En blanco y negro: Capítulo 8

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Capítulo 8 Irreversible ¿Qué estaba ocurriendo? Jero la estaba besando. ¡Qué bien besaba! La había dejado sin resuello y sin razón. Por eso, le sorprendió ver que él seguía sonriendo, tan tranquilo, después de lo que había hecho. De hecho, Jero se acercó de nuevo, dispuesto a repetir la experiencia. A pesar de que ella todavía no podía respirar por aquel beso tan maravilloso, alzó los dedos para colocarlos en los labios del chico y detenerle. - Para - susurró con tristeza. - No quiero y tú tampoco quieres - murmuró Jero, colocando las manos en sus brazos, acercándola a él de nuevo. Tania negó con la cabeza.- ¿Por qué? ¿Es por la obra de teatro? Porque, si es así, la mando al cuerno. - No, no es por eso... - Oye - la interrumpió; Jero le acarició el pelo con sus torpes dedos, retirándoselo detrás de las orejas.- Sé que estabas celosa, pero es absurdo, ¿vale? Para mí no existe otra chica en el mundo... Bueno, románticamente hablando. - Lo sé - sonrió ella; la mano del chico seguía aferrada a sus rubios cabellos, por lo que Tania tuvo que levantar un poco la suya para poder cogerla con suavidad.- Y precisamente por eso debemos parar. - No entiendo nada. El muchacho fue a intentar besarla de nuevo, pero ella siguió en sus trece. Agitó la cabeza, apartándose los copos de nieve que se le estaban arremolinando en el pelo, mientras suspiraba. No quería ser cruel, ni herir a Jero, ni perderlo. Quería hacer las cosas bien, por lo que tomó aire y soltó de un tirón: - No, Jero. Ahora no. No sería justo para ti. Hace poco estaba, por decir algo, con Rubén y ahora no puedo ni verle. Y, Jero, yo... Estoy hecha un lío, ¿vale? Lo estoy desde hace meses, desde antes que dieras la vida por mí. Pero sé una cosa: te aprecio mucho, muchísimo y, por eso, no puedo estar contigo ahora mismo. No te lo mereces, no quiero convertirte en el chico recambio porque tú eres mucho más que eso. Cerró los ojos un momento, temiendo la discusión que se avecinaba.


Pero no fue así. Jero no estalló, no se enfadó, simplemente la miró fijamente un segundo, antes de sonreír de forma radiante. - Te esperaré lo que haga falta. Aquello la sorprendió tanto que, de repente, se emocionó muchísimo. Algunas lágrimas saltaron de sus ojos, aunque únicamente pudo lanzarse al cuello de Jero para abrazarle. - Sí, espérame.

 Jero estaba besando a Tania. Tania estaba besando a Jero. No tenía muy claro quién besaba a quién, pero tampoco importaba demasiado, pues lo que sí sabía era que la situación era irreversible. Había perdido. Finito. Hasta ahí habían llegado sus tontas esperanzas de un final feliz. Rubén tuvo que aferrarse con todas sus fuerzas a la puerta de la entrada del internado. Al ver como reaccionaba Tania, lo mal que estaba, había salido tras ella para ayudarla. No debería haberlo hecho, pero era una de esas cosas que no podía evitar. Apenas era consciente de ello. Y ahora ahí estaba, agarrándose a una gruesa hoja de madera para no caerse redondo al suelo. - Va a ser verdad eso de que el tiempo pone a cada uno en su lugar. La voz de Erika, a sus espaldas, sonó tan gélida y cortante como el viento que recorría los terrenos del Bécquer. Para él fue como recibir otro jarro de agua fría. Se había dejado llevar por la impresión que le había causado aquel maldito beso, por los sentimientos de impotencia, rabia y dolor que sentía. Por eso, se había olvidado de su situación, de que por fin había tomado una decisión y todo gracias a Erika. Todo. Se volvió hacia ella, añadiendo en su mismo tono: - Estarás contenta entonces. - No, no lo estoy - negó con un gesto de cabeza, enlazando su mano con la de él, al mismo tiempo que le sonreía.- Aunque no lo creas, yo sólo quiero que seamos felices...- tanto cinismo podía con él, así que se liberó del contacto con brusquedad; Erika le miró con ojos muy brillantes, heridos, mientras decía con un frágil hilo de voz.- Rubén... Por favor... - No tienes derecho a pronunciar ninguna de esas palabras. Ni mi nombre, ni que quieres que sea feliz. ¡Nada! - siseó, enfurecido. Frunció el ceño, mirándola como si fuera la cosa más asquerosa que hubiera en el mundo.- Tú eres la directa responsable de mi infelicidad. Tú y tu


maldito egoísmo - se inclinó sobre ella, agarrándola de un brazo.- ¿Acaso no tienes lo que tanto deseabas? ¿Acaso no estamos oficialmente prometidos? - Erika, impresionada, asintió con un movimiento casi imperceptible, lo que provocó que Rubén la soltara.- Pues disfruta de tu premio y déjame a mí en paz. - Rubén... No seas así conmigo, por favor... Pero él ya no la escuchaba, se alejaba de ahí a pasos agigantados. Necesitaba huir, estar a solas. No quería ir a su habitación, pues Santi podría estar ahí y no quería ni dar explicaciones, ni molestar. Por eso, acabó en el establo. Era el lugar ideal para ocultarse durante la mañana: nadie tenía clases de equitación a esas horas y los encargados de las cuadras comenzaban su trabajo a eso de las doce. Una vez ahí, fue a la zona donde estaba Blancanieves y comenzó a acariciarle la crin. Eso solía relajarle, pero no en aquella ocasión, estaba demasiado desesperado. Suspirando, se dejó caer en un rincón. Acabó recostado en la pared de madera y sentado en la paja. Su mente vagó un mes atrás.

 No existía en el mundo sonido más hermoso que la risa de Tania. Se percató de aquel hecho innegable cuando, tras haber roto con Erika, se había reunido con ella en la biblioteca. Estaban compartiendo risas furtivas, intentando disimularlas ante el estricto bibliotecario que les expulsaría de ahí sin compasión, cuando comprendió que aquel sonido tan maravilloso le ayudaba. Sabía que romper con Erika era lo correcto, lo que debía y, sobre todo, lo que quería hacer. No podía pasarse la vida entera fingiendo, ocultando unos sentimientos que sentía y fingiendo otros que no tenía. Por mucho que quisiera a su madre, por mucho que deseara protegerla, no podía vivir en la mentira, no podía estar atrapado en semejante maldición. Pero, claro, la experiencia no había sido sencilla. Había habido lloros, gritos, reproches, amenazas y, lo que era peor, había herido a Erika. Conocía a Erika, sabía que no era perfecta ni mucho menos, pero la apreciaba de veras y nunca había pretendido herirla. Y riéndose con Tania en la biblioteca se sentía mejor. Sin embargo, su felicidad duró poco, pues su teléfono móvil sonó. Era un mensaje de Erika. Estuvo tentado de no abrirlo, temeroso de que fueran más reproches, pero, al final, le pudo la compasión que la chica le despertaba y lo hizo.


Sé que no me crees, pero siempre te he querido. Aquel SMS no le gustó nada. Conocía a Erika desde que eran niños y siempre se despedía de una forma u otra, ya fuera un mensaje de texto, una nota o una carta. Siempre, absolutamente siempre, se despedía. Salvo en aquella ocasión. - Tengo que hacer una cosa - le dijo a Tania, que asintió.- ¿Nos vemos luego? - Estaré estudiando inglés, así que ven cuando quieras - suspiró la chica. Le dio un leve beso en la rubia coronilla, antes de ponerse en pie y subir a la habitación que Tania compartía con Erika. Ni rastro de la chica. Eso sí que era extraño. Erika siempre estudiaba hasta la extenuación antes de un examen, estaba obsesionada con ser la primera de la clase y, aunque Ariadne siempre acababa sacando mejores notas, no cejaba en su empeño. La buscó en el baño, en las habitaciones de sus amigas, pero no la encontró. Fue entonces cuando recordó que se habían dado el primer beso en el pabellón donde se impartía gimnasia durante el invierno. Estaba convencido de que estaría ahí. Cuando llegó a la zona de los baños, apenas quedaba aire en sus pulmones. Se detuvo un momento para recuperar el aliento. Escuchó el continuo caer del agua, como si dentro estuviera lloviendo. Toc, toc, toc... Sólo eso. Toc, toc, toc. Sin dudarlo, entró en el de las chicas. Lo que vio ahí terminó con su respiración por completo. Erika descansaba en una de las duchas, sentada en el frío plato de color blancuzco, donde el escarlata resaltaba como un cartel de neón en medio de la noche. Cabizbaja, por lo que el rubio pelo le cubría el rostro. El agua caía de la alcachofa, abriéndose en una especie de cono que empapaba a Erika. Su cabello pegado a la cara, sus ropas transparentándose y ajustándose a su cuerpo como una segunda piel. Pero lo que provocó que su corazón se detuviera, fueron los cortes. En cada delgada muñeca había un profundo tajo del cual manaba sangre a borbotones. La sangre, extrañamente roja, como si no fuera real, le caía por las piernas y se arremolinaba en el agua que llenaba el plato de la ducha y que giraba en torno al desagüe. - ¡ERIKAAAA! Corrió hasta ella, enterrando las rodillas en el agua ensangrentada, mientras con sus manos intentaba frenar la hemorragia. Al instante se dio cuenta de que era una estupidez, así que se soltó la corbata y la ató entorno a una muñeca; repitió la misma operación con la de Erika, taponando el otro corte.


Entonces la cogió en brazos. Pesaba tan poco. Erika seguía inconsciente, por lo que su cabeza cayó pesadamente sobre el hombro de Rubén. El muchacho salió a toda velocidad del pabellón, dirigiéndose hacia la parte del internado que estaba supuestamente abandonada. Sabía que por ahí entraban ladrones a escondidas y, lo más importante, que Felipe Navarro guardaba ahí una gran cantidad de coches. Depositó a Erika sobre el asiento trasero del más discreto, un pequeño volvo de color gris, y fue directo a por las llaves. En cuanto las tuvo, salió disparado del garaje en dirección al pueblo, donde podrían atenderla en las urgencias del ambulatorio. Sólo esperaba que llegaran a tiempo. - ¿Cómo está? La voz de su madre denotaba ansiedad. Echó un último vistazo a Erika. La chica seguía dormida en la blanca y anodina cama de hospital. Su pelo, ligeramente sucio, estaba expandido sobre la almohada; su piel extremadamente pálida; los brazos extendidos a cada lado de su cuerpo con las muñecas cubiertas por esparadrapo y algodón, además de con una enorme vía, que estaba conectada a una bolsa de suero, en el izquierdo. Entonces se volvió hacia su madre, apoyando la espalda en el cristal que separaba la habitación del pasillo, mientras suspiraba. Desde que se había montado en la ambulancia que les llevó hasta Madrid, no había dejado de temblar. Por eso, se aferró con ambas manos al pequeño alféizar que había donde la ventana terminaba. - Mal. Ha perdido mucha sangre, pero se recuperará. Su madre, Beatriz, asintió con un gesto, antes de pasarse una mano por el rostro y agitar la cabeza para apartar el pelo de sus ojos. Parecía aliviada.

¿Por qué estás aliviada, mamá? ¿Porque Erika estará bien o porque no has perdido la conexión con su padre? Rubén, de pronto, se sintió terriblemente cansado y por eso se dejó caer en una de las sillas de plástico que había a lo largo de los pasillos. Enterró el rostro entre las manos, cerrando los ojos. ¿Cómo demonios había sido Erika tan estúpida? Recordó entonces que Tania no sabía nada. Estaba a punto de levantarse para llamarla, cuando su madre retomó la conversación: - ¿Y sus padres? - Hemos tratado de avisarles, pero ha sido imposible localizarles. Siguen en ello. Su madre se sentó a su lado, doblando cuidadosamente la chaqueta sobre sus piernas. Rubén se concentró en el suelo, en los serios zapatos negros que llevaba siempre que estaba en el Bécquer. Aún así, podía notar perfectamente que su madre lo miraba con fijeza.


- ¿Por qué lo ha hecho? Se echó hacia atrás, deslizando los dedos por su corto cabello castaño, mientras la mirada de su madre seguía taladrándole. Estiró las piernas, al mismo tiempo que se encogía de hombros. - ¿Por qué, Rubén? - Mamá, yo... - ¿Qué has hecho? - preguntó con dureza. Se puso en pie de un salto, agobiado. Sin dejar de frotarse el cuero cabelludo, se paseó de un lado a otro hasta que, al fin, reunió el suficiente valor como para mirar a su madre a los ojos. Ella se mostraba inflexible, como si creyera que él hubiera cometido el peor de los pecados. - No puedo seguir así, mamá. No quiero a Erika, no quiero estar con ella... - ¡No seas débil! - espetó su madre, poniéndose en pie. - ¿Es que no lo entiendes? ¡Estoy enamorado de otra! Ante aquellas palabras, su madre se quedó muy quieta. Durante un segundo, Rubén creyó que la había convencido, pero, entonces, echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Sonó amarga, rota, al igual que lo era su mirada cuando, después, la clavó en él. Su madre se pasó los dedos por la frente. - El amor no es como crees, Rubén. Se puede superar el amor - le acarició la mejilla con suavidad.- De hecho, es mejor dejarlo atrás. Amar conlleva sufrir. Sólo sientes la pérdida de algo querido - le sonrió con tristeza.- El dolor, en cambio, nunca se supera. Una vez sientas el dolor que provoca el amor, anidará en tu pecho y jamás desaparecerá. Jamás. - Mamá... - Eres afortunado, cielo. Los dos hemos perdido a las mismas dos personas, a tu padre y a tu hermana. Pero, ¿sabes cuál es la diferencia? Yo los amaba y tú no - le colocó los cuellos de la camisa bien, depositando después las manos en su pecho.- Por eso, amor mío, tú estás bien y yo no. Estoy rota y nunca podré sanar - se aferró a su jersey del Bécquer.- Por eso, tenemos que vengar a tu hermana, cariño, aunque el precio sea esa chica a la que quieres. - No quiero sonar cruel, mamá - logró decir Rubén, impresionado por las palabras que acababa de escuchar.- Pero mi hermana está muerta y yo no. ¡Y soy inocente! ¡No tengo la culpa de nada! ¡Yo no maté a mi hermana! ¿Por qué tengo que ser un infeliz por tu estúpida venganza? - No es estúpida - siseó. - Vale. Pero es injusta para mí. - ¿Injusta? - su madre se separó de él, agitando la cabeza de un lado a otro; apoyó tanto las palmas de las manos como la frente en la pared.- Me estás poniendo muy difícil el protegerte. - ¿Protegerme? ¿De qué?


- De la verdad. - ¿Qué verdad? - inquirió temeroso. - ¿Sabes por qué tu hermana está muerta? - se volvió hacia él, mirándole con tristeza infinita.- Por ellos. Los Conscius - se quedó un instante callada, antes de añadir con aire tenebroso.- Mi pobre niña tuvo muy mala suerte. No sé cuándo o dónde, pero se fijaron en ella. Por eso me la quitaron, Rubén, porque les gustó y querían experimentar con ella. - ¿Experimentar? - Tú no lo recuerdas. Me encargué de que así fuera - su madre asintió con decisión.Pero... En qué estado me devolvieron a tu pobre hermana. Tenía cicatrices en distintos estados, incluso tenía cortes en... En sus partes íntimas... Sus piernas estaban deformadas en ángulos grotescos, sus orejas eran de tamaños diferentes... Algunas partes de su piel estaban en carne viva, otras negras como el carbón... Ni siquiera tenía ojos...- su madre comenzó a convulsionar, pero sólo fue el preludio del llanto.- Pero era ella. Era mi niña. - Mamá, no hace falta... - Nada más verla lo supe. Luego le cerré los párpados, la abracé... Con los párpados cerrados tenía la misma carita que recordaba, ¿sabes? Aunque su cuerpo estuviera maltrecho, aunque hubieran grabado runas en todo su cuerpecito, aunque tuviera un agujero negro y oscuro en el pecho... Era mi niña. Era... Mi pequeña... Y me la arrebataron... Y le hicieron cosas... Cosas... Horribles... Cuanto debió de sufrir mi niña... Rubén abrazó a su madre, llorando al igual que ella. Sí, apenas recordaba flashes de su hermana melliza, habían pasado muy poco tiempo juntos y a una edad demasiado temprana como para acordarse... Pero, aún así, todo aquello era tan horrible que le había desgarrado el alma. - Los Cremonte son gente importante, hijo - prosiguió ella entre sollozos.- Mientras investigaba lo que había sucedido con tu hermana, me di cuenta de la de contactos que tenían. No son muy conocidos, pero manejan muchos hilos, ¿sabes? No tienen nada que ver con otras familias que descubrí como, no sé, los Benavente o una familia japonesa cuyo nombre no recuerdo y, precisamente por eso, los necesito. - No lo entiendo, mamá. - El mundo no es tan sencillo como crees, hijo - se separó de él, secándose las lágrimas.Por lo que descubrí, hay bandos que pelean en la sombra. Ladrones, asesinos, policías. Tienen poder y medios, pero... Pero son casi inaccesibles y, además, no podemos significarnos. Nunca, ¿me entiendes, Rubén? No podemos tomar partido por ninguna de esas sectas o lo que sean. - Vale, mamá, tranquila.


- Por lo que descubrí son peligrosas. Se matan, se atacan... Por eso sólo podemos contar con los Cremonte - hizo una pausa.- Debido a mis negocios, a mi posición, casi logré la alianza, pero algo se interpuso. - ¿El qué? - Ella. Su madre miró más allá de él, por lo que Rubén se giró para contemplar a Erika, que seguía dormida, ajena a aquella conversación y al mundo entero. - ¿Erika? - preguntó, sintiéndose estúpido. - Estaba en casa el día de nuestra reunión y le pidió algo a su padre aprovechándose de mi situación. Sus padres le dan todo lo que desea, ya lo sabes - le miró con dureza, sujetándole por el hombro.- Y siempre te ha querido a ti. El trato fue claro: si quería su ayuda para destruir a los Conscius, debía entregarte a ti. Debías convertirte en el prometido de Erika. Su madre y él permanecieron en la habitación de Erika durante un buen rato. Sin hablar, sin ni siquiera poder mirarse. Los dos estaban presentes cuando ella despertó. Desde ese mismo instante, Erika no dejó de contemplarle, de pedir en silencio sus manos. Rubén ni se inmutó, siguió sentado a su lado sin poder verla. - Voy a por algo a la cafetería. Ahora vuelvo. La voz de su madre le sacó de su estado apático, aunque Rubén cayó de lleno en la ira, en la rabia... Fue entonces cuando se concentró en Erika, que le sonrió un poco, casi como si se sintiera avergonzada y culpable. - Siento haberte asustado... - No, no lo sientes - la interrumpió con frialdad.- Porque, una vez más, te has salido con la tuya. Aquí estoy, contigo, en vez de con quien deseo estar. Bravo. Erika le miró temerosa. - Rubén, ¿qué ocurre? - ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo pudiste aprovecharte de la desesperación de mi madre? al notar la sorpresa en el rostro de la chica, añadió.- Mi madre me ha contado todo. Todo. ¿Y sabes qué es lo peor? Que en aquella época salíamos juntos. En aquella época me gustabas mucho, por eso salía contigo y no por obligación - hizo una pausa, añadiendo después.- ¿Por qué? Se hizo el silencio durante unos segundos que parecieron una eternidad. Erika se movió un momento, girándose para poder mirarle mejor. - Siempre he sabido que no me quieres. Hasta cuando empezamos. Sí, te esforzabas, estabas ahí, salía todo de ti, pero... No me mirabas como Jero. No me has mirado ni una sola vez


así. Ni una sola. Y Jero siempre lo hacía, todos los días, a todas las horas... ¿Sabes lo que duele? Se me rompe el corazón todos los días porque te quiero más que a nada y tú nunca me querrás. - Y tu solución es atarme a ti. - Soy feliz teniéndote, aunque sea así. - ¿Y qué hay de mi felicidad, Erika? - Eras feliz conmigo, Rubén - le recordó con suavidad.- No era perfecto, ni mucho menos, pero estábamos bien. Hasta que apareció ella. ¿No te das cuenta de que ella es la única responsable de tu infelicidad? - ¡Ni te atrevas a repetir eso! - la fulminó con la mirada, al mismo tiempo que su puño impactaba en el brazo de la silla donde estaba sentado.- Tú eres la única responsable, así que no vuelvas, jamás, a culpar a Tania. Deja a Tania en paz. El silencio volvió a aparecer. Al final, Rubén se puso en pie, mesándose el cabello de nuevo. Sentía la mirada de Erika persiguiéndole, así que se detuvo para devolverle el gesto. - Has ganado. Dile a tu padre que me casaré contigo y todo lo que haga falta - se quedó callado un instante.- Pero quiero que sepas algo: no te quiero, nunca lo haré. Jamás podré amar a un ser que me da tanto asco. Aquí tienes tu premio, Erika, un marido que jamás sentirá por ti algo que no sea asco. Felicidades. Se marchó de la habitación para vagar por el hospital. De alguna manera acabó en la habitación donde Jero dormía. Le habían operado y estaba sedado, aunque al menos había salido de peligro. Se acomodó en la silla vacía de al lado, nadie había podido quedarse a velar su sueño y los adultos no le habían permitido a Tania que pasara ahí la noche. Lo haría él, así Jero no estaría solo. Jero no se merecía estar solo. - Se aprovechó de ti, ¿sabes? - murmuró, contemplando el sereno rostro de su amigo.Erika cogió todo lo que sentías por ella y lo volvió algo malo... Convierte en mierda todo lo que toca. Pero tienes suerte, has podido librarte de ella. Él nunca huiría de Erika. Se casaría con ella, trabajaría para su familia, tendría hijos con ella... No tenía otra opción. Ya no era cuestión de vengar a su hermana, podía obviar la venganza, sino que era algo más importante: debía librar al mundo de un grupo que experimentaba con niños. Podrían atrapar a cualquiera, lo conociera o no, quizás podría ser uno de los niños que había en pediatría o quizás uno de los que conocía del Bécquer... ¿Y dónde entraba Tania en eso? Entonces recordó a Jero y a Ariadne Navarro. Los dos le habían dicho alguna vez que debía tomar una decisión: o dejar a Tania o estar con ella.


Tenían razón. No podía seguir así, no podía seguir teniéndola a medio camino. La amaba demasiado para arrastrarla a esa condena. No, no podía hacerlo. Debía lograr que Tania fuera feliz, aunque perdiera una parte de su corazón en el proceso. Entonces lo tuvo claro: debía causarle tal dolor que le olvidara para siempre. Sólo así Tania podría ser feliz, olvidándose de él. Si le contaba la verdad, si le contaba lo sucedido, estaría con él a las duras y a las maduras, estaría a su lado siempre, aunque fuera como la otra. Entonces sufriría, lo pasaría mal... Sobre todo porque no se lo merecía. Ella no. - Cuídala bien, Jero. Por favor, cuida de ella. Llegó al Bécquer a la noche siguiente. Por suerte, aquel día fue cuando todo el internado conoció la coartada de Felipe Navarro (que había acudido a socorrer a su hermano mayor, Álvaro, y por el camino había tenido un accidente que le había dejado en coma), así que nadie reparó en que Erika y él habían estado desaparecidos. Sólo lo había hecho una persona. Le mandó un SMS a Tania, citándola en el patio del gimnasio. Aguardó sentado en las gradas hasta que la vio llegar corriendo, cerrándose el abrigo marinero de color azul oscuro. Se puso en pie para recibirla, pero ella se adelantó: se tiró sobre su cuello para abrazarle. Rubén quería devolverle el gesto, estrecharla entre sus brazos, pero no lo hizo. Se quedó quieto, con los brazos a su costado, intentando parecer incómodo. Tania se separó, extrañada. - Así que es verdad - empezó a respirar de forma agitada.- Desde que he leído tu mensaje esta mañana he sabido que habías roto, pero me negaba a creerlo... Soy tan estúpida. - Deja que... - Estoy con Erika, nos vemos por la noche. Tenemos que hablar - le repitió sus propias palabras, temblaba.- ¿Qué ha pasado, Rubén? Creía que estábamos juntos, que estábamos bien... ¿Qué ha pasado? La noche estaba muy oscura, seguramente el cielo estaba nublado, pues no podía verse ni una sola estrella. Sin embargo, la luna brillaba en tamaña negrura, iluminando a Tania, arrancando destellos plateados de su pelo... Y de sus lágrimas. Le desgarraba verla así, le desgarraba tanto como a ella lo que él estaba haciendo. - No puedo dejar a Erika. - ¡Sí que puedes!


- Yo pensaba que sí, pero no es así - se humedeció los labios.- ¿No lo entiendes, Tania? La echo de menos. Ayer mientras estaba contigo, no dejaba de pensar en ella, por eso volví a verla y... No he pensado en ti. Creía que te quería, de verdad que sí, pero... Estando con Erika no he pensado en ti. Ya no. - ¿Qué? - Creo que sólo fuiste una obsesión. Creo que sólo me atraía lo del amor imposible, ¿sabes? Porque, en cuanto ha dejado de serlo, he dejado de sentirme atraído por ti - le sonrió un poco, acariciándole un brazo.- Pero podemos ser amigos. - E-estás mintiendo...- musitó. - En serio, quiero ser tu amigo. - ¿Por qué me mientes? Tú no eres así - insistió ella con más brío; se pasó el dorso de la mano por las mejillas, apartando las lágrimas de sus ojos.- Sé lo que hay entre nosotros y sé que me estás mintiendo. ¿Es por tu madre? ¿Es por eso? Dime lo que pasa, Rubén. Si necesitas estar con Erika para vengar a tu hermana o ayudar a tu madre, dímelo. Dímelo y fingiremos - le agarró las manos.- Pero dímelo. Por favor, Rubén, dímelo. Rubén, entonces, se esforzó para imaginarse a Erika en el lugar de Tania. En cuanto la mentira fue suficientemente grande como para creérsela, se abalanzó sobre Erika para besarla. Al sentir los labios de Erika en los suyos, no pudo evitar experimentar un rechazo supino. Cuando se separaron, Tania lo miró como si fuera el mayor criminal del mundo. Se había llevado los dedos a los labios, acariciándoselos con aire distraído, como si no terminara de creérselo. Pero, un instante después, sus ojos se cubrieron de dolor y salió corriendo.

 Rubén dejó de recordar. Dolía demasiado. En su lugar, deseó darse cabezazos contra la pared. ¿Por qué se sentía así? ¿Por qué había hecho la estupidez de anudarle la corbata? Tenía que mantenerse alejado de ella, tenía que salvarla de sí mismo y de todo lo que arrastraba. Una vez más era débil. Una vez más, la mera visión de Tania hacía que sus planes se desmoronasen como castillos de naipes. La echaba tanto de menos. La quería tanto... Por eso, se obligó a consolarse pensando que era eso lo que quería: que Tania fuera feliz. Además, Jero era un buen chico, la trataría como Tania se merecía. Sí, Tania iba a ser feliz, eso debía ser suficiente... Pero en el fondo sabía que no lo era.




Jero me ha besado. ¡Jero me ha besado! Una vez pasado el momento, una vez aclarado todo, Tania no podía evitar estar tan feliz y emocionada, incluso nerviosa. Durante las seis horas de clase se había encontrado a sí misma rememorando el beso, además de ansiosa por contarle a Ariadne lo sucedido. Después de comer, en el salón de actos donde los demás ensayaban la obra de teatro, tampoco dejó de pensar en aquello. Estaba sentada en un rincón, aparentemente observando a los demás, aunque en realidad estaba en las nubes. Cuando Rubén rompió con ella, cuando le dijo que nunca la había querido, la había besado para probárselo. Había sido el peor beso de su vida: ella entregándose por completo, sintiendo como siempre... Y encontrándose con nada, con mero desdén, con frialdad... Aquel beso la había herido, era como si todos los otros besos que habían compartido se hubieran hecho pedazos y aquellas esquirlas se hubieran clavado por todo su cuerpo. Desde entonces se había centrado en olvidarle, en borrar de ella todos los besos, todos los abrazos y caricias de Rubén. Y aquel día Jero había llegado y la había salvado... Una vez más. El beso había sido maravilloso. Desde la ruptura, había creído que jamás disfrutaría de un beso, que ya sólo sería veneno para ella, pero no era así. Gracias a Jero había descubierto que podía volver a sentir algo, que podía besar y acariciar sin sentirse enferma. Por eso quería andarse con cuidado. Sabía lo que era sufrir por amor y no quería que Jero pasara por eso por su culpa, por eso primero debía cerciorarse de que le gustaba de verdad y que no era un mero recambio. Aunque, la verdad, estaba deseando que la besara de nuevo.


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