AGRADECIMIENTOS AL DOCTOR RODOLFO PÉREZ PIMENTEL POR COMPARTIR VARIAS OBRAS DE NOTABLE INTERÉS PARA EL CONOCIMIENTO DE LOS HECHOS Y PERSONAJES DEL ECUADOR.
EL ECUADOR PROFUNDO MITOS, HISTORIAS, LEYENDAS, RECUERDOS, ANÉCDOTAS Y TRADICIONES DEL PAÍS
RODOLFO PÉREZ PIMENTEL
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CONTENIDO
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Misterios y enigmas
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QUITO SE ORIGINO EN LA COSTA
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xiste una leyenda o tradición ancestral referida en el siglo XVII por el Cacique y quipocamayo (lector de quipos) Catarí a un Canónigo de la Catedral de Charcas en Bolivia y por éste, a su vez, al padre jesuita Annello de Oliva. Según Catarí los primeros hombres que habitaron estos territorios (se refería al Tahuantinsuyo) vivían en SUMPA (hoy península de Santa Elena); uno de ellos, llamaba Quitumbe, viajó al norte con su gente y pobló las tierras que hoy pertenecen a la provincia del 6
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Pichincha donde procedió a crear una cultura solar. Esto sucedió antes del diluvio universal del que nuestros indios guardaban una fiel memoria. Pasado ese terrible flagelo descendió Quitumbee y los suyos del volcán Pichincha a donde habían buscado refugio y fundó una “Ciudad sagrada en la mitad del mundo” que denominó Quitu o Quito. Cabe indicar que estos primitivos pobladores debieron ser buenos astrónomos para conocer que la localización escogida quedaba cercana a la línea equinoccial.
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Después de algunos años el Pichincha entró en erupción y permaneció algún tiempo obligando a los moradores de Quitu en busca de otra zona menos peligrosa para vivir, pero este traslado no duró mucho y luego que pasó el peligro regresaron a su antigua morada. Hacia el siglo IX de nuestra era los Caras o Colorados llegaron en balsas a las costas de Manabí. Los guerreros probablemente habían estado en la península de Santa Elena por muchos siglos, porque eran de origen amazónico. Los Caras siguieron el curso de los ríos y buscando tierras fértiles entraron al valle Guayabamba. Dominada la cultura Quitu primitiva los Caras ocuparon la ciudad. El Padre Juan de Velasco trae en su “Historia del Reino de Quito”, la genealogía Real de los Caras hasta terminar con el rey, Shilli o Shiry Caran. Shiry significa en lengua cara “Señor Natural de la Tierra”. Caran fue derrotado por el Huayna Cápac, que era Inca y quien se casó con 8
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la princesa Paccha y fue coronado con la esmeralda, emblema de los Shirys. Quito progresó mucho como ciudad con los Incas. Fue dotada de varios edificios valiosos, construidos con unas piedras labradas a la usanza del Cuzco. A Huayna Cápac le sucedió su hijo Atahualpa que guerreó con su hermano Huáscar por la posesión del Imperio. A la llegada de los conquistadores vino el enfrentamiento de Benalcázar con las huestes de Rumiñahui, que viéndose derrotado entró en Quito y la incendió, dejando únicamente las paredes y muros calcinados. Después del gran reparto de solares que hubo entre los primeros vecinos españoles el 6 de diciembre de 1534, el Cap. Juan de Ampudia derribó esos muros con 10.000 indios a su mando para que se perdiera hasta el último vestigio del poder del incario. No quedó en pie ni el Palacio o Casa del Placer de Huayna Cápac, situado donde hoy se levanta el Convento de San Francisco, ni el templo solar de los antiguos Caras 9
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de la cima del Yavirac o Panecillo, que servía como observatorio astronómico y sitio de purificaciones y ofrendas. Así pues, Quito ha conocido varias épocas en su historia como una ciudad. Primero fue el Quito como antiguo de Quitumbe, luego vino el Quito-Cara, enseguida el Quito-Inca, después el Quito colonial y hoy el Quito moderno o metropolitano. Creada como ciudad ombligo del mundo con características mágicas por una cultura que adoraba al sol, se transformó en ciudad. La colonia fue una ciudad andina, que mezclada entre volcanes y celosamente la protegían de toda la contaminación. Hoy en día tiene problemas debido a su encajonamiento a lo largo de un valle que ya le resulta estrecho. Su origen costeño así como su nombre autóctono indican que en el Ecuador las dos regiones (Costa y Sierra) se han entrelazado desde siempre, en abrazo fraterno de nacionalidad. 10
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BAULES MISTERIOSOS
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ada baúl antiguo contenía un mundo de papeles, recuerdos y retratos. Los habían de muchas y muy variadas clases. Conocí algunos con motivos folklóricos, dibujados al óleo, y escenas campestres o paisajes; otros eran mucho más serios, de fino cordobán de cuero, en colores obscuros, tales como los negros o cafés. También los había de madera, bien pesados y difíciles de trasladar, pero eran los menos populares y no faltaban los que tenían grabadas las iniciales de su propietario a base de tachuelas, doradas o plateadas. 11
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Por dentro los baúles eran forrados de tafetán o de papel para evitar la humedad del ambiente y en ellos se colocaba la ropa blanca, el ajuar de la novia o diferentes cachivaches a gusto de su dueña. Hubo entonces la costumbre de que si un novio, o un enamorado moría, lo que era más frecuente por la fiebre amarilla, la tuberculosis o la bubónica, la pobrecita quedaba como viuda y era mal visto que buscara de nuevo, teniendo que vivir del recuerdo del amor que pudo ser y nunca fue.
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Estas señoritas eran muy prudentes, juiciosas, victorianas y acostumbraban velar la foto del novio cada aniversario de su muerte como si fuera un santo por ser ánima bendita del purgatorio. Ellas conservaban sus recuerdos aromados por los años y el baúl de su ajuar, de la ropa blanca que nunca usó y que tampoco tocaba, era la costumbre. Allí se podía encontrar las finas sábanas de lino o de seda con las iniciales o los monogramas bordados. La sobrecama tejida con piola, que pesaban una barbaridad y duraban cien años. Las cartas amarilladas por el peso de los años, envueltas en cintas o apiladas una sobre otras en alguna cajita de cartón. El ajuar se compraba en París, o en el comercio de Lima, aunque confeccionar en Guayaquil y era de admirar la finura de los detalles. También se guardaban en el baúl los títulos de las haciendas y de las casas, únicos comprobantes de 13
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la propiedad de esos bienes, cuando no se habían constituido los Registros. Las escrituras venían a ser como unos objetos mágicos que condensaban en pequeños espacios las riquezas de sus propietarios y no debe extrañar que en caso de incendio lo primero que se salvaba era el baúl y el joyero o joyel, heredado de madre a hijas y en algunos casos venidos desde las abuelas y hasta algo más atrás.
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Las joyas republicanas tenían rubíes, esmeraldas, brillantes, y zafiros; en la colonia se preferían las grandes perlas blancas y las perlas viudas o plomas, más cotizadas por su rareza y oriente como llamaban al brillo de esas perlas. Entre las joyas más usadas estaban las hebillas de oro, bien brillantes que antes lucían las señoras de edad en cinturones y en las zapatillas de raso para recibir en casa a sus amistades. Claro, como no circulaban, apoyadas en unos banquitos llamados burropiés, tenían para exhibirlas y lucirse que daba un gusto. También usaban aretes y zarcillos y las gargantillas de fantasía grandes y valiosas por su tamaño y elaboración. Los camafeos de piedras semipreciosas y talladas por orfebres europeos colgaban de una cinta negra, las más ricas podían pagarse el lujo de una tiara de perlas y brillantes. En los antiguos mayorazgos limeños y quizá hasta en alguno que otro quiteño, el joyel era parte del legado invendible 15
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que se pasaba por generaciones y allí nunca faltaba la tiara usada solo para matrimonios o grandes festividades, que hubiera sido de mal gusto ponérsela para todo triquitraque. Los brillantes venían del exterior, así como el rubí que mientras más rojo era más cotizado, los rojos profundos llamaban “corazón de pichón”, era por tener esa forma y salían de las minas de la India que se agotaron en el siglo pasado. Los zafiros llegaban también del oriente y eran menos apreciados y las esmeraldas de muzo en Colombia, aunque las más verdes y mejores por no tener residuos carbónicos o jardines, forzosamente eran de Samarcanda en la Tungusca, como decían. Perlas exóticas arribaban desde Indonesia y por la vía de Filipinas y Méjico, pero en la Isla de Margarita, ubicada en el Caribe y cerca de las costas de Venezuela, había criaderos fabulosos. El Mariscal de Ayacucho encargó algunas para regalar a su 16
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esposa la Marquesa de Solanda y un tío abuelo mío llamado Carlos Aquiles Pimentel Tinajero que anduvo por la isla de la Plata, frente a Manabí, se comenta en familia que descubrió la forma de conseguirlas, llegando a guardar más de un ciento dentro de un frasco de cristal de tapa ancha, que le sirvieron para vivir más de quince años sin trabajar, dándose la gran vida en Quito. Los ópalos de la Golconda, como se decía de esta piedra, eran orientales y muy escasos. La aguamarina casi desconocida pues aún no llegaban del Brasil, donde los brillantes abundaban tanto entre los ricos, que tachonaban sus joyas con ellos sin dejar sitio libre para nada. No era difícil ver mariposas y hebillas, broches de camisas y prendedores de corbatas y hasta botonaduras brillantes para las camisas de etiqueta. ¿Qué se hicieron los baúles antiguos y donde estarán?. El tiempo y polillas dieron 17
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cuenta de la mayor parte de ellos, pero otros, los pocos que se lograron salvar, aparecen ahora encerrando artísticos bares o como parte de la decoración de ambientes interiores y hasta como refugio de trastos inútiles, luciendo sus viejas tapas y reposando sobre hermosas bases de madera o metal. Los baúles antiguos nunca fueron unas simples maletas, sino eran objetos íntimos de propietarios, receptáculos de sus secretos inconfesados, sus vidas no vividas, truncadas por vivencias, o por alguna muerte u otra clase de tragedia. ¡Ah y si los baúles pudieran contar sus propias historias, cuanto aprenderíamos de ellos!.
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Y DALE CON EL FIN DEL MUNDO
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na notable matrona de esta ciudad, me ha llamado por el teléfono para decirme que ella no cree en lo absoluto en el fin del mundo, pero sí en el mensaje de Lucia, la famosa monja de Fátima que dizque le mandó una carta supersecreta al finado Juan XXIII conteniendo el mensaje de la Virgen. Dicen que al abrir la carta, muy en privado y con la curiosidad y el temor que son de esperarse en esta clase de acontecimientos, al Papa se le nubló el rostro de un halo de misterio por 19
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la impresión recibida comenzó a rezar que parecía una ametralladora y no era para menos. ¿Qué podía contener tan importante mensaje?. Alguna noticia catastrófica, la suprema, la mayor, el fin del mundo. Pero todo esto es simple conjetura porque el pontífice jamás comunicó lo leído y no hay razón para asustarse por aquello.
Mi amigo Jacoibo Cohén, judío á carta cabal y gran conocedor de los misterios de la Cábala me ha asegurado que el mundo se acabará en el año 2897. ¡Ah, 20
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menos mal, aún falta mucho! pero no es así, porque los judíos andan por el año dos mil y pico y quedaría muy poco. Para el asunto no es tan fácil, porque la Cábala al hablar del fin del mundo no se refiere al final del planeta o de la vida humana, sino al de una era, que dará inicio a otra mejor más justa y en consecuencia una más humana que la actual. Al respecto la Cábala concuerda con la Teoría Zodiacal que ha calculado que la actual era terminará el año 2036, dando lugar a otra donde los hombres serán libres y justos. San Malaquías, en cambio, como buen monje irlandés del medioevo, fue más misterioso y s01o se atrevió a dar un listado de lemas, uno para cada Papa, hasta el último de todos que será Pedro II el Romano. Esta lista está por terminarse y muchos han creído por ello que se acabará el mundo, cuando en realidad de verdad eso no lo dijo el santo. 21
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Parece que con Pedro II se iniciará el ecumenismo de las religiones en el mundo o se terminará el siglo XX. Esto del fin del mundo tiene piola para rato porque no hay ni un tema que sea más apasionante para las mentes calenturientas e imaginativas, numerosísimas por cierto. También es verdad que a través de diversas enfermedades del sistema nervioso o en ciertos estados de conciencia, algunos cristianos han creído poder conectarse con seres raros venidos de otros planetas, “Extraterrestres” como les llaman, que lanzan mensajes telepáticos con noticias del futuro, que ellos están en otras dimensiones y todo lo ven y conocen. Diariamente periódicos y revistas del mundo avisan sobre estos mensajes. Unos son conducidos fuera de la Tierra a otras latitudes, como lo que le sucedió al que se fue a una de las lunas de Júpiter, la sin igual Ganímedes. Otros perdieron la conciencia y se encontraron 22
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de golpe y porrazo dentro de un platillo volador. Tampoco han faltado los que se metieron en una cueva y hallaron misteriosas civilizaciones nunca antes conocidas. Para estos amigos un consejo, escriban sus experiencias y logren fama literaria, que en esto del boom literario el tema de los extraterrestres es muy manoseado. Aquí en el Ecuador ya tenemos varias novelas del género, algunas de primera clase. Las novelas de viajes a mundos y tierras raras no son nuevas. Marco Polo comenzó la serie cuando visitó las tierras del Gran Khan y regresó con vida para referir sus peripecias, iniciando una etapa de penetración al oriente muy profundo: Persia, India, Catay y Sipango y fue imitado por los portugueses, establecidos en Goa y Macao y por los jesuitas que con San Francisco Javier entraron al Japón. En otras direcciones también se movieron los aventureros. Numerosos evangelizadores polacos y lituanos, 23
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viajaron a Moscovia y al Mar Negro, otros llegaron por el Norte a la península escandinava, entonces poco conocida. Mientras tanto la gente culta de Europa seguía creyendo que los hombres y mujeres de esas apartadas regiones del globo eran diferentes y tenían deformaciones muy raras. Cuando Magallanes dio la vuelta al mundo, que fue concluida por Elcano, se probó que la Tierra era redonda y no existían seres raros. Sin embargo, aún mucho después se seguía hablando de ellos y cuando un viajero se topó en el Sur de América con varios indios muy altos y con pies grandes, los Patones, se inició la leyenda de los gigantes.
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Así pues, con algo de imaginación y mucho de credulidad, se puede afirmar la mayor fantasía como si fuere cosa cierta y probada. No es por tanto difícil que hayan gentes que crean en el cercano fin del mundo o en entrevista con gente de otras galaxias, como si fuere asunto rápido el viajar varios años luz por el éter sin detenerse, para llegar a otras estrellas que se suponen ser habitadas. Sin embargo una lectora amiga me ha hecho ver que nuestra civilización puede terminarse con una guerra nuclear y en esto está en lo cierto. Al perecer la gente, a causa de la radiación quedaría reducida la a unos cuantos sobrevivientes, pero en condiciones tan precarias que tendrían una larga noche medieval, como ocurrió cuando los bárbaros entraron por los Alpes y el Danubio y asolaron las ricas comarcas del Sur. Eso fue el fin del Imperio Romano y el fin de toda una era, pero el mundo 25
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renació de entre las cenizas y aunque le tomó muchos siglos avanzar hacia nuevos focos de luz, lo hizo tan bien, que ahora podemos mirar a los antiguos romanos en forma por demás optimista, porque hemos logrado superarlos en casi todos los ramos de las ciencias y las artes. El fin de una civilización no es nada nuevo, cada civilización nace, crece y muere y la nuestra —occidental y cristiana— tuvo su lejanísimo comienzo en Alejandría, la ciudad helénica del mediterráneo oriental, según afirma Oswaid Spengler. ¿Qué nos deparará el futuro? Sin lugar a dudas muy serios problemas, de todo orden y naturaleza, pero si el hombre ha surgido de la nada, de la caverna, donde se guarecía en sus comienzos, nada le detendrá ahora que tiene en sus manos enormes poderes, y tan grandes que hasta cambia a los elementos de la naturaleza.
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Seamos optimistas, pensemos y actuemos sin coacciรณn ni temor. Abajo los sabidos que quieren asustarnos con el fin del mundo.
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CUENTOS DE MIQUELINA
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uién no recuerda los cuentos oídos en la niñez? Aquellas crueles historias de aparecidos y muertos que hacían poner de punta los pelos de los más valientes y carne de gallina la piel de los demás? En cada casa había una cocinera que se especializaba en asustar a los niños para que no la fueran a molestar muy de continuo con golosas peticiones. Yo tuve una, la simpar Miquelina, mujerón que reía con grandes risotadas, de contextura gorda y muy experimentada en toda clase de historias de terror que contaba con grandes aspavientos. 28
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Por las tardes la íbamos a visitar en “su cocina”, formando grupos de tres o cuatro primos, para que nos asuste, luego no podíamos estar solos y de noche nos moríamos de miedo; pero al día siguiente ya todo estaba olvidado y ¿cómo esperábamos el nuevo cuento de esa día, con cuanta impaciencia, para volvernos a atemorizar?. Miquelina era negra y cariredonda, de grandes ojotes blancos y no menos grandes dientes, manazas de luchadora y tremendas caderas y nalgas. Creo que la he descrito con justicia. Debía pesar más de 200 libras, pero era agilísima para brincar y charlaba con fuerza y convicción, contando los adefesios y mentiras absurdas como si fueran verdades. Acostumbraba a sentarse en el suelo, nos ponía a su alrededor y cuando era de noche hasta apagaba la luz y la historia se contaba al resplandor de los carbones.
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En otras ocasiones se metía un fósforo encendido en su bocota que abría y cerraba en la obscuridad, produciendo un efecto luminoso increíble. Recuerdo de entre muchas de sus historias, en las siguientes: MARÍA ANGULA ANGOLA.Dizque vivía frente al cementerio en un casita muy limpia y con su afectuoso marido que la quería mucho y todos los días le daba plata para que vaya al mercado a comprar la comida, pero la muy avara se mandaba a cambiar al cementerio y con un cuchillo robaba un pedazo de carne al primer cadáver que veía, regresaba a su casa, la cocinaba para su marido y la plata la metía en un Banco; pero una noche despertó al oír unos cantos y asomándose a la ventana vio que del cementerio salía una procesión de ánimas blancas y que a la luz de sus mortecinas velas se dirigían a donde ella estaba. Quizo despertar al marido, pero él 30
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estaba como muerto y sintiéndose sola se tapó la cara con una sábana y rezó un “Salve, salve” (en esta parte nos tapábamos y rezábamos con Miquelina). Una ánima entró al dormitorio y se le metió debajo de la cama y desde allí escarbó el colchón, hasta poder llegar a la espalda de María Angula (aquí nos rascaba las espaldas) diciéndole “María Angula devuélveme el pedacito de carne que te me robaste” y siguió escarbando hasta que la mató. Enseguida, el ánima de María Angula era llevada presa por las otras ánimas, a vivir al cementerio, como justo castigo por su avaricia. Moraleja: ¡Se la castigó justamente!.
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LA CANOITA FANTASMA.Este cuento está relatado por José Gabriel Pino Roca en “Leyendas y Tradiciones de Guayaquil” pero a mí me lo refirió Miquelina que era iletrada, así pues, hay que aceptar que este cuento es muy antiguo en Guayaquil, diríamos que hasta colonial. Resulta que una madre perdió a su hijito, no se indica si murió ahogado o por enfermedad y decidió buscarlo de noche, en el río; era una canoíta alumbrada con un farol en la proa y bogando a punta de canalete. A veces Miquelina la hacía loca, en otras era una ánima o una bruja, que en esto Miquelina era muy imaginativa, al momento de buscar nuevas situaciones para aumentar la tensión. También imitaba el bogar a uno o dos canaletes y cantaba canciones de Esmeraldas y se iban siquiera 15 minutos mientras su auditorio reía. También conversaba con los peces 32
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y las flores del río, indicando los nombres de las plantas y los árboles de la región. Y como era media rimadora hacía unos lindos diálogos en verso, de los que recuerdo a los siguientes: Dime corvinita qué tal está el río limpia está el agua como el amor mío. Dime canarito donde está mi amor está en su casita comiendo el arroz. Dime nubecita cuándo lloverá en estos momentos agua te caerá y tomaba un vaso de agua que tenía preparado y arrojaba su contenido para arriba, de tal suerte que “chispeaba” a todos, incluyéndose ella misma y era la que más gozaba con el aguacero.
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En la mitad del cuento, entraba el factor miedo, del porque la canoíta fantasma se encontraba un recodo del río con otra donde iban dos hermanitos que habían salido de su casa a ver a un médico porque su mamá estaba con un fuerte cólico. Entonces se venía la persecución tremendista pero los dos hermanitos siempre lograban salvarse, y regresaban a su casita donde encontraban a su mamá curada del cólico y se metían en la cama con ella. La muerta, loca o bruja quedaba burlada, amenazando regresar en cualquier momento por el río, a tomar desquite.
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EL HIJO DEL RECTOR Y LA C ASA EMBRUJADA
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ecordando mis tiempos cuando era estudiante, me viene a la memoria un raro y peregrino incidente ocurrido en la inauguración del curso lectivo de 1952-53, del que muchísimos de mis compañeros del vicentinos aún guardan memoria. Eramos casi un millar de muchachos ávidos da aprender y el primer día de clase los que repetian año nos llevaron a visitar el Museo del Colegio, donde poseía varios ejemplares de animales disecados y entre todos sobresalía un tremendo león, con garras, colmillos y 35
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enorme rabo terminado en forma de pompón, que era preciso observar. El Museo funcionaba en un salón que era bastante obscuro y por demás, misterioso, donde todos embelesados contemplamos al león y a otras piezas menores; habían ciertas culebras, gatos y perros, colecciones de plantas y de mariposas, de piedras semipreciosas y de minerales comunes y que se yo que otras cosas más que ya no recuerdo por los años transcurridos. Al siguiente recreo regresamos al Museo a seguir mirando al león y fue entonces que uno de nosotros se fijó en un enorme frasco tapado, en cuyo interior flotaba un niñito en alcohol. Gran susto para todos, pero como no sabíamos de qué se trataba, alguien trajo a uno de los grandulones del cuarto curso para que nos explique y allí nos desayunamos con exóticos conocimientos de educación sexual, medicina, y antropología. El maestro de mentirijillas hizo su parte, y nos 36
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señaló todos los pormenores del caso. Demás está decir que el feto fue punto central de todas nuestras conversaciones durante los siguientes siete días, algunos hasta regresaron a verlo con mayor detenimiento y como todas las cosas de este mundo, terminó por cansarnos. Pasaron varias semanas hasta que un día alguien de mi curso, que no quiero decir su nombre, tuvo una brillante idea. Quería jugarle una pasada a Lolita que era la bibliotecaria, monísima muchacha de no más de 18 años, que de tanto oír que era bella se había vuelto insoportable y ya ni el saludo contestaba. Era la única mujer entre mil hombres y los respetuosos piropos que recibía siquiera ascendían a cien por día, así es que cortó con todos sus admiradores y se portaba muy seria. Para el efecto mi compañero llevó un tremendo esparadrapo donde había dibujado con su letra patuleca, grande y de imprenta, el siguiente rótulo: “Hijo 37
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del rector y de Lolita” y sin que nadie lo viera lo pegó en el frasco del Museo, que ese día volvió a llenarse de gente y qué de carcajadas y de chácharas se oía y qué de gritos y todo lo demás, al punto que el rector mandó al Inspector general Blas Toribio Torres a investigar lo que pasaba y al saberlo, cometió el error de ir personalmente y abriéndose paso entre los estudiantes tomó el frasco, llevándolo al rectorado. La procesión fúnebre fue grandiosa y mientras el pobre Rector, subía las escaleras centrales que conducían a su despacho, algunos que eran cómicos, aprovechando que no podía voltearse, llegaron a silvar la “Marcha Fúnebre” de Chopín, que habían aprendido en el Conservatorio. Ese día no pasó nada más, pero al siguiente nos pusieron en confesión y con gran alharaca se hizo saber que habíamos faltado al respeto en forma inusitada, que el rector estaba tan avergonzado y la bibliotecaria había 38
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recibido 10 días de licencia con sueldo para irse a curar un resfrío al vecino balneario de San Vicente, de donde nos quedó el sonsonete de decirnos: “Ándate a San Vicente” cuando alguien estaba agripado, costumbre que aún tenemos entre nosotros a pesar de los años transcurridos. Entonces se puso de moda jugar la siguiente broma pesada, que a mi también me la hicieron y todavía la recuerdo con disgusto. Se corrió la voz que detras del Estadio del Colegio, atravezaba una callecita polvosa y desolada, donde había una “casa de citas”, que era tan misteriosa, y todos evitaban pasar por su puerta debido a que adentro existían unas mujeres malas que no sé que cosas le hacían a los chicos. Solamente algunos de sexto curso se habían atrevido a ir por allí, pero ni siquiera entraban, porque el asunto era perverso y extremadamente peligroso. También se contaba que a un chico, las mujeres 39
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malas lo habían tomado desprevenido” y lo habían matado asfixiándolo con almohadas. Demás está decir que ya todos creíamos el cuento y jamás se nos hubiera ocurrido visitar ese sector, también es cierto que no teníamos la necesidad de hacerlo porque se encontraba alejado de los recorridos.
“La broma consistía en salir en un grupo de estudiantes del plantel” y dar la vuelta por Lizardo García, como quién iba al Mercado Oeste a comprar unas hermosas naranjas dauleñas que 40
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allí vendían donde al llegar a la entrada de esa calle, tomaban a uno de los menores de primer curso y llevarlo prácticamente en camilla en dirección a la casa embrujada, con gritos y demás demostraciones propias de la muchachada. El pobre embromado, estaba más sorprendido que asustado, al principio creía que la cosa no era en serio y hasta seguía la corriente y se reía del asunto, pero viendo que su situación iba haciéndose seria, y empezaba a rogar y hasta hubo alguno que lloró y pidió disculpas, pero el asunto continuaba y el grupo era muy inflexible. Llegados a la puerta, se tocaba, y salía una mujer fea y pintorrajeada a la ventana y decía: “Que entre el niñito”, todo esto entre risas y a gritos. Entonces “el niñito” comprendía que ya estaba perdido y se defendía con puños y pies, algunos pudimos escapar, pero otros fueron aventados al interior, donde tres o cuatro mesalinas completaban la broma con gestos inmorales y luego le 41
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perdonaban la vida mandándolo a sus casas con cajas destempladas. Así nos enteramos de ciertas cositas que de otra manera nunca hubiéramos sabido en nuestras casas, que aunque la educación sexual fue solicitada por Alfredo Espinoza Tamayo, allá por 1920, para las escuelas y colegios, nunca se aplicó en Guayaquil.
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Tradiciones y costumbres de antano
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CONVERSACIONES ENTRE MAYORES
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os padres de antaño no permitían nunca a sus hijos intervenir en la conversación de los mayores, por eso eran sacados de las piezas donde se reunían los viejos a charlar. Como anécdota contaré que cierto caballero que caminaba por el boulevard se resbaló y rompió la clavícula. Llevado a la clínica Edmundo Vera fue operado y diariamente le lavaban la herida con agua de permanganato. Semanas después asistió a una fiesta y delante de varias damas refirió los lavados en la clavícula; pero una de 44
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ellas, por tonta no por inteligente confundió la clavícula con otro órgano menos inconsciente hizo retirar a sus niñas creyendo que el señor había tenido una enfermedad venérea, que entonces también se curaba con tales lavados y dizque dijo asustada; ¡Chicas, váyanse a otro lugar ¿no ven que el caballero está relatando una enfermedad secreta en su clavícula?. En otra ocasión una señorita de más o menos treinta y cinco años fue retirada con mucha delicadeza, para que no escuchara chistes verdes. Su padre le dijo: “Luisita, anda al comedor y trae la bombonera, pero antes, prepáranos un jugo de naranjas en la cocina. Así se desprendía de su incómoda compañía y podía contar lo que quería. Y me salió en verso sin mayor esfuerzo. También era costumbre prohibir a los chicos que salgan a la sala cuando habían visitas. Mi abuelo estudiaba abogacía en la Universidad de Cuenca cuando ocurrió el fusilamiento del héroe 45
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liberal Luis Vargas Torres. Terminadas las clases regresó a Guayaquil y fue a visitar a su amigo Carlos Concha Torres para darle el pésame por la muerte de su medio hermano. Llegado a la casa, fue introducido a la sala y comenzó a relatar los pormenores de tan doloroso suceso, así es que en contra de la costumbre, mi bisabuela hizo venir a todas sus hijas para que escucharan y al llegar la conversación al punto culminante, cuando los soldados de la escolta dispararon al cuerpo y el héroe cayó herido de muerte para ser rematado con un tiro de gracia en la cabeza, doña Delfina sufrió un vahído y sus hijas la llevaron al dormitorio donde la acostaron; mientras tanto y sólo por educación, mi abuela Teresa debió permanecer en la sala haciéndole compañía al visitante y surgió un romance que siete años después terminó en el altar; pero esto era la excepción, porque siempre que había visitas se obligaba a las jóvenes a encerrarse en sus dormitorios. 46
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Al respecto González Suárez contaba que en los años que tenía visitando la casa de su amigo el Dr. Leonidas Batallas, sólo había visto y saludado dos o tres veces a las hermanas solteras de él, puesto que ellas se encerraban cada vez que había alguien extraño en su domicilio. Demás está decir que dichas señoritas murieron solteras y gozando de una merecida fama de santidad, porque el día entero pasaban rezando. De todo esto se concluye que antes las jovencitas se criaban retraídas y tímidas, alejadas del mundo, creyendo que por su sexo estaban incapacitadas para las grandes empresas de la vida. El lugar de toda mujer cristiana era su hogar y de él no podía salir, solo de pena de alterar las normas egoístas de una sociedad dominada por los machos, únicos capaces de pavonearse por las calles y plazas sin perder el honor.
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A esta situación social se ha dado en llamar la etapa mariana de la mujer en el Ecuador, porque su ideal fue la Virgen María, modelo de esposa y madre. Luego vendrían los días liberación que estamos viviendo, donde la mujer se siente capaz de competir exitosamente con los varones, en igualdad de las condiciones y aún superarlo en muchos casos. Ya no se las esconde cuando hay visitas y tampoco se las retira de las conversaciones, ahora pueden participar en ellas. En otras casas se les prohibía hasta el uso de las ventanas que siempre se mantenían cerradas porque ¿para qué abrirlas?. Esta costumbre venía de Andalucía en España, donde las ventanas se cierran durante los meses del caluroso verano para impedir que el viento que sopla desde el Sahara, entre a las casas y las convierta en hornos. Aquí en la costa hubo pueblos como Riochico en Manabí, donde las 48
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mujeres jamás se asomaban y los matrimonios se concertaban entre los padres, y a veces sin que los novios se conocieran. En Guayaquil la mujer solía asistir a misa casi de madrugada para estar de regreso al hogar antes que la gente transitara por las calles, evitando el contacto personal con el mundo de afuera, en lo posible. Y hasta existían misas especiales a las cinco de la mañana para las personas que mantenían uniones libres y que no deseaban que las observen.
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En los cines había los palcos de duelo, ubicados en ambos costados del escenario y con venecianas que podían subirse y bajar. A esos palcos siempre llegaban las personas que habían perdido a algún ser querido dos o tres meses antes y que deseaban distraerse sanamente, sin provocar el escándalo social al romper un duelo que según las normas establecidas por el “Manual de urbanidad y buenas maneras” de Carreño, debían durar cuando menos un año o algo más. Las viudas sobre todo, eran muy cautelosas al respecto, para no dar qué hablar de su dolor, el mayor de todos los dolores sociales; por eso cuando se casó la Marquesa de Solanda con el General Isidoro Barriga, pocos meses después de haber enviudado del Mariscal Sucre, fue tal el escándalo, que la partida matrimonial se anotó en forma por demás escueta, como significando que el acto era poco menos que vergonzoso.
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Sin embargo la Marquesa dijo después: “Con Sucre me casaron, con Barriga me casé” y fue feliz en su matrimonio por amor, que duró hasta que Barriga murió.
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LA QUEMA DE JUDIO, VUIDAS Y ANOS VIEJOS
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urante la época colonial tenían la costumbre que las gentes se divirtieran en las fiestas que por su número, solemnidad e importancia, constituían a una de las principales ocupaciones del vecindario. En Ciudavieja nadie se perdía las ceremonias del doce de Febrero, día de la Virgen de la Candelaria, que se celebraba en forma por demás ostentosa. Desde las seis de la mañana había misas solemnes con la asistencia de tres sacerdotes en la iglesia de la “Pura y limpia Concepción de María”, 52
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luego rezaban oraciones especiales y el templo no quedaba vacío en ningún momento, hasta que bien entrada la tarde, cuando los últimos rayos de sol se ponían en el horizonte y las sombras anunciaban la noche, salía una procesión portando espermas encendidas por la calle Ancha o Rocafuerte, daba la vuelta por los numerosos callejones del vecindario y regresaba por el malecón con rezos y cantos. A las 9 se dispersaba la concurrencia entre gritos y estallidos de cohetería, quedando en el corazón de todos, el grato recuerdo de que también ese año, la “Virgencita de la Candelaria” había tenido lo suyo. Con la independencia se fue perdiendo esta vistosa costumbre y al final quedó relegada para que negros y esclavos, pardos y mestizos bebieran el día de la Candelaria en los arrabales de la Iglesia de la Concepción y propiamente en los terrenos aledaños de las quintas Pareja, Medina y Roditti, hasta que el 53
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Incendio Grande del 5 y 6 de Octubre de 1896 arrasó la Iglesia y el barrio. Allí se quemó la imagen de la Virgen que dicen que era tan milagrosa como antigua, orgullo y ornato del puerto, y como a nadie se le ocurrió reponerla el terreno pasó al Cuerpo de Bomberos que lo ha destinado para local de la planta Proveedora de Agua. También era costumbre en Ciudavieja quemar al Judío en Semana Santa como castigo por la muerte de Cristo. Cada miércoles santo se realizaba la “Procesión Morada”, así llamada por el color de las ropas que anunciaban el duelo de los días siguientes; partía del templo de los Dominicanos y tomaba por la calle Ancha hacia el Sur, atravesando los tres esteros que existían en los contornos. Muchos caballeros entonaban cantos y letanías de un lejano sabor andaluz, los más callaban reverencialmente y, todos avanzaban a redoble de tambores con sus cajas destempladas en señal de 54
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pena y vergüenza. Al final de la calle torcían hacia el Malecón y de regreso se abrían en las casas las ventanas y las señoras se asomaban de riguroso luto. Cuando todos llegaban a la plazoleta central de Ciudavieja se colgaba de una rama del más corpulento árbol al judío del año, como se llamaba a un muñeco de trapo y aserrín con la cara pintarrajeada y comenzaba el “Auto de Fe” o juicio del Judío, donde había de todo, desde los que hacían de Corchetes o Alguaciles custodiando al muñeco para que no escape, hasta los impecables jueces que dictaban la condena, mientras la muchedumbre espectaba el sainete y se oía los discursos bulliciosamente, pidiendo a gritos el castigo del culpable, que pronto ardía en la hoguera de leños, mientras la gente bailaba y brincaba en sus contornos, disfrutando de la luz y claridad del fuego. Esta quema era simbólica y anunciaba el triunfo de la religión católica y el principio del Jueves Santo o de Dolor 55
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por los padecimientos de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos y era común en toda Europa. En Holanda la suplantaron con la quema del español, matando en efigie a Fernando Alvarez de Toledo, Duque de Alba, Gobernador que se portó muy malo con ellos en el siglo XVI. En Guayaquil se quemó el judío del Año hasta bien entrado el siglo XX, cuando dejó de practicarse la quema por culpa de la migración europea, que no apreciaba debidamente esta muestra de nuestro folklore religioso.
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Entonces, nuevas ideas reemplazaron a las tradicionales y vino la quema de los muñecos del año y simplemente de los “Años Viejos” como ahora se llaman y son igualmente de trapo y aserrín, con caretas que han reemplazado a las caras pintarrajeadas del antaño. Estos muñecos se queman a las doce de la noche de cada 31 de Diciembre, en medio del reventón de cohetes y camaretas y como seña de despedida de un año más que se va. Sin embargo de un tiempo acá han salido las llamadas Viudas, hombres vestidos de mujer que se menean y pierden su hombría. Los simplones al verlas se ríen y las viudas se menean más y así, en este carnaval de sexo, las pandillas de ladronzuelos chinean a los más bobos, en medio de la jarana. Por algo la Intendencia ha tenido que prohibir a las viudas, que no son folklore ni nada por el estilo, que en este puerto de gente macha los hombres son bravos y las mujeres más aún; me 57
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refiero a las suegras claro está, que las otras son femeninas y dóciles, buenas y cariñosas, sí señor.
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C ASAS VIEJAS
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uién no ha escuchado que las casas de antes eran mucho más cómodas y espaciosas que las actuales. Y así tenían que ser para solaz y comodidad de los ocupantes, porque ha de saberse que las casas viejas, tenían algo de señorial, algo que ahora se ha perdido con las nuevas formas de vivir la vida. Se iniciaban con un amplio zaguán que conducía a una escalera gorda y con descanso, que terminaba en una antesala o salón de recibo también denominado “asistencia”, desde allí se 59
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repartía la casa dividida por el patio central empedrado y “tenía un pozo y su brocal, rodeado de perfumadísimas albahacas, rosas de Castilla, diamelas, trepadoras madreselvas, mastuerzos y montenegros”, plantas que hoy ni se conocen, cultivos que se han perdido con el paso de los tiempos. El claustro central también tenía sus adornos, “por sus columnas subían los tallos trepadores del jazmín, algunas perfumadas flores blancas de cinco pétalos, también llamado jazmín del cabo de España, que embalsamaban el ambiente”. A ellos se refería la poetisa Dolores Veintimilla de Galindo cuando escribió “A Carmen, remitiéndole un jazmín del cabo”. Menos bella que tú, Carmela mía Vaya esta flor a ornar tu cabellera Yo mismo la he cogido en la pradera Y cariñosa mi alma te la envía Cuando seca y marchita caiga un día No la arrojes, por Dios, a la ribera 60
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Guárdala cual memoria lisonjera de la dulce amistad que nos unía. Después de la antesala se podía entrar a la sala o gran salón, que casi siempre permanecía cerrado y se abría solo para las visitas anunciadas con anticipación. Este Salón se encontraba alumbrado con alguna araña de cristal con velas o briseros también de cristal. En sus paredes colgaban serios y oscuros retratos al óleo de parientes fallecidos, doradas consolas de azogados espejos y el juego de muebles de 24 piezas, casi siempre de estilo francés, dorado o plateado al pan de oro o al pan de plata impreso al fuego. Aquellos juegos por lo general se componían de dos sillones dobles, dos “tú y yo” con una mesa central, cuatro mesitas laterales, 14 sillas individuales y un burro pie. Cabe aclarar que por “burro pie”, se conocía a un banquito acolchonado, para que las señoras ancianas descansen sus pies; y por “tú y yo” a unas delicadas sillas dobles, 61
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donde una persona se sentaba para adelante y otra para atrás, de tal suerte que podían conversar cerquita la una de la otra. Estos “tú y yo” hicieron furor desde 1880 y fueron considerados lo mas chic del momento, por confianzudos. Las consolas podían contener espejos con coronaciones y se llamaban Troumeaus. Algunas eran verdaderas obras de arte. Las habían con angelitos que tocaban diversos instrumentos musicales. Otras habían de ratoncitos, ramas, uvas, y hojas de parra, pero las mejores eran las coronadas o timbradas, que sólo podían ser usadas por las autoridades o personajes muy prominentes. Toda casa tenía su oratorio donde se velaban por los santos protectores, con un altar privilegiado por rescriptum y hasta con la reliquia de algún santo traída de Roma. En el altar se colocaban imágenes talladas y óleos con motivos religiosos, dando preferencia a algún familiar, objeto de especial veneración, 62
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por haber pertenecido a la hermana mayor, abuela o madre. Los 2 de Febrero de cada año, fecha en que la Iglesia celebra a la Virgen de la Purificación o de la Candelaria, se bendecían los cirios que iban a usarse durante el año y nunca faltaban flores en los jarrones del altar, siendo los niños los encargados de cortarlas. Los dormitorios llamaban cuadras, como si estos fueran sitios destinados al ganado y todos daban al corredor, que a su vez daba a las ventanas o toldas y era de muy mal gusto tener dormitorio directamente a la calle, iba contra la moral pública. No había la profusión de servicios higiénicos como hoy en día existen, con uno solo bastaba entonces, se llamaba excusado y estaba al fondo de la casa, dando al traspatio. Allí cerca estaba la cocina, el horno, la lavandería y los cuartos del servicio, separados de la casa por el pasadillo 63
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de la media-agua, que existía para que los olores de la cocina y sobre todo, el humo de la leña o el carbón, no contaminaran las ya anteriormente descritas habitaciones. El comedor era igualmente grande y estaba cerca de la media-agua para facilitar la conducción de viandas. Los comedores no daban ni a la calle ni al corredor, sino al claustro directo a una “solana” o sitio para tomar el sol, en donde sólo caben jaulas con pericos y loros, catarnicas y diostedé y los viejos salían a asolearse, de allí el nombre de las solanas. Y detrás de todo este patio algunas casas tenían el traspatio con su propio gallinero y hasta con vacas y árboles frutales, para deleite de la chiquillada de entonces. Con sus correspondientes minaretes o torres de vigilancia, las buhardillas comenzaron a usarse desde 1880, pero no progresaron y hoy casi ni existen. 64
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Allí se acostumbraba colocar hamacas para recibir el fresco de Chanduy como se conocía a la brisa que sopla de la sabana sureste de la ciudad. Otras casas tenían el cuarto de juegos, tan grande y vacio como un establo, donde se llevaba a los niños a jugar con sus carritos para que no rompan nada o a veces se colocaban los libros y demás recuerdos familiares de los propietarios y entonces pasaban por bibliotecas. Tales eran las casas viejas.
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A LA BASURA TODO
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n amigo mío acaba de venir asustadísimo del Perú diciendo que las mujeres se han rebelado en ese país contra sus maridos y lo que es peor, han tomado posiciones de combate que antes ni se las hubieran imaginado. Me contaba que un destacado escritor de Trujillo salió de su casa peleando con su media naranja y al regresar encontró que ella le había botado todos sus papeles, libros y apuntes a la basura, dejándolo casi que desnudo después de muchos años de paciente 66
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trabajo. Casi le da un infarto pero al final se avinieron por la intervención de algunos parientes y ahora el pobre está dedicado a las estampillas. Otro conocido que vive en Quito también se disgustó con su señora y ella le rompió sus huacos (tiestos arqueológicos) que él había venido coleccionando con mucha paciencia y hasta con privaciones. El asunto pasó a mayores y terminaron, como es de suponer, divorciados. Y no es para menos, cualquiera escapa de una tan fiera mujer. Y ahora que estamos en cuentos de libros y peleas conyugales les referiré el caso sucedido en Guayaquil hace más de 20 años, entre un escritor que todos conocemos y su señora cubana. Resultó que se separaron y él se fue a vivir a una pensión dejando sus pertenencias en la villa y como ella era extranjera, puso un aviso en el periódico anunciando la venta de los libros para hacer dinero y volverse a 67
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su país; mi amigo lo vio y puso otro, indicando que los libros eran de su propiedad, para que nadie los fuera a comprar porque se compraría un pleito y al día siguiente se encontró con que su doña le había sacado un remitido que más o menos decía así: A Fulanito de tal. Le aviso que no intereso sus libros viejos y apestosos y ruégele que venga con una carretilla a recogerlos, caso contrario, los quemaré, f) Nombre completo de soltera. Otro conocido tiró a la basura un enorme archivo de gran importancia para el país, sólo porque había descubierto que estaba apalillándose y pensó que si seguía manteniéndolo en su poder iba a perder alguno que otro mueble fino de su casa. El pobre no sabía que los papeles mientras más viejos son más valiosos, ocurriéndoles lo mismo que a los quesos y a los vinos, que cobran importancia con el tiempo.
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En Guayaquil, por otra parte, es una fea y vieja costumbre el quemar las cosas del difunto y así se han perdido objetos valiosísimos. El albacea de doña Baltazara Calderón de Rocafuerte, que murió en su casa del Malecón con un cáncer muy largo y doloroso al seno, ordenó que un baúl de documentos del gran hombre fuera arrojado al río, cerrado y todo, porque pensaba que podía contagiarse si conservaba tan importantes reliquias.
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Una de las colecciones iconográficas más raras de Guayaquil se la regalaron a una señora que vivía en el exterior, propiamente en Caracas, porque los hijos del difunto no tenía sitio donde ponerla en sus casas y eso que eran más de siete. ¿Dónde estarían tan hermosos y decorativos óleos? Dos cuadros antiguos de factura europea lo entregó otra señora y se los da una parienta que vive en Latacunga, simplemente porque se los pidió a ella. Dichos óleos son inapreciable tesoro iconográfico y dudo mucho que los volvamos a ver en Guayaquil porque la pariente ya es anciana y dentro de pocos años pasará los cuadros a su nieta, que tampoco vive entre nosotros. Y así podríamos seguir contando anécdotas de objetos valiosos a los que no se les dá la importancia que tienen, simplemente porque no, como si los pobres papeles, libros o cuadros tuvieran la culpa de existir en nuestra 70
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época, tan iconoclasta como absurda, donde todo está cambiado y más vale meter un gol que escribir un libro. Y cabe recordar la gran angustia de algunos escritores cuando cercanos a su muerte se dan cuenta que se llevarán un cúmulo de conocimientos que debieron transmitirlos a tiempo. Un amigo de Cristóbal de Gangotena me refería que lo fue a visitar a su lecho de moribundo y lo encontró intranquilo. Me llevo, querido amigo, cosas que nadie más que yo las conoce y que debí escribirlas para que perduren en bien de la Patria!!. Otros murieron con la pena de no ver publicadas sus obras, de imaginar que podrían perderse para siempre, tiradas por allí, en cualquier recodo del camino, de como se tiran las cosas que no tienen valor. Por ello es bueno poder sacrificarse a tiempo, dejar de viajar o de ahorrar 71
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para el mañana, prefiriendo invertir en las propias ediciones, que aunque no serán negocios redondos, darán otra clase de alegrías, las del espíritu, las más duraderas y valiosas.
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EJERCICIOS DE AGUA
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ntre las costumbres típicas de nuestra urbe que hoy se han perdido casi por completo, están los famosos ejercicios de agua del Cuerpo de Bomberos que se realizaban a lo largo del Malecón preferentemente, aunque a veces se hacían en el Boulevard o en un sitio abierto cualquiera. Estos ejercicio eran la delicia de la muchachada; nos poníamos unos trajes especiales, que entonces no se estilaban los pantalones de baño ni las pantalonetas deportivas de hogaño y salíamos de nuestras casas a todo. 73
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Se sabía que iba a realizarse ejercicio porque publicaban la noticia por los periódicos con varios días anticipación para cosechar mayor concurrencia de público y así cosas, un domingo cualquiera del año, las motobombas del Cuerpo de Bomberos, con sus escaleras, tanqueros, mangueras y pitones se estacionaban cerca de los hidrantes y comenzaba el espectáculo a las diez de la mañana, con un formar de las Brigadas en perfecto orden militar y el desfile de coroneles jefes con sus casacas rojas de combate, que las azules de fantasía reservaban para los desfiles y ceremonias de inmenso solemnidad. Cada Bombero vestía su pantalón de dril blanco con raya a los lados, su casco alero y alto donde constaban el glorioso nombre de su Bomba y el número que tenía asignado, botas de hule, cinturón negro y ancho de cuero. Al fondo se alineaba el público y en el medio los muchachos que nos 74
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prestábamos para ayudar, es decir para importunar con necedades; pero ellos, comprendiendo nuestra innata vocación bomberil, nos permitían todo. El Cuerpo tenía varios bomberos con fama de locos por su arrojo en el ataque al fuego, el desprendimiento que hacían de sus vidas, y por su heroísmo demostrado en numerosas ocasiones y en fin, porque eran los líderes de sus compañías. Recuerdo a un negro venerable gigantesco que murió de diabetes a consecuencia de una herida ligera provocada en un incendio, se llamaba el Coronel Álava y cuando desfilaba por 9 de Octubre no había nadie más aplaudido ni más condecorado, cada una de sus medallas había sido ganada en dura lid contra el enemigo común. Otro Jefe famoso era Aurelio Carrera, igualmente alto y fornido, amigo de las chanzas y por ende muy popular entre los bomberos, a quienes conocía por 75
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sus nombres y apellidos, amén de sus respectivos apodos. Al darse la voz de comienzo del ataque, las mangueras conectadas empezaban a lanzar agua que daba miedo, los pitones eran pesados y los chorros fuertes, necesitaban brazos hercúleos para dirigirlos. Otros armaban las escaleras para subir a las ventanas, los menos las escalaban y hasta los hacheros rompían uno que otro madero colocado exprofeso. Las columnas de hacheros eran las mejores porque allí estaban los bomberos más ágiles para subir y más fuertes para demoler y de allí salían las víctimas a la hora de morir en defensa de la propiedad ajena. A la media hora del ejercicio, no quedaba bombero seco ni entre los jefes ni entre los subalternos, el gusto era mojarse, salir empapado y pavonearse destilando. El público gustaba moverse y gritar para evitar los pitonazos que de vez en cuando el Benemérito Cuerpo les dirigía para salar la reunión. 76
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Entonces corrían los vendedores con sus charoles, las damas abrían sus paraguas que no eran tan tontas como para presenciar un ejercicio al descubierto, los caballeros cubrían con sus cuerpos a las señoritas y éstas se agarraban y empezaba el sobajeo. Los muchachos se encargaban unos a otros los zapatos y gozaban pata al suelo con el resultado de que en muchas ocasiones regresábamos a la casa con zapatos cambiados o sin ellos y allí venía el reto y al día siguiente la compra de un nuevo par en la zapatería de Evangelista Calero, porque era raro que tuviéramos más de dos pares, a duras penas teníamos uno para el colegio y otro para visitar. No había zapatos de caucho como ahora y los primeros que salieron eran tan apestosos que ningún muchacho quería usarlos por más de una semana. Las chicuelas también tomaban parte en el saínete desde las ventanas de las casas del malecón, que se atestaban 77
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con rostro juveniles del bello sexo. Ellas para aplaudir un ataque, para invitar a algún fornido legionario a que arme su escalera hasta el balcón y trepe, para que les dirija un chorrito pero no muy fuerte, algo así como un rocío y no a la cara sino al alero de la cornisa para que las empape ligeramente. Si el bombero obtenía el permiso de su jefe para subir, entonces lo agasajaban con un vasito de jugo servido en fino vaso de cristal europeo y con su respectiva servilletota de olan, que entonces las servilletas medían casi 40 centímetros por lado y algunas conocí que eran hasta más grandes y desflecadas por añadidura. El pobre bombero bebía su jugo, pedía disculpas por mojar el piso de madera con sus botas y se secaba los labios con la servilleta, lo que era una tontería porque todo él estaba mojado, pero así era la costumbre de los años 45 al 50 y había que cumplir ese precepto. 78
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A eso de las once el Ejercicio decaía en intensidad por cansancio de los legionarios o simplemente porque el agua empezaba a escasear, entonces entraban los vendedores ambulantes a hacer su agosto y salían las empanadas de verde y de morocho, los vasos de chicha de jora y de arroz, los sabrosos come y bebe de badea o las ensaladas de fruta en jugo de naranja. Una banda de música de alguna institución militar, que los bomberos nunca tuvieron banda, alegraba la reunión y se comenzaba de nuevo, pero a la inversa, enrollando las mangueras, secando los utensilios de trabajo, guardándolo todo en las motobombas y a eso de las once y media se volvían a formar, saludaban a la concurrencia y marchaban militarmente a sus propias Compañías, radiantes de júbilo y bien fresquitos a pesar del solazo y del calor reinante en el ambiente, que se había vuelto húmedo en extremo.
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Nunca faltaban los chambones que sufrían contusiones, resbalones y hasta caídas; en alguna ocasión hubo uno que otro hueso roto, sobre todo costillas, que eran las más proclives a sufrir en esta clase de acontecimientos, pero todo se sufría por el espectáculo y llegando a los locales cada bombero se cambiaba de ropa y menudeaban los tragos de licor fuerte para el frío, que ponían de sus bolsillos los comandantes y los padrinos, luego se servían un ágape de compañerismo consistente en el rico seco de chivo, la guatita y hasta un tallarín de gallina, que era el plato de ley cada domingo en el Guayaquil de esos tiempos. A las dos regresaban los sobrios a sus casas a dormir el cansancio de tanto corre corre, pero los jumos quedaban en el local, libando y cantando hasta bien entrada la madrugada del lunes, con el resultado de que no iban a trabajar ese día.
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Ignoro si ahora seguirán con los ejercicios de agua, creo que no serán como antes porque existen pocas casas de madera y sobran las de cemento y con ellas no va el líquido elemento. ¡No señor, con ella no va”!.
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Lugares y personajes
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EL JARDIN DE LOS BONIN
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o era como el jardín de los Finzi-Contini de la famosa novela italiana que tan magistralmente fuera llevada a la pantalla hace pocos años; era algo modesto, más nuestro si se quiere, pero no por eso dejaba de tener su belleza. Estaba situado en una de las esquinas, la calle Julián Coronel, frente a la muy antigua Cárcel Pública Municipal, fue de los primeros edificios que se construyeron con cemento y a fines del siglo pasado tan fuerte, que sus paredes estaban cruzadas ya por varillas de hierro.
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El Jardín era de una manzana de extensión, debidamente cercado de caña y para su construcción se había gastado buen dinero en ponerle tierra de sembrado sobre la cual crecieron inmejorables rosales, con tallos muy especialmente traídos de la sierra a lomo de mula. Habían flores de todos los colores y olores y también muy numerosos árboles frutales, tan bien colocados discretamente a la vera de algunos caminitos empedrados, y algo sinuosos, llenos de bancos de hierro y madera para solaz y descanso de los caminantes. El conjunto era modesto si se quiere, pero todo en él, llamaba a la tranquilidad y a la belleza. La ciudad y sobre todo el vecindario, se estaba poblando de gente sin prisa y aun no se conocían edificios altos, y por la entrada costaba veinte centavos por familia daba a sus propietarios la oportunidad de servir y ser útiles y hasta un pequeño aliciente económico. ¿Por qué no?
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Su dueño era Luis Bonin Cuadrado, del que desciende la familia Bonín Córdova y sus alianzas. Este era hijo de Juan Bautista Bonino Sanguinetti, inmigrante de (Cueva de Pizarra) Cava Di Lovagno (pequeña villa montañosa cercana a Rapalo y a Chiavari), en la liguria (Italia) venido a Guayaquil a mitad del siglo XIX, y aquí casado con Teresa Cuadrado Yanez, de Sibambe, en La provincia de El Chimborazo. Don Juan Bautista puso ferretería, le fue bien, hizo una fortuna, de viudo se dedicó a viajar con sus numerosos hijos y después murió; dejando el jardín a Luis, que amaba la belleza y las flores y era casado con una señora Córdova, oriunda del Callao. Así pues, cuando decidió inaugurar su jardín al público, era algo entradito en años y se había retirado de los negocios. Entonces anunció en los periódicos que estaba a la disposición de las familias honorables de la ciudad que quisieran pasar gratos momentos de alegría en sano esparcimiento y 85
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en contacto directo con la naturaleza, admirando sus rosales y otras clases de Plantas muy exóticas, muchas de ellas traídas del Perú y Colombia; así como sus cargados frutales, que también podían aprovechar sin costo adicional alguno. Demás está decir que el Jardín, fue sitio de moda y las familias lo visitaron por muchos años, llevando sus propias canastas de comida para almorzar.
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Otros iban con guitarras, violines y mandolinas y hasta formaban “bandas de señoritas decentes” que después tocaban en las sabatinas colegiales. Todo esto sucedió entre 1880 y el 96, porque entonces ocurrió el famoso “incendio Grande” que quemó la parte norte de la ciudad y arrasó con las instalaciones del Jardín. En un abrir y cerrar de ojos perecieron los rosales y los árboles que quedaron reducidos a cenizas. Bonín no resistió muchos meses su tragedia y murió. Personas que lo llegaron a conocer contaban, y yo lo repito, que era un experto cultivador de rosas. Las tenía de todos los tamaños y colores, desde la “espléndida”, rosada y gigantesca, hasta la Rosa Perpetua que era traída de Francia, y nunca muere. También había la rosa Negra que de tan púrpura pasa por ser de ese color y es muy difícil y cara de conseguir. También las había moteadas, pintadas, 87
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manchadas, y como iban progresando sus injertos de unas variedades con otras. Entre los árboles no faltaba el Bálsamo traído del Perú cuya resina cura, refresca y agrada a los sentidos. La Jontaun, una fruta china llamada entonces Chirimoya china, el níspero frondoso y corpulento, la muy fragante pomarosa, el cauje, caimito, la granada espléndida y tan medicinal, que por sus cualidades astringentes, el mamey muy colorado y hasta habían las frutas silvestres vulgares de Guayaquil que ahora ya no lo son tanto, la ciruela de Castilla, la chirimoya y la guaba. Ya podrá imaginar el lector los atracones de frutas que se habrán pegado, chicuelos durante los paseos matinales por el Jardín de los Bonín y como habrán regresado a las casas, sucios y cansados, pero ahitos de aventuras, de polvo y tierra. Y pasaron los años y sobre el terreno donde antes hubo tan magnífico jardín 88
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se comenzaron a levantar unas cuantas covachitas para las viviendas de gente pobre. Sólo el recuerdo del sitio seguía en la mente de nuestros mayores. Los Bonín Córdova, empobrecidos con el Incendio, habían cambiado de domicilio y vivían por el centro; hoy sobre tan dilatado solar se levantan casas de cemento que nada dicen al recuerdo, a no ser que se consulten apolillados libros del siglo pasado. Esta Historia solo es la memoria de lo que fue o pudo ser, nada más.
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EL CONDE MENDOZ A
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ra Felipe Mendoza Coello uno de los más rumbosos caballeros del gran cacao guayaquileño de los años 20. Alto, gordo, trigueño, de mediana edad e imponente en toda su figura, que paseaba por las mejores playas y balnearios de Europa gastando dinero y asombrando con su generosidad. Una noche, en el Hotel Negresco de Niza, hubo un fastuoso baile de disfraces en celebración del Carnaval y de premio dieron al ganador el título de Conde por un día con gastos pagados y todo lo demás. ¿Quién creen Uds. que se sacó 90
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el premio? Don Felipe, por supuesto, que se disfrazó de Luis XVI y hasta se echó unas cuantas joyas encima para hacer más magnificente su atuendo y ganó por aclamación. Al día siguiente disfrutó muchísimo del título y como era propinador, los empleados del Hotel, por servrlísmo y adulo que por otras razones, le siguieron llamando “Señor Conde” y se quedó con ese apodo, que le venía de perillas para alargar su vanidacita, que no era poca.
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De regreso a sus haciendas en Vinces, sobre todo en “Cañafístula” que era un imperio por la grandeza de su extensión, don Felipe siguió siendo el “señor Conde” o “el patrón”, cuando venía a Guayaquil muchas gentes se lo decían, hasta que el apodo se hizo carne de su carne y parte de su personalidad y después nadie se lo quitó. Aún hoy, hay personas que aseguran que efectivamente era Conde. La magia se ha hecho realidad!. Don Felipe tenía unas costumbres principescas. Usaba una Limousine café grande, impoluta y brillosa, que lo seguía despacito cuando él paseaba a pie por el boulevard, a eso de las 5 de la tarde para que todo el mundo lo viera. La Limousine era manejada por un chofer negro, medio guardaespaldas porque el Conde tenía algunos pleitos con algunos vecinos y uniformado de verde, con botas de cuero negro y hasta gorra de capitán. Todo un espectáculo. Don Felipe se había traído de Francia 92
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a Madama Rachelita Jantet Guillemont, hermosísima francesa, rubia y olorosa a esencias de Balmain, y lo acompañaba a todas partes. Unos decían que eran casados, pero a nadie constaba nada. Después se supo que sí lo eran. “El Conde y la Condesa” en sus grandes haciendas, daban hermosas fiestas y la maldad de algunos envidiosos sacó la conseja que después de esas veladas, la Condesa arrojaba a alguno que otro invitado a la lagartera que se había hecho construir por allí cerca, donde los numerosos lagartos daban buena cuenta de ese amante. Todo esto, por supuesto, eran puras mentiras, pero habían tontos que se lo creían y aún se repite a pesar de los años transcurridos. Semanalmente le llegaba al Conde, de su hermosa hacienda en Vinces, un lanchón cargadito de sacos de cacao, que él vendía en Aspiazu State Limited o en L. Guzman e hijos, o en cualquier 93
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otra casa de productos agrícolas y así, su cuenta corriente nunca decaía en los bancos y había dinero para todo, hasta para pagar el mejor palco en el antiguo teatro Olmedo cuando llegaban las compañías de operetas y zarzuelas, se quitaban las bancas de la platea y quedaba convertida en pista de baile durante el Domingo de Carnaval. Entonces el Conde y la Condesa concurrían con Germán Lince Sotoma (su grande, afectuoso y amigo, tan simpático como ocurrido), y con su hermana Alicia Mendoza, que estaba soltera. En uno de esos bailes Germán le presentó a Alicia a su primo Carlitos de Sucre y Sotomayor, surgió el romance y hubo matrimonio.La pareja se fue a vivir en París donde Carlitos fue designado Cónsul General del Ecuador y allí estuvieron muchos años, sin tener hijos, hasta que el cónsul murió y Alicia regresó al país. Germán era reputado el mejor bailarín de tangos en la ciudad y con permiso 94
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del Conde sacaba a la Condesa y daba verdaderas demostraciones en el arte de Tepsícore, ganándose los aplausos de la concurrencia, que no sabía qué admirar más, si la belleza de la Condesa o su agilidad de experimentada bailarina. Pero como toda felicidad toca a su fin, el Conde se vio envuelto en el asesinato de Enrique Mendoza Lassavaujeaux, que era su sobrino, con quién mantenía inquinas de las fronteras familiares y hasta fue a dar a la cárcel, de donde salió muy maltratado y murió en breve. Ya comenzaban a declinar sus haciendas, que quedaron al poder de doña Rachelita, que por bella nunca fue enhacendada y concedió su poder General a Rodrigo Icaza Cornejo, que tampoco lo era, y fue quien contrató de administrador a Anacleto Macías. Ahora nada queda de todo eso porque el IERAC se comió lo que dejaron los años y sólo nos queda la gloria y el recuerdo del Señor Conde don Felipe, que todo tiempo pasado fue mejor. 95
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PORDIOSEROS DE ANTANO
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uién no recuerda a la Pancha Loca, a Juanita Canuto, a la simpar María sin Tripas, al Chileno, a Jesús y la Virgen María, al peligroso Hay Botellas. En fin, a todos aquellos pordioseros medio cuerdos y medio orates que caminaban sin cesar por el Guayaquil de los años 40 al 50, que comenzando en el cerro terminaba en el barrio del Centenario y del otro lado sólo iba de la ría al Salado. Entonces éramos como una pequeña ciudad, hermosa y aristocrática por sus casitas de madera, nuevas, iguales, 96
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y acogedoras que brindaban amplios espacios a las hamacas, sus tragaluces al sol y las chazas de las ventanas al fresco de la tarde. Todos sus pordioseros era conocidos, algunos temidos, otros burlados y la mayor parte chanceados. Recordaremos unos cuantos solamente. LA PANCHA LOCA Gorda, fea, mongólica y mugrienta, caminaba sin zapatos por esas calles de Dios riendo a carcajadas. Los muchachos le pedían que bese, cosa que mucho le agradaba y no se la hacía repetir y cualquier serio caballero recibía el beso y un abrazo de yapa. Muchos protestaban y hasta algunos se horrorizaban con estas demostraciones de cariño desdentado pero ¿qué hacerle a tan horripilante gorda, toda sonrisa y música?. En otros momentos podía cantar y lo hacía con la más destemplada voz del mundo, pero ella no lo consideraba así y como era bien mandada entraba a las tiendas y 97
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almacenes a dedicar serenatas y recibía dos reales para que se vaya a cantar a otra parte. MARÍA SIN TRIPASEra una flaca pero como estaba permanentemente embarazada parecía rechonchona. Había sido bautizada con apodo que se hizo muy popular y que ella aceptaba sin gustarle, con serena dignidad. Su especialidad era tocar la marimba esmeraldeña, pero no era de raza negra sino mestiza. Donde María sin Tripas se sentaba a tocar, había fiesta, se arremolinaban los transeúntes y el jolgorio se prolongaba hasta media hora.
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JUANITA CANUTO Negra esmeraldeña, fea aunque no sucia. Su especialidad consistía en morir de risa, con carcajadas que a veces la hacían llorar. Decían que se quedó así, loquita perdida, a la muerte de su hijito, ocurrida durante una de las últimas epidemias de bubónica que azotaba la ciudad. Otros aseguraban que aparte de la muerte del hijito había sufrido el abandono de su marido, el negro Canuto, de los conchistas de la revolución, que se metió con una serrana placera y no se supo más de él. Lo cierto es que esta Juanita a veces daba piedras y entonces todos corrían y la dejaban sola con su risa-llanto, con su llanto-risa, trágicamente sola, como quedó cuando el negro Canuto se fue. EL CHILENO Era un grandulón, colorado y hasta buen mozo cuando había sido de joven. Un día se quedó en Guayaquil sin pasaporte porque su barco zarpó. Parece 99
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que estuvo más tiempo del debido en un cabaret del puerto y se enredó con alguna mujerzuela. Lo cierto es que el Chileno andaba sin zapatos, mendigaba, comía cuando podía, cargaba muebles, limpiaba patios y nunca hablaba. Era silencioso como él solo. Dormía por allí, en cualquier escalera, donde lo tumbaba la juma y hasta se hacía sus necesidades detrás de las puertas como era costumbre antaño. Felizmente esta costumbre se ha perdido con el tiempo. ¿Qué se hizo el chileno? Parece que un buen día le dio un infarto y se quedó muerto-dormido en el mismo banco de cemento donde pasaba la mayor parte de su tiempo, ubicado en la esquina de Nueve de Octubre y Boyacá, frente al salón el Roxi, donde el gringo Mayer a veces lo ocupaba en algo, más para ayudarlo que por otra cosa. JESÚS Y LA VIRGEN MARIA A este par no llegué a conocer ni tratar, 100
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pero me contaban que era una Madre y su hijo medio loco, que andaban juntos por las calles, tomados del hombro, silenciosos, vestidos a la antigua, ella con manta y él con un terno muy usado. Que se acercaban y pedían caridad con los ojos y las manos, sin proferir palabras. Eran de las buenas familias y hasta habían sido ricos en otros tiempos pero el gobierno de Caamaño les había confiscado una goleta que temían en la ría, por retaliaciones políticas contra un hermano de “La Virgen” que dizque era guerrillero chapulo. Murieron por los años 30, ella muy anciana y el hijo encorvado por el peso de su desgracia mental. Dicen que cuando ella murió, él se encerró y también murió de inanición. Todos les tenían pena. ¿HAY BOTELLAS? Este loquito era flaco y no muy viejo pero bastante sucio. Su gracia consistía en acercarse a los grupos y personas, saludar y preguntar siempre lo mismo ¿Hay Botellas? Muchos le daban botellas 101
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vacías y él las tomaba con educación, poniéndolas en el saquillo que siempre cargaba a las espaldas; en otras ocasiones le decían que no habían y él se alejaba. Las botellas las vendía a cuatro reales y se bebía la plata en la primera cantina que encontraba abierta. Por eso, algunos que lo conocían, no le querían regalar botellas, era hacerle un mal. ¿Hay Botellas? era muy tranquilo y educado, pero cuando se ajumaba era de oírlo, era de verlo y sobre todo, era de sentirlo, porque lanzaba trompadas sin aviso y sin motivo y a muchos ñoqueó, tirándolos al suelo de un soberano sopapo. Por eso era mucho mejor no acercársele sin tomar las debidas precauciones.
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LAS PLAYAS DE NUESTROS ABUELOS
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orja Lavayen en “Flores Tardías y Joyas ajenas”, describió un partido de football en “Playas de Santa Elena”, -posiblemente Salinas- en 1906, que se presenció de la siguiente forma: Football. Casi a la orilla del mar, allí cerca, en la llanura de ya agostada verdura al aura canicular en la tarde, cuando el sol, vívido y rojo, desciende, Pinta celajes y enciende las nubes, en arrebol; 103
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del esbelto pabellón del Cable, salen desnudos, doce garzones forzudos, imberbes, nietos de Albión, van desnudos! grueso tul les envuelve las caderas, apretadas y ligeras, en rojo vivo o azul. resuena la voz marcial; muévese uno y se adelanta y a golpe de pié levanta la bola; y es la señal. A ella se lanza. ¡Oh cual!! es, en cogerla, el primero? (Allí se forma un rimero de hombres, en luchas feral). Creo que es la más vieja descripción de un partido de football, jugado en nuestra república, entonces cosa de ingleses, tan rara y peregrina, que merecía ser perennizada en poesía. Por otra parte aún no se jugaba en las ciudades donde no había canchas, 104
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quedando únicamente para las playas de arena o las llanuras cercanas. Los viajes a las playas, eran por las balandras ya que solo existía una trocha o camino peatonal y de acémilas para ir a la costa, que en invierno se tornaba lodazal intransitable, que por los años 20 fue ampliado para dar paso a los vehículos motorizados que empezaban a llegar y los viajeros echaban hasta ocho horas a Playas. Un ayudante iba montado en la parte delantera del vehículo abriendo con un palo largo las trancas o puertas que los dueños de las haciendas mantenían cerradas para que no se les perdiera el ganado. Así las cosas, hubo carreteros como el de Vinces, llamado el de las cien trancas y ya imaginará el lector porqué. Por eso muchas personas preferían seguir viajando por la vía marítima y los sábados era de ver como a eso de las doce, que cerraban los bancos y el comercio, corrían al muelle y tomaban las balandras que salieran primero. El 105
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viaje que se hacía por Punta de Piedra y de allí a los bajos del Morro, también llamados “Las Correderas”. Enseguida se torcía a la izquierda, si es que se iba a Posorja, a la derecha se seguía a Puna. Aún no se acostumbraba viajar a Salinas o a Playas del Morro. Casi siempre arribaban a las cinco de la tarde. La población se volcaba paea recibir las balandras repletas de varios comestibles y pasajeros y por la noche había fiesta, apagándose los kinkés bien tarde, como a las once, cuando las voces de las pianolas y vitrolas no se escuchaban en las casas vecinas. El Domingo era baño general de toda la familia a las nueve y el almuerzo a las doce cuando muy tarde y a base de pescados y mariscos. Ya la una había que regresar a Guayaquil para que no cogiera la noche en el río y volvían a quedar solas las familias, gozando del sol, la sal y el yodo, los mejores eran los remedios naturales para conservar una buena salud. 106
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Después llegó la moda del ferrocarril a la costa que salía desde 1.922 de su estación, ubicada detrás del puente cinco de Junio, justamente donde hoy se levanta la Ciudadela Ferroviaria y arribaba en Salinas, después de tener que atravesar varias estaciones, de las que recuerdo a Billingota, que aún se observa casi dormida, y no muy distante al carretero. El viaje era muy bellísimo y por parajes agrestes tan desolados, se bordeaban los esteros de Chongón y Daular, sugestivos para que nuestros poetas modernistas nos cantaran sus encantos. Aún deben quedar muchos guayaquileños, que recordarán este trencito y que al leer estas cuartillas lo añoren.
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La llegada a Salinas era otro de los acontecimiento, los viajeros podían hospedarse en el Tívoli, o el Majestic, ambos con cuartos de baño en cada piezas, a la usanza americana. Por esos días en Salinas todos se conocían y hasta eran amigos. Las villas de Luis Orrantia y de Alfonso Roggiero eran las mejores en Ensenada de Chipipe. En la punta descollaba la gran casa de madera de Eleodora Peña, gorda dama que tenía pozos de sal, una panadería, tienda de comercio y siempre se hacía acompañar de seis grandes perrazos que dormitaban a sus pies. Para la playa de Salinas, estaba la fábrica de hielo “La Polar” del español Primo Díaz Quiroz. Hacia la entrada se levantábase airoso el gran edificio de la Capitanía del Puerto y con su muelle para embarcaciones. Después se comenzaba el barrio de San Lorenzo con la loma y chalet de José Rodríguez Bonín, quien tenía la costumbre de reventar cohetes cada vez que se acercaba en carro a 108
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Salinas y se hizo popularísimo con tan escandaloso procedimiento; mas, una mañana por enganchársele un cohete en la mano, le explotó, y haciéndole perder el dedo y un valioso anillo de brillante que jamás fue encontrado en el suelo. Los actuales cholos de Santa Rosa vivieron hasta 1940 en la Ensenada de Chipipe, y sin ser molestados, pero ese año el gobierno destinó 400.000 sucres para expropiarles sus hogares y tener que sacarlos de allí con el único objetivo de entregar dichos terrenos a los gringos para una Base Militar. Después de la “gloriosa”, hubo un lío ya que alguien denunció que de esos fondos solo se había invertido la mitad y que el resto estaba “celosamente depositado” en una cuenta del gobierno porque el que estaba encargado de las expropiaciones, a motus propio, había pensado que la suma asignada era muy elevada y resolvió ahorrar la mitad. ¡Pobres cholos!. 109
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LA SENORA PIRFO
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or los años 40 vivía en Guayaquil una aristócrata, dama que tenía fama por las sátiras y burlas con las que adornaba al prójimo, aunque a veces ella, también salta escaldada debido a que se le atravesaban las ideas y palabras y entonces formaba inesperados incidentes y circunstancias absurdas y ridículas. SU APODO No voy a dar su apellido pero diré que entre sus amistades la conocían con el sobrenombre de “La Señora Pirfo”, era porque cuando el famoso boxeador 110
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Firpo llegó a Guayaquil, doña Ignacita —que así se llamaba ella, se equivocó y le dijo señor “Pirfo”.
GUERRA PELIGROSA Para el 28 de Mayo de 1944, los periódicos de la ciudad anunciaron con grandes titulares “Gran Baleo entre Chile y Cuenca, se tomaron el cuartel de los Carabineros” que allí es donde 111
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estaba ubicado y la señora fue al lado a visitar a sus amigas las Srtas. Andrade Moscoso inmediatamente, cuencanas como es de suponer y les gritó: “Las felicito chicas, deben estar orgullosas” y como las pobrecitas no sabían de qué se hablaba, le preguntaron ¿Por qué Ignacita?, por ser cuencanas ¡qué país tan valiente, haberle declarado la guerra a una nación tan armada como es Chile y enseguida se retiró, dejándolas aleladas. La señora creía que de Cuenca disparaban al aire y las balas llegaban a Chile y de allá contestaban de igual forma, por aquello del gran baleo entre Chile y Cuenca. CONFUSION GRAMATICAL En otra ocasión le obsequiaron una caja que tenía escrito “caramelos ácidos de limón” y entonces se volteó al oferente y le dijo: ¡Qué brutos los gringos! Haber escrito caramelos hacidos de limón, en vez de hechos, que es como se dice... ¡Vaya con la confusión!.
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INVASION PERUANA Durante la invasión peruana doña Ignacita estaba muy disgustada con el Director del Instituto Nacional de Higiene Dr. Leopoldo Izquieta Pérez y alguien le preguntó el motivo. Ella contestó “El tiene la culpa de que hayamos perdido esta guerra”. Uds. saben que las guerras modernas se ganan con tanques y él ha ordenado que los destruyan por ser viejos, dejándonos desarmados”. La verdad que el Dr. Izquieta había ordenado la destrucción de los tanques por viejos, pero no de los tanques de guerra como ella suponía equivocadamente, sino los de la basura. CONFERENCIA IMPORTANTE En 1945 los periódicos anunciaron ¡Hoy a las 10 se inaugura la Conferencia de las Naciones Unidas en San Francisco! refiriéndose a San Francisco de California, en los Estados Unidos, pero la señora no se fijó en el detalle y enseguida se bañó y vistió con lujo 113
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y salió al Boulevard, caminando de prisa. En la esquina de 9 de Octubre y Chimborazo se encontró con un caballero amigo, que le preguntó: ¿A dónde se dirige con tanto apuro? y ella contestó “A la conferencia de San Francisco”, ¿no ve que soy muy amiga del Padre Fajardo? y siguió hasta la Iglesia, donde aclararon su confusión. ¡Cómo se habrán reído los Curas!. INCENDIO DECLARADO En otra ocasión estaba asomada a la ventana y estaba junto a su esposo, muy preocupados por un incendio declarado que los bomberos estaban sofocando en la esquina. Ya habían amarrado los colchones y los tenían en fila, cerca de la escalera para bajarlos sin pérdida de tiempo y las llamas amenazaban contaminar la casa que era vieja de madera y por lo tanto muy combustible, así es que la situación no era para bromas. Media hora después el Primer Jefe del Cuerpo de Bomberos Aurelio Carrera Calvo tocó fajina, es decir, el toque de retirada y triunfo, de 114
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estilo cuando se terminaba el fuego y la gente aplaudía muy contenta y se dispersaba en todas direcciones. Entonces la señora se volteó a donde estaba su marido y le dijo: “ ¡Me ha vuelto el alma al cuerpo” —¿Y por qué, Ignacita?— “¿Cómo que por qué? ¿Qué no has visto que el Coronel Carrera me ha tocado la vajina?” El marido se quedó sin habla. LAVARSE LA CLAVICULA En esos tiempos a los antibióticos, se curaban las enfermedades venéreas con lavados de permanganato a la uretra y esto lo sabía ella; uno de sus parientes sufrió una caída y hasta se rompió la clavícula. Días después fue de visita y empezó a contar, todo adolorido, que en la clínica Guayaquil le habían practicado varias curaciones con permanganato en la clavícula — imaginamos que para desinfectarle la herida— pero la buena señora creyó que se trataba del otro órgano y muy airada exclamó: ¡Basta caballero , ¿qué es eso de hablar de cosas prohibidas 115
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delante de señoritas?! y ordenó a sus sorprendidas hijas que abandonaran inmediatamente el salón, pues no debían oír ese tipo de obscenidades... Algunas de estas anécdotas debieron habérselas inventado, como aquella que dicen que sucedió cuando le fueron a pedir la mano de una de sus hijas y salió muy elegante a la sala a recibir tal petición; mas, en medio de la ceremonia se oyó que alguien jalaba la válvula del water mas cercano a la sala y como era de válvula de tanque alto hacía mucho ruido; entonces, la impar doña Ignacita, para disipar la mala impresión de detalle tan indiscreto dijo alzando la voz: “Se fue, se fue para no volver” - ¿Qué se fue Ignacita? -La porquería! ¿Qué no acaban de oír que alguien ha jalado la válvula?
Y fue tal la hilaridad que causó con si improntus, que hasta los mas viejos y serios invitados a la ceremonia se destornillaron tanto de la risa, que 116
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muchos terminaron caídos por los suelos. Así era ella de cándida pues tenía salidas para toda ocasión. LA VACA MAS GORDA En otra ocasión estaba invitada a una hacienda y luego del recorrido de costumbre, en que se enseñaba el potrero y el ganado a las visitas, uno de los montubios se le acercó y dijo: “Escoja de qué vaca quiere sacarle un vaso de leche para que la pruebe”. La señora se fijó en todas y eligió a la mas grande y gorda y contestó. “Déme de esa que es la mejor” el montubio asustado, contestó: “De esa no puedo, señora, no ve que tiene cachos y es el toro”. BANANAS SPLEET Habíase puesto de moda una pieza musical llegada de los Estados Unidos que se llamaba “Banana Spleet” y que se bailaba con ritmo de “one step”, así es que los muchachos amigos de una de sus hijas, fueron de visita y le pidieron que tocara el piano. La chica 117
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se oponía diciendo que no tocaba bien y como le insistieran, metió su cuchareta la señora y le dijo “no te hagas de rogar y tócales las bananas a los caballeros”. MAL DE ORINA El esposo se quejaba un día de los dolores que le provocaba la retención de orina y tanto molestó que la señora terminó por decirle: “Aguanta con paciencia, como aguantaba nuestro santo Padre Job” y él no se quedó atrás y replicó “Pero siquiera meaba”. Porque ha de saberse que entre las siete calamidades que según la Biblia le cayeron a Job, ninguna fue el mal de orina. Bastarían estas anécdotas, unas ciertas y otras quizá inventadas, para dar una idea de lo graciosa que ha de haber sido la señora Pirfo; como que su memoria ha llegado hasta nosotros y por eso nos reservamos para otra ocasión contar más sobre ella.
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RODOLFO PEREZ PIMENTEL Guayaquil, 1.939, Historiador y Biรณgrafo del Ecuador.
Obras: Diccionario bibliogrรกfico del Ecuador. Archivador bibliogrรกfico Ecuador. El libro de misterio.