CULTURA, PODER Y MEDIOS MASIVOS
ANDRÉS FELIPE OSORIO CANO
LÍNEA DE INVESTIGACIÓN EN COMUNICACIÓN, CULTURA Y ESTÉTICA TUTOR: MAURICIO VÁSQUEZ ARIAS
CULTURA, PODER Y MEDIOS MASIVOS
ANDRÉS FELIPE OSORIO CANO
PROGRAMA DE COMUNICACIÓN SOCIAL - PERIODISMO UCPR 2
PEREIRA 2008 – 2009 Contenido
Resumen/Inicio………………………………….…………………………...
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Cultura, Hegemonía e Industria……………………………………………
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El arte: ¿Alta cultura o cultura popular?.....................................................
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De los Efectos a los Usos……………………………………….………….
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Los Usos, según Michel de Certeau………………………….…………..
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Incursión a las discusiones de Raza, Clase y Poder: Estudios Culturales
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El “materialismo cultural” de los Estudios Culturales…………………..
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¿Qué tan libres y “poderosos” son los receptores? …………………….
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Más allá de la "Democracia Semiótica"…………………………………..
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Las rutas de la Recepción Crítica………………………………………….
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Bibliografía…………………………………………………………………….
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Cultura, Poder y Medios Masivos Andrés Felipe Osorio Cano Línea de Investigación en Comunicación, Cultura y Estética Universidad Católica Popular del Risaralda
Resumen El presente trabajo, busca en primer lugar responder a la siguiente pregunta orientadora: ¿cómo se configuran las relaciones de poder a partir del uso de los bienes culturales? Para ello, se inicia con un recorrido histórico de las principales líneas de investigación y de debates sobre las audiencias y su papel en los entramados de poder que se generan al hacer uso de los productos y bienes culturales. Se consideran líneas con diferentes énfasis teóricos, que van desde aquellos que consideran las Industrias Culturales como “máquinas” alienadoras (teoría crítica) hasta los que entran en la lógica de una “tiranía” de las audiencias dándoles total autonomía. A través de la cuestión de la "recepción" se lee una parte clave de los desplazamientos conceptuales en el campo comunicacional, cultural y político. Estos cambios, han generado también una serie de polémicas que cuestionan algunos de los planteamientos que usualmente se usan para legitimar la supuesta "libertad" de los sujetos inmersos en el sistema de consumo.
Cuando a mediados del siglo XX, el paradigma del materialismo histórico empezaba a convertirse en el punto principal de referencia en lo que se refiere a los estudios sociales, políticos, económicos y comunicacionales, ya habían salido a flote múltiples miradas y abordajes que, en su mayoría, conducían al mismo camino: el análisis de la sociedad industrial avanzada, el estudio de los medios masivos y la pregunta sobre su poder de dominación ideológica. 4
Estos análisis, que en su momento se alzaron dentro de una visión opuesta al funcionalismo-estructuralismo y a la sociología positivista, tenían como base los planteamientos de Karl Marx (1818-1883), su crítica global al capitalismo y su explicación dialéctica de la evolución de la organización social por medio de los modos de producción y la apropiación de la riqueza.
Años más tarde, el filósofo marxista Antonio Gramsci, plantea una teoría en la que, por el contrario, las normas culturales – como las provenientes de las instituciones, prácticas, creencias - deberían ser investigadas por sus raíces en la dominación y sus implicaciones para la liberación, lo que establecía un modelo basado en el poder y la influencia en el análisis de los productos culturales.
A continuación, se hará un breve esbozo sobre cómo éste pensamiento pasó del negativismo y del modelo vertical planteado en un primer momento, a las discusiones más abiertas, políticas y de recepción activa que trajeron consigo los Estudios Culturales, en especial los enfoques de Consumo Cultural, y de las Prácticas de Microrresistencias. Esto, también en torno al problema del poder y de cómo éste puede configurar la manera en que los “receptores” hacen uso de los bienes culturales y los productos mediáticos.
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Cultura, Hegemonía e Industria
Fue en el marco de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, donde finalmente la teoría marxista se encontraría de frente con la cultura, más exactamente, con la industria de la cultura y los procesos y efectos que ésta podría tener sobre “la masa”. Si bien la Teoría Crítica, tomó cierta distancia del materialismo histórico en lo que se refiere al tema económico como eje de análisis, siguió en pié con algunas de sus premisas, en especial las que propugnaban por la liberación de los oprimidos; así mismo, se añadieron dos ideas principales que están ligadas al tema de las formas de dominio: el fracaso de la racionalidad técnica y la confluencia de cultura y mercado.
En primer lugar, el desarrollo de la escuela de Frankfurt en su "primera generación", parte del análisis de una fase histórica, en la que la ciencia y la tecnología se empezaban a desarrollar a un ritmo vertiginoso (el paso de sociedad industrial a la post industrial, la época de la post-guerra y la tensión entre capitalismo y comunismo). Ésta fue la primera en buscar una interpretación global de todos los posibles factores que inciden en una radicalización de movimientos, que indefectiblemente marcarían la pauta en los procesos de transmisión de la cultura, regido por los principios de mercantilización.
En éste sentido, la Teoría Crítica pone el dominio sobre los económicamente más fuertes. En su obra Dialéctica del Iluminismo (1947), Adorno y Horkheimer ponen en duda el triunfo de la racionalidad técnica y cuestionan fuertemente la confluencia entre cultura y mercado:
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“Por el momento, la técnica de la industria cultural ha llegado sólo a la igualación y a la producción en serie, sacrificando aquello por lo cual la lógica de la obra se distinguía de la del sistema social. Pero ello no es causa de una ley de desarrollo de la técnica en cuanto tal, sino de su función en la economía actual” (Adorno, T. y Horkheimer, M., 1944).
La fuerte crítica que se enfilaba hacia la llamada burguesía, representaba mejor que nunca la idea de que a través de lo cultural, las clases dominantes (incluyendo el Estado mismo) buscan legitimar su poder, en ocasiones a través de los referentes simbólicos masivos, y apelando al “consentimiento general”, o de lo contrario, haciendo uso de las instituciones de control y las fuerzas de coerción 1. El teórico norteamericano Lawrence Grossberg, lo dilucida en estos términos: El Estado moderno no renuncia enteramente a la violencia, sino que de hecho clama por ser el único poseedor y ejercitador del poder violento; pero busca un balance entre consentimiento y fuerza, y usa la fuerza sólo como una última alternativa. (Grossberg, 2004:51)
La teoría de la Pseudocultura, según Adorno y Horkheimer (1969) - en "La Sociedad" - permite la mercantilización de procesos intelectuales y culturales que se difunden gracias a los medios masivos de comunicación, se caracteriza por la homogeneidad de públicos y contenidos, la selección de los valores, la uniformidad, la extensión de una "moral del éxito" y el autoritarismo como mentalidad predominante, esto forma una "construcción social de la realidad" 1 El post-estructuralista Louis Althusser, desarrolla, varios años después del auge de las teorías Frankfurtianas, en la obra Ideología y aparatos ideológicos de estado, los procesos mediante los cuales se mantiene el statu quo del estado a través de los AIE y entre ellos aparecen los medios de comunicación, el arte y la cultura. Éstos aseguran la adhesión inconsciente de los individuos a los valores que definen la estructura social y los mecanismos de la dominación social. Más adelante se hará mayor énfasis en éste aspecto y en la influencia que tiene Althusser en los Estudios Culturales.
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donde se da un tipo de conocimiento primitivo, todo ello porque la pseudocultura actúa sobre la psicología colectiva fragmentando los nexos interpretativos lógicos y cambiándolos por un modelo de conducta irracional.
De esta forma, esa fragmentación influye en la formación y la acción diaria de los medios de comunicación sobre las psicologías. Así mismo, señalan los autores, que la Razón Instrumental destina un entendimiento calculador, que ha usurpado el lugar de la verdadera razón2 (Adorno, T. y Horkheimer, M., 1969).
Tanto la corriente Norteamericana, que años más tarde tomaría un rumbo diferente, como la Escuela Europea (Escuela de Frankfurt en su primer periodo), resultaron hasta la década del sesenta, atadas a un tratamiento teóricometodológico centrado en el análisis de los mensajes y sus efectos, su reproducción técnica y a la pregunta sobre ¿qué es lo que hacen los medios con los receptores?, lo que de antemano implicó un tratamiento de la “audiencia”, como un ente totalmente manipulable; es decir, se partía de la la reducción casi que al mínimo del campo de acción de los receptores, quienes terminaban a merced “del poder de los económicamente más fuertes” , tanto en lo ideológico como en las dinámicas de flujo del capital. (Adorno, T. y Horkheimer, M., 1988:2) Se podría concluir, con respecto a los teóricos críticos de este primer momento, que éstos de alguna manera “censuran” los contenidos comunicativos por su carácter masivo, hegemónico, regresivo y primitivo, cargado de supersticiones e irracionalidad. La industria cultural se piensa como sistema, porque se plantea una estandarización en los productos que ofrece, que al tiempo alimentan a otras industrias detrás de ella, clasificando los productos de acuerdo al público 2 Referida como entidad que comprende a todos los seres humanos y no se guía por fines.
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consumidor, es decir, procura que lo producido abarque gran cantidad de “consumidores” y así obtener altas ganancias, convirtiéndose en un sistema popular.
Ahora, el proceso de producción se asemeja a una empresa industrial, puesto que es estandarizado y mecanizado, perdiéndose lo esencial y el valor del arte, lo que se llamaría su “aura” para terminar siendo un simple espectáculo, objeto de la repetición, como lo plantearon en su momento los teóricos de Frankfurt.
El arte: ¿Alta cultura o cultura popular?
Sin embargo, el filósofo judeoalemán Walter Benjamin, sería años después uno de los que replantearían esa idea, empezando a traer a colación el tema de las culturas populares, que en los Estudios Culturales adquiere un valor fundamental.
“El escritor asociado con la Escuela de Frankfurt que sí entendía la cultura popular y se insertaba en ella era Walter Benjamin, en, por ejemplo, su gran ensayo "La obra de arte en la época de reproducción mecánica" o su proyecto sobre las galerías comerciales de París en la época de Baudelaire. Benjamín era para nosotros una especie de puente entre la Escuela de Frankfurt y la nueva toma de posición de los estudios culturales, y entre el modernismo y el posmodernismo”. (Beverley, 1998:7).
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Así, se podría estar hablando de un desmoronamiento del aura, en palabras de Benjamin, de la victoria de la reproducción y la derrota de la envoltura, de la unicidad, en una sociedad cada vez más dada a la estadística, a la repetición, a la conmoción de la tradición, a la realidad cada vez más cercana a las masas. Se reconoce, por ejemplo, al cine como su agente más poderoso, gozando de una enorme importancia social, tanto positiva como negativa, tal vez, por su carácter catártico, destructor de la tradición (o del aura), aunque sin olvidar que la tradición se reconoce como algo en constante cambio.
“Las circunstancias en que se ponga al producto de la reproducción de una obra de arte, quizás dejen intacta la consistencia de ésta, pero en cualquier caso deprecian su aquí y ahora. Aunque en modo alguno valga ésto sólo para una obra artística, sino que parejamente vale también, por ejemplo, para un paisaje que en el cine transcurre ante el espectador”. (Benjamin, 1989:22).
Es así, como la obra de arte sufre una gran transformación en su praxis. Benjamin reconoce en ella dos tipos de valores: el valor artístico y el valor exhibitivo. Cuando la obra se convierte en mercancía, es finalmente el valor exhibitivo el que determina su nuevo sentido y funciones, entre las cuales “la artística (…) se destaca como la que más tarde tal vez se reconozca en cuanto accesoria" (Benjamin, 1989:29).
A pesar de esto, Benjamin llegó incluso a tener una posición contraria a la de Adorno y Horkheimer, consideró, por ejemplo, que el cine, la fotografía, el jazz, y en general la música popular, podrían representar una oportunidad de despojar al capitalismo de sus herramientas de control social y modificar la conciencia de la 10
masa, por su posibilidad de difusión masiva y por la cercanía que se construye entre dichos “objetos” y las “masas”.
“La reproductibilidad técnica de la obra artística modifica la relación de la masa para con el arte. De retrógrada, frente a un Picasso por ejemplo, se transforma en progresiva, por ejemplo cara a un Chaplin. Este comportamiento progresivo se caracteriza porque el gusto por mirar y por vivir se vincula en él íntima e inmediatamente con la actitud del que opina como perito. Esta vinculación es un indicio social importante. A saber, cuanto más disminuye la importancia social de un arte, tanto más se disocian en el público la actitud crítica y la fruitiva” (Benjamin, 1989:44).
Lo cierto, es que, aún a sabiendas de ésta multifuncionalidad del arte, existió (y aún existe en nuestros días) una gran resistencia a creer que de alguna manera el arte sigue conservando su valor artístico después de pasar por el proceso “mercantil” y ser reformada múltiples veces su idea original. Sin embargo, la discusión se ha ido abriendo, y en la segunda mitad del siglo XX, la relación mass media – audiencias (o industrias culturales - receptores, o productores – consumidores), dejó de ser equivalente a una relación tipo victimario – víctima.
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De los Efectos a los Usos
De alguna forma, este cambio también representó un punto de quiebre en el paradigma comunicativo. Mientras los principales miembros de la Escuela de Frankfurt, huyendo del fascismo, se radicaron en los Estados Unidos (décadas de 1930 a 1950), otra escuela específicamente norteamericana empezaba a surgir, pero ésta vez con una tesis muy diferente a la “pesimista” planteada por los alemanes.
Para los norteamericanos, resultaba poco factible que los medios tuviesen un impacto tan directo y poderoso sobre las audiencias y aunque éstos efectivamente tenían cierta influencia y producían efectos sociales, también existían mundos internos en los receptores que ocasionaban una ruptura en esa relación directa y vertical planteada por la escuela europea.3 Los investigadores norteamericanos iniciaron lo que podría denominarse un paradigma positivista, que se valía de metodologías principalmente cuantitativas, con el fin de reconocer la naturaleza de las complejas relaciones entre medios y audiencias.
3 John Beverley, afirma al respecto que “Frankfurt fue nuestra introducción a las posibilidades de estudios culturales (en los EE.UU.), pero teníamos que salir de su visión negativa de la cultura de masa. Había otra tradición marxista de valorización de la cultura popular: la del Frente Popular. Pero esta tradición enfatizaba la cultura popular en el sentido del folklore, la música afroamericana, el jazz, “folk music”, y no rock, soul o “country”, es decir no la música que dependía tanto en su forma como en su modo de circulación de los medios capitalistas. Era políticamente aceptable escuchar jazz o "folk music" porque eran músicas "del pueblo", (…) al margen del avance del mercado capitalista en vez de ser productos urbanos comerciales. De allí, por ejemplo, la famosa distinción entre cultura de masas y cultura popular, que ha creado tantas confusiones innecesarias y dañinas” (Beverley, 1998:5).
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Pero esta escuela, compartía con la visión “pesimista” una “teoría implícita de las dimensiones de poder y de influencia a través de las cuales los poderosos (los líderes y los comunicadores) se conectaban con quienes carecían de poder (la gente corriente, las audiencias)” (Morley, 1993). Es así, como, según palabras del sociólogo británico David Morley, se crean dos corrientes dentro de este paradigma, una en la que el objeto de estudio es el mensaje, que posteriormente pasaría a ser los efectos del mensaje, y de otro lado, los estudios basados en la audiencia, que posteriormente vendría siendo las necesidades y usos que se da al mensaje.
Partiendo de la premisa de que todos los seres humanos tienen necesidades de diferentes tipos y buscan en todo momento gratificarlas, se conforma en las décadas de 1960 y 1970, la perspectiva de Usos y Gratificaciones.
Las discusiones partieron inicialmente de varios conceptos – la mayoría muy ligados a la psicología cognitiva - como el de “evasión” 4, que fue el punto de partida, además de otros, también muy cognitivos, tales como las necesidades, motivos, métodos y gratificaciones.
Con los primeros trabajos de Denis McQuail (británico), Jay Blumler y Elihu Katz (norteamericanos), fue este enfoque de los Usos y Gratificaciones el que se opuso en un primer momento a la perspectiva de los efectos mediáticos y empezaron a traer a escena el tema de la “audiencia activa” (Lull, 1995). James Lull, lo explica de esta forma: 4 Ésta puede entenderse como una manera de huir de la realidad. Aún muchas personas suelen decir que acuden a los medios para evadirse. “La capacidad de evadirse fue considerada en sí misma una gratificación que ofrecen los medios” (Lull, 1997).
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“En lugar de preguntarse qué le hacen los medios a la gente, los investigadores pertenecientes a la corriente de “los usos y gratificaciones” invierten ese interrogante y plantean la cuestión del modo siguiente: ¿qué hacen las personas con los medios?” (Katz, 1977; citador por Lull, 1995:123).
Es importante tener en cuenta que desde esta perspectiva, lo más determinante a la hora de estudiar el proceso de la “gratificación”, era que tenían su punto de inicio en las “necesidades biológicas y psicológicas del ser humano” (Rosengren, 1974; citado por Lull, 1995:128).
A simple vista el modelo pareciera excluir el tema, por ejemplo, del poder a la hora de hacer uso de los medios, y en gran parte es verdad. Sin embargo, y de acuerdo con el modelo planteado por el sueco Karl Rosengren, las necesidades son las que “motivan el contacto con los medios masivos e inspiran otras formas de actividad social que luego satisfacen o no la necesidad” (Lull, 1995:129) y al momento de darse ese contacto, hay numerosas influencias, tanto internas como externas que influyen en ese momento.
Con respecto al papel de los conceptos de “necesidad” y “motivo”, James Lull reconoce constantemente que se es bastante problemático definirlos de manera absoluta, pues son más las diferencias en las definiciones que los puntos en común. Algunos teóricos se limitan a la explicación biológica o en otros casos, plantearon necesidades que provenían de los mismos medios, como la “necesidad de información, de diversión y de integración social” (Lull, 1995:126).
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Pero es otro teórico de Frankfurt, Herbert Marcuse (1964), quien pone en este concepto la ‘clásica crítica anticapitalista’, advirtiendo que si las necesidades son de alguna forma aprendidas (cultivadas, en ocasiones son “falsas necesidades”), lo esencial sería analizar esas fuerzas sociales que las crean. Un miembro de la audiencia activa, sostiene Philip Eliot, no deja de ser “un actor social, sujeto a influencia ideológica y cultural” (Lull, 1995:126).
En el terreno de los motivos, Lull los describe como la energía y la orientación cognitiva que se requieren para realizar las acciones sociales que satisfacen las necesidades.
“(…) los medios masivos proponen permanentemente métodos para satisfacer las necesidades humanas. A veces los métodos sustituyen a las necesidades y la significación se desplaza de lo real a lo ideal como parte de la intención última de promover constantemente la ansiedad de consumir, y de ofrecer una multiplicidad de útiles materiales de corto plazo”. (Lull, 1997:130)
Estos planteamientos implican una fuerte tensión entre ese poder que siempre se le ha imputado a los medios masivos y la capacidad y la tendencia de las audiencias a utilizar los medios para su propio beneficio y por intereses propios. Se suele hacer la separación entre necesidades y apetencias, entendidas éstas, según Lull, como “necesidades” más momentáneas, cuya satisfacción es menos esencial para el bienestar de la persona.
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Aunque sean analizadas por aparte, necesidades y apetencias no son excluyentes, sino que, por el contrario, ambas representan la base motivacional de la conducta humana.
Usos Estructurales -
Ambientales
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Reguladores
Usos Relacionales -
Facilitación de la Comunicación
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Afiliación/evitación
- Aprendizaje social Cuadro 1: Los usos sociales de la televisión (Lull, 1995:145)
Finalmente, la imaginación es otro punto central (Johnson, 1987), de allí provienen gran parte de las actividades que hacemos, entre ellas la actividad social y el uso de los medios masivos, donde se realizan también construcciones cognitivas y racionales, lo que es en últimas, uno de los puntos que otros teóricos reprocharán a Usos y Gratificaciones, se trata del hecho de ofrecer una visión conductista, mentalista y aún muy técnica del comportamiento e intereses de la audiencia. Así mismo, se debe tener en cuenta que las configuraciones que resultan de estos procesos, están en parte “influidas por agentes sociales intencionales entre los que podemos mencionar modelos de roles locales, organizaciones laborales, publicitarios, partidos políticos, entre muchos otros” (Lull. 1997:147).
Seguramente, uno de los puntos más álgidos en las discusiones sobre el poder en el consumo cultural, se presenta en el momento del Uso, siento éste el escenario 16
donde entran en conflicto/enfrentamiento/negociación, por un lado los intereses y referentes de los “consumidores” y por otro lado, el producto ofrecido, que como se verás más adelante, pertenece – en términos generales y en el sentido tracidional - a una élite productora que inserta sus propios sentidos culturales en el producto.
Los Usos, según Michel de Certeau
El teórico francés Michel de Certeau, uno de los principales referentes de Estudios Culturales, ofreció a inicios de los 80 una mirada más amplia, en la cual los receptores son aún más activos de lo que se había mencionado en Usos y Gratificaciones. Los usos son entendidos como “acciones de consumo”, operaciones de empleo en las cuales los consumidores “se valen de” lo que les es ofrecido, y a su modo, son capaces incluso de componer con ello historias propias, originales.
“En realidad, a una producción racionalizada, expansionista, centralizada, espectacular y ruidosa, hace frente una producción del tipo totalmente diferente, calificada de “consumo”, que tiene como características sus ardides, su desmoronamiento al capricho de las ocasiones, sus cacerías furtivas, su clandestinidad, su murmullo incansable, en suma una especie de invisibilidad pues no se distingue casi nada por productos propios, sino por el arte de utilizar los que le son impuestos.” (Certeau, 1980:38).
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Sin embargo, esas leyes, prácticas y representaciones (impuestas) son a menudo “utilizadas” de manera diferente a los usos impuestos por las élites productoras de lenguaje. Haciendo así que los “procedimientos de consumo” tomen cierta distancia estando en el espacio mismo que organiza el ocupante.
“De todos modos, el consumidor no sabría identificarse conforme a los productos periodísticos o comerciales que asimila: entre él (que se sirve de ellos) y estos productos (signos del “orden” que le impone), hay una distancia más o menos grande del uso que hace de ellos.” (Certeau, 1980:39)
Certeau, recoge algunas de las ideas de Gramsci sobre la mecánica constructiva, hegemónica y dominadora de las instituciones y los enclaves de poder, entre los que se encuentran las industrias culturales y en gran medida, los medios masivos de comunicación y los lugares de trabajo, donde “cunden las técnicas culturales que disfrazan la reproducción económica bajo cubiertas ficticias de sorpresa (‘el acontecimiento’), de verdad (‘la información’) o de comunicación (‘la animación’)” (Certeau, 1980).
Existe, así mismo, una inconsciencia patrocinada por los hábitos y las modas, enmarcada además en un tablero social que se funda sobre un mapa relacional de influencias e intereses en el que se inscriben las vidas individuales. Pero a diferencia de las teorías previamente mencionadas, Certeau le da un mayor rango de acción (de hecho, uno muy importante) a la audiencia, insertándola en el escenario de la cultura popular, donde
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“(...) por lo general, una manera de utilizar los sistemas impuestos constituye la resistencia a la ley histórica de un estado de hecho y a sus legitimaciones dogmáticas. (…) Allí se manifestarían la opacidad de la cultura ‘popular’, la roca negra que se opone a la asimilación” (Certeau, 1980:39)
En el espacio instituido por otros, es donde la “sabiduría” (en términos de estratagema y ‘trapacería’) le hace trampa a los contratos sociales, empieza el juego de hacer/deshacer, y allí los individuos acomodan a su gusto y a sus capacidades el mundo que no les es propio, que les limita, pero en el que tienen el placer de eludir y acomodar sus reglas.
Certeau, se refería constantemente a las prácticas de desvío, las cuales identifican el consumo cultural, y se diferencian de (prácticamente es lo contrario a) las simples prácticas. Entre éstas, se menciona el escamoteo, como una práctica popular que funciona como forma de resistencia a la jerarquización social que establece el trabajo.
“El trabajador que ‘escamotea’, sustrae de la fábrica el tiempo (más que los bienes…) con el propósito de llevar a cabo un trabajo libre, creativo y precisamente sin ganancia. En lugares mismos donde impera la máquina a la cual debe servir, el trabajador se las ingenia para darse el placer de inventar productos gratuitos destinados únicamente a expresar, por medio de su obra, una precia propia y responder, por medio de un gasto, a las solidaridades obreras o familiares”. (Certeau, 1980:31)
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Ésta nueva forma de ver la cultura, ya no en un sentido vertical que analiza ese “arte de hacer” con un modelo de “arriba abajo en la cultura habilitada por la enseñanza”, postula la constitución de un lugar propio. Acerca de la pregunta del por qué el rótulo de “popular”, Certeau reconoce el tema sigue pasando por el conflicto de clases:
“Desde luego que las diferencias siguen siendo sociales, económicas, históricas, entre los practicantes (campesinos, obreros, etc.) de estos ardides y nosotros que somos los analistas. No es por azar que toda la cultura se elabore en los términos de relaciones conflictivas o competitivas entre los más fuertes y los menos fuertes, sin que espacio alguno, legendario o ritual, pueda instalarse en la seguridad de una neutralidad”. (Certeau, 1980)
Otro ejemplo de cómo los usuarios realizan operaciones sobre los bienes culturales y el capital proporcionado por los productores, está en lenguaje (cuyo análisis, según Certeau, pude ampliarse al conjunto de la cultura), y en cómo sus usos representan un cambio importante en el sistema mismo. Es así como hay palabras, cuya referencia no puede determinarse sin conocer el contexto de uso (Montague; citado por Certeau, 1980):
Capital
Operaciones Sobre el capital
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Lengua
Producción
El habla (acto)
Negocios y usos* Que tienen una referencia particular en contextos diferentes.
*Contextos de uso: el acto en relación con las circunstancias.
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Problemática de la enunciación: Realizar, apropiarse, inscribirse dentro de relaciones, situarse en el tiempo. Circunstancias de la enunciación y del uso.
Cuadro 2: Universo de la codificación: “El acto de decir es un uso de la lengua y una operación sobre ella”. Usos que competen al consumo: “Se cuentan lo que es utilizado, no las maneras de utilizarlo” (Cuadro propio, basado en Certeau, 1980:39)5.
Es gracias a las prácticas “populares”, que en la modernidad industrial y científica (post-industrial, por qué no) se alcanza a prever una transformación del objeto de estudio, dejando de lado la concepción de popular como una simple problemática de represión, aunque sin dejar de reconocer que existen imposiciones “desde arriba” y que además, existen problemas de acceso e igualdad. Durante la década de 1970, Certeau estuvo muy ligado a las oficinas y a los funcionarios que discutían sobre políticas culturales en Francia, entre ellos Agustín Girard, quien dirigía el Departamento de estudios y de investigación en torno a en torno a Políticas e Industrias Culturales. Al respecto, el historiador François Dosse, en su obra Michel de Certeau: Le Marcheur Blessé (2003), confirma estas percepciones y las concernientes al auge de los estudios cuantitativos:
“Girard, por su parte, toma en cuenta las prevenciones de Certeau concerniendo el todo-cuantitativo. Ciertamente considera que este enorme material de las prácticas culturales reunido, permite poner en evidencia algunas informaciones valiosas, como la confirmación de las desigualdades de acceso a la “cultura” tradicional y la correlación entre la naturaleza de las formas culturales propuestas y las categorías sociales de quienes practican regularmente actividades culturales. Sin embargo, los cómodos promedios a los que llegaron los investigadores dejan “al lector muy lejos de la forma en que cada individuo (…), vive su vida cultural en la realidad de la construcción de su personalidad. Además, estas investigaciones no valoraron 5 Certeau, se basó en parte para este esquema, en enunciados de Gilbert Ryle (1949).
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suficientemente el recibimiento, los modos de apropiación por los públicos interesados, (…). En estos aspectos, vuelve a tener el punto de vista de Certeau: ‘Una práctica, decía, es lo contrario de consumo… Michel de Certeau creía en una libertad que escapa a las prácticas”. (Dosse, 2003:436).
Tal vez uno de los aspectos más atractivos de la obra de Certeau, La Invención de lo Cotidiano, y puede dar más luces con respecto al problema del poder y los usos que plantea el presente trabajo, está en la distinción que hace entre los conceptos de estrategia y tácticas. Allí el autor habla de la superación de la categoría de “trayectoria”, ligada justamente a los estudios cuantitativos que se mencionan, y cuyo campo de estudio parece limitarse a lo que es utilizado y no a las maneras de utilizarlo, suponiendo una ocultación de la actividad productora, una centralidad (una especie de regreso) de los efectos, y una representación que resulta insuficiente, por querer poner en un “solo plano”, “trayectorias” tan indeterminadas como las que pueden resultar de los consumidores.
De esta crítica, surge el nuevo esquema de tácticas y estrategias. Certeau, se inserta en un enfoque catalogado como el de las prácticas de micro-resistencia, donde aparecen estos dos conceptos claves en el marco de las prácticas de uso.
Las estrategias, tienen que ver con aquellos sentidos que se generan desde las instituciones y las estructuras de poder; entendidas también como el cálculo (o manipulación) de “las relaciones de fuerzas que se hace posible desde un sujeto de voluntad y de poder” (1989, 42), es decir, se podría estar hablando de imposiciones que, según Certeau, se postulan desde un lugar susceptible de ser circunscrito como algo propio. 22
Agrega Certeau que, “como en la administración gerencial, toda racionalización “estratégica” se ocupa primero de distinguir en un “medio ambiente” lo que es “propio”, es decir, el lugar de poder y de la voluntad propios, (…) circunscribir lo propio en un mundo hechizado por los poderes invisibles del otro. Acción de la modernidad científica, política o militar.” (Certeau, 1980:43)
Las prácticas de uso, por su parte, son tácticas desplegadas en el “lugar” propiedad de quienes definen las estrategias masivas, son las utilizadas por los individuos para subvertir y crear espacios y significados propios de las estrategias impuestas. “En suma, la táctica es un arte del débil” (Certeau, 1980:43). A partir de ésta concepción del proceso de circulación y recepción de bienes culturales que hace Certau, se puede realizar todo un análisis de cómo la problemática del poder marca ciertas pautas que resultan claves para entender su relación con los usos que hacen las audiencias de esos productos.
Según Michel de Certeau, “un poder es la condición previa del conocimiento, y no sólo su efecto o su atributo. Permite e impone sus características”, pero paradójicamente, “mientras más débiles son las fuerzas sometidas a la dirección estratégica, más capaz será ésta de astucias (más se transforma en táctica) (1980). Como se profundizará más adelante, la táctica está en gran medida determinada por la ausencia de poder, mientras, en el caso contrario, la estrategia está organizada por el principio de un poder, lo que entrega pistas (y dudas, sobretodo) acerca de qué tan efectivas pueden en la praxis las tácticas frente a las estrategias.
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Incursión a las discusiones de Raza, Clase y Poder: Estudios Culturales
Casi que paralelo a muchas de las ideas expresadas anteriormente, referentes sobretodo a la perspectiva de usos y gratificaciones, estaban surgiendo otras que provenían de una disciplina originada en Inglaterra: los estudios culturales.
David Morley, considera que el estudio de los “efectos” terminó siendo muy cuantitativo y rutinario, haciéndose necesaria la aparición de nuevas perspectivas que, en este caso, estaban principalmente enfocadas en el abordaje de los “sistemas sociales” y el “análisis funcional”, donde un grupo se interesó más por el análisis de las funciones de los medios en la sociedad, como conjunto, mientras otros hicieron énfasis en los motivos subjetivos y intereses individuales de los usuarios.
“En esta perspetiva, Katz (1959) sostuvo que el abordaje tenía un supuesto esencial: que ‘ni el más potente contenido de los medios masivos podía normalmente influir en un individuo para quien ese contenido no tuviera “uso” en el contexto social y psicológico donde vivía. El abordaje de “usos” supone que los valores de las personas, sus intereses (…), sus asociaciones (…) sus papeles sociales son “pre-potentes”, y que las personas modelan selectivamente lo que ven y lo que oyen.” (Citado por Morley, 1996).
Parecía persistir cierta orientación a los “efectos” en el enfoque funcionalista, lo que desencadenó una avalancha de estudios de laboratorio, que analizaban 24
principalmente esquemas psicológicos con el fin de afianzar los efectos que habían quedado de la crítica optimista. Pero a partir de los años 1970 hasta la última década del siglo pasado, con los Estudios Culturales surge una especie de síntesis de los estudios realizados sobre la cultura de masas. Aquí se asocia una mirada crítica que “Atenta a las formas de dominación cultural, con un enfoque comprensivo de los usos de la cultura mediática, dentro de una nueva solución teórica al problema de las relaciones entre poder y cultura. Al prestarle mucha atención al proceso cualitativo, integra tradición literaria, etnografía y sociología de la observación participante, en una mirada que ya no quiere ser elitista”. (Maigret, 2005)
Desde su propio planteamiento, los Estudios Culturales habían ya dejado ver su especial tentación política, que si bien no era su objetivo fundamental, si estaba muy ligado a ese interés académico que pretendían los integrantes del Centre for Comtemporary Cultural Studies (o Escuela de Birmingham), en cabeza de Stuart Hall y relacionadas con la historia de la literatura y la producción cultural; y posteriormente con las subculturas juveniles, el proceso comunicativo y los medios masivos de comunicación.
Es así, como la Escuela Inglesa, con exponentes como Raymond Williams (1961), Richard Hoggart (1972) y E.P. Thompson, fueron finalmente quienes “...enriquecieron
el
enfoque
crítico,
al
introducir
renovaciones
en
los
planteamientos del marxismo clásico y proponer en el debate el concepto de la lucha cultural como parte de la lucha política para el cambio social, al reivindicar la cultura popular y obrera frente a la de élite…” (Hall, 1994:6).
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Esto además representa el cambio de un momento histórico, en el que la tecnología por mucho tiempo fue (y se podría decir que en la actualidad algo se mantiene) vista con malos ojos, como un símbolo de destrucción y desesperanza, y además hay un auge del existencialismo y las teorías marxistas; a los últimos años, donde se habla de una consolidación de la sociedad de la información y una revolución tecnológica donde se cree principalmente que el conocimiento puede empezar a democratizarse, puede que no por completo, pero sí al menos con mayor soltura.
Pero si por algo se han caracterizado los Estudios Culturales, es porque en ningún momento, en cada una de sus fases, ha dejado de cuestionarse aspectos como su sentido, objetivos, conceptos y disciplinas. De esta forma, Fredric Jameson, teórico de corte marxista y fiel representante de los Estudios Culturales norteamericanos, afirma que en éstos se “aborda el análisis de la cultura desde orientaciones ideológicas, sistemas de valores y símbolos, estructura de sentido, estilos de vida, mentalidades, innovaciones culturales y las relaciona con las estructuras sociales, las condiciones de vida y los procesos sociales” (Jameson, 1998).
Raymond Williams llegó a afirmar que “lo que ahora se llama “estudios culturales” se comprende mejor como una particular forma de entrada a las cuestiones sociológicas generales, que [...] como un área especializada o reservada” (Williams, 1981:223).
De la misma forma, los trabajos de S. Hall y R. Williams, están siempre muy ligados y centran parte del análisis en el Marxismo clásico y en el posterior, y lo 26
consideran incluso como proyecto teórico (“materialismo cultural”). Así también, Jameson, pone en los E.C. una especie de reemplazo del marxismo, contenido en lo podría ser un proyecto en gran parte político. Es en parte lo que Hall, llamaría la dialéctica entre conocimiento y poder: Los Estudios Culturales, como problemática diferenciada, emergen en uno de tales momentos, ocurrido a mediados de los años ’50. Por cierto no fue ésa la primera vez que sus interrogantes características habían sido puestas sobre el tapete. Por el contrario. Los dos libros que ayudaron a delimitar el nuevo territorio -Uses of Literacy de Hoggart y Culture and Society de Williams- fueron ambos a su manera obras (parcialmente) de rescate. (Hall, 1994:1).
Pero incluso antes de proclamar estas banderas como base del nuevo proyecto de Estudios Culturales, ya los estudios sobre la recepción y los medios de comunicación masivos iban tomando otra vía.
Se podría afirmar que los cambios sociales ocurridos desde los sesenta hasta los ochenta, son en gran parte los responsables del surgimiento de los estudios culturales. El posfordismo, el posmodernismo, la contracultura, afectan el curriculum tradicional universitario y cambian la relación de la diversidad con la hegemonía.
Lo paradójico de la historia temprana de los estudios culturales en el mundo anglosajón es cómo pudo proliferar y llegar a un nivel casi hegemónico dentro de la academia, por lo menos en ciertas instituciones, un programa vinculado más o menos directamente con la militancia política de los setenta –la Nueva Izquierda, el marxismo althusseriano o neogramsciano, la teoría feminista y el movimiento de 27
las mujeres, el movimiento de los derechos civiles, la resistencia contra las guerras coloniales o imperialistas, la deconstrucción- en medio de una época políticamente muy reaccionaria como fue la de Reagan o Thatcher. (Beverley, 1998:3)
Es importante señalar el desarrollo emprendedor e independiente del concepto de articulación que hizo la Escuela de Birmingham en un momento crucial de su historia, “cuando las intersecciones de
raza,
género y clase se tornaron un
problema teórico urgente” (Jameson, 1998:19).
Jameson, recurre a Catherine Hall, para explicar la dificultad de estos aspectos: “No creo que tengamos, hasta ahora, una teoría sobre la articulación de la raza, la clase y el género ni sobre las formas en que estas articulaciones pueden funcionar. A menudo los términos se generan como una letanía, para probar su corrección política, pero ello no necesariamente significa que los análisis
que
modos
de
siguen verdaderamente impliquen una comprensión del
funcionamiento de cada eje de poder en relación con los otros. En verdad, es extremadamente difícil realizar ese trabajo porque el nivel de análisis es necesariamente muy complejo, con diversas variables en juego al mismo tiempo”.
(Hall, citado por Jameson, 1998:19)
Esta articulación, se torna entonces como uno de los principales retos teóricos de los Estudios Culturales. Para el autor, esto podría ser también un llamado a la reflexión que puede ser tratada en diferentes áreas.
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El “materialismo cultural” de los Estudios Culturales
Los enfoques de los últimos años han ahondado más en los aspectos culturales y contextuales de la audiencia que en los procesos de codificación/decodificación6 planteados inicialmente por Stuart Hall a principios de los años 70 (Hall, 1973).
Esta mirada, implicaba lo que se podría denominar una “democracia semiótica” (Fiske, 1987), en la cual, cada receptor tiene la libertad de hacer lo que quiera con el mensaje. Esto cambia el panorama y presenta una nueva lógica del poder, basada en una (supuesta) posibilidad de libertad, y de posibilidad real de elección, lo que también implícitamente reafirma que existe esa necesidad de escoger.
Ese conflicto de significados que se libra constantemente en el terreno del consumo, tiene un inicio en la codificación, donde la articulación de signos se construye (como una estrategia) y tiene su punto de llegada en la descodificación, donde se desarticula el sentido propuesto en el mensaje, provocando una reconstrucción del mismo, que depende en gran parte del contexto del receptor y de otras influencias principalmente sociales (más que estructurales, pues más adelante veremos como Estudios Culturales prácticamente excluye el tema estructural del campo de juego).
6 En los años 70, los trabajos del culturalista inglés Stuart Hall captaron gran protagonismo en el desarrollo y consolidación de las investigaciones en recepción que se practicaron años después en el marco de Estudios Culturales. “El modelo tuvo como eje el reconocimiento de la polisemia de los textos mediáticos” (Saiz, 2006).
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En estos planteamientos, yace además un carácter sociocultural, que toma distancia de los planteamientos funcionalistas e incluso de los estructuralistas, dejando de lado el análisis único de los medios y los mensajes, para entrar a analizar los procesos de recepción activos, de construcción de sentido y de resistencia simbólica que se configuran en la cotidianidad de los individuos, ya sea en el ámbito personal, así como inmersos en determinados grupos sociales.
Como punto álgido de éste recorrido, Richard Johnson (1986), hace un interesante esbozo sobre lo que implica el término cultura, como concepto fundamental en los estudios culturales: “Hemos afirmado que la ‘cultura’ tiene valor como recordatorio, pero no como categoría precisa. Raymond Williams ha ahondado en su inmenso repertorio histórico. No hay solución a esta polisemia; es una ilusión racionalista pensar que podemos decir: “de aquí en adelante este término significará...”, y esperar que toda historia de connotaciones (para no decir todo un futuro) vayan a calzar con ese término” (Johnson, 1986:13).
De esta manera, Johnson afirma que los términos clave son “conciencia” y “subjetividad”, que en un entorno contemporáneo adoptan algunas abstracciones de Marx y son materia prima para los Estudios Culturales.
El teórico norteamericano, Fredric Jameson (1998) propone una especie de agenda actual, en la que se incluyen los conceptos de grupos, articulación y espacio. El autor hace referencia a Catherine Hall, la autora de un estudio de la mediación ideológica de los misionarios ingleses en Jamaica, que luego de observar que “’si la historia cultural no forma parte de los estudios culturales, 30
entiendo que hay un serio problema’, afirma que “el encuentro entre la historia establecida y los estudios culturales ha sido extremadamente limitado en Gran Bretaña” (Jameson, 1998:271).
En ocasiones, pareciera que el recorrido tiende a mostrar una cara de Estudios Culturales, como una corriente posmodernista, donde simplemente se reemplazan las discusiones sobre la política ideológica por aquellas centradas en la imagen y la cultura mediáticas, la supresión de los límites entre lo alto y lo bajo, y el pluralismo de los microgrupos.
Pero para hallarle un sentido filosófico a Estudios Culturales, plantea Jameson, es importante establecer esa relación tradicional entre éstos y el marxismo, pues pueden ser entendidos como un “sustituto” o un desarrollo del mismo, más allá de sus profundas diferencias.
El término “materialismo cultural” fue planteado inicialmente por Raymond Williams, y para Jameson, es una de las pruebas de la voluntad política y el compromiso con el cambio social que tuvieron los Estudios Culturales desde el grupo de Birmingham; pero que, como es natural, en este contexto sufre transformaciones y reinvenciones al salir de las fronteras y llegar, por ejemplo, a Norteamérica donde la concepción de la teoría y la utilidad de los estudios comunicativos son de otra índole.
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¿Qué tan libres y “poderosos” son los receptores?
“Los ensayos de los estudios culturales generalmente llegan a la conclusión de que los textos de los medios, en virtud de su contenido (según lo interpreta cada autor de esta escuela, influyen en las audiencias de modos fácilmente imaginables.” (Lull, 1997)
La llegada a escena de los Estudios Culturales, trajo consigo grandes cambios en las metodologías. A fines de los 70 el cambio de enfoque hacia los contextos de recepción, causó nuevas demarcaciones del territorio del consumo 7, dispersas en términos como “hogar”, “familia” o “vida doméstica”, consolidando la importancia de las dimensiones cotidianas, sociales, políticas y económicas de los espacios de recepción.
Morley, insistió en las nuevas posibilidades que el modelo de estudios culturales, en especial las premisas planteadas por Hall y las de la etnografía de la audiencia introducían a los análisis, encontrando además, un valioso potencial para tratar lo que describió como la "apertura interpretativa de los textos" (Morley, 1996).
En su análisis sobre el programa inglés Nationwide (1978), Morley comprueba que existen diferenciaciones en la lectura de los “textos”, de acuerdo al medio social, la edad y el sexo. En parte, el objetivo del estudio, era comprobar los planteamientos 7 García Canclini define el consumo como “el conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiación y los usos de los productos. Esta ubicación del consumo como parte del ciclo de producción y circulación de los bienes permite hacer visible, (…), aspectos más complejos que los encerrados en ‘la compulsión consumista’” (García Canclini, 2006)
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de Hall, sobretodo aquel que propone los tres tipos de modos o lecturas que hacen los receptores al acoger o modificar el sentido de un texto, son estos la lectura dominante, la lectura negociada y la lectura de oposición.
“Según el modelo de Hall se puede identificar el contenido ideológico de cada mensaje, pues refleja su adhesión al sistema ideológico preferente y se transmite a través de los procesos de codificación. Por otra parte, la irreductible polisemia del texto y las peculiaridades del receptor justifican, en cualquier caso, la posibilidad de que se realicen diferentes decodificaciones, más o menos coherentes con las intenciones comunicativas del emisor, y en caso extremo, incluso aberrantes” (Casseti, 1999:300)
Básicamente, lo que Morley hizo fue abrir (y complicar) un poco más el esquema de Hall. Inicialmente, la relación poder – recepción, en este campo de la teoría, tenía como eje central la lucha de clases, y de hecho, Hall parte de ahí. Pero tras su estudio, Morley incluyó otros factores, como la diferencia de edad, raza y de roles sexuales. Confrontando los estudios feministas, y teniendo como bases sociológicas a investigadores como Giddens, Bourdieu y Certeau, abandona la interpretación centrada sólo en la clase social. Como se mencionó previamente, un elemento clave en la "vocación política" de Estudios Culturales era la cuestión de la cultura popular: si bien, la Escuela de Frankfurt, dio paso al estudio académico de la “cultura de masas”, su visión negativa de la misma, hacía que se plantease como una
“...especie de lavado de cerebro capitalista; la relacionaba con el fascismo porque en los treinta éste era el contexto político inmediato para Adorno y sus 33
compañeros. Pero en los Estados Unidos y Gran Bretaña la cultura de masas tiene un contexto más democrático: está relacionada con el "New Deal", con el gobierno laborista de Gran Bretaña (…), el "welfare state". Para nosotros, la cultura de masas es el cine de Hollywood, o EIvis o los Beatles, y no los espectáculos de los Nazis. Por lo tanto, no tenemos tantas reservas ante ella”. (Beverley, 1998:5)
Aquí de nuevo es pertinente preguntarse sobre lo “que puede ser” la cultura. Es normal y comprensible, por ejemplo, que al nombrarla se le relacione estrechamente con el tema de la raza.
“Hoy los individuos y grupos combinan los recursos familiares que van desde la comida, el lenguaje y los ritos religiosos hasta los programas de televisión y la música popular según repertorios culturales distintivos o “conjuntos de herramientas” que utilizan para dar forma a los hábitos”. (Lull, 1997:150)
Existen numerosos recursos culturales que modifican esos modos de acción y tácticas que continuamente ponen en movimiento los seres humanos. Si bien, años atrás al hablar de una cultura determinada, o de una raza en particular tenía que ver más con una frontera y ubicación geográfica particular, ahora estas definiciones son mucho más complejas y ambiguas, cambiando los cánones de la “estabilidad étnica y cultural” (Lull, 1997). Así mismo, raza y clase social están íntimamente ligadas y ambas provocan diferencias culturales, que comúnmente se prestan para caer en estereotipos. “Dicho de otro modo, la posición que tiene una persona no es sólo cuestión de status financiero, sino también una demarcación cultural. De hecho, parte de la
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teoría marxista, se sustenta en el hecho de que la cultura es determinada por la estructura social, “fuerzas exteriores a ella” (Lull, 1997).
Sin embargo, Lull, haciendo la separación entre cultura y simple ideología, aclara que: “Cualquier teoría que considere la cultura como algo determinado por fuerzas exteriores, no reconoce los modos vitales y creativos que tienen las personas de producir cultura en las actividades rutinarias de su vida cotidiana.” (Lull, 1997: 94)
Pero, más allá de las modificaciones de Morley al esquema de Hall, se podría decir que en la síntesis británica de los estudios de comunicación, la posición que tomaron y que en términos generales siempre se ha mantenido firme, fue la de dar un poder mayor a las audiencias, de manera que cada persona debe ser capaz de escoger sus formas de expresión, uso y sentido, en el plano de los usos sociales.
“…los estudios recientes sobre las audiencias en el campo de la comunicación pueden caracterizarse, en líneas generales, por dos premisas: a) que la audiencia siempre es activa (…), y b) que el contenido de los medios de comunicación es “polisémico” o abierto a la interpretación”. (Morley, 1996)
Como era de esperarse, la mayoría de las reservas que han surgido en contra, o cuestionando estos planteamientos de los estudios culturales, apuntan a si en realidad existe ese “nivel” de autonomía durante el consumo. En su crítica al respecto, James Curran (1990), se pregunta si está visión no implicaría una
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“negación del poder de los medios de comunicación y un abandono del interés por la vertiente política de la comunicación.” (Morley, 1996)
De la misma manera, John Corner (1991), sostiene que la forma en que el tema del poder tiende a ser desplazado en los debates actuales, representa “una forma de quietismo sociológico… donde el creciente énfasis en los micro procesos de las relaciones de la visión desplaza… el interés por las macro estructuras de los medios de comunicación y la sociedad” (Corner; citado por Morley, 1996:418).
Morley, le responde cuestionando la relación que plantea entre lo macro y lo micro, pues la primera se construye y se reproduce a partir de la segunda, lo que impide darle a lo macro el status de estructura real preconcebida, como lo plantea Corner.
En general, argumenta Morley, los estudios británicos se interesaron más “por las perspectivas etnometodológicas: no para abandonar los enfoques macro a favor de los micro, sino para articular mejor el análisis de unos y otros.”
Morley, destaca la formulación del concepto de “negociación” que presenta Gledhill (1988) y que resulta tan esclarecedor a la hora de evitar una perspectiva determinista en Estudios Culturales.
Allí, la noción de negociación, entra a reemplazar el de “efectos” y el concepto de hegemonía, reemplazando al de ideología dominante. Además, los procesos 36
generales “macro”, operan a través de “manifestaciones micro de poder”, las actividades concretas de la vida cotidiana. Afirma Francesco Casetti, que la lectura negociada, “es típica de quienes se identifican con un segmento social opuesto al del emisor, cuyas intenciones comunicativas no reconocen, por lo que crean significados alternativos, más o menos distorsionados, dirigidos a agudizar la diferencia social”. (Casetti, 1999:300)
En este punto y con relación a esas actividades de la micro-política – como escenarios de poder en sus mínimas expresiones -, también juega un papel importante el concepto de habitus de Pierre Bourdieu, entendiendo que no son hábitos, y que no se valen de la aplicación de “rutinas y reglas fijas”, sino que más bien, “proporcionan la base de variaciones estructuradas, de mismo modo que los músicos de jazz, improvisan en torno a un tema” (Murdock, 1989). El habitus, comprende un abanico amplio de actividades culturales, que conjuntamente,
“...definen un sistema de predisposiciones y actividades culturales aprendidas socialmente que diferencian a las personas por sus estilos de vida (…). Si bien se afirma que el habitus justifica el gusto, no se trata de un frío sistema de estética desconectado del mundo de los sentidos; el habitus penetra en nuestros cuerpos, tanto como los espírutus”. (Lull, 1997)
Así se presentan dos vertientes (que igual podrían ser muchas, por sus mismos dilemas e indeterminismo). Por un lado, la posiblemente ingenua premisa de que cada uno escoge y da sentido deliberadamente a los productos que le llegan; y de otro lado, la que dice que la relación entre los medios y su público, no debe considerarse directa, ni alienante, ni automática. 37
“La cultura “popular” o de “masas” no es una expresión artística liberada de las restricciones de clases, ni el efecto puro de una dominación: es una relación negociada, pero con ventaja para los medios dominantes”. (Maigret, 2005:253).
En esta lucha o, para algunos, negociación, ¿Quién tiene realmente la ventaja? ¿Acaso son las audiencias con su capacidad para transformar e interpretar los mensajes, o los medios que desde su posición dominante influyen fuertemente sobre las preferencias, usos e interpretaciones de los receptores?
El sociólogo francés Daniel Dayan, cuyo trabajo se orienta hacia el estudio de las audiencias y la tipología de los públicos, plantea el dilema de la siguiente manera, partiendo del hecho que los estudios actuales de recepción, en su mayoría, dotan al espectador de una gran capacidad crítica, que ayuda a construir de forma activa, el sentido de los programas:
“Al reconocer la actividad de los telespectadores, la libertad intrepretativa de la que éstos disponen y, en consecuencia, la relativa capacidad que tienen para resistir a la influencia de la televisión, los estudios de la recepción habrían abrazado la tesis que subraya el aspecto soberano del “uso” que los receptores reservan a los medios. Por otra parte, al confirmar sus ‘efectos limitados’, tales estudios probarían la inocuidad de los medios” (Dayan, 1997:18).
Dayan, también destaca el hecho de que los textos que finalmente llegan a las audiencias, han pasado por numerosos procesos de construcción e incluso de 38
control. El discurso, por ejemplo, de un programa de TV, ya ha sido tratado por varias “instituciones interpretativas”, que incluyen aquellos relacionados con los anuncios publicitarios y los esquemas de programación.
“Se observa que el encuentro entre el texto y su lector no se hace en el vacío; que está dominado por estructuras de poder. Poder que se deriva del hecho de que
los espectadores pertenecen a públicos y
que esos públicos
están
construidos. Poder que se deriva también del hecho de que el encuentro entre un texto y su lector jamás es inaugural” (Dayan, 1997:18).
Se podría afirmar, que es cierto que el lector realiza un trabajo productivo, que está cobijado por un contexto, como diría Certeau, pero que a su vez está limitado o al menos presionado por determinadas condiciones que están implícitas en el mismo texto, y provienen de las instituciones que lo producen y del mismo contexto en que se encuentra. Más allá de la “Democracia Semiótica”
Una visión de los Estudios Culturales que ha acaparado gran parte de la atención y aceptación – en especial en la corriente norteamericana - es la, previamente mencionada, obra de John Fiske (1987) sobre la “democracia semiótica” que centra las discusiones sobre el poder y el uso de los relatos mediáticos en el texto, y más específicamente en la descodificación del texto, proclamando la autonomía de la audiencia y la victoria, casi que absoluta, del pluralismo posmoderno sobre la influencia del contexto, del medio, de las estrategias, y los efectos del mensaje. Éstas, quedan reducidas y puestas a merced de lo que elija el espectador, de los giros que le de al texto y que casi siempre, según Fiske, responden a lo que él llama movimientos de liberación de los lectores. 39
“La valoración implícita del placer de la audiencia, en esa obra, desemboca fácilmente en un relativismo cultural que, como Curran observa, se incorpora de inmediato a una retórica neoliberal populista que abandonaría cualquier preocupación por las funciones y los valores culturales (…) para justificar las posturas de los liberalizadores deseosos de acabar con cualquier tipo de radio y televisión públicas”8 (Morley, 1992:428).
Fiske, también ha regresado de cierta manera a la obra de De Certeau (1984), y en particular, al concepto de la táctica del débil, “al obtener subrepticiamente ventajas materiales y simbólicas en los intersticios de las instituciones y estructuras dominantes, controladas por las estrategias de los poderosos” (Morley, 1992:431), aunque (Morley) advierte los peligros de una lectura parcial que pueda idealizar el elemento de la resistencia popular. Si según De Certeau, “la táctica es el arte del débil”, ¿qué tipo de “arte” practican los consumidores ante la avalancha de información que reciben?
Tanto Morley, como Curran (1987), reconocen en estos puntos varias problemáticas. La primera de ellas, tiene que ver con la exclusión que aquí se hace de lo social como punto directriz, igual de importante que el mismo texto. Plantear de entrada el flujo (del mensaje) como fuente de resistencia, demuestra cierta lectura valorativa del modelo conceptual, que define la ideología como el “(mal) proceso de fijación de los significados” y la (buena) resistencia como la desestabilización de los mismos (Morley, 1992:430).
8
Agrega Morley, citando a Seiter (1989) que “...corremos el riesgo de validar continuamente el dominio de Hollywood del mercado mundial de la televisión” lo que resultaría ser un curioso destino para la trayectoria de los Estudios Culturales y de comunicación.
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A pesar de ésta visión crítica y el hecho de que ambos autores coincidan en sus cuestionamientos hacia las corrientes que dan exagerado poder a las audiencias, en Morley parece perdurar cierto centrismo (no total, pues ha sido siempre partícipe y “respetuoso” del esquema de Hall, con todo y sus modificaciones), que ha sido justamente causa del quietismo sociológico que criticaba Corner a los Estudios Culturales.
Hay que decir en este punto, que si bien es cierto que en el flujo está el principal “momento” de poder que tienen las audiencias, es necesario mirar las condiciones en las que se da ese flujo. Los mismos Estudios Culturales, en especial los británicos, han pregonado que los contextos son semióticos pues son un elemento clave del proceso social y de ellos se desprenden, en gran medida, la producción de sentido y el consumo de los bienes culturales.
Aunque no me gustaría en absoluto regresar a un modelo que considere a los espectadores como “tarugos culturales”, la cuestión que plantean es seria, entre otras cosas debido a que, como ellos mismos observan, este modelo “afirmativo” tiende entonces a justificar el abandono de todas las cuestiones relativas a las fuerzas económica, políticas e ideológicas que intervienen en la construcción de los textos, basándose en la suposición (infundada) de que la recepción, de algún modo, es la única etapa que al fín y al cabo resulta relevante en el proceso de la comunicación (véase también Frith 1990). (Morley, 1992:432)
¿Qué tan resignadas entonces deben estar las audiencias/lectores frente al tipo de bienes culturales que les ofrece el sistema y los medios de comunicación? Se podría caer en la trampa de creer por completo que la llamada “polifonía social” no 41
es más que manipulación oculta, lo que no es del todo cierto y se muestra más como otro dispositivo de carácter retórico. Acudiendo a las lecturas de Fiske (1989) y Hebdige (1978), la lectura no tiene más remedio que circular por un sistema impuesto, en el que, como reconocen, se aplican estrategias para propiciar determinadas lecturas preferidas o condicionar la negociación que los usuarios iban a establecer con los signos.
Es por eso, que si se parte de la premisa que menciona Michel Foucault en su obra Vigilar y Castigar (2002), en la cual señala que “donde hay poder hay resistencia”, se puede apreciar con mayor claridad la manera en que las perspectivas actuales han pasado de centrarse en el por qué, para preguntarse por el cómo y para qué se generan las respuestas o micro-resistencias de los noproductores/consumidores a los productos que generan, elaboran y distribuyen las fuerzas políticas, económicas, mediáticas y socioculturales “externas” 9.
La visión de Foucault aclara en gran medida el panorama sobre cómo se puede entender el poder en las perspectivas actuales de la comunicación. Según el filósofo y sociólogo francés, “más que analizar el poder desde el punto de vista de su racionalidad interna, consiste en analizar relaciones de poder a través del antagonismo de estrategias” (Foucault, 1983), trayendo a escena las diferentes formas de dominación, en las que, por ejemplo, el estado y otras instituciones adquieren un papel central. 9
Aquí se podría armar otra discusión en torno a la “externalidad” de dichas fuerzas, pues en ocasiones resulta difuso el rol que desempeñan productores y receptores; además, lo que en términos de Foucault se podría denominar como relación entre poder y subjetividad. En palabras de Certeau, se habla de que en el ambiente de la disciplina, los sujetos tienden a convertirse en “principio de su propio sometimiento”. Abal Medina, agrega que “no hay tal relación de externalidad que posibilite estudiar por un lado, las prácticas de poder del sujeto dominante (la estrategia) y por otro, sus 'contrapartidas' (las tácticas)”.
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En cierto momento, el poder fue ejercido por iniciativas privadas, sociedades de bienestar, benefactoras y filántropas. Incluso antiguas instituciones, como la familia, fueron movilizadas para llevar adelante funciones pastorales. También fue ejercido por estructuras complejas tales como la medicina, (…) como las ventas de servicios basadas en los principios de una economía de mercado; como instituciones públicas, tales como los hospitales. (Foucault, 1983:11)
Se habla de cierto tipo de “individualización” que está ligada a estas instituciones y que de alguna manera, su existencia representa el antagonismo en las discusiones que en los últimos años abordan especialistas en el tema del poder, la política y la comunicación. Es esta última la que, en cierto sentido, garantiza el aprendizaje de actitudes o tipos de comportamientos, es desarrollada por medio de series de comunicaciones “sistematizadas” (lecciones, preguntas y respuestas, órdenes, exhortaciones, signos codificados de obediencia, encierro, vigilancia, etc.). De manera más sintética, Foucault afirma que:
En sí mismo el ejercicio del poder no es violencia, tampoco es consentimiento, que implícitamente es renovable. Es una estructura total de acciones traídas para alimentar posibles acciones; el incita, induce, seduce, hace más fácil o más difícil, en el extremo, el constriñe o prohíbe absolutamente; es a pesar de todo siempre, una forma de actuar sobre un sujeto o sujetos actuantes en virtud de sus actuaciones o de su capacidad de actuación. Un conjunto de acciones sobre otras acciones (Foucault, 1983:17)
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Cuando se habla de “micro-resistencias” por parte de Certeau, tiene que ver justamente con el hecho de que las tácticas – a diferencia de las estrategias carecen de un lugar propio, su existencia se da en función de las oportunidades que se presentan en el momento de la recepción, por lo que parecen destinadas a ser efímeras, dispersas y carentes de un discurso homogéneo. Paradójicamente, si estas resistencias fueran una práctica sostenida en un sentido macroorganizado, dejarían de ser prácticas. Como lo explica Certeau:
“(...) la táctica depende del tiempo, atenta a ‘coger al vuelo’ las posibilidades de provecho. Lo que gana no lo conserva. Necesita constantemente jugar con los acontecimientos para hacer de ellos ‘ocasiones’. Sin cesar, el débil debe sacar provecho de las fuerzas que le resultan ajenas”. (Certeau, 1980:50)
Además de esto, y para señalar brevemente, se debe sumar la noción de sociedades disciplinarias de Foucault 10 en Vigilar y Castigar (1975), donde señala que el poder actúa en los procedimientos más ínfimos y cotidianos de la sociedad, produciendo sujetos disciplinados y normalizados. No obstante, en su limitado terreno de actuación,
hay procedimientos populares que juegan con los
mecanismos de la disciplina. Por este tipo de dilemas, es que también resulta anacrónico hablar de subordinados y dominadores en un sentido estricto de la palabra.
10 Foucault apunta en este sentido que “las disciplinas han llegado a ser en el trascurso de los siglos XVII y XVIII unas fórmulas generales de dominación. Distintas de la esclavitud, puesto que no se fundan sobre una relación de apropiación de los cuerpos, es incluso elegancia de la disciplina prescindir de esa relación costosa y violenta obteniendo efecto de utilidad tan grande por lo menos”. (2002:83)
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Las rutas de la recepción crítica
Ya no se trata (sólo) de pensar en la productividad del poder, del ejercicio del poder; sino en la productividad de las micro-resistencias movilizadas a partir de las prácticas cotidianas; porque “no hay prácticas sin uso”, por eso Certeau habla de practicantes y no de consumidores (Abal Medina, 2007:2).
Aunque las audiencias, afirma Morley, estén en condiciones de resemantizar los discursos y hasta de subvertirlos, los escenarios actuales, muy marcados por un nuevo revisionismo y la extensión de lo retórico a los contextos y procesos comunicativos, sugieren que los cambios que actualmente se dan en los medios de comunicación, carecen de cambios de fondo; o como lo menciona Guillermo Sunkel: “no están afectando sustancialmente ni al modelo de producción televisiva ni a la relación de los públicos — especialmente de las mayorías — con la televisión” (Sunkel, 2002:287) (por citar un ejemplo con éste medio).
En el estudio de la telenovela Martín Barbero se preguntaba por el sentido que puede tener esa investigación en un contexto de profundas transformaciones de la televisión. Su respuesta era que “si el medio está en trance de sufrir numerosos cambios, la mediación desde la que ese medio opera social y culturalmente no parece estar sufriendo modificaciones de fondo” (Barbero, 1987:232 citado por Sunkel, 2002, 292).
En las teorías latinoamericanas, es curioso ver cómo ha existido cierta falta de consenso en torno al paradigma hegemónico. Sin embargo, lo que por mucho
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tiempo ha prevalecido es una mordaz crítica a las teorías anteriores que privilegiaban al emisor, y ponían al receptor a merced de lo que las industrias culturales usaran “para dominarlo”. Aún así, el debate en los últimos años ha permanecido abierto, y algunas voces han criticado lo que llaman recepcionismo, de parte de las teorías latinoamericanas (incluso se le califica de neopopulista, de parte de algunos autores).
Alejandro Grimson y Mirta Varela (2002), anotan que “una concepción de la cultura contemporánea como “totalidad empírica” implica necesariamente una lectura de las oposiciones y resistencias como “funcionales” a la reproducción del sistema”. Y con respecto a este mencionado populismo que implique una “autonomía y resistencia plena de los sectores populares perdiendo de vista sus múltiples alianzas con sectores dominantes que contribuyen significativamente a mantener su propia situación, las consecuencias de un dictamen de “inutilidad” de todas esas tácticas y estrategias puede acabar en una resignación definitiva frente a las condiciones existentes” (Grimson, Varela, 2002:164).
En términos pragmáticos, cualquier tipo de supresión teórica puede resultar perjudicial para el objetivo de llegar una mirada holística y precursora de cambios. De hecho, es común que algunos autores renuncien a la noción de hegemonía, dejando de lado las notables diferencias y desigualdades que pueden surgir entre el mundo de los sujetos y las estructuras en las que están inmersos los medios: “(...) actualmente la corriente más preocupante es el neopopulismo recepcionista, (...) Uno de los problemas se vincula con el efecto teórico derivado de una dificultad metodológica de las investigaciones sobre audiencias: ¿Pueden observarse y comprenderse las relaciones de los sectores populares con los
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medios limitándose a interrogar a esos sujetos acerca de su relación con los mismos y asumiendo su respuesta como realidad empírica?” (Grimson, Varela,
2002:164)
Si en los Estudios Culturales (británicos) de por sí existe de manera muy marcada el ejercicio continuo de la autocrítica, en los Estudios Culturales latinoamericanos parece prevalecer la misma premisa. Otro autor que Grimson y Varela destacan en este campo, es el argentino Héctor Schmucler, quien también se ha reconocido por sus cuestionamientos al carácter “recepcionista” y la forma como, por ejemplo, lo platea el politólogo y filósofo – también de origen argentino - Oscar Landi 11 para quien “a través de la revisión de las teorías de los efectos que fueron descartadas (...) con una liviandad propia de las perspectivas posmodernas reinantes, “hemos llegado a creer que todo lo que se había sostenido fue el error de una ciencia precaria, o de la tozudez de ideologías paranoides” (Landi, 1992:62). Lo cual ha llevado a postular “con alivio” que los efectos no existen y el receptor pasó sucesivamente de esclavo a amo”.
Schmucler, desde su posición de sociólogo y “opositor” de ésta corriente, argumenta al respecto que: (…) la gente hace algo con los medios, después de que los medios hicieron a la gente de una manera determinada. (...) deberíamos reconocer nuestra irrisoria situación: negamos los efectos de la comunicación masiva deslumbrados por los fuegos con que la ‘cultura mediática’ celebra su triunfo. (Schmucler, 1992; citado
por Grimson, Varela, 2002:162). 11 Oscar Landi, publica en 1992 “Devórame otra vez. Qué hizo la televisión con la gente. Qué hace la gente con la televisión” que marcaría uno de los hitos del debate de la recepción, los usos y la relación “consumos, mercado y política”.
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En medio de las teorías de la recepción, que dan esa superioridad a los consumidores, y los dota de gran autonomía y capacidad de elección, Schmucler advierte sobre los peligros de equiparar la posible “libre elección del consumidor” con la concepción de “libertad”. Se trata pues, de ver cómo se constituye esa voluntad y no tanto de cómo se ejerce. Los simples índices de desigualdad social, acceso a la educación y nuevas tecnologías, problemas sociales, políticos y económicos, sirven para cuestionar qué tan lejos en realidad está la imagen de individuos enajenados de los que se hablaba hace varias décadas. Si éstos fueran conscientes y tuvieran esa capacidad de usar los elementos de la cultura masiva para su beneficio, no habría “elementos disfuncionales”. En cambio, dice algo irónicamente Schmucler, habría “armonía total”. (Schmucler,1994: 23 citado por Grimson, Varela, 2002:162).
Si existe una globalización como una construcción de sentido hechas desde las empresas transnacionales y desde las multilaterales de crédito, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, y si la imposición del poder genera su propia dialéctica, entonces deben existir otras dinámicas a la vez correlativas y contradictorias a la globalización dominante. Y quizá estas dinámicas expresen la presencia de una globalización de resistencias, de luchas contrahegemónicas, de redes de acción y participación social. (Dávalos, 2002: 355)
Finalmente, resulta bastante interesante mencionar los aportes del ecuatoriano Pablo Dávalos, quien de manera también muy directa, cuestiona el papel y la constitución como tal de Estudios Culturales. Partiendo del hecho de que desde su planteamiento han estado ligados a lo institucional, Dávalos arremete contra el 48
discurso “oficialista” que mayoritariamente ha surgido y cuyas particularidades podrían equipararse a las del posmodernismo.
Aunque el mismo autor reconoce que ésta equivalencia histórica y teórica puede ser problemática (no da muchas pruebas de ello), si afirma que los Estudios Culturales, resultan “sospechosos” desde sus inicios: “En efecto, nacen con un pecado de origen, se generan desde una estructura institucional determinada: las universidades anglosajonas. Esta génesis dentro de un campo determinado por las relaciones entre el saber y el poder cuestionan su status epistemológico y su horizonte de posibles”. (Dávalos, 2002: 355)
Es a partir de esa estrecha, histórica y casi que inherente relación entre saber y poder, que se generan propuestas teóricas que difícilmente pueden “liberarse” del entramado institucional de poder que: “...codifica la producción del saber dentro de estrategias de dominación política y económica, en la ocurrencia, los centros del saber académico de los países anglosajones, países con una amplia trayectoria imperial (en el sentido que Negri da al término) e imperialista (en el sentido que Lenin otorga al concepto)”. (Dávalos, 2002:359)
Como se puede apreciar, la concepción de Dávalos se inclina hacia cierto extremismo ideológico, pero quizás lo más importante de todo esto, es el hecho de que surjan críticas desde diferentes aristas, hacia algunas de las posturas que ha tomado la corriente de Estudios Culturales en los últimos años. Entre las más destacadas, están las que consideran que su accionar ha pasado más por lo
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académico, en lugar de permanecer del lado de los actores sociales. Se busca reivindicar una producción del saber hecha desde la historia y sus actores.
Si la producción de la verdad está condicionada por relaciones de poder, entonces, en esa dialéctica del poder, las resistencias al poder tienen también producciones de verdad y de sentido que no son aquellas del poder, y que se construyen justamente para delimitar, constreñir y resistir al poder. (Dávalos, 2002:360)
Quedan aún pendientes temas de tal trascendencia como la relación entre consumo y acceso, como tema álgido en el “panorama comunicacional del siglo XXI que se caracteriza por el dramático aumento en la cantidad de imágenes, información y datos que se difunden a través de un espectro cada vez más amplio de medios, dispositivos y redes” (Sunkel, 2002:293) y como punto determinante a la hora de hablar de las posibilidades de acción que puedan tener los sujetos. Así mismo, se puede pensar en las formas mediante las cuáles Estudios Culturales puede hacer mayor énfasis y propiciar desde los círculos de la educación y las instituciones, las propuestas en torno a la recepción crítica 12, tal vez la salida más propicia en una época en la que las subjetividades postmodernas
parecieran ser en sí mismas “estrategias” que apuntan a las
identidades, pero sujetas a un “statu quo” cultural y político.
Mientras que los crecientes cambios tecnológicos e informacionales por los que atraviesa la sociedad parecen ser cada vez más vertiginosos, pareciera que no 12 Sunkel destaca otros autores no mencionados aquí como los del chileno Valerio Fuenzalida y el mexicano Guillermo Orozco.
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ocurre lo mismo en otros aspectos sociales. Por eso se hace necesario marcar ciertos límites y mostrar posibilidades de estas nuevas transformaciones, partiendo del hecho de que cada tiempo exige de parte de los líderes académicos, intelectuales, artísticos y políticos las acciones que permitan marcar distancia (moderada) con los individuos,
y realizar las debidas autocríticas, tal y como
parece ocurrir en el campo teórico y de manera permanente en los últimos años.
La investigación sobre consumo cultural es un proyecto inacabado y en pleno desarrollo que requiere enfrentar un conjunto de inquietudes tanto desde el punto de vista teórico, como de sus usos sociales y políticos. (Sunkel, 2002:293)
Mientras todo parece comportarse como una industria, y las posibilidades de acción sean pocas, ¿es posible que justamente lo que buscan las estrategias es crear “la sensación” de que se generen lecturas modificadas y negociadas a la ideología dominante que aparece en los medios y circuitos de comunicación?
Surge además la siguiente pregunta: ¿Qué han hecho las organizaciones de consumidores, los grupos políticos, las comunidades interpretativas y los mismos medios de comunicación para propiciar e incentivar lecturas conjuntas de parte de los consumidores, que realmente representen sus intereses y se conviertan en un verdadero referente a la hora de realizar productos de información y entretenimiento para los públicos masivos?
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