En blanco y negro: Capítulo 7

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Capítulo 7 Contigo A Álvaro le dolía la cabeza. Estaba acordando con Tania llevarla a su casa para que pudiera pasar el fin de semana con su padre, cuando Ariadne y Gerardo irrumpieron en su presencia sin dejar de gritarse el uno al otro. En aquel momento, temiendo sobre todo por la integridad física del viejo ladrón (la chica parecía lo suficientemente enajenada como para estrangularle sin compasión), los condujo hacia el despacho que estaba ocupando por el momento, mientras le pedía a Tania que esperara. Una vez se encerraron en la habitación, tanto uno como otra comenzaron a contar sus respectivas versiones de la historia al mismo tiempo e interrumpiéndose mutuamente para matizar o corregir. Un caos. Por eso, les había chillado y le había pedido a Gerardo, mucho más razonable y calmado que Ariadne, que contara lo sucedido, mientras ella debía guardar silencio. - Y con los dos votos de la familia Murray, tenía la mayoría a nuestro favor - estaba explicando Gerardo, sentado frente a él.- María Luisa Tassone, la última de una dinastía, se casó con Kenneth Murray y unió ambos linajes en uno, así que tienen dos votos... - Lo había captado, Gerardo. - La cuestión es que los Murray tenían los dos votos que necesitábamos y tuve que darles lo que llevan deseando siglos: pertenecer a la realeza. Por eso, le prometí a María Luisa que su nieto, Kenneth, se casaría con Ariadne y, por tanto, sus descendientes serían los próximos reyes de los ladrones - explicó, haciendo un gesto desdeñoso.- Ya sabes como son las familias antiguas que han conquistado todo: anhelan pertenecer a la realeza... Alguien llamó a la puerta. - Adelante - suspiró Álvaro, a sabiendas de quién era. María Luisa Tassone entró en el despacho, acompañada de su nieto. A Álvaro le resultó curioso el contraste entre ambos dos: mientras que la mujer permanecía con porte regio, sereno y orgulloso, contemplando la situación con frialdad, el joven estaba ligeramente pálido, jugueteaba con sus manos y paseaba su mirada por la habitación sin detenerse en nada en concreto. - He supuesto que estabais hablando de la futura unión de nuestras familias, así que he considerado adecuado que tanto mi nieto como yo estemos presentes - aclaró la mujer con calma, sonriendo un poco.- Además, señor Torres, como tutor legal de Ariadne y director del centro, necesito comentar algunas cuestiones con usted.


Aquello debió de ser demasiado para Ariadne que soltó un sonido gutural, seguido de un sarcasmo, que acompañó con una mirada hastiada: - ¿Alguien me quiere explicar cuando he acabado metida en una novela de Jane Austen? La señora Tassone clavó la mirada en Ariadne, sonriendo aprobatoriamente. - Si ha leído Orgullo y prejuicio, jovencita, entonces sabrá que “es reconocida como verdad absoluta aquella que afirma que un hombre soltero dueño de una gran fortuna ha de sentir algún día la necesidad de casarse” - alargó su arrugada mano hasta colocarla en el hombro de su nieto, que permaneció tan tieso como siempre, aunque su rostro seguía un poco verdoso.- Y no le quepa duda, jovencita, que mi Kenneth es todas esas cosas... - Y podría ser mi padre, también - apuntó ella mordazmente.- ¿Cuántos tienes, oh mi gentil prometido? - Ariadne flexionó las rodillas y fingió recogerse las faldas de un vestido; tras una sonrisa angelical, de sus labios volvió a brotar otro sarcasmo brutal.- ¿Cuarenta? - Tengo veintiocho - repuso el aludido con voz aguda. A Álvaro le hizo gracia el que se sintiera ofendido y que volviera a colocarse las gafas en su sitio con la yema del dedo, tal y como había hecho antes. Apuntó mentalmente, porque lo más probable era que lo fuera a necesitar, que cuando Kenneth Murray Jr. se ponía nervioso, se notaba por aquel tic. - Y, mentalmente, ocho al parecer - la chica le hizo burla, antes de encarar a la señora Tassone de nuevo.- Y ya puestos a citar Orgullo y prejuicio diré: “sólo estoy dispuesta a actuar de la manera más acorde, en mi opinión, con mi futura felicidad, sin tener en cuenta lo que usted o cualquier otra persona igualmente ajena a mí, piense”. - Ariadne, basta ya - ordenó Gerardo, añadiendo después con cierto ahogo en su voz.- Y, por favor, dejad ambas dos a Jane Austen en paz. - ¡Tú empezaste comprometiéndome con alguien! ¿En qué siglo estamos? - Era algo que tarde o temprano tenía que pasar - suspiró Gerardo. Ariadne golpeó con fuerza la estantería que tenía más a mano, antes de darles la espalda y comenzar a caminar de un lado a otro de la habitación. Álvaro, compadeciéndose del prometido, miró por encima del hombro a Kenneth Murray, que seguía sin decir nada. - ¿Tú no tienes opinión? - preguntó. - ¿Acaso se la tengo que dar a un asesino? - siseó Kenneth. - ¡Eh, como vuelvas a hablarle así, te aseguro que no hay boda porque no llegas vivo al día siguiente! - exclamó Ariadne, fulminándole con la mirada.- ¡Tú no sabes nada de él! ¡No tienes derecho a hablarle así! - ¿Y pretende que me case con esa bestia, abuela?


Este chico o es idiota o no aprecia su vida... Álvaro, todavía conmocionado por la vehemente defensa de la chica, no tardó en imitarla y mirar a Kenneth Murray de la misma manera. ¿Cómo podía referirse así a una chica tan joven y que, además, era su prometida únicamente para cumplir sus delirios de grandeza? - La chica tiene carácter, Kenneth - sonrió la señora Tassone, dándole palmaditas en la espalda.- Quizás pueda infundirte algo de ese carácter, que bien sabemos los dos que te hace falta - la mujer miró primero a su nieto y luego a Ariadne.- No importa lo que penséis el uno del otro, el compromiso ya fue fijado y, en cuanto la chica sea mayor de edad, os casaréis. Nuestros dos votos han sido decisivos, así que no hay más que hablar. Gerardo volvió a masajearse las sienes, ignorando deliberadamente las miradas asesinas por parte de Ariadne. Álvaro decidió pasar de él e irse derecho al minibar que había instalado nada más llegar al Bécquer. Se sirvió un coñac que bebió de un trago y no tardó en servirse otro. Sin soltar la copa con forma de globo, Álvaro apoyó una mano en la parte de arriba del mueble, quedándose así, un poco inclinado. - Ni su tío, ni yo hemos acordado nada...- comenzó a decir. - Lo hice yo y eso es más que suficiente - aclaró Gerardo. - Claro, y dado que tu criterio va a misa, no hace falta que me mate pensando en la boda, ¿no? Ejercerás de Jennifer López y lo organizarás todo. Bueno, mientras la tarta sea de chocolate y moka, supongo que no habrá problemas - gruñó Ariadne, dejándose caer en el sofá.- Ah, eso sí, agradecería que cuando me ofrezcas para algún sacrificio me avises, no vaya a tener problemas de agenda, ya sabes... - ¡Basta ya, Ariadne! - gritó Gerardo, perdiendo los papeles.- Estás siendo muy infantil con todo este asunto. ¿Qué esperabas? ¿Casarte por amor? Porque francamente, querida, tu elección en cuanto a hombres ha resultado ser penosa. - Como que la versión raquítica de Giles de Buffy cazavampiros es el partido ideal... - Tu tío... - ¿Mi tío qué? Mi tío jamás habría permitido esto... - ¡Callaos, los dos! - intervino Álvaro. Agitó la cabeza, antes de llevarse ambas manos al cuello para comenzar a masajeárselo.- Ariadne, lo siento, pero está claro que no hay marcha atrás. Anda, por favor, coge cualquier coche del garaje y lleva a Tania a su casa. Si te quieres quedar con ella el fin de semana, de acuerdo, sólo avísame con lo que desees. - Espera, antes de que se vaya...


Kenneth Murray, que parecía contrariado, hizo una seña para que Ariadne se detuviera y se volvió, dejando ver que llevaba una funda de espada a la espalda. De ahí sacó La espada de la verdad para empuñarla en dirección a la chica, que se echó hacia atrás. - ¿Me habéis prometido con Barba azul? ¡Que me quiere apuñalar! - No es eso - suspiró, irritado, Kenneth. Agitó la cabeza, un tanto ofuscado, mientras le tendía una mano.- ¿Me permites? - Ariadne le miró como si estuviera loco, por lo que Kenneth resopló.- Sólo quiero hacerte un corte con la espada, nada más. - ¿Y eso por qué? - quisieron saber Álvaro y la chica al mismo tiempo. - La princesa ha sido exonerada de su crimen y debe serlo ante la espada o, la próxima vez que pase el examen, volverá a dar positivo y no sabremos si se debe a este crimen o a otro - volvió a insistir con un gesto.- Para limpiar su crimen de algún modo, la espada debe probar su sangre. Álvaro asintió con un gesto para que Ariadne, a regañadientes, tomara la mano que seguía tendiéndole Kenneth Murray. Éste, con suma delicadeza, la sujetó y la guió hasta el irregular filo de la espada para pincharle el dedo. Después, hizo que lo descendiera por la hoja hasta que, al final, le apretó la mano con cuidado. - Ya puede marcharse, señorita Navarro. La muchacha únicamente hizo un gesto antes de desaparecer por la puerta. - Gerardo, me gustaría hablar a solas con la señora Tassone y el señor Murray, así que si eres tan amable...- Álvaro se acomodó en el escritorio, soltándose los botones de la chaqueta. En cuanto su viejo amigo abandonó el despacho, él hizo un gesto con la cabeza para que tomaran asiento frente a él.- Asumo que el compromiso es algo que no se puede deshacer, sin embargo Ariadne es mi responsabilidad en este momento... - Eso es algo de lo que quería hablarle - repuso con suavidad la señora Tassone.- Mire, joven, personalmente no tengo nada contra usted, pero es un asesino. Usted traicionó todo en lo que creemos y, sinceramente, no creo que sea el mejor tutor para... - Afortunadamente usted no toma ese tipo de decisiones - la interrumpió con frialdad.Ariadne es la sobrina de Felipe Navarro, que dejó muy claro que yo me encargaría de la chica en caso de que le ocurriera algo - agitó la cabeza, altanero.- Soy su tutor y ni usted ni nadie tiene que opinar al respecto, ¿entendido? La mujer pareció contrariada, pero permaneció en silencio. - Aclarado ese asunto, ¿cuál era el otro que deseaba tratar? - siguió. - Como comprenderá, mi nieto y Ariadne Navarro deben de conocerse. Quizás, así, la chica lo lleve mejor y, quién sabe, la convivencia puede crear amor - se encogió de hombros la mujer.- Por eso, a partir de este momento, Kenneth vivirá y trabajará aquí.


Álvaro, recostándose en la silla, clavó la mirada en el joven que seguía callado dócilmente. Kenneth Murray tenía el rostro ligeramente ladeado, contrito, algo perdido. En aquel momento parecía alguien delicado, ninguneado, una víctima más en todo aquello. Algo le decía que aquel hombre no estaba interesado en el matrimonio, pero que, al igual que Ariadne, no tenía opción. Todo aquello debió de hacer que se compadeciera, pues suspiró: - De acuerdo. - Bien - en los labios de ella, una estúpida sonrisa de superioridad.- He pensado que... - Disculpe, señora Tassone, pero he debido perderme - apuntó con educación, curvando las comisuras de la boca de forma encantadora.- Hasta hace dos segundos el director del centro era yo, ¿la han nombrado a usted mi sustituta y no me he enterado? La mirada de la interpelada fue digna de inmortalizar. Fue tan evidente que la señora, tan elegante y sobria ella, iba a explotar que Álvaro sintió un deseo inmenso de ponerse a celebrarlo bailando alrededor del escritorio. No obstante, se limitó a sonreír un poco, pidiéndole que se marchara. Se levantó al mismo tiempo que los otros dos, dirigiéndose hacia el mueble bar donde se sirvió otro coñac. - Señor Murray, usted quédese. - Pero...- protestó la señora Tassone con voz aflautada. - Usted quería que su nieto trabajara aquí y yo he aceptado. Por lo tanto, su nieto ahora mismo es mi empleado y, llámeme raro, pero no discuto cuestiones laborales con mis empleados escoltados por sus amorosas abuelitas. La mujer volvió a fulminarle con la mirada, antes de marcharse, dejando a los dos hombres a solas. Álvaro, tras llevarse la enorme copa a los labios, volvió a mirarlo. Los ojos azules de Kenneth tenían una tonalidad más oscura que cuando le había conocido, parecían acero. Era tan evidente que el señor Murray le detestaba, que Álvaro enarcó las cejas, pensando que, al menos, Ariadne y él tenían en común el desprecio por los asesinos. - ¿Una copa? - No, gracias - respondió Kenneth escuetamente. - Como quieras - se dejó caer en el sofá, aflojándose la corbata.- Y a ver qué hago contigo yo ahora...- torció los labios con malicia.- ¿Sabes hacer algo además de pelotear a tu yaya? - No hables así de mi abuela - gruñó. - Qué maduro. Se quedó contemplando a Kenneth, que seguía tan tieso. ¿Ese hombre podía relajarse? - Soy bibliotecario en la sede del Consejo.


A Álvaro casi se le atragantó el coñac, por lo que tuvo que escupirlo enseguida como si fuera un spray. Inmediatamente se echó a reír con ganas. Unos instantes después pudo calmarse, así que se secó las lágrimas antes de encarar, de nuevo, a Kenneth, que seguía tan serio. - Bibliotecario - repitió él, intentando hacerle comprender.- Giles de Buffy... ¿No has visto Buffy la cazavampiros? - No veo televisión. - Ainss, qué cosa más mona - exclamó, agitando la cabeza de un lado a otro.- Ariadne se lo va a pasar pipa contigo - se puso en pie para acercarse y darle unas palmaditas en la espalda.Te lo digo en serio, te compadezco un poco - Kenneth seguía sin parecer muy feliz con todo aquello, bueno, con él, pero a Álvaro no le importó.- Una de las profesoras de literatura está embarazada, la enviaré a casa de baja y ocuparás su plaza. Supongo que sí que lees. - Además de medicina, estudié literatura europea en Oxford - declaró con petulancia. - Y yo sólo derecho en la Complutense. - Asesino y abogado, lo tienes todo - comentó, asqueado. Kenneth fue a marcharse, pero Álvaro estampó su mano derecha en la pared, por lo que su brazo estirado se interpuso entre el nuevo profesor y la puerta. En los ojos del joven centelleó la ira, pero no se movió ni articuló palabra. Álvaro, por su parte, se limitó a devolverle la mirada, mientras sus labios volvían a curvarse, esta vez con burla, al decir: - Inglés y gilipollas, creo que me ganas de calle.

 En cuanto Valeria Duarte abandonó el despacho, mi jefe se echó hacia atrás en su silla y subió los pies al escritorio. Su mirada, como tantas otras veces, andaba perdida y yo sabía muy bien que estaba uniendo puntos, creando teorías. Sin ni siquiera mirar, sacó un cigarro de su ajada cajetilla y le dio unos golpecitos en ella para que el tabaco no saliera desparramado del papel. Permaneció así un buen rato, envuelto en aquel humo azulado que, primero, había desprendido el mechero y después el cigarrillo. Todavía apestaba a la gasolina de los mecheros y yo todavía estaba dando las primeras caladas al mío, cuando Deker se puso en pie. Apenas le costó alcanzar el perchero donde teníamos nuestras cosas. Se caló el sombrero un poco ladeado, lo que le daba el aspecto de un tipo misterioso, y se colocó la gabardina. - ¿No vienes? ¿O es que sigues encandilado con la señora Duarte? – me preguntó, no exento de burlona ironía.


- ¿A dónde vamos? - A visitar a la supuesta persona que vio a Felipe Navarro antes de que desapareciera. Quizás él sepa algo de nuestro desaparecido. - ¿Crees que nos recibirá? Jefe, es una persona... Mi jefe curvó los labios un momento, señal inequívoca de que iba a meternos en líos al irritar a quien no debía, lo que, además, solía encantarle. Estuve a punto de suspirar, pensando que no me apetecía volver a una comisaría, aunque, en su lugar, me coloqué mi propia gabardina y mi sombrero gris. A mí se me caía hacia atrás, lo que me daba un aspecto cómico.

 La noche del domingo, tras haber pasado un fin de semana de lo más movido junto a sus dos amigos, Tania estaba durmiendo profundamente, cuando volvió a sentir que se le erizaba la piel. Se despertó y, todavía con los ojos cerrados, notó que algo cambiaba a su alrededor, como si una corriente de aire barriera todo. Al incorporarse descubrió que no estaba tumbada en su cama, sino sobre un escritorio del que se cayó debido a la impresión. De nuevo, el color había desaparecido para dar lugar al blanco y negro. Desde el suelo vio que se encontraba en un inmenso despacho con grandes ventanas por las que entraba la luz a raudales y que caía directamente en un escritorio macizo... Que ocupaba una persona a la que Tania conocía muy bien. Álvaro Torres estaba enfrascado en la lectura de unos papeles y su aspecto era muy diferente: pelo engominado hacia atrás, traje de raya diplomática con chaleco incluido, del cual brotaba una cadena de oro que iba a parar a uno de los bolsillos. De repente, se escuchó un revuelo. Una mujer apareció en el despacho intentando frenar a Deker, que irrumpió en él con soltura, desplomándose en uno de los asientos frente a Álvaro. Éste enarcó una ceja y, si estaba asombrado, no lo aparentó. - Señor, he intentado detenerle... - No se preocupe, querida. Regrese a su puesto - Álvaro sonrió a su empleada, que se marchó, cruzándose con Jero en la puerta. En cuanto ésta estuvo cerrada, el hombre sacó una pitillera de plata de un cajón y se puso a fumar, sin dejar de mirar a Deker.- Debe de ser ese detective. ¿Cómo era? ¡Ah, sí, Sterling! - Veo que mi reputación me precede, letrado.


- Usted ha supuesto toda una molestia para algunos de mis clientes. - Mucho me temo que ahora voy a resultarlo para usted - Deker sonrió de forma torcida, como acostumbraba.- Tengo entendido que hace dos días se entrevistó con Felipe Navarro. - Somos amigos. Tomamos una copa - se encogió de hombros Álvaro. - ¿Puede contarnos algo más? - inquirió Jero con educación. El chico se había quitado el sombrero, por lo que su indomable pelo negro le cayó sobre los ojos y se lo apartó con un gesto impaciente. Además, del bolsillo interior de la chaqueta, sacó una pequeña libreta y un bolígrafo. Parecía estar preparado para tomar notas a toda velocidad; de hecho, la punta de su lengua asomaba en la comisura de su boca, lo que a Tania le resultó tan adorable que no pudo evitar sonreír como una idiota. - Su mujer tenía un compromiso con uno de estos grupos de beatos, las damas del ropero o algo así, no lo sé. La cuestión es que salimos a cenar y luego fuimos a tomar un par de copas. Sin embargo, en el último local nos separamos. Yo tenía que madrugar, así que me fui a casa y él se quedó ahí. - ¿De qué hablasteis? - quiso saber Jero. - De muchas cosas. - ¿Algo que le llamara la atención? - la mirada de Deker se endureció.- Le recuerdo que su amigo, según usted mismo le considera, ha desaparecido. Álvaro se quedó contemplando el infinito, antes de agitar la cabeza con pesar. - Me preguntó sobre cuestiones legales - tras dar un par de caladas más al cigarrillo, lo apagó y exhaló un suspiro.- Quería cambiar su testamento. No sé por qué, ni qué cambios quería introducir, sólo que algo le ocupaba la cabeza. Eso sí, no me lo quiso decir...- se pasó una mano por el rostro.- Sólo espero que esté bien. - Yo no sé qué hice en otra vida para merecerme este tormento. A su lado, Ariadne protestó, antes de dejarse caer sobre el suelo del gimnasio. Todo ello cargado de dramatismo. Seguía tumbada con una mano en la frente, como una dama victoriana que acabara de desmayarse, cuando Jero se calló abruptamente. - ¡Sólo dime si lo hago bien! - Esta tarde voy a pasarla escuchando como la gente destroza esos párrafos, ¡no quiero pasarme la hora de la comida igual! - ¡No los destrozo! - Si no quieres saber la verdad, ¿para qué preguntas?


Sus dos amigos seguían discutiendo entre sí, mientras Tania seguía inmersa en la lectura del expediente de su madre. No había hecho más que echarle un vistazo hasta aquel día, pues no había querido que la distrajera de los exámenes. - Chicos, ¿podéis parar un momento? - preguntó sin dejar de leer. Dejó de escuchar las voces de sus amigos y supo que había captado su atención.- Es que tengo una duda. - ¿Cuál? - quiso saber Ariadne. - Sé que mi madre dejó de ser ladrona cuando conoció a mi padre, lo que fue en...- miró la parte de atrás de un cuaderno.- En octubre del noventa y tres. De hecho, en su ficha consta ese año como fin de su labor como ladrona. Pero... Su último robo fue en febrero del noventa y dos. ¿Era normal que estuviera un año y medio sin hacer nada? Ariadne, todavía tumbada, frunció un poco el ceño. - Pásame un momento eso - pidió, estirando un brazo. Tania le tendió la carpeta de papel donde guardaba sus copias del informe y siguió mirando su cuaderno, donde había tomado notas para aclararse.- Según esto lo último que robó fue...- dijo alargando las sílabas hasta que su voz se quebró; entonces se incorporó con brusquedad, por lo que varios mechones se le escaparon del pasador y cubrieron su rostro.- ¡Joder! - ¿Qué? - preguntó ella, interesada. - Robó la espada de Barba azul. La reacción de Ariadne y su mirada asombrada indicaban que eso era algo importante, algo a lo que debería reaccionar con un largo “oh”, pero para Tania no significa nada. Se giró un poco para compartir una mirada con Jero, que parecía tan perdido como ella. Ariadne cerró los ojos un momento, parecía hastiada. - No sabéis quién es Barba azul, ¿verdad? - ¿No era un pirata? - Jero entrecerró los ojos. - Ese era Barbanegra - resopló Ariadne. - Entre barbas anda el juego - se rió el chico. - Bueno, a ver, ¿quién es Barba azul? ¿Y por qué es tan importante la espada esa? - quiso saber Tania, un poco nerviosa.- La verdad es que me suena mucho... ¿Podría ser un cuento o algo así? - se aventuró, haciendo una mueca. - Es un cuento efectivamente - asintió Ariadne; se soltó el pasador y comenzó a pasarse los dedos por el pelo, recogiéndose parte de él.- Básicamente es la historia de un hombre, Barba azul, que se casa con una chica muy guapa. Cuando se la lleva a su castillo, le da las llaves de todas las puertas y le dice que puede abrir todas salvo una - se detuvo un momento, para colocarse el pasador; después, hizo un gesto desdeñoso.- Un buen día Barba azul se marcha, por lo que la


joven se queda a solas y, ¿qué hace? Abrir la puerta que no debía, donde descubre los cadáveres de sus anteriores esposas. >>Al final, Barba azul descubre lo que ha hecho su esposa y se vuelve loco de ira. En algunas versiones, los hermanos de la muchacha aparecen justo a tiempo de salvarla - volvió a hacer una pausa, añadiendo sombría.- En otras, menos conocidas, simplemente la mata y va en busca de su nueva esposa. - Qué historia más bonita - observó Jero. - ¿Y adivináis quién es su autor? - Ariadne sonrió, tensa.- Nuestro viejo conocido Charles Perrault - se encogió de hombros.- Hombre, deduzco que así conseguiría tu madre la caja. - ¿Entonces Perrault era Barba azul? ¡Qué partido de hombre! - exclamó el chico. - No, no - Ariadne negó con un gesto.- Barba azul se basa en un noble francés llamado Gilles de Rais. Ah, por cierto, fue un asesino en serie - la chica se encogió de hombros.- Perrault lo estudiaría y lo más probable es que se hiciera con su espada. Puede que así se metiera en el mundo del esoterismo y la magia. - Tú no tienes un cerebro, tienes una puñetera enciclopedia. Mientras sus amigos seguían hablando y Ariadne le contaba a Jero la historia de Gilles de Rais, Tania se dedicó a repasar mentalmente lo que sabía de su madre. Como ladrona, Elena Fiztpatrick había tenido un gran curriculum hasta que, un buen día, robó La espada de Barba azul y La caja de música de Perrault; la última no estaba registrada, nadie sabía que la poseía. Entonces, durante más de un año, estuvo desaparecida hasta que se presentó buscando a Álvaro y conoció a su padre. ¿Qué había ocurrido en ese año y pico? ¿Dónde había estado su madre? ¿Por qué no constaba nada en el expediente? - De todas maneras, no sé hasta qué punto es raro que no conste nada de tu madre durante ese tiempo - la voz de Ariadne la sacó de sus pensamientos.- ¿Por qué no hablas con Álvaro? Eran amigos, ¿no? Quizás él pueda ayudarte. - Y yo no sé hasta qué punto va a ser sincero conmigo en ese tema.

 Disfrutó aquella hora de hípica como de ninguna otra. Corriendo a toda velocidad sobre su caballo favorito, con el frío viento golpeándole la cara y los cabellos, sintió que tenía alas. Se sintió libre. Libre, al fin. Tras contenerse con el juicio, tras los problemas, tras el dolor y el frío,


se sintió por fin libre sobre aquel animal. Le resultó curioso que sólo encontró algo de paz en aquel momento. Quizás debería huir, salir corriendo y no volver jamás. Sin embargo, sí que lo hizo. Regresó al establo, donde estuvo peinando el brillante pelaje pardo del animal un buen rato. En aquella ocasión estuvo prácticamente sola, ya que Jero se marchó enseguida para revisar por última vez el texto de la prueba. Eso sí, tuvo que soportar el que Erika y sus mariachis estuvieran marujeando ahí. Tras volver a ponerse el uniforme, se encaminó hacia el salón de actos, donde tendrían lugar las audiciones para Don Juan Tenorio. Estaba a punto de alcanzar la sala, cuando alguien la detuvo. Se trataba de un alumno de segundo de bachiller, que la cogió de un brazo, mientras le dedicaba una sonrisa encantadora. Ariadne sabía qué iba a suceder, le ocurría desde que había puesto un pie en el Bécquer y ninguna vez era agradable. El chico comenzó a hablar, a tontear, pero Ariadne no le prestó atención, pues Colbert apareció al lado del muchacho. Le miró de pies a cabeza, sonriendo al mismo tiempo que parecía apoyarse en él. - La verdad es que... Yo... Llevo un tiempo...- decía su compañero. - ¿Sabes? En momentos así, siempre me recuerdas a una canción - Colbert se acercó a ella, sin dejar de mirarla.- Deberías cantarla, te va mucho - Ariadne siguió callada, mientras su nuevo pretendiente seguía relatándole cómo se había dado cuenta de lo mucho que le gustaba. Colbert, entonces, se situó frente a ella, divertido y comenzó a canturrear:

Every single day, I walk down the street I hear people say “baby’s so sweet” Ever since puberty everybody stares at me Boys, girls, I can’t help it baby Colbert le guiñó un ojo, por lo que Ariadne deseó con fervor que, en vez de un fantasma, fuera de carne y hueso para poder soltarle un guantazo.

Manda huevos que ahora me venga con Rent. ¡Ni siquiera consintió en que lo viéramos cuando estuvimos en Broadway! - ¿No te hace gracia, Ariadne? - prosiguió Colbert, atravesándola con una mirada fría como el hielo.- ¿No te gusta? Oh, ya sé lo que te pasa, que sólo Deker Sterling puede cantarte, ¿no? Es eso, ¿verdad? - Colbert volvió a sonreír, aunque en aquella ocasión con malicia mientras


acercaba su insustancial rostro al de ella.- Es una pena que nunca vaya a suceder, al fin y al cabo te casarás con un ladrón de buena familia. - Y yo quería decirte que, pues eso, que si quieres salir conmigo... - ¡Vete a la mierda! Estaba tan enfadada, tan dolida, que ni siquiera intentó controlarse. Simplemente, dejó que las palabras brotaran de su boca... Luego, al ver la expresión de desconcierto del chico que acababa de pedirle salir, fue consciente de cuánto había metido la pata. Fue a pedirle perdón, pero el muchacho no se lo permitió, le repitió las mismas palabras, añadiendo otras no tan bonitas, y se marchó, dejándola sola. Ariadne suspiró, pasándose una mano por la cara. Después, retomó su camino, mientras se auto-echaba una bronca por haber cometido un error. Estaba tan ocupada en ello que, cuando fue a cruzar la puerta, apenas vio a una chica. Logró reaccionar justo a tiempo, echándose a un lado con ímpetu, por lo que se clavó el marco en el hombro.

¡Me cago en...! ¡Joder, cómo duele! Alzó la mirada para ver si, al menos, la chica estaba bien. Se trataba de alguien un poco mayor que ella, rubia, de pelo lacio que le caía hasta los hombros. En lo primero que Ariadne se fijó fue en que no llevaba el uniforme del Bécquer, sino un vestido de flores combinado con una chupa de cuero negro más propia de un motero. Justo después reparó en que no era una alumna al uso. Aquella chica estaba muerta.

Algo los mata y ellos se juntan... Alrededor de mí. Para que luego me vengan con que es imposible. Durante un momento, consideró hacer una finta e ignorar al fantasma nuevo que se había cruzado en su camino. Sin embargo, dado su número de agilidad, estaba convencida de que aquello no iba a colar. Por eso, miró en derredor. No había nadie reparando en ella. Suspirando, miró a la chica muerta. - Oye, ahora estoy ocupada y tú tienes toda la eternidad, así que luego si eso me buscas. Y avanzó hasta su sitio en la primera línea de asientos, sin darse cuenta de que alguien había visto la curiosa escena: Deker Sterling.

 Al día siguiente, Tania se despertó nerviosa. Al final, convencida por Jero, había acabado haciendo la prueba para Doña Inés. Lo que en un principio creía que iba a suponer uno de los peores momentos de su vida, acabó resultando


una experiencia ya no divertida, sino interesante. Jamás le había dado por ponerse en el lugar de otra persona, jugar a ser ella, convertirse en ella, pero había sido francamente excitante. Por eso, estaba deseando saber los resultados de las pruebas y ver si había conseguido el papel. Le apetecía ser Doña Inés y, además, una sonrisilla estúpida aparecía en sus labios cuando pensaba que, quizás, con mucha suerte, su partenaire sería Jero. Tras ducharse a toda velocidad, regresó a su habitación para terminar de prepararse, aunque entonces se encontró con Erika y sus dos supuestas mejores amigas y el buen humor se le pasó de pronto. El tener a las tres juntas en su cuarto, no pronosticaba nada bueno. No obstante, hizo como si nada y se limitó a coger el uniforme, que cada noche colgaba en su armario. - ¡Tienes que estar histérica, tía! - exclamaba Carlota Martí, agitando las manos con tanto ímpetu que parecía querer abanicar a las demás.- ¡Hoy te van a dar el papel! - Bueno, no adelantemos acontecimientos... - ¡Seguro que te lo dan! - insistió la chica. - ¿Tú crees? - la falsa modestia de Erika estaba resultando de lo más vomitiva.- Bueno, a decir verdad, Rubén y yo somos una gran pareja. Las manos se le crisparon y la corbata se le soltó. No podía permanecer en esa habitación más tiempo, así que se echó al hombro su mochila y se marchó. Una vez en el pasillo, suspirando, se recostó en la pared y volvió a intentar anudarse la maldita corbata. Sin embargo, estaba tan consternada que, por mucho que perseverara, no lograba hacerlo. Soltó un gruñido. ¿Cómo podía alterarla tanto Erika Cremonte? ¿Cómo podía seguir afectándole sus malditas pullas? Todo estaba aclarado, ¿no? - Las corbatas deberían estar prohibidas, ¿verdad? Alzó la mirada y sintió que el corazón le daba un vuelco. Frente a ella estaba Rubén, con una mano sobre un tirante de la mochila y una curiosa mirada que Tania, como siempre, no logró descifrar. Automáticamente, miró hacia un lado, pensando en que las corbatas no eran lo único que deberían prohibirse: aquella mirada gris era delito, sobre todo porque ocultaba a un cabronazo de cuidado.

¿Cómo algo tan bello puede ser tan engañoso? - Desgraciadamente, según las normas del Bécquer es obligatorio llevarla - prosiguió el chico, como si nada fuera con él.- Y se ponen muy tiquismiquis con el tema, ¿sabes? Tania siguió callada, mostrándose fría, sin dejar de contemplar el vacío del corredor, mientras su estómago se revolvía tanto que pensaba que iba a acabar en la enfermería. Antes de que pudiera pensar alguna forma de mandarle al cuerno, sintió la proximidad entre ambos.


Rubén, por algún motivo que no alcanzaba a comprender, se había acercado y había comenzado a anudarle la dichosa corbata con parsimonia. No pudo evitarlo. Tuvo que dejar de mirar la pared para fijarse en él, en sus preciosos ojos grises, en su nariz larga y recta, en su cabello en punta castaño... Era Rubén. Rubén, tan cercano y, al mismo tiempo, tan lejano.

Te echo tanto de menos... Rubén terminó el nudo, subiéndolo un poco, colocando bien los cuellos de la camisa. Al hacerlo, sus dedos le rozaron el cabello rubio, además de parte del cuello y Tania creyó morir. Cerró los ojos un instante, al siguiente los abrió para que su mirara se fundiera con la de él. Castaño mezclado con gris. Al final, aquella conexión se rompió tan súbitamente como se había creado y, sin dar media vuelta, cada uno tomó su propio camino. Cuando llegó a las escaleras, Tania se aferró con ambas manos a la varadilla y miró hacia abajo. Ante ella se alzaba un abismo, un hueco que le creaba un nudo en el estómago y que la asustaba y maravillaba al mismo tiempo.

Así es como me siento contigo. - ¡Buenos días! ¡Qué mañana tan bonita! ¡Y qué maravillosa es la vida! Asombrada por semejante muestra de efusividad, Tania miró hacia su izquierda, donde se había sentado Jero. Su amigo tenía una sonrisa un tanto bobalicona en los labios, casi como si estuviera flotando o como si le hubiera echado whisky a los cereales en vez de leche. - ¿Le has hecho algo a Ariadne y ha estado a punto de matarte? - No. Simplemente la vida puede ser maravillosa. En aquel momento, Deker Sterling se sentó frente a ellos. Automáticamente frunció el ceño, como siempre que lo veía, ¿cómo podía cometer la desfachatez de elegir la mesa en la que ella estaba? No obstante, dado el estado de Jero, no pudo evitar preguntarle en tono molesto: - ¿Le has emborrachado o algo? - Jolín, ¿por qué piensas tan mal de mí? - preguntó Deker en tono burlón. - Espera... ¿Has estado fumando porros? - inquirió ella, juntando todavía más sus rubias cejas.- ¡Claro, por eso a Jero le falta cantar Don’t worry be happy para convertirse en Bob Marley! - Hombre, yo diría que le falta algo de color también - apuntó Ariadne, que acababa de sentarse al lado de Deker. Mientras vertía tres sobres de Nesquik en su jarra de leche, le sonrió.Y, por cierto, deberías escuchar algo más allá de los Jonas Brothers y los Backstreet boys. Esa canción es de Bobby McFerrin.


- ¿Por qué con vosotros siempre me desvío del tema? - suspiró Tania, agitando la cabeza; al final, se volvió hacia su amigo.- ¿Pero por qué estás así, Jero? - Hoy he tenido un sueño y tengo buenas... Vibraciones por eso. - Vibraciones las que has debido de tener cuando soñabas - Ariadne le hizo burla. - ¡No es por eso, malpensada! - exclamó Jero de forma bastante pueril.- Es que creo que los dos hemos conseguido los papeles de la obra - sus ojos se iluminaron un instante, antes de enlazar las manos como si fuera a rezar.- ¡Ariadne, por fa, por fa, por fa, dime algo! - No puedo. - ¡Arg, igual que el otro! En ese preciso momento, la profesora Duarte apareció en el comedor y, con una sonrisa, les informó de que ya estaban las listas en el tablón de anuncios. Prácticamente toda la sala salió en manada hacia el recibidor, incluidos ellos dos. Les costó una buena ración de empujones, además de casi diez minutos, alcanzar el tablón donde se hallaba la codiciada lista. No tuvo que esforzarse demasiado para encontrar sus nombres en aquella maldita hoja de papel, que rezaba: Don Juan Tenorio

Jerónimo Sanz Garrido

Doña Inés

Erika Cremonte Font

Don Juan Tenorio (sustitución)

Rubén Ugarte de la Hera

Doña Inés (sustitución)

Tania Esparza Rivas

Los ojos casi se le salieron de las órbitas al leer aquello. ¿Cómo era posible? ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué Erika iba a ser la pareja de Jero? ¿Por qué precisamente ella? Ella, que se había acostado con él; ella, que se había aprovechado de él; ella, que sólo le había hecho daño; ella que no era otra que Erika... ¿Por qué? No pudo evitarlo, apretó las manos, cerrándolas en un puño que deseaba estampar en el maldito tablón de anuncios. De alguna manera logró contenerse, aunque, de repente, se sintió muy agobiada ahí rodeada de gente que la empujaba para alcanzar la lista. Necesitaba huir, salir de ahí, respirar. Salió del grupo de alumnos. Sin embargo, seguía sintiéndose rodeada por una multitud que la aplastaba. No se lo pensó dos veces, echó a correr, franqueando las puertas del internado y saliendo al frío invernal. La mañana era ridículamente radiante con aquel cielo tan azul sin nubes y aquel sol tan brillante. Hacía un frío que pelaba, pero no quería volver dentro de la escuela. Estaba tan


enfadada y tan ofendida y tan herida... Sólo quería gritar, patalear el suelo y llorar como una chiquilla en medio de una pataleta. Se conformó con abrazarse a sí misma, mientras observaba la estela blanca que era el vaho desprendiéndose de sus labios. - ¡Tania! Se volvió a tiempo de ver a Jero correr a toda velocidad hacia ella. Nada más alcanzarla, frenó en seco, colocando las manos en las rodillas, mientras se inclinaba hacia delante. Tania hubiera sonreído de no estar sumergida en aquella vorágine de confusos sentimientos, pues así había sido como, cuatro meses atrás, había conocido a Jero. Y pensar que iba a ser Erika la que le susurrara palabras de amor. Era tan triste. - Ay, lo siento, felicidades - intentó curvar los labios con alegría, pero su mueca debió de resultar más lastimera que otra cosa.- Te mereces el papel, de verdad. - He visto lo que has hecho. Jero le sonreía, parecía tan contento, más que habitualmente. Pero ella no entendía nada, sólo podía mirarlo, confusa, mientras el aire le agitaba los cabellos y la corbata. Con una mano logró mantenerlos fuera de su rostro. - Quería haber actuado contigo - añadió Jero. - Y-yo también...- logró decir. - A decir verdad, sólo quiero hacer cosas contigo - admitió, encogiéndose de hombros. Así, sin dejar de sonreírle como un niño pequeño, parecía tan ilusionado e inocente...- Sólo quiero estar contigo, sólo quiero hablar contigo, sólo quiero soñar contigo, sólo quiero estudiar contigo, sólo quiero dormir contigo - tras la retahíla permaneció en silencio un momento.- Quiero hacer cualquier cosa, lo que sea, pero que sea contigo. La respiración se le cortó. El corazón se le detuvo. Apenas podía pensar, pero no hacía falta que lo hiciera, pues Jero volvió a tomar la iniciativa al abalanzarse sobre ella: la cogió de los brazos, atrayéndola hacia él, para poder besarla apasionadamente. Entorno a ellos, la nieve comenzó a caer. Tania no lo sintió, se vio absorbida por la pasión de Jero.


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