En blanco y negro: Capítulo 23

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Capítulo 23 El cumpleaños de Jero Como cada día, se despertó antes de tiempo y se sumergió en la lectura de un libro. A decir verdad, había empezado a hacerlo tras que Deker le abriera los ojos y le demostrara que la historia podía ser divertida. Desde entonces, se había dedicado a leer novelas históricas que su amigo le prestaba, incluso algún tocho que otro que había sacado de la biblioteca. Aquel día, en concreto, estaba con un pesado libro que pertenecía a los ladrones, ya que, por suerte, el profesor Antúnez le había permitido acceder a la biblioteca del subterráneo. Se lo había pedido a Ariadne, pero ella había opinado que era mejor que le preguntara al viejo ladrón. De alguna forma, empapándose en historia e investigando posibles Objetos que pudieran provocar los episodios en blanco y negro, se sentía muy útil. Nunca se había sentido así. Siempre se había considerado un poco el payaso, el que decía las gracias y estaba siempre de buen humor, pero había comenzado a darse cuenta de que podía ser más, que, de hecho, era más. - No... No lo hagas... Ariadne... Tú no... Tú no... Abandonó la lectura para fijarse en Deker que seguía dormido. Debía de estar en medio de una pesadilla horrible, pues no dejaba de moverse y de repetir aquella especie de gemidos tan tristes y desesperados. Lo miró con aprensión. - Ariadne, por favor... No lo... No... Espera, ¡detente! ¡DETENTE! ¡NO! ¡NOOOO! Su amigo se incorporó con brusquedad, pálido como un fantasma, además de cubierto de sudor. Durante un momento, Jero pudo ver su expresión de auténtico terror, aunque después Deker suspiró, al mismo tiempo que se dejaba caer sobre el colchón de nuevo. - Has vuelto a hablar en sueños - murmuró, preocupado. - Supongo que seguimos sin continuar nuestra labor de detectives. Llevaban un mes sin volver a experimentar ningún tipo de escena en blanco y negro. No sabían a qué se debía, pero las noches se habían desarrollado con normalidad. Salvo para él. Cada mañana veía como Deker sufría la misma pesadilla y se despertaba agitado, siempre tras llamar a Ariadne en sueños. Al principio, Jero había creído que soñaba con la futura boda de Ariadne, de ahí que le pidiera que se detuviera. En aquellos momentos, no sabía qué pensar. Deker parecía demasiado asustado y ni siquiera quería mencionar el tema, el cual esquivaba una y otra vez, por lo que intuía que era algo más grave, más personal.


Eso le acojonaba. - ¿Me piensas contar con qué sueñas? Deker se había puesto en pie para hacer la cama... A su manera, claro, la cual consistía en estirar sábana, manta y edredón, sin ni siquiera molestarse en alisar las arrugas. Cuando iba con Tania a su habitación, acababa haciéndola ella en condiciones porque le atacaba los nervios ver tal desastre. A él le resultaba muy divertido verla resoplar, incluso gruñir, mientras ponía los ojos en blanco para señalar lo dejado que era Deker. Su amigo, al escucharle, se giró para lanzarle un beso que Jero recibió con una mueca aburrida. Estaba cansado de no sacar nada en claro. - Contigo. No llevábamos ropa y eras muy gentil conmigo. - Quizás, si hablaras con ella... - ¿Con Tania? Quita, quita. Estoy convencido que si te reclamo para mí, se pondrá hecha una furia conmigo. Seguro que me pega con la mochila, mientras dice cosas como: ¡pardiez, no me quitarás a mi hombre, so canalla! - Deker había alzado el puño; al hablar, además, había usado un tono entre dramático y dulzón que, junto al acento mexicano, le hacía parecer sacado de una auténtica telenovela.- Y yo tendré que decirle: ¡nuestro amor es verdadero! ¡Jero es mío, hija de la gran chingada! - ¿Has acabado? - Jero parpadeó sin inmutarse. - Desagradecido. Sin mediar ni una palabra más, se fue con su neceser en una mano y camisa, pantalón y calzoncillos en la otra. Jero le vio marchar, conteniendo un suspiro, que se escapó de sus labios en cuanto la puerta se cerró. Estaba preocupado por su amigo... Bueno... Por sus amigos. Ariadne estaba más animada, llevaba un mes sin hacer tonterías, pero aún así la notaba triste. En más de una ocasión la había pillado mirando a Deker, que había vuelto a sentarse lo más lejos posible de la chica y a casi no hablarle; estaba convencido de que Ariadne ni siquiera se daba cuenta de que le buscaba con la mirada, lo que lo hacía todavía más triste. Cerró el libro, Sobre escritores que tuvieron o pudieron haber tenido contacto con la magia, mientras se ponía en pie. Tras esconderlo debajo de su colchón, se estiró, reparando sin querer en el calendario que tenía en su parte del escritorio. El día siguiente era su cumpleaños, tendría diecisiete. Normalmente era su segundo día favorito del año, únicamente superado por la noche de reyes, pero no en aquella ocasión. No le apetecía que llegara su dichoso cumpleaños.

Por favor, que nadie se acuerde.


 Volvió a mirar la puerta del comedor con aprensión. ¿Por qué no entraba su tío con el paquete que debía de haberle llegado hacía ya cuatro días? ¡Cuatro días! Pues menos mal que lo había pedido con entrega urgente y que, se suponía, cumplían con las fechas de entrega. Sin apenas concentrarse, comenzó a apilar tostadas en su plato, añadiendo después en los bordes varios envases individuales de mantequilla y mermelada. Luego, se sentó junto a sus amigos. Seguía tan atacada por la ausencia de Álvaro que fue la primera vez en la que no le importó el incómodo silencio que se alzaba entre Ariadne y Deker. ¿Por qué su tío seguía sin aparecer? ¿Y qué iba a hacer si el paquete no llegaba a tiempo? - Uy, me he olvidado la leche y el zumo - dijo de repente. Fue a levantarse, pero Jero lo hizo antes. Andaba un poco taciturno aquel día, aunque con ella se estaba esforzando en mostrarse amable. La tenía preocupada, pues Jero no era de los que se callaban mascullando su miseria para sí mismos; siempre que había tenido un problema, había acudido a ella. Precisamente por eso, le estaba dejando en paz, no quería presionarle. En cuanto su novio se alejó, se volvió hacia Deker que estaba justo frente a ella, untando con cuidado una magdalena en la leche. Observaba la blanca bebida con expresión de disgusto. Tania se levantó un poco para darle un manotazo. La magdalena se cayó en la taza, salpicando de leche los alrededores, pero a Tania no le importó, se limitó a fulminar con la mirada a Deker, que había enarcado una ceja. - Eres idiota. - ¿No te habrás creído que he tenido un sueño erótico con Jero? - ¿Eh? - No era por eso - Deker puso los ojos en blanco, mientras a su lado Ariadne había escupido el Nesquick que se había hecho con más cucharadas de cacao de las necesarias.- ¿Y se puede saber por qué lo soy? - El regalo de Jero sigue sin llegar, ¡y es culpa tuya! - ¡Claro! Porque, entre otras cosas, controlo a los mensajeros. - Vale. Ahí tienes razón - reconoció de mala gana, aunque Deker no cambió ni un ápice su expresión, como acostumbraba. Empezó a extender la mantequilla en la tostada, dándose cuenta de que Jero era el siguiente en la cola de la leche y de que volvería enseguida, por lo que decidió cambiar de tema.- ¿Esta noche vas...? - No tendré problemas para encontrar a alguna chica que me deje acompañarla y... Conclusión: tendréis la habitación para vosotros solos - respondió con naturalidad,


concentrándose en sacar trozos de magdalena de su taza como si le fuera la vida en ello.- No estaría ahí por nada del mundo. Ver retozar a Pocoyó y Hello Kitty es tan... No sé cómo decirlo: ¿inquietante? ¿Traumatizante? Se puso roja al instante, agachando la cabeza, incapaz de contraatacar a aquel tipo de bromas de mal gusto. Sin embargo, Ariadne sí que lo hizo, al vaciar el contenido del vaso de Santi, que acababa de sentarse junto a ella, en la cara de Deker. - Perdona, Santiago - dijo con suavidad, poniéndose en pie.- Se me ha resbalado, ahora mismo te traigo otro. Si me disculpas. - ¿Pero qué...? La pregunta, por casualidad, la expresaron tanto Santi como Jero, que acababa de llegar. Su novio, se sentó a su lado, tendiéndole las dos bebidas, mientras pestañeaba mirando a Deker que, visiblemente ofuscado, se apartaba el pelo de la cara, que aún chorreaba zumo de naranja. Todo el mundo en el comedor le miraba, pero el joven siguió sin inmutarse. De hecho, se marchó como si nada hubiera ocurrido, tan tranquilo. Tania se giró para poder verle, todavía anonadada, cuando reparó en que alguien le hacía señas desde la entrada del comedor: el profesor Murray. El hombre era bastante discreto, por eso le había costado darse cuenta. Frunció un poco el ceño, ¿por qué...? ¿Sería por el trabajo que había entregado hacía ya dos días? ¿Lo habría suspendido? Al borde del infarto, se acercó a él. - Menos mal - suspiró, colocándose las gafas en su sitio. - Yo... Esto... Podría hacer un... - Me envía Álvaro - susurró el profesor, agachándose un poco sobre ella. Hizo un gesto con la cabeza.- Venga. Vamos a mi despacho. Respiró aliviada, mientras lo seguía a través de las escaleras y pasillos hasta el que debía de ser su despacho, pues Tania nunca había estado allí. Una de las ventajas de ser una alumna aplicada era que no debía visitar ni a tutores ni a jefes de estudios. Se trataba de una habitación más bien pequeña con una amplia ventana al fondo, delante de la cual había un viejo escritorio de madera oscura; la pared de la derecha estaba cubierta con una maciza estantería infestada de tomos de todo tipo: viejos, nuevos, gruesos, delgados, más usados, cubiertos de polvo... En la otra pared descansaban enmarcados varios títulos, además de un fichero que tenía pinta de antiguo y que, también, era de madera. - Álvaro está en una reunión ahora mismo - le explicó, al mismo tiempo que cogía un paquete y se lo daba.- Me ha pedido que le entregue esto. - ¿Una reunión? - se extrañó.- ¿Con quién?


- No lo sé. Le sorprendió ver preocupación genuina en el profesor de Murray. Ella creía que su tío y él se llevaban fatal, por eso de que cada uno pertenecía a un clan distinto. Para ella los ladrones y los asesinos eran como perros y gatos, condenados a no entenderse jamás. Supuso que su tío Álvaro era tan genial que acababa cayéndole bien a todo el mundo. - Bueno, seguramente es una de esas reuniones - dijo para calmarle, mientras alargaba la mano para coger un cutter.- ¿Puedo? Asintió con un gesto, todavía pensativo. - ¿Qué reuniones? Si es uno de sus antiguos clientes, pondría en peligro... - No, no, no, tranquilo - se apresuró a añadir, negando con la cabeza varias veces.- Según me ha contado mi padre, solía recibir a sus amigas en su despacho. Mi tío es... Muy guapo. Trae a las chicas de calle, siempre he oído historias legendarias sobre sus ligues. - Ah... El profesor Murray asintió con un gesto, mientras ella rasgaba el cartón hasta sacar un libro de tapa dura, tan voluminoso que incluso pesaba. Se puso a comprobar que estaba en perfectas condiciones, cuando el hombre se sostuvo las gafas con una mano, ladeando un poco la cabeza para poder leer el titulo: - Los pilares de la tierra de Ken Follet - sonrió un poco.- Muy entretenido, bastante bien documentado. Uno de mis preferidos, el mejor del autor en mi opinión - la miró a los ojos.Tiene buen gusto, señorita Esparza. - En realidad lo eligió Ariadne - admitió con una mueca de disculpa.- A mi novio, a Jero, le ha dado por la historia y se ha propuesto leer más... Bueno, usted se lo recomendó para que, al año que viene, no tuviera problemas en la selectividad. Y como a mí me van más las novelas románticas y juveniles, le pedí ayuda a ella. - ¿A la señorita Navarro le gusta leer? - Mucho. Sus dedos tamborilearon sobre la cubierta del libro, sintiéndose un poco incómoda. Al fin y al cabo, el profesor Murray era el prometido de su amiga, así que aquella conversación le hacía creer que estaba ejerciendo de carabina en una película victoriana. - La señorita Navarro y yo no hemos hablado mucho. - Puede ser difícil hablar con Ariadne - opinó, humedeciéndose un poco los labios.- Sé que me estoy metiendo dónde no me llaman y que no necesita consejos, pero... No fuerce las cosas con ella. Ariadne reaccionará mal a su presión, pues no debe engañarle como a los demás. Sé amable, esté ahí, pero espere a que ella se acerque.


- Sabe lo del compromiso, ¿verdad? - inquirió el hombre con suavidad. Ella asintió con un gesto, por lo que el profesor frunció un poco el ceño.- ¿Por qué me da consejos? ¿Acaso le parece bien nuestra futura unión? Tania se retiró el pelo de la cara, humedeciéndose los labios. - Nunca he tenido una amiga como Ariadne, ¿sabe? No por cómo es, que también, sino porque nunca nadie me había cuidado así. Ha llegado a estar muriéndose de pena, mientras me sonreía y me animaba - hizo una pausa, abrazando un poco el libro.- Sé que ella no vendrá a que la consuele, ni nada así, no es su... Estilo. Pero me preocupo por ella y quiero que sea feliz. Por eso le doy consejos, porque quiero que la haga feliz. Se quedaron en silencio, mirándose. Al final, el profesor Murray asintió, dedicándole una sonrisa endeble. - Muchas gracias, señorita Esparza. Le prometo que haré todo lo que está en mi mano para que su amiga sea feliz, de verdad - la acompañó a la fuerza.- Espero que el señor Sanz y usted tengan una gran velada. El libro le encantará, ya verá.

 No sé si matarla o... No se atrevió a continuar con aquel pensamiento, aunque la sensación estaba ahí. Siempre estaba ahí. ¿Cuánto tiempo llevaba haciéndole el amor en sueños? ¿Cuánto tiempo la buscaba entre las otras chicas sin encontrar nada de ella en las demás? ¿Y por qué seguía pensando en ella a pesar de todo lo que había pasado? ¿Por qué no podía dejar de buscarla con la mirada? Por suerte, tenía el uniforme de recambio limpio, así que tras una ducha rápida, se vistió con los pantalones beige, la camisa blanca, el jersey sin mangas verde y la corbata. El pelo le chorreaba, pero, al menos, ni estaba pegajoso ni olía a naranja. Se dirigía hacia clase, mientras se arremangaba hasta por encima del codo, cuando en su camino se cruzó la persona más insospechada. Erika Cremonte estaba recostada en la pared, justo entre las puertas de dos dormitorios, mientras mascaba chicle y jugueteaba con las puntas de su rubio cabello. La chica fingió sorprenderse, pero Deker había vivido demasiado esa situación como para no saber que le esperaba y que estaba haciéndose la encontradiza. - Qué carácter se gasta La princesa de hielo, ¿no?


Ni siquiera se molestó en contestar, continuó su camino como si nada, pero Erika era demasiado insistente como para dejarle marchar. Se interpuso en su camino, por lo que Deker enarcó una ceja. - ¿Practicando para ser una mosca cojonera? - inquirió secamente. - ¡Ay, qué tonto! Una vez más, intentó dejarla atrás, pero Erika le agarró de un brazo, antes de acercar su cuerpo al de él demasiado, casi como si fuera una gatita que buscara su cariño. Aunque aquella chica se parecía más a una serpiente venenosa. Por eso, no mostró compasión al separarse con cierta brusquedad. - ¿Pero qué te pasa? - Erika, al principio, se sorprendió, aunque no tardó en volver a la carga, acariciándole el brazo.- Tenía entendido que no pones muchos reparos... - Yo tenía entendido que estabas súper mega enamorada de tu novio. - Tecnicismos. - ¿Pero de verdad crees que puedes manipularme? - siseó, frunciendo el ceño.- O bien te crees más lista de lo que en realidad eres o bien insultas mi inteligencia - se inclinó un poco sobre ella, cabreado porque no le gustaba que le consideraran un idiota.- Apártate de mi camino. Tus tejemanejes de preescolar y Superpop son tan estúpidos que hasta resultan irritantes. La dejó atrás, aunque sabía que no la había detenido, ni mucho menos.

 Estaba siendo un día difícil. Bueno, otro más que lo era. A decir verdad, aquello no era ninguna novedad, pues ni siquiera las palabras de consuelo de Ariadne habían surtido efecto. El profesor de filosofía les estaba dando una clase especialmente aburrida, soltándoles un monólogo al que, a juzgar por la expresión de sus compañeros, nadie prestaba ya atención. Rubén siempre había encontrado esa asignatura aburrida e inútil, ¿de qué le servían a él los pensamientos de una panda de carcamales que habían muerto hacía tiempo? A su lado, Erika se dedicaba a agitar la cabeza sin demasiado disimulo, lo más seguro era que estuviera tatareando para sí alguna canción, mientras dibujaba corazones con el nombre de ambos en el interior. Ni siquiera le prestó atención. Sobre todo porque si miraba hacia su izquierda, la veía a ella. Veía a Tania. Tania, que estaba sentada erguida, con los ojos clavados en el profesor, que seguía hablando. Aquel día se


había recogido el pelo en una coleta alta, por lo que una cascada de ondas doradas caía por su espalda, dejando al aire la curva de su perfecto cuello de cisne. Anhelaba tanto besarlo. Había cruzado las piernas hacia un lado, sin moverlas, de hecho estaba muy quieta, queriendo aparentar que prestaba atención. Pero no era así. Rubén la conocía demasiado bien como para saber que, el hecho de que estuviera agitando un bolígrafo con una mano, suponía que estaba a kilómetros de ahí. Estaba recreándose en Tania, cuando reparó en Jero. Jero. Ahí estaba la fuente de su inquietud, pues al día siguiente Jero iba a cumplir años y aquel hecho le traía demasiados recuerdos...

 - ¡Felices dieciséis! Se tiró sobre Jero, haciéndole cosquillas hasta que se despertó. Éste ese echó a reír, mientras protestaba e intentaba zafarse, lo que, al final, consiguió. - ¿Pero se puede saber qué mosca te ha picado? - preguntó Jero, restregándose las manos contra los ojos, mientras se agitaba la cabeza. Después, se apartó el pelo, mirándole todavía con el ceño fruncido.- Menudo despertar... - Quería ahorrarnos La hora triste. - Qué pesadito estás con el tema. Rubén, que había vuelto a su cama para sacar un paquete de la mesilla, enarcó una ceja al escuchar eso, justo al mismo tiempo que se giraba hacia Jero. - Todos los años pasas la primera hora de tu cumpleaños enfurruñado como uno de los canijos de infantil - le recordó, tendiéndole el regalo.- Después, recuerdas que es uno de tus días preferidos y ya vuelves a ser tú. Así que quiero evitar que te pongas triste. - Es que me gustaría celebrarlo con mi familia, eso es todo. - Y lo celebras con tu familia, ¿o qué soy yo? ¿Y Santi y Miguel? Son amigos tuyos, ¿no? Jero pareció considerar sus palabras, hasta apretó los labios con aire pensativo. Estuvo así un momento, después rasgó el papel de envolver, soltando una exclamación de asombro. Rubén sonrió, pues sabía que su regalo le iba a encantar. - ¡Son los puños de Hulk! Le guiñó un ojo, disfrutando al ver como su amigo parecía, de nuevo, uno de los enanos de preescolar al romper la caja y sacar los dos puños de plástico verde. Se los colocó, haciéndolos sonar entre sí, antes de fingir que rompía la cama:


- Hulk destruye - gruñó con voz grave. - Hulk mejor va a ducharse porque tenemos a primera hora con La nazi y, si llegamos tarde, será ella quien nos destroce a nosotros - Rubén hizo una mueca, poniéndose en pie de un salto, dispuesto a coger sus cosas, pero Jero le retuvo al sujetarle de un brazo. Se giró un poco, lo suficiente como para verle.- ¿Pasa algo? - Gracias. - ¿No te irás a poner cursi? La pregunta no era necesaria, pues ambos sabían que así iba a ser. De hecho, no tardó en abalanzarse sobre él para darle un abrazo. Rubén se lo devolvió, sabiendo que Jero lo necesitaba. Su amigo había sido de los pocos que jamás se había quejado por estar interno. A decir verdad, ni siquiera lo recordaba llorando o llamando a sus padres cuando era pequeño. Pero sí que le dolía no estar en su casa con su familia, sobre todo en fechas señaladas como su cumpleaños. Por eso, cuando se separaron, le miró fijamente antes de decir: - ¿Sabes qué? El año que viene, haré que sea el mejor cumpleaños de tu vida. Lo prometo. Aunque tenga que ir en verano a tu casa para que tu madre me enseñe, haré la tarta esa que tanto te gusta. Haré lo que sea para que no te pongas triste en tu cumpleaños. Un mes después, habían dejado de hablarse.

 Le dolía no cumplir su promesa. Le dolía el que Jero fuera a amanecer triste, sin un amigo que le sacara de su hora depresiva, un amigo que le entendiera tan bien como él lo hacía... La clase terminó. Apenas se había dado cuenta, pues no dejaba de pensar en su promesa, en la amistad que había mantenido con Jero y que echaba tanto de menos. No sólo no había vuelto a tener una relación así, tan sincera, tan comprensiva... Sino que todavía no había conocido a alguien que se pudiera igualar a Jerónimo Sanz y, de hecho, sospechaba que no existía nadie así. Al recoger sus cosas, vio que Deker Sterling abandonaba el aula el primero.

Quizás aún pueda cumplir mi promesa.

 - ¿Estás seguro de lo que estás haciendo?


Aunque estaba ocupado con el papeleo, pudo sentir la mirada ofuscada de Gerardo, que volvía hablarle como si, en vez de un hombre hecho y derecho, fuera un ladrón novato que iba a cagarla estrepitosamente. Bueno... Quizás eso último sí era cierto. - No tengo otra opción - le recordó con suavidad. - ¿Por qué tuviste que hacerlo, Álvaro? ¿Por qué te convertiste en un asesino? Decidió alzar la mirada de los documentos para clavarla en la del hombre, que se había sentado frente a él. Gerardo parecía ansioso, preocupado, como si estuviera a punto de subirse por las paredes, lo que le resultó curioso: era él quien se iba a meter en un lío y, sin embargo, ahí estaba tan tranquilo, sin inmutarse, mientras continuaba con su trabajo. A veces le asustaba el estar perdiendo la capacidad de sentir, el estar tan de vuelta de todo que ya nada le sorprendía o lo provocaba cualquier atisbo de sensación... - Tuve mis motivos - se limitó a responder. - Me preocupa que acabes haciendo algo de lo que no te puedas recuperar - admitió el hombre con pesar. Agitó la cabeza de un lado a otro, dejando de estar tan tieso para adquirir una postura más relajada, como si se hubiera dejado caer.- Si sigues así, llegará el día en que no puedas vivir tranquilo...

¿Te crees que acaso lo hago? Guardó ese pensamiento para sí, pues no quería hacer frente a un nuevo ataque de paternalismo por parte de Gerardo, por mucho que agradeciera que se preocupara por él. - Márchate. Estará al llegar. El hombre asintió con un gesto, poniéndose en pie. Se dirigió hacia la puerta, mirándole un par de veces con visible consternación, por lo que Álvaro le sonrió, indicándole que todo estaba bien... Por lo menos dentro de lo posible, pues bastante tenía con dirigir un internado, cuidar a una adolescente y con la continua decepción de no poder sacar a Felipe del coma. - Kenneth se huele algo - le informó. - Lo sé. Aunque pueda parecerlo, no es un idiota. Sin embargo, una parte de él se resistía a contarle la verdad acerca de la cita que iba a llevarse a cabo en unos instantes. De alguna manera, se habían hecho algo así como amigos. Más allá de aquella supuesta unión mágica que compartían junto a los ojos, habían forjado algo real a base de encuentros y desencuentros, algo que no quería echar a perder. Toc, toc. Habían llamado a la puerta y tenía que ser él. Contuvo el aliento un momento, después soltó el aire por la boca. - Pase - dijo como si nada.


Un hombre bastante alto, de hombros anchos, aunque delgado entró. Llevaba un largo abrigo abierto, que ondeó alrededor de sus piernas; debajo, un elegante traje gris. El pelo del recién llegado era de color azabache, de hecho la luz del sol arrancaban destellos azulados de sus oscuros mechones, que caían sobre los ojos almendrados. Se quedó en la puerta un momento, cerrándola con suavidad, mientras lo observaba con frialdad. Álvaro no se inmutó, tan sólo le mostró la silla que había al otro lado del escritorio, por lo que el hombre sonrió un poco, preguntando en un español perfecto: - ¿No vas a rendir pleitesía a tu rey? Álvaro enarcó una ceja, dejándole todavía más claro que no se iba a arrodillar ante él, no lo había hecho nunca y no pensaba comenzar en ese preciso momento. Agitó la cabeza, antes de ponerse en pie con parsimonia, pronunciando con calma en un japonés igual de perfecto: - Lo único que te ofreceré será una copa... Mikage.

 Tras buscarlo por todo el internado, encontró a Deker Sterling en los terrenos, tonteando sin ningún rastro de delicadeza y sutilidad con una alumna de cuarto de la ESO. Rubén puso los ojos en blanco, hubiera preferido no ver algo así. Armándose de valor, se acercó al joven a sabiendas de que lo que iba a suceder no iba a ser precisamente bonito y agradable. No obstante, era necesario. Por eso, llenó los pulmones de aire para acercarse a la parejita. Deker Sterling no tardó en percatarse de su presencia, dedicándole una mirada de advertencia, que Rubén ignoró. - Tenemos que hablar. - No soy la jodida Elena Francis, ni un puto psicólogo - siseó, malhumorado, Deker, que entrecerró los ojos para fulminarle.- Largo. O, ¿sabes qué? Vete a hablar con La princesa de hielo, tengo entendido que sois muy amiguitos. - Tengo que hablar contigo. En algún momento de su cruce de miradas hoscas, la chica debió de encontrarse un tanto incómoda, pues no tardó en escapar. Deker se volvió, observando como marchaba con evidente disgusto, que transformó en ira. - Gracias por evitarme un buen rato - repuso sarcásticamente. - Mañana es el cumpleaños de Jero.


Deker le miró sin comprender, por lo que Rubén estuvo a punto de gritar de frustración. No sabía por qué narices estaba tan enfadado, pero no estaba dispuesto a perder el tiempo... Tomó aire. Quería cumplir la promesa y necesitaba a aquel joven tan exasperante. - Oye, mira, sé que te caigo mal - fue directo al grano.- Pero creo que aprecias a Jero, así que necesito que hagas algo para que mañana tenga un buen día. El año pasado le prometí que lo haría yo, pero... Bueno, las cosas están como están. Así que tienes que hacerlo tú. - O sea, que tú eres el idiota y yo quien paga los platos rotos. - Por favor. Deker se quedó callado un instante, el aire le agitaba el pelo, que se arremolinaba entorno a sus ojos. Rebuscó en los bolsillos de su chupa de cuero negro, hasta sacar una cajetilla de tabaco y se puso a fumar. - ¿Sabes lo que haría que Jero tuviera un buen día? Que hicieras las paces con él. - No. No puedo. Ahora, con Tania... No. El joven le fulminó con la mirada, poniéndose en pie para marcharse. Sin embargo, debió de reconsiderar su decisión, pues suspiró, acompañándose de una expresión hastiada que Rubén conocía bien, la de “si es que soy idiota”. - ¿Qué quieres que haga?

 - ¡Tania! Tania, ¿estás bien? A través de la puerta cerrada, pudo sentir la ansiedad de Jero que, seguramente, no era ni la mitad de sus nervios. Esperaba sentada en el suelo junto a la cena y un montón de velas que Ariadne le había ayudado a colocar y prender. Su amiga, además, el había recogido el pelo con una varilla, dándole un aire oriental, que pegaba poco con su uniforme, pero que iba a tener una misión posterior. Su novio, casi histérico, entró en la habitación y se quedó tan sorprendido que resultó hasta cómico verlo con los ojos como platos y la mano en el pomo de la puerta. - Sé que quedan un par de horas para tu cumpleaños, pero... Quería darte una sorpresa. - Lo que casi me das es un infarto. Qué susto. Aunque al principio pareció enfurruñado, no tardó en sonreír de oreja a oreja, cerrando la puerta para, después, sentarse junto a ella. Cenaron a la luz de las velas, sin dejar de hablar o intercambiar sonrisas. Entre ellos siempre había habido complicidad, pero, tras aquel beso bajo la lluvia, había cambiado hasta


convertirse en algo mucho más íntimo. Nunca se había sentido tan unida a nadie, ni tan cómoda junto a alguien, ni tan querida o entendida... Sin embargo, cuando la cena terminó, la calma se esfumó para dar paso a aquel incesante y frenético latido que la hacía creer que el corazón se le iba a salir del pecho. Había llegado la hora de la verdad. Por eso, se puso en pie, aflojándose la roja corbata del uniforme para, después, quitársela; la dejó caer al suelo, antes de comenzar a soltarse los botones de la camisa, mientras se esforzaba por parecer sensual.

 Creo que a Tania le está dando un ataque de... De... ¿Elepsia? Jero pestañeó sin parar, considerando ir corriendo a la enfermería, mientras Tania seguía moviendo las caderas y los hombros de forma extraña. La chica se quitó la camisa y se la lanzó, por lo que, durante un momento, no vio nada, ya que aterrizó sobre su cabeza. Cuando logró quitársela, comprobó, sorprendido, que se había soltado la falda, que cayó al suelo. Aunque lo más asombroso era lo que llevaba puesto, algo que Jero nunca había visto en una mujer de verdad y que jamás había imaginado que Tania Esparza llevaría: un picardías. Era de color blanco, de tela como transparente, que dejaba ver las curvas de la chica, además de sus bragas; en algunas zonas estratégicas, había detalles hechos con seda para cubrirlas.

JO-DER. Empieza a hacer calor por aquí...

 Al ver que a Jero casi se le desencajó la mandíbula, Tania se sonrojó un poco, pero, sobre todo se sintió bien consigo misma, orgullosa de poder provocarle tal sensación. Volvió a moverse con sensualidad, quitándose la aguja del pelo, que le cayó sobre los hombros. Entonces se acercó a él, acariciándole el cuello con suavidad, al mismo tiempo que se sentaba con delicadeza en su regazo. Le peinó el desordenado cabello negro con los dedos, antes de besarle apasionadamente. Cuando se separaron, Jero seguía mirándola con aquella mezcla de deseo y de sorpresa genuina. - ¿No vas a decir nada? - murmuró ella con una sonrisa.




Creo que he empezado a confundir la realidad con el porno... Tania seguía besándole, también le acariciaba y, de hecho, para su sorpresa, las manos de su novia se atrevieron con partes de su cuerpo que, hasta entonces, ni siquiera había tocado de refilón. Cuando los dedos de Tania rozaron sus... Sus partes nobles, se echó a un lado. - ¿Estás planeando violarme? - le preguntó con voz demasiado aguda.

Por Dios, Jero, ¿qué coño haces deteniendo esto? - Bueno... Pensaba hacerte un regalo de cumpleaños que estuviera a la altura - la chica se siguió mostrando cariñosa, aunque él sabía que, debajo de todo aquel disfraz de seducción, Tania estaba más nerviosa que otra cosa.- ¿No te apetece? - ¡Créeme, sí que me apetece! - exclamó e incluso él mismo apreció la desesperación de su voz. Se pasó ambas manos por el pelo, un tanto histérico, antes de acercarse a la chica.- Es sólo... ¿Estás segura? Porque... Bueno, a mí no me lo parece - le acarició el pelo con suavidad, mientras le sonreía.- Estás nerviosa. - No. De verdad que no. Tania negó con un gesto, apretando los labios como una niña pequeña, por lo que Jero exhaló un suspiro... Pero no pudo hacer nada más, pues la chica volvió a la carga, besándole de nuevo e, incluso, se atrevió a quitarle el jersey sin mangas del uniforme.

 En cuanto le quitó el jersey, Jero había cambiado de actitud, ya no estaba asombrado, sino que participaba de forma activa. De hecho, la cogió como si no pesara nada para colocarla en la cama, antes de abalanzarse sobre ella, mientras se quitaba la corbata. Todo ello sin dejar de besarse como si, en vez de aire, necesitaran los labios del otro para vivir. - Creo que estos uniformes tienen tantas prendas para impedir que lo hagamos...- gruñó Jero, mientras se peleaba con la blanca camisa. Tania tuvo que ayudarle, lo que provocó que él riera y que ella contemplara el pálido pecho del joven por primera vez. Aquello la impresionó. De repente, todo dejó de ser una fantasía para ser real. Recordó sus motivos para hacerle ese regalo, lo que volvió a envalentonarla y acarició, con cierta timidez, el desnudo pecho de Jero. Su novio, por su parte, comenzó a tocarla de forma un poco torpe, pero efectiva que hizo que experimentara sensaciones que nunca antes había sentido, lo que la abrumó. - Para, para un momento - pidió.


Jero obedeció al instante, mirándola con las cejas un poco alzadas. Le conocía demasiado bien como para saber que ese gesto quería decir: ¿ves cómo tenía razón? - Sólo necesito... - No tienes por qué hacerlo - la interrumpió el chico, mientras se inclinaba hacia delante para coger la camisa del suelo; se la colocó sin abotonársela, antes de acudir a su lado, dándole un ligero codazo.- No sé si he hecho algo para que lo creas así. Si lo he hecho, perdóname, soy un idiota, ¿vale? - Tú no has hecho nada. - ¿Entonces? - Es que...- Tania suspiró, sintiéndose un poco idiota de repente.- Son muchas cosas y...Jero seguía mirándola fijamente, pero no había rastro de burla, así que, armándose de valor, prosiguió.- Me pone muy nerviosa esto, ¿vale? Llevo tiempo dándole vueltas y cuanto más lo pienso, más nerviosa me pongo, así que pensé que quería... No sé cómo decirlo... ¿Quitármelo de encima cuanto antes? - Vaya, soy como un ejercicio de matemáticas. Qué romántico. - ¡Es estúpido, ya lo sé! - exclamó, Tania, poniendo los ojos en blanco. - No, no lo es - la tranquilizó Jero, pasándole un brazo sobre los hombros.- Si entiendo lo que quieres decir, tranquila. Vamos, sigue. - Pero tampoco quería que fuera algo frío, no, quería que fuera especial al mismo tiempo, aunque no mucho y... No sé, luego también estaba...- exhaló otro suspiro, retirándose un mechón de rubio cabello hasta detrás de la oreja.- No me gusta pensar que lo has hecho con Erika. Para su asombro, Jero rompió a reír. - ¿Estás celosa de Erika? ¡Qué mona! Tania entrecerró los ojos, fulminándole con la mirada. Bastante poco le gustaba decir en voz alta que se sentía intimidada por la sombra de Erika, como para que encima Jero se riera de ella. Por primera vez en su vida, sintió auténticas ganas de pegar a alguien. Sin embargo, se le pasaron en cuanto el joven la abrazó. - No tienes nada que temer. Esa vez fue horrible en más de un sentido y, aunque no lo hubiera sido, jamás tendría comparación a como será contigo. Porque tú eres tú. Eres... Mi chica. A la que quiero de verdad, por eso será mejor. Cuando estés preparada. - Quería que tu cumpleaños fuera especial... - Estás conmigo, ¿no? Pues ya lo es. Jero le besó el pelo con cariño, antes de tumbarse sobre la cama. Con un gesto, le indicó que le imitara y así lo hizo Tania, tendiéndose a su lado. Su novio aprovechó para rodearla,


pegando su pecho contra la espalda de ella. Con suavidad, le echó el pelo hacia atrás, antes de colocar su rostro junto al suyo. - ¿Sabes? - susurró Jero a su oído.- Eres mi familia. Bueno... No lo digo de una forma retorcida y asquerosa en plan incesto, ¿eh? Si no... En plan bonito. Eres como... Eso es. Eres mi refugio. Contigo, me siento bien - le besó en cuello.- Va a ser el primer año en el que no me ponga triste ni un ratito porque te tengo, ¿qué más puedo pedir? - Ya son las doce. Feliz cumpleaños, Jero. Pero su novio no le escuchó, pues quedó dormido al instante, mientras el mundo perdía su color para ser sustituido por una escena en blanco y negro.


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