Corrientes del tiempo: Capítulo 6

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No te mueras. Por favor, Tim, no te mueras. Hanna era incapaz de hacer ese ruego en voz alta, sencillamente no tenía voz para pronunciar las palabras, quizás porque, si así lo hacía, la posibilidad de que Tim muriera sería todavía más real. Llevaba toda la mañana aferrada a su mano, mientras el pobre Tim se retorcía de dolor entre fríos sudores y murmullos febriles e inconexos. En realidad, aquel día había tenido que comenzar las clases en el Bécquer, pero el señor Navarro le había permitido quedarse junto a Tim sin que tuviera que rogarle. Al pensar en aquel hombre, apretó los labios. No era que Felipe Navarro no le gustara, no. Se trataba de que no se fiaba de los adultos, sobre todo de aquellos que eran amables y que pretendían ser buenos. Esos eran los peores, desde luego. Y si había alguien que parecía todo aquello era Felipe Navarro. El hombre se afanaba en parecer simpático, en aparentar cuidarla, pero Hanna sabía que, en realidad, era más un rehén que otra cosa. Alguien llamó a la puerta, aunque Hanna no se movió, permaneció mirando a Tim como si éste fuera a desvanecerse si no lo hacía. - Monsieur Navarro dice que es hora de comer... - No tengo hambre. Escuchó que cerraban la puerta con delicadeza y, un segundo después, Clementine se agachó a su lado. Primero, acarició la frente de Tim, apartándole el rubio flequillo de los ojos, sin ni siquiera hacer una mueca de asco al notar que estaba perlada de sudor; después, se volvió hacia ella, mostrándose dulce, algo que no había sucedido hasta el momento. - Eres una niña. Tienes que crecer y, para crecer, tienes que comer.


- No tengo hambre. De verdad. - ¿No quieres venir por él o por monsieur Navarro? - Hanna abrió los ojos, sorprendida, por lo que la chica sonrió, divertida.- ¿No creerías que eres sutil? - No me fío de ese hombre - reconoció, incómoda. Clementine tampoco le gustaba mucho, miraba a Tim de la misma manera en la que ella lo hacía, con la diferencia de que la chica era mayor y más guapa. No obstante, Clementine desprendía honestidad por los cuatro costados. - Te salva y tú desconfías de él... Muy lógico. - Eso dice él, seguramente quiera recuperar a su sobrina, usándome a mí. La chica, durante unos segundos, la contempló con incredulidad, pero acabó echándose a reír, agitando la cabeza de un lado a otro. - Tu est une petite fille... - ¡No soy ninguna niña pequeña! - Claro que sí - asintió Clementine, revolviéndole el pelo.- No todo el mundo es como tus padres, cherie. Y ese hombre no pretende nada de ti, sólo te salvó y quiere cuidarte. Nada más - hizo una pausa.- Más vale que aprendas a diferenciar los distintos tipos de hombres o, cuando seas mayor, vas a sufrir mucho, ma belle petite fille. Se inclinó de nuevo sobre Tim, a quien le besó en la frente. - Faire du bien à, s’il vous plaît - después, se volvió hacia ella.- Vamos a comer. Es una orden, enana, así que tira. Mientras la seguía al pasillo, Hanna no dejó de preguntarse cómo podía ser tan amable a veces y otras tan sencillamente odiosa.

 El timbre que marcaba el final de las clases resonó por todo el internado.


Felipe, entonces, abandonó su despacho con rapidez para acudir al aula donde Valeria impartía clases a esa hora. Aguardó, nervioso como un niño, hasta que la vio salir. En cuanto la mujer pasó por su lado, la sujetó de un brazo, tirando de ella para colocarla contra una pared. Y la besó. La besó como si necesitara sus labios para respirar. Los alumnos que les rodeaban rompieron en vítores, aplausos y risitas, lo que provocó que Valeria se sonrojara hasta la punta de las orejas. - ¡Hala, dire, qué campeón! - ¡Por fin ha conseguido a Barbarella! ¡Uh! Mientras Valeria cerraba los ojos, muerta de vergüenza y se aferraba a él, Felipe tuvo que contener las ganas de reír. Había deseado tanto besarla que ni siquiera se había parado a pensar en los alumnos. Un fallo por su parte. - Sois todos una panda de cotillas - comentó, volviéndose hacia ellos.- ¿Os creéis que estáis en el cine o qué? - vio que algunos alumnos abrían la boca, así que se adelantó a ellos.- Os recuerdo que soy vuestro director, podría poneros un castigo horrible como masajear los callos del profesor Antúnez... - ¡Felipe! - le regañó Valeria ante las risas de los chicos. - Así que, hala, al comedor, es hora de comer, venga. Esperó a que desalojaran el pasillo para volver a mirar a Valeria, enlazando sus dedos con los de ella, y conducirla hasta su despacho. En cuanto cerró la puerta, la mujer le golpeó en el hombro con fuerza. - Te voy a matar. Te lo juro, Felipe, te voy a matar. - Sólo ha sido un besito de nada... - Delante de todos los alumnos. - Valeria, somos sus profesores - aclaró él, muy serio.- Estamos en la obligación de enseñarles, prepararles para el futuro, así que lo he hecho por su bien. Ha sido una clase magistral


porque, admítelo, ha sido un beso magistral - tras guiñarle un ojo, alzó los brazos hacia el cielo con mucho dramatismo.- He preparado a esos chicos para seducir a sus parejas en el futuro. - Eres idiota - rió ella, apartándose un mechón de pelo del rostro. Felipe se encogió de hombros, sonriendo levemente. Se apoyó en su escritorio, pasándose la mano por la nuca, mientras perdía el gesto risueño. - La verdad es que necesitaba besarte. Me he pasado toda la mañana como si estuviera en el fondo del mar, anhelando aire para respirar y todo porque no estabas conmigo - reconoció, aflojándose la corbata.- También necesitaba besarte para cerciorarme de que era real... Y porque necesitaba que algo fuera bonito. Valeria depositó sus cosas en la mesita baja del despacho antes de subirse en el escritorio de un saltito, quedándose junto a Felipe. - Día duro, ¿eh? - Tim sigue mal, la hechicera no llega, Hanna sigue mirándome como si fuera el hombre del saco, Álvaro y Kenneth me desesperan... - ¿Kenneth? Pero si es un cielo. - Pero no ven lo que yo veo y eso me enerva - Felipe suspiró una vez más.- No sé a cuál de los dos quiero golpear más. Si a Álvaro por cobarde o a Kenneth por cegato - Valeria enarcó una ceja, por lo que él hizo una mueca.- Oh, venga ya, sabes que no es por las gafas. - Vale, vale. Admite que me lo has puesto fácil. - Es que yo conozco a Álvaro mejor que nadie. De verdad. Y sé mejor que nadie lo maravilloso que es y lo difícil que lo ha tenido siempre y... Sólo quiero que sea feliz. - Estáis muy unidos, ¿eh? - Es como mi hermano. Sí, estaba Héctor y te juro que lo adoraba, pero... Podía ser tan distante, tan lejano. Álvaro siempre ha estado ahí, siempre nos hemos entendido a la perfección resopló, era difícil recordar a Héctor, más aún cuando admitía delante de alguien que su relación con él no era como le hubiera gustado.


- ¿Por qué no les encierras en una habitación? A Álvaro y Kenneth, digo - comentó Valeria, arrugando los labios con aire pensativo.- Leí una novela romántica donde los secundarios encerraban a los protas para que hablaran y funcionaba. - Espero que eso no signifique que te imaginas a Álvaro protagonizando portadas de novelas románticas. - Hombre... - ¿Mi belleza no te parece suficiente para esos menesteres? - Ten en cuenta que las portadas no son nada. Lo que una chica quiere es al protagonista de la historia y, te prometo, que tú eres el único que aparece en ellas - Valeria enlazó sus manos sobre el hombro de Felipe, sonriéndole.- Eres el único protagonista de mis sueños. - Pero sigues pensando que Álvaro es más guapo... - bromeó él. - ¡Tonto! - la mujer le acarició el rostro.- Tu día pésimo también es porque echas de menos a Ariadne, ¿verdad? - Estoy preocupado por ella. La conozco, sé que se las ingeniaría para dejarme un mensaje y decirme que está bien. Pero aquí estoy, sin noticias de ella. Y eso me preocupa. ¿Y si no sé nada porque le ha ocurrido algo y no ha podido avisarme? - Quizás te ha dejado un mensaje, pero tú no lo has encontrado. - Ojalá sea eso... Ojalá.

 - Quédate aquí - insistió Ariadne. Su tono era duro, incluso irritado, lo que denotaba que seguía furiosa con él; pero también detectó preocupación en su voz, por lo que dedujo que su enfado era más orgullo y cabezonería que corazón. Por eso, Deker sonrió, mientras se colocaba el sombrero sobre su maldito pelo convencional.


- No voy a dejarte sola. - Te torturaron hace una semana. Tienes que descansar. - Estoy bien - aclaró, antes de adoptar la típica postura de fortachón de circo con los brazos flexionados.- Soy fuerte. - Ten cuidado, Múscules, vas a romper la chaqueta con tu falta de musculatura - apuntó la chica con una sonrisa maliciosa. Se volvió hacia el espejo, donde se ahuecó un poco su melena, que se había ondulado marcadamente.- Prefiero que te quedes aquí cuidando de Jero. Yo puedo defenderme sola, pero él no. - Si los Benavente van a por ti, no podrás escapar de ellos. Ariadne se volvió hacia él, arqueando una ceja con altivez. - Yo siempre escapo. - No hace falta que presumas de ello. Lo sé - la expresión de la chica fue inescrutable, por lo que Deker decidió abordar otro de sus argumentos lógicos.- Además, hemos conseguido una moto para viajar y no pienso permitir que la lleves sola. Conduces como una loca - le guiñó un ojo con descaro.- Prefiero que dejes de torturarme porque caigas a mis pies, que por tener un accidente o algo por el estilo. - Tienes el día graciosillo... Genial - resopló Ariadne. La muchacha se marchó la primera, aunque Deker no tardó en seguirla. Vio las amplias faldas de su vestido agitarse, tapando demasiado esas piernas tan bonitas que tenía y no pudo evitar acercarse. No obstante, la chica no le hizo ni caso y se dedicó a conversar con Jero. Desde la discusión que habían tenido nada más llegar al pasado, Ariadne no había vuelto a hablarle, ni a comportarse con naturalidad con él, pese a que compartían habitación de hotel. La echaba de menos. Mucho. ¿Por qué tenía que dejar que su propio pasado le afectara tanto? ¿Por qué permitía que Silver marcara la tónica en su relación con Ariadne? Las dos chicas eran diferentes, lo que sentía


por cada una de ellas era diferente... Pero el fantasma de Silver no dejaba de afectarle... O, quizás, era él quien no terminaba de dejarla marchar. Quizás Jero tenía razón y le asustaba tanto lo que sentía por Ariadne que se saboteaba a sí mismo y usaba a Silver como excusa. ¿Qué más daba todo aquello? Lo importante era recuperar a Ariadne, aprovechar el tiempo que le quedaba junto a ella. Por eso, se adelantó y la esperó a la salida del hotel, ya montado en la moto que habían alquilado. Cuando Ariadne salió, con su bonito vestido blanco debajo del ajustado abrigo azul oscuro, se volvió hacia ella, sonriéndole: - ¿Te llevo, muñeca? Y Ariadne sonrió. Deker sabía que lo hizo a su pesar, pero la cuestión fue que curvó sus labios en una bonita sonrisa. Agitando la cabeza, avanzó hasta sentarse detrás de él; se aferró a su cintura, mientras susurraba: - ¿Ahora recreas escenas de Doctor Who? - Lo que sea necesario para que me perdones. - De momento, limítate a conducir.

 Se despidió de Valeria puesto que ella iba a comer con los demás profesores y él había decidido acompañar a Álvaro y las chicas, ya que no podían bajar al comedor por unos motivos u otros. Mientras se dirigía hacia la sala de reuniones del tercer piso, no dejó de darle vueltas a cómo podía haberle dejado Ariadne alguna nota. ¿Y si les ha pasado algo? ¿Y si ahora mismo están muertos o son unos abuelos? Joder, Felipe, tampoco pienses eso o acabarás con pesadillas y dolores de cabeza. Lo que te faltaba...


Por suerte, su teléfono móvil sonó, haciéndole olvidar las horribles posibilidades que podía depararle el viaje en el tiempo a su sobrina y compañía. - ¿Ocurre algo, Gerardo? - Ha llegado tu visita de Ourense - se detuvo en mitad del pasillo, aliviado, al fin algo salía bien.- Kenneth la está subiendo al tercer piso. Le he dicho que la conduzca directamente al dormitorio del joven Timothy. - Por fin algo de ayuda. - Esperemos que pueda hacer algo por el muchacho. - Luego te cuento. Felipe había escuchado pasos y, al girarse, vio como se acercaba Kenneth en compañía de una mujer. Era alta, atractiva, de largo cabello rubio y seguridad aplastante; era una de esas mujeres que parecía emanar sensualidad, de las que dejaban boquiabiertos a muchos hombres. Él, en cambio, frunció un poco el ceño, le resultaba vagamente familiar. - ¡Oh, alteza, ahí está! - puso los ojos en blanco ante el trato tan formal que, de repente, le dio Kenneth.- Le presento a la señorita Débora Viles. - ¿Debo hacer una reverencia, alteza? - preguntó ella, burlona. - Ni siquiera debes tratarme de usted - suspiró Felipe. La hechicera le tendió una mano de dedos largos y delgados, habilidosos; la besó educadamente, antes de sonreírle.- Mi buen amigo Kenneth es demasiado formal. - No hace falta que lo jures. - Se me olvidaba que le conocías de antes - asintió Felipe, soltando la mano de la bruja; la miró a los ojos, frunciendo un poco el ceño.- ¿Nos hemos visto antes, señorita Viles? - No lo descartaría - reconoció ella con una sonrisa; con un ademán coqueto se apartó el pelo del rostro, sin borrar aquel gesto de sus labios.- Mucha gente acude a mí y no siempre los recuerdo a todos. Sin embargo... Creo que recordaría a alguien como tú. Mis clientes no siempre


tienen ese culo prieto - le guiñó un ojo con descaro.- Pero supongo que no es el momento de divertirnos, sino de trabajar. ¿Dónde está mi paciente? Le hizo un gesto y la guió hasta el dormitorio donde descansaba, por decir algo, Tim; sus quejidos se escuchaban a través de la puerta. Felipe fue a seguir a Débora al interior del cuarto, pero ella le indicó que sería mejor que trabajara a solas. El no estar con Tim, no le hacía demasiada gracia, aunque había aprendido a dar espacio a las personas. Por eso, se recostó contra la pared, cruzando los brazos sobre el pecho. - ¿Te fías de dejarlos solos? - le preguntó Kenneth con suavidad. - ¿Acaso se interponen los familiares en las consultas médicas? El joven asintió con un gesto. Se quedó frente a él, erguido con aquella postura suya tan tiesa, mientras se quitaba las gafas para limpiarlas con un pañuelo. Después, se las puso de nuevo, ajustándoselas con un dedo. - Por cierto, ¿qué tal ha ido con Tania? Felipe arrugó el rostro, sintiéndose completamente perdido. - ¿Qué ha sucedido con Tania? - ¿No habéis hablado con ella esta mañana o algo así? - No...- respondió él, todavía más confuso. Entonces, intuyó que algo no iba bien, por lo que, además de cansado, se sintió inquieto de nuevo.- ¿Por qué crees que hemos estado hablando con Tania, Kenneth? - No ha venido a mi clase - el interpelado hizo un ademán, nervioso.- De hecho, no ha ido a ninguna. La he excusado ante Mabel, diciéndole que ayer se sentía mal y en la enfermería le habían dado permiso para descansar hoy...- se le quebró la voz, al mismo tiempo que cerraba los ojos con fuerza.- No va a estar en su habitación, ¿verdad? - Dudo mucho que esté en el internado. ¡Mierda! - A Álvaro le va a dar un ataque. No va a ser el único. Me van a matar entre todos.


- Quédate aquí, Kenneth. Seguramente Gerardo no tardará en venir, así que encargaos los dos de hablar con Débora, ¿de acuerdo? - en cuanto el joven asintió, él se dirigió hacia la sala de reuniones, mientras llamaba a Valeria por el móvil. La sala de reuniones era alargada, con la paredes cubiertas de estanterías que iban del suelo al techo y que estaban atestadas de todo tipo de libros. En las zonas donde no había baldas, colgaban mapas de distintas épocas y había ficheros que guardaban todo tipo de documentos. En el centro habían colocado una enorme mesa rectangular que, en aquel momento, estaba ocupada únicamente por tres personas. Álvaro, sentado de forma relajada, la presidía y, a su derecha, se habían acomodado las dos chicas; Hanna permanecía en silencio, visiblemente preocupada, mientras Clementine conversaba agradablemente con el hombre sobre París. - ¡Hombre, mirad quien se digna en venir a comer! - Álvaro le hizo burla. - La bruja acaba de llegar - les informó a los tres, sentándose a la izquierda de su mejor amigo; miró a las chicas un instante, intentando mostrarse esperanzado.- Ahora mismo está con Tim, así que comed tranquilas. En cuanto sepa algo, nos lo dirá. Notó que Álvaro le miraba con suspicacia, seguramente se había dado cuenta de que algo no iba bien, aunque sabía guardar las apariencias tan bien como él. Se puso en pie, dirigiéndose hacia el carrito que había a un lado; lo había dejado la cocinera que trabajaba para el clan en secreto y, como la buena mujer era muy detallista, había adjuntado una buena colección de vinos. - Álvaro, ¿vienes a echarme una mano con el vino? Desde siempre has sido bastante más sibarita que yo... Por no decir pijo tocapelotas - se concentró en las botellas hasta que su amigo se le unió.- Tenemos un problema... - Ya me he dado cuenta. ¿Pasa algo con Tim? - No. Con Tania. - ¿Tania? - Álvaro palideció, incluso alzó el tono de voz.


- No ha ido a ninguna clase. Valeria me ha dicho que tampoco ha pasado por el comedor y que nadie la ha visto hoy... Se ha ido - le explicó, haciéndole un gesto para que se controlara, lo que menos necesitaban era que cundiera la anarquía con todos sus protegidos.- Tú la conoces mejor que yo, ¿dónde crees que puede estar? - No lo sé. Tania no es de las que se escapan sin decir nada - masculló Álvaro, pasándose una mano por el pelo.- ¡Debería haberme dado cuenta de que se había ido! - ¿Cómo? Además, no puedes vigilarla siempre... - ¡No me vengas tú también con esas! - Sólo digo que no tienes la culpa de los actos de los demás - aclaró con un suspiro.- Y, de todos modos, no vamos a solucionar nada así. Cálmate y piensa, Álvaro, ¿por qué se escaparía Tania del internado sin decir nada? Debe de tener una razón poderosa. La última vez fue porque estaba siguiendo una pista de su padre. - ¿Habrá descubierto algo sobre el paradero de los demás? ¿Quizás ha ido a buscar a Rubén? - Álvaro cerró los ojos, nervioso.- ¡No lo sé! Tania no es de las que se escapan, Felipe, ya te lo he dicho... - Eh, perdón... Los dos se volvieron hacia Clementine a la vez, sorprendidos. Ésta, por su parte, estaba detrás de ellos y parecía extrañada. - Si estáis buscando a Tania, sé donde está. - ¿Dónde, Clementine? - la animó él. - Pues... Esta mañana estábamos hablando de Tim y de Jero y también de una chica. Jero fue a verla antes de ir a Londres, ella le dijo dónde podía encontrar a Deker y... Bueno, le dije que Jero me había dicho que pasaba la semana en su casa del pueblo y el fin de semana en Madrid. Tras decirle eso, simplemente se marchó - les explicó con rapidez, lo que marcó todavía más su acento francés. Álvaro y él se miraron entre sí, mientras ambos decía al mismo tiempo:


- Erika.

 El internado Gustavo Adolfo Bécquer no había cambiado demasiado con los años o, por lo menos, en los cincuenta era exactamente como en su época, salvo por unos pocos detalles. No había coches en la entrada, los uniformes eran ligeramente diferentes y el estilo capilar de los alumnos era anticuado... Al menos para ella. Deker aparcó la moto en la entrada y se bajó de un salto para poder tenderle una mano. Ariadne la ignoró a propósito, antes de descender con gracilidad. Era una de las mejores ladronas del mundo, podía hacer cosas más difíciles que abandonar una moto con los ojos cerrados. A su alrededor, los niños jugaban bajo la estricta vigilancia de los profesores. - Madre mía - comentó ella, dirigiéndose hacia la entrada.- Entre tanta trenza y tanto bigote parece que hemos acabado en la aldea de Asterix. - Qué mala eres, Rapunzel - rió Deker. - ¿Te acuerdas de la historia? - No soy idiota. - Permíteme que lo dude. Deker le dedicó una mueca antes de suspirar. Antes de franquear la entrada principal, se volvió para echar un último vistazo a los terrenos. Después, apretó el paso para alcanzarla, mientras susurraba: - Que modernos eran por aquí, ¿no? - Tampoco tanto. El ala oeste era de uso exclusivamente masculino, mientras que la este, femenino. Habitaciones, aulas, comedor... Todo estaba dividido, no se cruzaban, salvo en el recreo... Y sólo los niños más pequeños. Los más mayores tienen patios separados o se pueden quedar en la biblioteca. Una juerga, vamos.


- Qué puesta estás. Ariadne iba a explicarle por qué conocía tan bien la historia del Bécquer, cuando el jefe de estudios salió a su encuentro y tuvo que callarse. El hombre, un cura que vestía larga sotana negra, les saludó con educación y estrechó sus manos. - Si son tan amables de seguirme, señores Perea - les dijo después, conduciéndoles hacia la zona de oficinas. - Perdone, padre Gutiérrez, pero yo creía que íbamos a hablar con el director. - La entrevista preliminar será conmigo, señora Perea - la voz del cura, aunque intentaba ser amable, era más bien tirante, incluso incómoda; no se sentía a gusto dándole explicaciones a una mujer.- Este es un colegio muy exclusivo, no cualquiera puede entrar, sólo aquellos que honren a nuestro Señor Jesucristo y al Caudillo, por supuesto. Ariadne, recuerda que estás en los años cincuenta. Estás en los años cincuenta, contrólate. No asombres al cura de las narices con tu agudo ingenio, ni con el dolor que produce uno de tus tacones en su santificado recto. Los tres acabaron en un pequeño despacho. El cura se acomodó a un lado de la mesa, quedando debajo de un crucifico y una foto del general Francisco Franco, que estaban colgadas sobre la pizarra. Bueno, pensándolo bien, las diferencias entre su internado y el de los cincuenta eran algo más pronunciadas. - Si no me equivoco, señor Perea, quiere matricular a su hijo en este internado - dijo el cura, por lo que Deker asintió con un gesto.- Y, bien, hábleme de su hijo. - Oh, pues... Jero, Jerónimo, es muy buen chico, ¿sabe usted? Ariadne echó la cabeza hacia atrás, intuía que iba a ser una entrevista muy larga. Bueno, no es como si el tiempo sea excesivamente importante... Pero qué coñazo.




Erika era una estatua de oro. Erika era una estatua de oro... Como la hija del rey Midas en el cuento. Por más que se lo repitiera, Tania no terminaba de creérselo... Y eso que los dorados dedos de Erika seguían aferrados a su pelo con tanta fuerza que, por más que lo intentaba, no podía liberarse. Justo en ese momento, la otra mano de Erika, la que sostenía la espada de oro, se abrió, dejando caer el arma al suelo. Ésta repiqueteó como una campana al rebotar, antes de quedarse quieta... no muy lejos de donde estaba Tania. - ¿No podrías hacer eso con la otra? ¿No? No obstante, la mano de Erika siguió sin moverse. Resopló. Hasta ella, que no era demasiado ducha en esos temas, era capaz de deducir que lo de la espada se había debido a la magia, a que era un Objeto y se estaba protegiendo a sí misma. - ¡Jolín! ¿Y ahora yo qué hago? Intentó, de nuevo, liberarse, pero por más que tiraba o movía la cabeza, su cabello seguía entre los dedos de oro de la estatua. Además, dicho agarre impedía que se pudiera agachar y, por tanto, coger la espada que, aunque no le hacía excesiva gracia, podría liberarla. Pero nada, no había manera de soltarse por sí misma. Lo peor era que nadie sabía dónde se encontraba, nadie sabía que se había escapado y, por tanto, nadie iba a acudir a su rescate. - Bueno, Tania, quieres ser auto-suficiente, ¿no? Pues ahora puedes serlo...- hizo una mueca, pasándose una mano por la cara.- El problema es la imaginación nunca ha sido lo mío... Y no se me ocurre cómo salir de esta sin ayuda...- se quedó muy quieta, resoplando de nuevo.- Y encima ahora hablo sola. Estupendo. Como tampoco tenía más opción, tiró de su propio pelo con ambas manos. Nada.


Y ni siquiera podía utilizar el móvil porque, tonta ella, ni siquiera lo había cogido al salir de su habitación. Pensó, hastiada, que su única esperanza reparaba en que, al echarla de menos en el internado, Clementine dedujera que había ido a casa de Erika. Por favor, por favor, Clementine, diles donde estoy...

Las horas pasaron, se le antojaron eternas al no poder hacer nada salvo permanecer de pie sin apenas moverse. Estaba considerando la opción de romper cada cabello atrapado, cuando escuchó ruido. Se quedó muy quieta. ¿Y si era la familia de Erika? En ese caso su situación empeoraría todavía más, ya que la culparían de la muerte de Erika y se vengarían. ¿Podría escapar en caso de que intentaran hacerme daño? Pero si ni siquiera puedes escapar sin presión añadida, Tania, ¿estás tonta? - ¿Pero qué coño...? Se giró un poco para ver como tanto su tío Álvaro como Felipe Navarro habían entrado en el salón y contemplaban la escena atónitos. Vio como el primero avanzaba hacia ella, así que exclamó con rapidez: - ¡No toques la espada! - ¿De verdad crees que la espada es lo que más me llama la atención? - ¡Es de oro! - Tiene alma de ladrona, desde luego - Álvaro puso los ojos en blanco ante el comentario de Felipe. Éste se colocó en cuclillas junto a la espada para examinarla sin llegar a tocarla; parecía muy emocionado.- Alucinante... - Felipe, no es el momento de maravillarse con una obra de arte - bufó Álvaro, que había llegado a su lado y contemplaba la mano de Erika con el ceño fruncido.- Al menos que creas que esa espada pueda cortar también el oro. - No podéis tocarla, convierte...


- En oro al que la toca - Felipe terminó la frase por ella. Agitó la cabeza, pasándose una mano por la nuca.- Voy al coche y ahora mismo vuelvo. Vamos a necesitar una caja contenedora, un cuchillo... Y guantes para nosotros dos. Ya que estamos, registraremos esta casa por si tienen más Objetos interesantes - explicó el hombre, dirigiéndose hacia la salida. - ¿Estás bien? - le preguntó Álvaro a ella. - Sigo alucinando un poco, pero bien. - Bien...- asintió el hombre con suavidad. Su comprensión duró apenas un suspiro, pues no tardó en fulminarla con la mirada, severo.- ¡¿Pero se puede saber en qué pensabas?! ¡¿Y si te hubiera sucedido algo peor?! ¡¿Y si te hubieran herido, qué?! - Sólo quería ayudar... - ¡Así no ayudas a nadie! ¡Sólo has ayudado a que me dé un infarto! - Pensé que Erika sería una buena fuente de información - aclaró ella con dureza.- Te lo habría dicho para que hicieras algo, pero no me habrías hecho ni caso. Porque, claro, soy Tania, sólo soy una niña mona que debe ser protegida, ¿verdad? Álvaro no se esperaba aquello y Tania lo leyó en su cara. - Yo no... No... No me entendiste... Justo en ese preciso momento, Felipe reapareció y fue directo hacia ellos, empuñando un afilado cutter, tras depositar una caja de madera en el suelo. Álvaro alzó una mano, deteniéndole. - Eh, eh, ¿qué vas a cortar? - La mano de una estatua de oro macizo no, desde luego - Felipe le miró con hastío, acompañándose de un gesto impaciente.- Mira, hay una bruja en el internado, le pediremos una poción crecepelo o algo así. ¿De acuerdo? Pese a las palabras de Felipe, Álvaro seguía sin estar demasiado convencido, lo que hartó a Tania que apretó los labios, cansada. - No le hagas caso, Felipe, hazlo. - Quita, quita, lo haré yo - su tío se hizo con el cutter.


- Mientras tanto voy a echar un vistazo. A saber la cantidad de Objetos que tendrá esta familia - Felipe les guiñó un ojo, alejándose.- Además, he de dar ejemplo, así que voy a saquearles sin compasión. Aguardaron hasta que el hombre desapareció, para volver a mirarse. Álvaro contuvo el aliento un momento. - No hagas un drama de esto - le pidió Tania. - Te escapas, te enfrentas a una loca que disparó a tu amiga sin compasión y yo no debo hacer dramas. Perfecto - masculló su tío, empuñando el cutter; la hoja cortó con facilidad los mechones atrapados, por lo que los supervivientes le cayeron sobre un lado de la cara. Tania, al fin, se encontró libre, así que se alejó todo lo posible de Erika; todo ello bajo la atenta mirada del hombre.- ¿Te das cuenta de la estupidez que has cometido? - Sólo intentaba ayudar. - No. Intentabas castigarme porque malinterpretaste mis palabras. - Eso no es verdad - aclaró, muy seria; de repente, toda la atención de Álvaro, su evidente preocupación, la irritó un poco. No era una niña, sus intenciones no eran tan banales, ¿es qué no podía entender que sólo deseaba ser útil? - Bueno, pues mañana llega tu padre. Espero que, al menos, le permitas a él hacer un drama de semejante tontería - le reprochó Álvaro, visiblemente enfadado. Se pasó una mano por el rostro.- Menuda estupidez, Tania. De verdad... - Eso lo dices porque lo he hecho yo. - ¡Lo digo porque es verdad! - Ariadne se interpone en el camino de una bala, Deker sigue a un asesino que casi le mata a través de un portal y Jero... Vamos, lo de Jero ya es el colmo. Él, que no es ni ladrón ni nada, seguir a los demás como si fuera Superman. Pero, al final, la que hace la estupidez soy yo, ¡no ellos! - exclamó Tania, cada vez más furiosa. - Hay un denominador común en esos hechos que no coincide con tu idiotez.


- Ilumíname. - Ellos lo hicieron por salvar a otros, por amor o amistad. ¡Tú no! - ¡Lo hice porque quiero encontrar a mis amigos! Los dos se estaban fulminando con la mirada, cuando Felipe regresó a la habitación, llevando entre las manos algo que Tania no supo identificar. Al principio creyó que era una lámpara, pero después comprendió que era algo diferente: una pantalla circular con dibujos de animales, entre los cuales había cortes verticales. - Mirad lo que he encontrado. - ¿Un tambor? - se extrañó Tania. - Es un zoótropo - repuso Álvaro con desdén.- Como dudo que sepas lo qué es, te lo explicaré: era un juguete bastante popular en el siglo XIX. Es uno de los antecedentes del cine. Tania apretó los labios. El tono de su tío le había recordado a Ariadne. La chica siempre lo empleaba, entre hastiada y desesperada, cuando ellos no conocían algún dato o no deducían algo que, para ella, era evidente. Era un poco como si los creyera tontos, pero Tania había aprendido que no lo hacía con maldad y en esos momentos hasta lo añoraba. - Este zoótropo no es ningún juguete - comentó Felipe con aire tétrico.- Es un Objeto y bastante peligroso. Roba recuerdos, incluso puede cambiarlos por otros. - ¿Lo conoces? - se extrañó Álvaro. - Yo mismo lo robé hace tiempo... Fue uno de los Objetos que desaparecieron la noche en la que murió mi familia.

 Tras sobrevivir a la entrevista previa con el padre Gutiérrez, éste les condujo al primer piso donde se encontraba el despacho del director. Ariadne sintió que el estómago se le encogía de los nervios. Era pensar en verle y le temblaban las piernas.


Se dio cuenta de que Deker la miraba con suspicacia, como preguntándole en silencio si se encontraba bien, por lo que le sonrió. No obstante, el chico debió de darse cuenta de que estaba actuando, pues enlazó su mano firmemente con la de ella. Se sintió algo más tranquila. Seguía queriendo pegarle una paliza por la discusión que habían tenido, pero agradeció el gesto, el tenerle ahí. - El señor Gurrea les está esperando en el interior - les informó el cura. - Gracias, padre. Vamos, querida. Ante el elegante ademán de Deker, que se echó a un lado, Ariadne entró en el despacho... y se le detuvo el corazón. Sentado tras el escritorio, el mismo donde había visto tantas veces a su tío y a Álvaro, se encontraba un hombre al que conocía muy bien. Sin embargo, Raimundo Gurrea parecía otro. Debía tener veinticinco años, hacía poco tiempo que se encargaba del internado y todo eso se notaba en él. Aunque de constitución fuerte, apenas había barriga en él; su pelo ni tenía canas ni raleaba, estaba peinado hacia atrás; había una inocencia juvenil en su rostro, incluso un leve temor, como si estuviera andando sobre arenas movedizas. Pero su sonrisa... Su sonrisa era la misma que recordaba. Agradable, cálida, amable. Era uno de los pocos gestos que siempre habían conseguido conmoverla y, de hecho, Ariadne sintió al segundo la conexión que había sentido antes con el hombre, con el que ella conocía ya mayor y experimentado. - Deben ser los señores Perea - Raimundo se levantó para acercarse a ellos. - Héctor Perea, señor Gurrea - Deker le estrechó la mano. - Encantado - el director sonrió, antes de volverse hacia ella; Ariadne, por su parte, se quedó quieta, impresionada, sin saber cuál iba a ser su siguiente movimiento.- Usted debe de ser Soledad, ¿me equivoco? - S-sí...


Raimundo le sostuvo la mano para besársela y, tras que lo hizo, Ariadne sintió que su cuerpo se estremecía y que su mente vagaba entre el millar de recuerdos infantiles que conservaba de aquel hombre. Pese a semejante sensación, notó que a él le ocurría algo parecido, pues la miró con extrañeza. - ¿L-la conozco? - Eh... Bueno... Técnicamente no... Por el momento. - ¿Perdón? Lo lamento, pero no comprendo sus palabras. Ariadne se quedó un momento callada. Había crecido con aquel hombre. Raimundo había sido una especie de abuelo simpático que la consentía, lo que provocaba que Gerardo rezongara y que incluso tuviera celos. Ella, por su parte, siempre los había adorado a los dos. Aunque le era más fácil evocar los buenos momentos con Gerardo, ya que pensar en Raimundo le dolía demasiado. Y ahí estaba Raimundo, frente a ella, joven, sano, sin saber lo que le iba a deparar la vida, no como ella. Pero, a pesar de eso, la miraba con los mismos ojos, con el mismo aprecio y estaba segura de que podía notar que entre ellos había una conexión. Por eso, contuvo la respiración un momento, antes de jugarse el todo por el todo: - En realidad, no me llamo Soledad Gálvez. - P-pero... - Mi nombre es Ariadne Navarro. Sí, Navarro como tu rey. En realidad, soy su nieta, actual princesa de los ladrones. He llegado a mil novecientos cincuenta y uno desde el año dos mil doce gracias a un Objeto - le cogió de las manos, estrechándolas con fuerza.- Sé que parece una locura, sé que es difícil de creer, pero es cierto. Y... Y yo... Te conozco. Bueno, o te conoceré, en el futuro, que es mi pasado. - Es difícil elegir el tiempo verbal adecuado cuando se está en pleno viaje temporal apuntó Deker, que se había sentado en una silla y los contemplaba con curiosidad.


- Raimundo, mi Raimundo...- musitó Ariadne, todavía sin poder creerse que estaba frente a él, tocándole.- Sé que puedes notarlo, sé que algo te dice que tú y yo estamos unidos. Tú me criaste, Raimundo. Tú me... Creo que tú me salvaste y me hiciste el regalo más preciado que me han hecho jamás - se quedó callada un momento, no encontraba la voz.- Por favor, dime que me crees, dime que lo notas tú también. El hombre permaneció en silencio unos segundos. Al final, agitó la cabeza, incrédulo. - Yo... Había leído sobre esto en mis manuales de magia, pero nunca pensé... - Sí, bueno, yo tampoco había imaginado que podía viajar en el tiempo. - No me refería a eso, señorita - Raimundo negó con un gesto; la miraba a los ojos con franqueza, sin asomo de duda o de considerarla una loca de atar.- Había leído sobre los lazos que atan a ciertas personas. Los hilos del destino o del afecto o como quiera denominarlo. Esos lazos que nos unen para siempre a unas pocas personas en todo el mundo y que siempre siguen ahí, que son poderosos...- pese a que parecía maravillado, frunció el ceño, confuso.- Al tocarla, he sentido cariño por usted, familiaridad... Y, definitivamente, debe confiar en mí para venir con semejante historia sin que la conozca. De repente, toda la tensión, todo el temor, desapareció. Su corazonada había dado en el clavo. Tenía, al fin, un aliado en aquella época tan lejana y diferente a la suya. Se sintió tan aliviada, tan agradecida y, sobre todo, tan contenta de tener a Raimundo de nuevo junto a ella, que se olvidó de todo protocolo social y se lanzó a sus brazos. - Tenemos tanto de que hablar...

 Si hoy pusiera un circo, me crecerían los enanos.


El león se volvería manso, los lanza-cuchillos ciegos y la carpa se iría al garete mientras cae sobre nosotros un aguacero. Desde luego. Estaba exhausto. El viaje al internado había transcurrido en un tenso silencio roto de vez en cuando por las fulminantes miradas que se intercambiaban Álvaro y Tania como si fueran dagas. Por si no había tenido suficiente con la situación pasivo agresiva, un temor muy profundo había comenzado a apoderarse de él: lo único que explicaba el hecho de que los Cremonte poseyeran el zoótropo era que se lo hubiera dado Rodolfo Benavente, que, entre otras cosas, se lo llevó de la mansión junto a Ariadne. Eso significaba, por tanto, que tanto los Benavente como los Cremonte habían podido manipular la memoria de cualquier persona. ¿Estará mi memoria dañada? Bueno... Si así fuera la sangre de Tania la habría sanado, ¿no? Vio como cada uno de sus acompañantes se dirigía hacia su habitación sin mediar palabra ni entre ellos ni con él. Agitó la cabeza, ya se encargaría de eso después, primero tenía otras cosas más importantes que hacer. Subió hasta la tercera planta, donde se encontró a Kenneth Murray recorriendo el pasillo como un animal enjaulado, mientras sacaba brillo a sus gafas. Al verle, el hombre se las colocó en su sitio y se acercó a él. - ¿Está Tania bien? - En plena crisis adolescente, pero sí, está bien. - ¡Menos mal! - suspiró el joven, agitando la cabeza.- Eh, escucha, la señorita Viles ya ha examinado a Tim y te está esperando en la sala de reuniones. Las chicas están en la habitación vigilando a Tim. - Gracias, Kenneth, puedes irte ya. Te llamaré si te necesito, ¿de acuerdo? El interpelado asintió con un gesto, antes de desaparecer escaleras abajo. Felipe se pasó una mano por la nuca. También tenía que hablar con las dos chicas, pero tendrían que esperar, pues salvar a Tim era su misión prioritaria en aquellos momentos. Por eso, se encaminó hacia


dicho cuarto, donde se encontró a Débora Viles acomodada en un sofá con una enorme copa de vino en su mano; su expresión era distante, meditabunda, incluso seria. - Señorita Viles, lamento haberla hecho esperar... - Débora. No es al único al que le gusta que le tuteen, ¿sabes? - la mujer curvó sus carnosos labios, pero no había en ellos ni pizca de diversión, sino que seguía pareciendo preocupada.- Y no te preocupes, suponía que eras un hombre ocupado y no me equivocaba. Por suerte, también eres un hombre muy rico, así que pagarás las horas extras de espera. - Lo que sea necesario - corroboró él, tomando asiendo frente a la bruja.- ¿Cómo has visto a Tim? ¿Crees que puedes sanarle? - Puedo mantenerlo con vida... De momento. - ¿De momento? - La magia de sangre es un tema muy delicado - explicó Débora, alzando levemente la copa, mientras sus ojos se clavaban en el rojizo líquido que la llenaba.- La sangre es poderosa. La sangre es vida y es muerte. La sangre es poder - sus rasgados ojos castaños se deslizaron hasta clavarse en los de él.- Soy poderosa, pero no puedo hacer milagros. Tampoco estoy dispuesta a pagar el precio de hacerlos. - Sé lo peligroso que es hacer magia, Débora. Sé lo que puede cobrarse - la amargura que rezumó su voz no le sorprendió, recordaba perfectamente lo que le había sucedido a Raimundo por haber borrado los recuerdos de Ariadne.- Pero si puedo salvar a ese chico, lo haré. Sólo dime cómo puedo hacerlo. - La única salvación del chico es que le arrebates su sangre a los Benavente. Sin su sangre, no podrán maldecirle. Felipe sonrió. - Por suerte, soy el rey de los ladrones. Puedo robar lo que sea a quien sea, incluidos los Benavente - la bruja enarcó una ceja, antes de soltar una risita incrédula. Felipe sabía cuáles iban a


ser sus siguientes palabras, por lo que, mientras se servía una copa de vino, aclaró.- No sería la primera vez que les robó algo en sus narices. Les robé a Ariadne. La rescaté. - Vaya... Al final va a ser el hombre impresionante del que escuché hablar - Débora le guiñó un ojo, inclinándose hacia adelante, por lo que él pudo ver el peligroso abismo que se abría entre sus senos. - Será mejor que regreses con tu paciente, Débora. La mujer le dedicó una mirada extrañada, seguramente decepcionada ante la falta de flirteo, y se puso en pie muy lentamente. Felipe, por su parte, la adelantó para abrirle la puerta. Se moría de ganas de preguntarle si, en caso de que su mente estuviera manipulada por un Objeto, la sangre de Tania la hubiera sanado; no obstante, no pensaba exponer a Tania así, por lo que se limitó a dejar caer como si nada: - Por cierto, antes de que te marches, ¿habría manera de averiguar si alguien ha sido víctima de un hechizo de memoria o algo así? - Claro que sí... Por un módico precio. La bruja volvió a guiñarle un ojo, pasando por su lado. Se dirigió hacia el dormitorio de Tim, al mismo tiempo que él fue hacia las escaleras. Tenía que atender ciertos asuntos de dirección y, además, debía hablar con Álvaro y Kenneth pues les enviaría a robar la sangre de Tim y, con un poco de suerte, de paso harían las paces. Así mataría dos pájaros de un tiro. Al entrar en su despacho, volvió a acordarse de Raimundo. Qué gran hombre. Cada vez que recordaba como se había sacrificado por Ariadne, como le había ayudado, lo buen amigo que había sido... Se sentó tras el escritorio, acariciando cariñosamente el cajón falso del hombre, aquel que nunca había osado tocar porque le recordaba demasiado a él. En cuanto sus dedos se apoyaron sobre la madera, sintió como si una corriente eléctrica fluyera en su interior, como si Raimundo estuviera ahí con él... Y entonces cayó en la cuenta de algo.


<< Ah, bueno... Es que soy un sentimental, ¿sabe? También un poco supersticioso. Una vez, una hermosa dama me dijo que este cajón era importante, que tenía propiedades mágicas. Se supone que recupera cualquier cosa que has perdido, aunque haya sido muy atrás en el tiempo.>> Una hermosa dama... Muy atrás en el tiempo... Raimundo siempre llamaba a Ariadne su pequeña dama... Y siempre creí que no le sorprendió la noticia de la muerte de mi hermano. Podría... Sería algo que ella haría, desde luego... Con una mano temblorosa, abrió el falso cajón del escritorio. Ahí encontró una serie de documentos, entre los que se encontraba el contrato que él mismo había firmado, y un sobre amarillento. Contuvo la respiración, deseando que su supuesto fuera verdad, que hubiera acertado. Con dedos temblorosos rasgó el sobre, hallando una carta que rezaba:

Diciembre de 1951

Querido tío Felipe, Espero que hayas encontrado esta carta. Bueno, no, no lo espero, sé que la has encontrado y que ahora mismo estás leyéndola. Lo primero que quiero decirte es que estamos los tres bien. Llevamos aquí, en Madrid en el año cincuenta y uno, algo más de una semana. Hemos descansado y los tres nos hemos repuesto de nuestras heridas. No te preocupes por nosotros en ese sentido, ¿de acuerdo? Cuidaré de los chicos. Estaremos bien. Y, mira, tanta película y tanta serie de viajes en el tiempo al final han merecido la pena. Lo segundo que debo decirte es que la familia Benavente nos está persiguiendo. Aún no sé cómo lo hacen, pero pueden comunicar el pasado con el presente, ya que incluso los policías de esta época tienen una fotografía nuestra. No sé qué quieren de nosotros, supongo que algo relacionado con dominar el mundo y esas cosas, que para algo son Benavente.


Supongo que, a diferencia de mí, tú tendrás el resto de la historia completa. Cuando estés leyendo esto, habrán pasado sesenta y dos años. Quién sabe, puede que ahora mismo o estemos muertos o seamos unos yayos, si no hemos conseguido volver, claro. Jo, qué raro. Sería como la despedida de los Pond... Dios, en serio, no te lo tomes a mal, pero no quiero ser una vieja pelleja mientras tú eres un jovenzuelo. Bueno, a lo que iba, que si descubro algo más, te dejaré otra carta. Por otro lado, tenemos un plan para volver. Sabemos que los Benavente tienen ahora mismo las cuatro Damas en su poder, así que nuestra idea es robarlas y repetir la ceremonia para poder regresar al presente. Y, tío... He conocido a Raimundo. Bueno, a Raimundo en su versión veinteañera. Es tan joven, tío, tan inocente... Sigue siendo el mismo buenazo de siempre, ni siquiera ha dudado de mi historia. De hecho, sentía que me conocía. Le he hablado de ti, de lo bien que llevas el instituto. Sé que es una violación de las reglas de los viajes en el tiempo, pero no he podido evitarlo. Raimundo no verá que cumpliste tu sueño y el de él, así que he prefiero que lo sepa. Creo que no hay nada más que añadir, salvo que te echo terriblemente de menos. Anda que... Justo cuando despiertas, pasa todo esto y todavía no he podido abrazarte y... Lo siento, estoy un poco sensible.

Esperando reencontrarme contigo pronto, Ariadne.

Releyó la carta varias veces, casi riendo de pura felicidad. Estaban bien. Su sobrina estaba bien, incluso tenía un plan para regresar al presente, a su tiempo. Sonrió, orgulloso, pues sabía que lo iba a conseguir. Al fin y al cabo, había conseguido que Raimundo no sólo le coronara rey sin apenas hacer preguntas, sino que también había facilitado que firmaran aquel acuerdo. Por desgracia, comprobó enseguida, no había más cartas.




- Y si necesitáis cualquier cosa, llámame, ¿de acuerdo? Incluso si no necesitáis nada, ven a verme o llámame, ¿eh? El actual director del internado abrazó cariñosamente a Ariadne, que, al separarse, asintió con un gesto. Después, el hombre le tendió una mano y Deker se la estrechó sin dejar de mirar a la chica, pues la notaba extraña. Se despidieron, una vez más, con sonrisas, antes de partir hacia la moto que les aguardaba en los terrenos. Al acomodarse en ella, se volvió hacia Ariadne, preocupado. Había quien decía que las mujeres tendrían que ir con manual de instrucciones, pero él no precisaba de uno para saber lo que le ocurría a Ariadne Navarro: en aquel momento algo la había afectado. - Oye, Rapunzel... - Anda, vamos, tenemos un buen trecho por delante. Obediente, arrancó la moto. Abandonaron los terrenos, franquearon la puerta de entrada y se sumergieron en la vacía carretera. Pese a estar a finales de diciembre, el sol brillaba en lo alto, haciendo rutilar las hojas de los árboles perennes que se combinaban con los que permanecían desnudos a ambos lados de la carretera. - Para. Deker, por favor, para. Una vez más, hizo caso a la petición de la chica, pisando el freno al instante. En cuanto el vehículo se detuvo, Ariadne lo abandonó y cruzó la carretera para internarse en el salvaje terreno que había más allá de ella. Con cuidado, llevó la moto hasta la cuneta, donde la dejó olvidara para seguir a la chica. La encontró sentada en el suelo, sobre la nieve sin que diera muestras de importarle el frío. Podía ver sus hombros tensándose, su delicada mano apretada con tanta fuerza que le palidecían los nudillos. Estaba destrozada. Se puso en cuclillas frente a ella, observando sus silenciosas lágrimas. Ariadne apartó la mirada un instante, mientras las enjugaba. - Por favor, vete.


- ¿Y dejarte triste y sola? Eso nunca - aclaró con decisión, sin dejar de mirar a los ojos.¿Qué te ocurre? Venga, sabes que a mí puedes decírmelo. El silencio se hizo mientras ella se mordía el labio inferior, pensativa. Entonces, tras unos segundos de frágil reflexión, se echó a llorar como una niña pequeña, mientras le explicaba: - Es que... Ver a Raimundo así, tan joven, tan lleno de vida... Yo... Dios, me ha roto el corazón una vez más. Crecí a su lado, ¿sabes? Era tan simpático, tan divertido... Pero enfermó, perdió la memoria poco a poco y... Creo que fue por mi culpa. Oh, Dios, recuerdo cuando íbamos a verle a la residencia, ¡era tan deprimente! - ¿Cómo demonios iba a ser tu culpa? - ¡Me borraron la memoria, Deker! - le recordó con amargura.- Lo hizo alguien mediante magia y... Toda magia conlleva un precio. Él lo haría y a cambio enfermó, fue el precio que pagó. Estoy segura - gimió, cerrando los ojos.- Pero eso ha sido la estocada final. - ¿Qué quieres decir? - Hablé con tu abuelo... - De eso no puede salir nada bueno - resopló. - Me explicó que estaba en la mansión cuando masacraron a mi familia y... Me dijo que me abandonaron, que huyeron con mi hermano y eso les costó la vida y yo... Yo... ¡Me dejaron atrás! ¡Y eso los mató! Ni siquiera sé cómo debería sentirme... Volvió a gimotear como una niña pequeña, algo que no le debió de gustar, a juzgar por la expresión que le mostró justo después. Agitó la cabeza con vehemencia, antes de intentar secarse las lágrimas con ambas manos. Deker, acongojado también por verla así y por lo que acababa de escuchar, se acercó a la chica para estrecharla delicadamente entre sus brazos. - Te sientas como te sientas, estará bien. - Y luego estás tú - musitó ella con un hilo de voz. - ¿Yo?


- Me estás volviendo loca. No dejas de darme una de cal y otra de arena y yo ya no sé qué pensar y... Y yo... Eres un idiota y quiero pegarte, pero también quiero besarte y... Estoy prometida y esto no es racional. Debería alejarme de ti. ¡Dios! Normalmente me alejaría de ti porque es lo mejor, pero... Es que no puedo... Y mientras tú...- cerró los ojos un instante, frotándose el rostro con la palma de una mano; un segundo después, le estampó el puño en el hombro, por lo que Deker emitió un gruñido.- ¡Gilipollas! - Las personas normales cuando están mal sólo lloran, ¿sabes? - comentó él con un ligero reproche. Agitó la cabeza, recordando la voz de su conciencia que se asemejaba a la de Jero.Aunque, bueno, la verdad es que me lo merezco. Ariadne agitó la cabeza, apartándose el pelo del rostro. - No quería curiosear en tu pasado. Silver llevaba un tiempo rondándome y... - Lo sé - la interrumpió, acompañándose de un gesto.- Siempre lo he sabido. Pero, como bien dices, soy un gilipollas. Y el tema de Silver es complicado para mí, es... Bueno, supongo que es como Colbert para ti - hizo una pausa, durante la cual alargó la mano derecha para enjugarle las lágrimas de nuevo.- Perdóname, no debí haberme puesto así. - Y yo no debería haberte pegado, perdona. - ¿Estamos en paz? - ante su pregunta, Ariadne asintió; sus ojos todavía permanecían brillantes, pero también parecía más calmada.- ¿Estás mejor, más tranquila? - la chica repitió el mismo gesto, por lo que Deker sonrió de forma torcida.- ¿Sigues queriendo besarme? Porque, eh, mira, no hay nadie alrededor... Ariadne entrecerró los ojos, inclinándose hacia delante. - Oh, con lo bien que ibas. Qué pena. Le guiñó un ojo, antes de besarle en la mejilla y salir huyendo, visiblemente más animada. Deker, desanimado, se consoló pensando en que, al menos, había logrado que dejara de llorar y de sentirse angustiada. Pronto vendrían los besos, estaba seguro.


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