En blanco y negro: Capítulo 15

Page 1

Capítulo 15 Persiguiendo a Kenneth Mantenía la espalda apoyada en la pared de su despacho, donde se encontraba la puerta. Había cruzado los brazos sobre el pecho, manteniendo la postura relajada, aunque permanecía muy atento a la escena que estaba teniendo lugar en la habitación. Tal y como estaba no tenía que esforzarse para pasear la mirada de Gerardo Antúnez a Kenneth Murray, que permanecían uno frente a otro con el macizo escritorio de caoba de por medio. Ese mismo día se habían reanudado las clases en el Bécquer, así que se habían vuelto a reunir con Gerardo, que había pasado las vacaciones viajando a lo largo y ancho del mundo para visitar a varios ladrones y recoger unos cuantos Objetos. - La princesa me ha informado de que te ausentaste durante vuestro golpe. - Eh, sí, pero fue debido a una causa mayor. Kenneth, sentado muy recto en una de las sillas frente al escritorio, se quitó las gafas para deslizar las yemas de dos dedos a ambos lados de su nariz; se las volvió a colocar para relatar lo mismo que les había contado a Ariadne y a él cuando regresaron de Brasil: había visto a un asesino entre los invitados, así que había acudido a neutralizarlo con un dardo cargado de algún tipo de narcótico y, cuando volvió a su posición, descubrió que Ariadne ya se había dado a la fuga, así que la había seguido. Mientras el joven hablaba, Álvaro no pudo evitar observarle atentamente. Kenneth miraba a Gerardo a los ojos, aunque no con fijeza; su voz temblaba un poco, aunque parecía más abochornado que otra cosa. No se esforzaba en parecer inocente, en demostrar que no mentía, sino que actuaba con normalidad. ¿Quién iba a decirlo? Kenneth Murray era un gran mentiroso. Aguardó en silencio hasta que Gerardo suspiró, pasándose una mano por el rostro, antes de hacer un gesto desdeñoso. - La próxima vez intenta no abandonar a tu compañera y menos si es nuestra princesa su tono de voz era severo.- Si le llega a pasar algo... Además, el Objeto en cuestión es de categoría roja, era peligroso. ¡Tienes que tener más cuidado, Kenneth! - Lo tendré. - La prioridad es escapar. - Lo sé, pero pensé que... Bueno... ¡Era un asesino!


- Por esta vez pase - concedió Gerardo con dureza, poniéndose en pie.- Si vuelve a pasar, habrá que amonestarte - apoyó las manos sobre el mueble, frunciendo el ceño.- ¡Y, por el amor de Dios, espabila! Vas a ser el rey de los ladrones y, vale que serás rey consorte, pero rey al fin y al cabo. ¡Debes de dar ejemplo y ser uno de los mejores! Kenneth se removió, inquieto, y volvió a colocarse bien las gafas con un dedo, mientras bajaba un poco la cabeza, apretando sutilmente los labios. - No volverá a pasar - insistió. Gerardo le miró una vez más, antes de rodear el escritorio para acercarse a él, que había curvado los labios, burlón, para demostrarle a Kenneth que, gracias a la bronca que acababa de recibir, él había pasado un buen rato. - Gracias por prestarme el despacho, Álvaro - le dio una palmadita en la espalda, antes de tomar aire.- Y mucho me temo que voy a tener que pedirte otro favor. - Tú dirás. - Dile a Ariadne... - ¿Sigue odiándote? - A primera hora he recogido los trabajos que les mandé para vacaciones y lo ha firmado como: Ariadne Navarro, ¿o he de poner Murray? Infórmame de qué apellido he de utilizar, oh, gran señor, mi luna y mis estrellas, aquel que dirige mi humilde vida - Álvaro no pudo evitar reírse, ganándose así una mirada hastiada por parte de su antiguo maestro.- Sí, claro, tú ríele las gracias... - La has prometido en matrimonio con un pánfilo - ladeó un poco la cabeza para poder mirar al susodicho, que se puso muy rojo, aunque ni siquiera se quejó.- Yo también estaría un poquito cabreado. - Dile que tiene que recibir a un invitado y guardar el Objeto que le traiga. - ¿Es algo peligroso? - Es una bola 8 mágica. Mejor que no juegue con ella, es peligrosa - Gerardo miró el reloj de su muñeca, agitando la cabeza.- Voy muy justo a la tutoría. No sé qué es peor: los padres que dejan a sus hijos aquí abandonados o los que vienen a menudo a dar la murga. El hombre se fue y Kenneth tuvo la intención de seguirle, aunque Álvaro no pensaba ponérselo tan fácil: estiró el brazo para apoyar la mano en el quicio de la puerta, cerrándole el paso. El joven se volvió hacia él, sorprendido, también un poco violento; añadiendo el hecho de que se le habían torcido las gafas, resultó una escena bastante cómica. - Puede que hayas engañado a los demás, pero no a mí. - No sé a qué te refieres.


Álvaro se echó hacia delante, provocando que Kenneth se apartara y acabara casi contra el otro lado de la pared. Soltó el quicio de la puerta, mientras colocaba la otra mano junto al rostro del joven. Entonces se agachó un poco para que su cara estuviera a la misma altura que la de Kenneth, que se encogió un poco, intimidado. - Dejaste colgada a Ariadne por algún motivo. - Claro, para neutralizar a un asesino. - ¿Y cómo sabías que lo era? ¿Llevaba el tatuaje en la cara? ¿Lo conocías? - pudo leer la confusión en la expresión de Kenneth, pero no por ello se detuvo.- Sólo encuentro una razón para que alguien como tú se ausentara: motivos personales. El joven permaneció en silencio, mirándole a los ojos con turbación, por lo que Álvaro se ablandó un poco. Le dedicó una sonrisa juguetona, antes de darle un golpecito en la nariz. - Descubriré tus motivos personales, no te quepa duda.

 Todavía con las palabras de Álvaro Torres resonando en su cerebro, Kenneth caminó entre la marabunta de alumnos en dirección al aula donde la correspondía dar clase. Fue arrollado por unos cuantos niños, por lo que estuvo a punto de caer, aunque una mano amiga le sostuvo. Cuando se incorporó, colocándose bien las gafas, se encontró con Valeria Duarte, una de las profesoras de historia, la que le había ayudado con la representación de Don Juan. - Llegan un poco alterados de las vacaciones - le sonrió la mujer. - Y-ya veo. - ¿Qué tal las tuyas, por cierto? - le preguntó, mientras reemprendía el camino. Habían sido unas fiestas un tanto distintas a las que acostumbraba, pero era verdad que las había disfrutado, aunque hubiera implicado el compartir piso con un asesino como Álvaro. ¡Le irritaba tanto! Además, si lo pensaba fríamente, era una molestia, ¿por qué demonios no lograba engañarle como a los demás? - Han estado bien - respondió, encogiéndose de hombros.- ¿Y las tuyas? - Las he tenido mejores - reconoció Valeria; parecía un poco triste, de hecho su mirada resbalaba por absolutamente todos los alumnos, las paredes, sin llegar a fijarse en nada hasta que, al final, se clavó en la de él.- Han sido mis primeras Navidades sin un buen amigo - se pasó los dedos por el pelo, que llevaba recogido con un pasador.- Es curioso lo que podemos echar de menos a alguien y que lo descubramos sólo cuando nos falta.


Kenneth, que se había informado bien del lugar y sus habitantes, sabía que se estaba refiriendo a Felipe Navarro, el rey de los ladrones que permanecía en coma tras haber intentado abrir La caja de música de Perrault. Pero, claro, oficialmente Kenneth desconocía aquella historia, así que se limitó a encogerse de hombros una vez más. - Lo siento. - Perdona, no debería... Ando un poco despistada últimamente. - No pasa nada. La mujer asintió, acompañándose de una sonrisa, antes de entrar en su aula. Kenneth la vio marchar con gesto neutro, aunque, la verdad, entendía perfectamente sus sentimientos. - ¡Hola, profe! El alegre saludo de Jerónimo Sanz le sacó de sus pensamientos. Agitó la cabeza un poco, para despejarse, antes de seguir al chico al interior de la clase; no le pasó desapercibido el hecho de que, además de estar más feliz de lo habitual, había enlazado su mano con la de Tania Esparza, a la que guió a través de las mesas. Él se quedó un instante en la puerta, indicándole a los rezagados que debían entrar, para después cerrarla. Tras acomodarse en su asiento, contempló a sus alumnos, que, en general, parecían más distraídos de lo habitual. - ¿Habéis leído algún libro interesante estas Navidades? - preguntó. Sólo unos pocos alumnos respondieron: Ariadne, Deker Sterling, Tania Esparza, Miguel Haro, Santiago Olarte, Alejandra Cristóbal... Se quedó un instante callado, perdido entre los pocos títulos que oyó. Al final del trimestre anterior les había mandado como única tarea el leer un libro; dado que estaban en literatura de primero de bachillerato, le parecía algo justo y no demasiado pesado, pero estaba claro que, una vez más, no le habían tomado en serio. - Mañana me entregarán una redacción sobre el libro que habéis leído - ordenó con cierta firmeza.- Quiero opiniones personales: lo que os haya gustado, alguna idea o interpretación sobre algo, por qué lo habéis elegido... Personal y razonado. Protestas generales. No se amedrantó, se aclaró la voz, antes de continuar: - Calificaré el estilo, los argumentos y la ortografía. Como sospeche en lo más mínimo que lo habéis sacado de Internet, suspenderéis - abrió su maletín, sacando una funda de plástico donde llevaba una serie de fotocopias que había preparado.- Ah, por cierto, contará en la nota final, así que cuidado con copiar.


Vio varias caras de disgusto entre sus alumnos, incluso varios de ellos le fulminaban con la mirada como Erika Cremonte; la muchacha comenzó a quejarse en murmullos, pero su interlocutor parecía no prestarle atención, como si no estuviera ahí. - Señor Sterling, si es tan amable de repartir esto entre sus compañeros. A regañadientes, el interpelado abandonó su mesa en la primera fila, junto a Ariadne, para repartir las fotocopias, mientras Kenneth escribía el nombre del próximo autor a estudiar. Cuando terminó, se giró hacia sus alumnos: - ¿Alguno de ustedes conoce a Benito Pérez Galdós? - ¿El compinche de Don Gato? - preguntó el señor Sanz con una radiante sonrisa. - Benito Pérez Galdós es un novelista, dramaturgo y cronista español que es considerado el mayor representante del realismo del siglo diecinueve - respondió Ariadne, alzando la mano, con aquel tono tan frío y un poco mecánico que empleaba cuando estaba en clase. - Muy bien, señorita Navarro - asintió él, decidiendo ignorar la otra respuesta.- Vamos a empezar el trimestre con Pérez Galdós. Utilizaremos fragmentos de sus obras para estudiar movimientos como el realismo y, de paso, el naturalismo. ¿Alguien me puede decir en qué consiste el realismo? En aquella ocasión únicamente Ariadne alzó la mano. Asintió para que respondiera y la chica fue a hacerlo, pero calló al ver que la puerta se abría, dando lugar a dos hombres: uno de ellos era Álvaro Torres, el otro un desconocido. - Siento molestarte, Kenneth, pero ha llegado un miembro del ministerio de educación y quiere observar algunas clases - le informó Álvaro, apartándose para que el otro hombre entrara en el aula.- Nos colocaremos al fondo para no molestar. - Como quiera, señor Torres - se volvió hacia la chica.- Señorita Navarro, si es tan amable de responder a la pregunta. Ariadne obedeció, pero él no le prestó atención. Reconocía al hombre que acababa de llegar. Se había despedido del supuesto miembro del ministerio esa misma mañana, cuando, tras comer junto al claustro de profesores, había abandonado el internado Gustavo Adolfo Bécquer en un supuesto coche oficial. Sin embargo, a pesar de que el resto del día había transcurrido con normalidad, Kenneth seguía sin poder dormir. Harto de dar vueltas en la cama, se puso en pie y, tras calzarse las mullidas alpargatas de cuadros azules y grises, bajó hasta la cocina mientras se ataba la bata a la cintura.


Los alumnos tenían la entrada prohibida, pero los profesores disponían del privilegio de poder usarla, sobre todo por las noches cuando el personal de cocina había terminado su jornada laboral. A Kenneth no le gustaba utilizarla, ya no solo porque fuera un desastre a la hora de guisar o hacer algo más complicado que manejar el microondas, sino porque se sentía como si estuviera invadiendo el territorio de otra persona. Sin embargo, en aquella ocasión llenó un vaso de leche y lo calentó. Tras haberse quedado unos instantes como atontado frente al microondas, viendo como el vaso daba vueltas lentamente, lo tomó entre ambas manos, disfrutando del calor. Estaba a punto de llevárselo a los labios, cuando percibió que algo se acercaba a él a toda velocidad. Se apartó. El vaso cayó. Al estamparse contra el suelo, provocó un afilado estruendo. La leche se derramó sobre los pedazos más grandes, además de las minúsculas esquirlas que salieron rebotando por toda la cocina. Kenneth no les prestó atención. Al dar un salto, se había golpeado contra una de las mesas donde se cocinaba. Debido al choque, un dolor sordo había aparecido en su estómago y, momentáneamente, había perdido el resuello. Pese a eso, no se detuvo: saltó por encima de la mesa para refugiarse contra la encimera en forma de L que cubría parte de la habitación. Entonces, se fijó en que un cuchillo largo oscilaba, clavado en la mesa continua. Comprobó que las luces de la cocina estaban encendidas, por lo que era un blanco fácil. No necesitaba buscar con la mirada a su atacante para saber de quién se trataba, así que decidió guiarse por el instinto y, simplemente, actuar. Cogió aire, antes de echar a correr, deslizándose por debajo de la mesa donde el cuchillo se balanceaba. Justo después, la volcó, empleándola a modo de parapeto. En el preciso momento en que la colocó frente a él, notó que otro puñal impactaba en ella. Se asomó un poco para ver al supuesto miembro del ministerio riéndose. - ¿Crees que eso te va a salvar de mí? - preguntó con acento brasileño. Kenneth no le respondió, en su lugar, haciendo gala de su extrema rapidez, arrancó uno de los estiletes y lo lanzó hacia la pared. Fue tan diestro que logró que el mango golpeara el interruptor de la luz, apagándola. - ¿Quieres jugar, eh? Únicamente unos débiles haces de luz entraban por las ventanas, dotando a la inmensa cocina de un aura plateada, un poco azulada, además de poblarla de sombras donde Kenneth podía refugiarse.


Tenía que ser realista. Estaba en desigualdad de condiciones. Mientras que su atacante iba armado, seguramente hasta los dientes, y, sobre todo, dispuesto a emplear esas armas para matarle, Kenneth no podía ni herirle de gravedad. No quería morir, por supuesto, pero lo prefería a traicionar sus valores, traicionar al clan, a las reglas en las que había creído desde pequeño. Se había jurado no sesgar ninguna vida y no iba a comenzar en ese momento, por mucho que fuera en defensa propia. No obstante, tenía algo a su favor: su sigilo de ladrón. Sin hacer ruido, se movió hasta el mueble que había en el tabique que separaba la cocina del pasillo y cogió un plato. Lo tiró en dirección contraria, mientras corría hasta la puerta. Estaba cerrada. Al mismo tiempo, el silbido de otro cuchillo al cruzar la sala. Maldijo en silencio, pero no perdió el tiempo. Regresó hasta debajo de una de las mesas, colándose por las patas de una silla. - ¿Sabes una cosa, ladronzuelo? Podría haberte matado esta misma mañana, tan solo hubiera tenido que verter veneno en tu vaso o en tu copa y estarías criando malvas - a pesar de no verle, Kenneth imaginó la sonrisa sádica danzando en los labios del asesino.- Pero he preferido esperar justo hasta ahora, ¿sabes por qué? Kenneth avanzó hacia la mesa que tenía enfrente, mientras podía ver las piernas de su atacante, que se paseaba tranquilamente por la cocina. - Veo que has perdido la voz y el valor - comentó en tono burlón.- Claro... Es más fácil mostrarse bravucón cuando el fiero lobo está atado, ¿no, corderito? - las piernas se detuvieron, girando sobre sus talones después.- Pero, a lo que iba, no te he matado porque habría sido fácil. Habría sido rápido. Y tú, ladrón, mereces el sufrimiento de la espera. Me he divertido tanto acechándote a lo largo del día... Kenneth agarró uno de los taburetes que había entorno a la mesa. Lo lanzó contra el asesino. Después, echó a correr. Al llegar a la encimera, dio un salto. Apoyó un pie en ella para coger impulso y seguir hacia delante. Colisionó con el cristal de una ventana, pero lo hizo con tanta fuerza que logró romperlo. Entonces cayó. Su costado chocó contra el suelo y rodó sobre sí mismo para alejarse del vano. Sintió varios pinchazos mientras lo hacía, seguramente se habría clavado los fragmentos de vidrio por todo su cuerpo. No le importó. Se puso en pie con la intención de seguir corriendo. No podía matarle, pero sí drogarle. Si tan sólo llegara su dormitorio, si tan sólo alcanzara la entrada secreta...


- ¿A dónde te crees que vas? Ante él, recortándose ante la pobre luz de la luna, una silueta amenazadora. El asesino sonrió al mismo tiempo que sacaba otro de sus estiletes. La argenta luminosidad del astro arrancó destellos tanto de la sonrisa como del arma. De hecho, aquellos malditos dientes parecían reverberar como si fueran diamantes con aquel cruento fulgor. Se sintió intimidado, por lo que, instintivamente, se echó hacia atrás. Su espalda dio con los muros de la escuela. Estaba atrapado. - No te he contado la mejor parte. - Si me vas a matar... - Oh, claro que lo voy a hacer. Tú sufrirás, gritarás y llorarás y yo disfrutaré - el asesino dio un paso hacia él; alargó el brazo con tanta rapidez, que Kenneth no pudo hacer nada, salvo sentir los dedos del hombre cerrándose entorno a su cuello.- Al igual que he disfrutado esta mañana con tu cara de pánico, mientras el idiota de tu director era tan amable conmigo. El asesino estaba apretando tanto que el aire apenas le llegaba a los pulmones. Comenzó a removerse en un desesperado intento de liberarse, aunque no funcionó. Boqueó en busca de oxígeno. Las gafas se le estaban cayendo, escurriéndose por su rostro, pero Kenneth sabía que veía borroso por la falta de resuello.

Voy a morir aquí. Voy a... De pronto, la presión disminuyó, los dedos del asesino se aflojaron. Incluso él mismo pudo librarse, echándose hacia atrás hasta que su espalda dio con las piedras del muro. Se colocó bien las gafas, tan nervioso que las manos le temblaban, para ver como los ojos del asesino se abrían de forma desorbitada y se dirigían hacia su abdomen. En éste apareció una mancha roja que creció, al mismo tiempo que el hombre se desplomaba, cayendo en un charco de su propia sangre, completamente inmóvil y con la mirada vacía. Tras él, apareció otra figura. El cabello dorado le caía graciosamente sobre los ojos... Unos ojos verdes, exactamente del mismo verde oscuro de una botella, que reflejaban auténtico desprecio. Estaba tan tranquilo, sin temblar, ni siquiera encogido, y eso que en una de sus manos descansaba una larga espada ensangrentada. - Pues resulta que el idiota eras tú.

 - ¿Álvaro?


Dejó de contemplar el cadáver del asesino para fijarse en Kenneth Murray. El joven estaba agazapado contra la pared, temblando, pálido... Estuvo a punto de sonreír, pues en aquella ocasión Kenneth, tan delgado y tan poca cosa, parecía un cervatillo asustado. Sin embargo, notó que sangraba, por lo que se asustó automáticamente. - ¿Estás bien? - quiso saber. - ¿Sabías que era un asesino? ¿Sabías que venía a por mí? ¿Cómo? ¿Por qué? Al verle dar un respingo, supuso que lo único que tenía eran cortes superficiales que podían esperar. Se agachó para limpiar el filo de su espada en la ropa del asesino. El aire nocturno le agitó el pelo, por lo que meneó la cabeza, intentando, de paso, ignorar el frío que parecía estar instaurándose en su cuerpo; después tendría que tomarse varios litros de sopa para volver a entrar en calor. - Supuestamente era un mandamás del ministerio, un ser despreciable de todos modos bromeó, encogiéndose de hombros. Podía sentir la mirada acusadora de Kenneth, así que suspiró, alzando la cabeza.- Lo vi en tu rostro. ¿Contento? - ¿En mi...? - A decir verdad me resultó un tanto sospechosa su visita. Entonces vi el pánico en tu cara al verle, recordé tu historieta sobre el robo e hilé - guardó la espada en la vaina, que llevaba a modo de bandolera, recorriéndole el fibroso torso. Vio la sorpresa reflejada en el rostro de su interlocutor, por lo que sonrió.- ¿Acaso tú también creías que era idiota? - Bueno... No... Es que... - Es por el pelo, ¿verdad? Claro, rubio, extraordinariamente guapo y todavía más atractivo - Álvaro se pasó una mano por el dorado cabello, con aire petulante. Se inclinó un poco hacia delante para mirarle a los ojos.- Anda, vamos, chaval, ayúdame. - ¿A-ayudarte? - Los cadáveres no se entierran solos, por desgracia. - Pero... Pero...- Kenneth se arrebujaba la bata de forma compulsiva, parecía a punto de sufrir un ataque de pánico.- ¿Y qué pasa con las huellas? ¿Y las pruebas? ¡Vamos a ir a la cárcel! - Cálmate - le pidió, armándose de paciencia. - Va a venir la policía y... ¡Madre del amor hermoso! ¡Y tenemos un Benavente...! - Si no te calmas, no me dejarás otra opción que abofetearte - le advirtió, alzando un poco la mano para dejarle claro que hablaba totalmente en serio. Se dio cuenta de que estaba algo más tranquilo, aunque no mucho, por lo que suspiró.- ¿Quieres saber una cosa curiosa sobre los asesinatos, Kenneth? - No sé...


- Las historias de detectives, las películas sobre criminalistas o las series de policías son mentira. Todo es mentira - admitió, abrazándose a sí mismo, se estaba congelando.- Lo más difícil de un asesinato es llevarlo a cabo. Matar no es sencillo. Puedes planear minuciosamente un asesinato, pero realizarlo con toda la frialdad del mundo ya no es tan fácil. Sin embargo, sí que lo es el librarte. ¿De verdad te crees que van a seguir, no sé, sus tickets de gasolina para llegar hasta aquí? No, chaval, no pasará. Este hombre ha muerto y jamás nadie sabrá nada. Aquellas palabras hicieron que Kenneth, por fin, reaccionara. Entre los dos agarraron al asesino para llevarlo hasta el garaje oculto de Felipe. Era una zona del internado que quedaba escondida, así que pudieron enterrarlo cerca del edificio y sin temor a ser descubiertos. Cuando acabaron, Álvaro volvió a sentir que el frío de la noche le inundaba, así que cogió a Kenneth del brazo y lo guió hasta su habitación. Una vez en ella, le obligó a acomodarse en la cama y, mientras guardaba la espada en el armario, le instó a quitarse la ropa; junto a un par de cajas de zapatos había un botiquín, que cogió antes de regresar junto al joven. Kenneth le había obedecido a medias, ya que aún conservaba los pantalones del pijama de cuadros. Estaba tan flaco que le pareció muy vulnerable. Estaba seguro de que en una pelea el pobre no duraría ni dos asaltos. - No es necesario...- comentó a decir Kenneth. - ¿Sabes curar? - La verdad es que... - ¿Pero qué clase de educación te han dado? - inquirió con cierta malicia, pues recordaba que había estudiado medicina. Agitó la cabeza, mientras comenzaba a desinfectar los pequeños cortes con ayuda de una gasa empapada en alcohol; Kenneth arrugaba el rostro cada vez que le tocaba una herida.- A mí desde pequeño me enseñaron primeros auxilios. - ¿Tú también me vas a decir que debo esmerarme más porque voy a ser el rey? El desdén en la voz de Kenneth le sorprendió. Habitualmente el joven era muy serio, muy aplicado, pero en aquel momento parecía haber vuelto a la adolescencia, debido a su mohín contrariado. - No es algo que me incumba. Se quedaron en silencio. Álvaro suspiró al ver una herida algo más fea en el abdomen, donde, de hecho, había un fragmento de vidrio clavado. - Voy a tener que darte unos puntos en esta - admitió con suavidad.- Y va a tener que ser en vivo, te va a doler - se puso en pie para ir hasta su escritorio; de un cajón, sacó una botella de


whisky y un par de vasos de plástico. Cuando volvió a sentarse junto a Kenneth, le tendió uno de ellos.- Sólo tengo esto. - Ya te dije que no bebo. - Te guardaré el secreto, anda, bebe - insistió, abriendo la botella. - Pero yo lo sabría y eso es lo que cuenta - se encogió de hombros Kenneth. - Como quieras. Álvaro le imitó, antes de llevarse la botella a los labios y dar un buen tiento al whisky; al terminar, se secó los labios con el dorso de la mano, mientras con la otra depositaba la botella en una de las mesillas que había a ambos lados de la cama. Tomó aire, antes de, perpetrado con unas largas pinzas, comenzar a sacar el cristal. A decir verdad, Kenneth se portó. A pesar de las muecas y de algún ruido que otro, no se movió un centímetro, ni gritó o protestó. Eso sí, cuando la pequeña operación terminó, el joven se desplomó sobre el jergón y se quedó quieto. Álvaro decidió dejarle tranquilo un rato, durante el cual aprovechó para recoger el botiquín y los rastros de las curas; también bajó a la cocina, donde limpió el vaso roto, quitó los cuchillos y dejó las mesas en su lugar. Ya se encargaría del cristal por la mañana cuando el personal le avisara. Se marchó sin hacer ruido, aunque llevándose algunas cosas. En su habitación, Kenneth estaba bastante mejor. - Traigo algunas provisiones. Necesitas recuperar fuerzas. Volvió a sentarse a su lado, mientras dejaba las cosas junto a la botella de whisky. Casi sonrió al ver que Kenneth ni siquiera la había probado.

Será idiota... Abrió un paquete de galletas rellenas de chocolate y, tras coger un par de ellas, se lo pasó. Kenneth comió unas cuantas con voracidad, lanzándole de vez en cuando miradas de suspicacia, como si tanta amabilidad le resultara sospechosa. Álvaro decidió dejarlo pasar hasta que, cuando su improvisado paciente comentó que tenía sed, le ofreció con una sonrisa una botella de plástico que contenía batido color rosa. Ante la bebida, Kenneth enarcó las cejas un segundo. Después, pareció hastiado, por lo que Álvaro disfrutó todavía más al decir: - La culpabilidad huele a fresa, ¿verdad, Kenneth?




Durante un momento, Kenneth se había sorprendido al ver el batido de fresa, ya que aquel hombre había dado en el clavo. No sabía si lo sabía, si había sido mera curiosidad o qué, pero la cuestión era que el batido de fresa era su favorito. Pero, entonces, recordó la frasecita que brotó de sus labios en nochevieja. - La culpabilidad huele a fresa, ¿verdad, Kenneth? - preguntó Álvaro con cierta sorna. - Supongo que te debo una explicación. Cerró los ojos. Desde que el hombre le había salvado de una muerte segura, había sabido que iban a llegar a esa situación, pero no por ello se sentía cómodo. A decir verdad, por algún motivo que no alcanzaba a comprender del todo, se sentía incómodo en general. Seguramente la delicadeza mostrada por Álvaro al curarle, había hecho que se replanteara, en cierta manera, sus convicciones. Mientras le soplaba en los cortes para que no le escociera tanto, Kenneth no había podido evitar pensar que Álvaro Torres no era tan despreciable como había considerado en un principio. De hecho, sencillamente no lo era. - Es cierto que dejé colgada a Ariadne porque vi a un asesino, pero...

 No podía creerse lo que estaba viendo. Había sido un mero instante, algo tan fugaz como un flash, pero llevaba más de un año obsesionado con aquello, así que estaba prácticamente seguro de que no era una mala pasada de su vista. Para cerciorarse, de todos modos, aumentó el zoom de la cámara hasta que ya no tuvo ninguna duda: aquel maldito bastardo llevaba el anillo de su padre. Y, por primera vez en su vida, Kenneth se olvidó de todo. Adiós responsabilidades, adiós preocupaciones. Bastante tenía con no perder la cordura y trazar un plan medianamente viable para poder responder, al fin, las preguntas que tanto tiempo llevaban atormentándole. Por eso, abandonó la sala de seguridad con sigilo y caminó con paso apurado hasta llegar al salón donde se celebraba la fiesta. Una vez ahí, se fundió con los invitados, convirtiéndose en un ser anodino en el que nadie reparaba. Así le fue sencillo acercarse al hombre, que hablaba en español salpicado de vocablos brasileños, mientras sus hábiles dedos se introducían en uno de los bolsillos del interior de la chaqueta para sacar un pequeño dardo. Con discreción, lo clavó en el cuello del hombre, que empezó a dar signos de torpeza y atontamiento, que todo el mundo relacionó con el alcohol. Kenneth le dio unas palmaditas en la espalda, sonriendo con naturalidad.


- Hombre, primo, parece que llevamos unas copitas de más - dijo, imitando con acierto el acento de aquel maldito bastardo.- Creo que lo mejor va a ser que salgamos para que te dé el aire. El interpelado intentó protestar, pero no fue capaz. Despidiéndose amablemente de las personas que les rodeaban, guió al hombre a través de la sala hasta alcanzar la entrada. Durante el trayecto hasta el embarcadero, se desmayó, así que Kenneth se lo tuvo que echar al hombro. Nunca había desarrollado sus músculos, pero sí que los había trabajado, así que poseía cierta fuerza, la suficiente para poder soltar al hombre en un barco pequeño, mientras le explicaba al capitán del navío que su primo había bebido demasiado alcohol y deseaba llevarlo a su casa. Mientras duró el viaje hasta la ciudad, Kenneth agradeció que la víctima del robo fuera tan rica como para contratar toda una flota de pequeños barcos para poder transportar a los invitados cuando éstos quisieran abandonar la fiesta. En cuanto llegaron, volvió a cargar a su falso primo hasta llevarlo al primer motel que encontró. Una vez ahí, lo ató en una silla, usando la fina cuerda que llevaba enrollada en una pequeña cajita colgando en su cinturón. Ariadne se había reído de él por acarrear varios aparatos como aquel únicamente por precaución, pero estaba claro que, al final, le iban a venir muy bien. Al revisar los, según Ariadne, cachivaches para pringados, descubrió que tenía una pistola que expelía descargar eléctricas, un par de bombas de humo y el I-phone. Entonces, comenzó a abofetear al hombre para despertarlo. Mientras lo hacía, comprobó que llevaba un tatuaje en el cuello que le identificaba como un asesino, así que la poca reticencia que le quedaba desapareció. No le costó demasiado despertarlo, con tanto trajín y tratándose de un asesino, estaba ya a punto de abandonar la inconsciencia por sí solo. En ese momento, se agachó frente a él, fulminándole con la mirada, mientras le enseñaba el anillo que, hasta hacía un rato, había llevado. Kenneth comenzó a juguetear con él, sin dejar de mirarle, hasta que se lo colocó en el dedo anular y volvió a mostrárselo. - ¿De dónde lo has sacado? - preguntó. - ¿Quién eres? - inquirió el asesino. Sin ni siquiera dudarlo, Kenneth disparó la pistola eléctrica contra el hombre, que cerró los ojos, aunque no llegó a emitir ni un solo quejido. - El que hace las preguntas soy yo, tú las respondes. - ¿Eres un Benavente? ¿Un ladrón? Empleó el arma de nuevo, esa vez con mayor intensidad. - ¿De dónde has sacado el anillo?


El asesino le miró a los ojos, como evaluándole y debió de tomarle en serio, o de creer que la información no valía las descargas eléctricas, puesto que puso los ojos en blanco. - Fue un regalo. - ¡Imposible! - exclamó Kenneth, perdiendo los nervios, pues aquella mera idea le dolía en lo más profundo de su ser.- ¡No puede ser! - Es un anillo sin valor. Ni siquiera es un Objeto. ¿Por qué habría de mentir? - ¡Porque es el anillo de mi familia! ¡Es el sello de mi familia! - gritó, poniéndose en pie. Se pasó las manos por el pelo, moviéndose de un lado a otro, histérico.- ¡Es el anillo de mi padre! - de nuevo, se volvió hacia el asesino.- ¿Dónde está mi padre? ¿Le has matado? - ante el silencio del hombre, se inclinó sobre él.- ¡¿Qué le has hecho a mi padre?! - ¿A tu padre? Nada. - ¡MIENTES! ¡¿Dónde está?! - ¿Por qué habría de mentirte? - razonó el asesino, visiblemente cansado de la situación. Torció los labios en una mueca entre maliciosa y burlona.- Eres un ladrón. Por tanto, ¿por qué mentirte? No me vas a detener por admitir un asesinato, ni te vas a vengar. Por favor, si eres un pipiolo. Mira, si me sueltas, puede que hasta no me vengue cuando me liberes. Pero no lo hizo. En su lugar, intentó sonsacarle las respuestas que quería, pero no obtuvo ni una. Por eso, acabó soltando la pistola y abandonando la habitación a toda velocidad. Tenía un avión que coger, además de asumir que, de nuevo, no tenía hilo del que tirar.

 Tras el relato, miró de soslayo a Álvaro. El hombre permanecía en silencio, parecía estar reflexionando, así que Kenneth decidió beber un poco más y cerrar un poco los ojos. De repente, se sentía muy cansado. Nunca antes había pasado por una experiencia como tal y la adrenalina, poco a poco, dejaba de fluir y, por tanto, lo ocurrido empezó a hacer mella en él. - ¿Qué le ocurrió a tu padre? La pregunta no le cogió desprevenido, pero no por ello dejó de molestarle. No le gustaba hablar del tema. - Soy un asesino - dijo Álvaro. - Hubiera tenido más sentido que dijeras que eres psicoanalista o algo así. - No me has entendido - le sonrió el hombre; curiosamente, Kenneth notó que lo hacía con franqueza, que su preocupación era genuina y no una artimaña para sonsacarle información.-


Como soy un asesino, quizás tenga más oportunidades de descubrir algo. Pero, claro, para eso tengo que saber qué ocurrió. - Ese es el problema - suspiró, quitándose las gafas para masajearse el entrecejo; cuando volvió a ponérselas, se volvió para mirarle a los ojos.- Que no sé nada. Ni siquiera sé si mi padre está vivo o muerto. - ¿Pero por qué? No respondió. No sabía ni hacerlo. Álvaro no le presionó, se quedó mirándole, a la espera. Por su parte, Kenneth pensó que el razonamiento del hombre era bastante acertado; además, estaba claro que él solo no llegaba a ningún lugar. Y también había una parte de él que sabía que podía confiar en aquel hombre, por mucho que fuera un asesino; al fin y al cabo, se había portado bien con él. - Cuando tenía catorce años - habló al fin.- mi padre desapareció. Mi madre recibió una carta en la que mi padre le explicaba que no estaba contento ni con su vida ni con su matrimonio ni siquiera con sus hijos y que se iba. - Un duro golpe. - Mi abuela, a la que conoces, decretó como cabeza de familia que ocultaríamos aquel hecho. Así nos criamos, fingiendo que mi padre no nos había abandonado - hizo una pausa, había recordado la infancia bajo las estrictas órdenes de su abuela.- Hasta hace un año. Mi madre, tras una larga enfermedad, murió y cuando me puse a recoger sus cosas, encontré la carta. - ¿Notaste algo extraño en ella? - Era una falsificación. - ¿Qué? ¿Y por qué tu madre no lo notó? Era una ladrona, ¿no? - Fue mi padre quien me instruyó al principio, hasta su desaparición, claro está - explicó, incorporándose un poco.- Me enseñó a leer, a escribir... Por eso, sé perfectamente como escribía y no me costó apreciar la falsificación. - Y no sabes qué fue de tu padre. Kenneth fue a asentir, pero, de pronto, se sintió muy cansado, además de una necesidad imperiosa de dormir. Mientras se desplomaba sobre el colchón, pudo ver que Álvaro estaba en las mismas condiciones que él; de hecho, terminaron los dos durmiendo profundamente uno junto a otro, al mismo tiempo que el mundo a su alrededor cambiaba.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.