En blanco y negro: Capítulo 22

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Capítulo 22 Débil - ¿Pero vas a volver tan pronto al trabajo? ¡Tienes que descansar! Kenneth puso los ojos en blanco, antes de quitarse las gafas para restregarse los párpados con la palma de la mano. Estaba tan cansado de escuchar a su abuela... Desde que, años atrás, su padre desapareció, ella tomó el control de la familia y desde entonces no se había callado ni un solo momento. Por eso, estaba acostumbrado a hacer oídos sordos, así que siguió sin escuchar sus graznidos exagerados. Como estaba en el cuarto de baño, con la puerta ligeramente abierta, lo que hizo en vez de responder, fue lavarse el rostro con agua fría. Tras secarse la cara con una toalla, miró su reflejo en el espejo. Sólo veía siluetas sin detalle alguno, manchas de color, pero era lo más bonito que había visto nunca. Después, se colocó las gafas, por lo que pudo verse bien. Era el mismo de siempre. Por mucho que intentó encontrar alguna pequeña diferencia, algo que indicara lo que había ocurrido, no encontró nada. Su pelo seguía siendo negro, sus ojos seguían siendo azules, su piel seguía siendo lechosa... Todo permanecía igual, como si no estuviera viendo porque Álvaro Torres le había cedido uno de sus ojos.

¿Qué te imaginabas, Kenneth? ¿Tener su lustroso pelo rubio? ¿Adquirir algo de su seguridad? - Kenneth, niño mío - su abuela asomó la cabeza, mirándolo con dulzura.- No tienes por qué demostrarle a ese asesino nada - le miró, confuso, no era tal su intención. La mujer, le acarició una mejilla, mostrándole una cándida sonrisa cariñosa.- De hecho, ni siquiera deberías hablar con él, eres un ladrón importante, el futuro rey, ¿y qué es él? Un mero asesino. - Hablaré con quien desee, abuela - musitó, incómodo, no le gustaba escuchar ese tipo de palabras acerca de Álvaro. - Es un traidor, un cobarde. - Pues ese cobarde ha sido el único que me ha ayudado. Fulminó a su abuela con la mirada, antes de abandonar el cuarto de baño. Se sentó a los pies de la cama para calzarse sus impecables mocasines negros. Escuchó el habitual taconeo que acompañaba a su abuela al andar, por lo que alzó la mirada para ver aquella curiosa mezcla de espanto e indignación que había teñido su cara:


- ¿Qué insinúas? - en su tono había un par de octavas más de lo habitual. - Ni siquiera te ofreciste. Te empeñaste en que Ariadne lo hiciera y... - ¿Es qué no lo entiendes? - su abuela se sentó a su lado, decepcionada. Una vez más. Una parte de Kenneth se sintió herida... Una vez más.- Lo dijo la bruja: el hechizo te ataría a alguien. Si no hubiera sido por ese estúpido y entrometido asesino, ahora estarías atado a la princesa para siempre y el compromiso no estaría en peligro. El compromiso, el compromiso... No llevaba más que un par de meses prometido y ya estaba harto de él. ¡No podía más! Todo el mundo presentaba batalla por el dichoso enlace: su abuela porque temía que todo quedara en agua de borrajas, Gerardo Antúnez porque temía que no estuviera a la altura de la posición de rey, su familia porque temían que la dichosa condición de noble no les llegara nunca...

¿Y qué pasa con lo que yo deseo? ¿Qué pasa conmigo? - He estado pensando en eso - dijo al fin, armándose de valor.- ¿No podría negarme? - ¡No! - estalló su abuela y Kenneth se encogió automáticamente.- ¡Bastante humillación soportó la familia con una huida! No volverá a pasar - la mujer le miró a los ojos con frialdad.Somos ladrones de segunda. Da igual la de Objetos que destruyamos, lo buenos que seamos, somos de segunda porque no somos nobles. Pero ahora, gracias a ti, podremos serlo. - Pero... Abuela... - ¡Ni pero ni nada! - su abuela le agarró de un brazo con vehemencia.- Puede que Ariadne Navarro no sea la esposa que te hubiera gustado tener, pero has tenido suerte - le soltó, al mismo tiempo que su rostro se dulcificaba.- Kenneth, mi niño, los dos sabemos que eres un pusilánime, eres débil. No serás un gran rey. Pero para la historia sí que lo serás, ella te empujará en la dirección adecuada y serás tú el que será recordado con orgullo y, también, nuestra familia. Asintió con un gesto casi imperceptible, desviando la mirada hasta poder contemplar sus relucientes zapatos.

Al menos sé que no fuiste un egoísta, papá. Te asesinaron, por eso desapareciste, no huiste y me dejaste solo con la responsabilidad... Me alegra saber que tú no eras como yo, que, quizás, algún día sea como tú. Y deje de ser débil.

 Desde que el lunes a primera hora había visto a Ariadne en clase, deseaba hablar con ella. Entre el viaje a Orense para curar al profesor Murray y el intentar sonsacar información a Álvaro


Torres, se había olvidado del hecho de que había descubierto que Ariadne estaba comprometida con su profesor de literatura. Pero había sido verla sentada en su sitio de siempre, tan fría como era habitual, y recordarlo. Lo había intentado el mismo lunes, pero la chica había desaparecido con Jero y Rubén decidió esperar. Se sentía muy incómodo en presencia de su antiguo amigo: no podía olvidarse del hecho de que le había traicionado, tampoco le ayudaba el saber que Jero era mejor persona que él, pero sobre todo era porque le veía junto a Tania y la bilis le ascendía por la garganta de pura frustración.

Eres un imbécil, Rubén. Un auténtico imbécil. Cuando el martes bajó a desayunar, lo primero que vio fue el reencuentro de Tania y Jero, lo que le violentó aún más. Cada beso que se daban era para él una puñalada. No pudo evitar quedarse mirando a la pareja, tampoco pudo evitar comenzar a caminar hacia ellos. Sin embargo, no llegó a alcanzarles. De hecho, ni siquiera le vieron. Antes de que diera ni tres pasos, alguien le sostuvo por el brazo y le arrastró hacia el pasillo que llevaba al comedor. Una vez alejados de la puerta, Deker Sterling le soltó. Llevaba la chupa de cuero abierta dejando ver una sudadera gris, el oscuro cabello salpicado de copos de nieve y una bolsa colgando del hombro. - ¿Se puede saber qué ibas a hacer? - Nada - musitó él, secamente. - Mmm, nada - Deker entrecerró los ojos, como si estuviera considerando algo.- La verdad es que es más breve que “darle una buena hostia a Jero por magrear a mi chica” - Rubén se sonrojó al instante, mientras su interlocutor chasqueaba la lengua y le guiñaba un ojo.- Soy bueno, ¿eh? - le colocó una mano en el hombro.- El problema es que ella ya no es tu chica. Olvídala. Rubén, inconscientemente, se echó hacia atrás, fulminando al joven con la mirada. - No me vengas con monsergas - siseó secamente. - Pues tú no me vengas con gilipolleces - aclaró Deker en el mismo tono, aunque Rubén tenía la sensación de que resultaba mucho más amenazador que el suyo.- Decidiste dejar a Tania, romperle el corazón para que fuera feliz con otro, ¿no? Pues ahora sé consecuente. - Claro. Es tan fácil. - Nadie dice que sea fácil - Deker se encogió de hombros, mirando en derredor, parecía que buscaba a alguien.- De hecho, por lo habitual, lo correcto y lo que se debe hacer, no es fácil. Nada fácil - se quedó como mirando el infinito, hasta que, instantes después, agitó la cabeza y volvió a la normalidad.- Tenemos novedades. Nos vemos esta tarde en la habitación de Ariadne.


Le dio un par de palmaditas en la espalda, antes de volver sobre sus pasos en dirección a la escalera del recibidor. Al ver la espalda de Deker, enfundada en cuero, comprendió a qué venía aquella expresión ausente que le había dedicado antes. Por eso, alzando la voz, preguntó: - ¿Y tú? ¿Eres consecuente con ella? Como toda respuesta, Deker le enseñó el dedo corazón. - Oye, Rubén, ¿por qué no nos vamos a mi habitación? - ronroneó Erika, mientras se deslizaba a través de la silla para que su cuerpo encontrara el de él; comenzó a acariciarle el pelo de la nuca, sonriéndole con aire seductor, mientras restregaba su pierna contra la de él.- Venga, Rubén, no me digas que no te apetece. - Tenemos que acabar los deberes. Le respondió con suavidad, sin acompañarse de una mirada de desagrado o un mal gesto, pero no fue suficiente. Por el rabillo del ojo vio que Erika cruzaba los brazos sobre el pecho, esgrimiendo aquel mohín pueril y enrabietado. - Como quieras - dijo ella con desdén. Rubén se dedicó a terminar los ejercicios de matemáticas que debían corregir en clase al día siguiente. En cuanto los repasó, comprobó en su agenda escolar que ya no tenía nada más pendiente y se puso en pie. Entonces, se marchó usando como excusa el tener que hacer algo con Santi, al que antes le había pedido que le cubriera ante ella. Subió hasta el segundo piso, encaminándose a aquella zona que separaba el ala de los alumnos de la de los maestros, donde se encontraba únicamente la habitación de Ariadne. Rubén, demasiado ansioso, ni siquiera se dio cuenta de que Erika le había seguido. Desde que había sido consciente del compromiso de Ariadne, se había obsesionado con aquella idea hasta el punto de que había pasado casi dos días sin pensar en otra cosa que hablar con ella. Lo que creía imposible, encontrar a alguien en su misma situación, al final no lo había sido tanto y, precisamente por eso, necesitaba hablar con su compañera tanto como respirar. Entró en el dormitorio sin llamar. Ariadne, que estaba tirada en la cama leyendo, se incorporó al instante e incluso llegó a abrir la boca, como si fuera a lanzarle una maldición o el libro que tenía entre las manos. No obstante, no debía de esperarle a él, pues frunció el ceño, confusa. - Ah, eres tú - dijo, cerrando la novela con cuidado. - ¿Deker tardará en llegar?


- Supongo, pero tranquilo, que mi rodilla está aquí y como intentes algo raro, encontrará el camino para llegar a tus partes nobles - Ariadne esbozó una sonrisa sarcástica, que sorprendió a Rubén, ya que no se esperaba esa reacción. - Sólo quiero hablar contigo - alzó la mano, como pidiendo una tregua. Tuvo que echarle valor, pues aquella chica le imponía, aunque él fuera más alto y fornido. Tras unos segundos en los que se frotó la barbilla, buscando la mejor manera de afrontar el tema, decidió que debía ser claro y directo, así que soltó la bomba sin más.- Sé que estás prometida con el profesor Murray. Ariadne abrió los ojos, sorprendida. - ¿Lo han publicado en el Hola? ¡Y no me han dado ni un duro por la exclusiva, maldita sea! - ironizó, antes de entrecerrar un poco los ojos, como si estuviera evaluándole. Al final, los puso en blanco, añadiendo.- A ver, ¿qué quieres: darme palmaditas en la espalda, pedirme una invitación, decirme lo injusto que es todo o preguntar sobre la lista de bodas? - la chica alzó un dedo, muy seria.- Por tu propio bien, más vale que sea la opción d. Aquello le cogió por sorpresa, no se esperaba aquella actitud. - ¿Cómo puedes bromear sobre algo así? - inquirió. La chica volvió a mirarle de aquella manera que hacía que Rubén se sintiera examinado por rayos x, por lo que se removió, incómodo. Había echado el peso de su cuerpo en una pierna y, ante la reacción de Ariadne, comenzó a cambiarlo de una a otra. - Te han prometido con Erika - no fue una pregunta. - ¿Cómo...? - se dio cuenta de que intentar saber cómo había llegado a la conclusión adecuada era una pérdida de tiempo, así que agitó la cabeza; después, empezó a caminar de un lado a otro de la habitación, pasándose los dedos por su cabello castaño ya no tan corto.- ¿Cómo puedes estar tan tranquila? - Es que dejé muy claro que, ya que no elegía al novio, no me iba a encargar de organizar nada. Me presentaré en la iglesia con el vestido blanco, diré el sí quiero y, hale, sin preocupaciones - le dedicó una débil sonrisa, al mismo tiempo que se encogía de hombros. - ¡Y lo dices tan tranquila! - Rubén... Se acercó a él con una expresión comprensiva flotando en su rostro y aquello fue como si le quemara con un hierro candente. Nunca la había visto así, normalmente era bruta y espontánea, por lo que se sintió mucho más agobiado de lo que ya estaba. Era como cuando de pequeño se caía y se reía a pesar del dolor, pero no tardaba en echarse a llorar cuando alguien le atendía y se mostraba preocupado por él. - Cálmate, vamos - le pidió Ariadne.


- ¿Cómo quieres que me calme? ¿Pero por qué no me entiendes? - Te entiendo. - ¡No! ¡No lo haces! - estalló, dando una patada en el suelo; después, estampó las palmas de las manos en la puerta y se apoyó en ella, encorvándose, por lo que dejó caer la cabeza un poco.- Cada día quiero gritar, salir corriendo. No lo soporto. Creo que me voy a volver loco. De hecho, cuando pienso en que me voy a casar con Erika, tengo tal nudo en el estómago que creo que me voy a partir en dos. Volvió a golpear la puerta, aunque en aquella ocasión cerró los dedos y estampó los puños contra la hoja, cerrando los ojos, mientras sentía que, una vez más, se desgarraba por dentro. ¿Por qué tenía que doler tanto cada vez? ¿Por qué no podía acostumbrarse y volverse frío, gélido e insensible como su compañera?

¿Por qué no soy como ella? ¿Por qué no soy como La princesa de hielo? Y, entonces, escuchó con claridad cristalina la voz de su madre, recordando aquellas dos palabras que le habían roto el corazón en miles de pedazos. <<Eres débil>>.

Porque eres débil, Rubén. Y no importa la determinación que sientas al tomar una decisión, se esfuma un segundo después y eres incapaz de seguir tu camino. Porque eres débil. - Porque tú no eres yo - dijo entonces Ariadne, acariciándole con suavidad la espalda.Cada persona es diferente, Rubén, por eso cada uno reacciona de una manera - sintió que las delgadas manos de la chica le instaban a girarse, por lo que, un poco a regañadientes, le hizo caso y quedaron cara a cara.- Anda, cálmate. Lo único que lograrás así será romper mi puerta y, no es por nada, pero me gusta la privacidad. Rubén la sostuvo por los brazos con firmeza, aunque con delicadeza, no quería hacerle daño y, por el momento, no había perdido tantísimo los papeles. - Dime cómo lo haces, por favor - pidió con un hilo de voz. - ¿El qué? - ¿Cómo estás bien? ¿Cómo mantienes tus decisiones? Dímelo, porque lo necesito. - A decir verdad, no estoy bien - admitió con una mueca; exhaló un profundo suspiro, antes de encogerse de hombros de nuevo.- El sábado fue un día difícil - añadió, haciendo un gesto desdeñoso.- La cuestión es que no voy a dejar que eso pueda conmigo. Hago cualquier cosa para no hundirme. A veces me equivoco, otras acierto, pero siempre lucho. Siempre. - Yo siempre lucho, pero no sirve de nada - reconoció, dejando caer los brazos a ambos lados de su cuerpo. Volvió a pasear de un lado a otro, por dentro era una maldita montaña rusa, lleno de frenéticos cambios que le mareaban.- Esta mañana casi le pego a Jero por besar a Tania...


¿Sabes? Tenías mucha razón con aquel rapapolvo, ¡soy el jodido perro del hortelano! - se dejó caer en el suelo, sentándose con la espalda apoyada en el borde de la cama.- Y no puedo remediarlo... Ariadne volvió a mirarlo con aquel aire indulgente, como si le entendiera. - No puedo ayudarte con eso - reconoció, sentándose a su lado.- Es que no existe ningún truco que te pueda servir. Supongo que es cuestión de tiempo. Ya aprenderás. Nadie nace aprendido - le dio un leve codazo.- Recuerda que soy una ladrona. - Lo que pasa es que soy un inútil. Soy débil. - Cada día te levantas, vas a clase, lidias con una novia insoportable y con ver a la chica a la que quieres con otro. Unos días mejor, otros peor. Además, intentas encontrar información para destruir a un grupo de asesinos. Unos días con más éxito, otros con menos - Ariadne ladeó la cabeza, sonriéndole con sinceridad.- No importa que triunfes o pierdas, sino que cada día te levantes y lo intentes con todas tus fuerzas, en vez de quedarte llorando en la cama. Eso es lo que cuenta y eso hace que no seas débil. Una oleada de agradecimiento hacia aquella muchacha, casi una desconocida, le embriagó pues, por primera vez en mucho tiempo, no se sintió un débil. Por desgracia, fue un mero espejismo, una sensación pasajera invocada por aquellas palabras de consuelo. Podía no ser débil, pero, sin embargo, era un inútil. No servía para nada. No marcaría la diferencia. Inútil, era un inútil.

 Durante las horas de clase, fue fácil estar en el internado. Se dedicó a impartir lecciones, a moverse de un lugar a otro, que si la sala de profesores, que si la sala de fotocopias, que si la biblioteca... Sin embargo, enseguida comprendió que, a pesar de la magnitud del otrora castillo, el Bécquer no era lo suficientemente grande para esquivar a Álvaro Torres. Cuando se había creído más seguro, al haberse atrincherado en su dormitorio, el hombre entró sin ni siquiera llamar a la puerta. Kenneth se sintió al borde del infarto. Sus ojos se abrieron tanto que debía parecer alguno de esos dibujos animados tan estrambóticos y sus manos temblaron, provocando que tirara bolígrafo y trabajos. En la puerta, Álvaro Torres enarcó una ceja.


Por su parte, Kenneth prácticamente se lanzó al suelo, donde tuvo que colocarse bien las gafas, aunque las muy malditas se empeñaban en resbalar por el puente de su nariz. Se puso a recoger folios, ordenando los trabajos de sus alumnos. - Nunca antes me habían dicho que tenía mal aspecto con tanta originalidad. Álvaro había acudido a su lado para ayudarle, lo que provocó un nuevo ataque de pánico en Kenneth, que estuvo a punto de tirar las hojas de papel de nuevo. - No era por eso. - Lo sé, siempre estoy guapo - asintió Álvaro muy serio. Kenneth puso los ojos en blanco, mientras se ponía de pie, ya con todos los trabajos en la mano. Los colocó en el escritorio y comenzó a ordenarlos meticulosamente. Podía notar que Álvaro seguía mirándole extrañado, se estaría preguntando a qué venía su comportamiento y lo peor era que ni el mismo Kenneth tenía una excusa lógica.

Es que mi abuela no quiere que te hable... Claro, luego le tiras del pelo y te vas a comerte un bocadillo de mantequilla de cacahuete porque sería como si tuvieras siete años. ¿Por qué no le digo la verdad? ¿Por qué no le digo que estoy avergonzado? - Sabes que no vamos a explotar si nos miramos, ¿no? Bueno, supongo, porque según Débora las consecuencias serían impredecibles. Oh, quizás te vuelvas rubio y todavía más guapo al mirarme, así que, venga, saldrías ganando. Álvaro intentó obligarle a mirarle, pero Kenneth logró escabullirse con facilidad hasta acabar en la esquina más alejada. Sin embargo, el hombre no debía de ser de los que se rinden a la primera, pues se colocó ante él, guiñándole un ojo. Con un bonito juego de manos, ejerció de prestidigitador aficionado al hacer aparecer, con cierta torpeza, una bonita fresa. - Supongo que quiero decir que sé que te sientes culpable. - Pero... Si no estamos en temporada... - Un mago nunca revela sus trucos - se encogió de hombros, antes de lanzarle la fresa, que Kenneth cogió al vuelo. Mientras tanto, Álvaro se acomodó en la cama, cruzando los brazos por detrás de la cabeza.- También sé que te sientes avergonzado. - Cometí un error de novato. Fui un necio y un insensato. Agitó la cabeza con fuerza, sintiendo, de nuevo, ganas de golpeársela con algo muy, muy pesado y doloroso: un martillo, un piano, lo que fuera. - Fuiste todas esas cosas, sí. Pero supongo que tendrías una razón.


- Necesitaba saber si mi padre estaba vivo o no - hizo una pausa, palpando un poco la pieza de fruta, que era de un precioso rojo intenso moteado de amarillo.- Si no estaba conmigo por decisión propia o porque le asesinaron. - ¿Por qué es tan importante para ti? - Cuando él desapareció, yo me convertí en el cabeza de familia. Tenía catorce años... Me faltaba edad y, para qué voy a negarlo, carácter - caminó hasta dejarse caer en la silla que había junto a su escritorio. Clavó, por fin, la mirada en la de Álvaro, esbozando una sonrisa amarga.Me sigue faltando, como puedes ver. - Kenneth... - La cuestión es que necesitaba saber si mi padre me había hecho esa faena, si me había abandonado a mi suerte al no importarle, o si, simplemente, no fue culpable de nada - se quitó las gafas, para limpiarlas, puesto que necesitaba concentrarse en algo para dominarse.- Mi padre era con el único que podía ser yo mismo, ¿sabes? Él no me pedía nada, no me presionaba... Puede que por eso siga echándole tanto de menos. - Necesitabas saber que, al menos, alguien no te había fallado. Las palabras de Álvaro le sorprendieron, sobre todo porque, por primera vez desde que tenía doce años, se sintió comprendido. - He estado bajo mucha presión últimamente - admitió, acompañándose de un gesto de cabeza.- El compromiso. No deseo casarme con Ariadne, pero... Eso puedo soportarlo. Seré un gran marido, sé que nos podemos entender. Lo que me aterra es ser rey. Yo no sirvo para eso, no soy un líder, sólo... Sólo soy un bibliotecario timorato y débil. Álvaro se incorporó, mirándolo con seriedad, y Kenneth supo que había llegado el momento que tanto había temido desde que el hombre le cediera un ojo: el rapapolvo, el decirle que no servía para nada y que se arrepentía de su decisión. Tomó aire, dispuesto a aguantar cada golpe con estoicidad, pues al fin y al cabo tenía entrenamiento. - Tu abuela es una zorra. - ¿Qué? - Bueno, sé que es tu abuela y que la quieres y eso - Álvaro hizo una mueca, además de un ademán desdeñoso.- Pero lo es. Y se equivoca. ¿Débil? Un hombre débil jamás reconoce ni sus miedos ni sus debilidades y tú lo haces. ¿Débil? ¡Y un cuerno! No te voy a negar lo de insensato y novato, pero fuiste un valiente... Loco, quizás estúpido, pero, bueno, eso va con valiente. Has afrontado tu error. De hecho, ¡qué coño! Cualquier otro en tu situación, se habría escondido o pegado un tiro y aquí estás, dispuesto a gobernar a un clan de valientes y tarados.


Tras semejante alegato, que había provocado un vuelco tras otro en su corazón, Álvaro se volvió a tumbar, tan tranquilo. Kenneth únicamente pudo darle las gracias con un hilo de voz, antes de llevarse a los labios la fresa para darle un buen bocado. Nunca antes nada le había parecido tan delicioso.


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