitación, cogió sus cosas y voló hasta la ducha. Tras asearse y secarse el pelo lo suficiente, volvió a su cuarto una vez más para terminar de vestirse. Ahí, paseándose de un lado a otro, se encontró con aquella joven francesa que no terminaba de gustarle. Clementine llevaba puestas prendas de Ariadne, aunque no le quedaban demasiado bien, ya que ésta última era bastante más alta; incluso Tania lo era más que aquella chica que, entre el vivo rojo de su pelo y su piel nacarada, parecía un hada del bosque. Al principio, torció el gesto


ante el detalle de la ropa, le pareció un ultraje a su amiga, pero al ver que no lucían tanto en ella, se relajó un poco. - ¡Oh, por fin has venido! - exclamó Clementine. - Sí, bueno, me estaba duchando... - ¿Cómo está Tim? La angustia se palpaba tanto en su tono que la hostilidad de Tania se aplacó, parecía genuinamente preocupada por Tim. - Sigue igual. Están esperando a la bruja. - La pobre niña está preocupadísima - le explicó, suspirando. Hizo un gesto.- También yo. Tim nos ha estado cuidando desde que nos conoció y... Bueno, no se lo merece. ¿Sabes? Hasta vino a buscarnos a Jero y a mí al aeropuerto para que no nos metiéramos en líos. - Eso no lo contaste antes - Tania frunció un poco el ceño, pensativa.- ¿Y por qué fuisteis a Londres? Quiero decir, sé que Jero salió detrás de Deker, pero, ¿cómo le encontrasteis? - Jero visitó a una chica. - ¿Una chica? ¿Qué chica? - no pudo evitar ponerse celosa. Clementine debió de darse cuenta, ya que soltó una risita. Sonó cantarina, preciosa, casi como si la chica fuera una ninfa, una sirena o cualquier otra criatura mitológica y hermosa. Se preguntó si Jero habría quedado obnubilado por su belleza. - No parecía que la apreciara mucho. ¿Le contó las cuarenta? - Cantó. Le cantó las cuarenta. - Vaya dichos más raros...- suspiró, agitando la cabeza.- Bueno debió de ser alguien muy importante para él porque supo encontrarla. Me dijo que estaría entre semana escondida en su casa del pueblo y el fin de semana en su casa de Madrid. Y así fue. Tania se quedó muy quieta, boquiabierta. No podía ser tan fácil... ¿O si? - ¿Estás segura de eso? - Oui.


Clementine la miró extrañada, pero ella le ignoró para comprobar su reloj. Todavía estaba a tiempo de escabullirse del internado, tal y como había hecho meses atrás. Se vistió con unos vaqueros, un jersey y unas manoletinas. Una vez estuvo preparada, se despidió apresuradamente de la chica y partió rauda hacia las caballerizas; desde ahí se colaría en el camión de correos, como había hecho en lo que se le antojaba una eternidad. Como la vez anterior, no tuvo problemas a la hora de subirse al vehículo; sin embargo, hubo algo que resultó diferente, muy diferente: estaba sola, sin Rubén. Al recordar a Rubén, sintió una punzada en el corazón. ¿Cómo le estaría yendo?

 Tres días. Le quedaban tres días para poder convertirse en un asesino. Tres días que parecían tres años. Estaba cansado de esperar, de no actuar... ¿Cuando le iban a permitir tomar parte en la acción? Además, no era como si en aquella habitación pudiera hacer nada. En cuanto llegó a la mansión en la que vivía Mikage, le había llevado a un dormitorio, el cual no podía abandonar hasta que transcurriera el maldito periodo de reflexión. En ese cuarto no había televisión o videoconsola, tan solo la cama de matrimonio, un enorme armario vacío, un portátil que podía acceder a Internet durante una sola hora al día y una estantería estrecha y alta atestada de libros de todo tipo. Rubén permanecía tirado sobre el colchón, contemplando el techo con la mirada vacía, pues no dejaba de pensar en Tania. Tania...


Su recuerdo le acompañaba a todas horas. Acordarse de ella, de la conversación que habían mantenido el día anterior y del beso que habían compartido hacía ya cuatro días. Eso era todo, aunque sólo con eso bastaba. Alguien llamó a la puerta. - Adelante - dijo con voz átona. Mikage Nagato entró sin hacer ruido, moviéndose de aquella manera tan fluida que le hacía parecer más un personaje de videojuego que alguien real. Iba ataviado con traje, aunque no llevaba puerta la corbata e iba en mangas de camisa; unas elegantes y discretas gafas de montura cuadrada descansaban sobre su nariz recta. Ver a su futuro rey fue todo un alivio. Por fin podría preguntarle acerca de Erika, de lo sucedido en el Bécquer y, sobre todo, podría entretenerse con algo. - Buenos días, Rubén - se recostó contra la puerta. - Te has hecho de rogar... Mikage enarcó una ceja, ladeando un poco la cabeza. - ¿Aburrido? - aventuró, por lo que él asintió, casi desesperado; a lo mejor si era honesto, el hombre le ayudaría a vencer el aburrimiento.- Podrías aprovechar un poco y leer alguno de esos libros. La cultura no es mala, ¿sabes? Además, no necesito fieras salvajes a mi servicio, sino hombres inteligentes e instruidos, esos sí que son armas mortales. Rubén enrojeció hasta las orejas, pues no se le había ocurrido ni echar un vistazo a los volúmenes que descansaban en la estantería. - Lo tendré en cuenta. Pero, antes... - Espera, muchacho, la pregunta de rigor: ¿has cambiado de opinión? - No - aclaró, muy serio. Se pasó una mano por la nuca, alborotándose un poco el pelo. Como Mikage asintió, se humedeció los labios y añadió.- Tengo algunas preguntas.


El hombre comprobó el reloj de su muñeca, antes de coger la única silla que había en toda la habitación y colocarla frente a la cama. Se sentó en ella, mirándole fijamente, mientras volvía a asentir. - Tengo algo de tiempo. Pregunta. - Te conocí en casa de los Cremonte, me dijiste que ellos creen que eres un empresario. ¿Me mentiste entonces? Y, si no es así, ¿por qué tienes contacto con ellos? - ¿Recuerdas lo que te dije sobre el ajedrez? - ¿Que yo era un peón? - Exactamente - asintió, acompañándose de un gesto.- La familia Cremonte es otro peón, aunque ellos mismos se creen piezas más importantes en la partida. Trabajan para alguien muy poderoso, alguien llamado Rodolfo Benavente. - El abuelo de Deker. Sé quién es. - El bueno de Rodolfo los empleó para mantener controlada a tu madre. Se encargó de que supieran poco, de que se creyeran importantes y, sobre todo, de que tu madre los considerara amigos, una organización independiente. Por eso, yo me acerqué a ellos, era una forma de mantener a tu madre vigilada. Los Cremonte en realidad no son importantes, simplemente son un atajo a tu madre, una forma de manipularla. - ¿Crees que atentaron contra el Bécquer por orden de Rodolfo Benavente? - Podría ser - Mikage apretó los labios, pensativo.- Es una buena maniobra de distracción para los ladrones, desde luego. Quizás, pretendían que estuvieran ocupados con la máquina, mientras ellos hacían otras cosas... Pero también cabe la posibilidad de que Pascual Cremonte actuara por su cuenta. Es un poco impredecible. Rubén asintió, asimilando esa información, mientras reunía el valor para formular la pregunta que de verdad le importaba. - ¿Por qué mi madre es tan importante? - Porque ella sería un alfil.


- No es eso lo que te estoy preguntando - le espetó, frunciendo el ceño.- Me dijiste que mi madre mató a un tal Rafael Martín. Ahora me dices que Rodolfo Benavente la tiene vigilada. Cada vez la conozco menos. ¿Quién es mi madre, Mikage? ¿Por qué actúa como actúa? - Eso deberá contártelo ella. - No lo hará. Mikage se puso en pie, sin inmutarse, por lo que Rubén quiso gritar hasta quedarse sin voz. Con parsimonia, dejó la silla donde había estado originariamente y se volvió hacia él. - Dos cosas, Rubén. - Dime. - En primer lugar, te contaré toda la verdad cuando seas un asesino, créeme. En segundo lugar, tu rostro sigue siendo un espejo de tu alma - le miró a los ojos con dureza.- Si quieres ser un buen asesino, si quieres sobrevivir a esta partida de ajedrez, esfuérzate. Entrena. Cultiva cuerpo y mente. Controla tu carácter, tus gestos... Deja de ser tan predecible o cualquiera acabará contigo. - ¿Cualquiera? - soltó un bufido, desdeñoso.- La gente normal no va matando así como así y no creo que mis compañeros vayan a por mí... - Te equivocas, Rubén. Todo el mundo, por normal que sea, tiene un asesino dentro. Sólo es necesario presionar la tecla adecuada para que salga a la luz.

 En cuanto el camión de correo se detuvo, Tania saltó al exterior. Un relámpago cruzó el cielo, cubierto de enormes nubes oscuras, preludio del trueno que recorrió las calles del pueblo. Se estremeció. Hacía frío, estaba sola y no tenía muy claro qué iba a hacer a continuación. Sacó su teléfono móvil del bolsillo de su cazadora para contemplarlo. ¿Y si llamaba a Álvaro, Felipe y los demás?


No, se dijo categóricamente. Jamás. Les iba a demostrar que podía manejar sola aquel tipo de cosas, que era alguien digno de confianza y no una damisela en apuros, como la había llamado su propio tío el día anterior. Tras preguntar a un par de personas, logró encontrar el chalet que pertenecía a la familia Cremonte. Se detuvo en la calle, frente al edificio, observándolo. Parecía abandonado, vacío, lo que le daba un aire triste, sobre todo porque, al parecer, Erika vivía ahí entre semana. Tenía que ser deprimente el vivir sola en esa enorme casa. ¿Pero por qué te compadeces de ella? Erika no lo haría contigo, tonta. Además, tienes que encontrar a Jero, hacerlo volver junto a los demás. Con la mano, empujó la puerta de forja pintada de blanco, descubriendo que estaba abierta. Avanzó a través del camino de baldosas color ladrillo, con estudiado y fingido aire campestre, hasta alcanzar la entrada al chalet. Entonces llamó al timbre. Contuvo el aliento, todavía sin saber qué iba a hacer, hasta que Erika le abrió la puerta. Erika estaba distinta, parecía otra, de hecho. Su pelo largo ya no era de aquel rubio tan poco natural, sino que era negro con algún reflejo castaño oscuro. A juzgar por sus cejas oscuras, ese debía de ser su color y, la verdad, le sentaba mejor, la hacía parecer más joven y dulcificaba un poco sus rasgos. Además, iba vestida con ropa de andar por casa, no con esas prendas demasiado elegantes y caras. Por primera vez, Erika le pareció una chica normal, incluso accesible. - Vaya, vaya, vaya, Tania Esparza - masculló, cruzando los brazos sobre el pecho. - Hola, Erika... - ¿Qué narices haces aquí? ¿Qué quieres? Porque supongo que no has venido a tomar un café o a traerme los deberes - frunció los labios, contrariada. - Tenemos que hablar. - ¿Y eso por qué?


Tania apretó los labios. Sabía las palabras que debía pronunciar para conseguir la ayuda de Erika, pero no le gustaba pensar en ellas. De hecho, Erika solía provocarle unos celos que jamás había experimentado; en cierta manera, Erika siempre se interponía entre ella y los dos chicos de su vida. - Porque aprecias a Jero y está en peligro. - Yo no... - ¡Oh, por favor! - bufó Tania, exasperada.- Desde que empecé a salir con Jero me di cuenta de que solías mirarle, veía cariño en tus ojos... Incluso celos - hizo una pausa, en la que agitó la cabeza.- Oye, puedes ser desdeñosa con él en público cuanto quieras, pero a mí no me engañas. Veo a Jero como tú lo ves, veo lo maravilloso que es... Y por eso sé que es imposible no quererle, no adorarle. Erika la miró un instante, altiva, aunque al final pareció ceder. - Se ha metido en un lío, ¿verdad? - de mala gana, se hizo a un lado, permitiéndole pasar. Entonces se dirigió a un salón decorado con demasiadas cosas: cuadros, jarrones, figuras, ornamentos... Hasta una hermosa espada de oro. Tania se quedó impresionada, no por la cantidad de maravillas que había ahí, sino por el mal gusto de la habitación; la sala del internado donde guardaban los Objetos parecía mucho más sencilla, pese a que contenía muchas más cosas. Erika se acercó a la chimenea, dedicándose a mirar las miniaturas que había sobre ella: una hilera de animales tallados en marfil, resguardados a ambos lados por sendos colmillos de elefante rematados en oro. - Bueno, ¿me vas a decir qué ha pasado? - preguntó con brusquedad. - Pensaba que ya lo sabrías... - Ahora mismo no me informan de mucho. Casi asesinar al mayor logro de tu jefe no es que te dé mucho prestigio - repuso con rabia contenida; agitó la cabeza, acariciando con la yema de los dedos un pequeño tigre blanco.- Sólo sé que Jero se fue dispuesto a rescatar a Deker. - Logró encontrarle. También a Ariadne.


- ¿Pero? - Pero acabaron viajando en el tiempo. No sabemos dónde o cuándo están, ni siquiera si están bien o qué pretenden los Benavente... - No sé nada de eso. - Pero... Tú te encargaste de robar las Damas, ¡algo tienes que saber! Erika se volvió hacia ella, riéndose. - ¿De verdad crees que fui yo? - agitó la cabeza de un lado a otro, al parecer todo aquello le resultaba divertidísimo, lo que, al mismo tiempo, hacía que la sangre de Tania hirviera.- Oh, querida, sigues sin enterarte de nada. Yo sólo le di la maquinita al bueno de Santi y vigilé a la princesita para cerciorarnos de si veía fantasmas o no. Nada más. Seguía riéndose. Cada carcajada empeoraba el estado de Tania, que, de pronto, se sintió muy ofendida sólo porque había mencionado a su amigo. - No vuelvas a decir su nombre - siseó. - ¿El del difunto Santi? - ¡Cállate! Tania apretó tanto los puños como la mandíbula, lo que provocó una nueva oleada de carcajadas en la chica. Erika se pasó los dedos por el pelo, apartándoselo del rostro. - Así que es cierto, ¿eh? Suponía que había muerto, dado que la máquina dejó de funcionar, pero me lo acabas de confirmar - Erika estiró sus labios en una sonrisa lobuna, parecía estar disfrutando con todo aquello.- Y, dime, ¿quién acabó con el pobre? ¿Fue la propia máquina? ¿Tu querido Álvaro? ¿El viejo de Antúnez? - Fue Rubén - siseó, furiosa. Erika se quedó lívida, mientras su estúpida sonrisa de placer se le congeló en los labios, haciendo que su rostro se volviera inexpresivo como si de una máscara se tratara. - ¡Mientes! - exclamó. - Ojalá.


- Rubén no... Él no haría nada así... No, qué va... Él no... - Se ha convertido en un asesino - le contó con frialdad, a sabiendas de que la hería. No le importó, se lo tenía merecido pues, para Tania, si alguien había matado a Santi, había sido aquella chica que, hasta hacía dos segundos, se había pavoneado de hacerlo.- Supongo que ahora estarás contenta. Ya no será mío, ni tuyo, ni de nadie, salvo del rey de los asesinos. - ¡Eso es imposible! Rubén se vería afectado por la máquina...- se le quebró la voz, antes de clavar su mirada, airada, en ella.- Al menos que... ¿Qué le hiciste? - Nada. - ¡No mientas! - Sólo impedí que cayera bajo el influjo de la máquina... - ¡Y le convertiste en un asesino! - chilló Erika, abriendo los ojos tanto que, de pronto, parecía fuera de sí.- ¡Lo has arruinado todo! ¡Todo! Adiós al matrimonio, papá ya no le forzará para que se case conmigo, ¡y es todo culpa tuya! - ¡Yo no hice nada! ¡En todo caso fuiste tú, tú y tu maldita máquina! - ¡Si no hubiera quedado libre del influjo, Rubén no habría matado a Santi y ahora no sería un asesino! ¡Maldita sea! - rugió Erika; empezó a dar vueltas por la habitación como un animal enjaulado.- ¡Todo es culpa tuya! ¡Siempre lo estropeas todo! ¡Todo! Tania frunció el ceño, no comprendía la reacción de Erika. - ¿Qué más da que sea un asesino? Ni que vosotros os mostréis reacios a la hora de matar, no sois...- no terminó la frase, pues una idea comenzó a formarse en su cabeza.- ladrones...frunció el ceño. No, aquello no podía ser, no tenía ningún sentido.- ¿Rubén es un ladrón? - ¡Imbécil! ¡Rubén era el heredero! ¡Era el príncipe heredero! - Imposible... - Iba a casarme con él. En cuanto fuéramos marido y mujer, papá sacaría la verdad a la luz, que Beatriz de la Hera no existía, que era la identidad falsa de la reina perdida... ¡Pero ya no podrá ser! Rubén es un asesino, lo que le excluye del clan de los ladrones... ¡Mierda! - Erika se


quedó muy quieta, justo frente al mueble donde, entre dos jarrones, descansaba la espada de oro; miró a Tania por encima del hombro.- Y todo es culpa tuya.

 - ¿Te encuentras bien? Ante su pregunta, Deker simplemente agitó la cabeza, como si no ocurriera nada, aunque Jero podía ver su palidez. Llevaban todo el día de aquí para allá, cambiando de un bar a otro para poder estar sentados, para que Deker pudiera descansar; sin embargo, hacía más de cuarenta minutos que esperaban de pie frente al hotel Ritz. - Estoy cansado. Nada más. - No sé ni cómo te tienes en pie... - Bah, cuatro latigazos no me tumban ya - hizo un gesto con la mano, antes de comenzar a andar de un lado a otro lentamente.- ¿Dónde narices se ha metido Ariadne? Espero que no le haya pasado nada. - Oh, venga, es Ariadne y está cabreada. Pobre de aquel que quiera atraparla. Justo en aquel momento, rezongando, la chica se reunió con ellos. Su mal humor era tan evidente que hasta Deker enarcó una ceja. - Maldito sea ese hombre...- mascullaba sin parar. - Oye, que estoy aquí - comentó Deker, arrugando el entrecejo. - No eres el centro de mi universo, ¿sabes? - Ay, por favor, dejad de discutir - les pidió Jero, pasándose una mano por el rostro. - Vale, vale, tienes razón - asintió Ariadne, concentrándose en él.- ¿Qué tal tu día? ¿Te ha dado Deker bien de comer? - Puedo cuidar de Jero - intervino, irritado, el aludido. - Le he preguntado a él...


- Pues ha estado perfectamente. Hemos paseado, hemos tomado unos cuantos cafés y hemos comido el menú del día. De hecho, no ha dejado nada, a pesar de que el primero era menestra... - ¿Queréis parar ya? - explotó Jero, agitando la cabeza.- Dios, gracias a vosotros, sé cómo se sienten los hijos de un matrimonio divorciado - vio que sus dos amigos parecían más calmados, como si su arrebato los hubiera aplacado.- Bien, ahora que todo está tranquilo, ¿nos vas a decir qué has estado haciendo todo el día fuera? - Nos he creado una identidad falsa. Ya no tenemos que temer a la policía... No más de lo habitual, quiero decir - Ariadne les indicó que se acercaran y les mostró su bolso, que estaba completamente lleno de billetes.- Ya que estaba, nos he hecho ricos también. - ¿Has falsificado todo eso en un solo día? - se impresionó Deker. - Soy muy buena. - Ya te digo. - Bien, para que a nadie le resulte raro vernos juntos y evitar habladurías: Jero serás Fermín Gálvez, mi hermano - le tendió la documentación que le había preparado.- Por lo tanto, yo seré Soledad Gálvez. Y tú, Deker, serás mi marido, Héctor Perea. - Eso es lo que quieres, ¿eh? - sonrió Deker.- Ser mi esposa. Y, fíjate, qué moderna, eres tú la que me lo propones - el chico cogió el DNI y, tras echarle un vistazo, se lo guardó en el bolsillo interior de la gabardina, sin dejar de sonreírle a Ariadne. - Pues no lo pregones por ahí - repuso ella, irritada.- El resto del mundo no tiene por qué saber de tu falta de hombría. Jero agitó la cabeza. Definitivamente sus amigos no tenían remedio. Ariadne sacó del bolsillo un par de alianzas de oro; extendió la mano en dirección a Deker, que cogió una. Como la chica fue a colocarse la que quedaba, él la detuvo, reteniéndola al sujetarla de la muñeca. - Hagámoslo bien, anda. Al fin y al cabo, será la única boda que tengamos.


La joven le miró apenada, aunque siguió como estaba, mientras Deker curvaba los labios lacónicamente. Jero, por su parte, se mantuvo un poco al margen. Sabía que no tenía lugar en esa escena, que era algo entre sus dos amigos. Enterró las manos en los bolsillos de su abrigo, algo impresionado pues, entre la ropa y que habían comenzado a caer ligeros copos de nieve, parecía la escena de una de esas películas antiguas. - Ariadne Navarro, ¿me aceptas como tu esposo y prometes serme fiel en las alegrías y las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida... hasta que tu matrimonio con Kenneth nos separe? - Sí, acepto. Deker deslizó la alianza en el dedo de Ariadne, que sonrió y siguió: - Deker Sterling, ¿me aceptas como tu esposa y prometes serme fiel en las alegrías y las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida hasta que mi matrimonio con Kenneth nos separe? - Sí, acepto - ella le colocó la alianza, por lo que Deker sonrió.- Por el poder que me he concedido a mí mismo y porque lo pone en un DNI falsificado, yo nos declaro marido y mujer se acercó a Ariadne todavía más.- Así que, supongo, que ahora se me permite besar a la novia... Pese a que esté muy enfadada conmigo. - Deker, ni se te... No permitió que Ariadne siguiera hablando o se escapara, ya que la agarró de la cintura, inclinándola, mientras posaba sus labios sobre los de ella, besándola apasionadamente. Jero apartó la mirada, todavía más impresionado y algo incómodo. - Oye... Que tenéis ahí un hotel, ¿no podéis hacerlo en una habitación? - se volvió hacia ellos, pero Deker no había soltado a la chica, lo que estaba llamando la atención de la gente que pasaba por ahí. Por eso, Jero se acercó a ellos y tosió secamente.- Os están mirando. Parad ya. Por fin dejaron de besarse, aunque entonces Ariadne soltó un gruñido: - ¿Has montado todo ese paripé sólo para besarme?


- ¿A qué soy un romántico? - Eres un... Un... ¡Arg! - exclamó, seguramente a punto de explotar.- ¡No lo vuelvas a hacer! ¡Jamás! ¡Y sigo enfadada contigo, que conste! - le fulminó con la mirada, antes de dirigirse hacia el hotel.- Vamos a por una habitación, anda... ¡Malditos seáis todos los hombres! Unos me duermen, los otros me tocan las narices, ¡arg! Jero y Deker compartieron una mirada, antes de seguir a la chica. - Rapunzel, ¿qué es eso de que te duermen?

 Todo sucedió demasiado rápido. Para su sorpresa, Erika agarró la espada de oro y la empuñó con ambas manos con la clara intención de partirla en dos. Tania se echó a un lado por puro instinto, salvándole del brutal ataque. No obstante, la mirada encendida de Erika le dejó muy claro que la pelea no se iba a detener ahí, así que, mientras se ponía en pie torpemente para escapar, buscó algo con lo que contraatacar o, al menos, defenderse. Lo único que alcanzó fue un jarrón. Lo lanzó a la cabeza de Erika, pero ésta lo partió en dos con la espada. Ambas mitades cayeron al suelo, pero no se fragmentaron en miles de pedazos, sino que rebotaron... pues se habían convertido en oro. ¿Me convertirá en oro si la toco o seré inmune a ella? No le apetecía mucho averiguarlo, así que sólo tenía una opción: huir. Recordó que el factor sorpresa solía ser fundamental para salir airoso de aquel tipo de situaciones, así que contuvo el aliento y se abalanzó sobre Erika. Ésta no había esperado tal comportamiento, por lo que ambas cayeron al suelo.


Su idea había sido tirarla, levantarse y salir corriendo. Sin embargo, en cuanto se puso en pie, Erika tiró de su tobillo, por lo que cayó. Ésta aprovechó aquel instante de debilidad para hacerse con la espada y, de paso, con el control de la situación. - Estoy harta de ti, Tania Esparza. Erika levantó la espada con ambas manos y la dejó caer. Tania, por su parte, vio como el filo caía hacia ella, inevitable. El tiempo se ralentizó. Su espalda daba a una esquina, no tenía escapatoria... El corazón se le desbocó. Sólo le quedaba una opción, una apuesta arriesgada... Tragó saliva, aterrada. Funciona, funciona, funciona, funciona... Alzó ambas manos para sostener la dorada hoja de la espada, impidiendo su descenso. El filo penetró su piel, haciéndole sendos tajos en las manos, aunque todo quedó ahí. Ni siquiera se convirtió en oro como había ocurrido con el jarrón. Erika parpadeó, asombrada, aunque no por ello cejó en su empeño. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Tania se puso en pie sin soltar la espada, intentando vencer aquel pulso. Y fue entonces cuando se dio cuenta. Atónita, comprobó que la mano de Erika estaba cambiando: poco a poco, aunque cada vez con más rapidez, la piel se iba tornando oro. El áureo metal ya le recubría la mano izquierda al completo y seguía ascendiendo por su brazo. - ¿Qué narices miras? - le preguntó Erika de malos modos. - Tu mano... Mírala. Tania soltó la hoja de la espada. Sabía que no le iba a ocurrir nada, que era inmune también a esa magia, pero estaba impresionada y necesitaba apartarse; por eso, dio un paso hacia atrás, todavía sin poder reaccionar. El oro alcanzó el hombro de Erika, que por fin se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Empezó a respirar agitadamente, el terror se instaló en sus ojos. - ¡No! ¡No puede ser! - se volvió hacia ella.- ¡Haz que pare! ¡HAZLO!


- Yo no... No...- Tania no podía creerse lo que estaba ocurriendo. - ¡Haz algo, inútil! El pánico fue tan tangible en la voz de Erika, que Tania pudo reaccionar al fin. Se acercó a la chica e intentó quitarle la espada de la mano, pero los dedos seguían cerrados con firmeza sobre ella. Se estremeció al tocarlos, en un desesperado y vano intento de soltarlos, pues estaban demasiado tersos y fríos... Como el oro. - No puedo hacer nada - musitó, todavía aferrada a la inerte mano de Erika; alzó la mirada en dirección a la chica, comprobando que tanto la parte izquierda del torso como el muslo izquierdo se habían transformado en el noble metal.- Lo siento, Erika, yo... No puedo hacer nada. Erika cerró los ojos. Parecía desesperada. - Voy a morir - susurró, aterrada.- Voy a morir ahora... Y también es culpa tuya. - Yo no he hecho nada... Pero Erika ni siquiera la escuchaba, estaba demasiado concentrada en sí misma. Agitaba la cabeza, incluso alguna lágrima se deslizaba sobre sus mejillas. Tras un segundo, durante el cual el oro comenzó a trepar por su pierna derecha desde el tobillo, la miró a los ojos, ciega de rabia. - Ni siquiera ha podido matarme él. Has tenido que hacerlo tú. - Yo no te he matado, Erika, ha sido un accidente... La chica se quedó callada un instante, el oro ya le cubría la mitad inferior y se extendía por su pecho, incluso por su cuello. Entonces, con sus ojos brillando con rabia, alargó una mano para enterrar sus dedos en el rubio pelo de Tania, al cual se aferró con todas sus fuerzas, retorciéndolo con ahínco. - ¡Suéltame! - ¡No! Aquí acaba mi historia, pero también la tuya. ¡No dejaré que...! No pudo seguir hablando, pues sus labios se transformaron en oro, quedando fijados, al igual que su brazo derecho al completo y su pelo. Durante un segundo, tan solo sus ojos siguieron estando vivos, pero acabaron convertidos en oro...


Y entonces Erika Cremonte muri贸.


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