En blanco y negro: Capítulo 34

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Capítulo 34 Volverte a ver - ¿Cómo que la has dejado marchar? - preguntó Gerardo y no precisamente en un tono incrédulo o amigable, más bien cabreado y escandalizado.- ¡Por el amor de Dios, Álvaro! ¿Te das cuenta de que estamos metidos en un lío tremendo y estamos aquí perdiendo el tiempo porque eres incapaz de poner firme a una chiquilla? ¡Ariadne ha sido secuestrada por los Benavente, Álvaro! ¡A saber lo que le hacen...! - ¡Ya basta! Para su sorpresa, no fue él quien gritó, acallando al viejo ladrón que, seguramente, estaba tan impresionado como él mismo, ya que había sido Kenneth quien había chillado. Era la primera vez que Kenneth gritaba a Gerardo... ¡Qué narices! Debía de ser la primera vez que le hablaba así a alguien, por lo que Álvaro sonrió un poco.

Estás aprendiendo a defenderte. Bien. - Durante el tiempo que he estado aquí, he comprobado que Álvaro sabe apañárselas muy bien, así que creo que, al menos, le debes confianza. Si no quiere presionar a Tania, lo hace por un motivo. Además, estoy convencido de que es la opción adecuada - insistió el joven.

Y a defenderme a mí... ¡Vaya! - ¡Ahí te equivocas! - contraatacó Gerardo, apoyando ambas manos sobre el escritorio.Lo que está pasando es una mera cuestión de prioridades. Tania es su niña bonita, así que la pone por delante de Ariadne. Claro, tengamos cuidado, no vaya a ser que la princesita se rompa una uña, mientras tanto que la otra sea torturada... Hasta ese preciso momento, había estado soportando los gritos de su antiguo mentor, ya que sabía que estaba tan histérico que se estaba dejando llevar por el pánico. Sin embargo, aquel último comentario fue la gota que colmó el vaso. Avanzó hasta el hombre a toda velocidad, agarrándole de la pechera de la camisa para acercarlo a su rostro. Estaba tan sumamente enfadado que sabía que su cara se había transformado en una máscara de furia. - No pienso permitir que sigas, Gerardo - le advirtió. - ¡Álvaro, detente! - exclamó Kenneth. - Desde que Felipe cayó en coma, Ariadne ha sido mi prioridad - siseó, furioso.- Y no por cumplir mi palabra, sino por ella. Porque la quiero tanto como quiero a Tania. Puede que


conozca a Tania desde antes, pero las dos están en el mismo lugar para mí. Con una diferencia, que Tania no está tan jodida y hecha polvo como Ariadne. Por eso, no me digas que pongo a una delante de la otra porque NO es cierto. Jamás lo haría. - Si hubiera sido al revés, ya tendríamos la sangre de Ariadne... - No voy a permitir que ni tú ni nadie, bajo ninguna circunstancia, hiera a Tania. La pobre chica bastante ha sufrido. Si no está preparada, habrá que esperar, pero no la voy a forzar acercó su rostro al de Gerardo para susurrarle al oído.- Quizás a ti te guste ponernos al límite, pero yo no soy así. Tiraste a Ariadne a un precipicio al comprometerla, yo no haré lo mismo con Tania... Ni con ninguna otra persona a mi cuidado. - Si no la hubiera comprometido, no sería una ladrona y estaría muerta de pena. ¡Lo sabes bien! - le respondió el hombre en el mismo tono.- Fue el mal menor. ¿Te crees que no me siento mal? ¡Claro que sí! Pero, a diferencia de ti, siempre hago lo que tengo que hacer... - Y yo también. Pero intento facilitar las cosas a los demás. - Todos protegéis demasiado a Tania, ¿de verdad crees que le hacéis un favor? La tos seca de Kenneth les hizo detenerse. En un principio, se sintió incómodo porque creía que Kenneth se había molestado por el tema del compromiso; al volverse, sin embargo, comprobó que si los había callado era porque Tania estaba justo a su lado. Aquella chica, su sobrina, estaba un poco pálida, parecía cortada, pero se esforzó en aparentar normalidad: - Siento lo de antes... - No pasa nada - respondió él, haciendo un gesto desdeñoso con la mano. - No estaba preparada... Me asusté... Yo...- Tania parecía apurada, por lo que Álvaro se acercó a ella para colocarle una mano en el hombro, sonriéndole. Aquel gesto la calmó, lo notó en su rostro.- ¿Podríamos hablar ahora? - Claro. ¿Podríais dejarnos solos? - pidió con amabilidad, aunque una parte de él seguía irritado y tenso por la reciente discusión con Gerardo. Lo estaba tanto que estuvo a punto de ignorar un pequeño detalle, una promesa.- Eh, Kenneth, ¿podrías ir a buscar a Valeria? Su amigo asintió antes de desaparecer por la puerta, justo detrás de Gerardo. Al quedarse a solas, Álvaro se dejó caer en su escritorio, pasándose una mano por el pelo, mientras observaba a Tania, que estaba moviéndose sin parar, como jugueteando con sus pies. Era un tic que tenía desde pequeña, en cuanto se ponía nerviosa, no dejaba sus pies quietos. - ¿Estás segura de que quieres que hablemos? - Sí.


- Bien...- echó todo el aire que tenía dentro para, después, volver a cogerlo, preguntándose cómo enfocar aquella conversación.- Tu padre y, también, yo te habremos dicho como un millón de veces que eres especial. - Eso es algo que se dice - sonrió ella con suficiencia. - Bueno, siempre has sido especial para nosotros: eres su hija y, para mí, eres mi sobrina volvió a suspirar, antes de limitarse a soltar sin más lo que ocurría.- Pero lo eres de otras formas. Has sido la única persona hasta la fecha que ha podido abrir La caja de música de Perrault sin caer en coma. También, eras la única que no se veía afectada por La máquina de escribir de Ellery Queen - recordó, encogiéndose de hombros.- Tú misma te has dado cuenta, ¿verdad? Tania asintió con un gesto, humedeciéndose los labios. - Y eso significa que me pasa algo, ¿verdad? Hay algo raro en mí. Tanto su cara como la forma en la que pronunció aquellas palabras, la hicieron parecer una persona a la que se le estaba diagnosticando una enfermedad terminal. Por eso, Álvaro se apresuró en llegar a su lado, sintiéndose la persona más torpe del planeta en aquellas cuestiones.

Ojalá estuviera Mateo aquí, él sabe ser un padre. - ¡Pero no es nada malo! - exclamó para tranquilizarla.- Eres invulnerable a los Objetos, seguramente a la magia. Eso es bueno, quiere decir que no te pueden hacer daño. - No es normal, tío Álvaro. Eso es algo... Raro. Aquella palabra nunca había significado demasiado para él, demasiadas cosas en su vida que él consideraba normales, no lo eran así para los demás. Sin embargo, aquel día, la palabrita de las narices se estaba convirtiendo en un concepto todavía más relativo. - No hay nada de malo en ser raro, Tania. - ¿Y por qué yo? ¿Por qué soy invulnerable? - No lo sé. Tengo algunas teorías, pero... No lo sé - se encogió de hombros; apreció la mirada inquisitiva de la chica, así que volvió a suspirar.- Por el momento y, repito, por el momento, pues es algo que he pensado nada más conocer esta información...- hizo una pausa.Creo que lo heredaste de tu madre. - ¿Mi madre era invulnerable? - No que yo supiera, pero... La asesinaron y a toda su familia. Los erradicaron a todos, bueno, seguimos sin conocer el paradero de Irene, pero... Da igual que esté viva, está tan asustada que se ha escondido tan bien que nadie la encuentra - hizo una mueca, volviendo a encogerse de hombros.- Siempre he creído que la asesinaron por descubrir algo, pero estoy empezando a pensar que, quizás, fue por ser quién era. Pero sólo es una hipótesis. - Entonces... Quizás yo esté en peligro...


- No. Esa información no saldrá de aquí. Te lo prometo. Tania asintió con un gesto, alejándose un poco para caminar por el despacho con aire pensativo; se llevó las manos a la cabeza, enterrándolas en la espesa mata de cabello rubio. Tras unos segundos de paseo, se detuvo para volver a mirarle. - ¿Por qué el profesor Antúnez estaba así? ¿Por qué era urgente que hablaras conmigo? - Hemos descubierto que tu sangre es... La cura de Felipe, lo que le sacará del coma. Se quedó expectante, viendo a la chica reaccionar. Tania, al principio, permaneció muy quieta, parecía impresionada, pero no tardó en llevarse una mano al puño de la camisa para soltar los botones y poder arremangarse. Entonces le tendió el brazo desnudo, cubierto únicamente por un par de pulseras de plata que siempre llevaba. - No perdamos más el tiempo. Vamos, sácame sangre. - Avisaré a Kenneth, él es el doctor... Debía admitir que el impresionado era él, no había imaginado que Tania cooperaría tan deprisa, no tras el ataque de histeria anterior. La chica debió de notar su genuina sorpresa, pues sonrió un poco, lacónica. - Sé lo que es tener a un padre desaparecido. Ya no es porque Ariadne sea mi amiga, sino porque ella hizo lo que pudo por devolverme al mío... Se lo debo de muchas maneras - hizo un gesto con la cabeza.- Además, alguien me ha recordado que puedo ser valiente.

 Todavía usando la moto de Rubén fueron hasta el barrio de Salamanca, donde la familia Cremonte tenía un piso enorme en un lujoso edificio. Nunca había estado ahí, pero tanto Erika como Rubén le habían hablado muchísimo sobre él; por eso, sabía que la chica adoraba ir ahí los viernes para poder pasar el fin de semana de fiesta en Madrid. - Según la guía es el segundo piso de ese edificio - le informó Clementina, que seguía con sus dudas respecto a aquel plan.- ¿Estás seguro de que estará ahí? ¿Y si está en otra de sus casas? Tú mismo has dicho que suele vivir en... - Si conozco a Erika Cremonte y, desgraciadamente, puedo decir que lo hago muy bien, te aseguro que vive en el pueblo, pero los viernes viene a la ciudad. Dejó a su acompañante atrás al entrar en el portal con amplias zancadas. Era una casa tan adinerada que, incluso, seguían teniendo portero, pero Jero lo esquivó con rapidez hasta alcanzar el segundo piso. Llamó al timbre de la puerta, escuchando a sus


espaldas los gritos del portero y las encantadoras disculpas de Clementina; ninguno de los dos tardó en reunirse con él en el rellano. Pero le dio igual, pues justo en ese momento la puerta se abrió para dar paso a una mujer algo rechoncha que llevaba el pelo recogido y un uniforme de doncella. - ¿Podrías decirle a Erika que estoy aquí? La mujer le miró como si no le entendiera, por lo que Jero hizo una mueca, ¿y si no hablaba español? Bueno, tenía el suficiente nivel como para decirlo en inglés, ¿no...? No, no lo tenía. Otra de sus asignaturas pendientes, otra en la que quería mejorar para no volver a pasar por algo así nunca más. - Jego... No sabe quién eres. - Ah, vale, vale. ¿Podrías decirle a Erika que ha venido a visitarla su amigo Jero? - No se moleste, le he oído. Aquella voz tirante restalló como un látigo, provocando que la mujer diera un respingo antes de abandonar la puerta. Fue entonces cuando Erika apareció... Y el corazón de Jero dio un vuelco a pesar de todo. Delante de él había una joven un poco más alta que él, delgada, vestida con unos vaqueros muy ajustados, una camisa blanca y un jersey sin mangas y amplio cuello de rombos rosa pálido y verde. Coronando todo ello el rostro de siempre, con una mirada afilada y orgullosa, que servía para enmascarar el miedo, pero había algo diferente: el largo cabello había dejado de tener aquel tono rubio con alguna mecha más oscura para ser tan negro como la tinta, la tonalidad natural de Erika. Al verla así, los recuerdos acudieron a él, atontándole. Se parecía tanto a la chica que una vez fue su amiga, a aquella versión más joven de Erika que le había enamorado y vuelto loco... Era su Erika, la que había anhelado, a la que había besado y con la que perdió su virginidad; era la chica por la que habría recorrido miles de kilómetros, por la que habría conquistado la luna o se hubiera traicionado a sí mismo, algo que, de hecho, hizo. Al acordarse del gesto dolido de Rubén, regresó a la realidad. Erika no era la chica que había creído, sino alguien que había intentado asesinar a Ariadne. Erika les hizo entrar, aunque no les permitió pasar del recibidor. En cuanto cerró la puerta de la entrada y se cercioró de que su criada no estaba, se volvió hacia él, encarándole con petulancia. - ¿Vienes buscando justicia por la princesita? - Sólo quiero respuestas.


La chica se echó a reír, echando la cabeza levemente hacia atrás, mientras colocaba los dedos en la base del cuello. Después, sonrió con aire malicioso y vanidoso, incluso con suficiencia mal disimulada. Jero tuvo tan claro que se trataba de un papel, de una mísera farsa, que no pudo evitar enfadarse todavía más. - ¿Qué quieres saber? - preguntó, divertida.- ¿Por qué lo hice? ¿Cómo fui capaz? ¡Oh, espera, espera! ¡Ya sé! Quieres saber si duermo por las noches, ¿verdad? - ladeó la cabeza, curvando los labios en una sonrisa angelical.- Pues, tranquilo, Jero, que duermo como un bebé, estupendamente. De hecho, lo único que lamento es que tu amiguita sobreviviera... No pudo soportarlo más. Estaba tan harto de Erika. Primero aguantó su desdén, después soportó el que sólo hablara con él a escondidas, luego el que le ignorara tras que se acostaran, también que le insultara... Era tanto lo que había pasado por alto y que había enterrado en lo más hondo de su ser que, cuando ella presionó la tecla equivocada, salió a borbotones. Nunca se había sentido tan enfadado. Incluso se sentía acalorado, como si en vez de sangre fueran llamas lo que recorría sus venas; también le palpitaba la cabeza y sentía una opresión en el pecho que no sabía bien si era injusticia, rabia, desahogo o una mezcla de todo ello. Encaró a Erika. Lo hizo con tal ímpetu, tan guiado por la cólera, que se olvidó de que él era como era y de que Erika no dejaba de ser una chica de dieciséis años. Por eso, la agarró de los brazos para empotrarla contra la pared. La debió de sorprender tanto que Erika se limitó a mirarle con los ojos muy abiertos, pálida como un fantasma, temblorosa y frágil como una ancianita. - ¿Jero? - logró articular al final. - Cada vez que hablas, cada palabra que pronuncias, haces que quiera vomitar. No puedes ni imaginar el asco que me das, ni siquiera soporto tocarte o mirarte - la soltó, aunque se quedó muy cerca, clavando su iracunda mirada en los ojos de ella.- Me encantaría arrancarme los recuerdos que tengo de ti, sobre todos aquellos de cuando te quería. - Jero...- musitó, dolida. - Y no es por lo que le hiciste a Ariadne, es por mí. Por lo que me hiciste a mí. Yo te quería, seguramente siempre te pareció ridículo, pero yo te quería y lo hacía a pesar de tus defectos... Lo hacía a pesar de que te daba vergüenza estar conmigo porque soy pobre, a pesar de todo... Y tú cogiste todo lo que pudiste de mí y lo volviste en mi contra, incluso lo despreciaste y humillaste.


>>No estoy diciendo que sea un santo, porque no lo soy. Cometí muchos errores, pero yo lo pagué, perdí a mi mejor amigo. Y hay otro "pero". Pero yo lo hice por amor, porque te quería por encima de todas las cosas, pero tú... Tú permitiste que Rubén y yo sufriéramos, tú dejaste que me acostara contigo sólo para hacer daño a Rubén, sólo por una pataleta. Y eso no se hace, no se hace daño a las personas a propósito, sobre todo si esas personas te quieren. >>Todo esto es por mí. Porque te permití que me despreciaras, que te burlaras de mí, que nunca me tomaras por nada. Y no pienso hacerlo más. No me merezco nada de eso y ya no voy a permitir que me pisotees. Hizo una pausa en la que apretó los labios. Luego, mirando a Erika con mayor fiereza, añadió: - Eso era por mí, porque tenía que hacerte frente para olvidarme de ti, porque teníamos cosas que aclarar. Pero lo de ahora es por los demás. Por Rubén, a quien has reducido a... A una persona a la que ya no conozco, a un infeliz que ya no hace chistes, ni sonríe, que parece un fantasma. Por Tania, a la que has torturado y herido, junto a otras muchas personas. Por Ariadne, a quien casi matas, no sin antes haber jodido todo lo posible. Y, sobre todo, por Deker. Ya me quitaste a un amigo, no vas a quitarme a otro. ¿Dónde está? - No lo sé...- murmuró con un hilo de voz. Jero no se movió, ni siquiera volvió a agarrarla del brazo o se acercó a ella, simplemente se limitó a seguir mirándola a los ojos. - ¿A dónde se lo han llevado, Erika? - A... A Londres... A una de las bases, un rascacielos, creo... - Si le dices a alguien que hemos estado aquí, habrá gente que se encargue de ti. La familia de Ariadne no está demasiado contenta contigo y, por suerte, a mí también me aprecian. No tientes la suerte, Erika. Y, sin más, salió de la casa con paso firme y decisivo. Una vez en la calle, tuvo que pararse para echar todo el aire que había contenido en los pulmones, una parte de él quería vomitar. En su lugar, se apoyó en la moto y cerró los ojos, disfrutando del frío aire que le agitaba el cabello, provocando que el flequillo le golpeara la frente como si fuera un látigo. Aunque no podía verla, pues seguía con los ojos cerrados, sabía que Clementina se había reunido con él, que lo observaba. La chica no tardó en decir con tono neutro: - Eso ha sido... - ¿Patético?


Estuvo a punto de soltar una carcajada un poco amarga, como regodeándose en su propio arrebato, en lo que consideraba que había sido un arranque infantil y destructivo. Él, como todo el mundo, tenía su carácter, pero no se sentía cómodo hiriendo a alguien, ni aunque ese alguien fuera Erika Cremonte. - Valiente. Justo. Impresionante - respondió la joven con franqueza. - Eso se llama peloteo, Clementina. - Es Clementine - apuntó, sentándose en la moto, mientras agitaba la cabeza y el rojo cabello se desperdigaba detrás de su rostro. - Y el mío Jero, pero no me quejo cuando lo dices mal. - Touché. Se incorporó, agitando la cabeza para echarse el pelo hacia atrás, aunque el viento llevaba la dirección contraria, así que acabó con los desordenados mechones entorno a su rostro. Se fijó en Clementina, que le miraba con aire risueño. - Voy a ir a Londres, ¿qué vas a hacer tú? - Acompañarte. Por supuesto. Alguien tiene que ser tu intérprete. - Londres. Una pelirroja y un guaperas salvando a alguien - sonrió Jero, subiéndose a la moto y mirando sobre su hombro para poder contemplar a la chica.- Somos Los vengadores. Así que, doctora Peel, agárrese fuerte. Vamos al aeropuerto... Y espero que lleves dinero.

 Anochecía cuando abandonaron el internado. El negro, los azules, púrpuras y algún que otro tono dorado se fundían en un espectáculo sin igual. A Valeria le encantaba mirar el cielo. Desde pequeña se había pasado horas encaramada a su ventana, contemplando las nubes, las estrellas, los colores... Pero aquella noche no se fijó en nada de eso, pues no podía dejar de pensar en él, en Felipe. Uno de sus compañeros, Kenneth Murray, había acudido a buscarla y la había llevado hasta el despacho del director donde había asistido a una especie de tensa reunión entre tres hombres a los que había creído conocer: Gerardo Antúnez, Álvaro Navarro y el propio Kenneth. Tras mucho hablar, habían decidido que los dos primeros irían a rescatar a Felipe, mientras el tercero se quedaba a cargo del internado. Así era como Valeria había terminado sentada en la parte de atrás de un lujoso coche, contemplando sus propias uñas pintadas de rosa muy claro, mientras no dejaba de pensar en que iba a volver a ver a Felipe.


La mera idea hacía que volviera a ser una quinceañera. El corazón le daba saltos de alegría, tenía una sonrisa idiota en los labios y un millar de mariposas revoloteando en su estómago. Únicamente le faltaba deshojar una margarita para cumplir con todos los tópicos, pero no le importaba... ¡Iba a recuperarle al fin! - Eh... Oye... Perdóname. Llevaban casi todo el trayecto sumergidos en un denso silencio. Por eso, la voz ronca de Gerardo la sobresaltó. Se quedó muy quieta, observando a los dos hombres que tenía delante: su viejo amigo parecía cansado, como si le hubieran caído unos cuantos años encima de repente, mientras que Álvaro seguía muy serio, concentrado en el volante. - Todos estamos nerviosos. No es necesario pedir perdón. - No he sido justo contigo, así que, sí, es necesario. - Pues disculpas aceptadas - Álvaro se encogió de hombros, aunque seguía tenso. El silencio se instaló entre ellos de nuevo, aunque no duró demasiado, ya que Álvaro volvió a hablar y, en aquella ocasión, más que palabras, de sus labios salieron reproches.- ¿De verdad crees que no me importa lo que le ocurra? ¿Que soy tan frío que soy capaz de priorizar con algo así? - No es eso. - Es que, además, el que ha actuado así has sido tú. No te importa lo que le pase a Tania y no es justo. ¡Tania también se merece que cuidemos de ella! ¡Incluso lo merece más! Porque, te recuerdo, que a ella nadie la ha preparado para nada. - ¡Que no es eso! - ¿Entonces qué es? - ¿Cuántas personas existen en el mundo que puedan hablar con fantasmas? Sólo ella y está en manos de la familia Benavente. Demasiada casualidad - los ojos de Gerardo se tiñeron de un brillo lúgubre.- Y yo no creo en las casualidades - se quedó callado un instante, girándose para mirar por la ventanilla.- Me aterra pensar en lo que puedan hacer. - Llegaremos a tiempo. No te preocupes. Por primera vez desde que se habían subido al coche, Álvaro se había relajado y parecía que no quedaban rencillas entre ellos. Sin embargo, Gerardo seguía con aquella expresión tétrica, contemplando el paisaje, aunque parecía a estar a miles de kilómetros de ahí. - No sabes nada, mi querido amigo. No sabes nada... Álvaro y ella compartieron una mirada preocupada, antes de sumirse en el silencio una vez más. En aquella ocasión ya no les abandonó hasta que llegaron al hospital, donde un guardia de seguridad les cortó el camino. - Lo siento, señores, pero el horario de visitas se ha...


- No tenemos tiempo para esto. Fue Gerardo quien se adelantó, rezongando, mientras se colocaba unas gafas de sol. Antes de que el hombre pudiera reaccionar, Gerardo se hizo cargo de la situación al sacar algo de la bolsa que llevaba colgada al hombro. Sacó una especie de mechero, que abrió y encendió delante del guardia. Éste no pudo evitar concentrarse en la llama, que titiló levemente en sus ojos, antes de que el hombre cayera al suelo, preso de un profundo sueño. - ¿Cómo has hecho eso? - preguntó Valeria. No pudo evitar señalar con un dedo al guardia de seguridad, tan sorprendida que ya empezaba a sospechar de que estaba bajo los efectos del alcohol o, quizás, se estaba volviendo loca. Una cosa era todo aquel asunto tan raro que parecía sacado de una novela de Ian Fleming, pero aquella magia tipo Harry Potter era algo completamente distinto, ¡era una locura, una fantasía, algo que no era real! Para responder a su pregunta, Gerardo se volvió un instante, mientras se quitaba las gafas de sol y volvía a guardar todo en su bolsa. - La llama de Rip van Winkle. - ¿Qué? Comenzaron a caminar a toda velocidad, cruzando el vestíbulo del hospital hasta alcanzar el ascensor, donde Álvaro pareció apiadarse de ella. - Ahora mismo crees que una cosa es sólo una cosa, un mero objeto inofensivo, pero... No es así. Hay ciertos Objetos que están encantados. Puede ocurrir de muchas formas. En este caso, Gerardo hechizó el mechero con un viejo conjuro llamado La llama de Rip van Winkle porque quien mira esa llama encantada, queda profundamente dormido durante un buen rato. - Ajá... Sí... O sea... A ver...- Valeria no estaba segura de nada, ¿sería todo aquello una especie de alucinación gigantesca? - Conjuros, objetos encantados... ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Qué digas abracadabra y saques un conejo de una chistera? - Podría hacerlo si quieres, pero no sería magia de verdad. - ¿Pero qué narices sois? ¿Las embrujadas? ¿Sabrina? ¿Tenéis un gato llamado Salem? - Lo más parecido que tenemos a una mascota es el señor Sanz - aclaró Gerardo. En ese momento, las puertas del ascensor se abrieron, así que los tres salieron disparados rumbo a la habitación de Felipe. Entraron en ella, cerrando la puerta tras ellos con suavidad para no llamar la atención de las enfermeras. Como siempre que entraba en aquel lugar, Valeria no podía evitar quedarse mirando a Felipe como si fuera una obra de arte única. Estaba tumbado con los ojos cerrados, como si


durmiera, aunque estaba demasiado quieto. Nunca había dormido con él, pero estaba convencida de que ni entonces estaría tan pacífico, Felipe era todo energía. Avanzó hacia él, conteniendo la respiración, nerviosa. ¡Iba a despertar! Aunque sonara a locura, aunque pareciera una estupidez, Valeria sabía que iba a ocurrir. Pasó la mano por su espeso pelo castaño, tenía un tacto suave, pero... Era extraño. Estaba demasiado corto. - Bastante drama montará él, no lo hagas tú también. Ante el comentario de Gerardo, ella sonrió. Se fijó en sus dos compañeros. Álvaro también sonreía, mientras se sentaba al lado de su hermano; Gerardo, por su parte, estaba muy ocupado rebuscando en su bolsa hasta que, al fin, dio con una jeringuilla cargada de sangre. - Parece que vuelve a tener doce años, ¿verdad? - comentó de repente el primero. - Siempre ha tenido la misma cara de niño - sonrió Gerardo. Se quedó un momento callado, clavando sus emocionados ojos en Álvaro. Entonces volvió a hablar, aunque lo hizo con suavidad, como con cuidado.- ¿Lo haces tú? A Valeria le dio la sensación de que había un deje de súplica en su voz. No hizo nada al respecto, se quedó acariciando la cabeza de Felipe, anhelando que le despertaran de una vez. - Si no queda más remedio... Álvaro suspiró, antes de ponerse en pie y extender la mano para coger la jeringuilla. En cuanto la tuvo entre sus dedos, la observó un instante. Él también parecía nervioso, de hecho nunca lo había visto tan vulnerable, como si hubiera perdido aquella seguridad arrolladora que le caracterizaba. - Ahora mismo prefiero el otro plan de Ariadne - comentó. - ¿El de probar a besarle? Claro, porque Felipe es La bella durmiente. Álvaro se acercó al soporte donde iba a parar la vía que llevaba Felipe en un brazo y abrió la cánula para poder inyectarle la sangre de Tania. Al ver como el líquido escarlata se deslizaba lentamente por el largo tubo hasta penetrar en el cuerpo de Felipe, Valeria contuvo la respiración, nerviosa. Le habían explicado que aquella sangre era tan especial que, aunque los grupos sanguíneos no hubieran sido iguales (que no era el caso), no resultaría dañina... Al menos esa era la teoría. Durante un rato, que se le antojó eterno, como si los segundos se transformaran en minutos y los minutos en horas, los tres aguardaron en silencio entorno a la cama de Felipe, que seguía durmiendo profundamente. - Ya han pasado veinte minutos y no ha sucedido nada - dijo Gerardo entonces. - Esperaremos más - sentenció Álvaro.


- Ariadne sigue en manos de los Benavente - recordó con suavidad.- Deker Sterling sigue sin dar señales de vida o Kenneth nos habría avisado... Sinceramente, Álvaro, creo que están planeando algo y no podemos limitarnos a... - ¡Oh, Dios mío! Fue ella la que interrumpió a su viejo amigo y ni siquiera le importó. De repente, Felipe se había estremecido un poco, ¡se había movido! Por eso, ignoró a sus dos acompañantes y se sentó en la cama, dispuesta a que ella fuera lo primero que Felipe viera cuando abriera los ojos. Tras su exclamación, el silencio alzó una vez más en aquella curiosa velada, aunque era diferente, no era tenso o incómodo, sino vibrante, un silencio de emoción. Los tres sabían lo que estaba ocurriendo, que la espera estaba tocando a su fin. Entonces sucedió. Felipe abrió la boca, cogiendo tanto aire de repente que todos pudieron escuchar aquel sonido ahogado que se escapó de sus labios. Un segundo después, cuando ya debía de haber llenado sus pulmones, abrió los ojos al mismo tiempo que se incorporaba bruscamente. Se quedó inclinado hacia adelante, jadeando, como si acabara de volver a respirar tras casi ahogarse. Poco a poco, su respiración fue acompasándose, aunque él seguía en la misma posición, sin apenas moverse un milímetro. Cuando casi dejó de resollar, alzó los ojos sin ni siquiera cambiarse de postura. - ¿Valeria? - preguntó con un tono áspero, excesivamente ronco. Felipe tenía la voz en muy mal estado, seguramente por haberse pasado meses sin hablar, por lo que, en comparación a su timbre habitual, podía parecer una voz fea. No para Valeria. Para ella era el sonido más hermoso que había escuchado y, seguramente, escucharía en toda su vida: su nombre pronunciado por Felipe. Se le saltaron las lágrimas, ¡por fin había despertado! ¡Estaba tan contenta! Sin pensarlo, se echó hacia adelante para abrazarlo, hundiendo el rostro en su pecho. Felipe le devolvió el gesto. Al principio sus brazos parecían titubear, seguramente estaba confundido, pero al final la estrecharon como debía ser, con intensidad, amoldándose a su cuerpo, como si fueran su soporte perfecto. - Te he echado tanto de menos. - ¿Ahora uno no puede ni echarse un sueñecito o qué? Se separó un poco, dispuesta a reñirle, ya que con eso no había que bromear, pero vio la sonrisa de Felipe y se le pasó todo, salvo aquella palpitante sensación de volver a tener quince años y experimentar el primer amor... Pero con mayor intensidad. - No cuando ese sueñecito te hace estar a un millón de kilómetros de mí.


- Pero nos hemos vuelto a encontrar. Valeria asintió con un gesto, sintiéndose incapaz de hablar de pura emoción. Por eso, se limitó a enlazar su mano con la de él, mientras Felipe se volvía para sonreírle a Álvaro, en cuyo rostro había aparecido una extraña expresión que ella no sabía descifrar. - Sabía que me salvarías - dijo, radiante como un niño. - ¿Acaso no lo hago siempre? Felipe le estrechó los dedos, antes de soltarlos para girarse hacia su hermano, apartando las sábanas. Entonces dejó al descubierto sus largas piernas, ya que vestía uno de los ridículos camisones de hospital. - ¿Pretendes seducirme? - inquirió Álvaro enarcando una ceja. - Desde luego. Mi siguiente truco será hacerme la dama en apuros... Y con lo débiles que siento las piernas ahora mismo, no voy a tener ni que fingir. - Deberías descansar un poco...- opinó Gerardo. - ¿Descansar? Ni siquiera sé cuánto tiempo he dormido - repuso Felipe, arrastrándose hasta los pies de la cama para aferrarse a ellos.- Ahora mismo, me vais a poner al día de todo y me vais a llevar al internado - logró ponerse en pie, aunque las piernas le temblaban y se veía que estaba haciendo un arduo esfuerzo.- Pero lo primero es lo primero. Pareció afianzarse sobre sus piernas, aunque en cuanto dio un par de torpes pasos en dirección a Álvaro, éste tuvo que ayudarle a seguir erguido. Felipe no cejó en su intento y acabó abrazando a su hermano. - Siento haberte cargado con tanto. - La verdad es que no ha sido tan horrible como creí al principio. - Espero que Ariadne no te haya vuelto loco - sonrió Felipe, provocando que ellos tres se olvidaran de la alegría del momento. Por su parte, Felipe miró alrededor.- ¿Y dónde está? Me sorprende que no esté aquí - como se quedaron en silencio, el hombre se inquietó.- Álvaro, Gerardo, ¿dónde está Ariadne?

 Álvaro debe de odiarme en estos momentos. Yo también me odiaría si fuera él, para un favor que me pide y fallo estrepitosamente. ¿Cómo he podido fallarle tanto? ¿Y cómo le voy a mirar a partir de ahora? Él siempre, siempre, se ha mostrado amable y atento conmigo, siempre me ha apoyado... Me ha tratado mejor que nadie en el mundo... - ¿Profesor Murray? Eh... No quiero molestar, pero... ¿Está concentrado?


La voz de Tania Esparza hizo que regresara a la realidad. Pestañeó un par de veces, un poco confuso, mientras agitaba la cabeza para aclararse. - Sí, sí... Estoy en ello... Se colocó las gafas en su sitio, antes de concentrarse de nuevo en la pantalla que tenía frente así, atrayendo el teclado hacia él. En cuanto todos se habían marchado en dirección al hospital para despertar a Felipe Navarro, la señorita Esparza le había explicado que había encontrado una carta de despedida del señor Sanz que, al parecer, se había escapado para llevar a cabo algún tipo de propósito altruista. Por eso, la había calmado y le había explicado que podían encontrarle en caso de que el señor Sanz se hubiera llevado su teléfono móvil consigo. Todo ello, mientras se peleaba con el ordenador para intentar localizar el dichoso aparato, aunque a él nunca se le habían dado demasiado bien los ordenadores. - Pero... ¿Sabe hacerlo? ¿Es un hacker o algo así? - No, no lo soy. Pero esto es algo sencillo.

O, por lo menos, lo parecía cuando Álvaro me lo explicó. ¡Malditos ordenadores! - Sólo espero que esté bien...- la señorita Esparza suspiró, sentándose en el escritorio, que era el del director; no se habían movido del despacho desde hacía un buen rato. La joven empezó a mesarse el dorado cabello, desazonada.- ¿Cree que estará bien? - Pues... No sé... Supongo... N-no soy adivino, señorita Esparza. - Usted sí que sabe consolar - suspiró la chica, más apiadándose de él que enfadándose. Kenneth supuso que tenía toda la razón del mundo y siguió concentrándose en el programa en busca del teléfono móvil del señor Sanz. La muchacha se quedó unos instantes callada, aunque después frunció un poco el ceño, curiosa.- ¿Por qué nos sigue tratando de usted y llamándonos por el apellido? - ¿Y por qué lo hace usted, señorita Esparza? - Porque me sale solo cuando me hablan así y... No es precisamente una persona... ¿Cómo decirlo? - la interpelada apretó un momento los labios, como si estuviera buscando la palabra adecuada; al fin, sonrió victoriosa.- Accesible. Sabe que no mordemos, ¿no? Bueno... De Deker sí que me lo podría esperar, incluso de Ariadne... Dos de cuatro, no es un gran argumento. Kenneth sonrió para sí, ya que aquello le había resultado gracioso. La verdad era que no lo hacía por temor. De hecho, a Ariadne la trataba de tú y, de todo aquel pintoresco grupo, era la que más miedo le infundía. - Supongo que es verdad, no soy muy accesible.


- Pero nos cae bien. En serio, ¡nos cae muy bien! - Gracias, señorita... Tania - se volvió hacia ella un instante, curvando un poco los labios, lo que la sorprendió; pudo ver el asombro en su rostro.- ¿Mejor así? - Mejor - sonrió ella. De repente, logró hacer lo que Álvaro le había enseñado hacía semanas y localizar, de una vez, el teléfono móvil del señor Sanz... De Jero. Tenía que acostumbrarse a tutearlos, al fin y al cabo aquellos jóvenes eran más que unos meros alumnos. Además de eso, también eran los amigos de su prometida, por lo que no quería llevarse mal con ellos. - Ah, mire... Mira, ya lo tenemos - se hizo a un lado para que Tania pudiera colocarse junto a él y, así, poder ver lo mismo que él. Entrecerró un poco los ojos para leer, de nuevo, la localización.- Está en el aeropuerto de Madrid... Espera...- utilizó otro de los programas de Álvaro, uno que servía para consultar movimientos de tarjeta, reservas y ese tipo de cosas.- Vaya. Va a salir en una hora para Londres. ¿Londres? ¿Qué hace Jero en Londres? - No lo sé... Kenneth consultó su reloj. Entre unas cosas y otras, entre esperas, idas y venidas y demás, ya pasaba la media noche. ¿Qué narices iba a hacer Jero en Londres a esas horas? Entonces recordó que Álvaro le había contado que Deker se había escapado del internado en cuanto habían terminado las clases, aunque Jero había intentado detenerle... Y se había ganado un puñetazo que le había puesto el ojo morado. - Quizás ha ido a buscar a Deker - propuso. - ¿A Deker? - ¿No te has enterado? - ¿De qué? - se extrañó Tania, frunciendo el ceño. - Eh...- aquello no se lo esperaba. La chica era la novia de Jero, la amiga de Deker, había supuesto que estaría al tanto de lo sucedido. No obstante, no era así, por lo que debía ponerla al día. Sólo esperaba ser lo suficientemente delicado.- Esta mañana se pelearon. No conozco todos los detalles, pero parece ser que Deker quería marcharse y Jero ha tratado de impedirlo y... Bueno, Deker ha logrado su propósito... Tras propinarle un derechazo. La chica palideció, parecía atónita y volvió a acariciarse un largo mechón de su cabello con ansiedad. - Y no me he enterado... - Bueno... Mujer... Esto...


No sabía qué decirle, cómo consolarla. No estaba acostumbrado a esas cosas. A decir verdad, no es que hubiera tenido demasiadas ocasiones para practicar. Estaba a punto de entrar en estado de pánico, cuando un golpe de suerte quiso que sonara el teléfono. Parpadeó. Era el teléfono del director del Bécquer, no sabía si cogerlo... Bastante había hecho ya como para seguir fallando a Álvaro. Sin embargo, el timbre no dejaba de sonar, lo que le puso nervioso, así que acabó levantando el auricular y se lo llevó al oído con cierto respeto. - Despacho de Álvaro Navarro, ¿en qué puedo ayudarle? - ¿Álvaro, eres tú? Reconoció al instante aquella voz masculina. Habían pasado juntos sólo unos días en una casa atestada de gente, pero tenía suficiente memoria como para recordarla. - ¿Timothy Ramsey? - ¿Kenneth Murray? - Eh... Sí, sí, soy yo - asintió, sintiéndose aliviado durante un único instante.- Álvaro no está en estos momentos, ha tenido que salir, pero si te puedo ayudar... - La verdad es que le había llamado al móvil antes, pero ni siquiera me daba señal - dijo, antes de quedarse callado un segundo. Después volvió a hablar, su tono era urgente.- Escúchame, estoy trabajando para Álvaro investigando a los Benavente y... He descubierto algo. Algo... Muy importante. - Entiendo. - Me gustaría comentarlo con él cara a cara. Creo que la línea es segura, pero... Prefiero hacerlo así... Tiene que venir a Londres cuanto antes - parecía atropellado, como si estuviera pensando demasiado rápido.- La cuestión es que tenéis que tener cuidado, he visto que los Benavente planean secuestrar a Ariadne. - ¿Eso está relacionado con lo que has descubierto? - Creo que sí. Kenneth se quedó un instante callado. El cerebro le iba a mil por hora. Era evidente que Gerardo había tenido razón todo el tiempo, planeaban hacer algo con Ariadne, algo que, a juzgar por el tono de Tim, no era nada bueno. - ¿Puedes darme alguna pista? - Quieren hacerle unas pruebas. ¿Pruebas? ¿Iban a experimentar con ella como si fuera una rata de laboratorio? Y, además, Jero estaba dirigiéndose hacia Londres en ese preciso momento. Eso, sin contar que seguía sin conocer el paradero de Deker Sterling... Todo ello estaba relacionado, era evidente. No sabía


cómo, tan solo que no podía tratarse de nada bueno y de que él era responsable. Era su trabajo cuidar a Ariadne, ya no porque fuera su futura esposa, sino porque se lo había prometido a Álvaro y no iba a volver a fallarle más. No, no iba a hacerlo porque tenía un plan. Y el primer paso era ir él mismo a Londres.


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