TERAPIA NARRATIVA: MODELOS DE INTERVENCIÓN EN ABUSO SEXUAL 1
Juan Bustamante Donoso2, Francisco Jorquera Santis3 y Melody Smith Aguirre4
RESUMEN El presente artículo tiene como objetivo la revisión de las intervenciones en el abordaje del abuso sexual que se delinean de la terapia narrativa desarrollada por David Epston y Michael White (White & Epston, 1993; White, 1994; White, 1997; White, 2002; White, M. 2007). Con el objetivo de contextualizar este abordaje terapéutico, se expone el contexto de desarrollo de la terapia narrativa y sus antecedentes teórico-conceptuales. A continuación se exploran los desarrollos en materia de intervención en el abordaje del abuso sexual. Respecto al trabajo con víctimas de abuso, se señala la intervención denominada “Mapa de establecimiento de posición” (Sue Mann & Rusell, 2003); además de la noción de “reparación y perdón”, referida por Jenkins, Hall y Joy; intervenciones que promueven el surgimiento de relatos alternativos que respetuosos de la víctima y de su identidad, como también la comprensión de las políticas sociales que avalan el abuso y dictan una manera única de afrontarlo.
Palabras clave: abuso sexual, intervención en abuso sexual, reparación
INTRODUCCIÓN 1
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El desarrollo de lo que se ha conocido como enfoque narrativo (White, 1997), terapia narrativa (White & Epston, 1993) y posteriormente prácticas narrativas (White, M. 2007) ha sido principalmente el desarrollo de terapeutas en el campo de la terapia familiar y la terapia de pareja (Freedman & Combs, 1996; Polkinghorne, 2004). Su desarrollo emana de las prácticas, de la implementación de técnicas e ideas tal como lo han expresado sus principales contribuyentes: “la mayoría de los “descubrimientos” que han jugado un papel importante en el desarrollo de nuestras prácticas han ocurrido después de los hechos (en respuesta a los logros extraordinarios en nuestro trabajo con familias) donde las consideraciones teóricas nos han asistido para explorar y extender los límites de estas prácticas” (White & Epston, 1993). Tal como lo plantean los autores, los desarrollos de las prácticas narrativas han sido informados por diversas ideas y enfoques teóricos, con el objetivo de dar sentido a las prácticas y también de expandirlas a otros contextos. Donald Polkinghorne (2004) plantea, desde un enfoque histórico del desarrollo de las prácticas narrativas, que el desarrollo de este nuevo enfoque narrativo hacia la terapia de hecho precedió el atractivo que significó la incorporación de las ideas de algunos autores posmodernos como soporte teórico y explicación de esta nueva forma de práctica terapéutica. 1
Monografía conducente a Postítulo en Intervención en Violencia Familiar y Abuso Sexual infantil: un abordaje multidisciplinario e integral, Escuela de Psicología, Universidad de Valparaíso. 2 Psicólogo, estudiante Magíster Psicología Clínica mención Psicoterapia Constructivista y Construccionista, Universidad de Valparaíso, Postítulo Intervención en Violencia Intrafamiliar y Abuso Sexual Infantil. Académico Universidad de Valparaíso. 3 Psicólogo, Postítulo Intervención en Violencia Intrafamiliar y Abuso Sexual Infantil. Coordinador Programa Comunal de Seguridad Pública. I. Municipalidad de Olmué. 4 Psicólogo, Postítulo Intervención en Violencia Intrafamiliar y Abuso Sexual Infantil. Psicóloga DAM Pilleltu, Valparaíso.
La terapia narrativa, a partir de los desarrollos en Oceanía, ha dado a luz un amplio cuerpo de literatura relativa a intervenciones (White & Epston, 1993; Epston, 1994; White, 1994; White, 1997; White, 2007; Dulwich Centre Publications, 2003), intervenciones que han resonado con este enfoque desde distintas partes del mundo y aplicadas a diferentes ámbitos de la práctica terapéutica tanto familiar como individual (Freedman & Combs, 1996; Anderson, 1999; Polkinghorne, 2004), el trabajo comunitario (Denborough, 2008) y las intervenciones en los ámbitos de la violencia(Mann et al,2003) y abuso sexual. En la presente monografía se abordan las intervenciones desarrolladas por Sue Mann y Shonna Russell y Alan Jenkins, Rob Hall y Maxine Joy (Sue Mann et al., 2003), con el objeto de constituir un mapa orientador de los abordajes que este enfoque aporta al desarrollo de la asistencia a personas que han vivido experiencias de abuso sexual, como también aquellas que buscan abordar el problema del abuso sexual desde los que la han ejercido hacia otros. Para realizar esta revisión consideramos importante, como un primer paso, contextualizar histórica y teóricamente el enfoque narrativo.
CONTEXTO DE DESARROLLO DE LA TERAPIA NARRATIVA Y CONSIDERACIONES TEÓRICAS El desarrollo de las prácticas narrativas ocurre en el seno de los desarrollos posteriores de la terapia familiar sistémica, con un fuerte énfasis en el significado. La teoría sobre la terapia familiar había pasado por varias etapas (Polkinghorne, 2004; Gergen & McNamee, 1996; Anderson, 1999) entregando un énfasis inicial a la aproximación estructural en la que los síntomas de los miembros de la familia eran entendidos como esfuerzos para mantener el equilibrio homeostático de la familia, una aproximación en la que los problemas o bien son entendidos como bucles recurrentes de comportamiento disruptivo en los que las familias podían quedar atrapadas (Polkinghorne, 2004), o bien como interacciones jerárquicas inapropiadamente balanceadas (Minuchin, 1997). Posteriormente en una segunda fase, el entendimiento se orientó hacia la funcionalidad familiar entendida como la capacidad de poder cambiar y evolucionar, basando la comprensión de los sistemas familiares en la metáfora biológica y ecológica (en oposición a la metáfora mecánico-cibernética que daba sentido a la aproximación estructural). En este punto se pone en relevancia el interés de considerar al terapeuta como parte importante del sistema, considerando el cambio como un proceso co-creativo (o co-construido). En ambas fases el enfoque estuvo puesto en el comportamiento o las acciones del sistema familiar, sin embargo, las aportaciones de Paul Watzlawick y su idea del reencuadre (Watzlawick, 1982) pusieron en relevancia que el significado que se le atribuye a los comportamientos de los otros es la base del comportamiento propio. Este desarrollo histórico ha sido señalado (Eron & Lund, 1996) como una apertura para la consideración del significado en las prácticas narrativas que serían posteriormente desarrolladas en la década de los 80s. Para comprender lo que caracteriza a la terapia narrativa en su desarrollo histórico es útil considerar las ideas de Polkinghorne (2004) y Freedman & Combs (1996), quienes plantean que el desarrollo de la terapia narrativa, su distanciamiento de los enfoques más tradicionales de terapia familiar sistémica y su aproximación interesada en el significado, puede ser entendido a la luz de la comprensión de los desarrollos contemporáneos que estaban dando lugar, y de los cuales formó parte, a finales de la década de los 80 en el campo de la terapia familiar como son: (a) el énfasis en las fortalezas de los consultantes, (b)la visión del consultante y terapeuta como socios, (c) la adaptación a una aproximación construccionista del significado y (d) el énfasis en la narrativa o la forma de relato del significado. El énfasis en las fortalezas de los consultantes (a) implicó un cambio en la estrategia de identificación de las debilidades y desadaptaciones como la fuente de su problema, hacia el poner atención a las fortalezas, habilidades y conocimientos de los consultantes como la fuente de resolución de sus
problemas (White, 1994). Los principales antecedentes pueden ser hallados en los desarrollados por de Shazer (1998) y de los trabajos en conjunto e individuales de White y Epston (1991, 1994). El énfasis en la fortaleza y habilidades de los consultantes implica el elicitar conversaciones sobre las competencias que éstos pueden emplear para defenderse de los problemas y sus efectos, así como un mayor interés en abordar y otorgar importancia a lo que los consultantes realizan cuando no ocurre o no les afecta el problema. La visión de los consultantes y los terapeutas como socios o colaboradores (b) surge del cuestionamiento por parte de los terapeutas de la idea de que los clientes son objetos sujetos de ser observados, clasificados y manipulados por un terapeuta-observador objetivo. Con el planteamiento del noruego Tom Andersen (Andersen, 1991) en la práctica de equipos reflexivos, se reforzó esta visión alternativa de la relación consultante-consultado, inicialmente como una respuesta a la impresión de los consultantes de ser objetos a ser analizados. En la práctica de los equipos reflexivos la terapia es conducida por un equipo donde los roles de observador son intercambiados entre aquellos que observan el proceso terapéutico; éstos , a intervalos, tienen la posibilidad de dialogar con el consultante sobre su experiencia de la terapia y el trabajo del terapeuta, sobre lo que puede ser hecho o abordado para lograr los objetivos de la terapia. De esta forma el mensaje que se busca entregar es que el control y la responsabilidad por el cambio están distribuidos entre los miembros participantes del proceso. La adaptación a un enfoque construccionista del significado (c) como desarrollo en el campo de la terapia familiar puede ser entendido como un giro o desplazamiento del foco desde el comportamiento o las tensiones intrapsíquicas de los miembros de la familia hacia la cualidad generadora de significado que le atribuye la narrativa a la naturaleza humana (Bruner, 1991). La visión de que los seres humanos son activos constructores del significado fue reconocida en un primer momento como constructivismo (Mascolo & Pollack, 1997), movimiento que ha dado a luz un amplio espectro de enfoques y aproximaciones particularmente en la terapia familiar. En la actualidad este enfoque se ha diversificado y generado incluso conflictos relativos al origen y lugar del significado en la experiencia. El conflicto relativo al origen y lugar del significado en la experiencia ha sido sujeto de considerable literatura en la terapia familiar e individual (Neimeyer & Mahoney, 1998; Gergen & McNamee, 1996) dando lugar a diferentes posiciones siendo una de ellas la constructivista, (Neimeyer & Mahoney, 1998) que estima que el significado es derivado de múltiples fuentes como las experiencias personales, el ambiente social, la maduración física y los esquemas desplegados en el desarrollo (Piaget, 1973; Guidano, 1987). Una segunda posición plantea que el significado humano es derivado del sistema lingüístico/social del que forma parte una persona, planteamiento teórico que ha venido a ser llamado construccionismo social (Gergen, 1996; Gergen & McNamee, 1996; Danziger, 1997). Desde este enfoque se plantea que el lenguaje sirve como modelo para la generación de significado. Los actos, expresiones, palabras y demás manifestaciones complejas de la experiencia humana sólo cobran sentido en la participación en un sistema social que posee un lenguaje determinado y en donde se ponen en juego diferentes discursos que organizan y relacionan el significado en distintas maneras. Este giro ontológico en la consideración del significado, su lugar y despliegue constituye el contexto en el que se desarrolla el énfasis en la forma narrativa o “historiada” del significado (d), a la cual los autores narrativos recurren para dar sentido a sus prácticas. Las narrativas personales constituyen el material central con el que los terapeutas narrativos realizan su trabajo. Desde este enfoque se plantea que la forma del lenguaje en la que las personas entienden sus vidas es la narrativa. A partir del trabajo de Jerome Bruner en psicología narrativa, Michael White plantea la adscripción a la metáfora de la narración (White & Epston, 1993, cap. 1). La metáfora narrativa permitiría entender la vida y experimentarla en un desenlace temporal, pues es una forma de
discurso que concatena los eventos a través del tiempo y refleja la dimensión temporal de la existencia humana. Las narrativas personales proveen el contexto en el que los eventos de su vida adquieren significado. Estos relatos se encuentran íntimamente ligados a las identidades y los contextos culturales de quienes los narran y viven, existiendo un juego de poder entre los relatos, por un lado dando significado a las vidas de las personas pero también generando alianzas con ciertos discursos culturales (White, 1997). Los relatos se vuelven problemáticos cuando fallan y no logran otorgar significado o sentido a la vida de una persona, volviéndose constrictivos al aliarse con discursos culturales que limitan o restringen su experiencia. La terapia narrativa ha sido llamada en otros lugares “terapia posmoderna” (Freedman & Combs, 1996), “terapia postestructuralista” (White & Epston, 1993; Galarce, 2003; García, 2006) puesto que además White & Epston informan su enfoque de los planteamientos del filósofo postmoderno Michel Foucault (1978) quien sostiene que las tramas o discursos dominantes son productos de quienes se encuentran en el poder, posición que los pone en ventaja para construir el significado que las personas adjudican a su vida. Desde el enfoque narrativo se considera que los consultantes llegan a terapia pues sus historias “se quebraron” y sus vidas parecen tener poco o ningún sentido. White & Epston explican que estas historias “quebradas” están enraizadas en discursos culturales dominantes, son historias que descalifican, limitan o niegan aspectos significativos de su experiencia y su sentido de identidad (White & Epston, 1993). Esta influencia postmoderna en la terapia narrativa no sólo está caracterizada por la adscripción al concepto de discurso y biopoder de Michel Foucault (White, 1993; Foucault, 1978 y 1996) sino también del concepto de “deconstrucción” del filósofo francés Jacques Derrida como el proceso dialógico desmitificador del origen, implicancias y efectos de un discurso o práctica social (en White, 1991). La influencia de las ideas postmodernas han venido más directamente de lo que se conoce como antropología postmoderna a través del diálogo y trabajo conjunto con David Epston quien había trabajado como antropólogo mucho antes de ejercer como terapeuta familiar (Epston, 1994; White 1994). En este sentido los planteamientos hermenéuticos del antropólogo Clifford Geertz han servido para fundamentar la idea de que las acciones de las personas están basadas en el significado interpretativo que le asignan a las experiencias de la mismidad, los otros y su medio ambiente, más que en un conocimiento directo de estos fenómenos (Geertz, 1973). Los planteamientos de Geertz sobre la hermenéutica descriptiva han servido también para caracterizar y enriquecer la aproximación al trabajo terapéutico con las narraciones: el concepto de descripciones magras ha sido utilizado para hacer alusión a las historias dominantes, saturadas de problemas que oscurecen las relaciones de poder y los actos de resistencia de la persona. Los terapeutas narrativos, informados por las ideas sobre conocimiento local e interpretación del significado cultural de Geertz, buscan desarrollar en el contexto terapéutico descripciones densas, historias alternativas con descripciones ricas y detalladas de la experiencia del consultante, sus habilidades, conocimientos, valores y actos de resistencia (Morgan, 2000).En la literatura sobre terapia narrativa también es posible encontrar la influencia del sociólogo Erving Goffman (1974) particularmente a través de la adopción del término logros extraordinarios como el nombre de las acciones y experiencias que han sido dejadas fuera e invisibilizadas por el relato dominante y que constituyen el material con el cual se lleva a cabo el fortalecimiento de las historias alternativas (White, 2002). Para finalizar y resumir este acercamiento al desarrollo de la terapia narrativa y sus antecedentes teórico-conceptuales, se hace útil utilizar la clasificación que utiliza Galarce (2003) y García (2006) de las característica de la terapia narrativa de White y Epston respecto a sus planteamientos acerca del (a) problema psicológico, (b) la concepción de la terapia, (c) la relación consultante-terapeuta y (d) su visión del cambio terapéutico.
El problema psicológico (a) desde este enfoque es entendido como la constricción y limitación que imponen las historias dominantes, historias “quebradas” cono las que los consultantes entran en el proceso terapéutico. Estos relatos dominantes incluyen todas las conductas y significados que elaboran las personas en torno la situación que les preocupa. Estas historias dominantes están directamente enraizadas en discursos dominantes que promueven el disciplinamiento del cuerpo, los pensamientos y las conductas y que descalifican, limitan o niegan aspectos significativos de su experiencia y su sentido de la identidad (White & Epston, 1993). La terapia es concebida (b) como un espacio en el que las historias dominantes pueden desligarse de las identidades de las personas, debilitando los lazos con los discursos culturales que las sostienen. White (1993 y 2002) y Epston (1994) sostienen que la terapia se alza como un espacio disponible para la elaboración de historias alternativas. Más que la búsqueda de soluciones a los problemas, este enfoque busca nuevas historias donde el problema y las personas se logren entender por separado (Freedman & Combs 1996; Tomm, 1989). Desde esta aproximación la relación consultante-terapeuta (c) es concebida de manera recíproca (White 2002), donde se busca debilitar las posibilidades de generar un vínculo de dominación y control (a) reconociendo la contribución de los saberes y habilidades de las personas al trabajo y a la vida del terapeuta (White, 1997), (b) generando relatos que se alejen de la definición desde el déficit que los colocan como objetos pasivos a merced de las técnicas de cambio de los terapeutas y (c) contribuyendo a enriquecer también los relatos de vida del terapeuta al relacionar estos relatos con las historias y experiencias significativas de su trabajo.(White, 2007). Finalmente, en relación a la concepción del cambio terapéutico (d) podemos encontrar en la literatura sobre terapia narrativa dos ideas principales. La primera, siendo la aseveración de que el propósito de la terapia lo constituye fundamentalmente la generación de una nueva narrativa que logre ser más satisfactoria para el consultante o la familia; aquella que logre incluir más ámbitos y contenidos de las experiencias, con descripciones más enriquecedoras de las identidades, relaciones, contextos y posibilidades futuras y que a su vez otorgue un sentido protagónico de agencia personal a las personas en su relato vital (White, 1997). Una segunda viene siendo la adscripción de White & Epston (1993) a la metáfora del “rito de pasaje”, propuesta por Van Gennep (citado en White, 1997) y enriquecida por los aportes de Victor Turner (citado en White, 1997). El entendimiento de la terapia como un rito de pasaje implica reconocerla como parte de este fenómeno universal que se produce en las culturas humanas para facilitar las transiciones, en la vida social, de un estado a otro. Esta metáfora implica entender el proceso según las tres fases que reconoce Van Gennep; la primera de separación donde se invita a los consultantes a considerar el problema como algo fuera de ellos mediante la “externalización del problema” (White & Epston, 1993; Tomm, 1989; White 2007) liberándolos de esta manera de las historias dominantes, las descripciones y entendimientos internalizadores y culpabilizantes que pueden estar guiando sus vidas. En una segunda etapa liminal se crea el espacio para el surgimiento de nuevas posibilidades en la exploración y generación de conocimientos alternativos, en la medida en que los consultantes empiezan a imaginar una identidad personal alternativa. En esta etapa se inserta lo que Karl Tomm ha llamado internalización de la agencia personal (Tomm, 1989), permitiendo que los consultantes se perciban como actores protagonistas de sus historias. Finalmente en la fase de reincorporación los conocimientos que se han generado o rescatado son autentificados en presencia de otros, de una audiencia (White, 1997). La visibilización a través de la reincorporación de la familia y el sistema comunitario más amplio, autentifica y reconoce las posibilidades de una identidad renovada a la luz de los desarrollos de relatos alternativos.
Los desarrollos de la terapia narrativa, con su origen en la terapia familiar, han devenido en una ampliación de su espectro de abordaje, desarrollándose ideas, aplicaciones e intervenciones que van desde la intervención individual terapéutica, de pareja, familiar, hasta las intervenciones colectivas. Dentro de las intervenciones individuales, hallamos hoy en día un grupo de terapeutas que abordan el problema de los efectos del abuso sexual y su intervención, tanto desde el punto del trabajo con las víctimas, así como con perpetradores. En consideración de las bases teóricas de las cuales se ha informado la terapia narrativa, exponemos a continuación las intervenciones en abuso sexual que se informan de los planteamientos descritos en los párrafos anteriores. Para esta empresa, en un primer momento revisaremos la conceptualización del fenómeno del abuso sexual, desde el enfoque narrativo, para después exponer un tipo de intervención con víctimas de abuso sexual y posteriormente revisar el abordaje con perpetradores. Desde el enfoque narrativo, considerando el concepto de poder propuesto por Michel Foucault, el abuso sexual es visto dentro de un contexto cultural, de poder y de ideología patriarcal (White, 2002). Esta idea, señala la creencia colectiva de que el hombre (o los perpetradores) es un ser privilegiado y superior; el cual puede hacer lo que desea, y tiene el derecho de ocupar y mantener una posición que le permite ejercer cualquier tipo de explotación, opresión, desigualdad, control, utilización y subordinación, contra la mujer (o las víctimas). Esta ideología es la que permite la existencia de cualquier tipo de abuso o agresión contra personas que dentro de la escala social, son vistas como inferiores, ya sea mujeres, ancianos o niños; lo cual es normalizado y permitido por el contexto social. Por lo tanto, tomando en cuenta lo anterior, el enfoque narrativo plantea un desafío sistemático en el abordaje terapéutico que implica la construcción de relatos donde las mujeres (o las víctimas) no son responsables por los actos violentos, ni deben hacerse cargo de las agresiones; y son los hombres (o los perpetradores) quienes se responsabilizan de los actos violentos.
INTERVENCIONES CON VÍCTIMAS DE ABUSO SEXUAL Referente a la intervención con víctimas de abuso desde el enfoque narrativo, se postula el trabajo basado en el “Mapa de establecimiento de posición” (Sue Mann, 2003); este patrón reflexivo de categorías interrogativas (Tomm, 1989; White, 2007) busca desarrollar un relato alternativo que describa rica y densamente la vivencia, y que tenga directa relación con la construcción de identidad de las víctimas. Por lo tanto estos relatos, deben estar fuera del campo de influencia de los efectos de haber vivido y sobrevivido a la experiencia traumática de abuso y sus consecuencias, evitando la retraumatización (Russel, 2003). Esta intervención requiere centrarse en la experiencia y conocimientos propios de las víctimas, más allá de los efectos negativos del abuso (culpa, vergüenza, silencio, etc.); de esta manera se construye un relato comprometido socialmente, dando cabida a una segunda lectura del hecho vivido. El rol del terapeuta es el respeto y la escucha atenta; evitando dar juicios de valor que puedan victimizar a la persona, creando un espacio para que emerjan los relatos de los efectos del abuso y las circunstancias relacionadas con el silencio y la vergüenza (Sue Mann, 2003). La intervención puede ser vista como un proceso que consta de cuatro pasos (Sue Mann, Rusell, 2003): El primero concerniente a la Construcción de una definición externalizada del problema, partiendo de la idea de que el profesional no posee un conocimiento experto de la experiencia de la víctima, comunicando a su vez que es la propia víctima la experta en su vida y en poder reconocer las formas de superar el problema; Este paso implica tomar de las propias palabras de las mujeres el nombre del problema que refleje los efectos del abuso. Lo anterior, impide una etiqueta patologizadora que pueda ser internalizada por las mujeres y que pudiera llevarlas a una imagen totalizadora de su identidad; en este
punto se busca paralelamente la internalización de la agencia personal (Tomm, 1989; Rusell & Sue Mann, 2003). El segundo paso consta del Mapeo de los efectos del problema, consistente en identificar y nombrar los efectos y la influencia del problema en la vida de las mujeres, tomando en cuenta además, el contexto político en donde se gestaron y desarrollaron estos efectos, refiriendo a la responsabilidad del perpetrador y no de la víctima de la situación de abuso y control. Así, se crean rutas de exploración de acontecimientos o situaciones de la vida de la víctima que estén fuera del alcance de los efectos adversos provocados por la situación (es) de abuso. Esto da pie al tercer paso, donde se invita a las víctimas a una evaluación de los efectos del problema en sus vidas, poniendo énfasis en la experiencia, conocimientos y habilidades de éstas, con respecto a cómo hacen frente a estos efectos, contribuyendo nuevamente a la internalización de la agencia personal y a la construcción de una identidad relacionada con las habilidades, conocimientos, opiniones y valores que han llevado a esta persona a ser una sobreviviente de los efectos del abuso. La última etapa consiste en la Justificación de la evaluación, en donde los consultantes toman una posición y opinión particular acerca del problema y cómo han ido construyendo formas de superar sus efectos. Esto abre paso para conversaciones acerca de los valores que sustentan estas acciones de superación; así como de aquellos personajes relevantes del relato de la o el consultante, que han contribuido en estas acciones. La intervención en víctimas de abuso, desde el punto de vista del enfoque narrativo, se centra principalmente en el conocimiento y las habilidades de resistencia de las propias víctimas, como también en la reconstrucción de un relato alternativo que se genere desde los valores y conocimientos de éstas, evitando una rotulación patologizante y retraumatizante. De esta manera, se promueve la idea, de que es la víctima la experta en su propia vida; y entrega agencia en la elección de las soluciones posibles y de los rumbos que estime convenientes para su vida. Lo anterior, genera reflexiones y nuevas comprensiones de la experiencia abusiva; centrándose en la víctima y dejando de lado los discursos sociales. De esta manera, la víctima se convierte en protagonista de la intervención, evitando la re-victimización. ( Sue Mann & Rusell, 2003) En las prácticas narrativas relacionadas con la intervención con víctimas de abuso sexual podemos encontrar los planteamientos de sobre la utilización de la ceremonia de definición y de testigos externos (White, 2007; Rusell 2003; Sue Mann, 2003), práctica que consiste en la participación de personas que han estado presentes y que han sido testigo de los efectos del abuso, que han contribuido en la resistencia a éstos. Ésta tiene como finalidad autentificar, confirmar y validar los relatos en contra del abuso y sus efectos, como también enriquecer los relatos positivos y preferidos para ellas (Rusell S. & Sue Mann; 2003). Se busca, desde esta práctica, generar el sentido de agencia personal, así como también posibilitar la conexión con experiencias, similares, de otras mujeres que han sufrido la experiencia de abuso. Un importante concepto a considerar dentro de la intervención narrativa con víctimas de abuso sexual, son el de reparación y perdón, reflexión planteada por (Jenkins, Hall, Joy; 2003). Éste cuenta con una amplia gama de significados, siendo los más populares dentro de nuestra cultura los relacionados con el abandono, perdón y reconciliación. En este sentido, es importante destacar que las víctimas de abuso se encuentran invadidas por sentimientos de obligación en relación al perdón; lo cual puede estar asociado con un sentido de impotencia y de limitación, respecto a la elección de posibilidades acerca de las opciones para futuro ( Jenkins et al, 2003). Por lo tanto, desde este enfoque se pretende que la propia víctima elija el (los) curso(s) de acción que considere más apropiados. Es decir, se invita a considerar nuevos significados; constituyendo un proceso que es identificado por los terapeutas narrativos, como el viaje de realización, desde donde se propone un cambio desde la obligación de perdonar
para abandonar el sufrimiento, por una forma en donde se abandone el sufrimiento y se logre la responsabilización de los hechos, sin tener necesariamente que ocurrir el perdón. Esto contribuye significativamente en la construcción de un relato alternativo que refleje una nueva descripción de la identidad; basado en las propias preferencias del consultante, su comprensión de la situación de abuso, y las políticas respecto al abuso (Jenkins et al; 2003). Además, es importante revisar y comprender el contexto político en donde aconteció el abuso para así re-evaluar sus significados acerca de la culpa, la vergüenza y responsabilidad acerca del abuso vivido. Es decir, lo más importante dentro del enfoque narrativo y los viajes de realización planteados Jenkins, Hall & Joy, es que la persona que fue víctima de abuso sexual logre identificar los deseos de perdón que nacen por opción propia, por sus propios valores de los impuestos por el perpetrador, la familia, o la sociedad.
INTERVENCIÓN CON PERPETRADORES DE ABUSO SEXUAL Desde el enfoque narrativo, hallamos la intervención propuesta por Alan Jenkins, Rob Hall y Maxine Joy (2003), de intervención con perpetradores de abuso sexual. Ésta tiene relación con el entendimiento, por parte de éstos, de la experiencia y efectos del abuso en la víctima. Esta perspectiva está informada por una comprensión del contexto político en que sucede el abuso y de un aprecio de la necesidad de ser completamente responsable ante las experiencias negativas, y sus respectivos efectos, de la víctima. Por lo tanto, el trabajo con el perpetrador implica la aceptación de su responsabilidad y la restitución de sus acciones, todo centrado no desde las perspectivas de él mismo, y sus necesidades, como en el caso del trabajo con la víctima, sino que desde “el otro”, en este caso, desde la víctima. Este proceso terapéutico se divide en tres partes (en Jenkins, Hall & Joy, 2003). El primero tiene relación con el Reconocimiento de los efectos del abuso en donde se invita a los perpetradores a realizar un compromiso para hacer frente a la responsabilidad por intentar comprender y respetar los sentimientos de la víctima producto del abuso. En este momento se insta a que el perpetrador acepte su total responsabilidad por los efectos del abuso, esto a través de conversaciones donde se analicen algunas creencias culturales que puede compartir el perpetrador y que pueda estar utilizando de justificación, como por ejemplo afirmar que las mujeres constantemente seducen a los hombres al utilizar ropa escotada o que los hombres responden a impulsos innatos a los cuales no pueden negarse (Jenkins, Hall & Joy, 2003) Se invita también a enfrentar los sentimientos de vergüenza y remordimiento por los efectos del abuso sobre las víctimas y se inician conversaciones en donde se discute de la posibilidad de no poder volver a tener contacto con la víctima. En la segunda etapa de la Restitución se continúa enfatizando sobre los sentimientos de la víctima y en el reconocimiento de la total responsabilidad del hecho abusivo y sus efectos adversos en la vida de la víctima, entendiendo el impacto de abuso en ésta. En este punto se fomentan las conversaciones acerca del poder que él ejercía en la situación de abuso, por lo tanto de la política de la situación abusiva, explorando además las intenciones que tenía él con este tipo de acciones. Se abren en este punto caminos de conversación acerca del carácter imperdonable de la conducta abusiva, así como que las condiciones del perdón son fijadas por la víctima y no por el perpetrador, por lo tanto se crea una restitución incondicional. Esto tiene relación directa con lo que ocurre a menudo cuando los hechos de abuso sexual se hacen públicos, pues aquellos que lo perpetraron tienen con frecuencia reacciones que incluyen una preocupación por el perdón, por la posible pérdida de sus relaciones, con el objeto de conservar su imagen social o pública, desde un punto de vista egocéntrico, por lo que estos sentimientos pueden confundirse con el de remordimiento. Por lo tanto los terapeutas pueden hacer preguntas acerca de las motivaciones a la restitución y la resolución, englobando un trabajo que vaya más allá del compromiso por parte del perpetrador, sino que hacia una Restitución, conversando
acerca de valores que mantengan el compromiso enfocado en el descubrimiento de los efectos negativos del abuso en la vida de la víctima y de su total responsabilidad de ello. Finalmente en la última etapa identificada como de Resolución. En ésta se plantea la necesidad de que para que exista una reconexión y/o posible reconciliación con la víctima, debe existir una restitución real. Para ello, es imprescindible que también debe cesar la situación abusiva, puesto que el abuso permanente puede destruir la confianza y el deseo de reconciliación por parte de la víctima. Desde el enfoque interventivo de Alan Jenkins (Jenkins, Hall & Joy, 2003) se persigue el cambio desde la perspectiva egocéntrica del perpetrador, que se condice con los discursos culturales acerca de las condiciones en que se da el abuso, la responsabilidad por ello y su resolución, hacia una perspectiva centrada en la víctima y en los efectos adversos para ella provocados por el abuso. Este proceso se relaciona con el compromiso y la comprensión de la necesariedad de este cambio, deconstruyendo (White, 1991) las justificaciones del perpetrador ante las conductas abusivas y comprendiendo los efectos negativos de estas conductas hacia la víctima, para lograr una posible reconciliación con la víctima. No obstante, ante esto último, se considera siempre en primera instancia la voluntad de la víctima ante el perdón, las condiciones de éste, y la posible reconciliación.
CONCLUSIONES A lo largo de la presente monografía se plantea que la terapia narrativa es un desarrollo situado históricamente en los últimos desarrollos de la terapia familiar. El enfoque narrativo se caracteriza por un énfasis en las fortalezas de los consultantes, la visión del consultante y terapeuta como socios involucrados en un proceso de enriquecimiento de relatos y experiencias mutuo, la adaptación a una aproximación construccionista del significado que da relevancia al contexto sociolingüístico y el énfasis en la narrativa o forma de relato del significado. Las aproximaciones desde la terapia narrativa están informadas por el pensamiento postestructuralista. Desde aquí se concibe a las personas como seres interpretativos que le dan sentido a su experiencia y a su vida. De esta forma, las construcciones lingüísticas conocidas como narrativas son vistas como centrales en el proceso de adscripción de significado, resultando una relación de ayuda que es construida para aliviar los problemas que son resultado de narrativas que involucran creencias o interpretaciones que restringen a una persona en el logro de sus metas o preferencias. Como un marco de trabajo para la intervención con consultantes, la terapia narrativa guía a los practicantes en el arte de detectar, realizar la reautoría y fomentar patrones de conducta y pensamiento que los liberen de las formas previas de relatos improductivos y totalizantes (White & Epston, 1993). Tomando en cuenta esto, en relación a la intervención con víctimas de abuso sexual; la técnica utilizada es “la declaración de posición en el mapa”; la cual se basa en buscar acontecimientos extraordinarios, para que emerja un relato alternativo que describa rica y densamente las experiencias de la víctima, y así se relacione con la construcción de identidad de éstas. Para lo anterior, se plantean cuatro pasos: (1) construcción de una definición externalizada del problema (2) mapeo de los efectos del problema (3) evaluación de los efectos (4) justificación de la evaluación. Esta técnica, se centra en la experiencia y conocimientos de las víctimas; mas allá de los efectos negativos que conlleva el abuso (vergüenza, culpa, ansiedad, etc.). De esta manera, son las propias víctimas las que eligen el curso de sus vidas; generando agencia y compromiso en sí mismas. Además se les invita a comprometerse políticamente con la experiencia abusiva, lo cual permite la desculpabilización, y la resignificación del episodio abusivo. Cabe destacar, que desde esta intervención, el terapeuta adopta una posición respetuosa de escucha atenta, creando un espacio para el surgimiento del relato.
Considerando que las intervenciones revisadas en la presente monografía, desde el enfoque narrativo proponen adoptar una postura de un particular interés por las narrativas personales y su significado con base en el contexto sociohistórico, cultural y político de las personas, el trabajo de intervención con perpetradores, en particular, invita a éstos a revisar y evaluar los argumentos (y causas) que ellos atribuyen a los episodios de abuso, con la intención de formular posturas en donde asuman su responsabilidad ante los hechos y la posibilidad de que no exista un perdón parte de la víctima. Desde nuestro punto de vista, esto es de vital importancia, porque responde alternativamente a las creencias culturales existentes, con respecto al perdón, en nuestra sociedad, y que también son abordadas desde la intervención con las víctimas.
DISCUSIÓN En la presente monografía se han presentado los antecedentes de desarrollo histórico y conceptual de una perspectiva que representa, en una de sus líneas de desarrollo, un fuerte compromiso con el propósito de terminar con la violencia y el abuso sexual. El trabajo que se delinea desde las intervenciones expuestas en la presente monografía representa una aproximación al trabajo complejo y político que involucra la promoción de los derechos y el bienestar de aquellas y aquellos que han sido víctimas, así como la responsabilidad y compromiso respetuoso que buscan las intervenciones que involucran a aquellos y aquellas que han sido perpetradores de abuso sexual. Las intervenciones desde el enfoque narrativo plantean asumir una postura de interés genuino por el significado personal inscrito en las narrativas personales que poseen una base social y política. Desde aquí, el trabajo de intervención se concibe como parte del proceso para poder iniciar la inmersión y rescate de relatos que enfaticen la supervivencia y valía experiencial de los que han sido victimizados, así como el compromiso con la igualdad y la justicia con los que han sido perpetradores. Desde nuestro punto de vista, un abordaje y/o intervención en materia de abuso sexual, debiera tomar en cuenta tanto el trabajo con las víctimas, así como el trabajo con perpetradores. Esto tomando en cuenta que las intervenciones tienen como intención un trabajo que vaya más allá del compromiso por parte del perpetrador, con respecto a su responsabilidad y la toma de conciencia con respecto a las políticas relacionales en donde se produjeron las situaciones de abuso, sino que hacia una Restitución (Jenkins, Hall & Joy, 2003), enfatizando aquellos valores que mantengan el compromiso enfocado en el descubrimiento de los efectos negativos del abuso y con la necesidad de que se produzca un cambio de perspectiva (deconstruyendo sus justificaciones ante las conductas abusivas y comprendiendo los efectos negativos de esas conductas en la vida de la víctima, para el logro de una posible reconciliación con la víctima y para evitar futuras situaciones de abuso con otras posibles víctimas.
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