En blanco y negro: Capítulo 21

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Capítulo 21 La princesa prometida Había sido una mañana rara. Kenneth no había dado su clase, siendo sustituido por el profesor de guardia, que no era otro que Gerardo, que les explicó que se encontraba en Madrid por un compromiso. Además, tanto Deker como Tania también habían faltado, cada uno con su propia excusa, más falsa que un euro de chocolate; ella lo sabía bien, sobre todo porque estaba segura de que la culpa se debía a su declaración. Jero se sentó junto a ella durante las seis clases, sin forzar la conversación y sin hacerle preguntas, además le miró a los ojos constantemente y en ellos no había rastro de compasión o pena, lo cual era de agradecer. En cuanto la última clase tocó a su fin, recogió sus cosas con la intención de salir de ahí la primera para ir a su habitación. No tenía demasiada hambre. Tampoco tenía ganas de estar en el comedor, amargándole la comida a Jero. Además, se moría de ganas por seguir con la tarea que se había impuesto nada más llegar al internado. Sin embargo, no tuvo ocasión de marcharse, pues Jero la estaba esperando. - ¿Qué crees que habrá de comer? - Es lunes, así que seguro que nos caen unas lentejas - al decir aquello, los dos se miraron y no pudieron evitar una sonrisa; entonces dijeron a coro.- ¡Porque las lentejas tiene mucho hierro y los chiquillos como vosotros necesitan muchísimo hierro para crecer sanos y no romperos por el camino! - se echaron a reír, mientras bajaban las escaleras en dirección a la planta baja. - Teresa, qué mujer - suspiró Jero. - No recuerdo un lunes sin sus lentejas. - De pequeño las odiaba, ahora hasta me gustan... Bueno, en realidad no. Tras servirse el primer plato del menú formado por las habituales lentejas de los lunes, librillos de ternera y natillas, se sentaron en una mesa, uno frente a otro. Como era primerísima hora, había más alumnos de primaria y educación infantil que otra cosa, así que pudieron sentarse en una mesa sin que nadie reparara en ellos... O no. Aunque estaban en la esquina, Ariadne podía notar que los niños les observaban y que, incluso, algunos cuchicheaban entre sí.

¿Tan pequeños y cotilleando? Son como mini-tertulianos de un programa del corazón. Qué miedo.


Agitó la cabeza y se limitó a seguir conversando con Jero, que había empezado a contarle anécdotas de su infancia en el Bécquer. Durante la mitad de la comida, al niño que estaba sentado a su lado, se le cayó la servilleta y, cuando se la devolvió, el pobre casi sufrió un ataque: se quedó con la mirada clavada en ella, pálido, tembloroso, hasta que se sonrojó y salió corriendo. Hizo una mueca, antes de morderse el labio inferior con vergüenza, se sentía muy violenta con esas reacciones.

Al menos no he tenido que mandarlo a tomar viento fresco... - Ay, pobrecito, se ha enamorado de ti - rió Jero. - No tiene gracia - susurró ella, mirando con angustia la puerta del comedor, por donde el niño había salido huyendo.- Ahora seguro que lo está pasando fatal... Pobre. - Se le pasará. Créeme, lo sé por propia experiencia - le guiñó un ojo.- ¿Sabes? Cuando llegaste al Bécquer, yo también estuve colado por ti - aquello la sorprendió tanto que casi dio un respingo. ¿Jero? Pero si él nunca se le había declarado...- Fantaseaba con pedirte una cita y que dijeras que sí. Incluso llegué a planteármelo. Luego pensaba que rechazabas sin compasión a chicos más altos, más guapos y más de todo que yo, así que no llegué a atreverme. - Me alegro de que no lo hicieras - suspiró ella. - ¿Para que ahora no estemos incómodos? - Porque rechazarte me habría roto el corazón - le sonrió con tristeza, antes de suspirar.No me suele importar hacerlo - se acompañó de un ademán desdeñoso.- Babosos, presuntuosos, pesados... Pero tú... Tú siempre has sido un buen chico - alargó la mano para coger la de él.- Y nunca debería hacerse daño a los buenos chicos, no lo merecen. Jero no le soltó las manos, todo lo contrario, se las apretó con más fuerza. - Sabes que me tienes aquí para lo que quieras, ¿verdad? Asintió con un gesto, pues sabía que las palabras sobraban con Jero, que su amigo sabía bien que le agradecía el espacio que le estaba dando. Como no quería que aquello derivara en una situación moñas en la que intercambiaban más sentimentalismos, le sonrió: - ¿A qué no sabes qué he estado haciendo? - ¿Mirar los trajes de dama de honor más feos que puedas encontrar? - Curiosamente, ayer vi 27 vestidos - le hizo burla, antes de dedicarle un gesto desdeñoso con la mano.- Ahora en serio - le indicó que se acercara y Jero obedeció.- He traducido el diario de Irene, la tía de Tania. Me falta el final, pensaba hacerlo ahora. - ¿Y dice algo interesante? No le respondió, tan sólo se levantó para que le siguiera.


Una vez en su habitación, le dejó los folios que ella misma había escrito a mano con la traducción. Jero se acomodó en la silla del escritorio, sumergiéndose inmediatamente en la lectura, mientras ella se sentaba en su cama con el original entre las manos. Se trataba de un ejemplar bastante grueso con las tapas lilas con mariposas blancas. Decidió repasar aquellas partes que había encontrado mucho más interesantes:

A quien le pueda interesar, Mi nombre es Irene Fitzpatrick y voy a morir. Esta es la historia de mi vida, la historia de mi muerte, así que espero que te ayude a entender y a hacer justicia. Lunes, 4 de marzo de 1985. Papá me ha dado la noticia hoy. En cuanto se ha acabado el desayuno, tanto él como mamá me han pedido que me quede. Eso nunca ha significado nada bueno, pero hoy ha sido peor. Yo creía que me iban a reñir por los jarrones que Elena y yo rompimos jugando al fútbol en casa, pero no. Los dos estaban muy contentos, emocionados... He estado a punto de negarlo todo, nerviosa, cuando papá no ha podido resistirlo más y me ha dicho que me han prometido en matrimonio con el príncipe Héctor. En el futuro, seré la reina de los ladrones, seré madre de príncipes y princesas, seré poderosa e importante. Según mamá, debería estar contenta, pues seré como una protagonista de esos cuentos que me contaba ella de pequeña. Una reina, una persona muy importante, una noble, la mujer del rey. Y yo no veo el cuento de hadas por ningún lado. No conozco a mi prometido, tan solo de vista y... No me gusta. Es tan serio, tan distante. Nunca le he visto sonreír de verdad, ni contar chistes, ni reír. Elena siempre que lo ha visto, ha dicho que tiene que tener un... Bueno, no es una expresión demasiado adecuada, ni siquiera para escribir en un diario. Eso sí, Elena me ha dicho que no quiere tenerlo de cuñado, que no me hará feliz, así que está planificando una huida, cree que si nos vamos juntas nadie nos encontrará. Tiene once años, es una ilusa, una niña. Yo, que cumpliré catorce en unas semanas, sé que debo hacerlo, aunque no quiera. Es mi deber. ¿Cómo dos años y poco pueden hacernos tan diferentes?


Martes, 12 de marzo de 1985. Elena sigue sin hablarme. Sigue furiosa conmigo porque he aceptado el compromiso. ¿Pero qué puedo hacer? Es mi deber, mi destino. Papá y mamá siempre me han dicho que sería reina, el compromiso sólo lo ha confirmado. Elena no lo entiende o no quiere entenderlo, no lo sé, pero el honor de la familia recae en mí, también el futuro de los ladrones. Héctor será un buen rey y yo una buena reina, desde niña me educaron para eso. Hablando de Héctor, ayer tuvimos nuestro primer encuentro oficial. Ya puestos, me hubiera gustado ir al cine o algo así, pero hay que seguir el protocolo. Por eso, fui con mamá a la casa de la familia Navarro, donde Héctor y su madre, doña Ana, nos estaban esperando para la merienda. Doña Ana es la reina de los ladrones, pues ella es la que desciende de uno de los fundadores. Es una mujer muy hermosa, menuda, con el pelo rojo y largo. Parece una estrella de cine. ¡Y es tan misteriosa! Ha cambiado su apellido por el de su marido, don Mario, por lo que prácticamente nadie sabe cuál es el real. Me pregunto por qué. Cuando llegué, estaba muy nerviosa. Me había puesto el vestido nuevo, uno azul cielo que hace juego con mis ojos y me había colocado una cinta en el pelo del mismo color. Mamá estaba satisfecha con mi aspecto, pero yo estaba nerviosa, pues quería gustarle a mi prometido. Estaba tan guapo. Tan alto y fornido, con su bonito pelo castaño peinado con raya a un lado. Nada más verme, Héctor me dedicó una sonrisa formal y me besó la mano, como si estuviéramos en una película antigua. Es muy caballeroso. ¡Pero es tan serio! No es que no lo entienda, desde niño le criaron para que fuera responsable, para que fuera un rey, así que tiene que estar siempre con preocupaciones, pero... Nunca imaginé casarme con alguien tan... Tan gris. Tan apático. Nuestras madres, después de tomar la merienda (café o té con galletas de mantequilla y bombones de caramelo, mis favoritos), nos dejaron salir a pasear para que empezáramos a conocernos. Aunque, claro, el mayordomo de Héctor nos acompañó. Se llama Álvaro Torres, es un chaval rubio, bueno, chaval... Es incluso más joven que mi hermana, pues tiene diez años. El pobre estaba incómodo. No me extraña. Sin


embargo, cumplió perfectamente con su misión, acompañándonos todo el rato, aunque, eso sí, no habló en ningún momento. Creo que se aburrió tanto como yo. Y tengo tanto miedo que el resto de mi vida sea así. ¿Por qué seré una ladrona? ¿Por qué seré una Fitzpatrick? Sábado, 5 de abril de 1986. Han pasado tantas cosas esta noche... He pasado de una emoción a otra sin parar, como si me hubiera pasado la noche entera en una montaña rusa. Como la prometida del príncipe Héctor y futura reina del clan, los Navarro me han organizado una fiesta en su casa para celebrar mi cumpleaños, además del rotundo éxito que supuso mi primera misión real y oficial como ladrona. Iba a ser una noche fantástica con un baile, vestidos bonitos... Incluso me alegraba ver a Héctor. Desde nuestros últimos encuentros, me había sentido más unida a él, como si por fin fuéramos amigos y, por fin, creía que la situación no era tan horrible. Y ahora todo ha cambiado. Pero voy en orden, quiero explicarlo todo correctamente porque, al fin y al cabo, estoy escribiendo este diario por si algún día alguien quiere conocer mi historia. Quizás lo leerá algún principito o alguna princesita que está pasando por lo mismo que yo, no lo sé. Al principio, lo escribía para Elena, para que me comprendiera, pero... Tras esta noche no quiero saber nada de ella, ¡estoy tan cansada de mi hermana! Si no me quiere hablar, que no me hable; si me quiere fulminar con la mirada las veinticuatro horas del día, que lo haga. ¡Me da igual! Pero no le voy a pasar otra como la de esta noche. ¿Por qué ha tenido que estropear mi cumpleaños? ¿Por qué tiene que ser tan egoísta y creerse el centro del universo? No quería ir a la fiesta porque no quería ponerse un vestido, pero como mamá la ha obligado, se ha enfadado. Y para vengarse, no ha dudado en humillar a Héctor. ¡Al rey! ¡A mi prometido! No se le ha ocurrido nada mejor que tirarlo sobre mi tarta de cumpleaños, así que, claro, el pobre Héctor no sólo ha acabado cubierto de nata hasta las cejas, sino que ha quedado humillado por una cría que va a cumplir doce años. Suerte ha tenido la


egoísta de que Héctor es muy bueno, ni siquiera se ha enfadado con ella, se ha limitado a sonreír. ¿Cómo ha podido hacer algo así? ¡Le ha humillado delante de casi todo el clan! Por supuesto, papá y mamá se han enfurecido tanto como yo y la han castigado. Y, claro, la señorita se ha enfadado, ¡como si tuviera la razón! ¿Y qué ha hecho entonces? Tomarla con el pobre Felipe, el hermanito de Héctor, que tiene cinco años, al que le ha quitado el peluche. Por suerte, Álvaro Torres, el hijo del mayordomo, ha estado al quite y ha impedido que todo fuera a mayores, enfrentándose a mi hermana y aplacándola. Aunque, claro, para ese entonces yo estaba tan histérica que me he disculpado ante Héctor y sus padres y he salido a tomar aire a la terraza. Y entonces mi vida ha cambiado para siempre. Estaba aferrada a la balaustrada, pagando mi frustración con ella, cuando me he dado cuenta que había alguien a mi lado. No he podido evitar dar un respingo, asustada, pues no había reparado en él. Se trataba de un chico. Era una cabeza más alto que yo, muy flaco. Tenía el pelo cobrizo medianamente largo, cortado de forma moderna, que le caía sobre los ojos verdes más bonitos que he visto nunca. Lo más curioso es que no era excesivamente guapo (Héctor le da mil vueltas, la verdad), pero su sonrisa torcida me ha dejado sin aliento. - Una mala noche, ¿eh? - me ha dicho, divertido, y yo no he podido más que abrir la boca, por lo que habré parecido una estúpida. Si él ha reparado en ello, no ha comentado nada, tan solo se ha encogido de hombros.- No me extraña. Estos saraos tan estirados son un coñazo. Seguro que el cumpleañero es un petulante y un engreído. Un gilipollas, vamos. - Es mi fiesta de cumpleaños. Ante mis palabras, palideció un poco. Por dentro, me estaba riendo como en años, aunque supe fingir que estaba ofendida. Para culminar mi actuación, me agarré la falda con ambas manos y me di media vuelta, dispuesta a salir dramáticamente. Él me detuvo, se interpuso en mi camino con rapidez. - Vale, vale, la he cagado. Pero... ¿Por qué en vez de huir como una diva con el orgullo herido, no me demuestras que no eres nada de eso? Piensa que, si te quedas conmigo, me demostrarás que el único imbécil que hay aquí, soy yo. - ¿Y por qué debería hacer eso? - ¿Además de para darme una cura de humildad?


- He de admitir que eso es... Interesante - reconocí con una sonrisa, mostrándome esquiva. Intenté, una vez más, marcharme, pero él me retuvo de nuevo. En aquella ocasión, me agarró de un brazo y, al sentir su piel sobre la mía, sentí que se me erizaba el vello y que algo comenzaba a revolotear en mi estómago.- Ahí dentro me esperan para agasajarme, darme regalos... Aquí, únicamente me han insultado, así que, si quieres que me quede, dame una buena razón. El chico apretó los labios, pensativo, antes de guiñarme un ojo. - Porque conmigo harás algo que no harás ahí dentro. El corazón me dio un vuelco, ¿qué quería decir con eso? De repente, me vi embriagada por una sensación sofocante, como si de repente tuviera mucho calor, mientras el corazón me iba a mil por hora. Aún así, fui capaz de mantener la compostura. Entonces él me rodeó con sus brazos, colocando su pecho contra mi espalda, mientras me susurraba: - Conmigo te vas a reír como nunca, cuento los mejores chistes del mundo. En parte, me mintió, pues sus chistes no podían ser más malos, pero nunca jamás me había reído tanto como con él y sus chistes malos y sus gracias. Pasamos la noche juntos, paseando y hablando. Aunque al principio me mantuve cauta, acabé abriéndome con él como con nadie. No sé, es raro, aunque sólo hayamos estado juntos unas cuantas horas, me he sentido más unida a él que en un año a Héctor. Es tan listo y tan divertido y tan cercano y tan... ¿Por qué no dejo de pensar en él? ¿Por qué cada vez que cierro los ojos veo su sonrisa y sus bonitos labios? No lo sé, pero sí que me he dado cuenta de que nunca seré feliz con Héctor. Miércoles, 9 de abril de 1986. ¡Le he vuelto a ver! ¡Y ha venido él a buscarme! Al salir del colegio, estaba conversando con Tessa, cuando nos hemos dado cuenta de que el resto de chicas estaban revolucionadas. No le hemos dado importancia y hemos seguido con nuestro camino y, al salir a la calle, ahí estaba él. Estaba recostado en una moto, con los brazos cruzados y unas gafas de sol cubriendo sus ojos. Aunque, nada más verme, se las quitó sonriendo y, una vez más, me perdí en aquellos ojos verdes. Mientras Rafael se acercaba a mí, yo no dejaba de pensar que aquello no era sensato, ¡todo lo contrario, era una locura! Tenía muy claro que me iba a casar con Héctor sí


o sí y que estar con Rafael iba a acabar pasándome factura, pues desde que nos conocimos no había dejado de pensar en él. Sin embargo, no pude evitar coger su mano cuando él me la tendió. - ¿Pero qué haces aquí? - le he preguntado. - Una estupidez. Una locura. Pedirte una cita. - Ya te dije que estaba prometida con... - Pero no me dijiste que le quisieras - se encogió de hombros, conduciéndome hacia su moto. Me miró a los ojos, no dejó de mirarme mientras se sentaba en ella.Hagamos una cosa. Si no has pensando en mí, no te subas. Si le quieres, no te subas. Pero si es lo contrario, ven conmigo. Al mirarle, tuve muy claro una cosa: Rafael es peligroso para mi futura felicidad. Hay algo en él que me llama como un canto de sirena, que me atrae y que me arrebata hasta el último atisbo de cordura que hay en mí. Sé muy bien que si sigo viéndole, todo eso acabará evolucionando en algo apasionado y profundo... Acabaré enamorándome irremediablemente de él. Y entonces no habrá vuelta atrás. Aún así, me subí a la moto. Aún así, estoy deseando que mañana vuelva a buscarme. Sábado, 27 de septiembre de 1986. Hoy he cometido una locura, pero... ¡Estoy tan feliz! Es... No sé explicarme, a ver... Quiero dar saltos sin parar, alzar los brazos y gritarle al mundo entero que estoy loca e inevitablemente enamorada de Rafael Martín. Ayer fue su cumpleaños. Como quería celebrarlo, me encargué de armar una coartada perfecta que me dejara pasar la velada con él, así que les conté a mis padres que Tessa se iba a quedar sola en su casa y yo le iba a hacer compañía. Como siguen atareados con Elena y sus travesuras pueriles y constantes, ni siquiera sospecharon, me dijeron que no había ningún problema. Es lo único que me apena: confían en mí, en que soy la responsable, pero desde que conocí a Rafael no he dejado de mentirles. No me gusta hacerlo, pero, lamentablemente, no tengo otra opción. Tal y como acordé, Tessa ejerció de coartada, pero esta mañana me ha contado que mis padres no telefonearon en toda la noche. Menos mal. Pero vuelvo a ayer, a lo importante de verdad. Rafa vino a buscarme a la salida del colegio, en su moto deslumbrante con sus gafas de sol y su sonrisa aún más


deslumbrante. La verdad, es que se ha convertido en toda una rutina, pero no por ello es monótona, de hecho cada vez que lo veo al salir, se me salta el corazón y eso que sé que estará ahí. Primero dimos un paseo por la Ciudad vieja, teniendo cuidado, claro, pues temíamos ser vistos. Por desgracia, mi compromiso con Héctor Navarro sigue adelante, así que algún día me convertiré en su esposa y, por eso, no podemos permitir que nadie nos vea juntos o esto se acabará antes de lo esperado. Me apena tanto que el estar juntos tenga fecha de caducidad... Por desgracia, sé que le amaré por siempre, más allá de la eternidad, de los tiempos y de mí misma. Suena muy cursi, lo sé, pero es como me siento. Pero no quiero pensar en el futuro, quiero pensar en ayer. Ay, ayer, qué día más perfecto. Tras el paseo, Rafa me preguntó si deseaba ser libre, si quería dejar de ser Irene Fitzpatrick para ser una desconocida, quien quisiera ser. Por supuesto, le respondí que sí sin pensarlo siquiera. Cada minuto lo único que anhelo es estar a su lado, rozar su piel, que sus ojos se crucen con los míos... Rafa me llevó hasta un pequeño pueblecito costero lo suficientemente cerca como para regresar sin levantar sospechas y lo suficientemente lejano como para que nadie nos conozca. Lo primero que hizo Rafa fue llevarme hasta la playa, donde paseamos y jugamos hasta que, al fin, nos dejamos caer sobre la arena. Era una cala pequeñita, solitaria, que, estoy segura, buscó con ahínco para llevarme y que, de una vez, pudiéramos olvidarnos de precauciones y ser nosotros mismos. Mientras contemplaba su nariz larga, delgada y un poco torcida (que le da esa personalidad, esa belleza un poco peligrosa y exótica), le comuniqué que dejaba de ser Irene, que me iba a cambiar el nombre para ser otra persona. Él, muy serio, se dedicó a mirarme. No pude evitar quedarme embelesada ante su rostro, ante la proximidad entre ambos... Y, entonces, me retiró el pelo detrás de las orejas, mientras me decía, todavía muy serio: - Eso nunca. Yo te quiero a ti, Irene. Y, aunque es cierto que te seguiría queriendo igual si te llamaras, no sé, Silvia o Sophia, me encanta pronunciar tu nombre. Irene, Irene, Irene, Irene... ¿Ves? Es el nombre más bonito del mundo, porque es el tuyo, así que esta noche quiero llamarte Irene porque también eres lo más bonito del mundo. Y nos besamos. Nos besamos como si nos quedásemos sin aliento y necesitásemos el del otro.


Pero Rafa se detuvo. De repente. Casi como si se viera impulsado por una descarga eléctrica. Se puso en pie, pasándose las manos por el pelo, ante mi sorpresa. Entonces se detuvo, cubriéndose el rostro con las manos y se dejó caer de rodillas frente a mí. Estaba tan triste que sólo quería acudir a él, acunarlo entre mis brazos y comerlo a besos, pero algo me detuvo, una voz en mi interior que me advirtió que estaba pasando algo que no comprendía. Fue entonces cuando vi la preocupación en su rostro, la melancolía y el arrepentimiento en su mirada. Antes de que pudiera preguntar nada, él habló: - Perdóname, Irene. - ¿Perdonarte? ¿Por qué? - me extrañé; no entendía nada. - Porque te he arrastrado hasta aquí, te he arrancado de tu tranquilidad para que me acompañes y no he sido del todo sincero contigo. Pero... No, nada de “peros”. No tengo excusa, Irene. Podría decirte que lo hice porque nada más verte, supe que serías... Mi chica - me sonrió con tristeza, antes de seguir.- Pero, precisamente por eso, debí de ser sincero contigo. - Rafa, me estás poniendo nerviosa. ¿Qué me has ocultado? - No soy un ladrón, Irene. Soy un asesino. La revelación fue para mí como una bofetada. Durante un momento, me sentí una estúpida, aunque no tardé en darme cuenta de que, en realidad, había sido yo misma la que había asumido que era un ladrón y que, curiosamente, aquel era un tema que nunca habíamos tratado. Sé que en ese mismo instante, debería haberle odiado, debería haber sentido un asco sin igual, pues era un asesino, ¡un asesino! Ellos roban lo prohibido, vidas. Matan a personas, provocan sufrimiento a su paso, pues no sólo sesgan vidas, sino que estropean las de las personas que aman a sus víctimas. Sí, debería haberle pegado, haber renunciado a él, gritarle que era un asesino y me asqueaba... Pero en su lugar, me arrojé hacia él con desesperación y le besé. Aunque pueda parecer lo contrario, no es que me volviera loca de amor. Bueno, seguramente lo estoy cada día, pero esa no es la cuestión. Lo importante era que el que estaba ante mí era Rafael. Mi Rafa. Y no me importaba que fuera un asesino o un ladrón o un malabarista, no me importó en ese momento ni me importa ahora, pues sólo son etiquetas, rangos. A mí lo que me importa es la persona que es Rafael y le conozco mejor que nadie y sé que es bueno y divertido y que estaba confiando


en mí hasta el punto de reconocer algo que, en cualquier otro caso, nos habría separado irremediablemente. Nos besamos y nos besamos... Hasta que Rafael en cogió en brazos para llevarme a la habitación del diminuto hotel que había cogido. Separarnos para poder entrar en ella fue casi una tortura, pero después cuando estuvimos a solas... Los besos y las caricias llevaron a algo más, algo intenso, algo mágico, algo sólo de nosotros dos. Sabía entonces como sé ahora que, en realidad, estaba buscándome un problema más, pues se suponía que mi primera vez sería con Héctor durante la noche de bodas. Ni entonces ni ahora me importa. No podía ser de otra manera. - Espera... ¿No hay más? Ante la indignación de Jero, Ariadne arrugó un momento los labios y le mostró el diario, donde se veía que un buen número de páginas habían sido arrancadas. El muchacho se sentó a su lado en la cama, observando atentamente mientras ella llegaba a las últimas. - Hay una última anotación más, que ni siquiera está fechada, pero la caligrafía es la misma que la de la primera página del diario - le enseñó ambos textos para que apreciara la sutil diferencia con el resto.- Es más madura, más adulta, así que deduzco que tiene que estar escrito justo antes de la masacre de los Fitzpatrick. - ¿Y qué dice la última parte?

Deje de escribir este diario cuando, de súbito, me vi obligada a crecer. No tuve una juventud fácil, siempre debatiéndome entre el corazón y la razón, lo que debía hacer contra lo que quería hacer... Perdí muchas cosas en el camino, incluso a una parte de mí misma que jamás recuperaré. Sin embargo, al final todo pareció arreglarse, al menos durante un tiempo. Héctor encontró a una mujer de la que se enamoró y, aunque el pobre me planteó la disolución del matrimonio con visible preocupación por mí, me hizo la mujer más feliz del mundo. Así, pude renunciar de una vez a la vida que nunca quise, la de ladrona, y pude fugarme con Rafael, cumplir lo que tanto anhelé aquella noche en la que Rafa cumplió años y yo perdí mi virginidad: ser otra persona, dejar atrás a la señorita Fitzpatrick con sus responsabilidades.


Así, los dos partimos con dos objetivos: poder vivir una nueva vida juntos y recuperar la cosa más valiosa que jamás tuvimos y que, por desgracia, también perdimos. No obstante, no dejamos de enfrentarnos a problemas: por un lado, algunos de los antiguos compañeros de Rafael nos han estado buscando; por otro, mi hermana pequeña, Elena, acabó desapareciendo también y cuando mi familia volvió a saber de ella fue para descubrir que la habían asesinado. Ahora mis padres y mi hermano pequeño están en peligro, por eso Rafael y yo hemos venido hasta White tree para ayudar, pero... No sé hasta qué punto podremos enfrentarnos al peligro que nos acecha. Ni siquiera sé a quién nos enfrentamos: ¿será por Rafael o por Elena? Quizás mi hermana tenía los mismos enemigos que tiene mi marido, no lo sé, pero... Si nos ocurre algo, si has logrado traspasar los hechizos y las protecciones y encontrar mi diario, por favor, haz algo. No te pido que arriesgues tu vida, tan solo que informes al rey, informa a Héctor Navarro, es un buen hombre, un hombre justo, que sabrá que hay una amenaza ahí fuera que es más peligrosa de lo que podemos imaginar. Me llamo Irene Fitzpatrick, ya no soy una ladrona, quizás nunca lo he sido. Quizás le fallé a mi familia hasta en los últimos momentos, pero fui leal a mí misma y a mi corazón. ¿Fui egoísta? Seguramente, pero no cambiaría ni un mísero segundo de mi vida porque conocer a Rafael fue lo mejor que me ha pasado nunca. Si no quieres hacer justicia, al menos me habrás conocido, al menos habré pasado a la historia de alguien y, quizás, puedas encontrar a mi sobrina Tania. No sé cómo es Tania, no sé si la han criado como a uno de nosotros, pero me gustaría que le hicieras llegar este diario por si, al menos, a ella la puede ayudar. Quiero que sepa que tiene una tía y que, aunque nos distanciáramos, su madre era la persona más maravillosa que alguien podía conocer. - Por eso lo he traducido - le explicó Ariadne, encogiéndose de hombros.- No sé si Tania querrá leerlo o no, pero, al menos, he cumplido la última voluntad de Irene. Ella lo merecía sintió el brazo de Jero rodeándola, el chico le estaba sonriendo, así que ella añadió.- Supongo que le gustará saber que su madre era la persona más maravillosa que alguien podía conocer. - Estoy seguro de que le encantará - le sonrió Jero. Y se quedaron en silencio, juntos, pues no necesitaban palabras en aquel momento. Se dedicó a pasar las páginas, sonriendo para sí, pues seguramente ella más que nadie entendía a


Irene Fitzpatrick. Era una tontería, pero agradecía el tener aquel diario, pues no se sentía tan sola al descubrir que alguien había pasado por lo mismo que ella, aunque fuera el recuerdo de una mujer a la que nunca había conocido.


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