En blanco y negro: Capítulo 33

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Capítulo 33 Tan lejos, tan cerca En el camino hacia su habitación, Jero siguió apretando la bolsa de hielo contra su ojo, esperando que éste no se hinchara mucho. Si no era así, al menos podría fardar de haberse metido en una pelea con Deker Sterling, al que muchos consideraban uno de los chicos malos del Bécquer. Seguro que conseguiría los cinco minutos de fama que, según había dado en filosofía, algún famoso dijo que todo el mundo tenía. Al subir las escaleras, remoloneando, vio entre sus compañeros a Tania. Alzó la mano para llamar la atención, pero su novia ni siquiera posó sus ojos sobre él. Sencillamente no le vio. Aquello, debía admitir, era un duro golpe. A pesar de la herida, disculpó a la chica, pues Jero sabía mejor que nadie la de presiones que Tania estaba sufriendo; muchas eran auto-impuestas, pero, aún así, no quería ser una de sus cadenas. Por eso, fue hasta su dormitorio donde se dejó caer en su propia cama, suspirando. Si Tania quería verle, sabría donde encontrarle, era todo lo que podía hacer por ella en aquel momento.

¿Por qué te siento tan lejana si estás tan cerca? No quería deprimirse al pensar en la distancia que sentía con respecto a Tania, así que cogió el libro que le había dejado Deker y volvió a la lectura. Era una especie de diario que había escrito una de sus antepasadas, aunque no terminaba de quedarle claro, por lo que su amigo había acabado dibujándole un árbol genealógico y, así, evitar sus preguntas. En aquel diario aparecía la información que los Benavente habían ido recopilando durante casi toda una vida o, al menos, eso le parecía al tener en cuenta la fecha de cada fragmento. Estaba claro que era de ahí de donde Deker había sacado todo lo que sabía sobre las Damas: el poder que tenía cada una, el ritual para llamar a la quinta, que era la que había salvado a los dos miembros más jóvenes de la familia Romanov... Estaba leyendo más divagaciones sobre el ritual del último diamante y sobre el poder que podían ofrecer las cinco piedras preciosas reunidas, cuando algo le sorprendió: de una anotación a otra, la caligrafía había cambiado bruscamente.

21 de Enero de 1952


Esta anotación será breve. Queriendo profundizar en nuestros conocimientos acerca de las cuatro Damas, mi amada esposa y yo hemos recorrido casi todo el mundo utilizando el poder de la familia Benavente. Desde que comenzamos con la investigación, ella ha mantenido la teoría de que el poder de las cuatro Damas unido, conseguiría resolver el secreto, hallar el camino a lo que ella cree que es la solución que tanto tiempo anhelamos. Por eso, llevamos años tras la pista de Alexéi, el más peligroso y oculto de los diamantes que Rasputín creó, el más poderoso, el que salvó la vida del último zarévich y su hermana, la gran duquesa Anastasia. Sin embargo, en esta madrugada del veintiuno de enero, sólo puedo decir que la desgracia y la desesperanza se han adueñado de mí. Quizás las miles de historias y leyendas que hemos leído a lo largo de los años tenían razón y El diamante está maldito. Sólo así puedo explicar lo que ocurrió anoche. Anoche, nos disponíamos a perpetrar el ritual de invocación de El diamante, lo teníamos todo preparado, pero fuimos asaltados. Decidimos llevarlo a cabo en una vieja fábrica abandonada, en ruinas desde la guerra, un lugar solitario donde no haríamos daño a nadie. Era un completo secreto, sólo nosotros dos lo sabíamos. Incluso le contamos a mi familia que íbamos a ir al teatro para que cuidaran de los niños, pues nuestra empresa, aunque noble, también era egoísta. Todo parecía perfecto. El ritual hasta parecía funcionar. Pero, entonces, algo ocurrió. Cuatro personas irrumpieron en la fábrica abandonada, cuatro desconocidos que intentaron detenernos. A día de hoy no sé qué pasó. No logro entenderlo. Sólo recuerdo a los desconocidos y, sobre todo, aquella luz brillantes y cegadora que consumió por completo a mi mujer y que no me dejó ni siquiera su cuerpo para poder darle sagrada sepultura. Por eso, a partir de hoy, la investigación sobre las Damas se cerrará. Ya no me importan más, no después de costarme la vida de lo que más he amado. Por lo que a mí respecta, las Damas están malditas. Demasiada sangre y oscuridad las rodean, por lo que considero que ningún ser debería perseguirlas y, mucho menos, desearlas. ¡Madre del amor hermoso! ¡Madre del amor hermoso! 2


Jero, sintiendo que sus manos temblaban como nunca antes, colocó una marca en aquella página del libro y se abalanzó casi como un loco sobre su cuaderno de matemáticas. Pasó las hojas hasta llegar al final, que era donde Deker le había dibujado un árbol genealógico de su familia para que pudiera aclararse un poco. En aquella especie de diario, se habían cuidado mucho de no escribir ningún nombre o referencia sobre la familia Benavente, pero sí que estaba fechado, así que sólo tuvo que ir mirando los años de nacimiento hasta encontrar al matrimonio que encajaba.

Inés Madorrán (28-05-1924, 20-01-1952) Guillermo Benavente (17-04-1922, 4-10-1981)

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Aquel matrimonio había tenido dos hijos, Rodolfo y Alejandra, siendo el mayor de ellos el abuelo de Deker y actual patriarca de la familia Benavente. Mientras miraba los dos nombres, Jero se convenció de que su teoría era correcta: era como si todo encajara y tuviera sentido. Corrió raudo a llamar a su amigo porque sentía que la información que había descubierto era importante. Al fin y al cabo, nadie sabía exactamente por qué los Benavente odiaban a los ladrones más que a ningún otro clan, salvo, quizás, él. Pero lo importante era que, según sospechaba, el origen de la rivalidad no estaba basado en un hecho real, sino en algo que habían malinterpretado. Deker no le respondía. Seguía intentando contactar con él, mientras se dirigía a la habitación de Ariadne, ya que tenía que comentarle su descubrimiento. Sin embargo, acababa de girar por el pasillo para alcanzar la puerta, cuando vio que Álvaro, el profesor Murray y Barbarella se dirigían hacia el dormitorio con tanta urgencia que ni siquiera repararon en él. El portazo le sobresaltó, sobre todo porque fue lo que despertó su intuición. Se quedó donde estaba, quieto, cruzando los dedos para que sus sospechas no fueran ciertas aquella vez. Sin embargo, poco después el profesor Murray salió despedido, dejando la puerta abierta tras él. Jero sólo tuvo que asomarse para ver que, por desgracia, tenía razón. La habitación vacía, la desesperación de la cara de Álvaro... Ariadne había desaparecido, pero... ¿Había huido o...? ¿Pero qué estaba pensando? ¿Cómo podía siquiera planteárselo? Ariadne no huiría. Nunca. Sabía que, aunque lo deseara con todo su corazón, no les abandonaría, ni se olvidaría de sus responsabilidades. Sólo había una explicación posible: la habían secuestrado. Ahora sí que tenía que contactar con Deker. Regresó a su dormitorio corriendo, sin dejar de llamar al móvil de Deker, aunque en ningún momento logró hablar con él. De hecho, estaba casi seguro de que su amigo estaría conduciendo a toda velocidad mientras escuchaba la música tan alta que ocultaría el sonido del teléfono móvil.

¡Un momento! Va a ver a su amiga. Entonces, si la llamo, podría avisarle. Jero, eres un genio. Una de las cosas buenas de que su mejor amigo fuera un raro que apenas usaba el móvil, era que tenía una agenda con los números de sus amigos apuntados. Sólo tendría que encontrar a la chica en cuestión, lo que no sería tan difícil, ya que Deker no era precisamente sociable; sin contarles a ellos, ¿cuántos amigos tendría? ¿Tres? 4


Logró encontrar la agenda entre los libros de texto y fue cuando su brillante plan se fue al garete, ya que, contra todo pronóstico, Deker tenía muchas amigas. Pero muchas.

Venga, Jero, no te rindas. ¡Piensa en algo! Te ha dicho cómo se llamaba, ¡así que recuerda el nombre! Recuerdo que me ha hecho gracia y Deker no ha entendido por qué, así que no ha sido nada cultural o friki, sino... ¡Mandarinas! Claro, es lo que le has dicho: tienes una novia que se llama como las mandarinas, qué glamour. ¡Clementina! En la agenda sólo había una Clementine, así que debía de ser ella. Marcó el dichoso número hasta encontrarse con la dulce voz de una chica. - ¿Clementine? - Oui. - Me llamo Jero, soy un amigo de Deker. Me gustaría hablar con... La chica le colgó, por lo que Jero primero contempló el teléfono con sorpresa y, después, tuvo unas ganas terribles de tirarlo contra la pared. No obstante, no sería algo útil, así que se dejó caer en su cama, obligándose a calmarse para poder pensar en algo. Fue en ese preciso momento cuando se dio cuenta de que nadie había ido a buscarle para decirle lo de Ariadne, lo que no le extrañó. Seguramente los adultos querrían protegerles de algo así, impedir que hicieran alguna locura... Se preguntó si Tania sabría la verdad. Si era así, ella no había acudido a él; si no lo era... Bueno, tampoco había ido a buscarle. Llevaba todo el día más distanciada de lo habitual y una parte de él temía que se debiera a que le había ocurrido algo con Rubén; quizás un acercamiento... Cerró los ojos, esforzándose en mantener a Rubén lejos de su relación con Tania, aunque cada vez era más difícil hacerlo. Su móvil le salvó de meterse en un jardín del que le costaría salir. Deseó con todas sus fuerzas que fuera Deker. Miró la pantalla del viejo Nokia que seguía usando para descubrir que se trataba de un mensaje de texto, que le había enviado Clementine.

No dejes que tu novio vaya a ver a esa chica, párale. J, es por su bien. Joder, a estas horas y esta muchacha ya va pedo... Fue a borrar el mensaje, pero en el último momento se detuvo, dejando el dedo sobre la tecla correcta, pero sin llegar a tocarla. El mensaje decía "J", que era la inicial de su nombre, el cual acababa de decirle tras informarle de que era amigo de Deker. ¿Sería casualidad? 5


Podía haberse equivocado si lo tenía en la agenda, pero... Ni siquiera se conocían, ¿cómo iba a tener su número guardado? ¿Y si no se había equivocado? ¿Y si era una especie de mensaje codificado por algún motivo? Sí, aquella idea parecía sacada de una película de James Bond, pero dado el giro que había dado su vida en los últimos meses, no le parecía una completa locura. Para cerciorarse, decidió enviarle otro mensaje:

¿Estás segura? ¿Hablamos? Jero. Tuvo que esperar, sentado en la cama y aferrado al teléfono con ambas manos, durante un par de minutos que se le hicieron más eternos que cuando esperaba a que terminara un examen del que no conocía las respuestas. Al final, Clementine le respondió con otro SMS:

Hazlo o te arrepentirás. Reunión familiar, no puedo hablar. Definitivamente estaba sucediendo algo muy raro. No sabía qué estaba pasando, tan solo que Clementine le había aconsejado que detuviera a Deker. ¿No querría que sus padres conocieran a Deker? Pero, entonces, ¿por qué tanto misterio? Al menos que... ¿Y si la reunión no era la de su familia, sino la de Deker? ¿Y si su amigo se dirigía hacia una especie de trampa y por eso la chica estaba siendo tan misteriosa? Tenía que ser eso. En un primer momento, quiso advertir a Álvaro, pero recordó que ya estaban muy ocupados con la ausencia de Ariadne, así que decidió detener a Deker él solo. A toda velocidad, se cambió el uniforme del Bécquer por unos vaqueros, una sudadera y su anorak, además de escribirle unas cuantas líneas a Tania para explicarle la situación. En cuanto terminó de escribir la carta, la dobló y la colocó sobre la almohada de su cama, pues sabía que tarde o temprano la chica iría a buscarle. Seguía siendo la hora de comer, así que todo el mundo estaría en el comedor. Aquello jugaba a su favor, ya que no tuvo ningún problema a la hora de entrar en la habitación de Rubén sin ser visto para cogerle las llaves de la moto. El domingo había llegado en ella, en aquella moto que se había comprado hacía poco más de un año y que habían aprendido a manejar juntos... Cuando todavía eran amigos. No le gustaba tener que cogerla prestada de aquel modo, pero no tenía tiempo que perder. Por eso, se escabulló del internado con rapidez para ir a la zona hundida donde Rubén siempre escondía su moto, ya que, oficialmente, no estaba permitida en el Bécquer. Ahí estaba, tal y como había imaginado. 6


Hacía meses que no la manejaba, pero se acordaba perfectamente de todas las veces que se habían saltado las clases, los findes en el pueblo, cada una de las caídas hasta que le cogió el tranquillo. Recordaba todo como si no hubiera pasado el tiempo. Se puso el casco, sacó la moto de la cavidad y se subió en ella, sintiendo una sensación muy familiar. Entonces se colocó en la posición adecuada, alzó el pie para arrancarla y se quedó quieto un instante; en ese momento, miró por encima de su hombro al impresionante edificio que estaba a punto de dejar atrás. Tania estaba ahí. Rubén estaba ahí también. Los dos tan cercanos y tan lejanos de él, tan cercanos y tan lejanos entre sí mismos... Eso le aterraba, ¿y si algo cambiaba en su ausencia? ¿Y si sus miradas se cruzaban como por arte de magia? ¿Y si volvía a suceder algo para que acabaran juntos? Agitó la cabeza, alejando sus propios temores. Confiaba en Tania, sabía que ella le quería, podía verlo en su mirada, lo había visto en sus acciones. No, no debía tener miedo por ella. Bastante más seguro, pateó el acelerador y la moto rugió.

 - Jero... Jero se ha ido... Las palabras de Tania hicieron que el corazón de Rubén diera un vuelco. Lo primero en lo que pensó fue que, por lo tanto, Tania estaría sola y tendría el camino despejado; después, la deseó tanto que creyó volverse loco; al final, se sintió la peor persona del universo. Todo ello en poco más de uno o dos segundos. Logró recuperarse al ver a la chica, al notar su sorpresa y su miedo. Tenía que ser fuerte, tenía que ser un apoyo para ella porque, aquella más que ninguna otra vez, Tania le necesitaba. Por eso, se mostró calmado al acercarse a ella. - ¿Cómo que se ha ido? Como toda respuesta, Tania le tendió la hoja de papel, antes de dejarse caer sobre la cama como si ya no le quedaran fuerzas para nada. Agachó un poco la cabeza, así que la larga cortina de rubio cabello se escurrió sobre los hombros, ocultándole el rostro. Se sintió raro leyendo la carta de Jero. Era como si se estuviera entrometiendo entre la pareja, como si estuviera leyendo un diario íntimo, algo que no debía hacer. Sin embargo, llegó hasta el final y comprendió la situación. Suspiró, dejando el folio en el escritorio antes de ponerse en cuclillas frente a Tania, que seguía callada.

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- Tania... - Hasta mi novio cree que soy una inútil. La miró un momento. Apenas podía verle los ojos debido a que el flequillo casi se los cubría por completo. Además, a ambos lados del rostro le caía el rubio cabello, ondulándose un poco, tan brillante, tan sedoso y espeso... Podía recordar su tacto, le estaba embriagando el olor a melocotón que desprendía... Con cierta torpeza, aunque con decisión, hundió las manos en aquella cascada dorada y se lo echó hacia atrás para ver su cara. - Así mejor - sonrió brevemente, haciendo una breve pausa.- Tania, no eres una inútil. Y Jero lo sabe, lo sabe mejor que tú y que yo. De hecho, creo que Jero es el único que se ha dado cuenta del calvario que estás pasando. Por eso, te ha dejado aquí, en un lugar seguro donde estarás bien, para que te aclares. - ¿Y si le ocurre algo malo? ¿Y si...? ¿Y si le pierdo? - Eso no pasará. - ¿Cómo lo sabes? - Porque es Jero - se encogió de hombros, sonriéndole.- La gente se cree que Jero es tonto o pusilánime o un pardillo. Pero no es verdad, él no es así. Es inteligente, es capaz, es... Es muy intuitivo, él sabe mejor que nadie cómo somos los demás. - Es verdad - Tania, por fin, sonrió un poco.- Siempre se da cuenta de cosas que, para mí, pasan desapercibidas como que... No sé, que fulanito y menganita se gustan o... Tania había alzado la mirada. De repente, los bonitos ojos castaños de la chica habían coincidido con los suyos. No era la primera vez, ni mucho menos. Aunque él no lo quisiera, aunque no se daba cuenta, sus miradas se cruzaban constantemente. No obstante, era la primera vez que lo hacían tan cerca y de aquella manera tan íntima, tan intensa. - Siempre estás tú - musitó. - ¿Eh? - se extrañó él. - Cada vez que me acerco al abismo, cada vez que creo que voy a caer, apareces tú como por arte de magia y me sujetas. Cuando me encuentro mal, siempre estás tú. Cuando estuve por primera vez en mi casa tras el secuestro de mi padre, cuando apuñalaron a Jero, ahora mismo... Siempre estás tú. Se quedaron en silencio. Los dos lo sabían: había tantas cosas por decir, querían decirse tantas otras... Pero no podían, les era imposible.

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Al final, fue Rubén quien se sobrepuso, aunque seguía sintiéndose una persona débil e hipócrita, pues cada fibra de su ser le pedía que hiciera lo mismo que hizo Jero en su día y que les costó su amistad: besar a su novia, hacerle en amor hasta desfallecer. Pero era algo que no podía hacer, ya no tanto por principios, sino porque no podía romperle el corazón a Jero. - Siempre estaré ahí para cogerte, Tania. Siempre que lo necesites. La interpelada colocó un dedo sobre sus labios, agitando la cabeza de un lado a otro, dándole a entender que ella también conocía la situación y que no hacía falta decir nada.

 Acababa de llegar a Madrid. Estaba nervioso al no haber visto a Deker de camino ahí y había contado con encontrarlo antes de alcanzar la ciudad. Se detuvo en cuanto le fue posible y aparcó la moto junto a una acera, quedándose encima de ella, mientras sacaba el teléfono móvil. No tenía ni idea de dónde había quedado su amigo con Clementina, así que tendría que llamar a la chica, a ver si le ayudaba...

Hostia, qué casualidad. Pues, en aquel preciso momento, alguien le estaba llamando y el nombre que apareció en la pantalla de su teléfono móvil fue el de la chica. Pulsó la tecla para aceptar la llamada y se llevó el aparato al oído, escuchando una serie de palabras que no entendía; no obstante, la voz era demasiado expresiva como para que supiera que Clementina estaba al borde de la histeria. - P-perdona... Oye, Clementina... No hablo francés. Se me da mejor que el inglés, pero suelo suspender los listening... Vamos, lo de escuchar, no sé si me entiendes... - ¡No le has encontrado! - exclamó con un marcado acento francés. - De momento no... - Sacre bleu! Ven a la Castellana. La chica colgó y Jero se asustó: aunque cargada de reproches, su voz era débil, muy irregular, lo que no podía significar nada bueno. Volvió a arrancar la moto y cruzó las calles de Madrid hasta alcanzar su destino. Por suerte, había pasado muchísimos días recorriendo la ciudad junto a Tania, así que, más o menos, se las apañó para conducir hasta ahí, aunque tuvo que preguntar alguna que otra vez, pues no era lo mismo ir a pie que en moto. Cuando llegó a la Castellana, no había ni frenado cuando una chica corrió hacia él con una melena pelirroja ondeando al viento. Antes de que Jero pudiera darse cuenta, la joven se había acomodado detrás de él y, con firmeza, se aferró a su cintura.

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- Vamos lejos de aquí, s'il vous plaît... - Como usted ordene - masculló. Jero estaba molesto. Aquella muchacha no dejaba de darle órdenes, como si él fuera su sirviente, pero además ni siquiera se molestaba en explicarle nada. Sólo mandaba y mandaba y él obedecía porque creía que era lo mejor, pero... Al menos ella podía ser más agradable. Tuvo que detenerse una vez más poco después, cuando Clementina así lo consideró y, tras aparcar la moto, le arrastró hasta una plaza, que Jero no reconoció. Aunque, con un mero vistazo, descubrió que detrás de ellos se encontraba el museo Reina Sofía en lo alto de unos escalones. No tuvo mucho tiempo para examinar el resto, pues la chica había comenzado a temblar y a fulminarle con la mirada. - ¡Eres un inepto! ¡Con! ¡Idiot! ¡Imbécile! ¡Espèce de connard! ¡Trou du cul! - ¡Eh, eso ha sonado a culo! Bueno, todo ha sonado fatal... La chica se abalanzó sobre él, mirándole con tal odio que Jero se sorprendió de no acabar reducido a cenizas, aunque pudo reaccionar a tiempo y sujetarle las manos. Los dos acabaron forcejeando durante unos instantes, convirtiéndose en el objetivo de algunos curiosos que había por ahí. Jero los ignoró y, de alguna manera, logró rodear a Clementina y envolverla con sus brazos para pararla. Durante unos instantes se revolvió como una loca, pero acabó quedándose muy quieta y, de pronto, la escuchó sollozar. Frente al museo, en el nivel de la plaza, había un largo banco que llegaba hasta una serie de escalerillas. Arrastró a Clementina hasta ahí, obligándola a sentarse, para colocarse en cuclillas frente a ella. Fue entonces cuando descubrió que lloraba desconsoladamente, así que se tragó todo lo que sentía y le sostuvo las manos. - Se lo han llevado... Snif, snif - temblaba de pies a cabeza; estaba tan alterada que, de vez en cuando, parecía que sorbía por la nariz y que cogía aire por la boca.- Y ha sido culpa mía... Y no has podido evitarlo... Y se lo han llevado. Oh... ¿Qué le harán? - ¿Se han llevado a Deker? - preguntó, con un hilo de voz. Ella asintió con un gesto, seguía teniendo los ojos llenos de lágrimas.- ¿Ha sido su familia? - Oui. - ¿Pero por qué? - ¡No lo sé! Vinieron a verme. Mi... Mi padre es amigo de Calvin Sterling, bueno... Creo que es amigo de la familia...- agitó la cabeza y se mordió el labio inferior.- Me dijeron que tenía que venir aquí, que llamara a Deker y le citara, que él vendría a verme y entonces...- se puso a hipar, por lo que Jero se sentó a su lado y, torpemente, le pasó un brazo por los hombros.- Yo no 10


quería. De verdad, pero... Me obligaron. Amenazaron con torturarme y yo... Tuve mucho miedo, no quería que me pegaran o algo así... Y me quitaron el teléfono y lo vigilaban todo... - Pero contactaste conmigo. - Les hice creer que eras una amiga, que debía mandarte al menos un mensaje para que nadie sospechara que pasaba algo y... Bueno, revisaban mis mensajes, no sabía si lo entenderías, pero... Da igual, no llegaste a tiempo. La muchacha se reclinó en él, llorando todavía más. Fue entonces, en ese preciso momento, cuando se fijó en ella. Era pequeña, más baja incluso que él, de curvas poco pronunciadas, pero era terriblemente hermosa. De larga melena de un rojo brillante, que le caía por la espalda en mechones desordenados; piel nacarada, sin ningún tipo de marca o lunar en ella, a excepción de uno pequeño junto a la ceja derecha; sus ojos eran de un intenso azul claro que cambiaba, como el color del mar. - Entonces tendremos que encontrarle. - ¿Pardon? - A Deker. Vamos a encontrarle. Tú y yo. ¿Sabes a dónde se lo han llevado? - Clementina negó con la cabeza, aunque parecía más calmada.- Mmm, de acuerdo. Pensemos. ¿Por qué te pidieron a ti que le llamaras precisamente ahora? - Oí decir al señor Sterling que era el momento propicio, que Deker estaría vulnerable, que... ¿Cómo era? Algo como que Deker era débil y la situación lo hacía todavía más. Jero recordó aquella escena que le había cortado el aliento: la de su mejor amigo tan destrozado que no dudó en arrasar la habitación de Erika Cremonte. Tenía que ser eso. Claro, todo tenía que estar relacionado: la desaparición de Ariadne, la de Deker, las dos en ese preciso momento... Todo tenía que estar unido... - Tiene sentido - murmuró entonces. - ¿Jego? - Si hubiera algo que no harías jamás de los jamases, ¿por qué lo harías? - No sé...- reconoció Clementina, apretando un instante sus carnosos labios rosados.- Por algo que no pudiera controlar, supongo. El miedo, quizás... O por amor... Por las dos. Amar conlleva temer - reflexionó, entrecerrando un poco los ojos hasta que, al final, los abrió.- Oh... - Por salvar a alguien a quien quieras - asintió él. La chica le miró maravillada, lo que le llevó a sonrojarse un poco, ya que no era algo a lo que estuviese acostumbrado. Para intentar acabar con ese rubor, le dio vueltas a aquello hasta que, al final, comprendió cómo encajaban las piezas. - Erika, claro... 11


- ¿Jego? Vuelves a decir palabras que para mí no tienen sentido. - Hay una chica, Erika, que disparó a una amiga mía, Ariadne... - Vaya colegio más raro el tuyo. - La cuestión es que cuando Erika disparó a Ariadne, Deker estaba delante y no reaccionó demasiado bien, se puso histérico. Erika es la única que pudo decirle a la familia de Deker, que Ariadne era importante para él y vice... cive... ¡Al revés! - Así que ella puede saber dónde está. - La cuestión es que no sé dónde narices está Erika - resopló, pasándose una mano por el pelo, sintiéndose de pronto como un globo desinflado, ¡lo había tenido tan cerca! - Cuando era pequeña, mis padres estaban siempre muy ocupados - relató Clementina con voz un poco ausente, mirando la plaza que tenía a su alrededor.- Me crié entre niñeras y, cuando fui algo mayor, gracias a mis notas, logré ingresar en un prestigioso internado británico. Mis padres lo consideraron adecuado, pasar un año en Inglaterra era una forma de practicar el idioma. Fue así como conocí a Deker. Era un año mayor que yo, pero repetía por primera vez. - Clementina, no sé a dónde quieres ir a parar. - Cuando tenía diez años, mis padres decidieron llevarme consigo a uno de sus viajes, a veces lo hacían, cuando yo tenía vacaciones. Nunca me hacían demasiado caso, tenían que trabajar o alguna reunión importante... La cuestión es que en ese viaje vinimos aquí, a Madrid, y coincidió con mi cumpleaños y lo celebramos como una familia. Por primera y única vez. Estuvimos los tres solos, paseamos, comimos juntos y... Visitamos ese museo, el Reina Sofía. >>Por ese recuerdo, por esa imagen de familia perfecta y feliz al hacernos una foto en esta plaza, aquí me siento segura. Y por eso te he arrastrado hasta aquí, porque estaba asustada, me sentía mal y... Sólo quería sentirme segura. La muchacha se volvió hacia él, clavando sus azules ojos en él. - A ver si te he entendido bien: dices que cuando uno tiene miedo y tal, quiere estar en un lugar donde se sienta seguro... ¿No? - Así es. - Entonces creo que sé dónde está Erika.

 Había tantas cosas que cruzaban su mente. Sin embargo, en cuanto su mirada se fundió con la de Rubén, el caos desapareció para dar lugar a una calma que hacía muchísimo que no había experimentado. Era como si pasara de estar

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en un infierno, a, de repente, estar en un lago de aguas tranquilas y cristalinas, rodeado de árboles y flores de brillantes colores, incluso con algún tímido ciervo que otro. Quizás se debió a que, por fin, estaba en paz consigo misma, al menos un segundo, lo suficiente como para verse reflejada en el gris de los ojos de Rubén. De algún modo, fue como ver todo lo bueno en ella, como recordar que era algo más que miedos, inseguridad y ansiedad. Era mucho más. Álvaro se lo había dicho, era la hija de Elena Fitzpatrick, la hija de una ladrona; Jero se lo había dicho, era su novia, su todo, era alguien a quien la persona más maravillosa del mundo quería; Rubén se lo había dicho: con palabras le había dicho que no era una inútil, con una mirada que era valiente, que podía actuar. Era mucho más. Además, ¿cómo iba a poder mirar a Jero a la cara si, mientras él se arriesgaba para ayudar, ella permanecía lloriqueando por las esquinas? Tenía que actuar, tenía que convertirse en una persona fuerte, una persona en la que los demás podían confiar, una persona a la que no protegería media humanidad, una persona que podía escuchar la verdad sin sufrir un ataque. Miró a Rubén una vez más. Dolía tenerlo tan cerca. Por un momento, imaginó que alargaba las manos y le acariciaba el rostro, después el cuello, luego el pecho para, finalmente, besarle. Dios, anhelaba tanto volver a probar aquellos labios, volver a experimentar su tacto. Entonces la imagen de Jero apareció en sus pensamientos. Jero con sus sonrisas, con su paciencia, con sus besos dulces y sus cómics y sus palabras mal dichas... Jero su novio, al que también quería, el que se había ganado su corazón con paciencia, al que había besado bajo la lluvia. No... No podía hacerle eso, no podía traicionarle con Rubén. - Gracias - murmuró entonces. - ¿Pero por qué? - se extrañó él. - Porque me has recordado quién soy. Se irguió todo lo posible para propinar un beso en la frente de Rubén. Al recobrar su altura normal, sus miradas volvieron a convertirse en una y Tania dejó de respirar, no podía evitarlo, era algo que le sucedía cuando se topaba con aquellos ojos grises. Sin embargo, se puso en pie con normalidad, sintiendo que alguna parte de ella sangraba, pues tampoco podía dejar de recordar la verdad: que Rubén la amaba tanto que se había apartado

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para que tuviera una relación normal, para que fuera feliz. Respiró hondo. No iba a contarle la verdad, iba a fingir que no sabía lo que ocurría para que facilitarle las cosas a Rubén. Por eso, sin medir palabra, abandonó el dormitorio para dirigirse al despacho de su tío Álvaro, pues había llegado el momento de conocer la verdad.

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