En blanco y negro: Capítulo 36

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Capítulo 36 En una torre de cristal Ay, mi cabeza... ¿Por qué me cuesta pensar...? ¿Será así como se siente Patricio? Ariadne giró sobre sí misma y abrió un poco los ojos, aunque no tardó en volver a cerrarlos al sentir en ellos la brillante luz de la mañana. Se quedó quieta unos instantes. Después, se apartó el pelo de la cara, aunque sentía que los brazos le pesaban una barbaridad. Seguro que Keith Richards se despierta así tras una noche de juerga. Logró incorporarse y se obligó a centrarse, así que hizo unos cuantos estiramientos, lo que le ayudó a despejar su mente, también a recuperar la normalidad. Fue entonces cuando se fijó en dónde estaba. Se trataba de una sala cuadrada de paredes blancas como la nieve en una mañana soleada; tenía una cama pegando a una de ellas, siendo el único mobiliario de la habitación. De hecho, por no haber, no había ni una mísera puerta, tan solo una ventana cuadrada, a la que se acercó. Comprobó que la hoja de cristal se deslizaba hacia la derecha y que podía abrirla, lo que fue todo un alivio. Se asomó, descubriendo que estaba encerrada en lo alto de un rascacielos. Mientras el frío aire de febrero le agitaba el cabello, Ariadne no pudo evitar considerar todo aquello una gran ironía que le iba a pasar factura: - En cuanto se entere, Deker se va a descojonar de mí. Agitó la cabeza, antes de regresar al interior. Era evidente que había, al menos, una puerta camuflada. Seguramente podría encontrarla tanteando las paredes, pero aquello no le interesaba. ¿Para qué hallar una puerta que iba a permanecer cerrada? Además, estaba segura de que la estaban observando, así que si se dedicaba a buscar la puerta, la estarían esperando por si lograba abrirla. Se sentó en la cama fingiendo aburrimiento, aunque lo que estaba haciendo en realidad era examinar aquella estancia minuciosamente hasta dar con las dos cámaras que la estaban grabando. No le costó dar con el punto ciego, tampoco con el plan que la iba a sacar de ahí. Le prometí a Sterling que le acompañaría, no que me iba a portar bien. Se registró los bolsillos y descubrió que la cazadora le habían dejado el paquete de chicles que, en el aeropuerto, le había comprado el señor Sterling ante su insistencia. Había sido un idiota, pues ella podía hacer algo más que pompas con él. Se llevó dos tiras a la boca.


Entonces se puso en pie y arrancó la ropa de cama para ir al rincón del cuarto donde las cámaras no podían grabarla, entonces se dedicó a reducirla a tiras que enrolló con rapidez, mientras las iba atando unas a las otras hasta hacer una soga. Ató un extremo a la pata de la cama, tirando el resto por la ventana. Entonces se colocó en medio de la habitación, hizo un corte de mangas de lo más visible y, tras cubrir las cámaras con el chicle, siguió a la improvisada cuerda que había hecho. Sin embargo, lo que hizo fue aferrarse a la hoja de cristal que cerraba la ventana, por lo que quedó junto al marco. A partir de ese momento, sólo tenía que esperar a los de seguridad que, seguramente, pensarían que había tenido la estúpida idea de bajar un rascacielos por la fachada. No acababa ni de pensar en eso, cuando vio que un hombre uniformado se asomaba, quedándose atónito al no encontrar nada más que una sábanas rotas en tiras y atadas. - Saludos de su vecino Spiderman. Mientras pronunciaba esas palabras, Ariadne se echó hacia un lado, juntando los pies para golpear fuertemente con ellos al guardia de seguridad. Éste cayó derribado y la chica pudo saltar de nuevo al interior de su habitación. Una vez ahí, vio que había otro hombre que no tardó en ir a por ella, pero Ariadne fue más rápida: tras esquivarle, giró sobre sí misma y le asestó una potente patada en la espalda que le tiró al suelo. Se inclinó sobre él a toda velocidad para poder presionar los nervios correctos y dejarle inconsciente en apenas un segundo. En cuanto cayó dormido, le registró hasta dar con el walkie que llevaba y que se llevó a la boca: - Todo controlado - dijo en inglés y con voz muy grave. Se afianzó el walkie en el cinturón como pudo y siguió inspeccionando al guardia, que iba armado con una porra y, tal y como ella había supuesto, una pistola de descarga eléctrica en vez de un arma de fuego. Hay que ver lo lista que soy. Como sabía que los Benavente la querían sana y salva por sus poderes, se había figurado que, en caso de ir armados, sería con algo que la atontara, no que la hiera o matara. Salió por la puerta que los dos guardias habían dejado abierta al entrar con urgencia, pasando a una especie de recibidor también blanco. Encontró varias puertas cerradas, además de un ascensor, todo ello rodeado de cerraduras eléctricas. Lo que más le importaba, no obstante, eran las cámaras, así que abrió la pistola Taser para manipularla y, así, aumentar los voltios que era capaz de disparar. Maldito seas, Colbert.


Con mi anillo no tendría que estar ejerciendo de McGiver, pero no, me lo tuviste que quitar y perderlo. Tsk. ¡Quiero mi anillo aumentador! ¡Era muy útil! Sin embargo, no tardó en lograr su objetivo. Se acercó hacia una de las cerraduras y, sin compasión, estampó la pistola en ella para que recibiera una descarga eléctrica de impresión. Segundos después, todas las puertas se abrieron y las cámaras dejaron de seguirla: había sobrecargado el sistema eléctrico del edificio, así que podía huir sin dudarlo. La puerta que había al lado del ascensor llevaba a una serie de escaleras, debía de ser la salida de emergencia, así que, sin dudarlo, se precipitó escaleras abajo.

 - ¿Cómo, en el nombre de los testículos del minotauro, logró escapar de su celda? Tras que Deker formulara la pregunta con el dramatismo que aquella citaba necesitaba, se quedó en silencio, esperando una respuesta que no llegó... Algo que era completamente lógico dado que él no era Nicholas Cage y que no contaba con Sean Connery como la única persona que se había escapado de Alcatraz. Aunque, bien pensado, él preferiría estar preso en La roca que en la torre de su familia, donde nadie se había escapado, ni siquiera en una película. Aquel puñetero rascacielos era un auténtico laberinto atestado de cerraduras imposibles, cámaras y guardias. Ni siquiera Sean Connery se escaparía de aquí... Decidió callarse. Llevaba un rato citando cualquier frase de película o serie carcelaria que se le había ocurrido, pero nadie acudía ni a decirle que se callara, así que decidió cambiar de táctica. Se puso en pie para pasearse por la habitación, buscando alguna otra manera de llamar la atención y que, así, alguien se dignara a explicarle por qué narices estaba preso. Al asomarse por el ventanuco de su puerta, vio algo que le dejó completamente anonado. Frente a ella, había cruzado corriendo una figura que conocía bien... Y que regresó segundos después. Ariadne estaba al otro lado, mirándole con la misma sorpresa que debía de haber reflejada en su cara y, seguramente, preguntándose lo mismo que él: ¿qué demonios estaba haciendo ahí? Vio que ella abría la boca, que decía algo... Su nombre... Aunque no pudo escuchar su voz. - ¡No te oigo! - gritó con todas sus fuerzas.


La chica le hizo una seña para que aguardara, antes de quitarse uno de los dos aros que llevaba en las orejas. Se agachó, por lo que Deker la perdió de vista, aunque sólo un momento, pues justo un segundo después la puerta se abrió y pudo tenerla frente a él. - ¿Liberando a tu Teseo, princesa Ariadne? - preguntó él. - Estupendo, me cargo uno de mis pendientes favoritos por ti y ahora me abandonarás... O Artemisa me matará - la chica hizo una mueca.- Pensándolo bien, no me gusta nada el símil. Volvamos a Rapunzel, que ella acaba mejor. - Como desees. Ariadne puso los ojos en blanco, pero no dijo nada, se limitó a correr justo como él hizo. Sin embargo, en cuanto alcanzaron el extremo del pasillo, se encontraron con tres guardias de seguridad. Cambiaron de sentido, pero también se encontraron con un grupo de hombres. Antes de que pudieran reaccionar, habían sido apresados. Dos hombres lograron atrapar a Ariadne primero, alzándola, a pesar de que ella se resistía con todas sus fuerzas, dando patadas al aire y agitándose como una serpiente. Su primera intención fue ayudarla, pero dos hombres le rodeaban brazos y pecho, impidiendo que se moviera. - ¡Ariadne! - gritó él, desesperado, todavía intentando llegar a ella. - ¡Deker! Entonces, a él volvieron a arrastrarle en dirección a su celda, mientras que a la chica la llevaban hacia el lado contrario. ¡Les estaban separando! Peleó con más fuerza, lo intentó con tanto ahínco que tuvieron que retenerle entre cuatro y, aún así, siguió gritando como un loco: - ¡ARIADNE! - ¡DEKER! La chica tenía su claro cabello cayéndole por el rostro, seguía agitándose como si la vida le fuera en ello, pero los guardias eran más fuertes. Sus miradas se encontraron una última vez. Y se llevaron a Ariadne, dejó de verla, por lo que también dejó de luchar. De hecho, permitió que lo condujeran hasta su celda sin presentar batalla, descorazonado ante aquella última mirada y ante el temor a lo que su familia pudiera hacerle a la chica. Se quedó sentado en la cama, sintiéndose un idiota, el inútil más grande del mundo, hasta que alguien abrió, de nuevo, la puerta de aquella prisión. No sabía cuánto tiempo había pasado, suponía que no mucho, pero no podía estar seguro. - Buenos días, Demetrio - le saludó su abuelo cortésmente. - ¿Cuándo cojones te va a entrar en esa cabeza de viejo chocho que tienes que es Deker? De-ker. ¡Tampoco es tan difícil! - gruñó, apretando los puños, mientras alzaba la mirada para


fulminar al recién llegado. Era curioso, su abuelo siempre le había impuesto respeto, incluso algo de temor, pero estaba tan fuera de sí que ya no le importaba nada.- ¿Por qué está aquí? ¿Qué le estáis haciendo? Rodolfo Benavente se quedó un instante callado, mirándole sin que ninguna emoción se reflejara en su rostro. Resultaba inquietante, pero a Deker no le importó lo más mínimo, ¡estaba harto de aquella maldita familia que le había tocado! - Esas no son formas de hablarme... - ¡Como le hagáis daño...! - le interrumpió. - ¡YA BASTA! - su abuelo no le había gritado en su vida, a pesar de sus múltiples cagadas en lo que respectaba a estudios y relaciones; seguramente ayudaba a que era, con diferencia, el mejor agente que tenían. Por eso, se quedó quieto, impresionado, algo que aumentó cuando el hombre dulcificó su expresión.- Sospecho que estás preocupado por la señorita Navarro, algo que, para ser sinceros, es razonable dado el trato que se le dio la vez anterior. - La torturasteis - aclaró con frialdad.- Apenas pudo moverse en una semana. Y tuve que cortarle el pelo, su precioso pelo que tanto me gusta. - Pensábamos que era otra persona - asintió su abuelo sin inmutarse.- De hecho, creo que debería darte las gracias. Al fin y al cabo, sin ti no habría descubierto quién era. Si no hubieras venido a salvarla, ni siquiera habría reparado en ella, pero lo hiciste, despertaste mi curiosidad y descubrí que no era ni más ni menos que Ariadne Navarro. O, como tú la llamas, Rapunzel. - ¿Cómo sabes eso? - No es lo que tú crees. Nadie te ha estado espiando. - ¿Entonces? El hombre se llevó las manos, llenas de manchas de vejez, al cuello, de donde sacó una cadena rematada en un ámbar. - ¿Sabes lo que es esto? - ¿Tu salida del armario? - La ironía denota inteligencia, pero el sarcasmo es mera mala educación y, se pueden decir muchas cosas de esta familia... Salvo que te hayan dado una mala educación - aclaró su abuelo con frialdad, antes de explicarle.- El ámbar posee la cualidad de atesorar recuerdos. En este en concreto hay ciertos momentos de tu infancia que consideré importantes. Era algo que Deker ya sabía, puesto que, junto a Ariadne, había visitado varios episodios de la vida de Felipe Navarro. Pero, claro, no era una información que le iba a dar a su abuelo, sobre todo cuando éste estaba admitiendo que habían guardado recuerdos de cuando era niño;


había algo en aquel hecho perturbador, como si le hubieran robado algo muy, muy valioso que no debía pertenecer a nadie más. ¿Y qué narices tenía eso que ver con Rapunzel? - ¿Estás preparado? - inquirió su abuelo, por lo que Deker asintió con desdén, como si no encontrara aquello interesante; bastante se había expuesto con su explosión anterior y su familia era de las que usaban las cosas importantes para herir. Al ver su gesto, Rodolfo ordenó con voz firme y clara.- Muéstranos el pasado. Volvió a experimentar aquella extraña sensación, mientras la habitación desaparecía a su alrededor... ... Y se convertía en el pasillo de una de las plantas superiores, ancho, vacío y de aquel color blanco tan antinatural. - ¡Deker Sterling, ven aquí ahora mismo! La rabia que emanaba la voz de su padre logró ponerle la piel de gallina, incluso a sus casi veinte años. La había escuchado demasiadas veces y nunca, absolutamente nunca, había traído nada bueno. Se giró a tiempo de verse a sí mismo con nueve años corriendo por el pasillo, en un intento de huir de su padre, que le seguía de cerca. - ¡Déjame en paz! - aulló el niño. Deker se sintió extraño al notar aquella mezcla de rabia y miedo en su propia voz, que aunque sonaba diferente e infantil, era la suya. Apretó los puños intentando no mirar a su abuelo que, para mejorarlo todo, se mostraba indiferente ante la escena. Su versión pasada abrió una puerta de doble hoja con brusquedad, dispuesto a perderse en la biblioteca de la torre Benavente. Sin embargo, en cuanto lo hizo, su padre le dio alcance, agarrándolo del brazo para arrastrarlo hacia el interior con violencia poco contenida. Antes de que nadie pudiera reaccionar, su padre le estampó contra una de las estanterías, provocando que varios libros cayeran al suelo. - ¡Vas a dejar de avergonzarnos a tu madre y a mí! - rugió Calvin. - ¡No quiero estar aquí! ¡No quiero ir a esas estúpidas clases! - ¿Pero de verdad te crees que nos importa lo que quieras o no? Eres un Sterling y eres un Benavente, tu labor es convertirte en uno de los mejores policías del mundo. ¡Tu maldita labor en este mundo es cazar ladrones y servir a la familia! - ¡No quiero ser parte de esta familia! - ¡Otros matarían por tener la oportunidad que tienes! - ¡Pues cámbiame por ellos!


Su padre le soltó, por lo que su versión infantil cayó al suelo como si fuera un fardo, aunque mantuvo la cabeza alta en todo momento. Pese a que no recordaba ese momento de su vida en particular, sabía la ira que había experimentado entonces, el orgullo y la cabezonería de no dejar que su padre supiera lo que dolía todo aquello. - Ojalá pudiera hacerlo - se limitó a apuntar Calvin con frialdad. Y tras aquella estocada mortal, su padre le miró con desdén, le indicó que iba a seguir asistiendo a las clases de preparación junto a los demás miembros de los Benavente y se fue, dejándolo a solas. Un segundo después de que las puertas se cerraran a la espalda del hombre, el niño echó los codos hacia atrás con furia, gritando de desesperación y frustración. - Aún no me explico por qué no le han dado nunca el premio al padre de año - le dijo a su abuelo, que seguía contemplando todo en silencio, sin inmutarse. - Tu relación con tu padre no es lo importante. - No me sorprende. El Deker niño había terminado escondiendo la cabeza entre las huesudas rodillas, por lo que lo único que podían verle era el espeso cabello castaño oscuro que llevaba peinado con raya a un lado. Así permaneció, sin hacer ruido, hecho un ovillo para que nadie le viera. A pesar de eso, Deker sabía bien que sus ojos estaban atestados de lágrimas de rabia y dolor. Estaba a punto de quejarse, pues no veía el sentido que tenía revivir algo así, cuando una niña apareció entre las estanterías y fue directa hacia él. Nada más verla la reconoció. Tendría unos cinco años, pero aquel largo cabello castaño y esos ojos grandes del color de la miel resultaban inconfundibles. Para su sorpresa, la niña que un día fue Ariadne avanzó hasta llegar a su lado, donde se arrodilló al mismo tiempo que posaba una mano en el brazo del crío, de él. - ¿Estás bien? ¿Qué te ha hecho el hombre malo? - Ser mi padre. Ante la amarga respuesta que le había dado, Ariadne frunció el ceño. - Pues más parece un troll que un padre, así que no deberías hacerle caso - se encogió de hombros, sin dejar de mirarle con preocupación.- No llores más... - ¿Qué no...? - masculló Deker, antes de entrecerrar los ojos con odio.- ¿Y tú qué sabrás, mocosa? Anda, vete a jugar con tus muñecas, que es lo único de lo que entiendes - se dedicó a mirar al frente, aunque Ariadne no se movió de su lado.- ¡Largo! ¡Márchate, enana! ¡Tú no sabes nada! Sólo eres una niña boba que... Seguro que tu mayor preocupación es que has perdido los zapatos de tu Barbie.


Tras acabar tamaña declaración, arrugó el rostro en una mueca y, muy ofendido, cruzó los brazos sobre el pecho con demasiada dignidad para ser un niñato de nueve años que acababa de llorar a moco tendido. Sin embargo, Ariadne no se alteró, de hecho añadió con frialdad: - Mis papás y mi hermano murieron hace tiempo. Casi no puedo recordarles. Cuando lo intento, cerrando mucho, mucho los ojos y concentrándome mucho, sólo recuerdo lo fríos y quietos que estaban... Como si durmieran, ¿sabes? Pero el señor Rodolfo me explicó que no dormían, que estaban muertos - la niña frunció el ceño, antes de levantarse y añadir en un tono bastante sabiondo.- No eres el único que llora, idiota. Y, sin más, se alejó de él para sentarse bajo la ventana que se encontraba al final de la estantería donde él estaba apoyado. Al principio, pareció luchar consigo mismo, mirando al frente como si nada le importara, pero acabó girándose un poco para observarla. Ariadne estaba leyendo un enorme libro, ajena al mundo. Tras unos instantes de evidente debate interior, el niño se levantó únicamente para poder acomodarse a su lado. Apoyando los brazos en las rodillas, que había flexionado a la altura de su pecho, miró a Ariadne con falsa indiferencia. - ¿Qué lees? - Los cuentos de los hermanos Grimm. - Bah, los cuentos son una chorrada. Son para idiotas - repuso, frunciendo el ceño. - No es cierto - respondió Ariadne con calma.- Tú eres idiota y no te gustan. - No soy idiota. - Pues lo pareces. - Pues tú eres... Eres... ¡Insoportable! - Qué maduro - la niña puso los ojos en blanco. - Tengo nueve años, soy mayor que tú, lista - Ariadne, que había vuelto a centrarse en el libro, soltó una risilla. Deker, por su parte, la fulminó con la mirada, antes de preguntar, malhumorado.- ¿Y se puede saber de dónde has salido, mocosa? - De la última planta. Vivo ahí - le informó con un hilo de voz. - Yo llevo viviendo aquí meses, yendo a esas estúpidas clases de idiomas, gimnasia y de cómo ser poli y nunca te he visto - observó Deker, apretando los labios, intrigado. - No me dejan salir de mi habitación mucho. - ¿Y eso? - No lo sé.


- Pero...- el niño frunció el ceño, confuso.- ¿Por qué te tienen encerrada? ¿Has hecho algo malo? - al instante, negó con un gesto de cabeza.- Nah, tienes pinta de niñita de mamá, seguro que no has roto un plato en tu vida. - El señor Rodolfo dice que es porque soy especial - ella, de repente, se había quedado muy quieta, aferrada al libro, también muy pálida.- Dice que soy única y... Muchas cosas más. - Ese hombre es mi abuelo. - Ah... Debió de notar que algo iba mal, puesto que se acercó un poco más a Ariadne y empezó a no dejar de mirarla ni un segundo. - ¿Sabes? Es un abuelo raro. No da caramelos, no sonríe... Y me da algo de miedo. Pero no se lo digas a nadie, ¿eh? Es un secreto. Será nuestro secreto, así que, mocosa, como se lo cuentes a alguien, verás. - ¿Y a quién se lo iba a contar? - También es verdad. - Y me llamo Ariadne, no mocosa. - Oye, mocosa - Deker sonrió maliciosamente, sobre todo cuando la niña arrugó la nariz, descontenta.- ¿El viejo te hace algo o sólo te mantiene encerrada en la habitación? - Bueno... A veces... Mmm...- no pareció muy cómoda, así que el chico le dio un leve codazo, como animándola.- Hay unos días que me lleva abajo, al sótano y... Ahí unas personas me hacen... Cosas raras. A veces hablan en idiomas que no entiendo, otras me sacan sangre o me hacen algún corte o... No sé, me hacen pruebas... Y luego lo paso mal, duele. Ariadne quedó cabizbaja, por lo que Deker alzó un brazo, como si fuera a abrazarla, pero debió de pensárselo mejor, ya que acabó tumbándose en su regazo. - Léeme algún cuento de esos, anda. - Estaba leyendo el de Rapunzel, ¿lo conoces? - No. Lee, mocosa. Hasta ese momento, Deker había permanecido como congelado, como un espectador viendo una película, aunque en su caso era una experiencia de lo más surrealista: resultaba muy extraño verse a sí mismo, el descubrir que conocía a Ariadne desde hacía más tiempo del que creía y que la chica había sido víctima de alguna clase de experimento por parte de su familia. Sin embargo, no fue hasta que escuchó la voz de la Ariadne de cinco años leyendo aquel cuento que él se sabía de memoria, su favorito, que sintió que se iba a volver loco. Aunque se limitó a susurrar las mismas palabras a coro con el recuerdo.


Rapunzel era la niña más hermosa que viera el sol. Cuando cumplió los doce años, la hechicera la encerró en una torre que se alzaba en medio de un bosque y no tenía puertas ni escaleras; únicamente en lo alto había una diminuta ventana. Cuando la bruja quería entrar, colocábase al pie y gritaba: - ¡Rapunzel, Rapunzel, suéltame tu cabellera! Rapunzel tenía un cabello magnífico y larguísimo, fino como hebras de oro. Cuando oía la voz de la hechicera se soltaba las trenzas, las envolvía en torno a un gancho de la ventana y las dejaba colgantes: y como tenían veinte varas de longitud, la bruja trepaba por ellas. Se quedó completamente mudo, sobre todo porque, llegado a ese punto, su versión de nueve años soltó una carcajada que obligó a la niña a detener la lectura. - ¿Qué te pasa ahora? - preguntó Ariadne, hastiada. - Nada... Es que es gracioso que me estés contando eso, parece tu historia. Una niña encerrada en lo alto de una torre y con el pelo largo. - Pero ella es rubia y tiene el pelo más largo y... Y es mayor... - Detalles tontos, Rapunzel. - ¡No me llames así! ¡Llámame por mi nombre! - insistió ella. - Es eso o "mocosa", tú elijes - ante la expresión de la niña, su versión del recuerdo rió, regocijándose en su éxito.- Anda, Rapunzel, continúa con tu historia... La voz del recuerdo se extinguió poco a poco, envolviéndoles, mientras el mundo parecía girar y girar hasta que acabaron en el mismo lugar. La biblioteca, donde Ariadne estaba sentada devorando La isla del tesoro, aunque alzó la mirada al escuchar que la puerta se abría y entonces sonrió al ver llegar a Deker. Si en el recuerdo anterior, había llevado pantalones cortos y camiseta, en aquel iba vestido con vaqueros y una sudadera. Por eso, Deker calculó que el otro estaba situado en verano, mientras que ese en invierno. Debía de haber pasado ya unos cuantos meses. - ¿Qué tal las clases? - le preguntó Ariadne en un fluido alemán. - ¡No me hables en ese idioma de mierda! - protestó él, en inglés. - El alemán es bonito - declaró la niña, cruzando los brazos sobre el libro. Hizo un gesto con la cabeza, añadiendo con un tono todavía más redicho y pasándose a la lengua inglesa.Además, debes practicar. Tu español e inglés están muy bien, el italiano y el francés pueden pasar, pero... Eres un asco en alemán. Se te da fatal. - Es que no todos somos unos listillos - resopló el chaval.


- Yo lo tuve fácil - reconoció Ariadne, divertida.- Papá y el tío Felipe me hablaban en español, mamá en griego, el tío Gerardo en alemán... - Aún así eres una listilla y a nadie le gustan los listillos. Ariadne le hizo burla. - Eso es mentira. A ti te gusto. - Pero no todos tienen mi exquisito gusto, Rapunzel. - Ni tu mal alemán. Deker se hizo el ofendido, antes de abalanzarse sobre ella que, demostrando una agilidad y velocidad sin igual, le esquivó para echar a correr por la biblioteca. El chico la siguió riendo, era uno de los juegos que tenían. Sin embargo, en aquella ocasión hubo algo diferente: escuchó un estruendo y cuando rodeó una estantería, encontró a Ariadne tirada en el suelo. Se quedó paralizado, seguramente presa del miedo, pues la niña estaba tumbada con el rostro congestionado por el dolor y, además, parecía que no podía moverse. Tras el susto inicial, Deker corrió hasta reunirse con ella, visiblemente preocupado. Le apartó el pelo del rostro, antes de intentar levantarla, aunque lo único que consiguió con ello fue arrancarle gemidos y gritos de dolor contenido. - ¿Qué te pasa? - preguntó el niño con un hilo de voz. - Nada. Se me pasará...- dijo ella a duras penas. - ¿Qué te han hecho ahora? - insistió Deker, mientras se sentaba en el suelo para colocar a la niña sobre su regazo.- Rapunzel, cualquier día de estos va a pasar algo... Se le quebró la voz ante un nuevo gemido por parte de ella, así que se quedó en silencio, aterrorizado, mientras acariciaba el pelo de Ariadne con cariño. Y fue entonces cuando la escena se desvaneció. El mundo se deshizo para volver a formarse entorno a él. En aquella ocasión, además, el escenario era distinto, pues su versión infantil recorrió los pasillos de la torre Benavente a toda velocidad hasta dar con el despacho de su abuelo. No había cambiado en absoluto: la puerta de roble oscuro de dos hojas, el amplio ventanal, el escritorio lleno de papeles, la chimenea, las paredes desnudas salvo por un par de estanterías... El niño de diez años que había sido no se achantó ante el hombre que se sentaba tras el escritorio: su abuelo casi diez años más joven. Aunque éste enarcó una ceja al verle llegar, Deker se limitó a estampar las manos en la mesa, mientras gritaba: - ¿Dónde está? ¡¿Qué habéis hecho con ella?! - ¿Dónde está quién, Demetrio? - preguntó el anciano con calma.


- ¡Mi amiga! ¿Qué le habéis hecho ahora? - insistió el crío fuera de sí.- Ayer apenas podía moverse del dolor y hoy no está. ¿Dónde está? - No ha desaparecido nadie - intentó convencerlo su abuelo. - ¡No me mientas! ¡Lo sé todo, abuelo! Le hacíais... Cosas raras... Como... Pruebas... Aquellas palabras sorprendieron al hombre. Su recuerdo no se dio cuenta, pero él sí, pues vio como abría los ojos de forma desorbitada. Era algo que no entraba en sus planes, aunque no le costó encontrar una solución, pues no tardó en descolgar el teléfono... Y no llegó a hablar, pues el recuerdo se evaporó. De vuelta en la celda en la que había pasado la noche, Deker apenas podía pensar, por lo que se limitó a mirar a su abuelo con la boca abierta como si fuera idiota. - Guardé tus recuerdos en este ámbar para que no se perdieran - le explicó, ocultando el colgante entre sus ropas.- Pero, como comprenderás, hice que te borraran la mente con uno de nuestros Objetos, un bonito zootropo del siglo diecinueve... - ¿Qué le hicisteis? Se sorprendió de lo afilada que sonaba su propia voz, aunque estaba tan enfadado, tan asqueado, que en realidad no podía haberlo dicho de otra manera. - La sometimos a ciertos... Procesos que tenían que ver con la Dama de verde. Entonces todo cobró sentido en su mente. Según aquella especie de diario donde había aprendido todo lo que sabía de las Damas, cada una tenía un poder específico y el de la Dama de verde era el de la percepción extrasensorial, lo que explicaba que Ariadne pudiera ver fantasmas. - Pero creíais que el experimento no había sido un éxito - musitó, anonadado. - Durante los dos años que pasó encerrada en esta torre, no dio muestras de ello. Luego el incordio de su tío la rescató y decidimos olvidarnos de ella... Hasta que tú hiciste que me fijara en que una desconocida no era tal, sino ella. Debería darte las gracias, por cierto. - ¡Deja de decir eso! - espetó, lleno de furia. - Y entonces comprendí por qué no había tenido éxito el experimento - prosiguió su abuelo con calma, sonriéndole como si estuviera muy orgulloso de sí mismo.- Sólo entró en contacto con una de las Damas. Si lo hacía con las cuatro a la vez, sus poderes despertarían. Al fin y al cabo, poder llama a poder, ¿no crees? Deker sintió ganas de vomitar. Por eso su familia no había intentado hacerse con las Damas en aquella ocasión, por eso no habían hecho nada contra Ariadne a pesar de saber que era el Zorro plateado, por eso...


- ¿Erika Cremonte era vuestra espía? - Tuvimos que improvisar. Si hubiéramos utilizado a uno de los nuestros, lo habrías descubierto, pero, ¿cómo ibas a desconfiar de alguien tan necio y que llevaba en el internado toda la vida? - los ojos de su abuelo se oscurecieron un momento.- De hecho, esa maldita estúpida estuvo a punto de estropearlo todo. Estaba intentando mantenerse concentrado, frío, no dejarse llevar por la ira que hervía bajo su piel, pues sabía que sólo mediante la razón podría sacar algo ventajoso de todo ello. - ¿Cuándo me mandasteis a por la Dama...? - No sabíamos quién era ella - aseguró el hombre, antes de echarse a reír, agitando la cabeza de un lado a otro.- ¿De verdad crees que de saber que el Zorro plateado era Ariadne Navarro te habríamos enviado a ti? Desde luego que no, está claro que esa chica tiene la capacidad de volverte un blando, un incompetente... Y ya no pudo más. Se abalanzó sobre su abuelo con tanto ímpetu que, a pesar de que el hombre era mucho más corpulento que él, pudo estamparlo contra la pared. Sus manos aferradas al cuello de la camisa, su rostro muy cerca de la cara del anciano. - ¿Blando yo? Yo no soy el hijo de puta que experimentaba con una niña pequeña - siseó, fuera de control.- Durante dos años la tuvisteis encerrada, le sometisteis a torturas continuas... ¡A una niña! Hace falta ser... - ¿Qué? - bramó su abuelo sin perder la compostura. - Mala persona. Cobarde. ¡Un criminal! - estampó uno de los puños en la pared, muy cerca de donde estaba la mejilla del hombre y se inclinó sobre él.- Siempre he creído que los Benavente éramos policías, que estábamos al servicio de la justicia, pero... ¿Esto? No, esto no es bueno, no es justo, no es más que una barbaridad... - Tú no sabes nada. - ¿Qué he de saber? - Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía. Puso los ojos en blanco, dispuesto a soltar un sarcasmo para responder a aquella cita de Hamlet, cuando la puerta de la habitación se abrió, dando lugar a su padre. Para su sorpresa, Calvin tenía la nariz rota, incluso algún quedaba algún rastro de sangre seca encima del labio superior. - Siento interrumpir - pronunció con suavidad, mirando únicamente a su suegro.- Pero es importante. ¿Podemos hablar fuera? Han surgido complicaciones...


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