En blanco y negro: Capítulo 37

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Capítulo 37 Padres e hijos Tras una mañana particularmente atareada en clase, Hanna Sterling abandonó el edificio principal de su colegio, pensando en los deberes que tenía que hacer para el día siguiente. Sus amigas, entorno a ella, iban comentando entre risitas lo guapos que salían los componentes de un grupo de moda, One direction, en el reportaje de la revista que se habían comprado el día anterior. A ella no le importaba lo más mínimo. En parte era porque en su casa, desde que Deker se había marchado, la única música que se escuchaba era la clásica y estaba segura que sus padres morirían de un infarto si la descubrieran viendo alguno de esos videoclips. En parte era porque se había criado junto a Metallica, a The beatles, a Guns N' Roses, Aerosmith, The Ramones, los Rolling, Edith Piaf, Sinatra, Maroon 5, Bon Jovi, Ella Fiztgerald y mucho otros, así que aquella música que escuchaban sus amigas no era precisamente su favorita. Pero, sobre todo, porque ella conocía a alguien mucho más guapo que aquellos chicos juntos. Sin quererlo, un leve rubor cubrió sus mejillas al pensar en Timothy Ramsey, el guapísimo amigo de su hermano mayor.

Gracias, hermanito, primero me presentaste a mis músicos favoritos y ahora... - Hanna, ¿estás bien? La voz de su mejor amiga, Lindsay, la sobresaltó, pero la niña pudo asentir con un gesto, antes de sacar su teléfono móvil de la mochila. Era rosa, decorado con unas cuantas pegatinas, y prácticamente lo usaba para poder escuchar algo de música en su trayecto de casa al colegio y viceversa, ya que sus padres no querían comprarle un I-pod. Su otra utilidad era intercambiar mensajes de texto con su hermano, pero todavía no le había enviado nada, lo cual era muy raro. Normalmente, siempre le envía un par de mensajes durante la mañana. Aquel día, no había recibido ninguno. De repente, se sintió angustiada. ¿Y si le había sucedido algo? Contempló el fondo de pantalla de su teléfono, la foto más reciente que se había sacado con su hermano, mientras se mordía el labio inferior. Decidió llamarle, sólo para asegurarse de que estaba bien, así que comenzó a buscar el número de su hermano en la agenda. - ¿Lo habéis visto? ¡Es guapísimo!


- ¡Y alto! - ¡Y rubio! ¡Parece un modelo! - ¡Hanna! Acababa de encontrar el número de Deker, cuando escuchó, entre el ruido que hacían sus amigas al cotorrear sin parar, una voz conocida que le detuvo el corazón. Se quedó quieta un momento, mirando la pantalla de su teléfono móvil, mientras un par de largos mechones rebeldes le azotaban el rostro, tras escaparse de su trenza. Cuando fue capaz de reaccionar, alzó la mirada para ver a Timothy Ramsey apoyado en el lateral de un coche. Estaba tan guapo... Con ese pelo rubio como el color de la miel, los ojos verdes y aquella sonrisa tan bonita... Además, llevaba una cazadora de un verde apagado junto a una camiseta negra y unos vaqueros, una combinación que le sentaba muy bien. De repente, notó que todas sus amigas la miraban y no pudo evitar sonrojarse. - Anda, si ha llegado mi primo - improvisó, sintiéndose de repente muy nerviosa.- Bueno, chicas, me tengo que ir. ¡Hasta mañana! Se despidió con un gesto, antes de dirigirse hacia Tim con paso rápido y el corazón a punto de salirse de su pecho. ¿Cómo podía ser tan guapo? ¿Y tener una sonrisa tan bonita? Al llegar junto a él, Tim le regaló una de esas, por lo que Hanna estuvo a punto de levitar. - ¿Cómo ha ido el colegio? - le preguntó él. Fue a responder que todo había ido como siempre, pero entonces el joven miró hacia ambos lados con aire preocupado. Quizás si no se apellidara Sterling, si no se hubiera criado en aquella familia, no le hubiera dado importancia a aquel gesto. Pero no era así y Hanna sabía que pasaba algo, así que se acercó al chico para preguntar: - Tim... ¿Qué pasa? - Te lo explico en el coche, vamos. Hanna asintió y, sin dudarlo, se subió en el vehículo, sentándose en el lugar del copiloto, justo al lado de Tim. Él, por su parte, primero había guardado la mochila en el maletero para, después, colocarse detrás del volante y salir pitando del colegio. - No quiero que te asustes - dijo, volviéndose hacia ella de vez en cuando. - Así no vas bien. - Ya...- asintió Tim, acompañándose de un gesto.- Es que no sé cómo decir todo esto. Ni siquiera sabría explicárselo a un adulto, así que a ti...- contuvo la respiración un momento, antes de echar aire por la boca.- Hemos descubierto que estás en peligro porque tu propia familia te quiere convertir en una especie de... No sé, cazafantasmas o algo así.


Durante un instante, Hanna se quedó paralizada con los ojos como platos y la boca abierta un poco, lo que debía darle aire de tonta. Sin embargo, no podía reaccionar. Las palabras que Tim acababa de pronunciar resonaban en su cabeza una y otra vez... Como si hubiera eco... Y cada vez sonaba más absurdo y más aterrador que la anterior. Al final, con un tono de voz más agudo del suyo, preguntó: - Me dices eso... ¿Y no quieres que me asuste? ¿Cómo quieres que no me asuste? ¡Quieren hacerme algo muy malo! ¡Mi propia familia! Estaré a una semana y cinco días de cumplir once, pero aún así sé que con la muerte no se juega. ¡Es algo muy malo! - Genial... Te he puesto histérica. - ¡No estoy histérica! - al ver que Tim enarcaba una ceja, Hanna se encogió de hombros, al mismo tiempo que su rostro se arrugaba en una mueca.- Bueno... Vale, sí, quizás lo estoy, pero... Mi familia quiere hacer cosas chungas conmigo, creo que puedo ponerme histérica. - Ahí tienes razón, aunque - se volvió hacia ella una vez más, sonriéndole cariñosamente, mientras le pasaba una mano por el pelo.- no debes preocuparte. He venido a salvarte, ¿no? - Ahí tienes tú razón... Y aunque estaba aterrada, enfadada y sintiéndose terriblemente traicionada, Hanna pudo calmarse un poco porque, al menos, estaba con Tim. Y con él se sentía a salvo.

 - ¡Mirad, las cámaras han vuelto! Fue Jero el que dio la buena nueva, así que todos ellos se apiñaron entorno al portátil para ver que todo seguía en su sitio... O casi todo. Deker todavía permanecía en su celda, aunque caminaba de un lado a otro, pareciendo una bestia enjaulada; seguía sin haber rastro de Ariadne, aunque Felipe llevaba un buen rato insistiendo en que el apagón lo había provocado ella. - Jero, vamos a echar un vistazo a todas ellas, ¿de acuerdo? - propuso Felipe. - No creo que la veamos ahora - comentó el chico. - Yo tampoco - reconoció Felipe curvando los labios, lacónico, como si intentara seguir siendo positivo, pero sin conseguirlo.- Pero no creo que sea casualidad que secuestraran a los dos al mismo tiempo. Si experimentaron con Ariadne, es muy probable que lo hicieran con Deker y sigo sin creer que lo hayan hecho por nada. Están planeando algo. Al escuchar aquello, Álvaro cerró los ojos. Se sentía un idiota por haber intuido tan tarde que había algo más en el secuestro de Ariadne. Debía haberlo sabido sólo con la reacción exagerada de Gerardo. Claro que había algo más, los Benavente habían secuestrado a Ariadne


aprovechando el caos que los asesinos provocaron al asesinar al resto de su familia y habían estado experimentando con ella durante dos años. Por supuesto que Gerardo había perdido los papeles al saber que volvía a estar en su poder... - ¿Tenéis alguna idea de lo que podría ser? - preguntó Kenneth. - No - gruñó Felipe. Le conocía lo suficientemente bien como para saber que se sentía muy frustrado con todo aquello. De hecho, permanecía con los puños cerrados y la mirada clavada en la pantalla, mientras Jero pasaba de una cámara a otra.- Llevo diez años intentando saber por qué ella, qué pretendían, qué le hicieron... Pero nada. Ni una respuesta. - Dire...- le llamó entonces Jero con un hilo de voz.- ¿Puedo preguntarle algo? - Por supuesto. - Si no me falla la memoria, Deker llegó al internado buscando al Zorro plateado porque Ariadne robó una Dama a su familia, ¿no? - ante el asentimiento general, Jero se humedeció el labio inferior; tenía el ceño ligeramente fruncido, gesto inequívoco de que estaba considerando algo.- ¿Recuerda qué Dama era esa? ¿De qué color era? - Verde, sin duda. El chico dio un respingo, antes de abalanzarse sobre el sofá para coger su mochila, de donde sacó un ajado libro en el que rebuscó. Los demás permanecían en silencio, curiosos. - ¡Claro! - exclamó Jero, antes de acercarse, ocupándose de mantener el libro abierto por un página en concreto. Alzó la mirada en dirección a Felipe, visiblemente satisfecho consigo mismo.- Dire, no puedo responder a mucho, pero sí a qué le hicieron. No sé cómo, pero le pasaron el poder de La Dama de verde, que aumenta la... ¿Recepción? No... ¿Percebe...? - Percepción extrasensorial - le ayudó Kenneth. - ¡Eso! Gracias, profe. Aumenta la percepción extrasensorial. - Y eso supondría que, quizás, las capacidades de Ariadne van más allá - observó Felipe, turbado. Cerró los ojos con fuerza, pasándose una mano por el rostro.- ¿Y si lo que planean es que las desarrolle por completo para usarlas a su favor? - Parece propio de los Benavente - asintió Álvaro con amargura.- Por lo poco que les conozco son muy dados a creer que el fin justifica los medios. Álvaro estaba intentando unir los puntos, descubrir por qué habían secuestrado a Ariadne y Deker al mismo tiempo. Como bien decía Felipe, no podía ser casualidad. No, los Benavente tenían un plan, ¿pero cuál? Estaba dándole vueltas a todo el asunto, cuando la voz de Kenneth les interrumpió: - Pues yo creo que debería preocuparnos otra cosa...


 Ay, otra vez las puñeteras drogas... Dios, estoy más empanada que si estuviera en un concierto de Lana del Rey. Ariadne se incorporó de nuevo, apartándose el pelo de la cara, mientras soltaba una risita al recordar como, un rato antes (no podía saber con exactitud cuánto tiempo había pasado), le había roto la nariz de un cabezazo a Calvin Sterling. El hombre se había paseado por su celda para decirle esas chorradas repugnantes de villano enfermizo que soltaba por la boca: que si era una gatita traviesa por escaparse, que si iba a tener que atarla... - Buenas tardes, Ariadne. Estuvo a punto de dar un respingo al escuchar una voz cascada, como de ancianito, pero se controló y se limitó a mirar al frente. Junto a la única ventana de su celda, sentado en una silla tan irritantemente blanca como el resto de la habitación, había un hombre... Que, a decir verdad, de ancianito sólo debía de tener la edad, pues su porte era elegante, tenía las espaldas más anchas que había visto jamás y desprendía una autoridad y una vitalidad que impresionaban. - Buenas tardes, mirón escapado del geriátrico. El hombre enarcó una ceja. - ¿Mirón? - Me contemplaba dormir, eso es algo que los mirones hacen... O Edward Cullen, pero, no nos engañemos, ha envejecido demasiado como para ser un vampiro - repuso ella, altanera.Bueno... A decir verdad, se da un aire a Christopher Lee, ¿le parece mejor Saruman? El hombre, que debía de ser Rodolfo Benavente, se inclinó un poco hacia adelante, sin dejar de examinarla minuciosamente con los ojos entrecerrados. - Qué curiosa es la mente humana - dijo. - No, no es curiosa, es que estoy puesta en cultura pop. Eso es todo. - No lo decía por eso, querida - entonces aquel hombre sonrió y, sin saber exactamente por qué, Ariadne tuvo miedo. La verdad era que resultaba un gesto de lo más siniestro, pero eso no explicaba aquel terror tan visceral que estaba experimentando.- Sino porque, aunque no parece que me recuerdes, me sigues tratando de usted, como te enseñé. A Ariadne le hubiera gustado dedicarle algún sarcasmo cargado de mala leche, pero en presencia de aquel hombre se sentía excepcionalmente nerviosa. Además, era consciente de que no recordaba dos años de su vida, así que le encontraba sentido a lo que acababa de decirle. - El que le trate de usted, sólo denota mis exquisitos modales. - ¿Y qué denota el que sientas miedo de mi mera presencia?


- Que su parecido con Christopher Lee es mayor del que creía. Siempre he sido muy sensible con las películas de miedo, ¿sabe? Desde pequeña tenía pesadillas con Christopher Lee haciendo de vampiro. Ese sí que asustaba como debía asustar y no brillaba como un cristal de Swarovski... - Siempre has hecho lo mismo. Desde pequeña. Cuando te pones nerviosa, parloteas como si la situación te resbalara, como si estuvieras por encima. Ariadne apretó levemente los labios. Una parte de ella sabía la verdad, sabía que todo aquello era cierto, no una burda mentira o manipulación por parte de aquel hombre. - Los dos años que no recuerdo, los pasé aquí, ¿verdad? - Dime, Ariadne, ¿qué recuerdas del atentado? Aquella pregunta hizo que contuviera la respiración. Era un tema del que no le gustaba hablar, de hecho lo había ignorado mecánicamente durante toda su vida. Sin embargo, en aquella ocasión, forzó su mente, la obligó a examinar sus propios recuerdos. - Recuerdo el fuego. Su brillo anaranjado y dorado que se colaba por la ventana de mi habitación, como si fuera de día, pero no... Era de noche. Recuerdo el miedo que sentí, el saber que estaba sucediendo algo malo, aunque no sabía el qué. También recuerdo que me sentí muy sola, ahí, encerrada en mi habitación, únicamente rodeada por unas llamas que crecían sin parar. - ¿Qué más? - Los ruidos. Las bombas estallando, ellas eran las que causaron el fuego. El silencio, pues no se oían gritos o pasos o risas, todo estaba muy silencioso, salvo por las explosiones. - ¿Recuerdas lo que les pasó a tus padres? Ariadne tragó saliva, inquieta. Entonces, abrió los ojos de nuevo, pues antes los había cerrado para intentar concentrarse mejor, y miró al hombre fijamente. Si él creía que así la iba a controlar, si había adquirido un arma que usar contra ella, le iba a demostrar que no era así. - Abandoné mi habitación para buscarlos. Y los encontré. Estaban tirados en el suelo. Muertos. Recuerdo que tanto a ellos como a mi hermano, Eneas, les habían apuñalado tanto que más parecían carne picada que seres humanos - hizo una pausa, antes de inquirir con frialdad.¿Le parece que recuerdo suficiente? Quizás no le ha parecido lo suficientemente descriptivo... - Oh, la verdad es que no necesito descripciones. Yo lo vi. - ¿Perdón? - Me encontraba en tu casa, cuando sucedió el atentado - explicó el hombre con tanta calma que parecía que estaba hablando del tiempo y no de haber experimentado un suceso tan


horrible como aquel.- Los Benavente y los Navarro estamos condenados a no entendernos. Es verdad. Supongo que es natural, al fin y al cabo, si existe una raza de auténticos ladrones sois vosotros, mientras que nosotros siempre hemos sido policías de pura cepa. Es como si el destino se encargara de que estemos siempre separados. - ¿Entonces qué hacía en mi casa? - Uno de mis hijos encontró un Objeto especialmente dañino y los únicos en este mundo que saben destruir Objetos y, de paso, eliminar cualquier rastro de sus efectos, sois vosotros. Acudí pidiendo ayuda y tu padre decidió concedérmela. Tu padre era un buen hombre, para ser un ladrón, claro está. Muy riguroso, uno de los pocos ladrones que no intentaba quebrantar la ley o manipularla a su favor. - Las buenas y malas personas se encuentran en cada casa, en cada profesión, en cada raza. Es una cuestión de personas, no de grupos - aclaró Ariadne con frialdad, pues consideraba insultante que precisamente aquel hombre se pusiera a juzgar. - La cuestión es que tu padre quería plantearme una tregua, así que accedí a quedarme varios días en su casa por mera curiosidad. Quería ver qué tenía pensado. No obstante, me topé con algo que, a la larga, me ha sido muchísimo más útil: tú. - Me secuestraste... - No. - ¿Qué no? ¿Cómo explica entonces que estuviera dos años aquí sin que mi tío lo supiera? Sé que él junto a Colbert James me rescataron... - Nunca consideré lo tuyo un secuestro, querida - la volvió a interrumpir con decisión.Vi cómo asesinaban a tus padres, ¿sabes? Estaba escondido en mi habitación y desde ahí lo vi. Supongo que los asesinos no contaban conmigo, es lógico, ¿quién iba a pensar que Rodolfo Benavente estaba pasando la noche en la casa de la familia real de los ladrones? - hizo un gesto desdeñoso con la mano.- Pero eso no es importante para ti, sino tu familia y lo que hicieron. - ¿Y qué se supone que hicieron? - ¿No es evidente? - Rodolfo enarcó las cejas, soltando después con una sinceridad demoledora.- Te abandonaron. - No. No me abandonaron, una panda de asesinos me los arrebataron. - No, no - el hombre negó, acompañándose de un pesaroso gesto de cabeza.- No me refiero a eso. Les oí, Ariadne. Tus padres escapaban con Eneas, tu hermano, y te dejaban atrás. Prefirieron poner a salvo a su heredero y abandonarte a tu suerte, que arriesgarse a volver a por ti - hizo una pausa, antes de sonreír.- Yo lo hice, te busqué. Curiosamente, te encontré mirando los


cuerpos de tu familia, asustada. Y te traje aquí donde te di un hogar, una educación y todo lo que estaba a mi alcance, incluso un don maravilloso. Cuando asesinó a Colbert con sus propias manos, Ariadne sintió que una parte de sí se había roto para siempre. Aún seguía sintiendo aquel dolor sordo, latente, que la había cambiado para siempre. Cuando asesinó a Colbert, creyó que jamás volvería a experimentar eso. Se equivocaba. Al escuchar aquella revelación había vuelto a sentir que algo se quebraba en su interior. Quería llorar, quería negar aquella historia, gritar como una niña pequeña que no era cierto hasta vaciar sus pulmones de aire. Quería con todas sus fuerzas que no fuera verdad. Pero lo era. Tenía todo el sentido del mundo. Recordaba perfectamente la soledad de su habitación, el miedo al ver aquel fuego y aquellos ataques y que nadie acudiera en su ayuda. Sobre todo recordaba que encontró los cadáveres de su familia en un ala que no era la de los dormitorios, sino una bastante más alejada. Era verdad, estaban huyendo sin ella. Y eso dolía, era terriblemente doloroso porque... Bueno, se suponía que los padres debían proteger a sus hijos.

Ya basta. Recuerda a Freddie, Ariadne, the show must go on. Pues sigamos con el espectáculo. A pesar de todo, mantuvo la compostura, no hubo nada en su lenguaje corporal o en su rostro que la traicionara. Aprovechó la ira que Rodolfo Benavente le provocaba sólo con su mera presencia y le fulminó con la mirada. - ¿Quiere que le dé las gracias por experimentar conmigo? - ¿Lo recuerdas? - Es una simple cuestión de lógica. Desde que empecé a ver fantasmas, sabía que no era algo natural. Después, Erika Cremonte quiso detenerme justo cuando acababa de hablar con un fantasma. Detenerme, algo que sólo hace la pasma. No era muy difícil unir los puntos, la verdad, ¿o es qué conoce a más policías que jugueteen con lo que no deben? - La magia existe para algo. - La magia tiene un precio. Siempre. - No te preocupes, querida - Rodolfo Benavente se inclinó hacia adelante para dedicarle una sonrisa un tanto siniestra.- Tú no tienes que pagar nada. - Cierto. Ya lo hice. Me costó dos años de mi vida en una prisión de cristal. Eso, que pueda deducir, porque supongo que hubo más. ¿O me equivoco, señor Rodolfo? Para que haya


terminado viendo fantasmas, tuvieron que usar mucha magia en mí, supongo que no fue como ir a Disneylandia. - Siempre has sido una chica lista. - ¿Qué me hicieron? - Ah, eso - el orgullo se reflejó en el rostro del hombre y Ariadne sintió auténticas ganas de estrangularlo con sus propias manos, aunque luego tuviera que gastar la fortuna de su familia en desinfectante.- La verdad es que fue mi mejor proyecto. La idea, tú... Todo era perfecto y, por eso, el resultado también lo es. Usé la magia de la Dama que poseíamos, la Dama de verde con la que se desarrollaba la percepción extrasensorial. Al escuchar aquello, Ariadne recordó que no tuvo ningún problema en usar a Anastasia, la Dama de azul, para curar a Deker, aunque más tarde él había sido incapaz de emplearla para sanar a Jero. Una vez más, aquella escabrosa historia tenía sentido. - No fue fácil para ti, la verdad, pero estuviste fantástica - le sonrió de forma afectuosa, como si quisiera felicitarla.- Sinceramente, creo que nadie más habría podido pasar por el proceso y soportarlo. Es un halago, por supuesto. - Por supuesto - asintió ella con sarcasmo.- Me encanta poseer una alta tolerancia a la tortura. Estoy pensado en ponerlo en mi curriculum. Me abrirá unas cuantas puertas: doble de acción, alimentadora de fieras, artista de circo, público de Sálvame, técnica en sonido para Mai Meneses y Raquel del Rosario... Vaya, qué nivel tengo. - ¿Qué os pasa a los jóvenes de hoy en día con el sarcasmo? - Creo que es marca de la casa. Al fin y al cabo, su nieto y yo nos criamos aquí. - Creo que más bien se debe a vosotros. Tanto Demetrio como tú tenéis un talento innato para desviaros del camino que os marcan, a rebelaros... Lo que me recuerda: ¿qué eres capaz de hacer? Ariadne se quedó un instante callada, pensativa, y vio como en los ojos de Rodolfo se prendía una chispa de interés, por eso la chica gozó al recitar: - He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado... - ¡Basta! - la interrumpió. - Usted ha preguntado. - ¿No puedes tomarte nada en serio? - La verdad es que hay pocas cosas que me tomo en serio - admitió ella, encogiéndose de hombros, antes de añadir con el ceño fruncido.- Aunque, la verdad, los villanos de opereta sin


bigote nunca han entrado en esa categoría. Quizás, si se dejara uno y lo retorciera, mientras me ata a la vía del tren... Rodolfo se abalanzó sobre ella. Sus manos, que eran enormes, se cerraron con fuerza sobre sus brazos para, después, tirar de ella. El rostro del hombre se quedó a menos de un centímetro del de Ariadne, que aguantó el tipo, aunque por dentro el estómago se le había encogido. - ¿Tienes visiones? ¿Empatía? - No - respondió la chica con seriedad. - Sabía que en ese aspecto serías un problema - dijo, sin soltarla, aunque aflojando aquellas tenazas que habían resultado ser sus dedos. Desvió la mirada, pensativo, lo que acentuó más la sensación de que hablaba para sí mismo.- Eres tozuda, no aceptas bien el cambio... Luchas contra los dones que tienes... Pero no te preocupes, sé como estimularte, querida.

 Detuvo el coche frente a su casa y, aunque se quitó el cinturón de seguridad, no se bajó del coche, sino que se giró para contemplar a Hanna. La niña seguía mirando por la ventanilla, parecía abatida... Algo completamente normal dadas las circunstancias. - ¿Estás mejor? - preguntó tímidamente. Hanna se limitó a negar con la cabeza muy, muy rápido antes de darle la espalda. A Tim le pareció escuchar un gemido, así que se acercó a ella para acariciarle el pelo. No sabía muy bien qué hacer o qué decir. Hanna era la única niña que conocía y nunca sabía muy bien cómo tratarla, así que en semejante situación su incomodidad era todavía mayor. Al final, decidió dejarse llevar por su instinto y le pasó un brazo por los hombros para atraerla hacia él. Hanna acabó cediendo al enterrar su pequeño rostro en el pecho de Tim, que se limitó a abrazarla.

Por favor, deja de llorar. Le estaba rompiendo el corazón escuchar los gemidos y los hipos, ver las lágrimas que inundaban sus mejillas. Hanna no se merecía pasar por todo aquello, no era justo, ella no tenía la culpa de tener a esos padres... - No lo entiendo - musitó Hanna. Abrió la boca para preguntar qué no entendía, pero ella siguió hablando. Lo hizo con más entereza que hacía unos segundos, como si hubiera descargado algo de pena.


- Yo... Hago los deberes, saco buenas notas, sigo sus reglas, me porto bien...- alzó sus enormes ojos para clavarlos en los de Tim, que sintió un nudo en la garganta.- ¿Por qué no es suficiente? No puedo hacer más... Ya hago todo lo que quieren, pero... ¿Por qué no me quieren? Al soltar aquella pregunta, Hanna volvió a resquebrajarse. Sin embargo, en aquella ocasión Tim sabía qué decir. Por eso, se separó de Hanna para sujetarle el mentón, instándola a que volviera a mirarle a los ojos. - Si alguien no te quiere es porque no tiene corazón. - Pero son mis padres. Ellos deberían... - La gente suele llamar "padres" a quienes les han dado la vida, pero yo nunca he creído que el compartir unos cuantos genes te haga un padre - la interrumpió Tim con suavidad. Logró que Hanna se calmara y que, incluso, le contemplara con curiosidad.- Para mí, mis padres son los que estuvieron conmigo. Son los que me cuidaron cuando estaba enfermo, los que me obligaban a hacer los deberes, los que me despertaban a primera hora para celebrar mi cumpleaños, los que me reñían cuando era un idiota... Ellos siempre serán mis padres, aunque no compartiéramos vínculos sanguíneos o genes o esas cosas. Hanna se quedó callada, frunciendo levemente el ceño, por lo que Tim aprovechó para secarle las mejillas con la punta de los dedos. - ¿Eres adoptado? - preguntó muy bajito. - Mis padres biológicos murieron cuando era un bebé - se encogió de hombros.- Iba en el coche con ellos, pero la sillita me protegió. Acabé en un orfanato y como era un bebé muy guapo, enseguida me adoptaron - le sonrió. La niña parecía asombrada. Seguramente se había sorprendido por la naturalidad que demostraba ante el hecho de ser adoptado. Solía pasarle. Tim nunca lo había entendido; a decir verdad, para él ni siquiera había sido un drama. Cuando se enteró de la verdad, se sorprendió y le resultó una historia bastante dura y, sobre todo, algo inesperado, pero no había vivido un drama como mostraban en el cine o en la televisión. De hecho, aunque lamentó lo sucedido a sus padres biológicos, su admiración por sus padres aumentó. Incluso sabiendo la verdad, le hicieron sentirse su hijo, parte de ellos, lo que le había hecho comprender que era afortunado. Y, por eso, no iba a parar hasta descubrir qué les había ocurrido. - Perder a cuatro padres que te querían, tiene que ser peor que tener unos padres como los míos - comentó Hanna, antes de abrir los ojos como platos.- ¡Siento haber dicho eso! ¡No quiero ponerte triste! - Tranquila...- le quitó importancia con un gesto.


- Haremos una cosa... Aunque sólo si quieres, ¿eh? - la niña le dedicó una breve sonrisa, resultaba curioso verla así, intentando animarle cuando era ella la que tenía rastros de lágrimas en las mejillas.- Si te sientes triste o solo o si tienes problemas... Si necesitas a alguien, me tendrás a mí. No soy mucho, pero... Dicen que soy muy fiable, así que siempre estaré para ti. Siempre. Se quedó impresionado. Nunca nadie, más allá de sus padres, le había ofrecido algo así. Nunca le había declarado con tanta sinceridad que estaría a su lado pasara lo que pasara. Por eso, conmovido, sólo pudo sonreír: - Una persona puede serlo todo. - Entonces seré tu todo. ¿Trato? Hanna, visiblemente más animada, le tendió una mano, acompañándose de una sonrisa que volvía a ser luminosa, fuerte. Tim, por su parte, asintió con un gesto, antes de aceptar la propuesta, estrechando sus delgados dedos.


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