En blanco y negro: Capítulo 20

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Capítulo 20 Iniciación Tal y como le habían indicado, se encontraba a primera hora de la mañana en la puerta de una casita de una zona residencial de las afueras de Londres. Su compañero en la INTERPOL, Calvin Sterling, le recibió con una sonrisa amigable y con un cálido apretón de manos. Le hizo pasar a una sala muy acogedora, que tenía las paredes cubiertas de papel azul celeste salpicado de pequeñas flores y que estaba decorada con muebles blancos y un par de cuadros de nítidos paisajes oníricos. Había un grupo de personas repartido por la habitación, charlando entre ellos, creando un ambiente distendido que iba a juego con la sala, pero no con la situación. - ¿Es el chico nuevo? - preguntó una mujer que Tim no conocía. - Timothy Ramsey. El que respondió fue Rodolfo Benavente, que estaba sentado en un sillón con la mirada clavada en él. A pesar de que ya le había visto con anterioridad, Tim se sintió impresionado con su apariencia: tenía el cabello tan blanco como la nieve acumulada en un sitio deshabitado, el rostro de barbilla cuadrada con facciones imperiosas, duras, y un par de ojos vivaces. Una vez más, le sorprendió la vitalidad que destilaba aquel hombre, el poder que emanaba de él. - Vamos a seguir el protocolo habitual - le informó Calvin, apoyando una mano en su hombro para conducirle hasta una solitaria silla que había en el centro de la sala; le hizo sentarse, mientras continuaba.- Como te dije, la familia Benavente aboga por la justicia y un mundo mejor, que viva libre de miedos y tejemanejes de ladrones y asesinos. Tim asintió con un gesto, aunque no entendía a qué venía la lucha contra los ladrones. No era un experto, desde luego, pero lo poco que había tratado a Ariadne Navarro y Kenneth Murray no le había hecho creer que fueran peligrosos. - Los Benavente anhelamos un mundo pacífico - dijo una mujer. - Buscamos la desaparición de organizaciones perjudiciales como son los asesinos, que matan indiscriminadamente y buscan hacerse con el poder de los Objetos - añadió un hombre. - Y como también son los ladrones, criminales dispuestos a usar los Objetos para sus propios y egoístas intereses - Rodolfo Benavente pronunció aquella última frase, aunque, más bien, escupió cada una de las palabras, demostrando un odio auténtico y brutal.- ¡Esos malditos hipócritas! ¡Son la peor calaña de este mundo! ¡Ellos son nuestros verdaderos enemigos!


Y se hizo el silencio. Todos se habían vuelto hacia su líder, que tenía el tallo de la copa entre una arrugada mano. Había tenido la copa entera, pero al cerrar los dedos con tanto ímpetu, la redujo a esquirlas en apenas un segundo. - Para nosotros es muy importante el que se mantengan ciertas promesas - prosiguió Calvin con voz un poco ahogada, aunque no tardó en recuperarse.- Por eso, Tim, vas a tener que hacer ciertos juramentos - debió de notar que se alarmaba porque no tardó en sonreírle.- No te preocupes, son promesas del tipo “no mataré a inocentes” o “no me quedaré o utilizaré algún Objeto para mi propio beneficio”. - Si descubrimos que incumples cualquier promesa, Timothy Ramsey, se te someterá a un juicio y se te castigará en su justa medida - le informó el señor Benavente, mirándole fijamente.- Si nos traicionas, incluso podrías pagar con la muerte.

 - ¿Estás bien?

A ver, Jero, ¿eres estúpido? ¿Cómo va a estar bien con lo que ocurrió anoche? Quiso golpearse contra el respaldo del asiento que tenía frente a sí. De hecho, desde la noche anterior quería darse un par de cabezazos contra algo, ya que se sentía muy impotente. Pero no lo había hecho, no había hecho nada en realidad: ni había participado en aquella especie de intervención, ni la había detenido, ni había intentado hablar con nadie... Pero Tania llevaba callada desde la revelación de Ariadne, lo que le preocupaba. La joven parecía sentirse culpable, triste. - Todavía no me lo puedo creer - murmuró Tania.- Es tan... Tan... - ¿Surrealista? ¿Medieval? ¿De novela? Su chica asintió, reclinándose sobre él, por lo que Jero comenzó a acariciarle el pelo con suavidad, esperando calmarla. Siguieron así un rato, hasta que ella se incorporó un poco, para mirarle, mientras se apartaba el largo y rubio cabello hasta detrás de las orejas. - ¿Por qué te quedaste tan quieto? ¿Por qué no dijiste nada? ¿Acaso lo sabías? - No, no lo sabía - negó con la cabeza, antes de frotarse el rostro con una mano.- Pero sí que creía que Ariadne hacía lo que hacía por una razón. Ella siempre tiene un razón y... No sé, no me parecía bien el presionarla tanto. Me parece que es una persona que está constantemente bajo presión, así que nosotros no deberíamos haberlo hecho.


- Yo no podría hacerlo - susurró Tania, recostándose en él de nuevo.- No podría casarme con alguien a quien no ame. No sé... Siempre he imaginado una boda como algo romántico y feliz con muchas sonrisas y un vestido blanco y... No sé, como el día más importante de tu vida porque te unes al hombre al que amas. - Tu boda será así, no te preocupes - le besó el pelo. - ¿Y tú? ¿Podrías hacerlo? - ¿La verdad? No lo sé.

 A su lado, Tania estaba parloteando sin parar, decidiendo algún lugar en el que comer. Al final, fue él quien decidió: cogió un par de hamburguesas para llevar, acompañándolas de patatas gajo, distintas salsas, aros de cebolla, una ensalada y un par de helados en un pequeño local que había cerca de su casa y que no tenía nada que ver con las grandes cadenas de comida rápida. Sabía que su hija no estaba bien, que había algo que le inquietaba y que más tarde o más temprano no iba a soportarlo e iba a explotar. Por eso, había decidido que comieran en casa para que se sintiera más cómoda. - Seguía prefiriendo ir a un italiano - comentó Tania, mientras entraban en casa. - Al menos no ha cocinado Álvaro, alégrate. - Pero no entiendo por qué me has dicho que podía elegir, para luego no hacerme caso. ¡Eso es crueldad paterno-filial! Mateo se encogió de hombros, mientras depositaba las bolsas en la mesa de la cocina. Después, regresó al recibidor para quitarse la ropa de abrigo y dejarla en el perchero que había tras la puerta de entrada. Dejó a Tania haciendo lo mismo, para preparar la comida. Estaba en ello cuando escuchó un par de pasos, acompañados de un leve hipo.

Ya está. Vamos allá. Se volvió para ver a su hija en la puerta de la cocina. Había colocado una mano en el marco, aferrándose a él; además, le brillaban los ojos y el labio le temblaba un poco. Antes de que pudiera decirle nada, Tania se abalanzó sobre él, enterrando el rostro en su pecho, por lo que Mateo la estrechó entre sus brazos, besándole el nacimiento del pelo con cariño infinito. - Sé que me enfadé contigo cuando lo supe, pero...- logró decir con un hilo de voz, que se rompió con un sollozo.- ¡Gracias! ¡Gracias, papá!




Como la señora Tassone se había empeñado, y Débora había admitido que tenía razón, tanto ella como su nieto se habían quedado en Orense, descansando en un hotel. Kenneth le había prometido que estaría en el internado a primera hora del martes; curiosamente, aunque ya podía ver gracias al hechizo, no miró a Álvaro ni una sola vez. Por eso, se encontraba conduciendo de vuelta a Madrid con la compañía de Rubén, que seguía mirándole con cierta impresión. - ¿Sientes algo extraño? - preguntó el muchacho. - La verdad es que sí... Ahora me apetece tomar té. A su lado, Rubén puso los ojos en blanco, mientras él se reía de su propia broma. No tardó en dedicarle una sonrisa, pues agradecía que el chico se preocupara con él, aunque no tuvieran demasiada relación. - Estoy bien, tranquilo - fingió distraerse con la canción de la radio, mientras sus dedos tamborileaban sobre el volante; estuvo así unos instantes, hasta que estuvo seguro de que Rubén se sentía calmado, que había bajado sus defensas. Entonces, se humedeció los labios un momento y se volvió hacia él.- ¿Por qué conocías a Débora? - Es una amiga de mi madre. Álvaro enarcó una ceja, sorprendido por aquella información. El chico, Rubén, se había movido un poco, visiblemente incómodo. Había algo más. - No sabía que conocieras la magia. - No más allá de Harry Potter o El señor de los anillos. - Débora no es precisamente un mago de barba blanca - apuntó con aparente naturalidad, aunque no dejó de observar a aquel muchacho que estaba intentando esconderle algo.- Me pregunto por qué una mujer de negocios, como tu madre, conoce a una bruja. ¿Acaso ha recurrido a ella en alguna ocasión? Rubén, únicamente, se dedicó a mirar por la ventanilla en silencio.

 Cuando, al fin, Tania se calmó, pudieron dar buena cuenta de la comida que habían comprado, aunque antes tuvieron que calentarla un poco en el microondas. Estaban en ello, cuando Mateo clavó la mirada en su hija. Durante su berrinche, no le había dejado de darle las gracias por ocultarle que Elena era una ladrona, pero no le había explicado a qué venía tamaña reacción. - ¿No me vas a contar qué ha pasado?


Tania, primero, desvió la mirada, pero acabó suspirando, antes de relatarle como su mejor amiga, Ariadne, había encontrado la mansión familiar de los Fitzpatrick, White tree, y como se había desarrollado su viaje a Edimburgo. Le explicó el estallido de su amiga, durante el cual les sorprendió con la noticia de que estaba prometida con Kenneth Murray. - ¡Es tan horrible, papá! - exclamó, desconsolada.- ¡Prometida y por interés! Es algo que ni puedo imaginar, no sé, tan lejano... Y tan triste... Tiene que ser horrible saber que nunca vas a poder elegir... - Ni estar con la persona amada - suspiró él. - ¡Y lo peor es que estaba resignada! - Si algo he aprendido sobre los ladrones, es que han sido educados para cumplir hasta el final. Para ellos las responsabilidades van primero, el corazón después - le dedicó una sonrisa comprensiva, mientras sostenía una de sus delicadas manitas entre las suyas.- Es normal. De ellos dependen muchas cosas. Por eso, siempre ponen sus responsabilidades antes que sus deseos. - ¿Mamá era así? - No, la verdad es que no - agitó la cabeza con suavidad.- Tu madre siempre te puso a ti antes que a nada, incluido su honor o sus responsabilidades como ladrona. - Pero... Ella... - Tu madre murió porque, ante todo, quería darte un futuro mejor. Descubrió algo tan horrible que no me lo quiso contar para protegerme y actuó, poniéndose en peligro, para proteger el mundo donde los dos vivimos - se acercó a ella, acariciándole el pelo con cariño.- Tania, cariño, aunque no llegamos a hablarlo abiertamente, sé que tu madre hubiera estado de acuerdo conmigo en mantenerte alejada de este mundo. Su hija sonrió un momento, afable, aunque el gesto se esfumó en apenas unos segundos para ser sustituido por una arruga en su ceño. - Papá... Siempre me he preguntado por qué me llevaste al Bécquer - le miró a los ojos y Mateo la conocía lo suficientemente bien como para saber que su cerebro estaba funcionando a toda velocidad.- Si querías que me mantuviera al margen, hubiera sido mejor que me hubiera quedado al cuidado de Álvaro, ¿no lo crees? - Esa es una larga historia...

 - ¿Dónde has dejado a Tania?


Al pasar frente a uno de los múltiples bancos que había en Plaza de España, escuchó la voz de su mejor amigo y se detuvo. Como justo al lado estaba la boca del metro, casi se vio arrollado por el gentío, pero logró reunirse con Álvaro, que llevaba una elegante gabardina abierta, que dejaba ver su traje oscuro. Recordó la conversación que había tenido con su hija de catorce años en la habitación del hotel, donde le había regalado el libro favorito de Elena. - En el hotel, leyendo - le respondió escuetamente. Se acercó a él, fulminándole con la mirada, pues no le tenía contento, todo lo contrario.- ¿Me vas a decir por qué me has hecho venir hasta Barcelona? - Porque voy a presentarte a alguien que te ayudará en tu investigación. Casi se le detuvo el corazón. Si estaba enfadado con Álvaro era porque, precisamente, le había estropeado una de las pistas que estaba siguiendo. - ¿Quién? ¿Por qué? - Hay cosas de mí que no conoces, Mateo - su amigo le colocó una mano en el hombro, mirándole con seriedad.- Y he hecho cosas a tus espaldas, pero quiero que sepas que todo lo que he hecho, ha sido por tu bien. - No entiendo... - Te he estado ocultando cierta información. Mi mundo no sólo se limita a ladrones, hay más organizaciones y son peligrosas, Mateo - susurró, mientras se internaban en una de las calles que nacían en la plaza.- De hecho, yo mismo dejé de ser un ladrón hace años y acabé convertido en un asesino - no pudo evitar abrir los ojos desorbitadamente, ¿que su mejor amigo era un qué? Pero eso no es lo importante. - ¿Ah no? - Al principio, me dediqué a vigilarte, esperando que cualquier día hicieras alguna tontería que te pusiera en peligro - cruzaron un paso de cebra y Álvaro siguió andando.- Por suerte, no dejaste de dar palos de ciego durante todos estos años - notó algo extraño en su voz, como si siguiera ocultando algo, mas decidió no interrumpirle.- Pero últimamente... - Últimamente he pulsado la tecla correcta, ¿no? - No, la correcta no, la incómoda. Su amigo se detuvo frente a la puerta de un bar, había gente en una diminuta terraza que llevaba abrigos. Le retuvo colocando una mano en su pecho. - ¿Qué quieres decir? - Estás empezando a hacerte notar y eso no es bueno. Han enviado a alguien para hablar contigo, pero, por suerte, es un buen amigo mío.


Álvaro le condujo al interior del bar, que estaba atestado de gente, hasta llegar a una mesa del rincón donde les esperaba un hombre. Álvaro no tardó en sonreírle, antes de compartir un cálido abrazo y varias palabras banales, que Mateo no escuchó por pura sorpresa. Ante él, el supuesto matón no era más que un chiquillo o, por lo menos, lo parecía con su cabello castaño medianamente largo y su sonrisa encantadora. Seguramente era mayor de lo que aparentaba, pero, aún así, se sintió decepcionado. - Mateo Esparza, ¿verdad? - le saludó el desconocido, acompañándose de un apretón de manos; se volvió a sentar, sin que la sonrisa desapareciera de sus labios.- Me llamo Felipe Navarro. Como ya has podido deducir, soy un ladrón, como lo era tu esposa, Elena - hizo una pausa, en la que su rostro abandonó cualquier rastro de alegría.- Una pena lo que le ocurrió. - ¿La conociste? - Muy poco, aunque siempre me hablaron bien de ella. No sabía muy bien qué narices estaba ocurriendo. En apenas unos segundos, se había imaginado que le iban a amenazar, incluso a darle un par de guantazos, pero aquel chico no hizo nada de aquello, simplemente suspiró: - Comprendo tu situación y tus reacciones, de verdad. Sin embargo, me han enviado aquí para advertirte. Tienes que tener cuidado, Mateo. Estás empezando a hacerte notar y, lo que es peor, estás amenazando nuestro anonimato. Comprenderás que eso es algo que mis superiores no pueden permitir. Hay mucho en juego. - No comprendo nada, señor Navarro. Yo sólo sé que mi mujer fue asesinada por verse envuelta en algo que ni siquiera acierto a comprender - aclaró con frialdad.- Y también sé que, si yo no hago nada, nadie lo hará. Y mi mujer merece justicia. Yo merezco respuestas. - Los ladrones no sabemos nada sobre su muerte. No matamos. - Pero podéis hacer que alguien mate. Felipe Navarro se quedó en silencio, mirándole, aunque Mateo no se achantó, se limitó a devolverle el gesto con vehemencia. Estaba harto de no saber qué le había ocurrido a su mujer. Quería saber quién se la había arrebatado y por qué. - No tienes ni idea de dónde te estás metiendo... - Sólo quiero averiguar la verdad. - Tienes una hija a la que cuidar, deberías... Mateo sabía que no le iban a dejar marchar si seguía insistiendo, así que decidió que había llegado la hora de mentir, incluso de ocultar sus investigaciones a Álvaro. Hasta ese momento no le había dicho demasiado, pues no quería que su amigo tuviera problemas de lealtad,


pero a partir de ese momento no le iba a decir nada. Se iba a guardar cada paso para él, no iba a permitir que nadie le apartara de su camino. Por eso, se acarició la barbilla, fingiendo considerar aquel argumento desesperado. Tras un par de minutos de silencio, suspiró con pesar: - Está bien. Os dejaré en paz, dejaré de investigar, pero por Tania. Vio el alivio en el rostro de Álvaro y, también, en el de Felipe Navarro. Aunque se mostró lacónico, por dentro estaba dando saltos de alegría. ¡Se había salido con la suya! A partir de ese momento, debería andarse con más cuidado, pero lo haría sin ningún problema, iba a hacer lo que fuera por averiguar la verdad. No obstante, en cuanto regresó al hotel, comprendió que no había tenido tanta suerte, pues en uno de sus bolsillos encontró una tarjeta. En ella, estaba escrito el nombre y la dirección de un internado; por la otra cara, pudo leer:

Nunca intentes mentir a un mentiroso profesional. No colará. Sé que no te he convencido y seguirás investigando. También sé que te meterás en un lío del que no podrás salir. Si es así, encárgate de que tu hija venga a mi internado, al menos estará protegida. Felipe Navarro.

 - ¿Conociste a Felipe? ¿Al tío de Ariadne? ¡No me lo puedo creer! - He de admitir que, aunque yo no le engañé a él, él sí que lo hizo. Supuse que era un mero emisario, pero no, tuve el honor de tratar con el rey - admitió Mateo, acompañándose de un gesto.- Al que sí logré engañar fue a Álvaro, que durante los dos años siguientes creyó que no investigaba al Zorro plateado y sí lo hice. - Y a mí también - apuntó su hija, frunciendo el ceño de nuevo.- Creí que empezaste a investigarle cuando me lo dijiste, ¡pero llevabas casi dieciséis años persiguiéndole! - Te lo dije entonces porque me estaba acercando y temía que, tal y como Felipe Navarro me advirtió, pudiera meterme en un lío del que no podía salir - suspiró, pasándose la mano por el pelo.- Quería que lo supieras para que se lo dijeras a Álvaro y que él te enviara al internado y, de paso, me buscara por su cuenta. Tania hizo una mueca, antes de abrazarle de nuevo. - ¿Y tío Álvaro no se mosqueó cuando le pediste que me llevara ahí?


- Tuve la suerte de que a él también se le ocurrió esa misma idea. Aunque, claro, en su caso era más algo hipotético y porque sabía que Felipe cuidaría de ti por amistad hacia él. No supo nada de la tarjeta de visita hasta que yo se lo conté hace poco. - ¿Y llegaste a descubrir algo más sobre mamá? Mateo suspiró, pues no era fácil reconocer que había fallado estrepitosamente en aquel asunto: no sabía nada sobre sus asesinos. - Lo único que sé es que, cuando la conocí, estaba huyendo de alguien.

 Rubén llevaba un rato pensando. Siempre había intuido que Álvaro Torres sabía cosas, de hecho creía que podía tener más información que cualquiera de ellos, únicamente rivalizando con Felipe Navarro. Sin embargo, éste último estaba en coma, así que no le servía de nada, mientras que Álvaro, entre otras cosas, era un asesino. Quizás él sabría alguna cosa sobre los Conscius que pudiera ayudarle, pero... ¿Se la contaría? No, seguramente no. Al fin y al cabo, él no era nada. No era un ladrón como Ariadne, ni un miembro de la familia Benavente como Deker, tampoco un asesino como Álvaro y ni siquiera tenía la opción de conseguir información por ser familiar de alguien como Tania. No era nadie. Y siendo nadie no iba a conseguir nada. Aunque, al menos, podía intentarlo. - Si quieres saber por qué mi madre conocía a Débora - dijo de pronto, volviéndose para mirar a su interlocutor a los ojos.- Quiero que tú me cuentes cómo funcionan los asesinos. Álvaro se echó a reír y Rubén quiso gritar de frustración, pero se quedó callado, mientras el hombre se calmaba. Éste agitó la cabeza de un lado a otro, antes de presionar la yema de los dedos contra el ceño. - Aunque quisiera, no podría contarte nada. - ¿Es por qué no soy un asesino o un ladrón o algo? - Es porque eres un crío inocente - respondió con rotundidad, mirándole un instante, antes de volver a concentrarse en la carretera que se desplegaba ante ellos.- Mira, Rubén, puede que no me creas, pero te lo digo de verdad: tienes dieciséis años y ninguna responsabilidad. No intentes descubrir nada sobre nosotros, limítate a disfrutar.

¿Cómo coño voy a disfrutar si todo el mundo juega conmigo y no puedo defenderme? ¿Cómo cojones voy a vivir si estoy atado a una familia de mentirosos y manipuladores?


Tengo que liberarme para eso: vivir, disfrutar... - Mi madre acude a Débora para protegerme. Al parecer, en su vida tuvo algún encuentro con un asesino y quería andarse con cuidado - no había contado la historia completa, pero sí que había sido sincero.- Por eso quería saber más cosas sobre los asesinos. No sé, deduzco que ser un ladrón es algo hereditario, pero no sé si en el caso de los asesinos es así. Álvaro le miró de nuevo, como evaluándole. A pesar de la ansiedad que sintió, puesto que empezó a creer que iba a sacar algo en claro, se esforzó por no aparentar nada, por seguir con la misma expresión taciturna. - Entre los ladrones, lo más habitual es que el cargo te venga de herencia - le explicó; al parecer se había apiadado de él.- Pero también puedes entrar en el clan, aunque no tengas derecho sanguíneo. Aunque, claro, hay que pasar una serie de pruebas y demostrar la valía de uno y que sus intenciones no son egoístas... - ¿Los asesinos funcionan igual? - No. Si yo tuviera un hijo, no sería un asesino, por ejemplo - se encogió de hombros.Supongo que es más sencillo para nosotros. Lo único que debes hacer es presentarte ante el rey actual y llevarle la cabeza de tu víctima. Entonces entras en sus filas. Asintió, asimilando aquella información, hasta que recordó que se había dejado un grupo, el más misterioso de todos: - ¿Y los Benavente? - Me temo que sólo los implicados lo saben.

 Estaba exhausto. Aquello le sorprendía, pues, en realidad, no es que hubiera hecho nada. Se había limitado a jurar fidelidad a la familia Benavente y a firmar un contrato de una forma un tanto curiosa: le habían extraído sangre para que la empleara como tinta. Aunque a él lo que le había asombrado eran las cláusulas del contrato: que no iba ni a emplear un Objeto en su propio bien, ni a usar el poder de la familia en su beneficio, ni matar, ni robar, ni ir en contra de las leyes... Le resultaba insultante que a él, que acababa de entrar y no era un miembro consanguíneo de la familia, tenía que hacer todo tipo de juramentos para ser justo y decente. No obstante, sabía de primera mano que el círculo interno hacía cosas un tanto reprochables como, por ejemplo, torturar a una pobre chica de quince años.


Había cogido un taxi para regresar a su apartamento, pues no tenía ganas ni de andar ni de coger el metro. Por eso, miró el corte trasversal de su brazo, que aún le escocía un poco. Empezaba a sospechar que habían usado su sangre en algún tipo de ritual mágico o con un Objeto, de ahí su cansancio.

¿Dónde me he metido? Apoyó el rostro contra la ventana. Estaba helada. Había anochecido hacía un buen rato y, con la oscuridad, el frío había aumentado. Se arrebujó la bufanda gris que llevaba, además de subirse la cremallera de su cazadora beige. Seguía en el taxi, cuando su teléfono móvil sonó. Se asombró al leer el nombre de Lee. Le conoció cuando había dado el golpe con Deker y Ariadne, aunque no solían tener mucho trato. Sí, se habían visto un par de veces desde entonces, incluso se habían tomado unas cuantas copas, pero le sorprendía que le llamara. - ¿Ocurre algo? - le preguntó nada más aceptar la llamada. - ¡TIMMY! - exclamó una voz que le resultaba muy familiar con demasiada exaltación.¿Dónde estásh? ¡Vente de fieshta! ¡Tiiiimmy! - ¿Deker? - cada vez se extrañaba más. - ¡Trae aquí! ¡Siéntate, Deker, siéntate! Así, buen chico - aquella era la voz de Lee, que no tardó en dirigirse hacia él.- ¿Tim? ¿Sigues ahí? - en cuanto él asintió, su amigo suspiró.- Oye, estamos en ese local del trébol al que me llevaste la última vez. Por favor, ven cuanto antes. Sólo quería ir a su casa, tirarse en el sofá y ver el último episodio de Doctor Who, pero se resignó y le indicó al taxista que cambiara de dirección. Por suerte, el local en cuestión, Good luck, no estaba demasiado lejos de su apartamento, así que no tuvieron que desviarse demasiado, ni dar vueltas como idiotas. Se trataba de un pequeño local que estaba construido en un sótano, como si fuera una versión más pequeña, menos elegante, con más humo y más verde que Cheers. En la entrada, había un trébol hecho con luces de neón; después, descendían unas escaleras hasta un lugar muy estrecho, pero muy largo, donde, al fondo, había una barra negra y otro trébol de luces de neón, verdes, por supuesto. Las paredes eran oscuras, decoradas con viejas fotografías en blanco y negro. Aunque a lo largo del techo se sucedían las lámparas de mampara verde, a aquellas horas de la noche sólo funcionaban los tubos que había en la junta de la pared y el techo y que desprendían una luz esmeralda. Avanzó hacia la barra, donde Lee intentaba que un ebrio Deker dejara de beber, pero éste acababa de tragarse un chupito que, para variar, también era de color verde.


- Dime que eso no es absenta - suspiró, dejándose caer al otro lado de su amigo. - Es Pipermint muy, muy rebajado - susurró Lee con aire confidencial. - ¡Timmy! ¡Mi amigo bien! - Deker le rodeó los hombros con un brazo, antes de fruncir el ceño.- ¡Ups, me he equivocado! Aunque... Al menos ese error no duele. Ay, mi buen amigo, ¡qué idiota soy y qué tonto! - se reclinó sobre él, lastimero. Se quedó callado un instante, al siguiente habló con voz ronca.- Está prometida. Pro-me-ti-da. - Lleva repitiendo eso desde que ha llegado - le explicó Lee, suspirando.- No sé qué ha pasado, pero me ha llamado desde el aeropuerto y me ha dicho que acababa de llegar y que venía aquí a emborracharse. Supuestamente me iba a esperar para hacerlo juntos, pero... - Ya veo - asintió Tim, que empezaba a entender lo que sucedía. - Voy a cambiarle el nombre. Sí, sí, sí, sí - asintió Deker muy serio; entrecerró los ojos, como si estuviera pensando, mientras alzaba un dedo.- ¡La voy a llamar Buttercup! ¡Eso es! ¡Es un mote cojonudo! ¿Y sabes qué, Timmy? Que, como soy un ser imbécil, ñoño, cursi y patético, la iré persiguiendo por las esquinas y le diré “como desees”. - Me ha contado la misma historia. No le he entendido ni una palabra. Pero, a diferencia de Lee, él sí que entendía lo que sucedía. - Creo que es hora de que vayamos a mi casa a dormirla - le pasó un brazo por debajo de las axilas, conduciéndolo hacia la salida. Se detuvo un momento, mirando por encima de su hombro.- Gracias por avisarme, Lee. Ya me encargo de él. - Me haces un favor, no podía llevarle a mi casa. Hizo un gesto desdeñoso con la mano, como si aquello no supusiera nada y caminó hasta la calle, donde el frío viento golpeó el rostro de ambos, despeinándoles. Aquello debió de aclarar un poquito la abotargada mente de Deker, que suspiró: - Me he tenido que enamorar de la puta princesa prometida.


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