En blanco y negro: Capítulo 19

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Capítulo 19 Un poco de ayuda de los amigos - ¿Rubén? La voz de Santi, su compañero de habitación, le sacó de aquella apatía en la que llevaba sumido desde el día anterior. No había querido acompañar a Erika, prefiriendo quedarse en el internado, por si Ariadne y Deker regresaban antes de tiempo y con noticias. Pero no sabía nada de sus extraños y nuevos aliados. El chico se sentó a los pies de la cama, mientras Rubén se incorporaba, cerrando la revista con cuidado de no mover los dedos que estaba empleando a modo de separador. - ¿Qué pasa? - Vamos a ver una película en la habitación de Miguel, ¿quieres venir? Santi le miraba con aire preocupado, parecía que sentía lástima por él, lo que a Rubén no le pareció tan descabellado. Al fin y al cabo llevaba desde el viernes encerrado en su cuarto sin relacionarse con nadie. Bien visto, era un bonito detalle por parte del chico. - Seguramente moleste, así que... - Para nada - se apresuró en interrumpirle. - Pero... - ¡Vamos, no seas rancio! ¡Ven! Ante la insistencia de su compañero de habitación, no le quedó más remedio que asentir con un gesto y seguirle a través del pasillo. Santi comenzó a hablarle de solían quedar para ver películas por la noche, ya que ellos no podía abandonar el internado o bien porque sus familias vivían muy lejos o bien porque directamente no estaban para sus hijos, sino ocupados en viajar y en sus negocios. Tras eso, le mostró una caja de DVD, mientras sonreía: - Hoy me tocaba elegir a mí - le explicó, deteniéndose frente a una puerta.- Me casé con una bruja. Un clásico. Está protagonizada por una de mis actrices preferidas... Dejó de escucharle y se dedicó a seguirle al interior de la habitación, comprendiendo que aquella vitalidad y aquel buen humor, que incluso resultaban contagioso, le recordaban a Jero. Sonrió para sí, Santi no era Jero, pero sí que le estaba alegrando el fin de semana.

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¿Qué estáis haciendo en Escocia? Álvaro no podía dejar de dar vueltas en su despacho, nervioso. Acabó sentándose detrás del escritorio, casi cayéndose en la silla, mientras recordaba la conversación que acababa de tener con Mateo; su amigo le había llamado paranoico, le había dicho que seguramente los chavales estaban pasando un fin de semana fuera, relajándose, algo que se merecían tras todo lo que habían vivido durante los últimos meses. Pero él seguía sin creerse la versión que les habían dado. No, aquellos cuatro tenían algo entre manos... Un momento... La casa familiar de Elena, White tree, estaba en Edimburgo, la capital de Escocia. ¿No habrían...? ¡Pues claro que habían ido! Todo tenía sentido: Tania seguía queriendo saber más sobre su madre y sobre su familia, que eran ladrones... Y Ariadne era capaz de desempolvar hasta el último informe para dar con las respuestas, sobre todo en aquel caso. Pues Elena había sido asesinada, había algo en su pasado que no cuadraba y la chica estaría dispuesta a todo con tal de atar todos los cabos.

¿Por qué tienes que tomarte estas cosas como algo personal? Mientras pensaba en que, por desgracia, Ariadne tendría futuro como detective privado por su sagacidad y su maldita cabezonería, decidió cruzar una barrera que había respetado hasta ese momento. Aunque sustituía a Felipe tanto como tutor como director del internado, no había consentido bajar hasta los subterráneos, eso sólo lo hacía en compañía de su amigo. Sin embargo, necesitaba emplear algún tipo de Objeto para cerciorarse de que aquellos cuatro chavales estaban bien. Por eso, se armó de paciencia y entró en los pasadizos para bajar hasta los subterráneos... Donde se encontró algo que no entraba en sus planes. Tirado en el suelo, gimoteando, se hallaba Kenneth en posición fetal. Al verlo así, se sintió impresionado, por lo que se quedó ahí parado, sin saber bien cómo reaccionar. No estaba acostumbrado a ver a hombres hechos y derechos comportarse como chiquillos en pleno berrinche... Pero entonces se percató de varios detalles: cerca de él, como abandonada, había una bola de billar negra, que reconoció como uno de los últimos Objetos de los que Ariadne y Gerardo se habían hecho cargo; las gafas de Kenneth estaban junto a él, pero ni siquiera intentaba cogerlas. Además, la armadura que había en la sala, parecía bastante alterada y le hacía gestos que Álvaro no sabía cómo interpretar. - ¿Hay alguien ahí? - musitó Kenneth. - Sí... Yo...


Se sintió estúpido respondiendo aquello. Entonces logró reaccionar, acercándose a él y arrodillándose a su lado. Recogió las gafas del suelo, descubriendo que estaban hechas trizas, como si Kenneth las hubiera tirado con rabia contra el suelo. - ¿Álvaro? ¿Eres tú? - Claro. ¿Tan cegato eres que no me reconoces sin gafas? - Pero...- Kenneth parecía confuso, incluso parpadeó un par de veces; Álvaro creyó ver que sus ojos azules estaban un poco apagados, que no eran los de siempre.- ¿No deberías estar con la profesora Lozano? Os dejé hablando... - Eso fue hace horas - frunció el ceño, confuso.- ¿Cuánto llevas aquí? - No lo sé... ¿Qué hora es? Le agarró de un brazo para ayudarle a ponerse en pie, mientras le examinaba atentamente: no parecía que tuviera ninguna herida, ni que le hubieran atacado. ¿Qué cojones le había pasado entonces? Su rostro, habitualmente calmado, estaba teñido de desesperación. - Las doce y media. ¿Pero se puede saber qué ha pasado? Y Kenneth se derrumbó en sus brazos, por lo que Álvaro lo abrazó con cierta torpeza, mientras observaba, atónito, como lloraba al decir: - He cometido un error... He sido un estúpido...

 - ¿A qué la película ha estado bien? Santi sonreía como si todavía estuviera viendo la película. El chico la había disfrutado de principio a fin, riéndose sin parar, mucho más que ellos y eso que, aunque al principio habían protestado por ser en blanco y negro, habían acabado adorando aquella comedia. - Y la prota era guapísima - sonrió Rubén, dándole un ligero codazo. - Aunque no tanto como... Santi no pudo terminar su frase, pues se vieron interrumpidos por unos gritos lejanos. Se quedaron quietos, en silencio, y en el caso de Rubén intentando descifrar de dónde venían. Al final, descubrió que se originaban en el ala de los profesores. Le pudo la curiosidad, ¿qué estaría ocurriendo? Podía ser algo mundano, algún tipo de desacuerdo, pero también podía ser algo relacionado con ladrones, asesinos o, quizás, los misteriosos Conscius que tanto le traían por la calle de la amargura. - Oye... Que me acabo de acordar de que tengo que comentar algo con... Con Ariadne Navarro - improvisó. No quería meter a la chica en un lío o que los celos de Erika se dirigieran


hacia ella, pero era la única persona de esa zona del internado a la que era plausible que fuera a visitar.- Voy a ver si ha venido... - Creo que iba a pasar la noche en el hospital junto a su padre. - Por probar no pierdo nada. Se despidió de Santi con una sonrisa, antes de dirigirse hacia el ala de los profesores con sigilo. Incluso si su excusa fuera cierta, hubiera caminado haciendo el menor ruido posible, pues estaba prohibido salir de las habitaciones a partir de las once de la noche. Al asomarse por la esquina que había al final de ese corredor, vio como se extendía otro pasillo que permanecía en penumbra. De pronto, una puerta se abrió, por lo que un rectángulo dorado rompió la oscuridad, iluminando a una mujer que a Rubén le resultaba conocida... ¡Era una de las señoras del Consejo de ladrones que había juzgado a Ariadne! Estaba muy nerviosa, incluso temblaba, aunque supo mantener la calma y, así, pudo sacar un teléfono móvil de su diminuto bolso. - ¡Tienes que venir ahora mismo, Ariadne! ¡Se trata de tu prometido! ¡Tienes que hacer un gran sacrificio por él! Al fin y al cabo, vuestras vidas están ligadas para siempre, debes de entregarle... Y Álvaro Torres salió de la habitación. Sin mediar una sola palabra, le arrebató el teléfono de las manos y lo apagó. Ni siquiera miró el aparato, bastante tenía con fulminar a la mujer. - ¿Se puede saber qué haces? - ¡Ariadne es su prometida! Tiene que estar aquí y hacerse cargo de la situación... - Ariadne es una cría de dieciséis años, ¿cómo coño piensas que se va a hacer cargo de la situación? - bramó Álvaro, que seguía mirándola con frialdad, aunque su cuerpo estaba tenso, como si fuera a explotar en cualquier momento. - ¡Entregándole uno de sus ojos! - ¡Ni siquiera sabes si eso es posible! - ¡Lo que no es posible es que mi nieto se quede ciego! - insistió la mujer, cuyo tono de voz estrangulado la hacía parecer completamente desesperada.- ¡Va a ser el rey de los ladrones! ¡No podrá serlo si está ciego! - No tenemos a ningún hechicero a mano - intentó razonar Álvaro, que parecía a punto de perder los nervios del todo.- Colbert James asesinó a la médium que vivía en el pueblo. Tenemos que detenernos a pensar, encontrar a alguien que sea de fiar - la agarró del brazo con ímpetu al principio, aunque después se relajó.- Volvamos. Y, por favor, cálmate, Kenneth no necesita tu histeria, ya se siente suficientemente mal.


- Este nieto mío... Rubén se apoyó contra la pared, soltando todo el aire que había contenido durante aquella conversación. Estaba alucinando. ¿Ariadne estaba prometida con el profesor Murray? ¿Desde cuándo? Apartó aquella vertiente de pensamientos de su mente, no eran útiles en aquel momento. Sin embargo, el que necesitaran a alguien que supiera magia sí que le iba a servir: conocía a la persona adecuada, así que si le daba esa información a Álvaro, podría ayudar al profesor Murray y... Si lo pensaba bien... Quizás podría sacarle provecho, quizás podría averiguar algo sobre los Conscius o, al menos, empezar a hacerse un hueco en aquel mundillo. Sin dudarlo, golpeó ligeramente con los nudillos en la puerta. Ni siquiera esperó a que le abrieran, entró en el dormitorio, cerrando la puerta tras él con cuidado de no hacer ruido. Tres pares de ojos atónitos le contemplaron. La habitación de Kenneth Murray era diáfana, parecía muy espaciosa, pues la disposición de los muebles estaba muy bien hecha: el pulcro y ordenado escritorio debajo de la ventana, junto a una esquina; en la contraria, la cama donde descansaba el hombre sobre la sobria colcha que mezclaba distintos tonos de verde; en la otra pared, haciendo esquina con el muro donde se encontraba la puerta, había un armario junto a un mueble bajo, además de una estantería; entre esos muebles y la mesa, la puerta de su cuarto de baño privado. - ¿Quién es este? - preguntó, alarmada, la señora. Fue a acercarse a él, pero el profesor Antúnez la retuvo de un brazo, calmándola con una única mirada. Mientras tanto, Álvaro se había quedado de piedra, permanecía quieto en medio de la habitación, pisando una alfombra verde musgo un tanto fea. - Es un alumno. Es de confianza - escuchó que susurraba Antúnez. - ¿Qué haces aquí, Rubén? El tono de Álvaro no era precisamente amigable. De hecho, le impresionó que una simple pregunta pudiera asustarle tanto, pues sonaba como una verdadera amenaza. Rubén tragó saliva, alzando un poco las manos para tranquilizar a todo el mundo, aunque los tres seguían mirándole con desconfianza. - He oído la conversación y... Creo que puedo ayudaros.

 Estaba amaneciendo cuando llegaron a Orense.


Los anaranjados rayos del sol les bañaron, cegándole, por lo que tuvo que bajar el parasol que había en su parte del parabrisas. El cielo ofrecía un espectáculo digno de contemplar, con aquel crisol de colores cálidos que se fundían y que embellecían, todavía más, el paisaje. Alzó la mirada para, a través del retrovisor, observar a Kenneth que, por fin, se había dormido recostado en la puertezuela. Si no hacían nada para impedirlo, Kenneth no podría ver jamás. Era una crueldad. Pensó que todo el mundo debería poder ver, disfrutar de los juegos de luces o de los paisajes, pero sobre todo Kenneth. No le conocía mucho, aunque sí que sabía que le encantaban las cosas hermosas. Como buen ladrón, apreciaba el arte, disfrutaba como nadie de un cuadro... ¿Cómo iba a poder hacerlo si se quedaba ciego? Estaba resultando el viaje más angustioso de su vida. Y, en parte, era por el chico que permanecía en silencio en el asiento del copiloto.

¿Qué narices pasa contigo, Rubén? ¿Qué pintas en todo esto? El chico les había informado de la existencia de una bruja en Orense, Débora Viles, pero no les había explicado cómo la conocía. Álvaro se moría de ganas de sonsacarle. Sin embargo, había decidido esperar, pues no quería que la señora Tassone, que también les acompañaba, supiera más de la cuenta. Gerardo le había dicho que era una buena mujer, un tanto ambiciosa, pero buena y él no lo dudaba, en absoluto, su antiguo maestro sabía calar a las personas. No obstante, hacía tiempo que había aprendido que cada cual barría para su casa, sobre todo si el bien de los suyos estaba de por medio. Por eso, prefería que él pudiera disponer de la información, para poder salvar a quien quisiera en caso de tener que hacerlo. Como era domingo y a semejantes horas, no encontraron problemas ni para circular por la ciudad, ni para aparcar. - Rubén, da aviso de que hemos llegado - ordenó al bajar del coche. Abrió la puerta del lugar donde Kenneth estaba sentado, despierto desde hacía unos diez minutos, para cogerlo en brazos. El joven, sin embargo, negó con la cabeza. - Estoy ciego, no inválido. Sólo guíame, ¿de acuerdo? - Como quieras. Le ayudó a salir del vehículo y, después, le sostuvo de un hombro, conduciéndole hasta el piso de la bruja, que ya les estaba esperando. Llevaba la rubia melena desordenada, cayéndole sobre los hombros, que estaban cubiertos por una elegante bata de seda salvaje de un rosa oscuro muy bonito; a través de la abertura se insinuaban un par de esbeltas y sinuosas piernas.


- ¿Este es el idiota? - preguntó la mujer, mientras apagaba un cigarrillo en un cenicero que tenía entre las manos. Álvaro quiso protestar, defender a su amigo, pero no encontró ningún argumento, así que únicamente se encogió de hombros.- Sentadlo aquí. Con un gesto, les señaló un sillón negro, donde depositó a Kenneth. La bruja, Débora, se agachó frente al joven, que seguía pálido como un muerto, aunque al menos ya no temblaba. - ¿Se puede saber qué hiciste para acabar así? - Le hice una pregunta a una bola mágica ocho... Que era mágica de verdad. Débora negó con la cabeza un instante. Al siguiente se puso en pie, mirándoles con aire lúgubre, lo que no podía significar nada bueno. - Esas bolas responden la verdad a cualquier pregunta que les hagas - les informó, antes de mirar por encima de su hombro a Kenneth.- Sin embargo, te arrebatan la vista como pago, ya que así adquieren la capacidad de ver esa verdad. - ¿Y puede curarle? - preguntó la señora Tassone. - No puedo devolverle la vista, aunque... - ¿Aunque? - inquirió la mujer. - No puedo hacer que recupere su vista, sus ojos. La magia puede restablecer ciertas cosas, pero no algo que ha desaparecido, que se ha ido, como es su vista, la de él - explicó con calma, dejándose caer en otro sillón, este de color rojo.- Sin embargo, sí que puedo hacer que vuelva a ver, pero supondrá el sacrificio de alguien. Lo que puedo hacer es traspasar la vista de alguien - se rascó la frente un momento.- Es como si alguien le donara un ojo, aunque sin hacer eso de forma física, claro. - ¿Y por qué supone un sacrificio? - quiso saber la señora Tassone.- ¿Se ve menos o...? - No, no es eso - Débora negó con un gesto, pasándose una mano por el pelo, antes de clavar la mirada en ellos con gravedad.- Si hago eso, el chico quedará atado para siempre a esa otra persona. No es que vean lo mismo, no, es algo más... Profundo. Estarán unidos por un hilo o unas fuerzas muy primarias, muy fuertes... Y las consecuencias de eso son impredecibles. Álvaro, temiendo la posición que la señora Tassone iba a tomar, decidió preguntar: - ¿Cuáles podrían ser? - Si el donante muere antes que él, volverá a quedarse ciego - informó la bruja.- También deberán permanecer más o menos juntos. No os digo que no puedan separarse o viajar cada uno por su lado, pero si pasan mucho tiempo sin verse, empezarán a enfermar... - Bueno, eso no es problema - la cortó la señora Tassone. Se volvió hacia él, fulminándole con la mirada.- ¡Es lo que yo decía! ¡Su prometida debe entregarle un ojo! ¡Es lo que te dije!


La mujer sacó el teléfono móvil, pero Álvaro volvió a arrebatárselo. - No. - ¿Cómo que no? - Déjeme pensar un momento, ¡maldita sea! Cerró los ojos, frunció el ceño y apoyó la yema de los dedos en el puente de la nariz, pues todo aquello resultaba un auténtico quebradero de cabeza.

Ariadne no lo soportara. Si se ata a Kenneth de esa manera, morirá de pena o de angustia. Dudo mucho que soporte las ataduras que supone tanto el matrimonio como el liderazgo... No, si le hago esto, la mato. Pero, entonces, ¿qué narices...? Supongo que no hay otra solución. Mierda, Álvaro, eres un blando de cojones: ya estás haciendo tonterías por ayudar a alguien a quien quieres, aunque supongan una putada para ti. Tendré que aprender algún día... Aunque no este. - Yo lo haré - respondió con decisión. - ¡¿Qué?! - exclamaron a coro la señora Tassone, Rubén y Kenneth. Se volvió sobre sí mismo para contemplar, una vez más, a aquel joven de piel pálida, gesto apocado y constitución casi raquítica. Contuvo un suspiro para declarar: - Yo te daré mis ojos, Kenneth.


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