En blanco y negro: Capítulo 24

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Capítulo 24 Fuego en el cuerpo Tras tamaña declaración, quedé atónito. ¿Nazis? Por supuesto que había escuchado los rumores, también conocía las noticias de que muchos seguidores de Hitler escapaban y se refugiaban bajo identidades falsas para no pagar por sus crímenes de guerra. Pero, de conocer todo eso, a conocer a una auténtica nazi, iba un mundo. Además, no podía creer que Valeria Duarte fuera una nazi, ni que hubiera

matado

a

su

marido,

ni...

Nada.

En

realidad,

no

entendía

absolutamente nada, por lo que, lo que expresé a continuación, puede decirse que salió de lo más profundo de mi alma. - No entiendo nada. - Odio estar de acuerdo con mi ayudante, sobre todo porque odio ser un necio, pero... Tampoco comprendo nada - dijo mi jefe, entrecerrando los ojos con aire pensativo. Me di cuenta de que ni siquiera entonces dejaba de mirar a la curiosa señorita que fumaba cerca de él.- ¿Vas a explicarnos algo más, querida? - Cazo nazis, señor Sterling - repuso ella con calma. - La señorita Navarro trabaja para mí - añadió el embajador, no sin antes compartir una mirada con el señor Torres, que asintió con un gesto de cabeza.- Ariadne, querida, ¿les explicas el resto? - He de admitir, señor Sterling, que le mentí un poquito. - Qué buena actriz. - Siempre supe que Felipe Navarro era mi padre, aunque es cierto que él no me crió. Kenneth lo hizo. Él cuidó de mí durante mi infancia, es algo así como mi hermano mayor - se volvió hacia él, sonriéndole.- Lo hizo porque mi tío, aquí presente, se lo encargó. - Y deduzco que los tres lleváis tiempo cazando nazis - me atreví a decir en voz alta, sintiéndome un tanto extraño, aunque muy orgulloso de mí mismo, pues sonaba a algo que mi jefe diría. - Hasta que descubrimos que Valeria Duarte, la amantísima esposa de mi hermanito, no lo era. Su verdadero nombre es Elsa Heidegger, esposa de un importante oficial alemán que murió en combate. Aprovechando la situación, y que estaba infiltrada en España, Ariadne se acercó a mi hermano, su padre, para advertirle. - Pero llegué demasiado tarde. - Pero eso no tiene sentido - dije.- Ella nos contrató.


- Tener sentido, lo tiene, chico - suspiró mi jefe que, por primera vez,

parecía

derrotado.-

Mientras

nosotros

impedimos

que

los

tres

presentes hagan nada, ella se escapa con el dinero de Felipe Navarro - los labios de Deker se curvaron, incluso sus ojos brillaron, lo que era señal inequívoca de que había dado con algún razonamiento que le dejaría por encima de los demás.- Sin embargo, dudo mucho que Valeria Duarte sea la culpable que todos estamos buscando. - Elsa Heidegger ha sido inculpada de varios asesinatos - repuso con calma Kenneth Murray, quitándose aquellas gafitas para apretar el puente de la nariz con la yema de los dedos.- Incluso asesinó a su propia hermana, Erika Heidegger. - La mujer que me contrató no es una asesina. - Creo que el género femenino le atonta, señor Sterling. La que había hablado era la señorita Ariadne, que le sonreía divertida desde la ventana, donde se había sentado. Se había vuelto un poco, por lo que la cascada de rizos le caía por el lado derecho, que era el que estaba más próximo al cristal. - Sigo resistiéndome a sus encantos, así que no debe ser así. - Si resiste, es porque yo así lo deseo. No dude ni por un solo segundo lo contrario - hizo una pausa, en la que no dejó de mirar a mi jefe con aquella sonrisa danzarina iluminando sus labios.- Sin embargo, tras tratar con usted, considero que es un hombre inteligente. - Y eso significa...- suspiró el señor Torres. - Que puede que tenga razón. - Me alegra que me apoye, señorita Navarro, sobre todo porque sé cómo atrapar al criminal que todos estamos buscando.

 Cuando abrió los ojos estaba frente a la puerta del dormitorio de Ariadne, llevaba puesto el uniforme del Bécquer, pero encima llevaba una gabardina y sobre el pelo, que llevaba peinado hacia atrás, un elegante sombrero negro. Tras mirarse y palparse, se cercioró de que no estaba soñando, aunque... La realidad era en blanco y negro, como una vieja película, como si él, en vez de ser Deker Sterling, fuera Humphrey Bogart.




Poco a poco, los tonos grises se fueron extinguiendo para dar paso al color, a la realidad que él siempre había conocido, más allá del embrujo de aquel maldito Objeto. Cerró los ojos, masajeándose las sienes, preocupado. A cada nuevo episodio de aquella especie de novela negra, la frontera entre realidad y ficción se iba haciendo más y más estrecha. La puerta frente a él se abrió y se encontró con Ariadne, que llevaba un bonito camisón negro que se ajustaba perfectamente a su figura y le dejaba las largas piernas a la vista. - ¿Acabas de despertarte y ver todo en blanco y negro? - También acabo de despertar aquí. La chica le hizo una seña con la mano, antes de cerrar la puerta de su dormitorio y andar hacia el ala de los profesores. Deker la siguió, sorprendiéndose de lo veloz que podía llegar a ser, él incluso tenía que esforzarse para seguir su ritmo. - ¿A dónde vamos? - A hablar con Kenneth. No le tuvo que explicar por qué precisamente Kenneth Murray: había sido bibliotecario del Consejo, así que había tenido acceso a multitud de libros que ellos no tenían en el internado. Sabía bien que era lo único que podían hacer y que los motivos de Ariadne eran meramente prácticos y lógicos, pero, aún así, se sentía incómodo ante la situación. No quería que fueran. - ¿Y vas a ir así? - preguntó con desdén. - ¿Tienes algún problema con mi camisón?

Sí, lo odio. Me molesta. Quiero quitártelo del cuerpo y tenerte desnuda entre mis brazos... Y quiero que él no te vea así, porque estás preciosa, porque para mí tapa demasiado, pero para él tapa demasiado poco. - Que, conociendo a nuestro amado bibliotecario, seguro que le provocas un infarto - le dedicó una sonrisa torcida.- Se va a escandalizar, ya verás. Se pondrá rojo, tartamudeará y creerá que se va a casar con una actriz porno. Ariadne le ignoró, tras poner los ojos en blanco, para llamar a la puerta del profesor. No tuvieron que esperar demasiado para que Kenneth se asomara, con expresión un tanto adormilada, que no tardó en transformarse en auténtica sorpresa al verlos. Primero, se fijó en la chica, lo que provocó que sus orejas y sus mejillas se encendieran, lo que le daba un aspecto bastante cómico; después, se quitó las gafas para frotarse los ojos con las manos. Pareció que iba a comentar algo, pero Ariadne se le adelantó, mientras entraba en la habitación sin pedir permiso: - Tenemos problemas. - No sé si... Si quiero saberlos...


- Sé que parezco Dick Tracy, pero no son juegos de cama, tranquilo. Aquello sí que pareció escandalizar a Kenneth Murray, que dio un respingo, mientras en su rostro se apreciaba lo violento que se sentía con la escena. Por su parte, Ariadne puso los ojos en blanco y no tardó en darle un pisotón, incitándole a que callara de una maldita vez. Se encogió de hombros, era mejor que una ducha de zumo de naranja. Ariadne comenzó a explicarle todo lo relativo a los episodios en blanco y negro, mientras él se paseaba por la habitación. Como se conocía la historia al dedillo, se dedicó a mirarse en un espejo: debía de admitir que el sombrero y el pelo hacia atrás le sentaban bien, daba el tipo como misterioso y atractivo detective privado. - Narciso, ¿abandonas el mundo de tus maravillosos reflejos y te unes a nosotros? La muchacha seguía pareciendo terriblemente irritada con él, llevaba todo el día así, ¿se podía saber qué narices le ocurría? Decidió dejar aquel tema para después, mientras acudía a su lado, sonriendo con petulancia. - Admitirás que mis reflejos son un buen lugar donde perderse. Se sentó junto a la chica, en la cama de Kenneth, mientras éste se paseaba de un lado a otro, nervioso, seguramente asumiendo la historia. - ¿Cómo no habéis acudido a alguien antes? - preguntó. - Normalmente puedo encargarme de estas cosas - repuso Ariadne.- Pero llevo más de un mes investigando Objetos y cada día la lista de candidatos es más larga, mientras que no encuentro nada que encaje perfectamente. - Y cada vez la ficción nos afecta más - apuntó Deker, tocando el ala del sombrero. - Esperad aquí. Necesitamos ayuda. Kenneth desapareció por la puerta, lo que no pareció agradar a Ariadne que apretó los labios, mientras cruzaba los brazos sobre sus muslos. Deker no pudo evitar recorrerlos con la mirada, concentrándose en la liviana tela negra que se arremolinaba en la cara interna de éstos. - Genial - dijo la chica entonces.- Ahora Frodo traerá consigo a Legolas y al Senescal de Gondor y tendremos el Concilio de Elrond nocturno. - El Senescal de Gondor no participó en el Concilio. ¿No debería ser Gandalf? - Gandalf me cae bien, Gerardo no. - No quiero ejercer de abogado del diablo - suspiró entonces Deker, acercándose un poco a ella, sin dejar de mirarla.- Pero creo que Gerardo sólo hizo lo que tenía que hacer para ayudarte. Los dos sabemos que te habrías muerto de asco y pena si te hubieran exiliado. Tienes espíritu de ladrona, te encanta robar y no te habrías perdonado fallar a tu familia... No sé, Gerardo prefirió que le odiaras de por vida a verte deshecha. Eso está bien, ¿no?


Ariadne le miró en silencio, arrugando después la nariz. - Odio cuando te pones razonable. Volvieron a quedarse en silencio, uno al lado del otro, esperando. Al final, Deker se dio cuenta de algo y, sin ni siquiera detenerse a pensarlo, soltó: - ¿Qué hay de ti y de mí? - Eh... No sé... - Claro que lo sabes, pero te da miedo decirlo - susurró, mientras se inclinaba sobre ella para apartarle el pelo de la cara.- Aragorn y Arwen, ¿quién sino? El guerrero y la princesa, cada uno perteneciente a un mundo, lo que les mantiene separados... - No sigas. Por favor - susurró ella, mirando hacia otro lado. - Como desees. Ariadne dio un respingo, pero ahí se quedó todo, pues Kenneth regresó a su habitación acompañado de Gerardo. - ¿Dónde está Álvaro? - preguntó Ariadne. - Visitando a un antiguo cliente - respondió Gerardo.

 Detestaba los aeropuertos con todas sus fuerzas. Álvaro estaba sentado prácticamente solo en medio de las largas filas de asientos, tenía entre las manos una revista que había comprado ahí mismo, pero se había visto incapaz de leerla. Al final, se había dado cuenta de que no podía concentrarse ni en las palabras ni en las fotos, así que la usaba únicamente como disfraz, para que el resto del mundo creyera que leía, mientras él se dedicaba a pensar... Y a rememorar cómo había acabado metido en ese lío...

 Mikage estaba sentado frente al escritorio, mientras él se había levantado para acercarse al mueble bar que tenía ahí montado Felipe. Su amigo no era de los que bebían mucho, pero suponía que entre sus labores como rey y como director, se pasaría el día recibiendo a gente importante y, si algo había aprendido Álvaro a lo largo de su vida, era que tanto los negocios como cierta gente entraba mejor con una copa en la mano. Le sirvió una buena copa de Bourbon y él se preparó un whisky solo, aunque doble. Su actual rey siempre le sacaba de sus casillas, siempre. Además, era una de las pocas personas que le


sorprendía. Generalmente, le agradaban las sorpresas, le resultaban estimulantes, pero Mikage era un depredador y con esa clase de seres, era mejor saber a qué atenerse. - ¿Sabes? Normalmente la gente se asombra al verme o se asusta o se pone nerviosa... Suelo imponer cierto respeto, al menos despertar alguna emoción. Menos en ti. - No veo por qué debería experimentar algo de eso. - Soy el rey de los asesinos. Álvaro estuvo a punto de echarse a reír, de hecho no pudo reprimir la sonrisa sardónica que apareció en sus labios, mientras se acomodaba en la silla. - Mi familia eran los mayordomos de la realeza, me crié entre reyes y, ¿sabes qué? Sólo son personas. Los hay mejores, peores, con sus defectos, sus virtudes... Pero sólo son personas ladeó un poco la cabeza.- Por otro lado, asesiné al psicópata más retorcido que jamás ha pisado este planeta y que, además, ostentaba al título que tú exhibes como si fueras un pavo real - se inclinó hacia delante, clavando la mirada en el hombre.- Hace tiempo que me olvidé de títulos y etiquetas y sólo me importan las personas. - Bonito discurso - Mikage estiró sus finos labios en una mueca risueña que, sin embargo, resultaba de lo más macabra.- Me ha emocionado tanto que pasaré por alto las lindezas que me has dedicado. - ¿Qué quieres de mí? - Lo sabes perfectamente. Álvaro se terminó el whisky de un solo trago, depositando después el vaso sobre la mesa. Lo contempló un instante, paladeando la bebida, además del silencio y los últimos resquicios de paz que iba a tener en unos días. - Perdona - dijo, al fin, reclinándose en el asiento.- Mea culpa. Me he equivocado de pregunta: ¿a quién quieres que asesine? - Tranquilo, no es una persona especialmente buena. - Hasta el más hijo de puta tiene una madre, un padre o alguien que llorará por él y que me maldecirá - repuso Álvaro con suavidad, antes de encogerse de hombros.- Pero siempre supe donde me metía - frunció el ceño, suspicaz.- Vaya, debe de ser alguien muy peligroso para que me lo vendas así. Nunca te ha preocupado el efecto de tus encargos en mí. - Me preocupa tu integridad física. - ¿Quién es? Mikage únicamente le tendió una carpeta, que Álvaro aceptó y leyó al instante. Tuvo que repasar el nombre algo así como un centenar de veces para asegurarse de que lo había leído bien.


En cuanto se cercioró de que el whisky no le había arrebatado la capacidad de raciocinio o vista, miró a su rey con los ojos como platos. - ¿Lo dices en serio? ¡Es un puñetero suicidio! - Lee el resto del informe - insistió Mikage con calma, apurando la copa de Bourbon.- He tenido a varios siguiéndole, observando sus rutinas, espiándole... Por eso sabemos cuál es el lugar y el momento propicio. - Mañana por la noche. En su casa. Dime que sigues bromeando. - Nunca bromearía con ese objetivo. Álvaro se puso en pie, se pasó ambas manos por el pelo, mientras hinchaba y vaciaba sus pulmones intentando calmarse. Incluso llegó a contar hasta veinte, pero no sirvió de nada, así que agarró su vaso y se sirvió otro whisky solo... Doble... Triple... Cuádruple, sí. Se lo bebió prácticamente de un trago, recostándose en el mueble bar, al mismo tiempo que apoyaba la frente en el vaso, intentando encontrar algo de frescor en el cristal que le calmara para, así, poder pensar. Logró tranquilizarse lo suficiente como para caer en un detalle que era vital y que casi se le pasa por alto. - ¿Por qué yo? - ¿Perdón? - Si tienes gente espiándole, ¿por qué me has elegido a mí para matarle? - Por eso eres el mejor de mis hombres, Álvaro, porque sabes pensar - Mikage se había vuelto para poder mirarle.- Tengo dos motivos: el primero es que eres, como acabo de decir, el mejor asesino del clan; el segundo, porque tú y yo tenemos un pacto mediante el cual no puedes negarte a ningún encargo. Dejó el vaso en el mueble bar para volver a pasarse las manos por el pelo, dándose cuenta de que, aunque para él supusiera casi un suicidio, Mikage le había hecho un regalo enorme: iba a solucionar un problema que le traía por la calle de la amargura desde hacía unos meses. - Lo haré, pero, a cambio, quiero incluir cinco nombres en la lista. - Dos. - Asesínale tú en persona. - Tres y es mi última oferta - Mikage le miró muy seriamente.- Te ofrezco tres nombres porque, lo creas o no, además de valorarte, te aprecio. Y porque es un encargo jodido - se puso en pie, acercándose a él.- De hecho, podría no aceptar ninguno. Harías el trabajo igualmente porque, si no, los otros cuatro nombres podrían desaparecer. - Déjame pensar un momento.


Desde que empezara como asesino, siempre al servicio de Mikage, había ido compilando una serie de nombres en una lista de intocables. Nadie que apareciera en esa lista sería víctima de los asesinos y, de hecho, podrían contar con su protección en caso de que alguien fuera tras ellos. Mikage regresó a su asiento y, de su maletín, sacó un sobre de plástico donde estaba guardado el contrato que habían firmado años atrás. No era algo habitual, de hecho, por lo que él sabía, era el único caso existente, pero ese trocito de papel era muy útil: aunque los dueños de los nombres no lo sabían, les había salvado la vida en más de una ocasión. El hombre se la tendió y Álvaro se reencontró con su propia caligrafía, que, a lo largo de los años, había escrito los cuatro nombres:

Mateo Esparza Arias Felipe Navarro Oldman Tania Esparza Rivas Gerold Heidkrüger Él había pensado en cinco nombres que añadir, pero debía eliminar dos. Eliminó a Rubén Ugarte sin dudarlo, aunque le apenaba, ese pobre chico estaba entre el saber y la ignorancia, no era una buena posición, pero, de sucederle algo, no lo notaría; su vida no se tambalearía como en el caso de los demás. Después añadió uno al papel, el único que no le causaba duda alguna, pues debía admitir que había acabado encariñándose con ella hasta el punto de considerarla su propia hija:

Ariadne Navarro Vardalos Entonces vino lo difícil: tres nombres, dos posiciones. ¿Cómo iba a descartar a uno de ellos? ¿Cómo priorizar a las personas? Era una putada como una catedral. Sabía muy bien que lo correcto sería elegir a Jero y Deker, los amigos de sus chicas, pero... Entonces él quedaría fuera y eso no lo podía permitir, en primer lugar porque lo necesitaba y, en segundo, porque le apreciaba de veras y le consideraba su amigo. Al final, tras darle muchas vueltas, acabó escribiendo los otros dos nombres:

Jerónimo Sanz Garrido Kenneth Murray III


 Perdóname, Deker, espero que tu apellido sea suficiente. Seguramente también debería pedirle perdón a Ariadne y a Jero, pues los dos querían al chico, pero Kenneth era demasiado importante para él. Era su amigo, no podía darle la espalda. Tenía que cuidar de Kenneth, pues el joven no tenía a nadie más, tan sólo compromisos y una familia que sólo veía en él a un primogénito y nada de eso le iba a ayudar. Por los altavoces anunciaron que ya podía embarcar, así que enrolló la revista, cogió su bolsa y echó a caminar, a sabiendas de que iba a meterse en un lío tremendo. Asesinar a un Benavente... Hubiera preferido a cualquier presidente.

 ¿Por qué no me lo has contado? ¿Por qué no acudiste a mí en cuanto lo supiste? Kenneth estaba enumerando, una vez más, las características que habían deducido entre los cuatro, mientras Gerardo no dejaba de contemplar a Ariadne. Estaba sentada, visiblemente aburrida ante la repetitiva perorata, podía verlo en su cara. Siempre había sabido leerla como un libro abierto, pues la había visto nacer y crecer.

Porque me odias. Porque no vas a dejar de odiarme, ¿verdad? A lo largo de su vida había trabajado para dos reyes, sirviendo tanto como consejero como tutor de sus hijos. La familia real se había convertido en su verdadera familia, pero entre todos ellos siempre había sentido debilidad sólo por dos: Felipe y Ariadne. - Por más que lo repitas como un mantra, la respuesta no aparecerá mágicamente, Frodo intervino, irritado, Deker Sterling. Éste seguía vistiendo como salido de los años cincuenta con su sombrero negro y la larga gabardina. Ante su comentario, Ariadne soltó una carcajada y para Gerardo no pasó desapercibido el hecho de que ambos dos se esforzaban en no mirarse. Estaban sentados juntos, pero mantenían las distancias como si la vida les fuera en ello. Entonces recordó como se había puesto el chico cuando ella había desaparecido, también que Ariadne sólo se había sentado con él en clase.

Oh, pequeña, ¿por qué nunca tienes suerte en este tema? Pero, incluso sin el compromiso, sería imposible. Es un Benavente.


- Es que nunca había oído hablar de algo así - suspiró Kenneth, colocándose bien las gafas con un dedo.- Además, ¿por qué Tania no se ve afectada? No lo entiendo. ¿Podría ser ella la que lo hiciera de algún modo? - La señorita Esparza es un misterio - respondió él, sin apenas moverse.- Abrió La caja de música de Perrault, sin acabar en coma, como le pasó a Felipe y... A todo aquel que la ha abierto jamás - se pasó una mano por el rostro, echando la cabeza hacia atrás.- Evidentemente, la señorita Esparza es invulnerable a la magia de los Objetos, pero, ¿por qué? - Sinceramente, Tania es lo menos importante ahora - repuso Ariadne, mirándole a los ojos sin rastro de ira o enfado, ¿cuánto hacía que aquello no ocurría?- Lo que quiera que esté haciendo esto, cada vez está alterando más la realidad. - Cualquier día esto se convertirá en Pleasentville - apuntó Deker Sterling. Gerardo reconoció que ahí tenían razón, aunque seguía interesándole muchísimo más el curioso caso de Tania Esparza, pues jamás había conocido a nadie que mostrara tal resistencia ante la magia de un Objeto. - Yo sé qué tenemos que buscar: La máquina de escribir de Ellery Queen.

 - ¡Pero tenemos que buscarla! Ariadne llevaba insistiendo en aquella idea durante un rato y no atendía a razones, por lo que Deker estaba tirado en la cama de Kenneth, jugando con su sombrero. El dueño de la misma, estaba sentado en su escritorio, adormilado, por lo que Deker creía que en cualquier momento se iba a caer de la silla, protagonizando un vídeo genial para subir a Internet. - La máquina no tiene por qué estar aquí. De hecho, lo más probable es que algún asesino o Benavente, la esté empleando contra nosotros por algún motivo - razonó Gerardo Antúnez.Escúchame, Ariadne - pidió, acariciando el brazo de la chica.- Te prometo que la buscaré y, en cuanto la encuentre, te avisaré. ¿De acuerdo? Ahora regresa a la cama, mañana tienes clase. - Está bien - asintió ella, no muy convencida. Los dos se miraron un momento, como si no supieran qué hacer, pero, al final, Ariadne se puso de puntillas para poder propinarle un beso en la mejilla. - Buenas noches, Gerardo - se acercó a la puerta, volviéndose un poco.- Hasta mañana, Kenneth - entonces reparó en él, haciéndole un gesto con la cabeza.- ¿Qué pasa, detective Perea? ¿No me acompaña? ¿O es que desea que le dejemos a solas con el señor Murray? - Qué graciosa, Rapunzel.


Sonrió un momento, antes de seguirla hacia el pasillo. Al hacerlo, pasó por delante de Gerardo Antúnez y se dio cuenta de que se tocaba la mejilla, exactamente donde Ariadne le había besado. Parecía tan aliviado que hasta él comprendió lo que le sucedía.

De nada, viejales. Siguió a la chica a través del pasillo hasta su habitación. La conocía lo suficientemente bien como para saber que le estaba dando vueltas a algo. Por eso, antes de que desapareciera, refugiándose en el interior de su dormitorio, se inclinó sobre ella de tal modo que Ariadne acabó apoyando la espalda en la pared, donde él había colocado un brazo; sus rostros estaban muy cerca el uno del otro, por lo que Deker podía verse reflejado en las pupilas de la chica. - ¿Se puede saber qué piensas? - Tú y yo hemos sido los únicos conscientes de todo. Bueno, además de Tania. Pero... Ha sido diferente, estábamos en blanco y negro y vestidos como en la novela. - Bueno...- ladeó a cabeza, entrecerrando un poco los ojos.- Antes de caer dormido, estaba pensando en venir a verte - reconoció, quedándose un instante callado; entonces sonrió, sin moverse un ápice.- Hablando de lo cual, ¿me acompañas? - ¿A dónde? - Es que necesito ayuda... - ¿Para? - Para cumplir una promesa. Ariadne le miró extrañada, aunque no tardó en asentir. Deker le explicó todo lo que Rubén le había contado y ella le pidió unos segundos. Estuvo en el interior de su habitación un par de minutos, después salió con el largo cabello recogido en una coleta alta y vestida con un pantalón de chándal negro conjuntado con una ajustada camiseta blanca. - ¿Crees que tendremos algún problema? - le preguntó en un susurro, mientras se dirigían hacia la escalera para bajar a la planta baja. - Tanto los profesores como el resto de empleados me conocen desde pequeña - explicó la chica en el mismo tono; le agarró de un brazo para guiarle por un pasillo, hecho que para él no pasó desapercibido.- Si nos pillan, les explico la verdad y no pasará nada. - Da igual dónde estés, siempre eres alguien de importancia. - Ya veo por qué me perseguías. Lo que había comenzado siendo una mera réplica divertida, logró que la voz de Ariadne se quebrara y que Deker, por fin, comprendiera lo que había ocurrido aquella mañana.

Ay, Rapunzel, ¿no podrías haberme dicho que me echabas de menos? No, no podías.


Intentó dejar de pensar y se dedicó a entrar en la cocina, cerrando la puerta con suma delicadeza para que nadie les escuchara. Le tendió el folio que él mismo había escrito, siguiendo las indicaciones de Rubén, que era el que le había metido en aquel embrollo y el que conocía la dichosa receta de la puñetera tarta de cumpleaños que le gustaba a Jero. Se dio cuenta de que llevaba un mes de lo más irascible, desde aquella maldita noche en la que, pretendiendo ayudar a Ariadne, se había herido a sí mismo de una forma inimaginable. - Ey - la chica le pasó la mano por delante de los ojos, obligándole a regresar a la realidad, donde ella le miraba divertida.- Te ha dado un aire. Anda, vamos a buscar los ingredientes entre los dos, ¿te parece? Antes de que pudiera darse cuenta estaba con las mangas dobladas por encima del codo y la corbata atada sobre su frente, perpetrando una penosa imitación de Rambo. Perdió la noción de todo, incluso el sentido común, por lo que se encontró amasando junto a la chica, riendo junto a ella, lo que activó todas sus alarmas. Se quedó como congelado en el tiempo, con las manos quietas sobre aquella cosa tan pegajosa, supuestamente se llamaba masa quebrada, mientras la observaba. Varios mechones le caían entorno al rostro, estaba especialmente concentrada en lo que estaba haciendo y algo de harina había acabado sobre la punta de su nariz y sus mejillas. Estaba tan preciosa...

Como diría el gran Sabina: no puedo enamorarme de ti. Si quieres quererme, voy a dejar de querer. Si quieres odiarme, no me tengas piedad. Ariadne terminó sola la masa quebrada, la cual estiró con mucha delicadeza y maña entorno a un molde, mientras él se encargaba de hacer la pasta de queso que iba a ir en el interior. En cuanto lo hizo, la vertió dentro del recipiente para, después, introducir la tarta en el horno, que estaba a ras del suelo. Le iba a preguntar a la chica qué iban a hacer a continuación, pero ella se dejó caer, sentándose con la espalda apoyada en una especie de encimera cuadrada independiente que estaba frente al mueble; se dedicó a contemplar la tarta que habían hecho con una sonrisa en los labios, mientras se soltaba el pelo y lo ahuecaba con los dedos. Luego, se pasó una mano por el cuello y suspiró, colocando la cabeza sobre la madera.

No sé por qué a estas alturas sigo mintiéndome a mí mismo. Aunque la razón le gritó que mantuviera las distancias, que se largara, el corazón le latía tanto en el pecho que ni pudo resistirse ni, en realidad, quería hacerlo, así que se sentó a su lado. Ariadne le miraba de forma un tanto extraña, como si hubiera algún pensamiento que le estuviera rondando en su cabeza y dudara sobre si comentárselo o no. Al final, tras haberse rascado una ceja y acariciarse el cuello, pareció decidirse. Suspiró un momento, antes de hablar


con naturalidad, aunque él sabía que había una parte de ella que lo hacía con delicadeza, como si la situación le provocara cierto... ¿Temor? - Una de mis películas favoritas es La princesa prometida... ¿La conoces? Como sabía a qué venía aquel comentario tan poco casual, no pudo evitar sonreír, agitando la cabeza de un lado a otro, antes de inclinarse sobre ella. - ¿Por qué no me preguntas si te lo dije con esa intención? - Porque me asusta tu respuesta. - ¿Quieres que me calle? De repente, era como si todo hubiera dejado de tener sentido, como si la realidad se hubiera roto en miles de pedazos y a ellos no les importara lo más mínimo. Se miraban fijamente, con la respiración contenida y el corazón en un puño. Ariadne, a duras penas, logró asentir con la cabeza, por lo que Deker, sacando voz de algún lado, no sabía de donde, pues tenía la garganta cerrada, susurró: - Como desees. - Para... - Sólo son dos palabras inofensivas, Rapunzel. Eres tú la que les das el significado - sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero cuando, al acercarse más, su brazo rozó el de ella. Toda Ariadne era magnética, anhelaba tocarla, olvidar cualquier atisbo de razón y entregarse a ella, aunque le costara corazón y alma.- No me quisiste besar. - Un beso puede cambiarlo todo - logró decir ella. Estaba convencido de que a la chica le faltaba el aire, que hablaba como si se estuviera ahogando.- Y, por cierto, no hay nada en ti que sea inofensivo... Ni siquiera tus labios. - ¿Entonces por qué no sales corriendo? - No te daré esa satisfacción - bromeó, enarcando una ceja. Sin embargo, la diversión le duró poco, pues acabó acercando su rostro al de él; únicamente les separaba el grueso de un folio.- No es por eso... Es que no quiero salir corriendo. Una vez más, las alarmas del cerebro de Deker comenzaron a pitar como locas, instándole a que fuera él el sensato, que huyera porque, tal y como Ariadne había dicho, un beso podía cambiarlo todo. Y aquel lo haría, claro que lo haría.

Como diría el bueno de Dylan: vas a hacer que me sienta solo cuando te vayas. Pero... Hasta entonces... ¡Qué cojones! Se echó hacia delante con suavidad, encontrando los labios de Ariadne que, en vez de resistirse, se adaptaron a los suyos, como dos piezas de puzzle que encajaban a la perfección.


El primer contacto fue suave, dulce, aunque en ningún momento fue titubeante, ambos estaban demasiado seguros de que aquello era lo correcto. Después, la pasión se hizo dueña de los dos, aunque fueron capaces de sentir que la realidad cambiaba a su alrededor...

 Ante aquel extraño sentimiento, se detuvieron un momento, mirándose para comprobar que, una vez más, estaban su Pleasantville particular. Bueno, ahí no, ahí no sabían lo que era el amor, ni la pasión ni nada y él no estaba dispuesto a que aquello les pasara. - Tenemos que parar - susurró Ariadne.- Hemos hecho esto... - Si el mundo se desvanece porque te beso... Que le den. Y

la

abrazó

con

vehemencia,

encontrando

de

nuevo

sus labios,

saboreándolos con aquel anhelado beso que estaba logrando que, además de todo él, se tambaleara el mundo entero.


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