En blanco y negro: Capítulo 32

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Capítulo 32 Idas y venidas - Me alegra comprobar que sigue tan hermosa como siempre, señorita Navarro - le dijo en inglés el señor Sterling, mientras cerraba delicadamente la puerta tras él. Se volvió hacia ella, estirando los labios en aquella mueca tan sádica.- Como ya comprobó en nuestro último encuentro, no hablo demasiado bien el español, así que espero que me perdone por utilizar el inglés. Pero, bueno, dado que es usted quien es, supongo que me entiende bien. - Perfectamente - asintió ella con frialdad en el mismo idioma. El señor Sterling se acercó a la cama, donde se sentó muy cerca de ella. La primera intención de Ariadne fue apartarse de un salto, pero se obligó a permanecer como estaba, mostrándose fría e indiferente. No iba a permitir que aquel maldito hombre creyera que tenía poder sobre ella. No se había achantado ante él cuando la torturó y no lo iba a hacer ante su mera presencia. Por su parte, Sterling se limitó a observarla con la cabeza ladeada durante unos segundos. Tras el escrutinio, se aproximó un poco más. Alargó la mano. Primero, le acarició el pelo con suavidad; después, jugueteó con un mechón, enrollándolo en un dedo y soltándolo. - Veo que le ha crecido - comentó entonces.- Me alegro. La verdad es que lamenté cortar este pelo tan bonito... - Supongo que no ha venido a hablar de temas capilares. - Qué directa. - ¿Qué puedo decir? - se encogió de hombros, desdeñosa.- Mis padres me enseñaron desde pequeñita que no debía hablar ni con extraños ni con psicópatas. Usted es ambas cosas y yo una chica muy obediente. - Como quieras - asintió Sterling, acompañándose de un gesto de cabeza.- La verdad es que he venido a buscarla, señorita Navarro - estiró su sonrisa todavía más, lo que le daba un aire todavía más tétrico.- Nos está esperando un coche abajo. Por eso, se va a levantar, se va a poner algo más presentable que el camisón que lleva y va a venir conmigo. Le recomiendo que se dé prisa. Mi suegro, Rodolfo Benavente, no es un hombre especialmente paciente. Ariadne entrecerró un poco los ojos, sin dejar de mostrarse despreocupada. - Creo que hay un error. - ¿Ah si?


- Si quisiera ver a un viejo chungo y maléfico, me pondría a ver cualquier episodio de Fringe en el que saliera Walternate. Pero, la verdad, es que no me apetece, así que le agradezco la proposición, pero tengo que declinarla. Esperó algún tipo de reacción en Sterling, que frunciera el ceño, soltara una maldición o una expresión de idiota al no pillar la referencia. Sin embargo, el hombre se quedó como estaba, ahí de pie, mirándole con aquella sonrisa que le provocaría pesadillas durante el resto de su vida. Al final, cogió su teléfono móvil e hizo algo en él con calma; después, se lo tendió, aunque Ariadne ni siquiera intentó cogerlo. - Vamos, querida, no muerde. - Necesitaría que un notario dé fe de ello... Sterling volvió a insistir, así que Ariadne suspiró y acabó cogiendo el teléfono para ver en la pantalla a Álvaro. Estaba sentado en su actual escritorio, el que había pertenecido a su tío hasta que cayó en coma, hablando con la persona que estaba sujetando el otro móvil. - El actual director está teniendo una reunión ahora mismo - le informó Sterling con un tono tan desenvuelto, tan normal, que sólo aumentó la ansiedad que la chica ya sentía, ¿cómo podía hablar así de un tema como ese? - Y, como eres una chica lista, sabrás que la reunión es con un amigo mío. - Álvaro puede deshacerse de tu amigo sin despeinarse - aclaró ella con frialdad. - ¿Eso significa que sigues sin querer venir conmigo? - Eso significa - Ariadne apartó las sábanas para ponerse en pie, quedando a la misma altura que el hombre, mientras le miraba a los ojos sin achantarse ante su coacción.- que o se va de aquí ahora mismo o seré yo la que le torture a usted esta vez. Para su sorpresa, Sterling echó la cabeza hacia atrás, echándose a reír. Unos instantes después se calmó, pasándose una mano por el pelo, además de volviendo a clavar su oscura mirada en ella. Le sorprendía que los ojos de Calvin Sterling fueran tan parecidos a los de su hijo como diferentes. Era un detalle fascinante, sobre todo porque decía mucho de Deker y de la clase de persona que era, a pesar de sus padres. - ¿Sabes? Cuando nos conocimos, cuando creía que te llamabas Tania Esparza, me sorprendiste. Quedé fascinado por ti. Eres extraordinaria, Ariadne. Extraordinaria. No sólo eres hermosa, sino que eres fuerte. Soportaste una tortura que suele hacer que un hombre adulto llore como un bebé de pecho y no gritaste ni una sola vez. Increíble, de verdad. >>Sin embargo, entonces comprendí una cosa: por muy fuerte que seas, por mucho control que tengas de ti misma, también tienes tu propio talón de Aquiles. Eres una romántica. No pretendes serlo, pero eres una heroína, de esas que se sacrifica ya sea por amor, ya sea por los


demás. Y estamos en un colegio lleno de personas inocentes, de niños... ¿Qué quieres, Ariadne? ¿Que empiece a matar a niños hasta que cedas? Porque lo haré, querida. Al oír aquello se quedó lívida. Era una opción que había tenido en cuenta y que había desechado, pero no por motivos sentimentales como que Sterling tuviera una hija de casi once años, sino porque era ilógico: con una matanza sólo llamarían la atención. - No serías capaz. Te meterías en problemas... - ¿Teniendo a un asesino como director y siendo yo un respetable agente de la Interpol? No lo creo, querida - le sonrió, dirigiéndose hacia la puerta.- Tienes diez minutos para cambiarte de ropa. Si para entonces no has salido al pasillo para reunirte conmigo, le diré a otro de mis amigos que mate a uno de los niños de preescolar. Sterling cerró la puerta tras él, por lo que Ariadne se pudo permitir el lujo de suspirar. Fantasmas, psicópatas... ¿Esto es el Bécquer o Tree hill?

 Por fin el examen había terminado. Sabía que no había razón para estar preocupado, pues Ariadne se había recuperado no solo con rapidez, sino de forma inmejorable dada la situación. Además, en el Bécquer estaban seguros, sobre todo a la luz del día: ningún asesino o Benavente osaría a usar la fuerza bruta, pues lo único que conseguirían sería llamar la atención, algo que ningún clan buscaba. Sin embargo, Álvaro había dejado a la muchacha a su cargo, lo que demostraba el nivel de confianza que había adquirido en él. Y él, Kenneth, no quería fallarle. Por eso, recogió los exámenes a toda velocidad, junto al resto de sus cosas, para dirigirse de nuevo a la habitación. No estaría tranquilo hasta regresar junto a la chica. Una vez lo guardó todo en su maletín, salió disparado hacia el pasillo, donde se encontró con dos de sus alumnos. El señor Sanz no tardó en acercarse a él. - Oye, profe, ¿ha visto a Tania? - le preguntó bajando la voz. - ¿A la señorita Esparza? Pues, la verdad es que no - se encogió de hombros, esgrimiendo una mueca de disculpa, mientras se ponía bien las gafas con la yema del dedo.- Pero llevo toda la mañana cuidando de la señorita Navarro... - Debería empezar a llamarla Ariadne - comentó el señor Sterling con desdén. - ¿Y cómo está Ariadne? - inquirió el señor Sanz.


- Estupendamente. Además de decirme varias cosas que se escapan de mi entendimiento, ha estado de morros toda la mañana porque le he llevado de desayuno té con limón y, según ella... ¿Cómo me ha dicho? Ah, sí - asintió, poniéndose muy tieso, mientras alzaba un dedo.- ¿Crees que soy Maggie Smith o qué? - como, una vez más, no entendía ni una palabra, se limitó a encogerse de hombros.- Supongo que esa mujer será una entendida en té o algo así... - Es una actriz - le informó el señor Sanz, que parecía alarmado, como si acababa de cometer un sacrilegio o algún tipo de metedura de pata por el estilo.- ¡Es McGonagall! No me diga que no conoce Harry Potter, profe, que es literatura de la buena. - No veo demasiadas películas y jamás veo adaptaciones de libros. - Pues estas están muy bien. - Bueno...- abrió la boca el señor Sterling. Justo en ese momento, sonó el timbre que anunciaba el comienzo de la clase, por lo que los dos chicos se despidieron de él y se fueron en la dirección contraria. Kenneth miró a los dos durante un instante. Por lo poco que les conocía, le parecían la noche y el día, eran muy distintos entre sí, pero, a pesar de eso, parecían estar unidos, llevarse bien. Como Álvaro y yo. Reemprendió el camino hacia la habitación de Ariadne. La verdad era que Álvaro y él no podían ser más dispares. No solo porque Álvaro fuera un asesino y él un ladrón. A decir verdad, aquello ya había dejado de importar hacía mucho, pues Álvaro le había demostrado que era un hombre valiente, decidido, seguro de sí mismo, coherente, inteligente... Era la clase de persona en la que se podía confiar, ya que siempre intentaba hacer lo mejor, ayudar a los demás. Mientras que él... De repente, sintió un golpe en la cabeza. Y entonces todo fue oscuridad.

 Como el señor Sterling le había dicho que iban a visitar a Rodolfo Benavente, Ariadne decidió ser ella misma a la hora de vestirse. Nada de pintas de niña buena o respetable, sino que se colocó una camiseta negra que, del escote hacia el cuello, dejaba de ser tupida para ser transparente; también se puso una minifalda negra sujeta con un cinturón del mismo color y con tachuelas, además de unas medias muy oscuras y rotas y un par de botas altas sin tacón. Se dejó el pelo suelto, aprovechando que esa misma mañana había podido ducharse, y se maquilló un poco los ojos con rimel.


Después, se puso la cazadora de cuero negro y una bufanda blanca entorno al cuello y cogió la carta que acababa de escribir a toda velocidad. Entonces, salió al pasillo donde el señor Sterling la estaba esperando. Nada más verla, sonrió con satisfacción. - ¿Preparada para irnos? - le preguntó en español. - He pensado que a su maravilloso plan le falta un detalle - le tendió la carta, lo que provocó que Sterling frunciera el ceño, desconfiado.- Léela. No hay nada raro en ella, es una mera despedida, para que crean que me he ido por propia voluntad. - Me sorprende... - Oye, no soy idiota. Sé que si alguien va detrás de mí para salvarme, los Benavente se encargarán de él y no quiero eso. Prefiero que piensen que he huido. Créeme, se lo tragarán. Por eso, deja que me despida de Álvaro, por favor... - No, de él no. Ni del profesor Antúnez, ni del profesor Murray... Había contado con poder despedirse de Kenneth, alguien que parecía inofensivo y que no creía que los Benavente conocieran en realidad. Le sorprendió que supieran que era un ladrón, la verdad, ya que no había trabajado demasiado y al Bécquer había llegado hacía más bien poco. No obstante, tenía un plan B. - Entonces me despediré de Valeria. No pertenece a este mundo, tenemos una relación cercana porque se llevaba bien con mi tío...- hizo un gesto con la mano.- Es perfecta para decirle adiós y darle la carta. El señor Sterling se lo pensó durante unos instantes, aunque, al final, asintió con un gesto casi imperceptible. Le devolvió el sobre, mientras bajaban las escaleras para dirigirse hacia la planta baja donde, además de la salida, se encontraba la sala de profesores. Una vez llegaron a ésta última, Ariadne se adelantó para golpear con los nudillos la puerta, que no tardó en abrirse, revelando que únicamente Valeria estaba en la habitación. Al verla, la mujer se sorprendió, pero no tardó en sonreírle y en abrazarle con auténtico afecto. - ¡Me alegra ver que ya estás mejor! - Sí. La verdad es que me aburría en la cama. - Oh, perdona, ¡qué maleducada! - exclamó Valeria, echándose a un lado.- Casi se me olvida hacerte pasar, perdona... No sé dónde tengo la cabeza últimamente... La verdad es que llevo una temporada que no doy ni una... Ariadne se volvió hacia Sterling que, con un gesto de cabeza, le dio permiso para entrar, por lo que lo hizo. Exhaló una buena cantidad de aire. Lo que iba a hacer era algo que, lo más seguro, iba a cambiar la vida a unas cuantas personas. Sin embargo, no se le ocurría otra manera de solucionar todos los problemas. Y es que Ariadne sabía que si Valeria estaba pasando una


mala racha era porque Felipe no estaba ahí, porque, aunque no lo había comprendido hasta que era demasiado tarde, le quería. Y precisamente contaba con ello. - Bueno, ¿y qué me cuentas? - le dijo, acariciándole un brazo. A Ariadne se le congeló la sonrisa en los labios, mientras seguía intentando encontrar la fórmula correcta para poder explicarle lo que estaba sucediendo y que, por un lado, le creyera y, por otro, no sufriera un colapso. - Verás, tengo que contarte algo...- comenzó, dubitativa, no estaba muy segura de que ese camino fuera el adecuado. Por eso, suspiró y decidió cambiar de táctica.- Nos conocemos desde hace tiempo, ¿verdad? Hace ya... ¿Diez años? Oh, perdona, perdona - cerró los ojos un instante.Mira, me conoces y sabes que no soy la clase de chica que tenga tacto y que se dedique a consolar a sus amigas y esas cosas. - Eh... Vale - asintió Valeria con un gesto de cabeza, sin estar demasiado convencida. Se dio cuenta de que sólo podría hacerlo de una manera: directamente. - Sé que echas tanto de menos a mi padre como yo. Si quieres que vuelva, si quieres que todo se arregle, vas a tener que confiar en mí. Por mucho que sólo tenga dieciséis años y lleve unas medias rotas. - Confío en ti, Ariadne. ¿Qué ocurre? - Vas a esperarte a la hora de la comida. Entonces, vas a ir a ver a mi tío, a Álvaro y le vas a dar esta carta - le tendió el sobre, que Valeria aceptó, todavía sorprendida. De repente, sintió algo de pena por ella, iba a tener que aprender a marchas forzadas.- Sin embargo, para que te tome en serio, vas a tener que darle el siguiente mensaje. - Ariadne, ¿todo esto es algún tipo de broma? - Ojalá. Escúchame, no tengo tiempo, el mensaje es... - Estás hablando como en una película de espías. - Ah, tranquila, no soy ni de la CIA ni de la NSA o el resto de estúpidas organizaciones aquella idea le hizo reírse, más quisieran ellos que tener a algún ladrón entre sus filas.- Le tienes que decir a Álvaro que la sangre de Tania es la cura. ¿Entendido? La sangre de Tania salvará a mi padre, a Felipe. Valeria se quedó muy quieta durante un instante. Después avanzó hacia ella para colocar una mano en su frente, por lo que Ariadne puso los ojos en blanco. - Sigues enferma, ¿verdad? - No he estado enferma. Me pegaron un tiro. - Vale, me estás preocupando de verdad.


Ariadne se levantó la camiseta para enseñarle la pálida cicatriz que tenía en el estómago, que era tan reciente que incluso se apreciaba con claridad. Al verla, Valeria se quedó con la boca abierta, entrando en el estado de confusión que la chica había esperado. Todos pasaban por aquel trance. - Me tengo que ir...- vio que la profesora asentía un poco, por lo que se acercó a la puerta, ya que no se atrevía a que el señor Sterling entrara y descubriera lo que estaba haciendo.- Valeria, por favor, salva a mi padre... Y cuida de él. Abandonó la sala de profesores para reunirse con Sterling.

 - No es una buena idea... Acababa de ponerse la camiseta negra del grupo The ramones, que, además del nombre de la banda, tenía estampado un par de círculos concéntricos con el nombre de sus integrantes y, en el centro, el logotipo. Se estaba colocando los desgastados vaqueros, cuando escuchó a Jero, que seguía con el libro que él mismo le había traído de la biblioteca de su abuelo. - ¿Y desde cuándo necesito tu consentimiento? - Quieres a Ariadne. Terminó de prepararse al ponerse unas viejas deportivas negras, además de su chupa de cuero. Entonces, se volvió hacia su amigo, que seguía mirándole con desaprobación, pareciendo toda una figura paterna. - Tú sabes que te puedes tirar a alguien sin quererle, ¿verdad? - ¿Te vas a pasar la vida entera esquivándola? Su buen humor se esfumó. En su lugar, la rabia reapareció, por lo que agarró a su amigo del jersey, acercándolo a él. Le miró a los ojos, en su rostro no quedaba ni rastro de amistad o comprensión o desdén o su habitual falta de sentimiento, tan solo frustración y un cabreo del quince. Estaba cansado del tema. Estaba cansado de que Jero se empeñara en juzgarle. - Voy a hacer lo que me salga de los huevos. Se va a casar con otro, ¿entiendes? Eso es así, lo queramos nosotros o no. Es la vida real, joder. No es una puñetera novela donde los amantes vencen cualquier impedimento para estar juntos. ¡Las cosas en la realidad no funcionan así! Se va a casar con Kenneth Murray, liderarán los ladrones, tendrán mini ladrones y yo me liaré con la chica que me dé la gana. Fin de la cuestión. - Sólo dices eso para justificarte. - ¡Cállate!


- Estás tan superado por todo que ni te aclaras. - Jero, cállate. Le soltó con brusquedad, abriendo después la puerta de la habitación para marcharse. Necesitaba hacerlo. Necesitaba perder de vista a Jero, que parecía el maldito Pepito grillo y le estaba sacando de quicio. - ¡No quiero! - se detuvo en medio del pasillo para ver como Jero le seguía, mirándole con tal vehemencia que dejaba claro que no iba a ceder. Deker tuvo que apretar los puños para no estamparle contra la pared, que era lo que le pedía cada fibra de su ser.- ¡No pienso callarme! Soy tu amigo y, por eso, me toca a mí ser sincero. - No quiero tu sinceridad. - Claro que no, a nadie nos gusta que nos digan la verdad. - Ahora eres tú el que no quieres continuar por ese camino. ¡Largo! ¡Déjame en paz! - ¿Para qué? ¿Para que sigas huyendo? ¿Para que sigas haciendo como si nada hasta que vuelvas a explotar? - Jero le agarró del brazo, mirándole a los ojos sin achantarse ante el gesto torvo que le devolvió.- ¡Dios! ¿Es que no te das cuenta? ¡Tienes tanto miedo que sigues paralizado y haciendo estupideces! Estás tan acojonado por quererla que no haces nada. Y, ¿sabes qué? Eso te convierte en un cobarde. ¡Un puñetero cobarde! - Cállate - siseó, empezando a perder el control. - ¡Qué fácil es decir que tienes la batalla perdida! ¡Qué fácil! Así, claro, siempre puedes ser la pobrecita víctima, ¡pero sólo eres un cobarde! ¿La quieres? ¡Lucha por ella! ¡Tú mismo me lo dijiste! ¡No estaría con Tania de no ser por ti! ¡Haz tú lo mismo con Ariadne! - ¡No entiendes nada! - ¿Qué no entiendo nada? ¡Sé lo que sientes! ¡Sé lo que es querer tanto a alguien que te echas a temblar de puro miedo al pensarlo! ¿Y si no me quiere a mí? ¿Y si la pierdo? ¡Pero tienes que hacer algo! Si no lo haces, será como... No sé, si la tiraras a un abismo. Deker se quedó muy quieto. En apenas un segundo, su mente se vio infestada de imágenes mezcladas: los malos momentos con Silver, sus borracheras, sus vomitonas tras colocarse demasiado, cuando se tiró frente a un coche, Ariadne siendo disparada, la cara de Ariadne al verle con Erika... Y, una vez más, perdió el control. Hecho una completa furia, se abalanzó sobre Jero para descargar un terrible puñetazo sobre uno de sus pómulos. El impacto fue tal que su amigo cayó al suelo, pero Deker ni se inmutó, siguió con su camino, pues Clementine le esperaba en Madrid.


 Álvaro estaba en su despacho, cuando escuchó el jaleo. Había pasado la mañana entera reunido con un posible inversor, aunque seguía sin estar demasiado convencido de que fuera una buena idea contar con su ayuda. Además, había algo en él que no terminaba de gustarle. Poco después, un par de alumnos acudieron a verle para contarle algo, pero estaban tan acelerados que sólo pudo entender que alguien había pegado una paliza a Jero. Por eso, salió disparado hacia el pasillo de las habitaciones de los chicos, donde se encontró al muchacho sentado en el suelo con la espalda apoyada en la puerta de su habitación. - ¡Todos fuera! ¡Largo! - exclamó al ver la cantidad de alumnos que había arremolinados a su alrededor.- ¡Venga, marchaos! Bajad al comedor. En cuanto se quedó a solas con Jero, se agachó frente a él. Fue entonces cuando vio la mejilla hinchada y el ojo amoratado. - Ven conmigo, vamos. Le tendió una mano, que Jero aceptó en silencio. Era extraño, no parecía enfadado, ni tampoco triste, era como si estuviera preocupado. Decidió no presionarle, así que le dejó estar en silencio, mientras lo conducía a las cocinas por la zona de los profesores para que no tuviera que enfrentarse a más murmuraciones. En aquellos momentos, la cocina era un hervidero de actividad, ya que estaban ultimando los detalles para servir la comida a los alumnos y los trabajadores del internado Bécquer. Aún así, nadie le dijo nada cuando fue hasta la enorme cámara frigorífica y echó un vistazo. Lo mejor eran las bolsas de guisantes congelados, pero en un internado tan grande éstos se compraban a granel y, en el suyo además, frescos. Por eso, agarró unos cuantos cubitos de hielo y, tras meterlos en una bolsa, los machacó para, después, colocarle el saquito en la zona herida; presionó un poco, arrancando un quejido por parte del chico. - Así bajará la hinchazón. - Escuece. - Si no fueras jugando a Rocky por ahí... - Más bien el saco en el que Rocky entrena - suspiró Jero, que seguía sin mirarle a los ojos. Parecía pensativo y Álvaro seguía preguntándose qué narices había ocurrido.- Oye...- dijo al fin, humedeciéndose un poco los labios.- Tú... Tania dice que eres su tío y que eres el mejor y... Bueno, habla de ti con una devoción que me hace pensar que es verdad.


Álvaro se sentó sobre la cámara frigorífica, quedándose muy cerca de Jero, al mismo tiempo que asentía para infundarle ánimos. - Tienes que parar esta locura, por favor. - ¿Qué locura exactamente? - El compromiso. Va a acabar con ellos, Álvaro...- el chaval suspiró, agitando la cabeza de un lado a otro, mientras seguía presionando el hielo contra su rostro.- Deker se está volviendo loco, aunque, bueno... Puede que tenga más motivos. Pero Ariadne dudo mucho que esté mejor y tampoco creo que sea plato de buen gusto para el profesor Murray. - ¿Ariadne ha dicho algo sobre su compromiso? - ¿Bromeas? Ariadne nunca habla de Ariadne. Debía reconocer que Jero tenía toda la razón del mundo, por lo que se pasó una mano por el pelo, suspirando. - Mucho me temo que yo no puedo hacer nada. Aunque me encantaría poder hacerlo. - Pero... No es justo... No debería ser así. En silencio, miró a Jero largamente. Frente a aquel inocente e idealista, se sentía viejo, lejano y sin esperanza. Hacía mucho tiempo había pensado así, había estado lleno de buenas intenciones, de sueños; se le había llenado la boca con términos como justicia o deber, pero... Había sido hacía demasiado tiempo y había perdido esa parte de él al crecer y pasar por un tortuoso camino que había empezado con el asesinato de Ernest James. Sin embargo, Jero sólo tenía dieciséis años. Era un crío y lo que sí era justo era que siguiera siéndolo más tiempo, todo lo que pudiera. Por eso, le colocó una mano en el hombro, afectuosamente. - Entonces intentaremos encontrar una solución - le sonrió, poniéndose en pie.- A ver, ¿dónde se encuentra el señor Sterling en estos momentos? - Camino de Madrid. - Ya veo. Bien, no te preocupes, ya solucionaremos eso. Ahora, ¿por qué no subes a tu habitación y te tiras en la cama para hacer cualquier cosa? Me encargaré de que te suban algo de comer, ¿de acuerdo? Jero asintió, antes de abandonar la cocina por donde habían entrado. Él se quedó un instante quieto, planteándose si seguir él mismo a Deker Sterling o esperar a que regresara cuando se sintiera mejor. Se pasó una mano por el pelo, suspirando, al mismo tiempo que se volvía a sentar. Si no tenía cosas suficientes de las que encargarse, ahora Deker se descontrolaba... Bueno, que pasara por aquello era lógico. Por un lado, aunque no


hubiera caído en ello antes, no dejaba de ser otro crío; por otro lado, nadie debería ver como casi se muere un ser querido entre los brazos... - ¡ÁLVARO! ¿ESTÁS AQUÍ? Para sorpresa de todos los presentes, Kenneth Murray irrumpió en la cocina sin aliento, sin color en el rostro y con las gafas a punto de precipitarse de su nariz. Álvaro no necesitaba aquel lazo que compartían para apreciar su nerviosismo, su miedo. Por eso, acudió a su lado con rapidez para sacarlo de la cocina al pasillo, donde podían estar solos y libres de miradas curiosas. - ¿Ocurre algo? - Ariadne no está en su habitación. - A decir verdad, me sorprendía que hubiera aguantado tanto - se encogió de hombros más tranquilo, por un momento se había asustado una barbaridad.- Seguramente estará en los establos, le encantan los caballos... - ¡No me entiendes! - Kenneth, abriendo tanto los ojos que parecía fuera de sí, le agarró de los brazos, casi zarandeándole.- ¡Alguien me dejó inconsciente cuando volvía a su cuarto! ¡Y después no estaba! ¡No está en ningún lado! ¡Se la han llevado! Fue como si el mundo se detuviera. Por un momento, se quedó mirando a Kenneth sin poder reaccionar. - Vale... Vamos a calmarnos - logró decir, pasándose ambas manos por el pelo, mientras se esforzaba en pensar.- Es Ariadne. Habrá dejado alguna pista para que podamos seguirla - hizo un gesto con la cabeza.- Vamos a su habitación y la examinaremos, ¿de acuerdo? Kenneth se limitó a asentir, antes de seguirle a través del corredor. Estaban a punto de alcanzar las escaleras principales, cuando escucharon una voz femenina que les pedía que se detuvieran. Por mero instinto, lo hizo, aunque no estaba muy seguro de quién le hablaba. En cuanto logró enfocar la mirada, vio a Valeria Duarte acercándose a ellos, por lo que puso los ojos en blanco. No era el momento de soportar ni su desdén ni sus reproches. - Tengo que hablar contigo - le dijo la mujer. - Tendrá que esperar. Tenemos cosas que hacer. Seguramente la profesora querría comentarle un cambio de horario o alguna propuesta para hacer actividades extraescolares o algo así, por lo que no pensaba atenderla en ese momento. Tenía que encontrar la pista que había dejado Ariadne. Estaba seguro de que lo había hecho, la conocía lo suficientemente bien... ¡Qué demonios! La conocía muy bien, por eso sabía que no había permitido que la secuestraran sin dejarle algún tipo de hilo del que tirar. - ¡Pero no puede esperar!


Ignoró a Valeria para subir por las escaleras a toda velocidad, dirigiéndose hacia el cuarto de Ariadne. Estaba tan nervioso que ni siquiera le importó que la mujer les siguiera, insistiendo como si la vida le fuera en ello. - ¡Es importante! - Valeria, no es el momento...- Kenneth intentó calmar los ánimos. - Pero... Oye... ¿Queréis escucharme? ¡Creo que puedo ayudaros! Álvaro ni siquiera llegaba a procesar las palabras de su compañera, se limitó a caminar a toda velocidad hasta que, al fin, llegó a la habitación de Ariadne. Entró en ella con tanto ímpetu que casi tiró la puerta abajo. Un segundo después, escuchó un portazo que le sobresaltó. Se volvió para ver a Valeria junto a la puerta, mirándole desafiante. - ¿Qué? - preguntó Álvaro al fin. - No sé bien qué está pasando. Yo... No entiendo nada. De hecho, me siento ridícula y sigo pensando que es algún tipo de juego macabro el que os traéis, pero...- la mujer se humedeció los labios, de repente parecía angustiada.- No parece que estés actuando. Además, Ariadne no es mala chica, ni suele mentir, así que... - ¿Qué? - preguntaron Kenneth y él a coro. - Me pidió que te dijera algo. Ariadne dijo...- Valeria se quedó callada, frunciendo el ceño, aunque fue sólo un segundo, después prosiguió como si no creyera lo que estaba diciendo en voz alta.- Ariadne dijo que la sangre de Tania era la cura, que la sangre de Tania sacaría a Felipe del coma. A priori, aquella idea podía parecer una locura, pero para Álvaro tenía sentido. De hecho, podía recordar cómo había abierto La caja de Perrault sin problemas y, además, había sido la única que no se había visto manipulada por La máquina de Ellery Queen. - Kenneth, ve a buscar a Gerardo. Está en su despacho. Y también a Tania. - ¿Los traigo aquí? - No, a mí despacho. Rápido. El joven asintió con un gesto, antes de salir disparado hacia el pasillo. Álvaro miró a Valeria, que seguía pareciendo angustiada, como si no entendiera nada y estuviera luchando por mantener la compostura. - ¿Qué está pasando aquí, Álvaro? - acabó preguntando. - No es el momento, Valeria. Ni creo que sea la persona adecuada - la instó con un gesto a que le siguiera, mientras él también salía de la habitación de Ariadne. Estaba dirigiéndose hacia


su despacho, cuando se dio cuenta de algo que, por la emoción que estaba sintiendo en aquel momento, casi pasa por alto.- Además del mensaje, ¿qué te dio Ariadne? - Esta carta - le tendió un sobre. Valeria estaba haciendo visibles esfuerzos para poder ir a su ritmo; se quedó un momento rezagada al fruncir el ceño, confusa.- Espera... ¿Cómo lo sabías? - Soy tan listo como guapo. Prácticamente voló hasta llegar a su despacho, donde fue directo hacia su escritorio para poder sentarse en él y desplegar el folio. Valeria llegó poco después, quedándose frente a él. Pero Álvaro estaba demasiado concentrado en la extraña carta que había recibido como para intentar hacerle caso o explicarle algo. Querido Álvaro, A estas horas habrás notado mi ausencia y te estarás preguntando qué ha pasado. Sólo quiero decirte que no te preocupes. Estoy bien. Lo que pasa es que estar tanto tiempo encerrada no va conmigo, no puedo evitar sentirme como en El acorazado Potemkim. Por eso, me voy, necesito un tiempo para pensar, vivir mis aventuras... No sé, ir de Vacaciones en Roma o, quizás, a Casablanca. Sé que creerás que soy una egoísta, pero no es cuestión de Ser o no ser egoísta o una Rebelde sin causa, sino de que, simplemente, necesito aire, necesito viajar. Soy una ladrona, no estoy acostumbrada a quedarme en un sitio mucho tiempo. No te preocupes, no me busques, volveré. Siempre te querré, Ariadne. Por más que leyó la carta unas diez veces, no lograba sacar nada en claro. ¿Qué narices le estaba intentando decir? Había citado unas cuantas películas, pero, ¿por qué? ¿Era una especie de código? Quizás con las fechas... O cambiando las letras de orden... - No vas a explicarme nada, ¿verdad? - inquirió entonces Valeria. - Si todo sale como espero que salga, lo hará Felipe - suspiró, agitando la cabeza. Ella no tenía culpa de nada, no había secuestrado a Ariadne, así que no debía mostrarse brusco o borde con ella, que bastante mal lo estaría pasando. Se peinó el rubio cabello con los dedos, antes de exhalar otro suspiro.- Oye, Valeria... Te prometo que luego sabrás todo, pero ahora mismo hay cosas más urgentes que hacer que explicarte todo. Por suerte, en ese preciso momento, Kenneth llegó con Gerardo y Tania, que parecía tan confusa como Valeria o, incluso más, pues también estaba asustada. - El profesor Murray dice que Ariadne ha sido secuestrada.


- Eso tememos. Tania le miró con aprensión, así que Álvaro no tardó en acudir a su lado para pasarle un brazo por los hombros y conducirla hasta el sofá que había a un lado. La hizo sentarse, al mismo tiempo que él se acomodaba a su lado. No iba a soltarla, ya que sabía que todo aquello iba a ser un duro golpe para ella, pero no estaba dispuesto a mentirle.

 Menos mal que tío Álvaro está aquí... Tania se recostó en el hombre, sintiéndose un poco mejor. Desde que el profesor Murray había acudido al comedor a buscarla y le había dado la noticia, había sentido que el suelo bajo sus pies temblaba con tanta fuerza que en cualquier momento se caería. Estaba cansada, estaba harta de que pasara una desgracia tras otra... Sobre todo, porque cada vez que algo malo sucedía, ella estaba en su propio mundo, sin importarle nada que no fuera ella y sus propios sentimientos. - Al menos nos ha dejado una carta - añadió su tío. - ¿Codificada? - aventuró el profesor Antúnez. - Pero no la entiendo - Álvaro le tendió la cara al hombre, mientras el profesor Murray se acercaba para poder leerla también.- No sé qué pretende decirme. - Hay algunas palabras en mayúsculas - intervino éste último. - Son películas - asintió su tío, acompañándose de un gesto.- El acorazado Potemkim, Vacaciones en Roma, Casablanca, Ser o no ser, Rebelde sin causa, Siempre te querré... Todos son clásicos del cine, pero no sé qué significan. Tania se quedó muy quieta. Al oír aquella palabra, clásicos, recordó algo. En su memoria apareció la nítida imagen de Ariadne con una carta entre las manos, mientras decía: <<Me gusta tu padre. Le van los clásicos, ¿eh?>> En aquel instante supo que la carta iba dirigida a ella, que era una clave sólo para que ella la descifrara, por lo que dio un respingo. No tardó en notar la mirada asombrada, también inquisitiva, de su tío. - No es un código, es una pista - musitó. - ¿Qué quieres decir? - le preguntó el profesor Antúnez. - Cuando nos conocimos, Ariadne examinó la carta que me había dejado mi padre y me dijo que a mi padre le gustaban los clásicos porque había escrito en la carta con zumo de limón hizo una mueca, algo confusa de repente.- ¿Es posible que pudiera usarlo ella también?


- ¡Té con limón! - exclamó el profesor Murray.- Le llevé una bandeja con té y un cuenco de limones para que se preparara el té... Pero no usó nada, así que... El hombre no había terminado de hablar, cuando Álvaro se había puesto en pie y se había acercado a ellos dos. De uno de los bolsillos del pantalón, sacó un mechero que aproximó a la hoja de papel donde, tal y como Tania recordaba, comenzaron a aparecer palabras escritas. Todo se apiñaron para poder leer la verdadera carta. Lo primero de todo: muchas gracias, Kenneth, por ser un inglés de manual y estar obsesionado con el té. ¡Qué bien me han venido tus limones! Y que raro suena eso, todo sea dicho. Ahora voy directa al grano porque no tengo mucho tiempo. Exprimir limones con las manos y una cuchara no es fácil, ¿sabéis? La cuestión es la siguiente: Calvin Sterling me ha pedido amablemente que le acompañara y no he tenido más remedio que aceptar su propuesta porque el hombre que se encontraba con Álvaro era uno de sus secuaces (siempre he querido utilizar esta palabra) y tenía a otros en el colegio. Venid a buscarme cuanto antes porque lo más seguro es que no me lleve a un SPA precisamente... Y si así fuera, tampoco es que quiera pasar mucho tiempo en uno. Ah, si, por cierto, no os he contado esto porque... Bueno... Es un poco... Peliagudo y raro y vais a creer que estoy loca, pero... Puedo hablar con los fantasmas. Sí, como Melinda Gordon, Julia de El internado, Patricia Arquette, el niño de El sexto sentido... Deker se os ha adelantado con las gracias, lo siento. La cuestión es que he podido ver al fantasma de Ismael Prádanos y me ha dicho cómo curar a mi tío, además de un recado para Mateo Esparza. Así que, por favor, salvad a mi tío y decirle a Mateo lo siguiente: en mi joyero hay unas llaves que le birlé al cadáver de Ismael Prádanos, una de ellas es de una caja de seguridad de un banco de Suiza donde hay guardado algo que le interesa. Debe ir al banco, entregar la llave y dar la siguiente clave: Mogambo. Que la fuerza os acompañe (y rescatadme pronto). Ariadne. A Tania le costó al menos tres lecturas de la carta el poder asimilarla. Al levantar la mirada, comprendió que no era la única, pues los tres hombres que la rodeaban parecían tan confusos como, seguramente, debería estarlo ella. - ¿Y qué va a pasar ahora? - musitó, mirando a los tres alternativamente. - Creo que lo primero que deberíamos hacer es despertar a Felipe - observó el profesor Antúnez, pasándose una mano por el canoso cabello, al mismo tiempo que se concentraba en


Álvaro, que parecía considerarlo.- Si vamos a enfrentarnos a los Benavente, necesitamos toda la ayuda posible. Le necesitamos a él. - ¿Y qué pasa con Ariadne? - intervino el profesor Murray, agitando tanto la cabeza que hasta se despeinó, algo muy inusual en él.- ¡Está en manos de esos desalmados! - Y la última vez no la trataron bien - susurró Tania. - La última vez creían que era usted, señorita Esparza. - Pero... Tania se fijó en su tío, que era el único que guardaba silencio. Álvaro se había separado del grupo para acercarse al mueble bar, el cual abrió para servirse una copa. Tras beberse de un trago medio vaso de whisky, se volvió hacia los demás. - ¿Podéis dejarme a solas con Tania, por favor? Hubo algo en su tono, que no le gustó. Empezó a sentirse inquieta al intuir que iba a escuchar algo que no iba a ser precisamente agradable.

 Seguía recordando el puñetazo a Jero. Seguía sintiéndose el mayor imbécil del mundo. Seguía sin estar bien, sin estar calmado y sin detenerse a pensar lo que estaba haciendo, dejaba de hacer o iba a hacer. No es que fuera una persona demasiado controladora o calculadora, solía dejarse llevar, ser espontáneo, pero siempre sabía lo que hacía, por dónde caminaba. Algo que no estaba ocurriendo en aquella ocasión y Deker lo sabía. A decir verdad, desde que se había besado con Ariadne, había perdido el control de sus actos y estaba atrapado en una espiral de estupidez, destrucción y abandono de la que no intentaba salir. Al menos, así, las cosas eran más fáciles. Lo peor del caso era que, para huir del Bécquer, había acabado cogiendo el coche que solía utilizar Ariadne para ir y venir cuando era necesario. Así que ahí estaba, huyendo de una chica en su coche y escuchando un maldito CD que ella misma había compilado. ¿Se podía ser más patético? En aquel preciso momento, una canción de Bon Jovi terminó para dar lugar a otra que no tardó ni dos segundos en reconocer: Angels on the moon del grupo Thriving Ivory. Y no pudo evitar escucharla, fijándose en la letra que tan bien conocía y que, como prácticamente toda canción, tanto le recordaba a esa chica de la que pretendía huir.


Do you dream that the world will you know your name, So tell me your name And do you care, about all the little things, Or anything at all Acababa de aparcar en el hotel de la Castellana donde se alojaba Clementine, pero se quedó donde estaba, dentro del coche con las manos cerradas entorno al volante. Aquella maldita canción le estaba trayendo recuerdos: la primera vez que vio a Ariadne, andando tan tiesa y digna como si fuera de la realeza, engañando a todo el mundo menos a él... Las miles de veces en las que la había incordiado, las otras tantas que la había visto bailar en la discoteca... I wanna feel all the chemicals inside, I wanna feel I wanna sunburn just to know that I'm alive To know I'm alive Se acordó de lo mal que lo pasó después de matar a Colbert, de su necesidad de sentir, de cómo se había asustado y cómo había acudido en su ayuda. Al hacerlo, echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el asiento, mientras se echaba a reír con amargura, casi rozando la locura. Tanto tiempo preocupándose porque Ariadne o bien no podía o bien no quería sentir y en aquel momento era él quien añoraba las sensaciones que ella le provocaba: como se le erizaba la piel al tenerla cerca, el latido descontrolado que le provocaba hablar con ella y, sobre todo, aquella sensación indescriptible que había experimentado al besarla, algo que le había hecho sentirse mejor que nada en sus casi veinte años de vida. Don't tell me if I'm dying Cause I don't wanna know If I can't see the sun Maybe I should go Apartó todo aquel anhelo, aquel romanticismo absurdo que le estaba llevando al abismo y se limitó a salir del coche con una única idea a la que aferrarse: iba a subir a la habitación, iba a reunirse con Clementine y le iba a echar el polvo de su vida.


Y eso hizo. Entró en el hotel, cogió el ascensor y fue directo a la habitación que su amiga le había indicado antes, cuando habían hablado por teléfono en el Bécquer. Entonces llamó a la puerta. Clementine le abrió. Llevaba un vestido azul cielo combinado con una rebeca blanca, colores que quedaban muy bien junto al brillante cabello rojo de la muchacha, que llevaba recogido en una larga coleta que le caía por un lateral. Estaba muy hermosa, con sus ojos vivos y sus pecas, como siempre, aunque... Había algo raro. - Deker... Don't wake me cause I'm dreaming Of angels on the moon Where everyone you know Never leaves too soon La expresión de Clementine no era la que siempre le había conocido, risueña, a veces un poco maliciosa, era triste y asustada. Estaba aterrada. Antes de que Deker pudiera reaccionar, su amiga volvió a hablar: - Je suis desolé... Tellement... Je suis tellement desolé... Clementine no había acabado de pronunciar aquella frase entre gimoteos, cuando Deker sintió que alguien lo empujaba y lo estampaba bruscamente contra la pared del pasillo del hotel. La mejilla que acabó contra el papel le ardía, pero no era nada comparado con el dolor que sentía porque ese alguien le estaba sujetando los brazos a la espalda, forzándolos. Entonces llegó el pinchazo. Justo en el cuello. Pudo sentir hasta el líquido penetrando en su cuerpo, mezclándose con su sangre. Le liberaron. Deker, llevándose la mano a la zona que acababa de ser agujereada sin compasión, se volvió. Pero no pudo ver nada. Todo se desvanecía. Todo, salvo una canción que seguía resonando en su cabeza. Do you believe in the day that you were born Tell me do you believe And do you know that every day's the first of the rest of your life Don't tell me if I'm dying, Cause I don't wanna know...


 No quiero escuchar lo que tiene que decirme. No quiero, no quiero... Al cabo de un rato de acalorada discusión, Álvaro consiguió que los dejaran a solas, lo que incrementó el temor que Tania llevaba sintiendo desde hacía un rato. Sabía que su tío le iba a hablar de cosas que ella no quería oír, le iba a abrir los ojos a la realidad, algo que, más consciente o más inconscientemente, llevaba evitando desde hacía meses. Su tío caminó hasta el sofá para sentarse a su lado y Tania vio aquella expresión entre dulce y cautelosa, la misma que le había dedicado cuando, en septiembre, le comunicó que iba a tener que ingresar en el internado Bécquer. - Me hubiera gustado comentar esto con tu padre antes... - Puedes llamarle. - Ariadne ha sido secuestrada por los Benavente, Deker está en paradero desconocido y Felipe en coma. No, Tania, no puedo llamarle, discutir con él, convencerle y luego hablar contigo. No tenemos tiempo...- le cogió de la mano, por lo que Tania se puso todavía más nerviosa.Además, para serte sincero, no creo que tu padre permitiera que habláramos de esto. - Entonces no es necesario... - Claro que lo es. Puede que no seas una ladrona, pero tienes responsabilidades - le aclaró con calma, pero de forma contundente. Volvió a sonreírle, cariñoso.- Además, mereces saber la verdad. Elena te habría contado que... - ¡No! - le interrumpió, poniéndose en pie de un salto.- ¡No sigas! ¡Cállate! - Tania... - ¡No! No me dijisteis nada del ataque a Ariadne y... Y al principio me enfadé y me sentí culpable y, bueno, aún me siento culpable, pero... ¿Sabes qué? Que lo entiendo, entiendo por qué no me dijisteis nada. Entiendo por qué mi padre y tú me ocultasteis la verdad sobre mi madre. De hecho, entiendo por qué últimamente decepciono a todo el mundo, incluida a mí misma. ¡Porque no soy como ella! No soy mi madre, no me parezco lo más mínimo. Álvaro se puso en pie, acercándose lentamente, alargando una mano con cuidado para intentar sujetarla, pero Tania se echó hacia atrás por mero instinto. - Eso no es verdad, Tania. - ¡Sí, sí que lo es! ¡Me da igual la verdad! ¡No me importa por qué la mataron! ¡Ni siquiera quiero saberlo! Ya no...- se le escapaban lágrimas de los ojos, temblaba de pies a cabeza y sentía que la sangre le bombeaba por toda la cabeza.- Antes creía que podría hacerlo, que estaba preparada para dejar de comportarme así, pero... No puedo. No soy una ladrona, no quiero ser


una ladrona. De hecho, soy una persona horrible porque mi mayor miedo es convertirme en mi mejor amiga. - Escúchame, Tania. Tienes miedo, eso es todo, pero... La chica negó con la cabeza, intentando contener las lágrimas en vano, lo que era peor, pues sentía como si una batalla campal estuviera teniendo lugar en su interior. Era muy agobiante. Antes de que pudiera darse cuenta, Álvaro había cruzado los metros que les separaban y la estaba abrazando, pero Tania no soportó el cálido contacto. Fue como si una fuerza extraña la poseyera, compeliéndola a actuar de una manera que no acostumbraba, o al menos eso fue lo que creyó al ser consciente de que estaba empujando a su tío para alejarlo de ella. Lo miró un instante, después salió corriendo. - ¡Tania! ¡TANIA! Se detuvo al llegar al piso de los dormitorios, pero después reemprendió la carrera para continuar hasta alcanzar el ala de las habitaciones de los chicos. No pensaba, simplemente actuaba y ni siquiera sabía qué guiaba sus pasos, tan solo que tenía que seguir corriendo. Frenó ante una puerta y se quedó ahí quieta con lágrimas sobre las mejillas y con los ojos escociéndole, por lo que podía imaginar que los tenía rojos, hinchados y... Bueno, a decir verdad, creía que toda ella ofrecería un aspecto lamentable. Se pasó el dorso de la mano por la cara en un desesperado intento por adecentarse un poco, pero algo le decía que ni con esas lo lograría. Caprichos del destino, en aquel preciso momento la puerta de la habitación se abrió, dando lugar a un joven de castaño cabello en punta y ojos grises. - ¿Vienes a gritarme por algo más...? ¿Tania? - P-perdona... Yo... L-lo siento mucho... - Tania, ¿qué ocurre? Rubén se había quedado lívido al verla, lo que acentuaba todavía más su preocupación, pero aún así Tania se sintió un poco mejor. No sabía qué le ocurría con Rubén, pero sólo con verle se sentía más calmada, incluso protegida... ¡¿Pero en qué narices estaba pensando?! ¿Por qué estaba pensando en Rubén? ¡No podía pensar en Rubén! Una vez más, volvió a salir corriendo, aunque en aquella ocasión huir no fue tan fácil, pues el chico la persiguió. Por eso, Tania acabó refugiándose en la habitación de Jero. Tampoco pensó aquello, sólo sabía que Jero la consolaría, la haría sentirse mejor con sus amables palabras, sus gestos y sus sonrisas. De hecho, le daba igual que Jero descubriera que Rubén estaba al otro lado de la puerta, sólo quería verle. Pero la habitación de los chicos estaba completamente vacía.


- ¡Tania! Oye... ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? - preguntó Rubén desde el pasillo. - Sí. Estoy bien. - Pero si estás llorando. Déjame pasar, anda - suavizó su tono de voz, por lo que la chica estuvo a punto de derretirse, pero se mantuvo firme.- Tania, te prometo que sólo quiero ayudarte. Por favor, déjame entrar. Sé que estás con Jero, lo sé y yo le respeto. No haré nada, no pasará nada, pero... Por favor, Tania, por favor. Estás llorando, déjame ayudarte. La chica contempló la habitación: la parte de Jero un poco desordenada, la de Deker convertida en un auténtico desastre... Pero ni rastro de ninguno de ellos. ¿Por qué no estaban cuando ella los necesitaba? - Me estoy asustando, Tania. Por favor... Me angustia pensar que estás llorando. Suspiró. Se mordió el labio inferior. ¿Para qué se empeñaba en apoyarse contra la puerta? ¿Para qué rechazar la única ayuda que tenía? ¿Por qué no dejar que la única persona que de veras le consolaba pudiera verla? Se apartó de la puerta lo suficiente para abrirla un momento, el tiempo suficiente para que Rubén entrara. Nada más hacerlo, el joven le retiró el rubio cabello de la cara con un gesto que denotaba cariño, que le decía que se preocupaba por ella más que la retahíla de palabras que acababa de escuchar. - Jero no está. No sé dónde está Jero. - Ahora le buscamos. Tania asintió, quedándose inmóvil, mientras Rubén la rodeaba con sus fibrosos brazos, estrechándola un poco. Cerró los ojos y se abandonó a su abrazo, sintiendo que el tiempo se detenía a su alrededor. - Creo que tienes una carta. - ¿Qué? Al separarse, Rubén le señaló con una mirada, un folio doblado en tres que había sobre la almohada de Jero. ¿Cómo no lo había visto antes? Volvió a secarse las lágrimas para acercarse a la cama, donde se dejó caer, cogiendo la hoja de papel manuscrita. Tania, No sé cuánto tardarás en descubrir esta carta. Últimamente estás un poco ausente, con las investigaciones, con tus amigos, conmigo... No creas que es un reproche, no lo es. Sólo quiero que sepas que yo te conozco. Puede que tú no lo creas, pero sé qué pasa por tu rubia cabecita. Por eso, sé que tú también estás asustada: temes parecerte a Ariadne, acabar como ella; temes descubrir que tu madre no es


la madre que creías que era; temes decepcionar a todo el mundo, a tu padre, a tu tío, a nosotros, al recuerdo de tu madre... Sé lo que es todo eso. Cada día temo decepcionarte, no ser suficiente para ti. Me da miedo no poder ayudaros, no ser nadie, sólo el graciosillo de Jero, el tonto de Jero que es muy bueno y muy gracioso, pero que no sirve para nada más. Por eso, quiero que sepas que puedes confiar en mí, puedes contarme lo que sea. Y, por eso, espero que me entiendas. Puede que antes sólo fuera el tonto de Jero, pero ya no. No puedo hablar en tropecientos idiomas, ni puedo organizar un robo perfecto en cinco minutos, pero sí que puedo ayudar, puedo ser útil. Ahora mismo, sé que me necesitas a tu lado, que necesitas a alguien que te consuele cuando dejes de negar todo, pero... No creas que no quiero estar ahí, que no te considero importante porque no es así. Eres lo mejor que me ha pasado nunca, Tania, mi mejor amiga, mi novia, mi todo. Vale, sé que no es poético ni bonito ni romántico, pero no sé decirlo mejor. Lo siento mucho, de momento no puedo decirlo mejor, pero estoy leyendo mucho, así que algún día espero ser capaz de hablar como los protagonistas de las novelas románticas que lees. Lo que quiero decir es que están pasando cosas, cosas muy importantes, de las que dependen vidas y todo eso. Ya sabes como es todo esto de los Objetos y, bueno, no sé si me creerás. Lo espero, eso sí. Pero soy importante en todo eso, así que tengo que irme y ayudar a nuestros amigos. Y toda esta difamación (¿se dice así?) es porque si no te he dicho nada, si no te he pedido que me acompañaras, es porque sé que no estás preparada. No quiero obligarte a nada, no cuando está claro que no puedes hacerlo, por eso prefiero que estés a salvo y no sufriendo al verte envuelta en todo esto. Te quiero mucho, muchísimo, Jero.


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