En blanco y negro: Capítulo 14

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Capítulo 14 En el mundo genial de las cosas que dices Rapunzel era la niña más hermosa que viera el sol. Cuando cumplió los doce años, la hechicera la encerró en una torre que se alzaba en medio de un bosque y no tenía puertas ni escaleras; únicamente en lo alto había una diminuta ventana. Cuando la bruja quería entrar, colocábase al pie y gritaba: - ¡Rapunzel, Rapunzel, suéltame tu cabellera! Rapunzel tenía un cabello magnífico y larguísimo, fino como hebras de oro. Cuando oía la voz de la hechicera se soltaba las trenzas, las envolvía en torno a un gancho de la ventana y las dejaba colgantes: y como tenían veinte varas de longitud, la bruja trepaba por ellas. - Esa bruja era muy cruel. No sólo tenía encerrada a Rapunzel en una torre, sino que, encima, le tiraba del pelo... Ante la observación de su hermana, Deker dejó de leer y sonrió. Siguiendo una de sus pocas tradiciones navideñas, todos los años durante las vacaciones le leía una serie de cuentos y siempre, siempre, que le leía Rapunzel, Hanna hacía aquel comentario. Aquella vez debía andarse con cuidado. Como estaban pasando las fiestas en casa del viejo, su edición de los cuentos de los hermanos Grimm estaba en castellano, así que el nombre de Rapunzel estaba traducido y, personalmente, encontraba que su traducción, Verdezuela, era de lo más horrible. No era el nombre de una princesa... - ¿Sigo? Hanna asintió, aunque un segundo después se quedó muy quieta. Sus mejillas encarnadas tan solo podían significar una cosa, así que suspiró: - ¿Qué haces aquí, Tim? - Se supone que tu avión va a despegar dentro de... - Será sólo un ratito - le interrumpió Hanna, luciendo su mejor expresión de inocencia. En esas ocasiones parecía un gatito muy pequeñito, muy mono y abandonado, así que era imposible negarle nada. Por eso, Tim asintió con un gesto y se sentó a los pies de la cama, al mismo tiempo que la niña le brindaba la más radiante de sus sonrisas.- Si fuera cualquier otro cuento no importaría, pero Rapunzel es el favorito de Deker.


Al cabo de algunos años, sucedió que el hijo del Rey, encontrándose en el bosque, acertó a pasar junto a la torre y oyó un canto tan melodioso, que hubo de detenerse a escucharlo. Era Rapunzel, que entretenía su soledad lanzando al aire su dulcísima voz. El príncipe quiso subir hasta ella y buscó la puerta de la torre, pero, no encontrando ninguna, se volvió a palacio. No obstante, aquel canto lo había arrobado de tal modo, que todos los días iba al bosque a escucharlo. - ¿Crees que se lo han creído? El nerviosismo y la desconfianza de Tim eran tan palpables que Deker hasta se detuvo, conteniendo las ganas de llamarle pesado. Al fin y al cabo, enfrentarse a la familia Benavente era algo difícil, además de peligroso. - Tú ya habías avisado a mi padre de que regresarías a Londres día como hoy, mientras que yo me he ido a pasar las vacaciones con Clementine, que se ha quedado sola en Toulouse dijo en tono cansino.- Clementine me cubre las espaldas, mi padre se olvidará de ti hasta que las fiestas terminen y tengas que ingresar en la familia - hizo una pausa, haciendo una mueca.- Ey, serán una mafia, pero se toman muy en serio las fiestas... Aunque, quizás, sea por eso. - ¿Pero has pensado dónde nos vamos a quedar? - Te he dicho que tengo un plan. - Pero no me dices qué plan. Reemprendió el paseo, a través del Parque del Retiro que, aquella fría mañana del veintisiete de diciembre, estaba atestado de gente. Fue directo a los Jardines del arquitecto Herrero Palacios, exactamente hasta que subió una serie de escalones de piedra coronados por dos estatuas de leones tumbados. A decir verdad, aquel lugar parecía sacado de un cuento. Había nevado todo el día anterior, incluida la noche, así que la hermosa vegetación que rodeaba aquella plaza estaba salpicada de blanco. - Ella es mi plan.

En el primer momento, Rapunzel se asustó mucho al ver un hombre, pues jamás sus ojos habían visto ninguno. Pero el príncipe le dirigió la palabra con gran afabilidad y le explicó que su canto había impresionado de tal manera su corazón, que ya no había gozado de un momento de paz hasta hallar la manera de subir a verla. Al escucharlo perdió Rapunzel el miedo, y cuando él le preguntó si lo quería por esposo, viendo la muchacha que era joven y apuesto, pensó, «Me querrá más que la vieja», y le respondió, poniendo la mano en la suya: “Sí; mucho deseo irme contigo;


pero no sé cómo bajar de aquí. Cada vez que vengas, tráete una madeja de seda; con ellas trenzaré una escalera y, cuando esté terminada, bajaré y tú me llevarás en tu caballo.” En medio de aquel paisaje de ensueño, estaba ella. Llevaba una chaqueta púrpura que parecía de cuero y, debajo de ella, se asomaban, una minifalda vaquera, además de unas tupidas medias negras que se perdían en unas Converse moradas. Alrededor del cuello, aquella bufanda de lana blanca que le había visto antes, además de su castaña melena suelta. A Deker no le pasaba desapercibido que, poco a poco, le había ido creciendo. Ya no la llevaba justo por encima de los hombros, sino que sobrepasaba varios centímetros la clavícula. - ¿La antigua casa de las fieras? ¿De verdad? Ariadne se volvió sobre sí misma, sonriendo. - Me pareció adecuado dado que iba a verte a ti - los ojos de la chica se clavaron en Tim, al que le dedicó un gesto con los dedos.- ¡Anda, si es tu amigo hacker! ¡Qué sorpresa! ¿Qué tal van las vacaciones, Tim? - Podrían ir mejor. - ¿Tienes dónde quedarnos? - preguntó Deker. Ariadne avanzó hacia ellos, situándose en medio, mientras les hacía un gesto para que la siguieran. En aquel momento, los tres se fijaron en un hombre que leía un periódico, cuya portada decía con letras bien grandes: CON ZAPATO, PERO SIN CENICIENTA Sigue sin ser localizada la ladrona que perpetró el “imposible” robo a B. Darryll Los ojos en blanco de Ariadne fueron más que suficiente para que Deker se echara a reír, deduciendo que el titular se refería a ella. - Dime, Rapunzel, ¿por qué la prensa osa ponerte otro mote? - Porque Kenneth Murray es gilipollas. Un imbécil. - No te digo que no - asintió con un gesto. Le pasó un brazo por los hombros, al mismo tiempo que le sonreía con malicia, disfrutando de la situación.- Pero no veo la relación entre ambos hechos, la verdad. La chica comenzó a relatarles su último robo, realmente ofendida. - Y en mi caótica y frenética huida, resulta que me dejé uno de los zapatos de tacón. Los policías decidieron que era un hecho curioso y no perjudicial para la investigación, así que se lo ofrecieron a la prensa para que les dejaran tranquilos. Y ahora soy Cenicienta. Muy gracioso todo.


Sobre todo el nadar hasta el muelle, robar una barca, regresar a Salvador, robar ropa seca y encontrarme en el avión con el estúpido de Kenneth... - Que a estas horas será hombre muerto. - Álvaro no me dejó. Le han debido de visitar los espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras y anda en plan feliz - se quedó callada, mirándole con una expresión que Deker no sabía interpretar, así que se inquietó un poco.- Hablando de lo cual... ¡Felicidades! ¡Nos vamos a quedar todos en casa de Tania! Al escuchar eso, Deker se detuvo, enarcando una ceja. - ¿Bromeas? - Más quisiera. - No me apetece aguantar a la versión pasivo-agresiva de Hello Kitty - protestó él, que recibió una sonrisa comprensiva por parte de Ariadne, que enlazó su brazo con el de ella.- ¿Me vas a hacer chantaje emocional? - No es necesario porque no tienes donde dormir.

 - Jero, ¿estás bien? Llevaba toda la mañana viendo la televisión sin cambiar de cadena, sin levantarse del sofá para ir a por algo de comer. Simplemente se dedicaba a mirar un programa tras otro: películas con espíritu navideño, dibujos animados... Hasta que, al final, su padre se sentó a su lado, mirándole con aire preocupado. Decían que se parecía a su padre, aunque Jero nunca lo había visto así: su padre era alto, tenía buena planta, su pelo negro siempre se quedaba en su sitio; en definitiva, era guapo. - Es un poco molesto... - No me refiero a eso - sonrió su padre.- Puede que creas que este vejestorio no te conoce o no te entiende, pero no es así. Estás... Apagado. Incluso melancólico - le dio un codazo.- Es por una chica, ¿verdad? - ¡Papá! - ¡Siempre es por una chica! - exclamó su madre desde la cocina. - ¡Mamá! - se sonrojó un poco, removiéndose en el sofá; sin embargo, el bochorno inicial se esfumó pronto, por lo que suspiró.- La echo mucho de menos. Y... me agobia pensar que ella está en Madrid, seguramente sin pensar en mí. Antes de que pudiera darse cuenta, les estaba contado todo acerca de Tania.


 Ariadne les había llevado al piso donde Tania vivía junto a su padre, explicándoles que habían preparado todo para que cupieran, ya que la casa estaba hasta los topes. Las dos chicas dormían en la habitación de Tania, Álvaro y Kenneth Murray ocupaban los sofás del salón, mientras que a ellos dos les habían preparado el cuarto de invitados. A excepción de Tania, que únicamente saludó a Tim por educación, tuvieron una cálida acogida; incluso Álvaro les explicó que había alquilado su piso en cuanto se mudó al internado y que, por eso, tenían que estar compartiendo el mismo techo. - ¿Dónde me has traído? - le preguntó Tim, depositando su maleta en la cama nido. - Tranquilo, son buena gente. - Pues por eso me preocupo - suspiró su amigo, sentándose al lado de su equipaje. Se pasó ambas manos por el dorado cabello, que no tardó en caerle sobre los ojos de nuevo.- ¿Y si les metemos en un lío? No quisiera... - A Ariadne ya la conoces, es una ladrona. El gafitas es otro ladrón, el clon del príncipe encantador un asesino, el dueño de la casa un periodista de investigación y la rubia... Digamos que es una metomentodo. Así que, tranquilo, van de un lío a otro - Deker hizo un gesto desdeñoso, antes de abrir la única ventana de la habitación. - Ah... Bueno... Si es así... Estuvo a punto de reír al ver el asombro de su amigo, aunque se contuvo, pues aún tenían pendiente una conversación importante. Sacó una maltrecha cajetilla de tabaco del bolsillo de sus vaqueros, que contenía el último cigarrillo del paquete. Se lo llevó a los labios; al mismo tiempo, se acomodó en el escritorio situado bajo la ventana. - ¿Por qué vas a ingresar en los Benavente? Tim se quedó callado, cerrando un instante los ojos. A continuación, se puso en pie para deshacerse de su gabardina, la cual dobló meticulosamente y depositó sobre el colchón. Después, fue hasta los pies de la cama principal, donde había un armario, que abrió. - Yo con dos cajones tengo más que suficiente... - He estado cuatro meses en el Bécquer y no he desecho la maleta todavía - se encogió de hombros, apoyando la nuca en la pared.- Revolveré la bolsa y ya está. Puedes quedarte todos los cajones, perchas... Eso sí, si nos han puesto bombones en la almohada, me los pido todos. El joven comenzó a sacar cuidadosamente las cosas de su maleta para colocarlas con el mismo esmero en el interior del armario. - Tengo tres motivos para aceptar la propuesta.


- Así, sin pensar, se me ocurren cien para que no lo hagas. - El primer y el segundo motivo tienen que ver contigo - aquello le dejó tan atónito que, un poco más, y se hubiera ahogado con el humo de su propio cigarrillo.- Y con esa chica que te vuelve loco, de paso. Deker abrió la boca para protestar, pero Tim se le adelantó: - Por un lado, dentro de los Benavente voy a poder ayudarte mejor. Tendré acceso a más información sin despertar suspicacias como harías tú - Tim permanecía en cuclillas, las yemas de sus dedos acariciaban el borde de un cajón abierto y sus ojos se clavaron en él.- Tú mismo lo dijiste, ¿recuerdas? Si descubren que tienes interés en ella, se harán preguntas - suspiró.- Además, si descubren que es importante para ti, podrían usarla en tu contra. - Tiene sentido - asintió él con un gesto.- Pero no es tan importante para mí... - Que niegues algo, no quiere decir que no sea cierto. - Vale, Bruce Lee, segunda razón. - Tu padre me descubrió haciendo pesquisas. Le dije que había comprendido que fui un idiota, que quería ingresar en los Benavente y que, por eso, estaba tanteando el terreno - suspiró, poniéndose en pie nuevamente.- Menos mal que tu padre ignora nuestra amistad. - Joder - musitó Deker, antes de estampar uno de sus puños cerrados sobre el escritorio.¡Joder! ¡Maldita sea! - cerró los ojos, mientras se masajeaba las sienes durante unos segundos; después, apartó el cigarro de su boca.- Lo siento mucho, Tim. No quería meterte en este lío. Nunca se me pasó por la cabeza que tendría consecuencias para ti... - Me caes bien, Deker - le interrumpió el joven, riéndose. - ¿Pero? ¿No me irás a pegar? - Pero mi ayuda no era desinteresada y, bueno, de esta manera no te necesitaré - aquello volvió a cogerle por sorpresa, aunque Tim no le permitió detenerse a pensar.- No eres el único que tiene una familia complicada. - ¿Eres del clan de los ladrones? - ¿Eh? - ¿Asesinos? - Espera, espera, espera - Tim frunció el ceño, alzando las manos para que se detuviera.¿Pero lo que has dicho antes es verdad? ¿Y qué es eso de un clan? - Todo eso puede esperar - le respondió.- Mira, tenemos muchos días de vacaciones por delante, vas a conocer a auténticos miembros de los clanes y podrás preguntarles. Además, mi familia te ofrecerá algún cursillo o algo así. No te preocupes - suspiró, inclinándose hacia delante y apoyando los brazos sobre los muslos.- ¿Qué pasa con tu familia?


- ¿Sabes por qué me dediqué a robar bancos? - ¿Porqué tenías el talento y querías dinero? - Siempre tuve talento para hackear, desde niño. ¿Por qué comenzar a delinquir a los dieciocho? Te lo diré: porque me quedé solo en el mundo, con unos gastos funerarios que se saldaron con mi ridícula herencia y una universidad que pagar. - ¿Tuvieron un accidente? - Nadie me lo sabía decir. Nadie. Por eso... Entré en los ordenadores de la policía y descubrí que había incoherencias en el caso, que nadie llegaba a ponerse de acuerdo - hizo una pausa.- A día de hoy es un caso sin resolver del que nadie se acuerda. Salvo yo. Por eso, iba a usarte y, por eso, quiero entrar en los Benavente: tu familia tiene recursos más que suficientes para descubrir la verdad. Tim volvió a sentarse en su cama, mientras él se encogía. - Habrá que investigar el caso de tus padres, entonces.

 Estaban siendo unas de las vacaciones más divertidas de su vida. La ausencia de Felipe en medio de aquel caos se notaba demasiado, pero siempre había algo que le distraía e impedía que pensara en su amigo, todavía en coma. La mañana del día de nochevieja la habían pasado quitando los muebles, que tuvieron que acomodar momentáneamente en otras habitaciones: únicamente dejaron el sofá más largo en su sitio contra la pared, mientras que los otros dos los dejaron en la habitación de Mateo y, también, en la de los chicos; la mesa del comedor terminó encajada de cualquier manera en el despacho. Además, apañaron otra larga con una puerta y un par de caballetes. Supuestamente, debería estar acondicionándola, pero estaba tirado en el sofá, ojeando una revista. Estaba ocupado leyendo el último reportaje de Mateo, cuando notó que lo miraban. Kenneth Murray sostenía un mantel entre las manos y mantenía los ojos clavados en él, en un ridículo intento de hacerle sentir culpable. Tenía más ganas de reírse y de revolverle el pelo, que de ponerse con la mesa. Se fijó en que ya se había vestido para la cena con pantalones oscuros a juego del chaleco y combinados con una camisa azul y una corbata azul marino con rayas de color gris claro. - ¿Quieres algo? - preguntó de forma desvergonzada. - ¿Vas a ayudarme o no? - Ya te ayudo yo.


El amigo que Deker, Tim, acababa de entrar en el salón. Al principio, el joven se trababa hablando en español, pues no tenía demasiada práctica, pero a fuerza de conversar todos los días en aquel idioma, había acabado haciéndolo con fluidez. También se había vestido para la ocasión con pantalones grises de traje y corbata granate. - Gracias, Tim. Lo importante es que el señorito no se hernie. Entre los dos estiraron el mantel, colocándolo sobre la improvisada mesa. Justo en aquel momento, Ariadne asomó por la puerta. - Ahora no empecéis a discutir vosotros, ¿eh? - ¡Madre del amor hermoso! - exclamó Tim, poniendo los ojos en blanco.- ¿Podrías, al menos, hacer algo de ruido cuando no robas? ¡Vas a acabar matándome de un infarto! - No es algo que haga a propósito. La chica terminó de entrar, dejándolos a todos boquiabiertos. Se había dejado el pelo suelto, aunque, de alguna manera, le había dado forma a los mechones que enmarcaban su rostro, ondulándolos un poco. Llevaba un vestido negro que le sentaba como un guante: la falda le caía en pliegues hasta un par de centímetros por encima de la rodilla, abriéndose con gracia; el corpiño consistía en dos tiras que se cruzaban en el esternón, cubriendo únicamente sus pechos, aunque no se le veía nada pues debajo se veía como si llevara una camiseta de finos tirantes de tela distinta, como un poco transparente. - Veo que he acertado con el vestido - sonrió ella.- Me termino de pintas las uñas y vengo a ayudaros a poner la mesa. Se fue tan rápido como había llegado. Para entonces, Álvaro había salido de su asombro, por lo que pudo ver a la perfección la expresión de Kenneth. Se puso en pie únicamente para darle una pequeña sacudida, susurrándole: - Ahora no te quejas del compromiso, ¿eh? Ante sus palabras, Kenneth se colocó las gafas en su sitio con la punta del dedo. - Es una niña. No la veo de esa forma, no podría verla de esa forma ni aunque quisiera apretó sus pálidos labios, aunque en sus ojos no había rastro de duda, ni de amedrentación, y eso que le miraba con fijeza.- Pero soy un ladrón, sé reconocer la belleza cuando estoy ante ella. - Eres tan intenso - rió Álvaro.- Sólo era una broma. - Tú nunca bromeas sin más. - Ni que me conocieras. - ¿Sabes? - Kenneth sonrió un poco, desdeñoso.- Te crees que eres el rey del misterio. El típico tío enigmático y hermético que esconde su verdadero ser detrás de una sonrisa de ensueño y un pelo perfecto. Pero no. Eres bastante evidente, Álvaro Torres.


- ¿Con eso pretendes que me enfade o que te dé un beso? - le dedicó una sonrisa radiante, mientras se pasaba una mano por su, según Kenneth, pelo perfecto.- Porque, más que un ataque ingenioso, parece un piropo. Eso sí, con más estilo que el de un albañil, pero un piropo al fin y al cabo. Ariadne y Tim regresaron al salón cargados con la vajilla. El chico comenzó a colocar los platos en su correspondiente lugar, mientras que la muchacha se dedicó a doblar servilletas de tela con forma de cisne. - ¡¿Quién ha sido el que me ha gastado la espuma para el pelo?! ¡DEKER! La voz de Tania, retumbando a lo largo de toda la casa, les interrumpió a todos. Álvaro, ante semejante rugido, volvió a deslizar los dedos por su rubia cabellera sin querer. Su gesto pasó desapercibido para todos, salvo para Kenneth que volvió a mirarle para que se sintiera culpable, aunque, de nuevo, falló estrepitosamente. - ¡No uso espuma para el pelo! - les llegó la voz de Deker. - ¡Cómo que esas ondas son naturales! - Deberías decir algo - susurró Kenneth.- No es justo para el chico. - ¿Y quién te dice que he sido yo? - Álvaro hizo una mueca. Kenneth le miró largamente, después se quitó las gafas para limpiarlas con un pañuelo de tela que se sacó de uno de los bolsillos del pantalón. Cuando volvió a colocarlas en su sitio, se encogió de hombros: - La culpabilidad huele a fresa salvaje. Deker se unió a ellos con cara de malas pulgas. No se había vestido con nada especial, vaqueros desgastados de talle bajo, una camiseta de manga larga blanca y negra y su desgreñado cabello castaño oscuro cayéndole por los ojos. Fue a decir algo, seguramente algún grito dirigido a Tania, pero se detuvo al ver a Ariadne. Álvaro comprendió que la miraba como lo habían hecho ellos tres... en parte. Iba más allá de la mera sorpresa. Por un lado, parecía un poco asustado, incluso con un deje de culpabilidad; por otro, estaba impresionado, arrobado, el puro deseo le consumía, pero había algo mucho más profundo, algo que seguramente ni él mismo sabía.

No sabía que nadie pudiera de mirar de tantas formas distintas a una sola persona. - Vaya, Rapunzel, ¿querías ponerme de buen humor? - Lo he hecho únicamente por Tania - repuso la chica, poniendo los ojos en blanco.- Su amiga Clara se ha puesto mala y no quiere estar sola junto a sus otras amigas, así que yo la acompaño. - ¿Va a salir contigo? Vaya, no sabía que Barbie Mi pequeño Pony era tan atrevida.


- ¡Deja de llamarme así! - gritó Tania. - ¡No te hará caso! - respondieron unánimemente Ariadne y Tim. Tania irrumpió en la habitación. Llevaba un vestido de un bonito rosa, color que le sentaba de maravilla; tenía forma de tubo, le llegaba por encima de las rodillas y tenía un cuello redondo, además de unas mangas muy amplias que estaban abiertas desde el hombro hasta casi el final de la misma, por debajo del codo. - ¿Puedes ayudarme con el pelo? - le preguntó a Ariadne. - Claro, porque las Barbies no se peinan, las peinan - apuntó Deker. - ¡Al menos voy peinada y no llevo una rata en la cabeza! Casi como si lo hubieran ensayado con antelación, Ariadne y Tim se hicieron cargo de la solución, una al llevarse a Tania a su habitación y el otro al empujar a Deker hacia el sofá. En esas llegó Mateo, portando una bandeja llena de langostinos, y sonrió de oreja a oreja: - ¡Las mejores Navidades de mi vida!

 Ay, Dios, mi cabeza. Tania se incorporó, haciendo una mueca, mientras se pasaba una mano por el pelo. Al girarse, vio a Tim tumbado cual largo era en la cama donde debería estar Ariadne; roncaba de forma bastante curiosa, como si cogiera mucho aire y, después, lo fuera soltando poco a poco. Saltó por encima de él para ir directa al cuarto de baño que, por suerte, estaba vacío. La jaqueca era tal que temía que la cabeza le explotara si alguien le hablaba. Tras lavarse la cara para despejarse un poco, cogió la caja de ibuprofeno y caminó de puntillas hasta la cocina; una vez ahí, se tomó una pastilla, acompañándose de un poco de leche caliente. Se fijó, entonces, en que todavía llevaba el vestido que se había puesto para la noche anterior, el que le había regalado su padre en nochebuena. Se percató, también, de que apenas recordaba nada de lo sucedido después de la cena, tan sólo tenía unos pequeños destellos de claridad en medio de una maraña de recuerdos obtusos. Únicamente recordaba haberse reunido con sus antiguas amigas y no había sido una cita idílica, puesto que su fama la había perseguido hasta Madrid; un par de ellas se habían creído el que iba persiguiendo a Rubén por las esquinas, como si quisiera arrebatárselo a Erika con malas artes, así que no la habían tratado nada bien... Un momento. ¿Recordaba mal o Deker la había defendido?


Sólo se acordaba de que se había despedido de su antiguo grupo de amigas para tener su propia fiesta con Ariadne y los chicos... De hecho, juraría que habían terminado en un karaoke...

Oh, por favor, que no sea verdad lo de mi recital... Por favor, por favor... Decidió que lo mejor era regresar a la cama, para intentar dormir algo más, aunque se detuvo a medio camino. Escuchaba los suaves acordes de una guitarra, que provenían de la habitación de los chicos. Miró en derredor. No había ni rastro de los adultos así que, o bien estaban desayunando fuera o bien todos, por algún motivo, estaban durmiendo en el cuarto de su padre. Por eso, se acercó sigilosamente y sonrió al descubrir la puerta entreabierta. Al asomarse por la apertura, vio que Deker estaba sentado en la cama de Tim, aunque mantenía la espalda recostada en el tablero de la que él utilizaba. Entre sus manos, su guitarra; reclinada sobre él, durmiendo felizmente, Ariadne. Se sorprendió todavía más al descubrir que le estaba cantando. ¡Y cantaba bien! De hecho, la canción que brotaba de sus labios era bonita... O eso le parecía, pues era en inglés y no entendía la letra. Estaba tan absorta en aquella escena, cuando menos curiosa, que se despistó un momento y le dio un codazo a la puerta. Automáticamente, se echó hacia un lado, maldiciéndose. Estaba pensando en qué hacer para salir de aquella situación tan embarazosa, cuando vio la cabeza de Deker asomándose por la puerta. - Iba a ignorar tus sonoros pasos, pero esto ya es demasiado. - ¿Tanto ruido he hecho? Deker ladeó la cabeza, cruzando los brazos por encima del pecho. Era la viva imagen del hastío, la miraba como si le debiera la vida o algo por el estilo y, una vez más, Tania se sintió ridícula en presencia de aquel maldito chico. - Desde pequeño me han entrenado para atrapar ladrones - se encogió de hombros, antes de tenderle una mano para ayudarla a ponerse en pie.- Sólo he conocido a una persona cuyos pasos no he escuchado jamás y no eres tú, querida - apuntó en tono de mofa; en aquel momento escucharon a Ariadne emitiendo una serie de gemidos, como si estuviera en medio de un mal sueño.- Otra vez. Mierda. Deker entró en la habitación y se acomodó en la cama donde Ariadne estaba tumbada, aunque no parecía descansar, pues se revolvía, visiblemente agitada. Colocó la cabeza de la chica en su regazo, peinándole el pelo con suavidad. Al mismo tiempo, Tania se apoyó en el quicio de la puerta.

Al final no va a ser tan malo...


Como por arte de magia, Ariadne pareció calmarse en cuanto las largas manos de Deker recorrieron sus brazos, su espalda... No obstante, el rostro del chico seguía siendo preocupado... Como... ¿La noche anterior? Tania frunció el ceño, intentando aclararse en medio de la confusión provocada por los chupitos de más. - ¿Qué pasó anoche? - inquirió, rindiéndose. - ¿Con quién exactamente? Se sentó al lado del joven, mesándose el cabello. La noche anterior Ariadne se lo hacía ondulado con la plancha, dejándola casi como si fuera una estrella de cine, pero ya sólo quedaba su pelo de siempre. - Con todo. Sólo recuerdo cosas sueltas... Y me duele mucho la cabeza. - No me extraña. Os faltó poco para beberos el agua de los floreros. - ¿Pero qué pasó? - Al final Tim y yo os acompañamos - comenzó a explicar Deker, ladeando un poco la cabeza.- Les causamos muy buena impresión a tus amigas. Ariadne no tanto, la odiaron nada más verla. Sin embargo, todo fue bien hasta que una de tus amigas sacó a relucir su Erika interior. A tu favor diré que no le hiciste ni caso y, simplemente, nos fuimos por nuestra cuenta. >>La verdad es que no los pasamos muy bien. Tú enseguida te agarraste una moña del copón, pero te volviste hasta divertida. Al final, se te ocurrió la brillante idea de que fuéramos a un karaoke y, entre otras actuaciones, le dedicaste a Rubén una versión bastante horrible de Soy yo de Marta Sánchez - le dedicó una sonrisa burlona.- Lo tengo grabado en el móvil. - Te peleaste con Ariadne, ¿verdad? - ¿De verdad quieres saberlo? - ¿Cómo? - Tania parpadeó, confusa, no entendía la pregunta.- Pues claro que quiero saberlo. Por eso te he preguntado. - Lo digo porque Ariadne lleva hecha polvo meses, pero ni Jero ni tú habéis querido daros cuenta de ello - declaró con sinceridad. Tania abrió la boca para protestar, para añadir con indignación que era su amiga, que se preocupaba por ella, pero entonces se fijó en lo frágil y rota que parecía en brazos de Deker y calló, removiéndose incómoda.- Lleva meses perdida. - Pero ella parece... - No te fíes de las apariencias y menos de las de un ladrón. - ¿Y qué pasó anoche? - Hizo una tontería. Otra más. No es eso lo importante, sino el que siga así - la miró con pena, paseando sus dedos por el cabello de la chica.- Ahora mismo es como una niña perdida en medio de un temporal de nieve y nadie llega a alcanzarla.


Los dos se quedaron en silencio. Tania descubrió auténtica preocupación en Deker, por lo que acabó sonriendo un poco: - Al final Jero tenía razón. - Cierto, desafinas más que un concursante de Operación triunfo. - Jero cree que eres un buen tío - ignoró el comentario, mirando a su interlocutor.- Yo no le creía, para mí eras el que me había vendido. Pero Ariadne me dijo que no podía entenderte, que seguramente no tenías otra opción... No quise escucharles, a ninguno de los dos. Pero suspendiste para que Jero aprobara. Pero aquí estás, ayudando a Ariadne a dormir...- la sonrisa se tambaleó en sus labios.- Al final tenían razón. - Esos dos son unos ilusos optimistas. Tania se puso en pie de nuevo, dirigiéndose hacia la puerta. Se quedó ahí un momento, mirando a Deker, que debía estar a punto de soltar una gracia de las suyas, pues un gesto socarrón había aparecido en su rostro. Sin embargo, no tuvo ocasión de pronunciarla en voz alta, pues ella fue mucho más rápida: - Quizás muchas veces no vea la realidad, consciente o inconscientemente, pero tu caso es peor. Porque tú sí que ves las cosas como son y, aún así, no actúas en consecuencia - se encogió de hombros.- Yo no veía que Ariadne estaba mal, tú lo hacías y permanecías en la distancia.

 - ¿Me vas a decir a dónde vamos? A su lado, Deker únicamente sonrió con malicia. Puso los ojos en blanco, hastiada, aquella no era una buena señal. Miedo le daba lo que estuviera planeando el chico. Aquella misma mañana, muy temprano, Deker había acudido a su cama a despertarla. Se habían marchado de la casa de Tania sigilosamente, sin hacer ni un solo ruido. En ese momento se percató de que, aunque no era tan diestro como ella escabulléndose, Deker no lo hacía nada mal; se encontró pensando en que no sería un mal ladrón. - No sabía que los Benavente os entrenabais para ser sigilosos. - Los Benavente hacemos lo que sea para atrapar ladrones. Deker le guiñó un ojo, chasqueando la lengua con aire divertido, lo que provocó que Ariadne resoplara, todavía más hastiada. Se echó hacia delante para encender el reproductor y elegir la opción de CD, colocando uno de los múltiples discos de mezclas que guardaba en la guantera. En cuanto la música


comenzó a sonar, se arrebujó en la cazadora azul turquesa que llevaba y en la bufanda de lana blanca, que era tan agradable al tacto. Observó que Deker había enarcado ambas cejas. La canción en cuestión, Be the one del grupo The fray, le provocaba algún tipo de sentimiento. ¿Era diversión? ¿Aversión? Era curioso, pero en aquel momento no sabía interpretar el rostro de Deker. - ¿Algún problema con la canción, Mick Jagger? - Me recuerda a alguien - respondió escuetamente; hizo un gesto desdeñoso, antes de mirarla con gesto divertido.- ¿Mick Jagger? - No eres el único que sabe poner motes. Deker se echó a reír. Hacía ya un rato que habían dejado Madrid atrás y seguía sin entender a dónde narices se dirigían, así que volvió a suspirar, ladeando la cabeza. El cielo se había teñido de un blanco pastoso, del cual se caían retazos de nubes para rodearlos de una niebla leve. Era un día condenadamente frío, así que lo que menos le apetecía era que Deker la perdiera por algún lugar recóndito de España. - ¿Podrías decirme a dónde vamos, por favor? - Puedes hacerlo mejor, Rapunzel. Entrecerró los ojos un instante, antes de sonreír con dulzura. Poco a poco se fue acercando a Deker, juguetona: primero deslizó un dedo por su brazo, después lo enredó en una de las ondas de su espeso cabello castaño oscuro. Al final, se aproximó tanto a él que sus labios estuvieron a punto de acariciarse. Se inclinó un poquito más... Un poquito más... Deker la miraba asombrado, aunque no llegó a moverse... Otro poquito más... ¡Zas! Le soltó un manotazo en el hombro, antes de regresar a su asiento. - Si no respondes, el próximo irá bastante más abajo - apuntó, maliciosa. - Vale, vale - rió Deker, agitando la cabeza.- Qué mal humor, hay que ver... Vamos a La Rioja, a ver a una persona que, quizás, nos pueda ayudar con tu problema, Melinda Gordon.

 Mientras desayunaba, Tania se preguntó a qué vendría la misteriosa excursión de Ariadne y Deker. El chico le había pedido que les cubriera, asegurándole que la escapada era por el bien de Ariadne, aunque no le pudiera dar más detalles. En realidad, no le gustaba que la mantuvieran apartada, que no le contaran qué sucedía, pero era consciente de que su amiga no era precisamente accesible.


- Tania... Tania... - ¿Eh? Tuvo que regresar a la realidad para atender a Tim, que agitaba los dedos frente a ella para llamar su atención. Sacudió la cabeza, frotándose los ojos. - Perdóname, sigo dormida. ¿Qué decías? - Te pedía el azúcar. Se lo tendió, acompañándose de una sonrisa. Conocía a Tim desde hacía poco, pero se sentía a gusto con él, era simpático y siempre le daba conversación. De hecho, al principio se había preguntado qué hacía un chico tan agradable siendo amigo de alguien como Deker que, por mucho que no fuera el mal personificado, tampoco era lo que se decía encantador. Tras retirarse el rubio cabello de los ojos con un gesto impaciente, Tim comenzó a verter azúcar en su café. Todavía con un trozo de magdalena empapada en leche entre los dedos, Tania se dedicó a contar las cucharadas: dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... Arrugó la nariz. Estaba a punto de comentar algo al respecto, cuando unos brazos la rodearon. Giró un poco la cabeza para ver el rostro sonriente de su tío Álvaro. Estaba demasiado sonriente. La última vez que lo vio así, fue cuando, a los catorce años, la pilló en un cine junto a un compañero de clase; a la salida le tomó el pelo cuanto quiso, por lo que su amigo acabó huyendo y ella casi se murió de la vergüenza. Definitivamente, no era una buena señal. - Sobri - canturreó Álvaro.- Tienes visita. - ¿Visita? - Hay cierto Romeo a punto de encaramarse a tu balcón, Julieta - prosiguió, haciendo un esfuerzo visible para no echarse a reír; la soltó, echándose hacia atrás para apoyar la espalda en el quicio de la puerta, al mismo tiempo que cruzaba los brazos sobre el pecho y señalaba el pasillo con un gesto de cabeza.- Yo que tú me daría prisa, Julieta, no vaya a ser que tu padre acabe con la vida de tu Romeo particular. Se puso en pie rápidamente. No sabía quién podía ser el que había ido a visitarla, aunque cualquiera de las dos opciones le aterraba: a Rubén porque no quería verle y a Jero por todo lo contrario. Fue directa a la ventana del salón, ya que era esa zona de la casa la que daba a la calle, mientras que la otra parte daba al patio interior del bloque de pisos. La abrió, asomándose. El aire gélido fue como una bofetada, que le revolvió los rubios cabellos. Logró domarlos como pudo con las manos, mientras reconocía, asombrada, la inquieta figura de Jero. - ¿Jero? - inquirió, alzando la voz.


A pesar de que estaba tan alta que veía al muchacho más bien pequeño, pudo reconocer la radiante sonrisa que brotó en sus labios. También vio que en la ventana de al lado, que correspondía al despacho de su padre, se asomaron tanto éste como Álvaro, Tim, incluso el profesor Murray. Hubiera querido fulminarles con la mirada por ser una panda de cotillas, pero estaba tan sumamente nerviosa que sólo pudo preguntar en el mismo tono alto: - ¿Pero qué haces aquí? - ¡Quiero que salgas conmigo! - Pero... P-pero Jero... ¿No íbamos a esperar? - ¡A la mierda la espera! El amor no va de razones, no va de pensamientos, va de sentir, de pensar con el corazón. Y yo no he dejado de pensar en ti. Todos los días, a todas horas... Dame un día, Tania. Dame una cita. Sólo una cita. Si no sientes nada, pues vale, fingiremos que no se me han cruzado los cables y he cogido un autobús para verte. Y si lo sientes... Bueno, digamos que no tienes nada que perder. - ¡Sí que tengo que perder! ¡Puedo perderte a ti! - Te prometo que eso no pasará. ¡Te doy mi palabra! - ¡Oh, dile que sí! ¡Acepta! Impresionada, Tania se volvió para contemplar, anonadada, como el profesor Murray se colocaba las gafas bien sobre el puente de la nariz, un poco sonrojado. Su tío Álvaro estaba tan sorprendido como ella, Tim parecía divertido y su padre permanecía flemático. Sin embargo, en aquel preciso momento se dio cuenta de que el corazón le iba a mil por hora, retumbaba en su pecho a todo ritmo. Quería decirle que sí, por mucho que tuviera miedo, se moría de ganas de decir que sí, por lo que sonrió: - Ahora bajo.

 - Pásatelo bien con tu churri... - No estoy con Ta... Rubén no siguió hablando, puesto que su amigo había colgado y ya no servía de nada. Puso los ojos en blanco, mientras bajaba del tren. No quería que ni su madre ni Erika y su familia descubrieran que estaba llevando a cabo ese viaje, por lo que había utilizado a su amigo Arturo de coartada; el chico le sería fiel, pero era un tanto simplón y estaba emperrado en que la escapada era para mantener un encuentro secreto con Tania.


Acababa de llegar a Orense, exactamente a la Estación del Empalme, y era las seis y cuarto de la mañana. Había pasado toda la noche en el tren hotel, intentando dormir sin conseguirlo, así que estaba hecho polvo. Siguió a la marabunta hasta la salida, encontrándose en una ciudad completamente nueva para él. Se volvió un instante para contemplar el enorme edificio donde estaba la estación: era de piedra con un tejado de tejas oscuras; las puertas de cristal por donde habían salido estaban en el centro, en un bloque más alto casi de forma cuadrada que parecía el edificio principal del cual partían los extremos. Pensó que era muy temprano para hacer lo que tenía que hacer y seguía teniendo el estómago cerrado, así que decidió hacer algo de turismo para hacer tiempo. Así que, ayudándose de un callejero, comenzó a caminar. Poco a poco comprendió que Orense era una ciudad que mezclaba de forma magistral tanto lo antiguo como lo nuevo. No era ningún experto en arquitectura o en arte, pero sí que era capaz de apreciar el amplio catálogo de diferentes estilos que presentaban sus empinadas calles.

Venir con Ariadne y Deker tiene que ser un espectáculo. Llevaba un tiempo pensando en sus dos compañeros. No había cruzado palabra alguna con Deker y las pocas que había intercambiado con Ariadne habían acabado en discusión, puesto que la chica no le soportaba, pero comenzaba a pensar que podrían ser su mejor ayuda. Acabó paseando por la Rua Do Paseo, la principal calle peatonal de la ciudad, donde se detuvo a desayunar algo por fin, ya que el paseo y el aire frío le habían dejado mejor cuerpo. Prácticamente engulló un par de bocadillos y disfrutó del café casi hirviendo que le hizo volver a entrar en calor. Cuando acabó, miró el reloj de su muñeca y descubrió que ya eran más de las diez, por lo que consideró que ya era hora de visitar a la persona que estaba buscando. En la agenda de su madre había descubierto que visitaba constantemente a una mujer que vivía en Orense; era el único nombre de la agenda que ni conocía, ni logró encontrar en Internet, así que no era ninguna empresaria. Podía no ser nada, pero Rubén se moría de ganas por saber qué clase de relación unía a aquella mujer con su madre. Antes de abandonar la cafetería, le preguntó al camarero cómo llegar a las señas que tenía apuntadas y salió a la calle de nuevo. Caminó en dirección a un enorme hotel blanco hasta que alcanzó el portal indicado. Se quedó de piedra al ver una placa junto a la hilera de timbres, donde se podía leer:

Débora Viles Pitonisa, médium


Predicciones, pociones, filtros de amor Rubén comprobó horrorizado que, precisamente, iba a ese piso. ¿Su madre veía a una pitonisa? No podía creérselo. ¿Su madre? Pero si su madre era la persona más incrédula del mundo, si de hecho jamás le había contado cuentos porque no quería que él se convirtiera en, palabras textuales, un blandengue cándido e ingenuo con la cabeza llena de pájaros con forma de finales felices, magias y demás engañabobos.

Es definitivo. No conozco a mi madre. Subió en ascensor hasta el piso en cuestión, donde se encontró una recepción iluminada pobremente con cuadros de muchos colores, cojines y telas transparentes por todas partes. Más que una casa, parecía la lámpara del genio de Aladdín. - ¿Desea algo? Una chica de larguísimo y ondulado cabello castaño le miraba impaciente a través de sus gafas de montura cuadrada. Rubén, todavía impresionado por todo aquello, tuvo que agitar la cabeza para regresar a la realidad y acercarse a la mesa negra donde la recepcionista le esperaba, tamborileando los dedos, con las uñas pintadas de negro y rojo, sobre ella. - Quisiera ver a Débora - logró decir. - ¿Tiene hora? - ¿Hacía falta? - la recepcionista enarcó las cejas y Rubén estaba seguro de que le iba a echar de ahí, así que decidió ablandarle el corazón.- Sólo va a ser un momento, de verdad. Me he escapado desde Madrid para visitar a su jefa... - Leyre, ¿puedes...? Una mujer salió del pasillo perpendicular, que había al fondo del recibidor. Era baja, muy delgada, de aspecto frágil, casi de muñeca, sobre todo por la larga melena dorada y el vaporoso vestido blanco que llevaba, alegrado por un chal multicolor. La recién llegada se quedó callada, mirándole fijamente, por lo que Rubén se sintió un poco violento. - ¿Quién es? - quiso saber la mujer. - Quiere verte, Deb - le informó, con un leve deje burlón, la recepcionista.- Pero no tiene ni siquiera cita y, créeme, está alucinando. Casi se le cae la mandíbula al entrar. - Cóbrale a la señora Vaqueiro. Tú, ven conmigo. Siguió a la pitonisa, Débora, a través del pasillo hasta la puerta que había en el fondo del mismo. Por el camino, se cruzó con una mujer ya entrada en años, que abandonó una sala donde,


entre extraños tarros, un humo de color violeta y más telas de colores, pudo ver una bola de cristal. Seguía sin poder imaginarse a su madre ahí. Débora le llevó hasta un pequeño salón muy luminoso, aunque un tanto abarrotado, pues las blancas paredes estaban cubiertas por estanterías metálicas llenas de libros. La mujer se acomodó en un sillón negro de diseño, dejándole a él el otro que era exactamente igual, pero en rojo. Después, se encendió un cigarrillo, echándose hacia atrás para mirarle de pies a cabeza, antes de decir, acompañándose de una sonrisa sardónica: - Hola Rubén, no te esperaba tan pronto.

 Pasaron por varias localidades de La Rioja hasta alcanzar el sinuoso camino que les llevó hasta Turruncún, una aldea abandonada. Era un lugar desangelado, con prácticamente todos los edificios derruidos, a excepción de la iglesia, coronando la aldea en la zona más alta, y el colegio. En cuanto se bajaron del coche, Ariadne escondió sus enguantadas manos en los bolsillos de la cazadora y se volvió hacia él. Sonrió al ver que la seguía sorprendiendo. - ¡Uy, qué divertido, me has traído a un pueblo fantasma! - exclamó, irónica. - He oído que en la parte trasera hay unas vistas muy bonitas. Deker se encogió de hombros y comenzó a andar, hasta que la chica lo alcanzó, todavía atónita, incluso un poco inquieta. - Este lugar da mal rollo - insistió ella. - ¿No lo ves lleno de no-vida? - ¿Te he dicho alguna vez que odio tu sentido del humor? - Venga, Rapunzel, los dos sabemos que no odias nada de mí - le guiñó un ojo, divertido, mientras le tendía la mano.- Anda, fíate de tu caballero de brillante pelambrera - la chica, un poco a regañadientes, enlazó su brazo en el de él.- Y vamos a la iglesia, por cierto. ¿Has oído hablar sobre ella? - Estoy segura de que me contarás que ahí nacen los unicornios - Ariadne respondió con un sarcasmo, haciendo una mueca. - Resulta que el suelo está levantado, ahora mismo sólo hay tierra con agujeros, como si alguien hubiera estado buscando algo - bajó el tono de su voz, como si estuviera relatando un cuento de miedo.- Pero hay algo más. Por todo el suelo hay huesos, muchos huesos, nadie ha querido asegurarse, pero se cree que son restos humanos... Y que las ánimas de sus dueños siguen atrapados en este mundo, exactamente dentro de la iglesia.


Acababan de llegar al maltrecho edificio, que apenas se sostenía. Deker miró a Ariadne, que puso los ojos en blanco. - Si piensas que así vas a asustarme vas listo... La chica se quedó pálida e, inconscientemente, se aferró a él. - ¿Pasa algo? - Dime que ves a esa chica dentro de la iglesia. - ¿Qué chica? - No me tomes el pelo, venga. La ves, ¿verdad? Durante un momento, Deker la miró con preocupación, lo que turbó todavía más a la muchacha, que apretó su brazo con más fuerza. Sin embargo, un instante después, se echó a reír sin poder evitarlo, por lo que Ariadne, comprendiendo lo que sucedía, comenzó a pegarle con ambas manos, hecha una furia. - ¡Eres un hijo de puta! ¡Cabrón! ¡Capullo de mierda! - Eh, eh, esa boca - rió Deker, defendiéndose como podía.- Suerte de que no está Tania o la habrías matado del disgusto o pervertido. Venga, venga, para ya, Rapunzel - le sostuvo las manos, aunque la mirada rabiosa de la chica le indicó que no iba a ser tan sencillo salir de esa.- Te presento a Amaranta, una wiccana. Una mujer se había acercado a ellos. Tenía el larguísimo cabello negro recogido en una trenza que le caía por un lado, además de adornado con pequeñas margaritas. Amaranta siempre sonreía un poco ida, desprendía paz por cada poro de su piel, aunque Deker siempre había sospechado que se ponía ciega a marihuana y de ahí su expresión. - ¿Me has traído a ver a una pseudo-bruja? - susurró Ariadne. - A veces ayuda a los Benavente con temas de magia, aunque no la toman demasiado en serio, por lo que no es peligrosa para nosotros - le informó en el mismo tono.- Amaranta no se chivará a mi familia y, aunque lo hiciera, no le harían ni caso. Amaranta les saludó con una sonrisa, antes de ponerse a mirar el cielo. - Hace un día fantástico, ¿verdad? - comentó. - Yo me voy - dijo Ariadne, alucinando.- Paso de estar helada y perdida en un pueblo abandonado con Luna Lovegood. Tengo mejores cosas que hacer. Deker la retuvo de un brazo. Por suerte, Amaranta no pareció darse cuenta de nada. - Mi amiga y yo teníamos una serie de dudas sobre magia - dijo en dirección a la wiccana, que volvió a prestarles atención.- Verás, hemos oído rumores de una médium que puede comunicarse de verdad con los muertos. Y a mi amiga le gustaría saber si puede ser verdad porque le gustaría hablar con su querida y difunta abuelita.


- En este mundo sólo hay algo irreparable, joven Sterling, la muerte - respondió la mujer, mirando hacia un lado con aire triste.- Las casas pueden volver a construirse, incluso este pueblo podría volver a la vida si la gente se mudara a él, pero una persona que ha muerto jamás podrá volver. La muerte es algo definitivo. - Es algo que nunca habría imaginado - comentó Ariadne. - Lo natural, entonces, es que los vivos permanezcan en el mundo de los vivos y los muertos en el de los muertos. Por eso, hay un abismo insalvable que separa a unos y a otros. La naturaleza dicta que vivos y muertos no pueden establecer contacto, no es natural, no está bien. Por eso, no existen médiums que puedan comunicarse con los difuntos y, los que lo intentan recurriendo a la magia negra, acaban pagando las oscuras consecuencias de ir contra la naturaleza. - Pero entonces hay una manera, ¿no? - preguntó Deker. - Nadie lo ha conseguido. Se vuelven locos, se mueren... Pero no lo consiguen. - ¿Y si por un casual alguien naciera con esa capacidad? - inquirió Ariadne. - Nadie puede nacer con esa capacidad - insistió Amaranta con mucha seguridad.- Es algo demasiado antinatural, desafía todas las leyes físicas, naturales e incluso mágicas. Aunque, claro, siempre hay personas que se creen dioses, que van más allá...- cerró los ojos, espantada con la idea.- Quizás alguien esté lo suficientemente loco como para crear una abominación así... Pobres de nosotros, entonces, ese alguien sería una fuerza del mal. Deker tuvo que sostener a Ariadne, la conocía suficientemente bien como para saber que su expresión quería decir que estaba a punto de darle una paliza. - Muchas gracias por resolver nuestras dudas, Amaranta - dijo. - ¿No os quedáis? - Tenemos cosas que hacer en la ciudad. - Oh, la banalidad de las ciudades con sus gentes viviendo vidas superficiales - comentó en tono dramático. Asintió como para despedirse, antes de emprender el camino de vuelta, arrastrando a Ariadne con él. No compartieron palabra alguna hasta que estuvieron, de nuevo, sentados en el coche, cuando la chica comentó, malhumorada: - Amaranta, Amaranta, ¡pero si en su DNI pone que se llama Francisca Pérez! ¡Paca! - ¿Le has robado el DNI? - preguntó, divertido. - La cartera entera, con su dinero y todo... Ey, vive en la naturaleza y no le gusta lo material, ¿no? Pues, entonces, no le hará falta. Y, además, es un precio pequeño a pagar por insinuar que soy el Anticristo - añadió, mientras registraba la dichosa cartera.- ¡Hala, cien euros! ¿Quieres que Paca nos invite a comer?


 - ¿Me conoce? Rubén no podía ni pestañear de sorprendido que se hallaba. Estaba absolutamente seguro de no haber visto a esa mujer en la vida, pero ella le miraba con familiaridad... Eso, sin contar que le había llamado por su nombre. - Hacía mucho que no te veía - respondió Débora con calma, ladeando la cabeza, al mismo tiempo que se desprendía de una corona de flores que llevaba ceñida a la frente.- Eras un niño enclenque y canijo cuando te vi por primera y última vez, pero ese par de ojos grises no son fáciles de olvidar. - Pero yo no me acuerdo de ti. - ¿Qué recuerdas de cuando tenías cinco años? Hizo un esfuerzo, pero nada acudía a su memoria, tan sólo anécdotas que o bien su madre o bien algún profesor le habían contado. Por eso negó con un gesto, decidiendo que lo mejor era ir al grano. - ¿Y por qué te conozco? ¿Por qué viene mi madre a verte cada seis meses? - No debería responderte - Débora apretó los labios un instante, seguía mirándole con fijeza, como si le estuviera examinando.- Tu madre es una de mis clientas habituales y, entre otras cosas, me paga por mi discreción. - Mi madre es una manipuladora - aclaró él con frialdad.- Juega conmigo como si fuera un mero peón de su tablero de ajedrez, sin importarle las consecuencias que sus actos tengan en mí - se inclinó hacia delante, frunciendo un poco el ceño.- Mi madre me ha vendido a una familia de hipócritas para satisfacer los pueriles deseos de una niña consentida - se relajó un momento, por lo que sus hombros dejaron de estar tan tensos como la cuerda de un arco a punto de ser disparado.- Yo no digo que no tenga sus razones, sólo que merezco vivir mi vida. Débora siguió sin inmutarse. Comenzó a pensar que lo mejor era ofrecerle más dinero, cuando ella enarcó una ceja, aplastando el cigarrillo en un cenicero. - Todos sufrimos los pecados de los padres, ¿no crees? - Pero no a todos nos arrebatan la posibilidad de elegir. - Puede que no como a ti - suspiró la mujer, reclinándose en su sillón de nuevo.- Pero a muchas personas les pasa algo así... ¿Quieres ser bailarina? No, hija, tienes que ser cirujana como tu padre...- hizo un gesto desdeñoso, agitando después la cabeza un momento, antes de volver a clavar su franca mirada en él.


- Tus padres no deseaban que fueras pitonisa, ¿eh? - ¿Quién te dice que estaba hablando de mí? - sus labios se curvaron en un mohín burlón, antes de suspirar, enredando la mano en sus rubias ondas.- Para todo aquel que entra en mi tienda soy una pitonisa: les cuento los cuentos bonitos que desean oír, les preparo algún remedio medicinal para achaques y cosas así, incluso pócimas de amor o de valor. - ¿Pócimas? ¿Cómo en Harry Potter? - Harry Potter es fantasía, querido, y mi trabajo también lo es - sonrió, divertida.- No puedo ver el futuro en una maldita bola de cristal. Hay personas que sí lo hacen, muy, muy pocas, pero yo no. Simplemente le echo imaginación y tengo tacto. - Así que eres una timadora. - No exprimo a una persona desesperada y mis remedios son eficaces, aunque no soy lo que se dice una pitonisa - hizo una pausa, sonriéndole de nuevo.- Sin embargo, para aquellas personas que, al igual que tú, sabe que el mundo es más de lo que parece, les ofrezco otro tipo de servicios - se inclinó hacia delante, haciéndole una seña para que se acercara, cosa que Rubén hizo; Débora se colocó el canto de una mano en la comisura de la boca, susurrando.- Brujería. Rubén frunció el ceño. Por supuesto, no entendía de magia o brujería, pero recordaba con claridad diáfana lo que le ocurrió a los hermanos James por jugar con ella. - La magia es peligrosa. Hace cosas horribles a quien la practica. - No es un juego de niños, desde luego - asintió.- Y siempre hay un riesgo, siempre. No obstante, el truco de la magia radica en utilizarla en su justa medida y saber siempre dónde poner el límite. Existe un umbral de la magia negra que no hay que traspasar, ya no sólo porque pueda costarte la vida o, peor, la cordura, sino porque sus efectos pueden ser devastadores. - ¿Y qué te pidió mi madre? - Protección para ti. La protección más poderosa que la magia puede concebir - aquello sí que le sorprendió y Débora debió de apreciarlo, puesto que sonrió.- Supongo que conoces la historia de tu hermana. - Sé lo que le hicieron esos malditos desalmados. - Tu madre teme que te hagan daño sólo para frenarla en su venganza - observó con voz calmada, arrugando un poco los labios hacia un lado.- Viene cada seis meses a renovar el hechizo de protección para que ellos no te puedan ni encontrar mediante la magia o Internet o el boca a boca... Nadie te puede encontrar jamás, Rubén. Se quedó en silencio, pasándose una mano por el rostro. - ¿Pero quiénes son esa gente?


- No lo sé. Tampoco quiero saberlo - se estremeció un poco.- Soy neutral. No soy ni una ladrona, ni una asesina, ni una Benavente, únicamente una bruja que sirve a quien le paga. Todos acuden a mí, por eso recibo noticias de todos los bandos - se puso en pie, dirigiéndose hacia la puerta.- Esa gente es peligrosa, encanto. He oído que han atacado tanto a personas normales, como tu familia, hasta a temidos asesinos... No sé por qué, no sé quiénes son, pero han hecho cosas absolutamente horribles. - Díselo a mi hermana - murmuró. - Déjalos en paz, Rubén. Sé más prudente que tu madre. Rubén no dijo nada, simplemente se puso en pie dispuesto a marcharse. Antes de salir de la habitación, Débora le sujetó, mirándole, de nuevo, a los ojos: - Te diré lo mismo que a ella, a ver si tú me haces más caso - acercó los labios a su oído, cerrando los dedos todavía más entorno a su brazo.- Esa gente masacró a la familia real de los ladrones, ¿qué crees que harán contigo?

 Había sido un día fantástico. A decir verdad, Jero no tenía nada planeado, pues el viaje había sido algo de última hora, una ocurrencia de sus padres que, incluso, le pagaron los billetes de autobús. Sin embargo, habían paseado por el retiro, habían comido en un italiano, visitado un belén y, al final, habían paseado por la gran vía y contemplado escaparates. Si se detenía a pensarlo, no era un plan excesivamente original o cuidado, pero había disfrutado de cada minuto, sintiendo que estaba en la mejor cita de la historia. Por eso, estaba siendo una velada mágica. Hacía falta ser especial, como sin duda Jero era, para hacer de algo tan mundano, algo tan sumamente único y maravilloso. Por desgracia, Jero debía volver a Tudela, el pueblo donde vivía su familia y, por eso, los dos estaban frente a una de las bocas de metro de Gran vía. A lo largo de la mañana el cielo había ido encapotándose más y más hasta que, después de comer, había comenzado a llover y no había parado. Ni siquiera en ese momento. El agua caía en una densa cortina, tan solo rota por el enorme paraguas rojo que habían comprado en un bazar; algo que, por otro lado, les servía de excusa para estar muy juntos. - ¿De verdad no quieres que te acompañe hasta el intercambiador? - preguntó Tania. - He ido unas cuantas veces. Tranquila, no me perderé - le sonrió el chico. - Como quieras - se encogió de hombros, un poco lacia.


Su padre la esperaba con el coche cerca de ahí, así que prefería caminar bajo la lluvia. Fue a marcharse, pero entonces Jero la retuvo al cogerla con suavidad de la mano. - Tania. El corazón le dio un vuelco al escuchar su nombre de los labios de Jero. Lo habría oído pronunciado por la voz de Jero miles de veces, pero era la primera vez que el chico lo decía con aquel tono tan aterciopelado, aunque al mismo tiempo era duro; el tono de un hombre, no de un chico. Realmente le fascinaba aquella dualidad de Jero, que podía pasar de niño a adulto en cuestión de segundos, dependiendo de la situación. - Sal conmigo, Tania - le sonrió, acariciándole el pelo.- No puedo prometerte que todos los días serán como este, pero sí un... Noventa por ciento. Tania se aferró al mango del paraguas, en el estómago algo le revoloteaba. Conocía lo suficiente a Jero como para saber que decía la verdad, que él la quería sin reservas, que para él vivirían una especie de cuento de hadas. Sin embargo, ella seguía sin estar convencida. No podía mentirse a sí misma. Había decidido olvidarse de Rubén y era cierto que apenas pensaba en él, pero no creía que pudiera borrar del todo lo que había sentido y, por eso, tenía auténtico pánico a herir a Jero. - Todo es tan bonito y tan sencillo cuando tú lo explicas... Ojalá viviéramos en ese mundo genial que planteas, pero esto es la vida real. La realidad no es tan fácil, Jero... - ¡Que le den a la realidad! Nuestra realidad puede ser esto, Tania. Podemos hacerlo realidad. ¿Quieres vivir en el mundo que planteo? Pues vivamos en él. Es fácil, sólo tenemos que hacerlo. Juntos. Yo te llevaré ahí. Lo construiré con mis palabras y lo mantendré con mis acciones. Haré que seas feliz y que vivas en un mundo tan genial que, a su lado, la calle de la piruleta será el barrio más chungo y marginal. Jero hablaba con vehemencia, sonriéndole, parecía sacado de una comedia romántica. De hecho, Tania tuvo que seguirle para taparle con el paraguas y que no se empapara. - Tengo tanto miedo de herirte, de romperte el corazón... - Me harás daño y yo también a ti. Esas cosas pasan, aunque no lo pretendamos. Nos pelearemos y nos odiaremos a veces, pero sólo a veces. Y no pasará nada. No me destruirás, no me matarás. Y, bueno, si me equivoco, pues... Prefiero que tú me rompas el corazón a que lo haga cualquier otra persona. Al menos habré tenido algo contigo. Jero fue a besarla, pero Tania dio un paso hacia atrás. Las palabras no fueron necesarias, él se dio por entendido, así que asintió con un gesto y se dirigió hacia la boca del metro. En cuestión de segundos acabó empapado. El agua le aplastaba el pelo, se le escurría por el rostro, por el cuello...


Nunca lo había visto tan triste. Al final, lo había hecho, le había roto el corazón. En un mero instante, todo se agolpó en ella: la tristeza, la culpabilidad, pero, sobre todo, el temor de perderle y aquellas malditas mariposas en el estómago... ¿Mariposas? Entonces, de repente, se dio cuenta de algo. La discusión en el avión de vuelta de Rusia hizo que comprendiera que era un hombre, no sólo su mejor amigo; el hospital le recordó que su ausencia sería mortal para ella; se había maquillado para él, se había puesto celosa... Y sentía mariposas. Quiso reírse de su propia estupidez. Quiso golpearse contra una farola por haber tardado tanto tiempo en comprenderlo. Se había enamorado de Jerónimo Sanz. Había sido poquito a poco, con suavidad, con sencillez, tal y como era Jero. Con torpes palabras de amor, igualmente hermosas, y con los actos más valientes que había visto nunca. Eso era, estaba enamorada de Jero. Por mucho que nunca olvidara a Rubén, algo imposible ya que había sido su primer amor, también estaba enamorada de Jero. - ¡Jero! Echó a correr, soltando el paraguas rojo, que cayó al suelo abierto como estaba, girando un poco como si fuera una peonza. Tania no lo vio, pues corrió hasta Jero, casi colisionando con él para aferrarse a su abrigo, mientras estampaba sus labios en los de él. El aguacero les envolvía, empapando hasta el último centímetro de piel, pero ni siquiera se dieron cuenta. Seguían besándose con pasión, con deseo, con anhelo y desesperación, casi sin respirar, mientras el agua caía sobre ellos. Se abrazaron con tal intensidad que casi se fundieron en uno, se besaron con tal ímpetu que parecía que se bebían el uno al otro. El único testigo de aquel beso fue el paraguas rojo que quedó tras ellos.

 - Sí, Álvaro, nos ha pillado una nevada tremenda y no, no voy a hacer eso. Deker, tirado en la cama, estuvo a punto de echarse a reír. Aunque Ariadne había bajado la voz, lo había escuchado perfectamente y le resultó de lo más graciosa al sonrojarse. Estaba bastante aliviado porque, a pesar de las respuestas de Amaranta, no se había hundido todavía más. De hecho, habían pasado un día de lo más divertido, recorriendo las calles de aquella ciudad, Calahorra. Ariadne terminó de hablar con Álvaro y regresó a la cama, donde se acomodó, apoyando la espalda en el cabecero.


- Tengo que contarte algo - suspiró. - Tranquila, ya sé que quieres hacer caso a Álvaro... - Ni borracha - repuso con tanta decisión que hasta su ego se vio resentido, aunque eso no impidió que Deker sonriera, divertido. La chica añadió, apartándose el pelo del rostro.- Hace un tiempo descubrí que algo en mis recuerdos no está bien. - ¿Qué quieres decir? - preguntó, incorporándose. - Hay dos años de mi vida perdidos - repuso con calma.- Yo creía que mi familia murió cuando tenía seis años, pero fue cuando tenía cuatro. Dos años más tarde, cuando tenía seis, recuerdo haberme mudado con el tío Felipe, que me impuso a Colbert como guardaespaldas. - ¿No recuerdas nada? - Lo intento, pero, a excepción de fogonazos, no recuerdo nada anterior a irme a vivir con mi tío - suspiró, cerrando los ojos, mientras se masajeaba las sienes.- Recuerdo el fuego. Mi casa quemándose. Recuerdo el miedo que tenía... Y recuerdo los cadáveres de mi familia, su tacto frío - se removió como si sintiera escalofríos.- Sus ojos vacíos, carentes de vida. Deker le acarició el brazo para que se detuviera. - Colbert me dijo que tanto mi tío como él me estuvieron buscando durante dos años y que él me salvó, pero no me dijo nada más - volvió a suspirar, volviéndose para mirarle a los ojos.Tras la conversación con la tarada esa tengo una teoría. - Soy todo oídos. - Creo que me secuestraron y que me hicieron algo con magia, por eso tengo esta maldita capacidad antinatural - frunció los labios.- Supongo que no recordar nada es una bendición. Se quedaron en silencio un instante. Aprovechó para acercarse a ella, colocando su brazo sobre el de Ariadne, que le miró con curiosidad. Había muchas cosas de su vida que nunca había compartido con nadie, nunca lo había necesitado, ni se había sentido cómodo con la idea de hacerlo. Sin embargo, en aquel momento no pudo evitarlo: - Pasé mi infancia confinado en una de las bases de los Benavente, ¿sabes? Tenía que entrenar, prepararme y demás chorradas. Podía ser mi familia, pero yo no lo sentía así, sólo me veían como un soldado. Había varios niños conmigo, no éramos muchos. - Los Benavente sois muy exclusivos, ¿eh? - La cuestión es que para mí todo era una mierda. Odiaba estar encerrado, odiaba los putos entrenamientos, los putos adultos que me adiestraban... Y, sobre todo, me sentía solo - se encogió de hombros, antes de ladear la cabeza.- Entonces, un día, vino una niña nueva. Era una hija de uno de los miembros y estaba con nosotros, mientras su padre perseguía a un ladrón. La


cuestión es que, por algún motivo, yo le caía bien. Esa niña solía contarme cuentos, ¿sabes? Todos los días me contaba uno y yo me sentía mejor, era como si, durante un rato, dejara atrás el mundo de mierda donde nos ha tocado vivir y viviera en aquel mundo tan genial que ella me presentaba. - Es una historia muy bonita - sonrió Ariadne. - Contigo me pasa algo así. Él mismo se sorprendió por haber dicho aquello, pero se mantuvo firme. Ariadne le miró asombrada, aunque no tardó en sonreír: - Que conste que no te miento ni te cuento cuentos... - Pero me gusta hablar contigo. Me gusta cómo ves las cosas. Me gusta que, aunque no te engañes y veas tanto lo bueno como lo malo, no sueles dejar que lo malo te pueda. Eres como una superheroína o algo así - hizo una pausa, antes de exhalar un suspiro.- Creo que por eso me cuesta tanto verte hundida. Se quedó callado. Llevaba un tiempo triste, no dejaba que ese sentimiento saliera a la luz y al recordar, gracias a aquella conversación, todo, no pudo evitar que aflorara. - Érase una vez, que una vez que se era... - ¿Qué haces? - inquirió Deker, asombrado. - No dejar que lo malo te pueda. - Hay ciertos recuerdos que son difíciles de ignorar - admitió, antes de tumbarse; apoyó la cabeza en el regazo de Ariadne.- Anda, Rapunzel, cuéntame cosas tan geniales de esas que dices. No quiero pensar en el pasado. Y, mientras ella le acariciaba el pelo, le llevó con su voz a un mundo mucho mejor.

El príncipe, fuera de sí de dolor y desesperación, se arrojó desde lo alto de la torre. Salvó la vida, pero los espinos sobre los que fue a caer se le clavaron en los ojos, y el infeliz hubo de vagar errante por el bosque, ciego, alimentándose de raíces y bayas y llorando sin cesar la pérdida de su amada mujercita. Y así anduvo sin rumbo por espacio de varios años, mísero y triste, hasta que, al fin, llegó al desierto en que vivía Rapunzel con los dos hijitos gemelos, un niño y una niña, a los que había dado a luz. Oyó el príncipe una voz que le pareció conocida y, al acercarse, reconociólo Rapunzel y se le echó al cuello llorando. Dos de sus lágrimas le humedecieron los ojos, y en el mismo momento se le aclararon, volviendo a ver como antes. Llevóla a su reino, donde fue recibido con gran alegría, y vivieron muchos años contentos y felices.


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