En blanco y negro: Capítulo 2

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Capítulo 2 Amantes desventurados Quitarse el uniforme del Bécquer era siempre una liberación. Por lo menos para Tania. Cambió a toda velocidad la camisa blanca, la falda escocesa y la corbata roja por unos pantalones blancos, además de un jersey lila con un cuello abultado que le caía como una bufanda. Seguía llevando el pelo recogido en una coleta, aunque se había echado hacia un lado el flequillo, algo que no solía hacer muy a menudo. Después se sentó en su cama y, con ayuda de un pequeño espejo redondo, se dio unos cuantos toques de maquillaje: un poco de colorete, la raya del ojo, el rimel y una sombra de color rosa muy, muy suave. - ¿Por qué te maquillas? ¿Has quedado o algo? Tania parpadeó. Era verdad, ¿por qué se estaba maquillando? Era algo que siempre hacía cuando salía de fiesta con sus amigas por Madrid, pero aquel no era el caso. Total, iba a pasar el fin de semana con Jero, no era algo... Se quedó muy quieta, arrugando el rostro un poco al darse cuenta de que lo estaba haciendo por él y sin ni siquiera pensar en ello. Cerró el espejito, lo introdujo en su bolso y se colocó este último en el hombro, antes de ponerse en pie. Erika la observaba desde su lado de la habitación, permanecía apoyada contra el escritorio, observándola con una sonrisa maliciosa. - Voy a pasar todo el fin de semana con un gran chico - dijo, muy risueña. Disfrutó momentáneamente de su pequeño triunfo al dejar patidifusa a Erika. Después, salió de su dormitorio para reunirse con Jero y despedirse de Ariadne antes de marcharse a la ciudad. Aquel plan la había alegrado desde por la mañana: vería a su padre, obtendría respuestas de una vez y tendría un fin de semana para hacer lo que quisiera con Jero. ¿Qué podría salir mal? Entonces salió al pasillo y su propia pregunta se vio respondida: al otro lado del corredor, tan atónito como ella, se encontraba Rubén. Durante un momento, Tania se replanteó el ir por el lado contrario y dar un buen rodeo, pero desechó esa idea enseguida, no iba a agachar la cabeza ante él, no iba a huir ni iba a hacer nada. Porque Rubén ya no le importaba. Siguió andando tan normal, tan tranquila y ni siquiera se inmutó cuando se cruzó con él. Sin embargo, en aquel momento tuvo que emplear toda su fuerza, todo su auto-control, pues, sin que ninguno de los dos lo pretendiera, sus brazos se tocaron.


El contacto fue brutal. Se le erizó la piel, el corazón se le aceleró. Tuvo que hacer un esfuerzo monumental para seguir andando, para dejar el pasillo atrás y poder refugiarse en la primera pared perpendicular que encontró. Apoyó tanto la espalda como la nuca en ella, llevándose una mano al pecho, que le latía de forma descontrolada. Cerró los ojos porque sintió que le ardían, temía ponerse a llorar. Cuando pensaba que lo había superado, que por fin había olvidado, un maldito contacto iba y le daba en las narices: todavía había cosas que recordaba como si las acabara de vivir. Todavía sufría como si lo acabara de vivir.

 - Ya está. Oficial. Lo he hecho. Tania, que se encontraba en la biblioteca poniéndose al día con las clases que había perdido, alzó la mirada para ver como Rubén se sentaba a su lado. Exhaló un largo suspiro, echando la cabeza hacia atrás, mientras ella no podía evitar sonreír y acariciarle el brazo como para consolarle. - ¿Ha sido muy duro? - Nunca he pretendido hacerle daño, pero... Era algo inevitable hoy - el chico movió la cabeza de un lado a otro.- Ojalá hubiera podido decir algo o hacer algo para que no le doliera, pero... No existe algo así, ¿verdad? - Romper nunca es fácil. - Pobre Erika. Tania asintió con un gesto, recostándose en Rubén, su novio. Éste suspiró y ella tomó una de sus manos entre las de ella, sabía muy bien lo que estaba sintiendo su novio. El saber que, en realidad, no había hecho nada malo, pero que, aún así, personas inocentes sufrían. Aunque, bueno, ella no calificaría de inocente a Erika precisamente... - Oye, ¿crees que podríamos ir al hospital a ver a Jero? - Claro, si encontramos un objeto de esos que teletransporte. - ¡Qué gracioso! - Pasado mañana tenemos un control de inglés y, no te ofendas, tú necesitas estudiar - ella se incorporó, haciendo una mueca, por lo que Rubén, su novio, rió.- Ahora me vas a decir que eres un hacha en inglés.


- Quién fue a hablar - le hizo burla, riéndose después sin parar, pues su novio la sentó sobre sus piernas y comenzó a hacerle cosquillas.- Ariadne suele decir que tienes un acento de español cateto que asusta. - Ariadne es la versión adolescente y femenina de Risto Mejide. No cuenta. - ¡Eh, vosotros dos! - ante ellos apareció uno de los bibliotecarios, por lo que se miraron, deteniéndose al instante; Tania tuvo que morderse el labio inferior para no echarse a reír.- Una risita más y los dos a la calle, ¿entendido? Asintieron, aunque en cuanto el hombre se fue, no pudieron evitar reírse de nuevo. Su siguiente encuentro en vez de por carcajadas, fue marcado por las lágrimas.

 Se deshizo de aquel recuerdo y de todos los relacionados con Rubén. No iba a sufrir más. Nunca más. Bastante mal lo había pasado con su padre desaparecido y todo lo que eso acarreó, así que, ahora que todo se había solucionado, no iba a volver a aquello. Nada de ser la reina del drama o la apática en que se había convertido durante unos meses, iba a ser la Tania de siempre: positiva, alegre, que siempre disfrutaba. Y tenía un fin de semana con sus tres hombres favoritos, los que nunca le habían fallado. De hecho, a su manera, los tres se habían arriesgado para salvarla. Jero, incluso, estuvo a punto de morir para evitar que ella lo hiciera. De nuevo, una sonrisa idiota apareció en sus labios... ... Aunque no fue consciente de ello.

 They’re two lovers in the night Waiting on the sun to rise Passing ships into the night Under different skies El I-pod estaba colocado en la base con altavoces, por lo que las guitarras llegaron a sus oídos; le siguió la personal voz del cantante de The fray. Siempre le había gustado aquella canción, aunque nunca había tenido tanto sentido como en aquel momento. Afuera, lejos de él y de ella, se alzaba un cielo negro donde no brillaba ni una sola estrella. Pero, ¿qué importaba? ¿No tenía en aquel momento todo lo que quería, junto a él? Podría


quemarse el internado entero, caerse el cielo a pedazos que, en aquel momento, a Deker Sterling le importaría una mierda. Todo le importaba una mierda... ... Salvo ella. Dio un golpe de cadera más, sintiendo que su miembro se endurecía dentro de ella, que el placer le recorría el cuerpo, electrificando cada centímetro de él, incluso la punta de los dedos. Después, ella mostró iniciativa propia, arrastrándole para intercambiar posiciones: él abajo, ella sobre él, enseñándole su cuerpo completamente desnudo.

But you just whisper what you said One last time I could have sworn I heard you say That you are mine Se le cortó la respiración al mirarla. Nunca la había visto tan preciosa, tan desnuda, tan débil, tan frágil, tan fuerte, tan mujer... Ariadne siempre había sido tantas cosas. Se miraron fijamente un instante. El pelo castaño claro de Ariadne estaba alborotado, le hacía una especie de ondas entorno al rostro brillante y sonriente. Resultaba curioso, ella que siempre lo llevaba tan liso, tan perfecto... Pero él lo prefería así. Era tan jodidamente perfecta. Con sus ojos castaños, su boca tan sensual con sus finos labios, sus pechos turgentes y no demasiado grandes, sus caderas casi sin curvas, sus muslos tersos...

She’s fucking perfect... Y Ariadne volvió a abalanzarse sobre él.

 Ariadne se sentó a horcajadas sobre él, aferrándose a su espalda con tanta fuerza que debía de clavarle las uñas, mientras sentía los movimientos de él. Cerró los ojos y abrió la boca, presa del placer que sentía. No podía pensar en nada. Sólo podía sentir. De sus labios se escapó un gemido, mientras él le comía el cuello. Lo lamía, lo besaba, le hacía cosas que, antes, ella sólo había imaginado. La hacía sentir tan viva, tan ardiente, tan entera por dentro, que no dejaba de pedir más.




- Sigue, sigue...- susurraba ella; su voz sedosa, erótica. Deker se había incorporado, por lo que los dos estaban sentados en la cama, abrazados, besándose sin parar, mientras la penetraba con maestría una y otra vez.

Faded flowers in your hand The best that I could do It’s the only way I’ve had Of reaching you Sentía las manos de Ariadne en su espalda, sentía su cuerpo sobre el de él y tuvo que dejar de besarla, de lamerla, para emitir un gemido gutural que no tenía ni idea de donde salió. Quería gritar su nombre, que se le llenara la boca con él, pero ella tenía otros planes y los estaba llevando a cabo, robándole la poca cordura que le quedaba.

I never saw it like you did Didn’t know that it was there You don’t see in you hand It’s in the air Se dejó caer sobre el colchón, dejándose llevar, intentando acariciar con los dedos su racionalidad, aquella parte pragmática de su ser que podría controlarle, pues no quería que las palabras inadecuadas se escaparan de sus labios. No podía decirle lo que la canción estaba expresando tan bien. No podía admitir que era la única que importaba para él.

 Cuando el acto terminó, Ariadne se quedó muy quieta, sentada donde estaba. Se echó hacia atrás para apoyarse en el espejo, que iba de lado a lado del cuarto de baño, mientras el chico se subía la bragueta. Ladeó la cabeza, pasándose los dedos por el pelo para cerciorarse de que no se había despeinado demasiado con todo aquello. En cuanto terminó con sus pantalones, el chico le dedicó una sonrisa encantadora y se inclinó sobre ella, seguramente para besarla. Ariadne fue más rápida. Le colocó la mano sobre los labios con delicadeza, mientras negaba suavemente con la cabeza.


- Nada de besos. Ese era el trato. - Pero lo que acabamos de hacer... ¡Ha sido alucinante! - Lo ha sido, sí - le concedió con una sonrisa, bajando al suelo de un salto. Se colocó la ropa interior en su sitio, al igual que la falda, antes de volverse hacia el espejo: el maquillaje seguía en su sitio, el pelo también. Al acabar el rápido examen, se giró hacia el chico.- Créeme, es mejor así. Pareces un buen chico - le acarició el rostro.- Y los buenos chicos no se merecen a chicas como yo. Le dio un beso en la mejilla, antes de dirigirse hacia la salida, una puerta negra con un gran tirador plateado. - ¿Y cómo son las chicas como tú? Abrió la puerta, encontrándose de nuevo con el familiar y retumbante ritmo de la música que ponían en aquella discoteca: últimos éxitos comerciales, remix de canciones de los años ochenta que, más bien, eran asesinatos propiamente dichos... Bueno, no se iba a quejar, debía de admitir que era lo que iba con ella. Alejó ese pensamiento de su cabeza, recordando que le habían hecho una pregunta. Se recostó momentáneamente en la puerta, que mantuvo abierta sólo el tiempo suficiente para responder: - Malas. Frías. Rotas. Y se introdujo en la marea de gente. Volvía a hacer frío de nuevo.

 El hechizo terminó. Deker vio como Ariadne desaparecía para dar lugar a una chica cualquiera. Volvía a no recordar el nombre de la susodicha. Era de segundo de bachiller, eso lo tenía claro, aunque su cháchara incontrolada parecía la de una treceañera. Estuvo a punto de suspirar, ahí como estaba, tirado y desnudo en la cama. Sabía que aquello era un error, era un gran error. No era lo que quería, pero... Su teléfono móvil impidió que siguiera hundiéndose en los barros de la auto-compasión. Por primera vez, agradeció tener aquel maldito cacharro. Tras cogerlo y compartir cuatro palabras con su interlocutor, se puso en pie para vestirse a toda velocidad: la camisa blanca que no se molestó en meterse en los pantalones caqui, el jersey verde sin mangas y la corbata verde con rayas amarillas.


Y se marchó sin ni siquiera despedirse de su acompañante. Llegó al pueblo en tan poco tiempo que, mientras bajaba del coche, pensó que había superado algún tipo de record. Había cogido el vehículo prestado de la inmensa colección de Felipe Navarro, al fin y al cabo el hombre no se daría cuenta y ya que tenía que hacer todo eso, mejor hacerlo con estilo. Sintió la espesa capa de nieve bajo sus pies, era un poco difícil caminar sobre ella, pero enseguida se acostumbró. Por suerte, había dejado de nevar al anochecer, aunque hacía tanto frío que la capa blanca permanecía impertérrita, cubriendo las calles. Agradeció el haber pasado por su habitación antes de marcharse, así había podido coger su cazadora negra de cuero, además de sus guantes, y una bufanda blanca que llevaba enroscada alrededor del cuello. Cómo se notaba que era viernes noche: el zumbido de la música tecno le llegaba a los oídos incluso en las afueras de la discoteca. No le costó entrar en ella. Al fin y al cabo había untado a todos los empleados de aquel lugar con ingentes cantidades de dinero. Mira, algo bueno tenía ser miembro de los Benavente: era asquerosamente rico. Se abrió paso entre la gente, apartándolos sin compasión, pues tenía prisa. Entonces la vio. Estaba subida a una de las tarimas, moviéndose al son de la música. Serpenteaba su cuerpo con aquella elegancia innata suya, resultando de lo más sensual. Llevaba un vestido azul oscuro con escote palabra de honor y con la falda lo suficientemente corta como para parecer que iba a mostrar algo, pero sin hacerlo. Se había ondulado un poco el pelo y en aquellos momentos lo estaba alborotando al ritmo de la canción que estaba sonando. Se detuvo un momento para disfrutar del espectáculo. Al ver la figura recortada contra las luces cambiantes de la discoteca, recordó aquel sueño recurrente. Agitó la cabeza, en su sueño estaban los dos solos y en aquellos momentos todos los jóvenes del pueblo estaban disfrutando de Ariadne en todo su esplendor. Se subió a la tarima y sujetó a la chica de un brazo. - Nos vamos - le dijo, mientras la bajaba de ahí. - Nooo - protestó ella con gesto lastimero. Deker puso los ojos en blanco, al mismo tiempo que la conducía hacia la salida, lo que le costó lo suyo, pues ella ofrecía resistencia de una manera curiosa. Era como si se fuera enredando en la gente que les rodeaba, pero él se mostró obstinado hasta que la sacó del local.


Había comenzado a nevar. Los copos blancos caían con lentitud, siendo iluminados por la pobre luz de las farolas de la calle. No había un alma en la calle. Lo que era normal, dado el frío del demonio que hacía. Pero Deker estaba lo suficientemente cabreado como para no sentirlo apenas, bastante tenía con no zarandear a Ariadne, a ver si la espabilaba de una vez. La chica, a todo eso, seguía a lo suyo, bailando la canción que estaba musitando. - ¿Habrá alguna cafetería abierta a estas horas en este sitio de mala muerte? - ¿Tienes frío? - preguntó ella. Antes de que Deker pudiera responder, Ariadne se tiró a sus brazos para abrazarle. Aquello le pilló por sorpresa. Ariadne no era precisamente efusiva y menos con él, así que, durante un instante, se relajó para poder contemplar el rostro de la chica contra su pecho. Acabó rodeándola con sus brazos, suspirando. - Menuda borrachera que me traes... - No estoy borracha - declaró ella muy digna. La expresión serie le duró un segundo, pues al siguiente se echó a reír, cerrando aquellos ojitos brillantes de beoda.- Sólo un poquillo contenta, jijiji... - Sí, esos tíos te ponen contenta - gruñó, cogiéndola del brazo de nuevo para guiarla a través de las calles empedradas del pueblo en busca de una cafetería; no podía llevarla al internado en semejante estado.- ¿A cuántos te has tirado esta vez? - ¿Celoso? - Preocupado. - Estás enfadado y el enfado no lleva a la preocupación, lleva a los celos y a que te duele el ego porque me he convertido en tu versión femenina, pero no quiero nada contigo - Ariadne se separó un poco, le falló el equilibrio, por lo que Deker tuvo que agarrarla del codo para que no se cayera. Ella aprovechó para darle golpecitos en el pecho.- Te lo dije: jamás seré uno de tus gre... Greatest hits. Y duele en el ego, ¿eh? - hizo una pausa, quedándose quieta para mirar una serie de árboles que había en la plaza del pueblo, donde acababan de llegar.- ¿Estaban ahí desde siempre? - Desde que los plantaron, sí. - ¡Hala! ¡Son bonitos! - Son árboles sin hojas, Pocahontas. - Estos policías - le dedicó una sonrisita torcida.- No sabéis admirar el arte. Sólo lo protegéis, lo investigáis, pero no lo entendéis... Deker casi suspiró al ver una cafetería abierta, la del motel. Era lógico que hubiera alguna, pues aquel pueblo era el único resquicio de vida en la nada y los camiones o autobuses pararían ahí para repostar o, simplemente, para descansar cuando no quedaba otra.


Se sentó junto a Ariadne en una de las mesas que estaban en la pared contraria a la de la fachada, donde había una hilera de ellas entre bancos acolchados. Temía colocar a la chica en una silla y que se le espatarrara. Ariadne se recostó en la esquina, mirándole con aquella sonrisa entre divertida e ida. - Debería ir a sacar dinero - observó de repente Deker.- Para pagar el café llevo, pero creo que deberíamos hacer noche aquí. Si te llevo así al internado, El viejales morirá del disgusto. - No te vayas. - Volveré pronto... - ¡Que no hace falta, tonto! - rió, mientras se ponía a rebuscar entre los bolsillos de la cazadora beige que llevaba; se hizo un lío con la bufanda azul marino, aunque al final logró sacar un montón de billetes de todo tipo. Los contempló sonriente, canturreando para sí, al mismo tiempo que movía la cabeza al son de la cancioncilla.- Yo tengo dinero, woo... - ¿Tito Álvaro te financia las juergas? - Deker enarcó una ceja. - Eres muy gracioso - dijo ella con voz melosa, acariciándole un lado de la cara con un único dedo. Soltó una risita, antes de agitar la cabeza con desdén.- No me hace falta que me den dinero - se acercó a él, bajando la voz.- Soy el Zorro plateado, lo consigo... Jijiji... - ¿Lo has robado en la discoteca? - Pero ha sido sin querer - se disculpó entre risitas. - Mírate, toda una delincuente - a su pesar, sonrió, agitando la cabeza de un lado a otro.Robando dinero a unos pobres incautos porque sí. ¿O es dinero encantado o algo así? Entonces Ariadne se quedó muy quieta, tiesa. - Ahora soy una vulgar ratera. Quiso golpearse la cabeza contra la mesa, ¿cómo podía tener tan poco tacto? Relajó su rostro, olvidándose de todos los reproches, del enfado que le provocaba el comportamiento de Ariadne. Se volvió hacia ella, agitando la cabeza con desdén, como si no se hubiera dado cuenta de nada, como si estuvieran hablando de cualquier tonta banalidad. - Primero lo de los celos, después los árboles y ahora esto... Estás diciendo cosas sin sentido, Rapunzel - le dio un leve codazo.- Es el alcohol. Créeme, a diferencia de ti, soy un experto en estos temas... Pero ella no le escuchaba. Tan solo se recostó en él, cerrando los ojos con aire soñoliento, antes de susurrar: - ¿Acaso algo tiene sentido? Y se quedó dormida.


Se arrellanó contra él, haciéndose un ovillo, por lo que Deker se echó hacia atrás para apoyarse en el respaldo y que ella estuviera más cómoda. Ariadne colocó la cabeza en su pecho. Parecía tan tranquila, tan inocente, como una niña pequeña que disfrutaba del sueño más bonito y sin preocupación alguna... Qué burda mentira. Ariadne Navarro podía seguir siendo una niña o, por lo menos, así veía una parte de ella, la parte inocente que veía el bien allá donde fuera. Sin embargo, era una niña perdida, rota; una niña tan apaleada que el dolor no sólo había dejado huella en ella, había anidado en su interior y cada día que pasaba, la destrozaba un poquito más. No sabía cómo coño se lo montaba o bien ella o bien los demás para que sólo él se diera cuenta. Acariciándole el pelo, susurró. - Tienes razón, princesa. Nada tiene sentido. Nada...

 El teléfono móvil sonó de repente, sacándola del profundo sueño en el que se había sumergido sin querer. Valeria Duarte, que estaba tumbada de manera imposible en una incómoda silla, se puso en pie de un salto para agarrar su bolso e impedir que el estruendoso sonido siguiera inundando la habitación del hospital.

Menos mal que tenemos la habitación para nosotros solos. Tras echar un vistazo a la cama vacía que había en la parte derecha de la habitación, la que no daba a la inmensa ventana, volvió a su instrumento de tortura particular. Moviendo el cuello de un lado a otro, pensó en que no era justo. Mucha gente dormía en hospitales para acompañar a sus seres queridos, un trago nada agradable de por sí, así que, ¿por qué impedir que, al menos, pudieran dormir bien? Miró el móvil, un mensaje de su novio diciéndole que la había echado de menos esa noche y que estaba cansado de su ausencia continua. Suspiró, dejándolo en la repisa de la ventana. No sabía ni qué contestar a esos reproches. ¿Cómo no iba a estar en el hospital cuanto pudiera? ¡Felipe estaba en coma, por el amor de Dios! Decidió olvidarse de su novio para girarse y poder contemplar el perfil de Felipe. La primera vez que había acudido al hospital, se había quedado impresionada al verlo tumbado en la cama. En aquellos momentos, no entendía por qué le pasó. Felipe tan solo parecía dormir, no estaba atado a máquinas con miles de tubos. Sólo estaba ahí, sin moverse... Quizás era por eso. Desde que había conocido a Felipe, hacía ya unos cuantos años, siempre había estado en mil cosas a la vez: profesor, amigo, padre soltero, director... Hacía de


todo, se metía hasta en embrollos como dar clases particulares o ayudar en los festivales de la escuela, pero, a pesar de todo eso, siempre, siempre, estaba ahí para ella: ya fuera para ayudarla con algo del trabajo, como para consolarla tras uno de sus muchos desengaños amorosos. Y en aquellos momentos ahí estaba, dormido. Sin más. - Buenos días, Felipe - le dijo, acariciando su castaño cabello que casi le habían rapado; no era suave, pero a ella le gustaba. Señaló hacia la ventana, donde podía verse la nieve caer.Mira, dos de diciembre y ya nieva. ¿Sabes? Tienes que despertar un día de estos porque van a ser unas Navidades blancas y... A ti te encantan las Navidades blancas. Felipe no respondió. Seguía sin acostumbrarse a eso. - ¿Y sabes por qué más? Porque te echo de menos.

 El despertar del sábado no fue muy agradable para Ariadne. No solo le dolía la cabeza, sino que, además, se encontró con la mirada dura e inflexible de Deker, por lo que puso los ojos en blanco y suspiró. - ¿Te has propuesto ser mi referente paterno ya que mi tío está en coma? - Me he propuesto que dejes de hacer esto. Se frotó las manos contra la cara, incorporándose con aire malhumorado. No tenía por qué aguantar moralinas y menos viniendo del picha brava oficial del Bécquer. - ¿El qué? - preguntó con indiferencia, mientras buscaba sus zapatos. Mierda, ¿por qué la noche anterior le había parecido bien ponerse los tacones? Era alta, con unas botas iba bien, pero no, tenía que destrozarse los pies.- ¿Pasármelo bien en general? ¿Bailar? ¿Follar? - Herirte a ti misma. Se echó a reír, agitando la cabeza de un lado a otro. - No recorro la senda de la auto-destrucción. Deker, que estaba sentado en una silla acolchada que estaba junto a la cama, se puso en pie cuan largo era. Debía de admitir que entre la altura y la mirada seria, impresionaba. Pero, claro, no iba a dejar que él lo notara. - Los demás se creen tu bonito cuento. Yo no soy como los demás. No quería seguir manteniendo esa conversación y, mucho menos, quería discutir con Deker. No tenía ganas, estaba cansada y le dolía la cabeza, lo que le dificultaba el poder pensar; no podía enfrentarse a Deker sin su cerebro, la vapulearía vilmente. Por eso, fue a marcharse de la


habitación, pero el joven fue más rápido que ella y atrapó su brazo al vuelo, obligándola a girarse y a encararle. - No estás bien - susurró. - Habría gente que no estaría de acuerdo contigo - sonrió ella. Se quedaron en silencio. Deker no la soltaba, aunque, debía admitir, que tampoco estaba haciendo nada por liberarse. Había algo hipnótico en la mirada del chico, esos ojos de un marrón tan cambiante y lleno de tonos como el café solo. - ¿Sabes por qué funciona la magia de un prestidigitador? - ¿Por qué la gente se distrae al ver lo bueno que estás? - probó en tono de burla. - La gente prefiere creer, Ariadne. Ven lo que quieren ver. Si van a ver un espectáculo de magia, sólo verán la magia y no el truco - le habló con dulzura, pero también con vehemencia, sin dejar de mirarla a los ojos.- Por eso, funciona tan bien tu coartada. >>Eres buena actriz, sí, lo haces maravillosamente bien, pero los demás quieren verte así. Eres la hija del director, eres guapa, lista, inaccesible... En general, quieren verte odiosa, peor que ellos, y se tragan que eres La princesa de hielo - hizo otra pausa, soltándola.- ¿O por qué crees que a Jero le caías bien sin conocerte? Porque él quiere ver lo bueno de las personas. - ¿Quieres retenerme aquí por algo o esto va a algún lado? - Los demás quieren ver que estás bien, yo quiero que lo estés. - ¡Qué caballeroso! - exclamó sarcásticamente. Volvió a agitar la cabeza, casi riéndose, incrédula.- ¿Ahora eres mejor persona que todos ellos? - No estoy diciendo eso y lo sabes. - Yo ya no sé nada - resopló. - No soy mejor persona que Tania o Jero o... Nadie, a decir verdad - se encogió de hombros, tranquilo.- Pero sé lidiar con la culpa. Ellos no. ¿Crees que eres la única que sufre por lo sucedido? Ellos también lo hacen. Se sienten culpables. Todos estábamos ahí, pero fuiste tú la única que perdió. Por eso, prefieren ver que estás bien en vez de... Bueno, de como estás. Volvió a alzarse el silencio. Volvieron a mirarse. A decir verdad, hacía muchísimo tiempo que no estaban a solas. Desde que regresaron de su antigua mansión, las cosas habían cambiado: ni Tania ni Jero querían ver a Deker, así que le rehuían y ella... Bueno, ella no había llegado a estar de verdad en nada desde entonces. Sí, iba a las clases, ayudaba a sus amigos en lo que le era posible y estaba con ellos todo el tiempo que podía, pero... Era como estar suspendida en el infinito. No sentía nada, no le importaba nada, no se sentía viva siquiera... Salvo cuando bailaba o estaba con un chico.


Aunque luego llegaba Deker Sterling y la cabreaba tanto que, durante un momento, era como si volviera a ser la misma. Desgraciadamente, no dejaba de ser una mera ilusión. Por eso, sonrió débilmente antes de acercarse de nuevo a Deker. Se puso en puntillas para poder alcanzar su rostro con los labios y propinarle un beso en la mejilla. Después se quedó frente a él, calmada. - ¿Sabes qué falla de tu disertación sobre mi coartada? - Ilumíname. - Que, quizás, no me conoces tan bien como crees - ladeó la cabeza, con dulzura, aunque ella misma se sentía fría, artificial y hueca.- Quizás, soy más parecida a La princesa de hielo que a la chica que crees que soy. Y, sin esperar respuesta, se marchó, aunque antes de abandonar la habitación, escuchó que Deker decía: - Eres más que eso. Y lo sé porque, mal que te pese, te conozco mejor que nadie.

 Aquel sábado por la mañana Gerardo Antúnez se bajó del avión y fue hasta la terminal con calma, enterrando en lo más hondo de su ser sus preocupaciones. No podía permitir que se le notara el hecho de tener la soga al cuello. Abandonó el aeropuerto para encontrarse con el aire frío de San Sebastián, una de las ciudades más bonitas en las que había estado. Cerró los ojos un momento, aquel viento, aquel día helado, olía a sal, a mar. Como le gustaba el mar, la playa... Le traía recuerdos de tiempos mejores, de juventud e inocencia. Tiempos que habían quedado atrás hacía ya mucho. Había crecido. De hecho, había envejecido y había dejado de ser no solo joven, sino inocente. No obstante, tenía a su cargo a una niña con problemas, así que debía hacer todo lo posible para salvarla, para ayudarla. La había visto nacer, sufrir, crecer, aprender... Y quería que siguiera así, que siguiera haciéndose adulta lo más feliz posible; si le arrebataban su condición, si la exiliaban del clan, Ariadne estaría perdida. Pensando en todo aquello, había pedido un taxi que le había llevado al centro, donde se bajó para pasear hasta la parte vieja, zona famosa porque era donde tenía lugar la ruta de los pinxos. Entre todos los locales, acudió a una pequeña tasca, de aspecto humilde, también discreto, por lo que solía pasar desapercibida, a menos que se supiera que estaba ahí.


El local estaba prácticamente vacío, tan solo un par de parroquianos habituales... Además de una mujer acomodada en la barra. Quiso reír. No encajaba en aquel lugar. Cuánto la habían cambiado los años. Se llamaba Marisa Tassone. Hija de un italiano emprendedor que cayó preso del embrujo de la hermosa Argentina hasta tal punto que, además de quedarse en el país, se casó con una argentina y tuvo varios hijos. Marisa, María Luisa en realidad, era la única que había seguido con la tradición familiar por parte de padre y había entrado en el clan. Con el tiempo su cabello rubio se había vuelto de un hermoso gris claro, aunque, eso sí, seguía pareciendo tan suave a la vista como lo era al tacto. Lo llevaba recogido en un complejo moño que sólo había podido salir de una peluquería; vestía un elegante traje de chaqueta de un rosa pálido con ribetes negros, rematado con pendientes y un collar de perlas.

Y pensar que cuando te conocí ibas llena de barro y en pantalones. Se acercó a ella, arrastrando un poco la banqueta para poder sentarse a su lado. Pidió un par de pinxos y se volvió hacia ella, sonriendo. - Llamas la atención en este lugar. - Antes solía hacerlo en todos los lados - apuntó ella con suavidad. Sus labios se curvaron y le guiñó un ojo, divertida.- O eso solías decirme, ya sabes, cuando era joven y estaba de buen ver. - Sigues siendo preciosa. Marisa suspiró, ladeando la cabeza, antes de olvidarse de cualquier protocolo de señora para dejar el bolso sobre la barra y apoyar la barbilla en la palma de la mano. - Tú sigues siendo un zalamero y un manipulador de mucho cuidado. - En mi puesto, he de serlo. Ya sabes, política. - Políticos - exhaló un suspiro; en sus ojos apareció un deje de reproche, por lo que Gerardo estuvo a punto de imitarla, siempre la había cansado aquella vieja discusión.- Siempre mintiendo, maquinando y manipulando. Se supone que los Benavente son la peor ralea de este mundo, pero yo siempre he creído que son los políticos. - ¿Prefieres a un policía que a mí? - Desgraciadamente, siempre he sentido debilidad por ti - los dos rieron, aunque el aire risueño de Marisa no tardó en desaparecer para mostrarle su mirada más suspicaz.- Pero no has venido hasta aquí y has hecho que dé esquinazo a mis nietos para tontear con esta pobre ladrona retirada, ¿verdad?


- Vamos a una mesa, anda - se levantó para, después, acomodarse en la mesa más solitaria del cuchitril aquel. Una vez ahí, clavó la mirada en su amiga.- Supongo que sabrás la situación tan... Anómala que estamos viviendo los ladrones. - Cómo para no. - También sabes que el juicio se celebrará el viernes - Marisa asintió con un gesto, por lo que Gerardo hizo una pausa, antes de añadir con calma.- La princesa necesita seis votos a favor para poder salir exonerada. - Sabía que estabas aquí por eso - rió la mujer. - Tengo cuatro votos asegurados - declaró. Estuvo a punto de sonreír porque la había pillado desprevenida y eso era bueno; no en vano había pasado el último mes moviendo hilos para poder conseguir los votos necesarios... Fuera al precio que fuera. - ¿Quiénes? - No te lo voy a decir. - Mientes. - Se te olvida, querida, que he sido la mano derecha del rey durante más de diez años - se acercó a ella, muy serio, sin dejar que su rostro transmitiera ninguna emoción.- Manejo mucha información y muy relevante. Sé cosas de todos vosotros - ella pareció escandalizada, pero él no se achantó, prosiguió.- No me mires así... - Hablas como un mafioso, Gerardo. - Hablo como el protector de la princesa heredera. Eres una mujer razonable, Marisa, por lo que sabes tan bien como yo que Ariadne Navarro no debe perder su título. Es una ladrona excelente, una de las mejores que jamás he visto y Felipe la ha criado para ser la reina. Marisa contempló el interior de su copa al instante. Al siguiente, alzó la mirada hacia él, no estaba muy contenta, pero Gerardo la conocía bien, sabía que estaba receptiva. - Antes de hablar de negocios, me gustaría saber una cosa. - Lo que quieras. - ¿Por qué lo haces? - Te lo acabo de decir - resopló, un poco burlón; no quería que ella supiera lo importante que era el asunto, no quería que Marisa supiera que, en realidad, ella tenía el poder y no él. - No, no - la mujer negó con un gesto de cabeza, antes de fruncir un poco el ceño, como si estuviera intentando resolver un rompecabezas y se le estuviera resistiendo.- Me refiero a por qué eres la mano derecha del rey. Cuando Héctor Navarro te lo propuso, te negaste.

Héctor no era Felipe. Le apreciaba, pero... No era Felipe.


Además, yo le puse en esa tesitura. Yo le hice volver y yo vi como perdía a su familia y como dejaba sus sueños y su vida a un lado para cuidar de su sobrina, para educarla, ayudarla... Para que fuera como él. Lo menos que puedo hacer es seguir ayudando a ambos. - Estuve ahí - respondió con suavidad, aferrándose al vaso de vino.- El día de la masacre estuve ahí. Bueno, llegué junto a Felipe cuando todo había pasado y sólo quedaban los muertos. Los vi a todos, Marisa. A Héctor, a Chryssa... Al niño. Acababa de cumplir seis años... Estaban todos medio carbonizados... Después de eso, no pude abandonar a Felipe a su suerte. - Si a nosotros nos conmocionó la noticia, no quiero saber cómo te sentiste. - Al menos la niña sobrevivió - suspiró.

Irónicamente la salvó el mismo que, casi doce años más tarde, por poco la mata. - ¿Y qué quieres ahora, Gerardo? - Tú estás en el consejo por parte de la familia Tassone y tu hijo por parte de la familia Murray, la de tu marido - le recordó, alzando después dos dedos.- Controláis dos votos. Si me aseguras que votaréis los dos a favor de Ariadne, os daré lo que tanto tiempo habéis ansiado. Si he acudido a ti es por la amistad que tenemos, puedo ir con mi oferta a otro lado y conseguiré los votos, pero te la ofrezco a ti primero... - Dímela en vez de dar tantos rodeos - le interrumpió ella. Y Gerardo pronunció la oferta, a sabiendas de que no sería rechazada.

 Se pasó el día entero encerrada en la cámara donde guardaban los Objetos, disfrutando de la compañía de la armadura de La bruja novata y del resto, y de una pila de libros. Como cada rato que tenía libre desde hacía un mes, lo empleó intentando hallar una cura para su tío, que seguía en coma; como ya era habitual, no encontró absolutamente nada. Al final, cansada y decepcionada, regresó a su habitación. Se duchó, se secó la melena, dejándosela lisa como siempre y se vistió con unos pantalones negros, unas cómodas botas y una camiseta larga de color blanco que le dejaba un hombro desnudo al caer el escote del otro hasta por encima del codo contrario. Tras colocarse la bufanda y la cazadora, se echó un bolso al hombro y salió de su habitación para escabullirse del internado. Miró el reloj, eran las doce menos cinco. Por eso, no había nadie por los pasillos. Como no quería alertar a Álvaro, decidió ir por el camino largo, en vez de por la zona de los profesores, por lo que se adentró en el desangelado pasillo. Al pasar por


delante del dormitorio de Deker y Jero se esforzó en no hacer ni un solo ruido, no le apetecía que su Kevin Costner particular siguiera cuidando de ella.

¿No me ignoras durante las clases? Pues ignórame siempre. Se detuvo frente a la puerta, cerrando los ojos. Aquel había sido el pensamiento de una niñata consentida. Se pasó los dedos por la frente, a punto de suspirar. No estaba siendo justa con Deker. Era cierto que él se esforzaba en rehuirla desde que regresaron al internado, pero también lo era que Jero y Tania no querían ni verle. Aún así... ¿Por qué no hablaba con ella? ¿Por qué sólo acudía a ella para rescatarla? Había pasado de perseguirla constantemente a no verse nunca. Acarició la puerta con la yema de los dedos, con levedad, ¿quién iba a decirle que iba a echar de menos el acoso y derribo de Deker? Agitó la cabeza, antes de volver a mirar el reloj. Faltaba un minuto para las doce. Decidió esperar ahí, viendo el transcurso de los segundos hasta que en la pantalla aparecieron los tres ceros que señalaban la llegada del domingo. Curvó los labios un momento, más por los recuerdos de otras ocasiones que por el presente en sí.

Feliz cumpleaños, Ariadne. Bienvenida al cumpleaños más deprimente de tu vida. Estuvo a punto de reemprender el camino, cuando, de pronto, escuchó una voz masculina que conocía muy bien: - Feliz cumpleaños, princesa. Tras el sobresalto inicial, se quedó muy quieta, sintiendo que el frío que estaba anidado en su interior se incrementaba. Cerró los ojos, desechando lo que acababa de creer. No. No era posible. No, no, no... ¿Cómo iba a...? Abrió los ojos. El pasillo seguía envuelto en tinieblas, pobremente iluminado por la argenta luz de la luna que penetraba por las ventanas, tiñendo todo de un halo de misterio un poco tétrico. Muy, muy lentamente, se giró siguiendo la voz. Abrió los ojos, desmesurados, mientras el corazón casi se le detuvo del susto. Frente a ella se alzaba alguien que no podía estar ahí. Alto, moreno y, sobre todo, muerto. Colbert James le sonreía con franqueza. - Siempre he sido el primero en felicitarte y, esta vez, no iba a ser menos.


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