En blanco y negro: Capítulo 27

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Capítulo 27 Las intrépidas aventuras del detective Deker Sterling - Eh, chico, chico... Mientras una voz, que le resultaba familiar, se abría paso en su mente, comenzó a sentir unos golpes en la cara. Alguien le estaba abofeteando. Se agitó, intentando evitar más tortazos, al mismo tiempo que se incorporaba para encontrarse con un conocido. - ¿Álvaro? - preguntó extrañado. - Veo que te acuerdas de mí - le sonrió el hombre, tendiéndole una mano. La aceptó y, un instante después, se levantó gracias a Álvaro. Se fijó en él. Iba vestido de negro de pies a cabeza, por lo que su cabello dorado destacaba más de lo habitual, cayéndole con gracia en torno a su rostro. Estaba preguntándose el motivo de aquella curiosa vestimenta, cuando recordó cómo había caído inconsciente. - ¿Me has pegado? - Técnicamente. En realidad, te he hecho un favor. El hombre le sonrió, pero a Tim le seguía doliendo una barbaridad la cabeza, sobre todo la nuca, así que se acarició aquella zona, mientras le fulminaba con la mirada. Iba a darle las gracias irónicamente por la jaqueca, cuando reparó en el cuerpo que estaba tirado en el suelo. Se trataba de su supervisor, de Guillermo Benavente. Le costó un instante más el asimilar que su compañero de organización estaba demasiado quieto, demasiado pálido y, si se acercaba a tocarlo, seguramente estaría demasiado frío. Indudablemente, Guillermo Benavente estaba muerto. Por consiguiente, estaba metido en un gran lío. - Lo has matado...- logró decir con un hilo de voz, sin poder dejar de mirar el cadáver.¡Está muerto! ¡Y yo estaba con él! - abrió los ojos de forma desmesurada, comprendiendo por completo el alcance de aquel hecho, por lo que comenzó a sentir la angustiosa sensación de que el pánico le embriagaba.- ¡Joder! Joder, joder, joder... - Cálmate - le pidió Álvaro con tranquilidad. - ¿Cómo quieres que me calme? ¡Le has matado! El asesino puso los ojos en blanco, antes de suspirar. Se inclinó sobre el mueble bar y llenó un vaso de alguna clase de licor, que le tendió. - Hala, venga, de un trago. Te sentará bien.


- No lo entiendes. ¡Me has metido en un lío! ¡Oh, Dios! Me van a matar... Le arrebató el vaso y lo vació de un trago, aunque no se sintió mejor. No entendía por qué la gente bebía en momentos duros, por lo menos a él un buen lingotazo nunca le había ayudado, tan sólo le había atontado. Y en aquel momento necesitaba todos sus sentidos, pues había un montón de cabos que todavía no había atado. - ¿Qué haces aquí? ¿Por qué lo has asesinado? - preguntó. Álvaro se volvió un momento para acercarse al sofá, donde cogió algo que Tim no llegó a ver hasta que el hombre alzó la mano. Se trataba de una espada que descansaba en una vaina de aspecto antiguo. - Te presento a la espada de Napoleón. - ¿La espada de Napoleón? - repitió, sintiéndose estúpido. - También conocida como La invencible - explicó el asesino, dejándose caer en el sofá, sin dejar de mirarle.- Cuenta la leyenda que la fuerza y determinación de Napoleón Bonaparte fue tal que, de algún modo, logró inculcársela a la espada. Por eso, esta espada adquirió su propia magia, lo que la convierte en un Objeto. Uno muy preciado, por cierto. - ¿Y qué hace? - Se supone que hace invencible a su portador - Álvaro se giró un poco para mirar, con desdén, el cadáver de Guillermo Benavente, que seguía ahí quieto en el suelo.- A tu amiguito, le ayudó, hizo que no estuviera tan... Perjudicado por el alcohol. Pero no fue suficiente - se encogió de hombros, antes de ponerse serio.- Hablando de lo cual, ¿qué hacías con él? Tim suspiró, pasándose una mano por el rubio cabello. Luego, cruzó el espacio que les separaba hasta acomodarse en un sillón, mientras se preparaba para el rapapolvo que, seguramente, le iba a dedicar el hombre. - He ingresado en los Benavente. - ¿Por qué? Le sorprendió la pregunta de Álvaro. También le asombró ver que no le juzgaba, que no iba a montar en cólera, sino que estaba interesado. Por raro que pareciera, Álvaro Torres, asesino y, sobre todo, prácticamente un desconocido, se estaba preocupando por él. Por eso, pasó a relatarle todas sus razones: la misteriosa muerte de sus padres que nadie investigó, las sospechas de Deker de que su familia iba a ir a por Ariadne Navarro de un momento a otro... El hombre le escuchó atentamente, sin decir nada, aunque claramente atendiendo a cada una de sus palabras. Cuando Tim acabó de explicarse, se sintió aliviado, como si Álvaro pudiera ayudarle a salir de aquel lío.


- En primer lugar, cálmate. - Pueden creer que yo le maté... - Se supone que tú sólo tenías que darle lo que recuperaste, ¿no es así? - ante la pregunta del asesino, Tim asintió con un gesto.- Pues es tan sencillo como mentir. Cumpliste tu cometido y te fuiste a cenar. ¿O me vas a decir que eres incapaz de hacer pasar la mentira como verdad? - No lo entiendes. No me fío de esa gente. - No sospecharan de ti, tranquilo - insistió Álvaro, suspirando.- Sabrán que, de algún modo, ha sido mi jefe. Ese desgraciado siempre ha sido muy hábil, sabe cómo encontrar la laguna de un trato y usarla a su favor... Me juego lo que quieras, a que el difunto y Mikage se pelearon por la espada. Una pena que no supiera que Mikage nunca pierde. Tim suspiró, aliviado, por un instante había temido enfrentarse a un juicio por parte de los Benavente. Asintió, más calmado, mientras caía en algo que había dicho Álvaro: - ¿En primer lugar? ¿Qué viene ahora? - En segundo lugar, quiero proponerte un trato: yo investigaré la muerte de tus padres, a cambio de que tú investigues a los Benavente. Quiero saber todo sobre ellos. Organización, miembros, lo que hacen y lo que dejan de hacer... Todo. - ¿Por qué? - Porque hasta ahora han sido los jugadores en la sombra y no hay nada más peligroso que un enemigo al que no conoces - hizo un gesto con la cabeza, ladeando los labios levemente.Además, me intriga y me inquieta que, aún sabiendo que Ariadne es la princesa de los ladrones, la hayan dejado tranquila. Eso significa que le reservan un futuro peor que la detención y, ¿qué puedo decir? Nadie se mete con alguien a quien aprecio sin salir escaldado.

 - ¿Detenida? ¿Me estás deteniendo? Ariadne miró a Erika Cremonte de nuevo. La chica asintió con un gesto, frunciendo el ceño como si fuera el policía profesional y rudo de una película. El problema era que, mientras que en el cine aquel gesto quedaba convincente, en aquella especie de Barbie resultaba de lo más patético. Por eso, no pudo contenerse más tiempo y se echó a reír sin poder controlarse, por lo que acabó doblada, abrazando su propio estómago. - ¿Se puede saber de qué te estás riendo? - bramó Erika. - ¿No resulta evidente? De ti.


Su comentario afectó a Erika, cuyas manos comenzaron a temblar, por lo que Ariadne sonrió satisfecha de sí misma.

Erika, cero. Yo, uno. Es tan fácil de manipular... Me daría hasta pena si no fuera porque me quiere detener. - No voy a dejar que te salgas con la tuya, no esta vez - aclaró Erika con frialdad, aunque en sus ojos refulgía la ira.- En cuanto he confirmado lo que ya intuía, he llamado a mi padre y me ha dado vía libre. Así que tienes dos opciones, o vienes conmigo de forma voluntaria o lo haces por las malas, Princesa de hielo. - Me gustaría ver cómo lo intentas. El atraparme, digo - Ariadne le dedicó una sonrisa burlona, mientras jugueteaba con el borde de la falsa plisada; alzó la mirada para clavarla en la de Erika, maliciosa.- Vamos, Erika, las dos sabemos que te pesa el culo. - ¡Cállate! Ahora sé buena chica... - Ahí tenemos un problema. - ¿Eh? - Erika parecía confundida. - No soy una buena chica, soy una ladrona - ensanchó su sonrisa, antes de guiñarle un ojo con todo el descaro del que era capaz.- Así que, si quieres detenerme, vas a tener que atraparme. Y salió corriendo a toda velocidad.

 - Anda que... Vaya cosa más mala. Acababan de abandonar la habitación de Miguel, tras ver una película y jugar un buen rato a las cartas, pero Santi seguía quejándose. Jero sonrió levemente, sintiéndose un poco culpable, pues había sido él quien había elegido en aquella ocasión: Linterna verde protagonizada por Ryan Reynolds y Blake Lively, de la que estaba un poco enamorado... Pero no de verdad, sino... ¿Cómo se decía? ¿Platamente? - Se dejaba ver - opinó. - Sobre todo la chica, ¿no? - Además, esta al menos es en color - repuso, haciéndole burla.- La última vez que elegiste tú nos pusiste esa... ¿Cómo era? ¡Ah, sí! Casablanca. - Te recuerdo que, cuando vimos Casablanca, te faltó dejar de respirar porque ella se fue con el otro, no con el protagonista - Santi sonrió maliciosamente, por lo que a Jero no le quedó otra que suspirar, asumiendo la derrota.- Además - prosiguió su amigo.- después de esa, elegí Me casé con una bruja y les gustó a todos, incluso a Rubén, al que no le creía muy cinéfilo...


- ¿Llevaste a Rubén a una noche de cine? Santi se detuvo para mirarle preocupado. - Sabía que no estarías, habías quedado con Tania y... Bueno, Rubén está muy solo desde hace tiempo y... Oye, es mi compañero de habitación, me cae bien y ni siquiera sé por qué os peleasteis - el chico parecía un poco angustiado. - No pasa nada. Rubén es un buen chico, entiendo que te lleves bien con él. Hizo un gesto desdeñoso para quitarle importancia, aunque Santi seguía mirándole con preocupación, como si temiera haberle hecho daño o algo así. Por eso, decidió cambiar de tema, acompañándose de una sonrisa, para que supiera que todo estaba bien. - ¿Empezamos ahora el dichoso trabajo o primero dormimos un poco? Santi apretó los labios un momento, pensativo. - Yo no tengo sueño, ¿vamos ahora? - en cuanto Jero asintió, se dirigieron hacia el cuarto que compartía su amigo con Rubén, donde iban a pasar la noche.- Además, yo siempre estudio mejor por la noche. Jero estuvo a punto de echarse a reír, ya que sabía por propia experiencia que Rubén podía llegar a dormir como una marmota y no despertarse ni aunque, justo a su lado, sonara un cañonazo. Por eso, se imaginaba que Santi no tendría ningún problema a la hora de hacer los deberes a esas horas de la noche. Cuando llegaron, se sintió un poco extraño, pues no dejaba de ser la habitación de Rubén y, además, su parte estaba justo igual que cuando eran compañeros de cuarto: ordenada, con todo en su sitio. Era la primera vez que estaba ahí en todo aquel curso, así que se sorprendió; también se puso un poco triste, recordando la amistad que les había unido. - Voy a encender el ordenador - le informó Santi. Asintió distraídamente, demasiado ocupado en aquel póster de Tomb raider que Rubén siempre había tenido colgado en la pared junto a la cama... Justo como estaba en aquel momento. Suponía que había cosas que no cambiaban. - Jero, ¿puedes ayudarme? Si no muevo la máquina a la mesa de Rubén, no cabremos los dos en la mía. Y es una preciosidad, ¿eh? Pero no veas cómo pesa. ¡Jero! Jero no podía reaccionar. Se había vuelto nada más oír a Santi y se había encontrado con una máquina de escribir de lo más vieja. No podía ser casualidad. Claro que no. De hecho, se sintió un idiota por no haber caído antes: a Santi le encantaban las películas en blanco y negro, sobre todo aquellas en las que salían detectives y, según el término que usaba Deker, femme fatales; Santi estaba un poco


bastante enamorado de Ariadne, aunque nunca se había atrevido a decirlo en voz alta; Santi era uno de los mejores alumnos en historia... Era Santi el narrador de los episodios en blanco y negro y él un auténtico idiota por no haberse dado cuenta antes. Quiso pegarse unos cuantos cabezazos contra la pared, pero, en su lugar, le salió una pregunta que ni siquiera había pensado: - Oye... Santi... ¿A ti te gusta Amar en tiempos revueltos?

 Aquí está pasando algo raro. ¿Por qué nadie sale de su habitación? Ariadne había llegado al final del corredor, donde había una de las escaleras que bajaban a la primera planta, y todavía no se había encontrado con nadie. Absolutamente nadie. Y, aunque ella no hacía ruido alguno al huir, Erika parecía un elefante en una chatarrería. De hecho, su perseguidora por no saber, no sabía ni correr en condiciones. - ¡Detente! - farfulló entonces, aunque estaba bastante lejos. - ¿Ya estás cansada? Curioso. Y yo que pensaba que tener maldad pura en las venas en vez de sangre, te haría más rápida y resulta que es lo contrario... Eso, o eres una villana de chiste. Por cierto, ¿a qué organización perteneces? Más que nada por enviarles mi informe sobre ti, deben de saber que, como agente, dejas bastante que desear. Erika se había acercado, aunque se movía con torpeza y respiraba agitadamente, señal de que estaba exhausta. Normal. No era lo mismo corretear durante la hora de gimnasia, que hacer frente a una auténtica carrera. - Estás muy pagada de ti misma, ¿verdad? Erika lo dijo con cierta dificultad, pues la falta de resuello le estaba pasando factura; volvió a apuntarle con el revólver, el cual no había disparado ni una sola vez. Ariadne anotó mentalmente que debía cerciorarse de si era capaz de hacerlo o no, pues no todas las personas podían disparar contra una persona de verdad. Después, se dedicó a sonreír encantadoramente, antes de echarse hacia atrás el pelo con un gesto muy marcado, muy en plan anuncio de champú: - Es que yo lo valgo. De un salto, se apoyó en el pasamanos de la escalera y se dejó caer elegantemente, ganando tiempo y, de paso, evitando una herida. Pues, ante su último comentario, Erika no lo dudó ni un segundo y disparó.

Una bala fuera, quedan cuatro.


Que haya jurado nunca emplear un arma, no quiere decir que no las conozca y sé que en ese modelo sólo caben cinco balas y no tiene recámara. En cuanto descargues las otras cuatro, estarás a mi merced. Dios, siempre he querido decir eso.

 - ¡Deker! ¡DEKER! Estaba tirado en la cama, escuchando música e intentando dejar la mente en blanco, pues no dejaba de sentirse un idiota y un auténtico hijo de puta, cuando Jero irrumpió en su cuarto. A pesar de la visible emoción del chico, lo miró con desdén. - ¡He descubierto algo! - le informó, dejándose caer en su cama. - Mañana le echaré un vistazo a Fluffy, Harry Potter, hoy no estoy de humor - soltó con sarcasmo, sin inmutarse. Estaba seguro de que el supuesto hallazgo de su amigo sería algo como que Fulanito y Menganita acababan de darse un beso o algo del tipo “nimio es una palabra de verdad y no una criatura inventada”. - ¡He encontrado la máquina de Ellery Queen! Se incorporó de inmediato, arrancándose los cascos de los oídos para poder escucharle bien. A toda velocidad, Jero le contó que su amigo Santi tenía una máquina de escribir muy vieja y que siempre había querido ser novelista. - Escúchame bien - dijo, mientras se ponía en pie a toda velocidad.- Vete ahora mismo a por el viejales y a por Sapietín. Llévalos al dormitorio de Santi, te espero ahí - fue a correr, pero se detuvo.- ¿Sabes si está escribiendo? - Por eso he venido corriendo a verte - le informó Jero a toda velocidad.- Estaba tan normal, incluso le he hecho una pregunta, pero me ha ignorado. Se ha puesto a escribir y no me ha hecho ni caso. Era... ¡Era como un zombie! Pero sin la carne asquerosa y el olor asqueroso, claro está. Como si estuviera poseído o algo así, pero... - ¡Lo cojo, Jero, lo cojo! ¡Ve a por ellos, rápido! Salió disparado hacia la habitación del chico. En medio de su frenética carrera, algo sucedió. De repente, fue como si atravesara una pared de agua y... Antes de que pudiera darse cuenta, el mundo había cambiado de nuevo ante sus propios ojos. Los colores se habían extinguido, dejando la realidad cubierta de blancos, negros y grises. Seguía siendo él mismo, el


desastre de diecinueve años que acababa de estropear lo mejor que le había sucedido en su vida, pero llevaba un elegante traje con chaleco y corbata, además de un sombrero sobre el pelo peinado hacia atrás.

 Al apoyar el pie en el suelo, se le torció y Ariadne cayó. El golpe dolió, pero no tanto como su ego. Ella no se caía. Nunca. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, mientras había saltado de la base de las escaleras, hasta detrás de una pared, escapando de los disparos de Erika, la realidad había cambiado. Claro, por eso nadie se había despertado durante lo que llevaba de huida, estaban dormidos por el influjo de la máquina de escribir de Ellery Queen que, de nuevo, estaba fundiendo la realidad con la ficción. Por eso, en vez del uniforme escolar con su cómodos zapatos planos, llevaba un provocativo vestido de escote palabra de honor, falda de tubo y, sobre todo, unos tacones finos y altos con los que no había contado a la hora de aterrizar. Se refugió contra la pared, ocultándose, mientras se llevaba la mano al tobillo lastimado. El cabrito dolía... Un momento... ¿Cabrito? ¿Pero desde cuándo ella hablaba como Tania? ¡Todo era culpa de la maldita máquina de escribir! ¡Diantres!

¿Diantres? ¿De verdad? Joder, que estoy en una puñetera novela negra, no en Ana de las tejas verdes... Ey, esto está mejor, sí. Hostia, cabrón, joder... Ja, ja, máquina de los huevos, no podrás conmigo. Vale... Ariadne, querida, Erika te está persiguiendo con un arma y, te recuerdo, que lo más probable es que en la dichosa novela sea una nazi loca y asesina. ¡Concéntrate! Por suerte, había sacado suficiente ventaja. Por desgracia, por muy bonito que fuera el vestido, no iba a poder correr con él. Por desgracia, además, el hacerse una gatera tirando como en las películas, no funcionaba nunca. Pero nunca. Era como en las películas de aventuras, que se encontraban antiguos sistemas de iluminación con aceite que funcionaban o cosas cubiertas de polvo que se limpiaban perfectamente con soplar. Sencillamente, no funcionaba. Por eso, primero se quitó los puñeteros zapatos de tacón y, después, se palpó la cabeza con cuidado. Llevaba la melena ondulada, cual Verónica Lake, pero a un lado llevaba una especie de tocado que se quitó con


meticulosidad, descubriendo que el enganche era como una aguja. La empuñó para abrirse una gatera a cada lado de la falda. Así, al menos, podría correr. Echó un vistazo por encima de su hombro, sorprendiéndose de que Erika no hubiera llegado hasta ahí todavía. Quizás, con el cambio que suponía el efecto de la máquina de escribir, se hubiera caído y quedado inconsciente... Un par de pasos lentos. Zapatos de tacón, no cabía duda. Se echó a un lado justo a tiempo...

Pues, mientras el color regresaba y, con él, la realidad sin alterar, una bala cruzó el espacio hasta impactar en la pared, donde se quedó clavada.

Dos balas desperdiciadas, tres en el cañón. Sabía que tal y como estaba, era un blanco fácil, así que, primero, hizo una voltereta y, después, tal y como aterrizó, hizo fuerza con las manos para impulsar el resto de su cuerpo hacia arriba, haciendo el pino. Así, sólo tuvo que echarse hacia delante para ponerse en pie. Entonces, corrió hasta el pasillo perpendicular al que estaban, donde pudo refugiarse. Un nuevo disparo. En aquella ocasión, pasó justo donde ella había estado hacía apenas unos segundos.

Ya sólo quedan dos. ¿Pero cómo cojones ha aparecido por el lado contrario por el que venía?

 Al volver a experimentar aquella sensación de estar cruzando una fina cascada, Deker se dio cuenta de que todo volvía a la normalidad... O casi todo, pues él seguía con el aspecto que tenía el personaje basado en él. Aquello, no obstante, no le detuvo. Siguió su camino hasta entrar en el cuarto de Santi, donde el joven estaba escribiendo sin parar en una máquina de escribir. La máquina de escribir. El chico no dejaba de teclear con rapidez, fuerza y decisión, sin apenas fijarse en lo que brotaba de sus dedos, era algo mecánico. Justo como le había dicho Jero, parecía poseído por el Objeto, lo que no era una teoría descabellada, todo lo contrario. Por eso, decidió no andarse con cuidado. Fue directo hacia Santi con la intención de separarle de la máquina. Si los dedos del muchacho no golpeaban las teclas, las palabras no se imprimirían en el folio y, por tanto, la dichosa máquina de escribir no alteraría, de nuevo, la realidad.


Sin embargo, no llegó a tocarlo. Antes de que aquello sucediera, algo se interpuso en su camino, repeliendo a Deker con tanta fuerza que se vio impulsado hacia atrás.

¡Mierda! ¡Joder! No era ningún especialista en Objetos, de hecho los que sí lo eran estaban en camino, aunque sí que lo era en novelas. Llevaba devorando libros desde que tenía memoria, se había criado con ellos y nunca había hecho desprecio a ningún género. Había leído desde Mujercitas de Louisa May Alcott hasta La torre oscura de Stephen King. Por eso, cogió las hojas que había escrito hasta el momento, para predecir por dónde irían los tiros y ver si el argumento podría traer alguna consecuencia funesta para ellos. Leyó con avidez, poniéndose más y más nervioso al ver como, tras la noche de pasión entre el detective Sterling y la cantante, que se negaba a relacionar con Ariadne y él por una mera cuestión de mantener la cordura, la chica había abandonado el piso del protagonista. Lo peor venía cuando, en medio de la ciudad, Erika aparecía para intentar matarla. En cuanto asimiló aquel giro, sintió un nudo en el estómago. Sabía lo que pedía la historia. Sabía qué iba a pasar. Y tenía que impedirlo. Por eso, salió corriendo, mientras el mundo a su alrededor volvía a cambiar...

 Había dado esquinazo a Erika de nuevo sin ni siquiera esforzarse, pero el gris había regresado y, con él, las habilidades de Erika. Estaba segura. Era peligrosa en aquel momento, pues bebía de su personaje, se aprovechaba de él... Por no hablar de que la propia historia estaba llamada a que ella muriera a manos de Erika, para que el héroe, el detective Deker Sterling, jurara

venganza

y

cazara

a

la

asesina,

haciendo

que

la

situación

adquiriera un cariz personal para el protagonista. Acababa de llegar al centro de la primera planta, justo donde se encontraban las amplias escaleras que conectaban todos los pisos. Era una mala zona, pues, a excepción de un corredor perpendicular frente a ella, no había ningún otro lugar donde refugiarse. -Ahora mismo no te agrada la pasión por el cine negro de Santiago Olarte, ¿verdad?


Una vez más, Erika apareció como por arte de magia frente a ella. Cada vez estaba más segura de que llevaba razón en que el escritor, al parecer Santi, estaba emperrado en matar a su homónima novelesca. - A decir verdad, doy gracias a que estemos en una novela negra dijo sin inmutarse, sonriendo de forma irónica.- Imagina que estuviéramos en un musical, cada una tendría su pandilla y pelearían entre sí bailando. Y tú no bailas nada bien... Eso o, si fuera Glee, ahora mismo estaríamos cantando a dúo Smooth criminal de Michael Jackson - hizo una mueca, chasqueando la lengua.- Inquietante, ¿no crees? - No estás respetando la ambientación, Ariadne. - No voy a permitir que una máquina de escribir haga que una pringada me mate. Tengo mi reputación. Quiero decir, si fueras el Doctor No o Moriarty, no me importaría, pero... ¿Tú? ¡Eso sí que no! - ¡CÁLLATE! - Creo, con toda sinceridad, que no estoy programada para hacerlo. - ¡Pues yo te callaré! Volvió a disparar contra ella, pero Ariadne volvió a esquivar la bala, aunque en esa ocasión no se escondió. Se agachó al mismo tiempo que se echaba hacia delante...

Cuando cargó contra Erika, el color regresó. El impacto fue brutal. Las dos cayeron al suelo. Ariadne fue la que mantuvo el control. Erika, por el contrario, se sorprendió tanto que su revólver salió despedido. Sin embargo, en cuanto conoció la inseguridad de no llevar un arma, Erika se asustó, se asustó de veras, lo que la llevó a atacar con todas sus fuerzas, clavando la rodilla en el estómago de Ariadne que, durante un momento, perdió hasta la respiración.

 - ¡El profesor Antúnez sigue sin despertar! Mientras observaba atentamente a Santiago Olarte escribiendo sin parar, el señor Sanz regresó al dormitorio con las malas noticias. Kenneth asintió con un gesto. Estaba aterrado. Por un lado, un alumno estaba bajo la influencia de un Objeto, escribiendo una pelea entre otras dos alumnas, que, seguramente, se saldaría con la muerte de una, de su prometida, de la princesa. Se había cruzado con Deker Sterling en la entrada de la habitación, que le avisó de que no podían tocar al chico. Así era. Por lo que podía ver la máquina y el muchacho se estaban alimentando mutuamente, por lo que desprendían una energía que no podían atravesar... Pero... Quizás... La verdad era que no tenían otra opción.


Kenneth se puso en pie, volviéndose hacia el señor Sanz, que contemplaba la escena con evidente angustia, preocupado ante lo que podría pasar. - Ahora vengo, mientras tanto intente noquear a su amigo. - V-vale... Pero... Profesor Murray, ¿tiene un plan? - Tengo un plan. Le sorprendió ver que, en la cara de su alumno, había aparecido un gesto de alivio. Por algún motivo, el señor Sanz confiaba en él... Mientras corría hacia su habitación, pensó que era agradable ser, por primera vez, el adulto que calmaba a alguien y no al revés.

 Acababa de llegar a las escaleras principales de la segunda planta cuando las vio. Estaban en el primer piso, peleando entre sí. Aferrándose nervioso a la barandilla observó que, aunque Ariadne era claramente más diestra, Erika estaba tan asustada que se había transformado en una persona desesperada, por lo que podía resultar de lo más peligrosa. También se percató de que estaban en otro flash en blanco y negro. Cada vez se sucedían con más rapidez. La frontera entre realidad y ficción debía de ser ya muy fina y, suponía, que si Erika conseguía matar a Ariadne, podría suponer la fusión total... Y nadie podría predecir las consecuencias que tendría aquello. En realidad, el equilibrio del mundo le importaba una mierda. Pero ella no. Ariadne no. - Esto no es cosa de tu personaje, ¿verdad? - escuchó que decía Ariadne, tras separarse momentáneamente.- Deseas matarme, ¿no es así? ¿Pero por qué? ¿Por qué soy una ladrona? - A mí eso me da igual. - ¿Entonces? - Porque eres Ariadne Navarro, porque eres La princesa de hielo gruñó Erika, antes de golpear el suelo con el puño, al borde de la histeria.- ¡No puedes entenderlo! Mientras conversaban, por llamar de algún modo a aquel intercambio de gritos, Deker corrió hacia la otra escalera sin perder ni una sola palabra. Bajó los escalones de dos en dos, desesperado, corriendo después por el pasillo hasta poder ver la espalda de Erika. - ¡Claro que no lo entiendo! ¡No te he hecho nada! - ¡Eso es lo peor! ¡Que no haces nada! - ¿Pero te estás oyendo? ¿Te das cuenta de que deseas matar a una persona por un mero berrinche? ¡Matar! Son palabras mayores.


- ¡No es un mero berrinche, te odio! Odio que seas tan... Especial. Odio que a todo el mundo le intereses, que puedas hacer cosas que los demás sólo podemos desear o imaginar. Llegado a ese momento, Deker, que estaba conteniendo la respiración, se abalanzó sobre Erika, pero ella le esquivó. Por eso, acabaron uno frente a otro, con Ariadne asombrada detrás de él. Se preocupó de cubrirla bien, no iba a permitir que nadie le hiciera daño, aunque en ese preciso momento Erika sonrió con malicia. - ¿Sabes, princesita? Tengo órdenes de no matarte y, de hecho, si lo pienso con frialdad, no sufrirías, simplemente estarías muerta. Pero... ¿Y si muere él? He visto tu cara cuando nos has visto, he visto el dolor en ella, ¡por primera vez! Nunca había visto algo que no fuera desdén, hasta el momento en el que te has descompuesto al verle con otra. Los hechos se precipitaron. Erika no dudó en disparar hacia él. Deker se volvió para apartar a Ariadne junto a él, pero... Antes de que pudiera hacer nada, ella reaccionó. Lo hizo a una velocidad sin igual. Le apartó a él. Ella a él. Por eso, la bala impactó en su estómago, sacudiendo su delgado cuerpo hasta el punto de que Deker tuvo que sostenerla para que no cayera. Las piernas le fallaron. Mientras se dejaba caer sobre el suelo, sin soltarla, Ariadne le miró una última vez antes de perder la consciencia. Acabaron sentados, con Ariadne desangrándose en su regazo, mientras Deker era incapaz de hacer otra cosa que mirarla. En medio de aquel mundo de fríos grises, la sangre que manaba de su herida era de un brillante escarlata, que cubría todo.


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