En blanco y negro: Capítulo 11

Page 1

Capítulo 11 Soledad - ¿Y Tania? Mateo, sosteniendo su vieja y oxidada cafetera sobre la taza, levantó sus ojos para mirar hacia la única puerta cerrada. Después suspiró y se puso a servir el café, antes de sentarse frente a su mejor amigo. - Dormida - respondió, vertiendo algo de leche en su taza.- Anoche estuvo con sus amigas y ha llegado a las siete de la mañana, tacones en mano, manoletinas en pie y una melopea digna de grabar y subir a Youtube - sonrió con malicia, antes de suspirar.- Qué pena que sea un padre muy responsable y la quiera. - Eso explica tus ojeras. - No me puedo dormir hasta que llega. Álvaro asintió con la cabeza, concentrándose después en su café solo con aire pensativo. Mateo lo conocía demasiado bien, por lo que sabía que estaba preocupado. - ¿Qué te ocurre? - Creo que la paternidad no está hecha para mí. - La paternidad no está hecha para nadie - se encogió de hombros, tendiéndole una bandeja rectangular llena de enormes magdalenas.- Nunca podemos saber si lo estamos haciendo bien o no. Muchas veces nos equivocamos. Estás ahí para ella, ¿no? Pues ya está, no te atormentes porque estás haciendo todo lo que está en tus manos. - Yo no estoy tan seguro. - No se puede obligar a nadie a aceptar tu ayuda - le mostró la pasta que se estaba comiendo.- Las ha hecho Tania. Ayer por la tarde, antes de salir, hizo magdalenas como para un regimiento. Eso significa que algo le preocupa. Yo lo sé y ella sabe que lo sé, pero todavía no ha acudido a mí porque no está preparada. - Ariadne no es Tania. - Cuando esté lista, acudirá a ti. Álvaro le miró con desdén, mientras él se echaba hacia atrás en la silla, enarcando una ceja con petulancia. - No la conoces. No sabes cómo es, ni siquiera lo sé yo.


- Puede que la chica sea complicada. No lo sé. Como dices, no la conozco. Pero a ti sí que te conozco, Álvaro. Sé que la habrás perseguido, que le habrás puesto un cartel de neón para decirle que puede contar contigo - se echó hacia delante, sonriendo.- Sé que esa chica no sólo confía en ti, sino que te aprecia porque, créeme, nadie se resiste a tus encantos. - Eso deberías decírselo al pipiolo que tengo que soportar - rió, aunque Mateo supo al instante que le había tranquilizado.- Hablando de lo cual... ¿Tienes algo sobre Kenneth Murray en tus investigaciones? Mateo se quedó un instante en silencio, pensando. Al final cogió la taza con ambas manos, revolviéndose un poco, mientras no dejaba de mirar la puerta de la habitación de Tania. No iba a permitir que su hija siguiera arriesgándose, que siguiera investigando. Si alguien iba a descubrir la verdad sobre Elena, iba a ser él, nadie más. Con un corazón destrozado había más que suficiente, por lo que iba a proteger a Tania de todo aquello, aunque eso le costara a su hija. - No mucho. Sé que los Murray son una familia antigua y muy rica, aunque nunca han tenido ni títulos ni abolengo ni nada. En su día, fueron los mayordomos de los Fitzpatrick, pero hace al menos cinco generaciones que lograron independizarse. - Conocía a Elena. - Sus familias se conocían, no sé hasta qué punto eran íntimos - suspiró, agitando la cabeza con pesar.- Elena no hablaba de su época como ladrona. Lo dejó atrás... Durante un tiempo. Después algo le hizo cambiar de opinión. Descubrió algo que la llevó a morir y todavía no sé qué era. - Felipe investigó por su cuenta y no encontró nada - Álvaro resopló, pasándose una mano por el rostro.- Habíamos acordado que, cuando termináramos con todo el rollo de las Damas, lo intentaríamos de nuevo. Pero en su estado... - Ojalá Ismael estuviera vivo, encontraría una solución. - Pero no lo está y, por desgracia, no se puede hablar con los muertos...

 Cuando Ariadne abrió los ojos, se dio cuenta de que no estaba en su habitación. Estaba tumbada en una cama cubierta por sábanas negras de seda. El tacto era muy agradable. También vio que estaban cubiertas por un nórdico rojo pasión. Todo era como muy de película porno. Claro, por eso voy desnuda, para no desentonar.


Un brazo la rodeaba, pero Ariadne supo liberarse de él con facilidad. Se vistió a toda velocidad, esperando poder salir cuanto antes. Sin embargo, el universitario con el que se había acostado, fue tan oportuno que se despertó antes. Se acercó a ella, rodeándola con sus fornidos brazos. La abrazaba con dulzura, con delicadeza, siendo muy cariñoso, pero por mucho que se esforzaba, no lograba despertar en ella un atisbo de sentimiento. - ¿Te vas ya? Es muy pronto, ¿por qué no te quedas y...? - Tengo que volver a casa. El universitario hizo que girara para poder estamparle un apasionado beso en los labios. En aquel momento ni siquiera sintió deseo. Estaba condenadamente bueno, besaba demasiado bien, pero nada, la excitaba lo mismo que un mero. - Lo siento - dijo, separándose.- Pero quiero estar en casa antes de que mi padre se entere de que no he dormido ahí. - ¿Temes que te castigue sin paga? - bromeó él. - Ya sabes lo que dicen: ojos que no ven, corazón que no siente - se encogió de hombros, sacándose el pelo de la cazadora y de la bufanda que se había enroscado al cuello.- No quiero que mi padre se preocupe por mí. Álvaro no se merece una preocupación más. - ¿Nos vemos otro día? La pregunta del universitario quedó en el aire, puesto que Ariadne abandonó su casa con sigilo para no despertar a su familia. No tardó en encontrar el Mustang que había cogido prestado la noche anterior. Al sentarse detrás del volante, cerró los ojos, resoplando. Se estaba volviendo de lo más irresponsable: el día anterior, el sábado, había llegado al Bécquer a las ocho de la mañana, por lo que sólo tuvo tiempo de ducharse y eliminar el olor a discoteca, antes de reunirse con Álvaro para desayunar y aguantar una bronca tremenda. La verdad fuera dicha, no sabía demasiado bien por qué había organizado semejante emboscada al pobre Álvaro. No lo había hecho con maldad. En realidad, había sabido que tenía que ser así, que Álvaro y Kenneth debían hablar con calma. Era una mierda, pero Colbert tenía razón: a veces sabía cosas. Aunque no sabía lo más importante: por qué era distinta.

 - ¿Podrías, al menos, fingir alegría?


Erika llevaba un buen rato suplicándole que actuara como si fuera el hombre más feliz sobre la faz de la tierra, además de alisándole el abrigo que se había puesto. Estaban frente a la puerta del chalet que los Cremonte tenían en el pueblo. Era la primera vez en unos cuatro meses que los padres de Erika pasaban por España, por lo que ella podría verles y estaba muy nerviosa. Antes, Rubén se hubiera encargado de que fuera el mejor día de su vida, pero las cartas ya estaban sobre la mesa. - ¿Eso es alegría? - resopló la chica. - Es mi nueva alegría. La de mi nuevo y amargado yo - respondió irónicamente.- Espera, que voy a dar saltitos para mostrarte lo sumamente contento que estoy - dio unos cuantos sin ningún tipo de efusividad; al detenerse, miró a Erika con aquel desdén que le embriagaba desde hacía unos meses.- ¿Contenta? - Para nada. - Ya somos dos. Erika, suspirando resignada, pulsó el timbre y ambos dos aguardaron hasta que les abrió la puerta un mayordomo uniformado. El hombre, tras saludarles educadamente, los condujo hasta un salón bastante recargado: una pantalla plana tan grande como una pared, tres sofás de color hueso, una mesa baja de cristal con las esquinas de oro, jarrones y esculturas de todo tipo, además de varios cuadros enmarcados en oro. Aquella sala de estar era la representación del mal gusto. Los cuadros no tenían nada que ver entre ellos, ni eran del mismo estilo ni siquiera pegaban; además, el que todos los marcos fueran de oro resultaba hortera, demasiado ostentoso. Mientras que Erika se acomodaba en uno de los sofás, colocándose bien la falda, Rubén se puso a curiosear la colección privada que los Cremonte tenían en el salón. Al pasearse entre los jarrones, lamentó no haber prestado atención en las fiestas de los Benavente; eran una familia de expertos en arte, incluso tenían fama a nivel mundial. Pero él no sabía nada de arte. Mientras se agachaba un poco, para observar una larguísima y enjoyada espada de aspecto muy antiguo y aristocrático, se preguntó si alguno de esos jarrones sería de la dinastía Ming o si, además, habría alguno de aquellos Objetos que buscaban los ladrones. - ¡Papá! Se volvió justo a tiempo de ver como Erika se lanzaba sobre su padre, abrazándole con intensidad. Durante un momento le pareció la niña triste que había conocido, aunque después la ilusión se desvaneció cuando el señor Cremonte besó el pelo a su hija, mirándole fijamente a él. Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda.


Caminó hasta él para estrecharle la mano. Le sonrió de una forma que a Rubén no le gustó en absoluto, de hecho le inquietó muchísimo, aunque supo mantener el tipo. Cuando le liberó los dedos, siguieron mirándose fijamente. - ¿Y mamá? - quiso saber Erika. - Supervisando la comida. Ahora nos reuniremos con ella, cielo. - ¿Habéis visto mis notas? - He hablado con tu madre - Pascual Cremonte siguió concentrándose en él y Rubén sintió ganas de abofetearle, mientras le gritaba que hiciera caso a su hija a la que hacía meses a la que no veía.- Me ha dicho que sabes todo y que has acordado casarte con mi pequeña. Rubén asintió con un gesto, apretando los labios para no explotar. El señor Cremonte volvió a mirarle a los ojos, antes de sonreír, visiblemente orgulloso. Abrió los brazos, girando un poco sobre sí mismo. - Un día serás el heredero de todo: mis propiedades, mis negocios, mi posición, mis contactos... Como entenderás, no me he partido los cuernos creando un imperio para que luego se aprovechen de mí - ante el mudo asentimiento de Rubén, el hombre se sentó en uno de los sofás y le hizo un gesto.- Si eres tan amable, muchacho. - Papá, ¿no deberíamos...? - Calla, Erika. Será un momento, cariño. La chica suspiró, apenada, alzando los ojos hasta clavarlos en Rubén, demostrándole que no tenía ni idea de a donde quería llegar su padre. Le hizo una seña para que se calmara, antes de tomar asiento frente a su futuro suegro. - ¿Ocurre algo, señor Cremonte? - Puedes tutearme, Rubén. Llámame Pascual. Pascual se inclinó un poco hacia delante, para acercarle una carpeta con la yema del dedo. En cuanto Rubén la cogió, se echó hacia atrás, recostándose en el sofá, satisfecho. - Siempre he deseado que mi pequeña tuviera lo mejor. Por eso, trabajo tanto, para dejarle todo lo que una chica podría desear: dinero, posición, mansiones a lo largo del mundo...- hizo un gesto con la mano, antes de enlazarla con la otra.- Por eso, cuando Erika expresó su deseo de comprometerse contigo, hice todo lo que estaba en mi mano para que eso sucediera. Y, por eso, ahora tienes que firmar ese pequeño contrato. - ¿Contrato? - No es demasiado importante, léelo. Rubén abrió la carpeta y se sumergió en la lectura de aquel documento... Que resultó de lo más insultante. Si lo firmaba, se comprometía a casarse con Erika y que todos sus bienes irían a


parar a ella: tanto los que ella poseía ya, como los que él tenía y los que conseguirían como matrimonio. Aquello, en realidad, no le importaba, como si tenía que acabar viviendo debajo de un puente, era un precio pequeño a pagar para poder dejarla. El problema era que si la dejaba o la engañaba con cualquier otra, la que pagaría sería su madre, ya que, según habían acordado, el señor Cremonte podría enviarla a prisión. Se preguntó qué habría hecho su madre para poder acabar en la cárcel. - ¿Lo vas a firmar? - Por supuesto. Pudo ver la sonrisa triunfal de Erika y que Pascual Cremonte parecía satisfecho. Cogió la estilográfica que le tendía su futuro suegro para firmar el contrato. - ¿Esto es por Tania? - inquirió con suavidad. - Erika me explicó lo de tu amiguita, sí. Rubén se echó a reír, agitando la cabeza. - Por muchos papeles que me hagáis firmar, no cambiará nada. No me acostaría con Tania, pero no por ti, Erika, sino por ella. Sería cruel limitarla a ser la otra, la amante. La respeto y amo demasiado como para hacerle eso - hizo una pausa.- Podéis arrebatarme la libertad o la capacidad de tomar decisiones, pero jamás podréis dominar mis sentimientos. Erika se marchó, dando tal portazo que el cristal de la puerta se hizo añicos.

 El hospital era un lugar triste. El hospital en domingo era simplemente deprimente. Ariadne entró en él y recorrió los pasillos hasta la planta donde estaba su tío, sin ver a nadie, a excepción de un anciano marchito que caminaba como podía, aferrándose a la barra metálica donde colgaban bolsas de suero. Le dedicó una sonrisa desdentada, que Ariadne le devolvió. Después, entró en la habitación de su tío. Éste permanecía inalterable, tumbado en la cama blanca sin mover un solo músculo. Hacía un par de semanas que no iba a verle. En ese tiempo las enfermeras le habían recortado el pelo, dejándoselo muy corto, seguramente para que fuera más sencillo el cuidarle. Se sentó a su lado, en la cama, para pasar los dedos sobre su cabello. - Te pareces mucho a papá con ese pelo, ¿sabes? - le sonrió.- Un poco más flaco y menos guapo, pero por lo demás...- se encogió de hombros, acariciándole la mejilla.- Ahora deberías protestar, ¿sabes? Decirme que tú siempre has sido más guapo.


Pero Felipe siguió dormido, sin responderle, sin moverse... Sin acudir a su rescate, como había hecho desde que ella tenía memoria. Bajó de la cama para acomodarse en la silla, sin dejar de trazar el perfil de su tío con la mirada. Le gustaba mucho la forma de su nariz. Estuvo a punto de decirle que, en realidad, él era el más guapo, que lo era más que Héctor o que incluso Álvaro, por mucho que éste se pareciera al príncipe encantador de Shrek. No obstante, las palabras que le salieron fueron muy distintas... Aunque igual de sinceras. - Tienes que despertarte. Por favor, despiértate. Tienes que hacerlo para que podamos hablar y para que me digas que Colbert miente. Porque Colbert me mintió, ¿verdad? Tú nunca me traicionarías, tú nunca me fallarías, ¿verdad? Silencio. Ariadne, temblando un poco, sostuvo una de sus manos entre las de ellas. - Despierta pronto, por favor. Te echo de menos.

 La última semana de clase dio comienzo y, gracias a su petición, el director autorizó que todos los alumnos implicados en la obra de teatro pudieran faltar a sus clases para poder seguir ensayando. Por eso, la mañana del lunes la pasaron entera en el salón de actos. Estaba siendo un auténtico desastre. Kenneth, sentado en una de las primeras filas junto a Ariadne y a Deker Sterling, se quitó momentáneamente las gafas para poder frotarse el rostro. Estaba cansado. Por un lado, la señorita Cremonte lo estaba haciendo francamente mal y no parecía que fuera a mejorar; por otro, había estado consultando los archivos del subterráneo y, aunque había encontrado lo que buscaba, no podía acceder a dicho Objeto. No sabía cuál de sus dos problemas le frustraba más. Tener el Objeto que necesitaba al alcance y no poder cogerlo, era desesperante, pero ver como su protagonista cada vez lo hacía peor, era para darse cabezazos. Tanto Valeria como él habían insistido en que la señorita Cremonte lo haría mejor que la señorita Esparza, pero ya empezaba a dudar. Cuando la muchacha volvió a equivocarse, no pudo más. - ¡Basta! - explotó, colocándose las gafas de nuevo.- ¿Pero qué le ocurre hoy, señorita Cremonte? ¡No está ni diciendo bien su texto! ¡Y ya no hablemos de su actuación! ¡Concéntrese, por favor! ¡Este viernes es la función! Es que parece que en vez de con su amado, está con... No sé, un cartel... ¡No hay pasión, no hay amor, no hay nada! - ¡Lo estoy haciendo lo mejor que puedo! - gritó la chica.


- No es verdad. - ¿Y usted qué sabe? - la joven le fulminó con la mirada.- ¿Acaso usted sabe lo que es la pasión o el amor? ¡Lo dudo mucho! ¡Así que deje de juzgarme! Aquella respuesta no se la había esperado. Tampoco ver que la señorita Cremonte tenía los ojos brillantes y temblaba un poco, como si la hubiera herido en lo más profundo. Hubiera pedido ayuda a Valeria, pero estaba impartiendo una clase, por lo que estaba solo; por eso, miró a sus dos ayudantes, que habían enarcado las cejas, tan asombrados como él. - Señorita Cremonte, por favor, cálmese... - ¿Qué me calme? Me está riñendo sin ningún motivo - protestó ella con vehemencia.¿Sabe qué? La culpa de todo es de Jero. Está claro que él no quiere actuar conmigo, ¡él prefiere a Tania! ¡Cómo no! - ¡Eh, a mí no me metas! - protestó el chico.- ¡Ni a Tania! - ¡Basta ya, señorita Cremonte! - exclamó Kenneth, perdiendo un poco los papeles.- Si no se comporta voy a tener que... - ¿Qué que? - la chica colocó las manos en sus caderas, altanera.- ¿Va a quitarme el papel? ¿Está seguro? Claro, que usted es nuevo y quizás no lo sepa. Bueno, le informaré: mi padre ha invertido bastante en este sitio, así que... Volvió a frotarse la cara, conteniendo la respiración un instante. No podía creerse que aquella muchacha altiva y arrogante le estuviera chantajeando... ¡Por segunda vez! Estaba claro que se creía una versión joven de la reina de Inglaterra, pero no lo era. Además, estaba cansado de que la gente creyera constantemente que podían pisotearle, de que su criterio y voluntad no contaban para nada. - Fuera. Aquella única palabra fue suficiente para turbar a Erika Cremonte. Se quedó lívida. Le miró con ojos desorbitados, incrédula. Él, por su parte, simplemente volvió a tomar asiento, echando un vistazo al libreto. - Pero... Pero...- logró balbucear. - Señorita Cremonte, ¿acaso no ha quedado claro? Queda relegada del papel. - Se lo diré a mi padre - amenazó. - Le estaré esperando en mi despacho, entonces - aclaró con frialdad, sin permitir que en su rostro apareciera la ansiedad que estaba anidando en su estómago; no sabía hasta qué punto aquel juego de poder podría explotarle en la cara, aunque sí que tenía claro que se iba a mantener firme.- Así le informaré de ciertos aspectos de su expediente que me tienen preocupado.


Erika Cremonte le miró con auténtico odio, tal y como se imaginaba a los personajes que juraban venganza en las novelas que devoraba. Se sintió inquieto, pero no le importó. Bastante tenía ya con una abuela metomentodo y un jefe que, además de ser un asesino, resultaba de lo más insoportable con su estúpido pelo rubio de anuncio de champú y con sus estúpidas pullas y sus estúpidas sonrisas petulantes... Agitó la cabeza para olvidar a Álvaro Torres, mientras decía: - Señorita Esparza, queda ascendida a actriz principal. Continuemos donde lo habíamos dejado, por favor. Al terminar los ensayos, prácticamente huyó hasta la sala de profesores, donde sólo estaba Álvaro Torres. Tenía los pies sobre la mesa, casi tumbado en la silla. Debió de escucharle llegar, pues alzó la mirada de los documentos que estaba leyendo. Kenneth tomó aire, sentándose a su lado, con aire un poco culpable. - He hecho algo que no te va a gustar. - ¿Has huido con Ariadne a Las Vegas para casarte vestido de Elvis? - Le he quitado el papel de Doña Inés a Erika Cremonte - pensó que el hombre, al ser el responsable del internado, le propinaría una buena reprimenda y, seguramente, con toda la razón si se tenía en cuenta que el señor Cremonte era un inversor.- Ya sé que su padre financia este centro, pero... La señorita Cremonte estaba descontrolada y, al final, ha resultado que la señorita Esparza ha resultado ser una Doña Inés mucho... Se le quebró la voz al descubrir los ojos del director, que le miraban con auténtica diversión por encima de sus informes. Los soltó, dedicándole una cálida sonrisa. - Esto debe de ser lo que llaman milagro. Tú, mostrando carácter - Álvaro le guiñó un ojo.- Me gusta - volvió a concentrarse en sus documentos, haciendo un gesto desdeñoso.- No te preocupes. Te apoyaré en cualquier cosa que decidas. Y si me montan un pollo, ya lo capearé. - ¿Montar un pollo? - inquirió, completamente perdido. - Sí, ya sabes, uno mecánico...- el director se rió un momento, suspirando después.- Es una expresión, quiere decir si nos da problemas. Deberíais escuchar a tus alumnos y aprender el español coloquial - se encogió de hombros.- Quizás, así, dejarías de ser tan estirado. Disfrutar de las cosas no es malo, ¿sabes? Por primera vez desde que lo conoció, Kenneth no se sintió irritado por su nuevo jefe. Sabía que se lo decía sin burlarse, que le estaba aconsejando y, además, a pesar de lo mal que se llevaban, no había dudado en apoyarle. Quizás Álvaro Torres no era tan malo.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.