En blanco y negro: Capítulo 18

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Capítulo 18 Corazón que no siente - ¿Estás preparada? Tania se volvió hacia Jero, que esperaba con aire aburrido, paseándose por la habitación, aunque teniendo cuidado de no poner ni un pie en la parte que le correspondía a Erika. La chica no parecía estar de humor. Estaba sentada en la silla de su escritorio, junto a su maleta de marca, que estaba forrada con un curioso estampado violeta y blanco. - Casi. Es que no sé qué llevarme. ¿Qué tiempo hará en Escocia? - Creo que con que te lleves una falda escocesa, irás bien - le sonrió él. - ¡Pero mira que eres tonto! Erika soltó un bufido, sobresaltándolos, mientras apoyaba el codo en el escritorio y la barbilla en la palma de la mano. Les miró de nuevo, parecía irascible, por lo que Tania no pudo evitar recordar el pasado entre su novio y ella, sintiéndose molesta. - ¿Ocurre algo? - preguntó Jero, frunciendo el ceño, además de provocando que Tania sufriera un microinfarto, ¿pero por qué tenía que hablarle? Lo mejor era ignorarla, no ofrecerle la oportunidad de que pudiera escupirles palabras envenenadas. - Que me sorprende la obsesión de algunas por mis cosas. - No finjas ahora que estabas interesada en mí - Jero la miró con tal seriedad, que pareció todo un hombre, en vez de el chico de sonrisa continua que era.- Eso, por no decir que las personas no son cosas. No puedes poseer a una persona. Erika se puso en pie, acercándose a él para poder mirarle a los ojos. - Eso ya lo veremos. - Hay cosas que no se compran, sino que se ganan - en aquel momento, Tania cerró su maleta y Jero debió de darse cuenta, pues la cogió; fue a marcharse, aunque por el camino no dudó en encarar a Erika.- A mí no puedes engañarme. Sé que tras tu fachada, tras tus palabras de superioridad y tus acciones de niña rica, se esconde una chica que se encuentra muy sola. Siempre lo he sabido. Quizás, por eso, me dejé embaucar por ti, pero eso es cosa del pasado. Y salió de la habitación con paso firme. Aunque el vuelo despegaba a las siete y media de la tarde, el cielo ya se había teñido de negro cuando se subieron al avión. Mientras se acomodaba en su asiento, Tania no dejó de dar


vueltas a la escena que había presenciado esa misma tarde. De hecho, desde que habían salido del internado, había estado pensando en aquello. Tras que el avión alzara el vuelo, Tania miró en derredor: Ariadne y Deker estaban varias filas detrás de ellos, sentados juntos. Nadie les escuchaba, así que soltó de una vez: - ¿A qué ha venido lo de antes? Jero, primero, frunció el ceño, visiblemente confundido, aunque un instante después se echó a reír, recostando la nuca en el respaldo. - ¿No estarás celosa? - No te diré que me agrada lo de... Bueno, ya sabes, lo que tuviste con Erika - reconoció, un poco incómoda.- Pero confío en ti. Sé que lo que tenemos es más profundo y más real - le cogió la mano, acompañándose de una sonrisa.- Pero es que me ha sorprendido lo duro que has sido porque, en realidad, Erika no ha dicho nada. - Lo estaba pensando y ha sido más que suficiente - Jero se giró un poco, apoyando el costado en el asiento para poder mirarla a la cara.- Cree que estamos juntos para molestarla: por un lado, cree que tú quieres quitarle todo y, por otro, cree que como no puedo tenerla, me he buscado una sustituta. Y no soporto ninguna de esas ideas. Tú no eres ni una sustituta, ni alguien tan despreciable. Tú eres maravillosa, eres la mejor y no voy a dejar que nadie crea lo contrario. - Jero...- rió ella.- No era necesario. - También lo he hecho porque...- el muchacho se humedeció los labios, parecía nervioso.Mira, sé que esto no te va a gustar, pero estoy seguro de que Erika cree que Rubén le pertenece apretó un poco los labios, ligeramente ofuscado.- Y eso no está bien. - Él quiere estar con ella, ¿no? - Tania se encogió de hombros, lacónica.- Pues ninguno deberíamos inmiscuirnos en su relación - se recostó en Jero, observando, una vez más, lo bien que quedaban sus manos entrelazadas, parecían estar hechas a medida.- A mí no me gustaría que nadie se metiera entre nosotros. Pensar en Rubén la entristecía. Era muy feliz con Jero, le quería hasta el punto de saber que estaba enamorada de él, algo que sólo le había ocurrido otra vez. Sin embargo, una parte de ella echaba de menos las cosas que nunca había tenido, la misma parte que no entendía por qué Rubén había elegido a una persona que lo trataba como un objeto, algo que podía comprarse. Por mucho que lo considerase un cerdo, que le doliera lo que le había hecho, consideraba que todo el mundo merecía tener alguien que le quisiera de verdad.


Llegaron a Edimburgo cinco horas y media después. Aunque Jero se durmió a su lado, no se le hizo demasiado largo, pues se entretuvo al contemplar desde la distancia la pelea de Deker con el niño que viajaba detrás de él y que, al parecer, le estaba molestando. De hecho, todavía seguía quejándose mientras abandonaban el aeropuerto. - Suerte ha tenido el mamón que íbamos en un avión - rezongaba, mientras se pasaba la mano por la espalda.- En un barco, hala, por la borda; en un autobús o en un tren, por la puerta, a tomar por saco... ¡Maldito crío! - Sólo era un niño - dijo Ariadne, armándose con paciencia. Por primera vez desde que se subieron el avión, la muchacha dejó de leer para subirse la cremallera de la cazadora negra y enroscarse una bufanda azul turquesa, además de colocarse un par de guantes de lana a juego. - ¿Vamos? - preguntó entonces. - ¿No vamos a coger un taxi? - el pánico se hizo patente en la voz de Jero. Todos se volvieron hacia él, que temblaba un poco, puesto que todavía no se había abrigado, ya que llevaba una bolsa al hombro y cargaba la enorme maleta de Tania. Al verle, ésta se pasó los enguantados dedos por la nuca, sintiéndose un poco culpable.

Quizás me he pasado un poco con el equipaje... - Nunca he conocido a un sherpa, pero seguro que se parecen a él - apuntó Deker, divertido, antes de añadir.- Bueno, no sé de qué nos extrañamos, al fin y al cabo Tania necesitará su modelito de Barbie viajera, también el de Barbie exploradora... - Eres muy gracioso - resopló ella. - Te has dejado el modelito de salir por las noches y el de Barbie torturadora de sherpas que, además de la maleta, trae un látigo rosa de lo más chic. - ¡¿Ariadne, tú también?! - Es que tiene gracia - reconoció su amiga con una sonrisa culpable. - Estoy cogiendo la tonalidad de un pitufo y voy tan cargado que no puedo abrigarme, así que... ¿Dejáis de burlaros de Tania y cogemos un taxi, por favor? - Serás quejica...- suspiró Deker, haciéndose cargo de la maleta. Al final, acabaron sentados en un taxi en dirección al lujoso hotel donde Ariadne había hecho las reservas, aunque el viaje le resultó un tanto incómodo pues Deker siguió tomándole el pelo. Puso los ojos en blanco durante prácticamente todo el trayecto, intentando decidir qué era mejor: que no se hablaran como antes o que existiera cierta confianza entre ellos.


Sin embargo, en cuanto llegaron al hotel, los cuatro se separarían, por lo que Tania acabaría en la bonita habitación junto a Jero. Hasta ese mismo momento, no se había dado cuenta de que estaría a solas con su novio, ¡y compartiendo cama! ¿Querría él...? ¿Quería ella...? Se sonrojó sólo de pensarlo. Aunque en marzo cumpliría diecisiete años, aunque llevaba tres semanas saliendo con Jero, no se había replanteado aquel tema. Perder la virginidad. Se sentía un poco tonta pensando en eso, sobre todo porque el corazón le latía desbocado y notaba como todo su rostro ardía. De hecho, le daban ganas de reír, de saltar y también de esconderse debajo de la cama de puro pánico. ¿Estaba preparada? Dada su reacción, juraría que no. ¡Si es que no se podía ser más pava que ella! ¿Quería? Hasta en eso no estaba segura... ¡Es que eran palabras mayores! Las puertas del ascensor se abrieron, por lo que salieron al pasillo donde se iban a separar. El corazón de Tania volvió a descontrolarse. Pánico, emoción... ¿Pero qué sentía exactamente? Sólo sabía que no sabía nada, así que necesitaba consejo, por lo que se volvió hacia Ariadne, aunque... ¿Habría estado ella en su situación? No, seguramente no. Se había pasado toda su vida enamorada de Colbert, que nunca había accedido siquiera a besarla y luego... Bueno, todavía estaba en fase de negación de una nueva relación, así que no habría pensando siquiera en dar un paso como ese. Sus temores se disiparon cuando llegaron al dormitorio y Jero cayó rendido en la cama nada más sentarse en ella. Le observó con una sonrisa en los labios, acariciándole el desordenado cabello negro, mientras pensaba que no podía existir nadie tan tonto como ella... Ni tan mono como él.

 - Adiós... Deker... Una vez más, ella echó a correr. Aunque estaban juntos, uno al lado del otro, corrió y se escapó. Siempre se escabullía de él, siempre esquivaba su mano que, como si fuera estúpida, se quedaba palpando el aire. Intentar agarrarla era igual que intentar sostener un puñado de arena: desesperante porque resultaba imposible, por mucho que él anhelara que no lo fuera. - No, no... No lo hagas... ¡Detente! ¡No me dejes! Entonces vino. El ruido. Aquella incesante mezcla de gritos, cláxones y, sobre todo, el impacto del coche contra el menudo cuerpo de ella. Podía escuchar cada uno de sus frágiles huesos astillándose ante el golpe, lo que era una tortura. Una puta tortura.


Su larga melena siguió ondeando, como siempre, pero aquella vez no se despertó, el sueño continuó y, por eso, él avanzó a toda velocidad. La gente les rodeaba, el pobre conductor había parado en cuanto fue consciente de que ella se le había echado encima y les miraba aterrado. Pero Deker no podía dejar de mirarla a ella. La sostenía entre los brazos, sintiendo auténticas ganas de vomitar al apreciar que aquel cuerpo, otrora mucho más hermoso que cualquier obra de arte del mundo, se doblaba en ángulos antinaturales, se hinchaba y se teñía de colores verdes, morados y negros. Luego estaba el rojo. De sus labios, aquellos que tanto había deseado y que habían sido tan perfectos, brotaban hilillos de sangre escarlata. Estaba histérico, le temblaban las manos, pero acertó a apartarle la cortina de pelo del rostro, que estaba intacto. Las cejas claras, pero bien delineadas; los párpados suaves, tersos, coronados por aquellas largas pestañas que parecían talladas en ébano... No pudo evitar echarse a llorar y sus lágrimas cayeron sobre el rostro de la chica, sobre el rostro de Ariadne... - ¡Ariadne, no...! Se incorporó violentamente, por lo que las desordenadas y espesas ondas le cayeron sobre los ojos, aunque aquello no le entorpeció la vista, por lo que pudo ver a Ariadne frente a él. La muchacha se había recogido el pelo en un moño cuasi deshecho, todavía llevaba el corto camisón y tenía un rotulador entre los dedos y una expresión chafada en los labios. - ¡Vaya! ¡Qué reflejos! Ha sido pensar en pintarte bigote y detenerme - comentó ella, impresionada, aunque aquella expresión no tardó en esfumarse para dar lugar a una suspicaz.¿No habrás estado mirándome?

¡Estás viva! Estás aquí. Estás conmigo. Aunque el noventa por ciento de su persona quería saltar y estrecharla entre sus brazos para poder sentirla todavía más cerca, el diez por cierto era mucho más racional, además de orgulloso y poderoso. Por eso, se puso en pie, apartándose el flequillo de los ojos con un gesto. - ¿Has descubierto algo? - Nada en concreto - negó con un gesto, dejándose caer en la silla donde debía de llevar trabajando un rato. Se quedó un instante pensativa, antes de soltarse el pelo y ahuecarlo con los dedos, mientras volvía el rostro hacia la ventana; la nítida luz de la mañana impactó en ella,


haciendo que adquiriera un aura onírica que casi cegó a Deker.- Espero que descubramos algo sobre el misterio de Tania en la casa de los Fitzpatrick. Desde que Tania les había informado de sus supuestos sueños, Ariadne y él habían comenzado a investigar de qué Objeto podía tratarse. Además, ambos habían deducido que Tania era inmune a los poderes de los Objetos, de ahí que no cayera en coma por La caja de Perrault y que no se viera afectada por aquellos episodios en blanco y negro, pero no sabían por qué lo era. Y, por eso, Ariadne tenía esperanzas de encontrar algo que pudiera ayudar a su tío.

 - Elige vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales... Durante el desayuno, Ariadne les había explicado que Edimburgo se dividía en distintos barrios y que era una de sus ciudades preferidas. Les habló acerca del centro, sobre todo de las dos zonas más famosas, ya que eran Patrimonio de la Humanidad: la Ciudad vieja u Old town y la Ciudad nueva o New town. Les explicó que la casa de los Fitzpatrick se encontraba en Princes street, la calle principal de ésta última. Así que los cuatro caminaban tranquilamente por ella, mientras Deker declamaba aquella especie de monólogo, que hacía reír por lo bajo a Ariadne y a Jero. - ¿Pero se puede saber qué dice? - ¿No has visto Trainspotting? - se sorprendió Deker, haciendo tal mueca que Tania creyó que había cometido algún tipo de sacrilegio, por lo que enmudeció y tuvo que negar con un discreto gesto de cabeza.- ¡Hay que ver más películas además de Barbie Escuela de princesas! - Y me lo dice quien, claramente, sabe más de Barbie de lo que cualquier chico normal debería saber - contraatacó ella, frunciendo los labios. - Tengo una hermana pequeña. - ¡Oh, qué escaparate! ¡Creo que acabo de enamorarme! Al ver la preciosidad de zapatos y de ropa y de bolsos que desfilaban en la poblada calle, se le olvidó que Deker le estaba tocando las narices. Estuvo a punto de abrazarse a él, pero su novio la agarró de un brazo, instándola a seguir a sus dos amigos, que no se habían parado. Siguieron caminando hasta encontrar uno de los edificios más curiosos que Tania había visto jamás. A ambos lados de él, nacía una calle perpendicular a Princes street, por lo que aquel enorme inmueble parecía todavía más grande. De hecho, se asemejaba a un antiguo palacio, pues


la fachada era de piedra, que había sido tallada con formas de flores rodeando las ventanas y las puertas de las terrazas; entre ellas, se alzaban trabajadas cornisas; en las bases del tejado, además, había una serie de gárgolas, que Tania no llegaba a distinguir de altas que estaban. - Hemos llegado - informó Ariadne.

¡¿Este palacio es la casa de mi familia?! ¡Pero si es más grande que el edificio donde está mi casa! ¡Que el edificio entero! ¡Es más grande que el internado! ¡Oh! Si algún día me mudara aquí, me pasaría el día limpiando y ordenando, ¡no acabaría nunca! - Tania, si nos mudamos ahí algún día, vas a tener que regalarme un GPS porque yo ahí me pierdo. ¡Te lo juro! - exclamó Jero, que tenía tanto la boca como los ojos abiertos de forma desorbitada... Como seguramente debería de tenerlos ella.- ¡Yo flipo! - No eres el único, cielo. Se miraron una única vez, sobrecogidos, antes de seguir, de nuevo, a sus dos amigos para subir la escalinata hasta la puerta principal, con forma de arco. Se detuvieron cuando Ariadne lo hizo. Parecía ida, tenía la mano sobre los picaportes, aunque no miraba hacia ningún lugar en concreto, como si estuviera pensando en algo. - ¿No me digas que nos has arrastrado hasta aquí y no tienes la llave? - preguntó Jero, agitando la cabeza de un lado a otro.- ¡Qué fallo! - El de tu cerebro - Ariadne le hizo burla. - ¡Eh! Tania ya temía que se fueran a enzarzar en una de sus discusiones, cuando Ariadne la sorprendió, sacando del bolsillo de la cazadora unas ganzúas. Le bastó emplearlas durante unos instantes, para que las puertas se abrieran de par en par. Se volvió, mirando con petulancia a Jero y abriendo la boca para decirle: - Lo que pasa es que creo que está prote... Antes de que Ariadne pudiera terminar de hablar, Jero y ella se vieron embriagados por la emoción, así que entraron, ignorando a la ladrona. Se encontraron en un amplio recibidor, que parecía el hogar de un fantasma. Las baldosas del suelo habían perdido el brillo y el color, siendo cubiertas por una capa de polvo de, al menos, dos dedos de grosor. A ambos lados de las paredes, había un espejo, aunque en ninguno de ellos Tania pudo ver más que un gurruño porque también estaban revestidos de aquel polvo tan espeso que ya parecía formar parte de los muebles. Porque todo, absolutamente todo, era gris debido al polvo: los candelabros que estaban sobre los muebles debajo de los espejos; las paredes que, además, parecían oscurecidas por el paso del tiempo; las hileras de armaduras que se perdían en las tinieblas... Eso sí, resultaba


increíblemente perturbador el que, a excepción de la suciedad, todo estuviera en perfectas condiciones: nada caído, nada roto... Como si, simplemente, la casa hubiera dejado de funcionar un buen día, como si se hubiera quedado paralizada. - Qué mal rollo - susurró ella, aferrándose al brazo de Jero. Fueron a avanzar, pero, entonces, algo se abalanzó sobre ellos, tirándolos al suelo. Cuando Tania, con el corazón a punto de salirle por la boca del susto, se dio la vuelta, vio a Ariadne sobre ellos, mirándoles como si fuera a asesinarles en cualquier momento. - El día que uséis la cabeza para pensar, harán un puto desfile. - ¿Eh? - fue lo único capaz de articular. - Esperad cinco minutos. Ahora os termino de echar la bronca. Ante sus atónitas miradas, Ariadne se deshizo de la bandolera que llevaba y se puso en pie de un salto, mostrando una gracilidad más propia de un felino que de una chica. Tuvo que pestañear varias veces para asumir que las armaduras habían cobrado vida y se dirigían hacia ellos con aire amenazante. Durante un momento, el pánico la paralizó. Al siguiente, Ariadne aterrizó frente a ellos, tan tranquila. Frente al grupo de armaduras parecía alguien nimio, parecía lo que era en realidad: una simple chica de dieciséis años con cazadora negra, minifalda de tablas gris, botas altas y oscuras y una bufanda de un vivo turquesa.

¡Vamos a morir todos! Pero, antes de que ese pensamiento volviera a repetirse en la mente de Tania, Ariadne se agachó a toda velocidad, esquivando una lanza. Se echó hacia un lado, agarrándola con fuerza y tirando de ella. El gesto debió de sorprender a la armadura en cuestión, pues la chica se había hecho con el arma en apenas un segundo. La empuñó con ambas manos. Entonces la danza comenzó. Asestó un golpe a la armadura que estaba más cerca de ella, a la que le había quitado el arma, provocando que su casco saliera disparado. Después, se volvió sobre sí misma para atizar a otra, que intentó atacarla por la derecha. Lo primero que hizo fue desarmarla, después le arrancó el yelmo como si estuviera bateando en un partido de béisbol. - ¡Deker! Se agachó de nuevo, aunque en aquella ocasión fue para coger una espada, que lanzó al joven. Éste la cogió al vuelo, acudiendo a su lado a toda velocidad. Los dos resultaron ser un equipo perfecto. Parecían un equipo de natación sincronizada. Luchaban como si lo hubieran hecho juntos toda la vida, como si se comunicaran por telepatía o


algo así. Comenzaron a moverse de un lado a otro, compenetrados, destrozando armaduras a diestro y siniestro. Cuando, al final, todas las dichosas armaduras acabaron esparcidas por el suelo, separadas en piezas sin vida alguna, los dos se quedaron un momento quietos. Tania sólo podía verles las espaldas, que estaban muy juntas. En ese momento, Ariadne se volvió para fulminarles con la mirada. - Lo que estaba diciendo antes de que entrarais corriendo tan alegremente era que la casa estaba protegida con magia. ¡Magia, par de cenutrios! Si es que...- puso los ojos en blanco.- ¿A quién narices se le ocurre entrar sin pensarlo ni nada? ¡Ni que fuera La casa de la pradera, pedazo de insensatos! - ¡Te estás pareciendo un montón a Gandalf! - repuso Jero, sonriente. Ariadne les miró un momento, mientras ellos dos se ponían en pie: Jero haciendo burla a su amiga y ella alisándose las arrugas de la ropa. Permanecieron así un instante, aunque al siguiente, la muchacha les dio un golpe con la lanza. - Es que soy más parecida al Tío la Vara - apuntó Ariadne con una sonrisa fría, antes de alzar el dedo índice, advirtiéndoles.- Una tontería más y no necesitaré ninguna vara de fresno para crujiros vivos. ¿Entendido? Tania no necesitaba ni mirarla para saber que hablaba en serio.

 <<Valeria, ¿dónde estás? Oye, llevo llamándote toda la mañana y no respondes. Estoy preocupado, Valeria. Por favor, si escuchas este mensaje, llámame.>> Era el tercer mensaje parecido que su novio le dejaba en el buzón de voz y era el tercer mensaje que Valeria ignoraba. No le apetecía llamarle. Ni siquiera le apetecía verle, ya no. El momento de las mariposas, de la emoción, enseguida se había esfumado y se había pasado los últimos meses viéndole por la fuerza de la costumbre. Ladeó la cabeza para mirar el cielo a través de la ventana. Era de un azul muy bonito. ¿Por qué siempre acababa con hombres que no merecían la pena? ¿Por qué intercalaba auténticos capullos con aburridos? ¿Por qué nunca había encontrado a un hombre bueno a quien pudiera amar? Tampoco pedía demasiado: sólo quería que la hicieran reír, que la escucharan, que la quisieran y que la sacaran a bailar aunque no hubiera música.

Lo encontraste, estúpida, pero no te diste cuenta de ello hasta que fue demasiado tarde.


Se olvidó del cielo azul para contemplar algo todavía más hermoso, aunque, una vez más, le hizo pedazos el corazón. Felipe seguía dormido en su casa, sin mover un músculo, sin sonreírle, sin tomarle el pelo... Aunque habían pasado meses, seguía sin acostumbrarse a verlo tan quieto. Arrastró la silla un poco, hasta colocarla junto a la cama. Entonces alargó la mano para acariciar el brazo de Felipe; primero lo hizo con suavidad, con la yema de los dedos, pero después la necesidad de sentir su piel se hizo más acuciante, por lo que estrechó la mano de Felipe entre las suyas con auténtico anhelo, casi como si se estuviera cayendo de un edificio y lo único a lo que podía aferrarse eran los dedos de Felipe. - ¿Sabes? Nunca he sido de grandes declaraciones de amor - susurró, sin dejar de mirarle.Siempre las he visto en las películas románticas, pero nunca las he entendido... Quizás sea porque nunca nadie me ha hablado así o, quizás, porque no he conocido a una persona a la que susurrarle palabras de amor. >>Quién sabe, puede que se deba a que hay algo en mí que no funciona - se encogió de hombros, humedeciéndose los labios.- Bueno, definitivamente hay algo mal en mí. Siempre eligiendo al hombre equivocado, siempre sufriendo, siempre tan ciega... Porque tú siempre estuviste a mi lado, apoyándome, ayudándome, salvándome... Se le quebró la voz. Sentía que los ojos le ardían. Las lágrimas comenzaron a brotar, cayendo por el precipicio de sus mejillas hacia el brazo inerte de Felipe. - Sabes bien que nunca he necesitado a nadie, que siempre me las he apañado sola, pero... ¡He sido tan necia! Porque te necesito, Felipe. Siempre te he necesitado, pero como estabas ahí no me di cuenta - le apretó la mano todavía más.- Por eso tienes que despertar. Tienes que saber cuánto te necesito, cuánto te estoy echando de menos... Tengo que regalarte una declaración de amor como en las películas porque sólo tú has hecho que las comprenda. >>Así que... Por favor, despierta. Por favor...

 - Esperad. Ante la voz de Deker, los tres se detuvieron detrás de él. Habían estado examinando la casa entera con minucia y cuidado, pues no sabían cuándo las defensas mágicas iban a saltar, poniéndoles en peligro. Por suerte, sus dos amigos eran muy diestros a la hora de reconocer dichos trucos, así que no tuvieron problemas.


Habían dejado para el final la primera planta, ya que era la zona donde habían vivido los tres hijos del matrimonio Fitzpatrick: el pequeño Patrick, que había muerto en el atentado; la misteriosa Irene, de la que nadie sabía nada; y, sobre todo, Elena, su madre. Durante toda su vida, su madre había sido algo parecido a un fantasma, siempre había estado ahí, conocía historias, había visto muchas fotos, pero no había llegado a conocerla jamás. No la había abrazado, no sabía cómo sonaba su voz... Por eso, estar en el inicio de aquel largo corredor, había creado un nudo de emoción y ansiedad en su estómago. Era la primera vez que iba a estar más cerca de su madre y, aunque le aterraba lo que suponía su legado como ladrona, también sentía una familiaridad nueva, una sensación cálida que la animaba. Deker se había puesto en cuclillas, para observar el largo pasillo que tenían frente así; no había ni una puerta en las paredes, tan sólo baldosas que asemejaban un tablero de ajedrez y que llevaban a una sala circular que les quedaba muy lejana. Antes de que ninguno pudiera reaccionar, Ariadne echó a correr, internándose en la misteriosa e inquietante galería. - ¡La madre que la...! - masculló Deker. El suelo bajo los ligeros pies de Ariadne se abrió, pero ella supo reaccionar a tiempo al saltar justo antes de que lo hiciera. Tras aterrizar, siguió con su carrera. Se tuvo que tirar al suelo, dando elegantes volteretas para esquivar una serie de cuchillas que aparecieron de la nada y oscilaron de un lado a otro como si fueran un péndulo. Después, haciendo gala una vez más de sus desarrollados reflejos, zigzagueó sorteando haces de luz que, al chocar contra el suelo, lo chamuscaban. Luego, las baldosas se volvieron líquidas, aunque Ariadne, de nuevo, supo reaccionar a tiempo, al saltar con gracilidad. Apoyó un pie en la pared, tomando impulso para volver a repetir la jugada y aterrizar en el suelo sólido. Entonces aceleró todavía más. El último tramo consistía en un techo que subía y bajaba, seguramente aplastando al pobre desgraciado que estuviera debajo. Lo hacía con sorprendente rapidez, aunque Ariadne demostró que era mucho más veloz, al tirarse al adoquinado, derrapando hasta alcanzar el final. A lo lejos, la vieron cerrar un puño y retraer el codo con aire victorioso, mientras gritaba: - ¡Indiana Jones, un pringado a mi lado! ¡Yuju! Debió de hacer algo al llegar a la sala circular, pues toda aquella maquinaria de trampas, que parecía sacada de una película de aventuras, desapareció como por arte de magia. Tania, un poco reticente, agarró a Jero del brazo. Ante el detalle, Deker, que ya había dado un par de pasos hacia delante, se volvió hacia ella: - Si el que acaba troceado soy yo, no pasa nada, ¿no?


- ¡No es eso! - protestó ella. Le hizo burla un instante, al siguiente se encaminó hacia Ariadne, a la que no tardó en recriminar con auténtica preocupación: - ¿Y tú bramabas acerca de hacer tonterías? - ¿Tontería? - inquirió ella con sorna, cruzando los brazos sobre el pecho, altanera.- ¡No ha sido ninguna tontería! ¿Sabes cómo llamamos a eso? El pasillo de los ladrones. ¿Y sabes por qué? Porque practicamos con uno así - hizo una mueca, encogiéndose de hombros.- Vale que esos son meras ilusiones y este era magia auténtica, pero la base era la misma. - No me pienso quejar del potro de gimnasia en la vida - apuntó Jero. - Pero lo que importa - Ariadne hizo como si no le hubiera escuchado.- es que eso sólo pudo hacerlo un ladrón y únicamente un ladrón hubiera podido pasarlo... Sin convertirse en filete ruso por el camino, claro - la chica sonrió un poco.- Por lo tanto, eso quiere decir que hay algo en esta planta que un ladrón debe encontrar. - Y que alguien puso las protecciones, ¿no? - observó Tania, entrecerrando un poco los ojos.- Quizás fue Irene, es de la única que no sabemos nada. ¿O pudieron ser mis abuelos, anticipándose a lo que se les avecinaba? - En realidad, ese hechizo es demasiado complejo para un ladrón. Tuvo que ser alguien ducho en el tema. Un médium o un brujo, como prefieras llamarlo - respondió su amiga. - Y alguien le contrató, ¿no? - Exacto. Sonrió satisfecha. Por fin comenzaba a aclararse en aquel extraño mundo de ladrones, asesinos, policías y, sobre todo, multitud de reglas que no alcanzaba a comprender. Examinaron los dormitorios uno a uno. Primero el del pequeño Peter, que estaba tal y como debía de haberlo dejado, con sus juguetes, incluso con la cama perfectamente hecha; después, entraron en uno con paredes violetas, marcos blancos y juvenil colcha de la cama con los mismos colores. Al recorrer con la mirada las cortinas lilas, la multitud de libros que estaban atesorados en las estanterías, también pintadas de blanco, Tania sintió un escalofrío. Entonces escuchó la voz de su padre diciéndole que el color favorito de su madre era el morado y que, por eso, durante el embarazo habían comprado todo de ese color: ropa de bebé, muebles, accesorios... - Es la habitación de mi madre - susurró. Todos la miraron fijamente, conteniendo hasta la respiración para no molestarla. Ella no dijo nada, sólo se esforzó en creer que estaba experimentando aquello sola. Necesitaba vivir aquel momento sola.


Antes de que pudiera darse cuenta, los demás habían desaparecido, por lo que Tania pudo emocionarse a sus anchas. Leyó cada uno de los títulos de sus libros, contempló cada póster (eran de Bon Jovi y de Eduardo Manostijeras) y se sentó en el escritorio, tras limpiar con la mano la polvorienta silla. Como en las películas, intentó soplar aquella espesa capa de polvo, pero no solo no lo quitó, sino que levantó una nube que la hizo estornudar. Del bolso, sacó un pañuelo de papel con el que limpió la mesa. Así, pudo observar que había heredado el gusto por el orden de su padre, además de que su madre había estado practicando como falsificar firmas y también unos cuantos bocetos no demasiado buenos. Se dio cuenta, entonces, que el escritorio era exactamente igual que el suyo, el que tenía en su casa, el que... Había tenido siempre... ¿Habría sido un regalo de su madre? ¿Una pista? Quizás, su madre quería que descubriera algo. Su escritorio tenía un recoveco secreto, uno que únicamente ella conocía y donde solía guardar las cosas más importantes: su diario, algunas cartas de “amor” que había intercambiado con un chico a los catorce años, los regalos de Navidad para su padre... Conteniendo la respiración, presionó la flor rodeada por un círculo de hiedra, que había tallada a la izquierda, girándola ciento ochenta grados hacia la derecha; después, repitió la misma operación con la otra, aunque lo hizo hacia la izquierda y trescientos sesenta grados. De pequeña, había comprobado que aquellas dos flores se podían meter hacia adentro y, a fuerza de probar y probar a lo largo de los años, había conseguido encontrar la combinación. El corazón se le detuvo un instante. Un segundo después volvió a latir, con más intensidad que antes, puesto que un cajón salió varios centímetros hacia fuera y encontró un viejo diario. ¡Había encontrado el diario de su madre! ¡No podía creérselo! ¡Por fin podría conocerla un poco mejor! Sin embargo, en cuanto lo abrió y se encontró con la primera página, se dio cuenta de que aquello era mucho más importante.

To whomever it should be concern, My name is Irene Fitzpatrick and I’m going to die. This is the story of my life, the story of my death, so I hope that help you to understand and to do justice. Abrió los ojos como platos. No era especialmente diestra en inglés, pero había entendido lo suficiente: era el diario de su tía, de Irene, y había escrito en la primera hoja, que se solía dejar en blanco, que iba a morir.


 - Esto es absurdo - protestó Ariadne una vez más. Deker estuvo a punto de reír, pero pudo reprimir todas sus sensaciones, salvo la estúpida sonrisilla que brotó en sus labios traidores. La chica, por suerte, no reparó en el gesto, estaba demasiado ocupada frunciendo el ceño y arrugando la nariz como una niña pequeña. Tras registrar White tree, que era el nombre que le había puesto a su mansión la familia Fitzpatrick o, por lo menos, que estaba escrita en la entrada, únicamente encontraron el diario de Irene, la hija mayor y la más misteriosa de todos los misteriosos miembros de aquella dinastía. Ariadne había planteado que debían sumirse en la lectura del dichoso manuscrito, propuesta que seguía manteniendo y que tanto él como Jero habían desechado, pues Tania se había visto afectada sobremanera. Por eso, los dos insistían en que era mejor tomarse un respiro, que Tania se entretuviera un poco y se relajara, ya que el diario iba a seguir ahí el día siguiente. - Anda, Rapunzel, disfruta un poco. - ¿Y no me reñirás si lo hago? Había comenzado a jugar con un mechón de su pelo a propósito, poniendo morritos, que le dotaban de una extraña, pero fascinante, mezcla de niña pequeña y mujer fatal. Una vez más, Deker sintió que su anatomía le traicionaba, aunque supo mantener la compostura. - Sólo si disfrutas conmigo - le hizo burla. Ariadne le regaló una sonrisa. Por primera vez en mucho tiempo, fue una sonrisa sincera, radiante, sin sombras o engaños que la enturbiaran. Entonces, desvió su mirada hacia el pequeño bolso que reposaba sobre la barra, ya que su teléfono móvil comenzó a sonar. Se disculpó, antes de cogerlo. Deker aprovechó que ella no le prestaba atención para relajarse y observarla detenidamente, mientras escuchaba rapear Pitbull; por mucho que la música estuviera alta, como en todas las discotecas, le llegó lejana. Ariadne era preciosa, pero aquella noche se lo pareció más con aquella minifalda de tablas gris, la camiseta negra de tirantes que iba fruncida al pecho y luego caía vaporosamente, el cabello que estaba un poco más largo. Y la voz aguda de Ne-yo apareció, poniendo palabras y una melodía pegadiza, a lo que su cuerpo al completo estaba sintiendo en aquel momento, como si la batalla entre pensamientos, recuerdos e instinto decidieran firmar una tregua.

Tonight I will love love you tonight


Give me everything tonight For all we know we might not get tomorrow Let’s do it tonight Estaba tan atontado mirando a la chica, que apenas se dio cuenta de que había colgado, le había dado un buen tiento a un chupito y al cubata, y le decía al oído: - Espérame, tengo que ir al baño.

 Don’t care what they say All the games they play Nothing is enough Till they handle love (Let’s do it tonight) <<¡Tienes que venir ahora mismo, Ariadne! ¡Se trata de tu prometido! ¡Tienes que hacer un gran sacrificio por él! Al fin y al cabo, vuestras vidas están ligadas para siempre, debes de entregarle...>> Recordaba las palabras que, histérica, le había gritado María Luisa Tassone sin que ella pudiera comprender la razón. ¿Por qué la había llamado y a esas horas de la noche? ¿Habría pasado algo importante? Seguramente. Pero no le importaba. Le daba absolutamente igual. Por ella, como si se estuviera hundiendo el puto mundo, pues, para ella, era lo que había ocurrido. Mientras el Give me everything de Pitbull resonaba metálico, punzante, con ritmo por cada rincón de la discoteca, ella fue directa hacia el rubiales que le había estado enviando señales desde que se habían cruzado. Un ligero roce, una sonrisa seductora... La habían creado para timar a la gente si era necesario, para actuar cada día de su vida, así que sabía como conseguir lo que quería de la gente y, en aquel momento, tenía muy claro qué deseaba y cuánto. Dos segundos más tarde, el chico la seguía hacia los lavabos.

Put it on my life baby I can make you feel right baby I can’t promise tomorrow


But I promise tonight

 Jero no era un gran bailarín, pero intentaba seguirle el ritmo y, con eso, a Tania le bastaba y, lo que era más importante, le hacía reír. Después del disgusto que le había supuesto el leer esas palabras tan horribles del puño y letra de su tía, era lo único que necesitaba.

Excuse me But I might drink a little more than I should tonight And I might take you home with me if I could tonight And I think you should let me cause I look good tonight Y, de algún modo, en medio de aquel baile medio en broma, medio en serio, las manos de Jero, firmes como una roca, se aferraron a su cintura. Sus cuerpos colisionaron, casi fundiéndose en uno, mientras se movían al compás. Nunca había bailado así con alguien. Menos con un chico. Menos con su novio. De nuevo, los temores infantiles de aquella tarde brotaron, pero le gustaba tanto estar tan cerca de Jero que siguió hacia delante. Permanecieron así durante el resto de la canción, pero en cuanto ésta terminó, las miradas de ambos se encontraron y, automáticamente, las mejillas de los dos se sonrojaron. Se separaron de un salto. Descubrió que Jero parecía especialmente cortado, sobre todo porque comenzó a pasarse ambas manos por el pelo, alborotándolo todavía más. - Perdona, creo que he bebido un poco más de lo habitual y... Yo... N-no quería que te sintieras violenta o... Algo... Esto... Menos mal que no era reggaeton, ¿verdad? - su piel pasó a adquirir un tono verdoso, parecía a punto de enfermar por puro nerviosismo, lo que provocó que Tania sonriera.- Que no quería... ¿Propasarme? Que yo... Esto... Que voy a tu ritmo, ¿vale? - No soy una monja, ¿sabes? - Cierto, pero... Bueno... Ya me entiendes, ¿no? Tania asintió, dándole un fugaz beso en los labios, antes de excusarse para ir al baño. Necesitaba refrescarse con urgencia. Estaba confusa, nerviosa y el corazón le latía demasiado rápido, por no hablar del calor que hacía de repente en aquella discoteca escocesa.


Escuchó a unas chicas murmurar algo, parecían cotillear, pero Tania no captó ni una sola palabra, aunque tampoco lo intentó mucho. Entró en el cuarto del baño, dispuesta a ir a la ristra de lavabos. No obstante, todo se quedó en una intención, pues nada más irrumpir allí, se le congeló la sangre en las venas, anonadada por lo que estaba viendo. Ariadne. Ariadne con un chico. Ariadne practicando sexo con un chico. Su amiga tenía la espalda contra la pared, aunque estaba arqueada en una postura un tanto extraña, mientras sus piernas rodeaban la cintura del chico... ¡La cintura desnuda! Tuvo que apartar enseguida la mirada, ya que el chico en cuestión no llevaba los pantalones puestos y se le veía... ¡Todo! ¡Se le veía todo! Sin embargo, aunque había cerrado los ojos como si le fuera la vida en ello, escuchaba todo: los golpes secos del cuerpo de Ariadne rebotando contra la pared, la sonora respiración entrecortada de él, los jadeos de ella... Se marchó de ahí a toda velocidad, sin saber si estaba horrorizada, preocupada o... O... Ni siquiera era consciente de las opciones. ¿Qué debía sentir? No era ninguna mojigata, por mucho que verse en esa situación la asustaba, no era de las que se escandalizaba, pero... Aquello era distinto, aquello no estaba bien, por mucho que no supiera a qué se debía.

 Sólo quería bailar. La frialdad había sido sustituida por aquella pasión efímera y vacua, pero había sido suficiente para que la veda comenzara. La música había seguido alimentando la euforia, el falso calor, así que Ariadne estaba agitando sus caderas junto a aquel chico tan rubio al que se había follado en el cuarto del baño. Ni sabía su nombre, ni le importaba. El último éxito local, dio paso a una canción de Rihanna, We found love, que conocía, así que le comentó a su acompañante que esa le gustaba y siguió bailando. Mientras la pegadiza melodía la envolvía, algo cambió. Todo cambió, pues él entró en escena. Deker.

Yellow diamonds in the light And we’re standing side by side As your shadow crosses mine


What it takes to come alive A Deker le bastó una mirada fría para deshacerse del rubiales, quedándose frente a ella para dedicarle otra mucho más hosca. Durante un momento, se quedó como paralizada. Deker tenía los ojos del marrón oscuro, pero vivo, del café solo y nunca, absolutamente nunca, había visto tanta oscuridad en su mirada. Fue como si la gente desapareciera de su alrededor, como si estuviera sola en aquel lugar donde las luces de colores chillones y vibrantes les envolvían. El verde fosforito les rodeó, cegándola un momento. Al siguiente, se volvió de un rosa suave justo en el mismo momento en que la expresión de Deker se dulcificó, mientras le tendía una mano. - Rapunzel, vámonos - le dijo. Su corazón se detuvo.

It’s the way I’m feeling I just can’t deny But I’ve gotta let it go Se aproximó a él, agarrándole de la cintura para atraerlo hacia ella. Aquel movimiento le cogió desprevenido, Ariadne pudo notarlo en su expresión. El tiempo había vuelto a correr, la gente había vuelto a aparecer y el ritmo de la canción martilleaba en sus oídos. Su corazón, por otra parte, había vuelto a latir de nuevo, aunque con cada latido iba apareciendo más y más hielo. Alzó la mano que tenía libre para acariciar la mejilla de Deker, que la miró confuso. Sus dedos comenzaron a temblarle, aunque fue lo suficientemente hábil como para apoyarlos en la nuca donde se aferraron al cabello de Deker y se quedaron quietos. Sin embargo, de algún modo, el rostro de uno se había acercado al del otro, por lo que todo se mezcló: la frialdad, el calor, la sorpresa, la ira, el temor... Fueron solo unos míseros segundos, pero, al menos Ariadne, tuvo la sensación de que estaban batallando la pelea más cruel de todas.

We found love in a hopeless place Entonces los hechos se precipitaron, pues Deker se separó violentamente y la agarró de un brazo para, prácticamente, sacarla a rastras de la discoteca. En la calle, Jero y Tania les estaban esperando con sus abrigos. Nada más verlos, supo que algo no iba bien. Mientras que ella le miraba tan ceñuda como Deker, Jero tenía el rostro en


dirección al cielo, como si estuviera muy entretenido contemplando las estrellas. Se puso tanto la cazadora como la bufanda y los guantes, aguardando a que alguien explotara, mientras pensaba que ese alguien no iba a ser ella. - ¿Qué ha pasado ahí dentro? - le preguntó Tania con voz temblorosa. - Tania te ha visto en el baño - le informó Deker escuetamente. - No os debo ninguna explicación a ninguno de los dos - aclaró con calma; agitó un poco la cabeza para apartarse el pelo de los ojos.- Yo no os he juzgado nunca. - Ninguno de nosotros ha sido nunca tan auto-destructivo como tú - dijo el chico. - ¡Oh, por favor! - Ariadne puso los ojos en blanco. - Ninguno vamos haciendo esas cosas que tú haces - apuntó Tania. - Quizás es que vivo en una realidad alternativa, ¿eh? Pero, que yo sepa, él se ha tirado a medio internado y tú...- vio la figura silenciosa de Jero, incómodo con la discusión, que no había dicho nada, ni lo diría, así que cerró la boca: no iba a herirle. No obstante, Tania debió de adivinar por dónde iban los tiros, ya que se quedó pálida y mucho menos beligerante, así que, durante un momento, creyó que había ganado. Sin embargo, Deker era mucho más terco, por lo que se plantó ante ella: - Nuestros casos son distintos. - Claro, porque los hombres sois unos machotes y nosotras... - Eso es una estupidez impropia de mí y lo sabes - la interrumpió con brusquedad.- Si no estuvieras tan hecha mierda, si no pareciera que buscas desesperadamente encontrar algo... ¡Dios! ¿Acaso te crees que no te conozco? Sé que hay algo más, que no es sexo. Si fuera solo sexo, no me importaría, ¡pero es que te estás destruyendo! ¡Es una forma de castigarte! - ¡No! ¡No lo es! - bramó ella. Maldito fuera Deker Sterling, ¿por qué narices tenía que ponerse en plan Freud con ella? ¡No necesitaba ayuda! ¡No necesitaba que nadie la psicoanalizara! ¡Sabía perfectamente lo que estaba haciendo! ¡Siempre lo sabía! - Entonces, ¿qué es? - inquirió Tania en un murmullo. - ¡Porque no siento! ¡No siento nada! ¡Nada! - explotó, perdiendo el control. Apretó los puños, al mismo tiempo que le fulminaba con la mirada.- Desde que maté a Colbert, no siento nada. ¡Soy humana, maldita sea! En ese momento, algo se rompió en mí y no puedo arreglarlo, ¡no puedo! ¡Y no siento nada! Sólo siento frío... Y sólo la pasión puede aliviarlo un poco. Abrió los ojos desmesuradamente. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había podido hablar tanto? Histérica, dio media vuelta, dándole la espalda a los demás, mientras se echaba el pelo hacia atrás con ambas manos.


- Bésame. La voz de Deker causó tal sorpresa en ella, que se giro a toda velocidad. - ¿Qué...? - Dices que no sientes nada - le recordó con calma, acercándose a ella. Las manos de Deker le acariciaron los brazos antes de aferrarse a ellos.- Dices que sólo la pasión puede aplacar el frío. Vale, es lógico, lo entiendo. También entiendo que quieras sentir algo, lo que sea - la atrajo hacia él con suavidad.- Entonces bésame. ¿Quieres sentir? Siente, vamos. - No me puedo creer que estés intentando esa argucia... Intentó separarse, pero Deker no se lo permitió y, de nuevo, se encontró ante su mirada implacable, por lo que se sintió sobrecogida. - Eso podría decirlo yo, ¿no crees? - preguntó. - No sé de qué... - Empezaste así: buscando cualquier tipo de sentimiento. Intentabas con todas tus fuerzas sentir algo, lo que fuera, por lo que no sólo empleabas el sexo, sino que te refugiabas en el alcohol y el baile y el entretenimiento que te ofrecían. Pero dejaste de sentir frío, ¿verdad? Y entonces comprendiste que podrías experimentar dolor y no quieres volver a pasar por eso. - Cállate - le pidió con un hilo de voz. - Así que, claro, como estás acostumbrada al control, pensaste: ¿y si controlo lo que siento y dejo de sentir? Por eso, lo haces. Quieres sentir, claro que sí, pero de una manera sutil, no muy intensa... Controlada. - Cállate. - Por eso no quieres besarme, porque sabes que perderías el control, que no dominarías tu corazón si soy yo el que te besa. - ¡Cállate! Intentó huir, pero Deker fue mucho más rápido que ella y la abrazó. La estrechó entre sus brazos, apoyando su barbilla en la coronilla de Ariadne. El tono de su voz volvió a ser dulce, incluso comprensivo, por lo que la chica pudo visualizar su expresión. - Las emociones no se pueden controlar. Ahí radica la magia: están vivas, son salvajes e impredecibles, no las podemos dominar por más que queramos. Puedes intentar no sentir, pero entonces te perderás tantas cosas importantes: reír tanto que te duela el estómago, meterte tan dentro de una historia que la sientas como tuya, amar tanto que creas que te desgarra... - No puedes temer al amor, Ariadne - escuchó a Tania.- Algún día encontrarás al amor de tu vida y, ¿qué vas a hacer? ¿Perderlo? Esa no es una buena idea. - ¡Dios! ¿Queréis callaros los dos?


Empujó a Deker con fuerza, liberándose de sus brazos. Intentó no mirarle, pero se dio cuenta de que se quedó de espaldas a ella. Decidió que era mejor concentrarse en Tania, que era la viva imagen de la confusión, mientras, a su lado, Jero había metido las manos en los bolsillos del pantalón y seguía mirando al infinito. - No entendéis nada - suspiró. - ¡Pues haz que lo entendamos! ¿Qué te pasa? - preguntó su amiga angustiada. - ¡Que estoy prometida! Las palabras le salieron del alma. Llevaba ocultando aquella información meses. Tenía la estúpida y pueril idea de que si no hablaba del compromiso, no llegaría a suceder. Sin embargo, había sido al escuchar la voz de la señora Tassone, cuando comprendió que no tenía escapatoria: iba a acabar casada con Kenneth Murray, dirigiendo al clan y teniendo niños a los que endosarles responsabilidades. Ante la bomba, Jero contrajo el rostro en una mueca, mientras se lo frotaba con la palma de la mano, y Tania había abierto la boca como si fuera un dibujo animado. Lo peor fue él. Él, que se volvió como impulsado por un resorte, que la miraba con los ojos como platos y con la boca en una posición de lo más extraña. Estaba tan patidifuso y tan atónito, que, aunque habló para todos, únicamente le miró a él, a quien de verdad iban dirigidas sus palabras: - Me voy a casar con Kenneth Murray. - ¡¿Con el profesor Murray?! - se espantó Tania. - Pero él es mucho mayor que tú - observó Jero, que seguía con el ceño fruncido.- ¡No puedes casarte con él! Tú... Tú no... ¡No es justo! - ¡Si ni siquiera le quieres! - insistió su amiga. - Seguís sin entenderlo - suspiró, masajeándose las sienes.- No soy como vosotros. Yo no tengo el lujo de elegir, no puedo hacerlo - se encogió de hombros.- Claro que no estoy enamorada de Kenneth, pero esa no es la cuestión. Gracias a los dos votos de su familia, pude mantener mi posición y, lo más importante, evité una guerra de sucesión entre ladrones. Por eso, tengo que casarme con él, es un mero negocio. - ¡Pues huye! ¡No tienes por qué ser una princesa! - Tania...- sonrió lacónicamente. - ¡O rompe el trato! ¡Lucha por elegir! - No lo entiendes - repitió con suavidad.- No soy una chica normal, soy una princesa. Eso quiere decir que muchísima gente depende de mí y de esa gente, depende el equilibrio del mundo. Si yo desaparezco, no hay ningún heredero y las familias nobles se disputarán el trono.


Entonces las reglas podrían cambiar, podría morir gente y los Objetos podrían ser utilizados de una manera destructiva. >>Y, por mucho que lo desee, no puedo romper el trato con los Murray. Ellos hicieron su parte, yo estoy obligada a cumplir la mía. No importa que Gerardo concertara el compromiso, no importa lo que yo quiera o no - suspiró, pasándose una mano por el pelo.- Sé que no lo entiendes, pero para los ladrones el honor y la palabra importan mucho. - Noblesse oblige - murmuró Deker. - Ya no quiero los sueños y los anhelos. No quiero pensar en el cuento de hadas o verme sacudida por las grandes pasiones de las novelas. No quiero derretirme con un beso o tocar el cielo con las manos porque alguien me haga el amor - un par de lágrimas se escaparon de sus ojos, aunque su voz no tembló ni un solo momento.- Todo eso sólo supondrá una herida más. Por eso, sólo aspiro a estar bien. Sólo quiero estar bien, sin dramas, sin lloros o sin un sufrimiento y un rencor constantes. Pero en cuanto vio la mirada de Deker, indescifrables ojos oscuros y turbios, supo que nunca iba a conseguir lo que quería.


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