En blanco y negro: Capítulo 35

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Capítulo 35 Antes de la tormenta Era la tercera vez que viajaba en avión. Primero fue a Moscú, después a Edimburgo y en aquellos momentos acababa de aterrizar en Londres. Era curioso, en apenas unos meses había viajado más que en el resto de su vida... ¡Junta! Él, que en verano si se iba de vacaciones, eran dos semanas a Salou o Cambrils; él, que sólo podía regresar a casa al final de los trimestres porque no podía permitirse los billetes de tren o autobús. Si lo supieran sus padres, alucinarían... Aunque, por desgracia, era imposible. Entendía que tuviera que permanecer callado, que era muy importante el que nadie ajeno a aquel mundo de locos supiera de su existencia, pero, aún así... Se sentía muy mal por no compartir esa parte de su vida con sus padres. Les hablaba de Tania, de sus amigos, pero tenía que mentirles descaradamente en muchas ocasiones, ya que no podía decirles que estaba implicado en robos, tiroteos, secuestros...

¿En qué momento se ha convertido mi vida en un episodio de 24? - ¿Jego? El acento francés de Clementina, le hizo regresar a la realidad, así que agitó la cabeza y se volvió hacia ella. Se había recogido la melena en un moño con una mísera goma y, por increíble que pareciera, parecía que acababa de salir de la peluquería. - ¿Qué pasa? - Eh... Creo que te buscan... Clementina había alzado el brazo para señalar algo, así que él se volvió para mirar entre las personas que estaban esperando a sus seres queridos. Nunca jamás había esperado ver una cara conocida, ni tampoco a un desconocido con un cartel con su nombre escrito. - No conozco a esa persona de nada. - ¿Y si...? No hizo falta que Clementina terminara la pregunta para que él la comprendiera: ¿y si era uno de los Benavente? Como a esas alturas ya creía cualquier cosa, agarró a la chica del brazo con delicadeza y, juntos, caminaron con toda la rapidez que podían para no llamar la atención hacia un lateral. Esperaba que, con un poco de suerte, pasaran desapercibidos y pudieran escapar de aquel desconocido.


Recorrieron el aeropuerto sin soltarse, con paso apretado; en su caso, al menos, también con el corazón en un puño. ¿Y si los Benavente los secuestraban antes de que pudieran ayudar a Deker? ¿Y si más que ayudar sólo empeoraban la situación? Al fin, alcanzaron la calle. Se sintió a salvo. Se sintió orgulloso. ¡Había escapado de los Benavente! - Yo que tú dejaría de correr, Jero. No te persigue ningún enemigo... Y, en caso de que así fuera, no eres lo suficientemente discreto como para escapar. Junto a Clementina, se quedó paralizado en medio de la calle. Al escuchar aquella voz de hombre, un poquito socarrona, con un leve acento inglés, se volvió. A sus espaldas, recostado contra la fachada del aeropuerto, se encontraba un joven de cabello rubio, alto y delgado, que les contemplaba divertido a través de unas gafas de sol. Había algo que le resultaba familiar de aquella figura, pero no llegaba a descubrir el qué. Por eso, se colocó delante de Clementina en un ademán claramente protector. - ¿Quién eres? - preguntó con más calma de la que sentía. - Un amigo - el joven se quitó las gafas, mostrándole un par de ojos verdes que le seguían pareciendo familiares, aunque seguía sin saber por qué. Se acercó a ellos con la larga gabardina que llevaba ondeando a su espalda.- Tim Ramsey - se presentó, tendiéndole una mano.- Me envía Kenneth a buscarte. Abrió la boca y estuvo a punto de repetir aquella última frase, pues le resultaba de lo más asombrosa. ¿Desde cuándo el profesor Murray enviaba gente para salvarle? ¿Desde cuándo sabía dónde estaba y desde cuándo mandaba? Pero, antes de que pudiera articular una sola de esas palabras, el joven frunció un poco el ceño al mirar a Clementina. - No contaba con ella...- dijo. - Se nota en su expresión, señor Ramsey. ¿Anonadado con mi belleza? - La verdad es que no - respondió con tal sinceridad y sencillez que provocó que la chica hiciera una mueca de indignación. El joven se pasó una mano por la nuca, todavía examinándola como si hubiera en ella algo que no terminaba de encajarle.- La cuestión es... Esto... ¿Conoces a Deker Sterling por casualidad? - Eh... Oui... Es mi amigo - respondió Clementina, sorprendida.- Mais... Pero, ¿por qué lo sabes? ¿Le conoces? ¿Te ha hablado de mí? - Le conozco, sí, pero no es que hablara de ti... Precisamente. - Yo no me entero de nada - les informó Jero.


- Ahora os pongo al día de todo, pero primero vayamos a mi casa - Tim miró a su alrededor, antes de hacer un gesto con la cabeza y comenzar a caminar.- No sé si esto en seguro. Vamos, no hay tiempo que perder.

 Tras apurar su taza de café, la dejó en la fregadera y le echó algo de agua en el interior, antes de abandonar la cocina. Vivía en un piso humilde que consistía en un recibidor estrecho y largo que iba a parar a la puerta de la cocina; a la derecha del mismo se encontraba su pequeño dormitorio y el baño, mientras que a la izquierda el salón. En la habitación estaba durmiendo Clementine, en el salón Jero. Él también había descansado ahí, tirado en el suelo con la almohada, pues sólo tenía un sofá que le había prestado al chico. Todo ello después de que se pusieran al día: ellos le habían contado que los Benavente habían secuestrado primero a Ariadne y después a Deker; él que lo había descubierto, su conversación con Kenneth y que cuando, meses atrás, conoció a Ariadne, lo había hecho disfrazada de Clementine para no llamar la atención. Entró en el salón sigilosamente, dirigiéndose hasta el extremo que coincidía con la fachada del edificio, donde tenía una pequeña mesa circular. Se acomodó en una de las sillas para situarse justo enfrente del portátil que había depositado ahí la noche anterior. - ¿Qué estás viendo? - le preguntó Jero. - Nada en realidad. Se giró para ver al chico, que estaba arrodillado en el borde del sofá. Tenía el pelo muy revuelto, vestía camiseta y calzoncillos y parecía que se había peleado con la manta. - ¿Entonces? - Ayer me dediqué a poner micrófonos y cámaras por todo el edifico de los Benavente, mientras lo examinaba. Sin contar que pirateé su propia red de cámaras y seguridad - le informó, revolviéndose el rubio cabello, mientras se giraba para volver a concentrarse en la pantalla.- Lo único que sé es que tienen a Deker encerrado en una habitación, aunque nadie ha ido a visitarle, así que... - ¿Pero está bien? Le hizo un gesto para que se acercara, antes de presionar una tecla. En ese momento, una pantalla se abrió, mostrándoles una habitación austera, que únicamente tenía una cama entre las cuatro paredes blancas. Deker estaba paseándose de un lado a otro, alborotándose el pelo, mientras gritaba a pleno pulmón:


- ¡Al menos traedme un libro! Algo bueno, por favor. Si me traéis Crepúsculo, más valdría que me cortara las venas con sus páginas... - Está bien - sonrió Jero. - Al menos, por el momento. Compartieron una mirada funesta, quedándose en silencio. Unos instantes después, sonó el timbre, así que Tim se llevó un dedo a los labios para indicarle que permaneciera callado. Estaba convencido de que se trataba de Kenneth, pero no podía confiarse. Le hizo otro gesto para que se estuviera quieto, sin hacer ruido, antes de ir hasta la puerta de entrada a la casa. Al mirar a través de la mirilla, vio a Kenneth Murray colocándose bien las gafas en el puente de la nariz al empujarlas con la punta de un dedo. Suspiró, aliviado, al abrirle y reencontrarse con él. Seguían a salvo. - Gracias por todo, Tim - fue el saludo del hombre. - Buenos días para ti también. - No está siendo un buen día - suspiró Kenneth. Tim le señaló con un gesto la entrada al salón, por lo que el recién llegado se dirigió ahí a toda velocidad. En cuanto vio a Jero, que seguía observando el portátil, suspiró, aliviado. - Hola, profesor Murray - sonrió el chico. - ¡Jero! ¿Cómo narices se te ocurre marcharte así? ¿Sabes lo preocupada que está Tania? Bueno, ¿que estamos todos? ¿Y si te hubiera ocurrido? ¡Has sido...! ¡Has sido un insensato! farfulló, alzando un dedo. - Jo, profe, suenas como Gandalf... - ¡No vuelvas a hacer algo así! Me parece muy bien que quieras actuar, que quieras ayudar, pero, Jero, no tienes una formación adecuada... ¡Es una insensatez que fueras solo, sin contar con alguien! ¡Imprudente! ¡Irrazonable! - masculló, abriendo mucho los ojos; al final suspiró, bastante más calmado.- ¿Estás bien? - Yo sí, pero... Tengo que contarte algo... Es sobre dónde está Deker...

 - Esto es una locura. ¡Todos os habéis vuelto locos, eso es! Aunque llevaba como que unos cinco minutos quejándose, Felipe seguía sin hacerle ni caso, demasiado ocupado en contemplar el amanecer a través de la ventana. Por un momento, quiso golpearle con todas sus fuerzas, ¿por qué coño le estaba ignorando? - ¿Te encuentras mejor? - inquirió con calma.


- Sí - reconoció, apretando los labios en un mohín malhumorado. - Entonces deja de quejarte y disfruta del viaje - Felipe se volvió hacia él y Álvaro supo que estaba haciendo un esfuerzo tremendo para sonreírle, por lo que se sintió un poco culpable al haber sido un quejicoso de mucho cuidado.- Todo va a salir bien. Ya lo verás. Va a salir bien. Sabía que no podía ofrecerle ninguna palabra de consuelo a su amigo, así que se limitó a permanecer en silencio, mientras le daba un leve codazo, indicándole que estaba ahí, a su lado. Y una vez más, volvió a rememorar la última noche...

 - No... No, no, no, no... Gerardo, dime que es una broma de muy mal gusto... La franca súplica de Felipe sonaba tan desesperada que le caló hasta los huesos, por lo que Álvaro apoyó la mejilla contra el cristal de la ventana, intentando encontrar consuelo en el frío que desprendía. Se sentía culpable, un mal amigo, que le había fallado. - Ahora no es momento de lamentarse, sino de atacar - opinó el hombre. - Pero... - Lo sé. Se volvió hacia ellos. Felipe se había sentado a los pies de la cama, seguía pálido, también inmóvil. Nunca le había visto tan afectado. Quería pedirle perdón, decirle que no había sido su intención fallarle, pero que, por favor, no se enfadara con él, no se separara de él... Y fue entonces cuando se extrañó. Claro que se sentía culpable desde la desaparición de Ariadne, pero él no era la clase de persona que se lamentaba tanto, que se aterraba ante la reacción de su amigo, pues sabía que Felipe no estaba enfadado con él.

¿Kenneth? ¿Siento la culpabilidad de Kenneth? - Tienes razón - asintió Felipe, poniéndose en pie.- ¿Dónde está mi ropa? Desde luego, un camisón que le deja el culo al aire, no es prenda adecuada para un rey. - ¿Un rey? - se extrañó Valeria. En ese momento, Felipe pareció volver a reparar en ella. De hecho, mientras Gerardo se apresuraba en ir hasta el pequeño armario donde habían guardado una maleta con ciertas cosas básicas por si despertaba, se puso en cuclillas frente a ella. - Hay muchas cosas que nunca te he contado. Una parte de mí se moría por contártelas cada vez que te veía, otra me gritaba que no lo hiciera nunca porque quería protegerte - alzó una mano para acariciarle el pelo.- Ahora mismo no lo entiendes, Val, pero en mi mundo, el


conocimiento representa poder, pero también peligro - hizo una pausa, antes de sonreír.- Prometo que en cuanto pase este lío, te contaré todo. Absolutamente todo. Pero ahora... - Ahora me limitaré a apoyarte. Se miraron fijamente durante unos segundos y Álvaro supo que entre ellos había más que una mera amistad, que un apoyo; supo que anhelaban besarse, pero que los dos temían dar el primer paso, seguramente presos de la confusión de la situación. Y Álvaro quiso decirles que dejaran de ser tan tontos, que se dieran un puñetero beso de película que era lo que ambos estaban deseando. Incluso llegó a abrir la boca, pero... Algo sucedió. Nunca había experimentado nada así. Fue como si alguien cogiera un cuchillo y partiera su corazón en dos mitades, de las cuales le arrebató una. Se sentía vacío, hueco. Era un malestar extraño, sordo, pero permanente, que no tardó en extenderse hacia sus pulmones y su garganta, cerrándoselas un poco; también hacia sus piernas, provocando que le traicionaran y no le sostuvieran. Cayó como un fardo, aunque pudo sostenerse en la repisa que ofrecía la parte inferior de la ventana. Las manos le temblaban, las notaba tan débiles como el resto de su cuerpo. - ¡Álvaro! - escuchó que exclamó Felipe. Su amigo acudió raudo a su lado para pasarle un brazo por las axilas, alzándole para poder sentarle en el sillón que había a un lado de la cama. - ¿Qué te pasa? - inquirió, visiblemente preocupado. - No lo sé... Espera... Llama a Kenneth... - ¿Kenneth? - Kenneth Murray - le informó Gerardo, mientras le tendía la maleta a Felipe y sacaba su teléfono móvil de la bolsa que seguía llevando al hombro.- Es el actual profesor de literatura del internado - le hizo una seña para que aguardara, al mismo tiempo que se llevaba el aparato al oído; varios segundos después, negó con la cabeza.- No me coge el teléfono. - Prueba con el internado - sugirió Felipe. - No...- logró decir Álvaro, que se sentía todavía peor.- Déjame probar... Sacó su propio teléfono y marcó el número de su amigo a duras penas, pues era como si ni siquiera pudiera controlar sus propios dedos. En aquella ocasión, sin embargo, Kenneth si aceptó la llamada. - Álvaro... Yo... Lo siento mucho, de veras. Siento haberte decepcionado, haber cometido un error así, pero no te preocupes. Voy a solucionarlo. - ¿Qué narices estás haciendo?


- Arreglar las cosas. - ¿Cómo? - preguntó desesperado. - En estos momentos me dirijo hacia Madrid para poder coger el primer vuelo a Londres disponible. Ahí me está esperando tu amigo Tim, que cuidará de Jero hasta que yo llegue y que, además, ha localizado a Ariadne... - ¡Vuelve ahora mismo! - aulló con voz ronca.- ¡No sabes lo que haces! Kenneth, no estás preparado para hacer eso tú solo. ¡Vuelve! - No. - Si te pasa algo... - Recuerdo nuestro vínculo. Precisamente por eso te lo debo. Has hecho tanto por mí, que no puedo quedarme detrás de un escritorio esperando que soluciones mi error - insistió y Álvaro podía imaginárselo asintiendo con la cabeza, obcecado. - No lo decía por el vínculo, aunque... Me está afectando, idiota. - Bueno, entonces tendré que ir igualmente. Vamos, Álvaro, los dos sabemos que vas a ir de cabeza a por Ariadne. Pues bien, si no podemos estar separados, te esperaré en Londres.

 Seguía furioso con Kenneth, ¿cómo demonios se le ocurría viajar solo hasta Londres para derrotar a los Benavente? ¿Cómo? ¡Era una auténtica locura! Kenneth era brillante, también un buen ladrón, pero Álvaro sabía que estaba en desventaja contra los Benavente porque... Bueno, porque básicamente era Kenneth: apocado, bueno, de principios... - Conozco a Kenneth, ¿sabes? - dijo de pronto Felipe, que se estaba pasando una mano por la nuca con una expresión de disgusto reflejada en la cara. - Eres el rey de los ladrones. Los conoces a todos. - Puede parecer un chupatintas, pero no lo es. Tiene potencial. Sentía la mirada de Felipe clavada en él, pero se limitó a echar un vistazo al elegante avión privado que poseía su amigo y en el que se habían subido a primera hora de la mañana, tras dejar a Gerardo y Valeria a cargo del internado. Felipe siempre había poseído un talento innato ya no solo para robar, sino para tratar a las personas y para los negocios, lo que le llevaba a ser, con toda seguridad, el mejor empresario que uno podía conocer. Tras quedarse solo a cargo de una sobrina y un clan de ladrones, había logrado enriquecerse hasta el punto de poseer todo tipo de negocios que le ayudaban a financiar el clan, sin casi tener que recurrir a trabajos privados.


Por eso, se sintió algo más relajado. Claro que él mismo sabía que Kenneth tenía potencial, que era más de lo que él mismo creía, pero el escuchárselo decir a Felipe se lo había recordado, lo había hecho más real. - Podría decirse que es un chiquillo... - Ariadne con diez años robaba mejor que nosotros dos juntos. La edad no importa, tampoco su forma de ser, sino el talento y el valor y Kenneth va sobrado de ambos. - Lo sé, pero... No puedo evitar preocuparme. Por Kenneth, por Jero, por Ariadne... Dios - exclamó, echando la cabeza hacia atrás.- En unos meses me he preocupado más que en toda mi vida, ¡no sé cómo lo aguantas! Felipe soltó una risita. - Oh, venga, seguramente has descubierto que tiene sus ventajas - se encogió de hombros, como si la respuesta fuera evidente.- Nunca me he sentido tan orgulloso como cuando Ariadne robó por primera vez. O cuando Jero logró deducir algo que a nadie más se nos había ocurrido y él mismo se dio cuenta de lo que valía. O... No sé, uno de los recuerdos más felices que tengo es el reencuentro entre Tania y su padre. - Qué cursi eres - le hizo burla, aunque compartía su opinión. - Habló el sentimental. Felipe fue a echarse el pelo hacia atrás, pero sus dedos no lo encontraron, así que hizo una mueca, enfurruñado, lo que provocó que Álvaro riera. Y lo hizo de verdad, sin reparos, sin pensar en nada salvo en lo divertido de la situación, como si volviera a tener dieciséis años y a vivir tranquilamente en la casa de los Navarro. - Déjalo ya. Crecerá... Y no te queda tan mal. - Es como cuando Brad Pitt hizo Señor y señora Smith, estaba guapo rapado, pero... No es lo mismo - se encogió de hombros Felipe. - ¿Te estás comparando con Brad Pitt? - Fallo mío - asintió su amigo muy serio.- Yo soy mucho más guapo. Álvaro enarcó una ceja, antes de echarse a reír con tantas ganas que se le saltaron las lágrimas y que acabó contagiando a su amigo. Cómo se alegraba de haberlo recuperado. Aunque su humor había mejorado gracias a Felipe, a medida que subían las escaleras del edificio donde Tim vivía, el estómago se le iba cerrando más y más. Lo peor era no saber si de verdad estaba sintiendo tantos nervios o si era un efecto secundario más del lazo que lo ataba con Kenneth para siempre.


Precisamente fue él quien les abrió en cuanto llamaron a la puerta. La sorpresa en su rostro fue evidente, sobre todo porque sus ojos azules, de repente, adquirieron el doble de su tamaño habitual, justo antes de que diera un respingo e hiciera una reverencia. - Me alegro de verle, alteza... - Mis padres me pusieron Felipe que... Vale, es un nombre como muy de rey, pero es mejor que "alteza" - sonrió el interpelado, agitando la cabeza de un lado a otro.- Anda, vamos, no hagas esas cosas, ni que fuera la reina de Inglaterra... - Ni siquiera ella se echa las siestas tan largas como tú - apuntó Álvaro. - Y le quedan mucho mejor los trajes de chaqueta - remató Felipe. Ante sus bromas, la expresión de Kenneth pasó de la estupefacción al desconcierto, de hecho los miraba como si estuviera intentando resolver una compleja ecuación matemática. Por eso, se apiadó un poco de él, sonriendo, mientras le pasaba un brazo por los hombros. - Con que le llames Felipe y le tutees bastará. - Pero es el rey. - Entonces debes obedecerme, así que te ordeno que le hagas caso. Felipe se limitó a dar una palmadita en el hombro de Kenneth, sonriente, lo que dejó a éste último todavía más descolocado. Por eso, mientras Felipe se adentraba en la vivienda, Álvaro tuvo que guiar a su amigo para que le siguiera, pues Kenneth, patidifuso, se había quedado quieto en medio del recibidor. En cuanto asomaron la cabeza por el salón, escucharon un grito de alegría. Jero saltó del sofá, que compartía con una chica pelirroja, para correr hacia ellos: - ¡Oh, dire, has despertado! - Me alegro mucho de verte, Jero - sonrió Felipe. - ¿Y cómo lo habéis logrado? - preguntó el muchacho, visiblemente emocionado. Ni siquiera esperó a que le respondieran, volvió a concentrarse en Felipe para añadir.- Que sepas que la pobre Ariadne se ha pasado meses investigando como una loca... Bueno, todos, pero ella estaba tan desesperada que hasta se replanteó que medio internado probara a besarte. Álvaro soltó una risita al recordar aquel momento, sobre todo porque Ariadne lo había dicho completamente en serio. - ¿Y no quisisteis besarme? ¿Tan mal tengo los labios? La broma de Felipe dejó descolocado a Jero, que frunció un instante el ceño, antes de reírse de ella. Álvaro agitó la cabeza, todavía le resultaba curioso el ver que no había cambiado, que seguía manteniendo su sentido del humor tan... Peculiar.


Se cruzó de brazos, recostándose en la jamba de la puerta, mientras disfrutaba de aquel reencuentro entre profesor y alumno. Un instante después, desvió su atención hacia Kenneth, que seguía a su lado, incrédulo. - No le recordaba así...- musitó. - Pues ya te puedes ir acostumbrado - apuntó con cierta malicia, aunque en realidad el tema no le hacía ni pizca de gracia.- No sólo es tu rey, sino que va a ser tu suegro - hizo una pausa, antes de añadir con una sonrisa torcida.- Y ya sabes lo que dicen: un hombre que no vive con su familia, no puede ser un hombre. - ¿San Agustín? - Frío, frío. Vito Corleone. Iba a seguir tomándole el pelo a Kenneth, pero no tuvo oportunidad ya que, de repente, Tim golpeó la mesa con ambas manos, mientras repetía "no" para sí. Tras unos instantes así, se volvió hacia ellos, justo antes de acercarse como alma que lleva el diablo. - ¿Pero qué pasa? - preguntó Jero, asombrado.- ¿Por qué están las cámaras en negro? - Porque, por algún motivo, alguien o algo las ha desconectado - hizo un gesto de desdén, antes de fruncir el ceño.- Pero eso no importa...- clavó su mirada en Felipe con aire acusador, también parecía ofendido, incluso un poco asustado.- Usted es el tío de Ariadne, ¿verdad? - el aludido asintió con un gesto, mostrando su mejor cara de póquer.- Pues bien. Es hora de que diga la verdad, ¡tiene que decirme la verdad! - ¿Qué verdad? - inquirió Kenneth, frunciendo el ceño. Álvaro se quedó en silencio, enarcando una ceja con suspicacia porque, de repente, todo empezaba a tener sentido: la reacción exagerada de Gerardo, el extraño hecho de que Ariadne pudiera hablar con fantasmas, el terror que había visto en la cara de Felipe... Todo estaba relacionado y estaba seguro de que, como siempre, Felipe era el que tenía la solución. - ¿Qué le hicieron a Ariadne? ¿Qué le hicieron? - insistió Tim, fuera de sí. De hecho, lo estaba tanto que prácticamente se abalanzó sobre Felipe, agarrándole de las solapas del abrigo.¡Lo que quiera que sea se lo van a hacer a ella! ¡Y es sólo una niña! - ¿Ella? ¿Qué ella? - Jero fue el que puso palabras a las dudas de todos ellos. - ¡A Hanna! - el nombre le salió del alma; incluso el propio Tim se quedó sorprendido de su propia reacción, por lo que soltó a Felipe y le miró angustiado.- Es la hermana de Deker, sólo tiene diez años... Bueno, va a cumplir once en una semana... ¿Qué le van a hacer? Felipe se quedó un instante en silencio, sólo un segundo que a todos se les antojó una eternidad, y entonces habló con un brillo oscuro en los ojos: - Nada bueno, me temo.


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