Antologia poetica

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Antología poética Poemas que llegan al alma y cautivan el corazón.

Angy Zaldúa 11-01 Amanda Baquero

06-11-1014


Poema I Nocturno I José Asunción silva A veces, cuando en alta noche tranquila, Sobre las teclas vuela tu mano blanca, Como una mariposa sobre una lila Y al teclado sonoro notas arranca, Cruzando del espacio la negra sombra Filtran por la ventana rayos de luna, Que trazan luces largas sobre la alfombra, Y en alas de las notas a otros lugares, Vuelan mis pensamientos, cruzan los mares, Y en gótico castillo donde en las piedras Musgosas por los siglos, crecen las yedras, Puestos de codos ambos en tu ventana Miramos en las sombras morir el día Y subir de los valles la noche umbría Y soy tu paje rubio, mi castellana, Y cuando en los espacios la noche cierra, El fuego de tu estancia los muebles dora, Y los dos nos miramos y sonreímos Mientras que el viento afuera suspira y llora! ¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos, cuando sobre las teclas vuelan tus manos!

POEMA II Nocturno II José Asunción silva

Poeta!, di paso Los furtivos besos!... ¡La sombra! Los recuerdos! La luna no vertía Allí ni un solo rayo... Temblabas y eras mía. Temblabas y eras mía bajo el follaje espeso, Una errante luciérnaga alumbró nuestro beso, El contacto furtivo de tus labios de seda... La selva negra y mística fue la alcoba sombría... En aquel sitio el musgo tiene olor de reseda... Filtró luz por las ramas cual si llegara el día, Entre las nieblas pálidas la luna aparecía...

Poeta, di paso Los íntimos besos!

¡Ah, de las noches dulces me acuerdo todavía! En señorial alcoba, do la tapicería Amortiguaba el ruido con sus hilos espesos Desnuda tú en mis brazos fueron míos tus besos; Tu cuerpo de veinte años entre la roja seda,


Tus cabellos dorados y tu melancolía Tus frescuras de virgen y tu olor de reseda... Apenas alumbraba la lámpara sombría Los desteñidos hilos de la tapicería.

Poeta, di paso El último beso!

¡Ah, de la noche trágica me acuerdo todavía! El ataúd heráldico en el salón yacía, Mi oído fatigado por vigilias y excesos, Sintió como a distancia los monótonos rezos! Tú mustia yerta y pálida entre la negra seda, La llama de los cirios temblaba y se movía, Perfumaba la atmósfera un olor de reseda, Un crucifijo pálido los brazos extendía Y estaba helada y cárdena tu boca fue mía!

Poema III Nocturno III José Asunción silva Una noche una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,

Una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas, a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, muda y pálida como si un presentimiento de amarguras infinitas, hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara, por la senda que atraviesa la llanura florecida caminabas, y la luna llena por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca, y tu sombra fina y lángida y mi sombra por los rayos de la luna proyectada sobre las arenas tristes de la senda se juntaban. Y eran una y eran una ¡y eran una sola sombra larga! ¡y eran una sola sombra larga! ¡y eran una sola sombra larga! Esta noche solo, el alma llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte, separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia, por el infinito negro, donde nuestra voz no alcanza, solo y mudo por la senda caminaba, y se oían los ladridos de los perros a la luna, a la luna pálida y el chillido de las ranas, sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,


¡entre las blancuras níveas de las mortüorias sábanas! Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte, Era el frío de la nada... Y mi sombra por los rayos de la luna proyectada, iba sola, iba sola ¡iba sola por la estepa solitaria! Y tu sombra esbelta y ágil fina y lánguida, como en esa noche tibia de la muerta primavera, como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas! ¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!...

Poema V

Poema tristísimo Gonzalo Arango Si muero te invito al sol alma mía y no olvides llevar tu cuerpo Sufriremos felices y juntos seremos carne de luz en la memoria de Dios Y si no hay Dios lo mismo da Recordaremos el sol que tanto nos gustaba

allá en Cali Colombia Nuevo Mundo ¿Recuerdas? ¿O era en la luna? ¡Lo olvidé!

Poema IV Revolución José Asunción silva

Una mano más una mano no son dos manos Son manos unidas Une tu mano a nuestras manos para que el mundo no esté en pocas manos sino en todas las manos

Poema VI

Arte poética Jorge Luis Borges Mirar el río hecho de tiempo y agua y recordar que el tiempo es otro río, saber que nos perdemos como el río y que los rostros pasan como el agua. Sentir que la vigilia es otro sueño que sueña no soñar y que la muerte que teme nuestra carne es esa muerte de cada noche, que se llama sueño. Ver en el día o en el año un símbolo


de los días del hombre y de sus años, convertir el ultraje de los años en una música, un rumor y un símbolo, ver en la muerte el sueño, en el ocaso un triste oro, tal es la poesía que es inmortal y pobre. La poesía vuelve como la aurora y el ocaso. A veces en las tardes una cara nos mira desde el fondo de un espejo; el arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara. Cuentan que Ulises, harto de prodigios, lloró de amor al divisar su Itaca verde y humilde. El arte es esa Itaca de verde eternidad, no de prodigios. También es como el río interminable que pasa y queda y es cristal de un mismo Heráclito inconstante, que es el mismo y es otro, como el río interminable.

Poema VII Elogio de la sombra Jorge Luis Borges La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha. El animal ha muerto o casi ha muerto. Quedan el hombre y su alma. Vivo entre formas luminosas y vagas que no son aún la tiniebla. Buenos Aires, que antes se desgarraba en arrabales hacia la llanura incesante, ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro, las borrosas calles del Once

y las precarias casas viejas que aún llamamos el Sur. Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas; Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito. Esta penumbra es lenta y no duele; fluye por un manso declive y se parece a la eternidad. Mis amigos no tienen cara, las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años, las esquinas pueden ser otras, no hay letras en las páginas de los libros. Todo esto debería atemorizarme, pero es una dulzura, un regreso. De las generaciones de los textos que hay en la tierra sólo habré leído unos pocos, los que sigo leyendo en la memoria, leyendo y transformando. Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte, convergen los caminos que me han traído a mi secreto centro. Esos caminos fueron ecos y pasos, mujeres, hombres, agonías, resurrecciones, días y noches, entresueños y sueños, cada ínfimo instante del ayer y de los ayeres del mundo, la firme espada del danés y la luna del persa, los actos de los muertos, el compartido amor, las palabras, Emerson y la nieve y tantas cosas. Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro, a mi álgebra y mi clave, a mi espejo. Pronto sabré quién soy.

Poema VIII El enamorado


Jorge Luis Borges Lunas, marfiles, instrumentos, rosas, lámparas y la línea de Durero, las nueve cifras y el cambiante cero, debo fingir que existen esas cosas. Debo fingir que en el pasado fueron Persépolis y Roma y que una arena sutil midió la suerte de la almena que los siglos de hierro deshicieron. Debo fingir las armas y la pira de la epopeya y los pesados mares que roen de la tierra los pilares. Debo fingir que hay otros. Es mentira. Sólo tú eres. Tú, mi desventura y mi ventura, inagotable y pura

Poema IX

El sueño Jorge Luis Borges Si el sueño fuera (como dicen) una tregua, un puro reposo de la mente, ¿por qué, si te despiertan bruscamente, sientes que te han robado una fortuna? ¿Por qué es tan triste madrugar? La hora nos despoja de un don inconcebible, tan íntimo que sólo es traducible en un sopor que la vigilia dora de sueños, que bien pueden ser reflejos truncos de los tesoros de la sombra, de un orbe intemporal que no se nombra y que el día deforma en sus espejos.

¿Quién serás esta noche en el oscuro sueño, del otro lado de su muro?

Poema X Amorosa anticipación Jorge Luis Borges Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña, ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios serán favor tan misterioso como el mirar tu sueño implicado en la vigilia de mis brazos. Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño, quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige, me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes, Arrojado a quietud divisaré esa playa última de tu ser y te veré por vez primera, quizá, como Dios ha de verte, desbaratada la ficción del Tiempo sin el amor, sin mí.

Poema XI

Ausencia Jorge Luis Borges Habré de levantar la vasta vida que aún ahora es tu espejo: cada mañana habré de reconstruirla. Desde que te alejaste, cuántos lugares se han tornado vanos y sin sentido, iguales a luces en el día. Tardes que fueron nicho de tu


imagen, músicas en que siempre me aguardabas, palabras de aquel tiempo, yo tendré que quebrarlas con mis manos. ¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada? Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde.

Poema XII sábados

Facundo Cabral Afuera hay un ocaso, alhaja oscura engastada en el tiempo, y una honda ciudad ciega de hombres que no te vieron. La tarde calla o canta. Alguien descrucifica los anhelos clavados en el piano. Siempre, la multitud de tu hermosura. A despecho de tu desamor tu hermosura prodiga su milagro por el tiempo. Esta en ti la ventura como la primavera en la hoja nueva. Ya casi no soy nadie, soy tan solo ese anhelo que se pierde en la tarde. En ti esta la delicia como esta la crueldad en las espadas. Agravando la reja esta la noche. En la sala severa se buscan como ciegos nuestras dos soledades. Sobrevive a la tarde

la blancura gloriosa de tu carne. En nuestro amor hay una pena que se parece al alma. Tú que ayer solo eras toda hermosura eres tambien todo amor, ahora.

Poema XIII Te quiero Facundo Cabral

Te dije, te digo y te dire porque el amor es para siempre. Te digo por ejemplo, te quiero ahora que hace calor y ayer que llovia. En las mañanas nubladas y en las noches abiertas. Te quiero, te quiero de pie, tendida, dormida y despierta Te quiero a la una, a las dos, a las tres y a las siempre. Te quiero, te quiero en la casa y te quiero en el camino Te quiero después antes y ahora mismo Te quiero Te quiero, porque me quieres y toda tu me lo gritas Te quiero porque en ti comienzo y termino Te quiero porque nos encontramos y nos perdemos uno en el otro Digamos que te quiero con todos los que soy incluyendome a mi mismo. Aunque TU SABES MI AMOR que cuando digo te quiero es Dios que Te embellece a traves del amor Y yo soy la encargada de tan bella


tarea es decir cada vez que yo te digo te quiero ÉL te dice: Te quiero

Poema XIV Amor de tarde Mario Benedetti Es una lástima que no estés conmigo Cuando miro el reloj y son las cuatro Y acabo la planilla y pienso diez minutos Y estiro las piernas como todas las tardes Y hago así con los hombros para aflojar la espalda Y me doblo los dedos y les saco mentiras. Es una lástima que no estés conmigo Cuando miro el reloj y son las cinco Y soy una manija que calcula intereses O dos manos que saltan sobre cuarenta teclas O un oído que escucha cómo ladra el teléfono O un tipo que hace números y les saca verdades. Es una lástima que no estés conmigo Cuando miro el reloj y son las seis. Podrías acercarte por sorpresa Y decirme "¿Qué tal?", y quedaríamos Yo con la mancha roja de tus labios Tú con el tizne azul de mi carbónico.

Poema XV Enamorarse y no Mario Benedetti

Cuando uno se enamora las cuadrillas del tiempo hacen escala en el olvido la desdicha se llena de milagros el miedo se convierte en osadía y la muerte no sale de su cueva enamorarse es un presagio gratis una ventana abierta al árbol nuevo una proeza de los sentimientos una bonanza casi insoportable y un ejercicio contra el infortunio por el contrario desenamorarse es ver el cuerpo como es y no como la otra mirada lo inventaba es regresar más pobre al viejo enigma y dar con la tristeza en el espejo.

Poema XVI

Si Dios fuera mujer Mario Benedetti

¿Y si Dios fuera mujer? pregunta Juan sin inmutarse, vaya, vaya si Dios fuera mujer es posible que agnósticos y ateos no dijéramos no con la cabeza y dijéramos sí con las entrañas. Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez para besar sus pies no de bronce, su pubis no de piedra, sus pechos no de mármol, sus labios no de yeso. Si Dios fuera mujer la abrazaríamos para arrancarla de su lontananza y no habría que jurar hasta que la muerte nos separe ya que sería inmortal por antonomasia y en vez de transmitirnos SIDA o pánico nos contagiaría su inmortalidad.


Si Dios fuera mujer no se instalaría lejana en el reino de los cielos, sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno, con sus brazos no cerrados, su rosa no de plástico y su amor no de ángeles. Ay Dios mío, Dios mío si hasta siempre y desde siempre fueras una mujer qué lindo escándalo sería, qué venturosa, espléndida, imposible, prodigiosa blasfemia.

Poema XVII Te quiero Mario Benedetti

y por tu rostro sincero y tu paso vagabundo y tu llanto por el mundo porque sos pueblo te quiero y porque amor no es aureola ni cándida moraleja y porque somos pareja que sabe que no está sola te quiero en mi paraíso es decir que en mi país la gente viva feliz aunque no tenga permiso si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos.

Poema XVIII

Tus manos son mi caricia mis acordes cotidianos te quiero porque tus manos trabajan por la justicia

El silencio del mar

si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos

El silencio del mar

tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada te quiero por tu mirada que mira y siembra futuro tu boca que es tuya y mía tu boca no se equivoca te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos

Mario Benedetti

brama un juicio infinito más concentrado que el de un cántaro más implacable que dos gotas

ya acerque el horizonte o nos entregue la muerte azul de las medusas nuestras sospechas no lo dejan


el mar escucha como un sordo es insensible como un dios y sobrevive a los sobrevivientes

¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre! Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral. Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma

nunca sabré que espero de él

en mis libros, ni consuelo a la perdida abismal

ni que conjuro deja en mis tobillos

de aquella a quien los ángeles Leonor podrán llamar

pero cuando estos ojos se hartan de baldosas

y aquí nadie nombrará.

y esperan entre el llano y las colinas

Cada crujido de las cortinas purpúreas y cetrinas

o en calles que se cierran en más calles

me embargaba de dañinas dudas y mi sobresalto era tal

entonces sí me siento náufrago y sólo el mar puede salvarme

Poema XIX El Cuervo Edgar Allan Poe

que, para calmar mi angustia repetí con voz mustia: "No es sino un visitante que ha llegado a mi portal; un tardío visitante esperando en mi portal. Sólo eso y nada más". Mas de pronto me animé y sin vacilación hablé: "Caballero -dije-, o señora, me tendréis que disculpar

Cierta noche aciaga, cuando, con la mente cansada, meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral y asentía, adormecido, de pronto se oyó un rasguido, como si alguien muy suavemente llamara a mi portal. "Es un visitante -me dije-, que está llamando al portal; sólo eso y nada más."

pues estaba adormecido cuando oí vuestro rasguido y tan suave había sido vuestro golpe en mi portal que dudé de haberlo oído...", y abrí de golpe el portal: sólo sombras, nada más. La noche miré de lleno, de temor y dudas pleno, y soñé sueños que nadie osó soñar jamás;


pero en este silencio atroz, superior a toda voz,

¿cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"

sólo se oyó la palabra "Leonor", que yo me atreví a susurrar...

Dijo el cuervo: "Nunca más".

sí, susurré la palabra "Leonor" y un eco volvióla a nombrar.

Que una ave zarrapastrosa tuviera esa voz virtuosa

Sólo eso y nada más.

sorprendióme aunque el sentido fuera tan poco cabal,

Aunque mi alma ardía por dentro regresé a mis aposentos

pues acordaréis conmigo que pocos habrán tenido

pero pronto aquel rasguido se escuchó más pertinaz.

ocasión de ver posado tal pájaro en su portal.

"Esta vez quien sea que llama ha llamado a mi ventana;

Ni ave ni bestia alguna en la estatua del portal

veré pues de qué se trata, que misterio habrá detrás.

que se llamara "Nunca más".

Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar.

Mas el cuervo, altivo, adusto, no pronunció desde el busto,

¡Es el viento y nada más!".

como si en ello le fuera el alma, ni una sílaba más.

Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,

No movió una sola pluma ni dijo palabra alguna

agitando el plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.

hasta que al fin musité: "Vi a otros amigos volar;

Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,

por la mañana él también, cual mis anhelos, volará".

con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal, en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral;

Dijo entonces: "Nunca más".

fue, posose y nada más. Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave, en sonriente extrañeza mi gris solemnidad. "Ese penacho rapado -le dije-, no te impide ser osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;

Esta certera respuesta dejó mi alma traspuesta; "Sin duda - dije-, repite lo que ha podido acopiar del repertorio olvidado de algún amo desgraciado que en su caída redujo sus canciones a un refrán: "Nunca, nunca más". Como el cuervo aún convertía en sonrisa mi porfía


planté una silla mullida frente al ave y el portal;

dime, te imploro, si existe algún bálsamo en Galaad!"

y hundido en el terciopelo me afané con recelo

Dijo el cuervo: "Nunca más".

en descubrir que quería la funesta ave ancestral

"¡Profeta! -grité-, ser malvado, profeta eres, diablo alado!

al repetir: "Nunca más".

Por el Dios que veneramos, por el manto celestial,

Esto, sentado, pensaba, aunque sin decir palabra

dile a este desventurado si en el Edén lejano

al ave que ahora quemaba mi pecho con su mirar;

a Leonor, ahora entre ángeles, un día podré abrazar".

eso y más cosas pensaba, con la cabeza apoyada

Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

sobre el cojín purpúreo que el candil hacía brillar. ¡Sobre aquel cojín purpúreo que ella gustaba de usar,

"¡Diablo alado, no hables más!", dije, dando un paso atrás; ¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal!

y ya no usará nunca más!

¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje

Luego el aire se hizo denso, como si ardiera un incienso

quiero en mi portal! ¡Deja en paz mi soledad!

mecido por serafines de leve andar musical.

¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!"

"¡Miserable! -me dije-. ¡Tu Dios estos ángeles dirige

Dijo el cuervo: "Nunca más".

hacia ti con el filtro que a Leonor te hará olvidar! ¡Bebe, bebe el dulce filtro, y a Leonor olvidarás!". Dijo el cuervo: "Nunca más"."¡Profeta! -grité-, ser malvado, profeta eres, diablo alado! ¿Del Tentador enviado o acaso una tempestad trajo tu torvo plumaje hasta este yermo paraje, a esta morada espectral? ¡Mas te imploro, dime ya,

Y el impávido cuervo osado aun sigue, sigue posado, en el pálido busto de Palas que hay encima del portal; y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña, cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal; y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal, no se alzará...¡nunca más!.


Poema XX

¡Como se extiende sobre los árboles el misterio de los misterios.

Espíritus de la noche Edgar Allan Poe

Poema XXI Un sueño en un ensueño

Tu alma, en la tumba de piedra gris estará a solas con sus tristes pensamientos. Ningún ser humano te espiará a la hora de tu secreto. ¡Permanece callado en esa soledad! No estás completamente abandonado: los espíritus de la muerte, en la vida, te buscan y, en la muerte, te rodean. Te cubrirán de sombras: ¡Permanece callado! La noche, tan clara, se oscurecerá y las estrellas no mirarán la tierra, desde sus altísimos tronos en el cielo, con su luz de esperanza para los mortales. Pero sus globos rojos apagados, en tu hastío, tendrán la forma de un incendio y de un fiebre que te poseerán para siempre. De tu espíritu no podrás desechar las visiones, que ahora no serán rocío sobre la hierba. La brisa - el aliento de Dios - es silenciosa, y la niebla sobre la colina, oscura, muy oscura, pero inmaculada, es un símbolo y una señal.

Edgar Allan Poe Recibid este beso en la frente. Y ahora que os dejo, permitidme por lo menos confesar esto: no os agraviéis, vos que estimáis que mis días han sido un ensueño. Entretanto, si la esperanza se ha ido, en una noche o en un día, en una visión o en un sueño, ¿se ha ido menos por eso? Todo lo que vemos o nos parece, no es sino un ensueño en un ensueño! —— Me encuentro en medio de los bramidos de una costa atormentada por la resaca, y tengo en la mano granos de arena de oro. ¡Cuán poco es! ¡Y cómo se deslizan a través de mis dedos hacia el abismo, mientras lloro, mientras lloro! ¡Dios mío, ¿no puedo retenerlos en un nudo más seguro? ¡Dios mío!, ¿no podré salvar uno solo del cruel vacío? ¿Todo lo que vemos o nos parece no es otra cosa


que un ensueño en un ensueño?

Poema XXII La estrella de la tarde Edgar Allan Poe

Era en el corazón del verano y en medio de la noche. Las estrellas marchando en sus órbitas brillaban con un pálido resplandor a través de la luz más viva de la fría luna, mientras que ésta, rodeada de los planetas, sus esclavos, lanzaba desde lo alto de los cielos, sus rayos sobre las olas.

Yo contemplaba su triste sonrisa, demasiado fría, demasiado fría para mí. Una nube oscura vino a pasar, semejante a un sudario, y fué entonces que me volví hacia ti, Estrella del Sur, orgullosa en tu gloria lejana. Y ahora me será más querida tu luz, porque lo que me traes de más magnificente a través del cielo nocturno, es la alegría de mi corazón, y yo prefiero tu discreto y lejano resplandor a esa llama cercana pero más fría!

Poema XXIII Poema 7 Pablo Neruda

Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes a tus ojos oceánicos. Allí se estira y arde en la más alta hoguera mi soledad que da vueltas los brazos como un náufrago. Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes que olean como el mar a la orilla de un faro. Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía, de tu mirada emerge a veces la costa del espanto. Inclinado en las tardes echo mis tristes redes a ese mar que sacude tus ojos oceánicos. Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas que centellean como mi alma cuando te amo. Galopa la noche en su yegua sombría desparramando espigas azules sobre el campo.


Poema XXIV Poema 20 Pablo Neruda Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.» El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, Mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.


Poema XXV

deseo. Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

La canción desesperada Pablo Neruda

Hice retroceder la muralla de sombra, anduve más allá del deseo y del acto.

Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda al mar su lamento obstinado.

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí, a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

Abandonado como los muelles en el alba. Es la hora de partir, oh abandonado!

Como un vaso albergaste la infinita ternura, y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

Sobre mi corazón llueven frías corolas. Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! En ti se acumularon las guerras y los vuelos. De ti alzaron las alas los pájaros del canto. Todo te lo tragaste, como la lejanía. Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio! Era la alegre hora del asalto y el beso. La hora del estupor que ardía como un faro. Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio! En la infancia de niebla mi alma alada y herida. Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Te ceñiste al dolor, te agarraste al

Era la negra, negra soledad de las islas, y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos. Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro. Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos! Mi deseo de ti fue el más terrible y corto, el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido. Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, aún los racimos arden picoteados de pájaros. Oh la boca mordida, oh los besados miembros, oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.


Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo en que nos anudamos y nos desesperamos.

Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

Y la ternura, leve como el agua y la harina. Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Es la hora de partir. Oh abandonado!

Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo, y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

Jardín de invierno

Oh, sentina de escombros, en ti todo caía, qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!

Llega el invierno. Espléndido dictado me dan las lentas hojas vestidas de silencio y amarillo.

De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste. De pie como un marino en la proa de un barco. Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo. Pálido buzo ciego, desventurado hondero, descubridor perdido, todo en ti fue naufragio! Es la hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta a todo horario. El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Abandonado como los muelles en el alba.

Poema XXVI Pablo Neruda

Soy un libro de nieve, una espaciosa mano, una pradera, un círculo que espera, pertenezco a la tierra y a su invierno. Creció el rumor del mundo en el follaje, ardió después el trigo constelado por flores rojas como quemaduras, luego llegó el otoño a establecer la escritura del vino: todo pasó, fue cielo pasajero la copa del estío, y se apagó la nube navegante. Yo esperé en el balcón tan enlutado, como ayer con las yedras de mi infancia, que la tierra extendiera sus alas en mi amor deshabitado. Yo supe que la rosa caería y el hueso del durazno transitorio volvería a dormir y a germinar: y me embriagué con la copa del aire hasta que todo el mar se hizo


nocturno y el arrebol se convirtió en ceniza. La tierra vive ahora tranquilizando su interrogatorio, extendida la piel de su silencio.

en el cuerpo de un niño que un día hará poemas o novelas, y que en sus oscuras angustias (sin saberlo) purgara sus antiguos pecados de guerrero o criminal,

Yo vuelvo a ser ahora el taciturno que llegó de lejos envuelto en lluvia fría y en campanas: debo a la muerte pura de la tierra la voluntad de mis germinaciones.

la asquerosa fealdad de comadreja,

Poema XXVII

su turbia condición de feto, cíclope o lagarto,

o revivirá pavores, el temor de una gacela,

Héroes y Tumbas

su fama de prostituta o pitonisa,

Ernesto Sábato

sus remotas soledades, sus olvidadas cobardías y traiciones.

Tal vez a nuestra muerte el alma emigre: a una hormiga,

Poema XXVIII

a un árbol,

El primer beso

a un tigre de bengala;

Amado Nervo

mientras nuestro cuerpo se disgrega

Yo ya me despedía.... y palpitante cerca mi labio de tus labios rojos, «Hasta mañana», susurraste; yo te miré a los ojos un instante y tú cerraste sin pensar los ojos y te di el primer beso: alcé la frente iluminado por mi dicha cierta.

entre gusanos y se filtra en la tierra sin memoria, para ascender luego por los tallos y las hojas, y convertirse en heliotropo o yuyo, y después en alimento del ganado, y así en sangre anónima y zoológica, en esqueleto, en excremento.

Tal vez le toque un destino más horrendo

Salí a la calle alborozadamente mientras tu te asomabas a la puerta mirándome encendida y sonriente. Volví la cara en dulce arrobamiento, y sin dejarte de mirar siquiera, salté a un tranvía en raudo movimiento; y me quedé mirándote un momento y sonriendo con el alma entera, y aún más te sonreí... Y en el tranvía a un ansioso, sarcástico y curioso,


que nos miró a los dos con ironía, le dije poniéndome dichoso: -«Perdóneme, Señor esta alegría.»

Poema XXIX Idilio Federico García Lorca Tú querías que yo te dijera el secreto de la primavera. Y yo soy para el secreto lo mismo que es el abeto. Árbol cuyos mil deditos señalan mil caminitos. Nunca te diré, amor mío, por qué corre lento el río. Pero pondré en mi voz estancada el cielo ceniza de tu mirada. ¡Dame vueltas, morenita! Ten cuidado con mis hojitas. Dame más vueltas alrededor, jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera.

Poema XXX Pequeño poema infinito Federico García Lorca Equivocar el camino es llegar a la nieve y llegar a la nieve es pacer durante veinte siglos las

hierbas de los cementerios. Equivocar el camino es llegar a la mujer, la mujer que no teme la luz, la mujer que no teme a los gallos y los gallos que no saben cantar sobre la nieve. Pero si la nieve se equivoca de corazón puede llegar el viento Austro y como el aire no hace caso de los gemidos tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios. Yo vi dos dolorosas espigas de cera que enterraban un paisaje de volcanes y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino. Pero el dos no ha sido nunca un número porque es una angustia y su sombra, porque es la guitarra donde el amor se desespera, porque es la demostración de otro infinito que no es suyo y es las murallas del muerto y el castigo de la nueva resurrección sin finales. Los muertos odian el número dos, pero el número dos adormece a las mujeres y como la mujer teme la luz la luz tiembla delante de los gallos y los gallos sólo saben votar sobre la nieve tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.


Poema XXXI Me doy cuenta de que me haces falta Jaime Sabines

Equivocar el camino es llegar a la nieve y llegar a la nieve es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios. Equivocar el camino es llegar a la mujer, la mujer que no teme la luz, la mujer que no teme a los gallos y los gallos que no saben cantar sobre la nieve. Pero si la nieve se equivoca de corazón puede llegar el viento Austro y como el aire no hace caso de los gemidos tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios. Yo vi dos dolorosas espigas de cera que enterraban un paisaje de volcanes y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino. Pero el dos no ha sido nunca un número porque es una angustia y su sombra, porque es la guitarra donde el amor se desespera, porque es la demostración de otro infinito que no es suyo y es las murallas del muerto y el castigo de la nueva resurrección sin finales. Los muertos odian el número dos,

pero el número dos adormece a las mujeres y como la mujer teme la luz la luz tiembla delante de los gallos y los gallos sólo saben votar sobre la nieve tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.

Poema XXXII La luna

Jaime Sabines La luna se puede tomar a cucharadas o como una cápsula cada dos horas. Es buena como hipnótico y sedante y también alivia a los que se han intoxicado de filosofía. Un pedazo de luna en el bolsillo es mejor amuleto que la pata de conejo: sirve para encontrar a quien se ama, para ser rico sin que lo sepa nadie y para alejar a los médicos y las clínicas. Se puede dar de postre a los niños cuando no se han dormido, y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos ayudan a bien morir. Pon una hoja tierna de la luna debajo de tu almohada y mirarás lo que quieras ver. Lleva siempre un frasquito del aire de la luna para cuando te ahogues, y dale la llave de la luna a los presos y a los desencantados. Para los condenados a muerte y para los condenados a vida no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas.


Poema XXXIII

Se ha vuelto llanto este dolor Jaime Sabines Se ha vuelto llanto este dolor ahora y es bueno que así sea. Bailemos, amemos, Melibea. Flor de este viento dulce que me tiene, rama de mi congoja: desátame, amor mío, hoja por hoja, mécete aquí en mis sueños, te arropo con mi sangre, ésta es tu cuna: déjame que te bese una por una, mujeres tú, mujer, coral de espuma. Rosario, sí, Dolores cuando Andrea, déjame que te llore y que te vea. Me he vuelto llanto nada más ahora y te arrullo, mujer, llora que llora.

¡Con qué morboso deleite te introduzco en la casa abandonada, y te amo mil veces de la misma manera distinta! Esos sitios que tú y yo conocemos nos esperan todas las noches como una vieja cama y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen. Me gusta decirte lo de siempre y mis manos adoran tu pelo y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre. Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo, y con mi mano en tu boca, te busco y te busco. A veces lo recuerdo. A veces sólo el cuerpo cansado me lo dice. Al duro amanecer estás desvaneciéndote y entre mis brazos sólo queda tu sombra.

Poema XXXIV De invierno

Rubén Darío

Poema XXXV solo en sueños Rubén Darío Sólo en sueños, sólo en el otro mundo del sueño te consigo, a ciertas horas, cuando cierro puertas detrás de mí. ¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan, y ahora estoy preso en su sortilegio, atrapado en su red!

En invernales horas, mirad a Carolina. Medio apelotonada, descansa en el sillón, envuelta con su abrigo de marta cibelina y no lejos del fuego que brilla en el salón. El fino angora blanco junto a ella se reclina, rozando con su hocico la falda de Aleçón, no lejos de las jarras de porcelana china


que medio oculta un biombo de seda del Japón. Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño: entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris; voy a besar su rostro, rosado y halagüeño como una rosa roja que fuera flor de lis. Abre los ojos; mírame con su mirar risueño, y en tanto cae la nieve del cielo de París

Poema XXXVI tu y Yo

Rubén Darío I Yo vi un ave que süave sus cantares entonó y voló... Y a lo lejos, los reflejos de la luna en alta cumbre que, argentando las espumas bañaba de luz sus plumas de tisú... ¡y eras tú! Y vi un alma que, sin calma, sus amores cantaba en tristes rumores; y su ser conmover a las rocas parecía;

miró la azul lejanía... tendió la vista anhelante, suspiró, y cantando amante prosiguió... ¡y era yo! II ¿Viste triste sol? Tan triste como él, ¡sufro mucho yo! Yo en una doncella mi estrella miré... Y dile, amante, constante fe. Pero ingrata olvidóme, y no sabe que padezco cual no puede nunca, nunca comprender... ¡Que mi pecho no suspira, ni mi lira tiene acordes de placer! Yo vi en la noche plácida luna que en la laguna se retrató; y vi una nube, que allá en el cielo,


con denso velo la obscureció. Yo vi a la aurora, bañada en rosa, dorar la hermosa faz de la mar... Y vi los rayos de un sol ardiente que rudamente borraron luego, con rojo fuego, su bella faz... Así vi que bella naciera en un día, con dulce alegría, la aurora luciente de un plácido amor; ¡mas hoy yo contemplo, no más en mi vida, de negro vestida, la estatua tremenda de amargo dolor! ¡Hoy sólo me complace oír la queja amarga, que al cielo envía tierna la tórtola del monte con moribundo son! Sentir cómo susurra la brisa entre las hojas... ¡Mirar el arroyuelo que al eco de la selva confunde su rumor! Canto cuando las estrellas esparcen su claridad: cuando argentan las espumas; ¡las espumas de la mar! Canto cuando el ancho río murmurando triste va... Cuando el ruiseñor encanta ¡con su arpegio celestial! Y al ronco mugir de las olas; la noche con su lobreguez;

y el trueno que silva en los aires, ¡me encanta y embriaga a la vez! Me place lo triste y lo alegre; me gusta la selva y el mar, y a todos saludo contento... ¡Y algunos se ríen al verme!... Y, a veces, ¡me pongo a llorar! Yo adoré a una mujer con el fuego de mi joven y audaz corazón: mas ya he dicho que aquélla olvidóme, y que vivo en tremendo dolor. ¿Estoy loco? No sé: lo que siento, no lo puedo jamás explicar. Es un rudo y feroce tormento... Nada más; nada más... ¡nada más! ¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida del raudal turbulento de la vida! Soy... algo doloroso cual lamento... Arista débil que arrebata el viento! Soy ave de los bosques solitaria!... Deshojada y marchita pasionaria!... Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma... ¡perdido de este mundo entre la bruma! ¡Felices aquellos que nunca han amado! ¡Felices!... ¡Felices que no han apurado el cáliz terrible de un fiero dolor! Y ¿qué es el amor? ¿Amor?... Germen fecundo de la dolencia humana... Origen venturoro de sin igual placer... con algo de la tarde y algo de la mañana... ¡Con algo de la dicha y algo del padecer! ¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo?


¿No oís del arroyo el süave y callado rumor? ¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo! ¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor! ¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa si hubiera conservado por siempre mi niñez, si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa, lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez! ¡Felices aquellos que nunca han amado! ¡Felices!... ¡Felices que no han apurado el cáliz terrible de un fiero dolor! ¡Qué amargo es el amor! ¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando, yo cruzaré el desierto de mi vida, mostrando a todos mi profunda herida, que lágrimas y sangre está manando! Y al compás de canciones sombrías, cantaré de mi amor la memoria... Y sin gloria, llorando siempre, pasaré mis días ¡entre polvo, entre lodo, entre escoria! Y al ronco mugir de las olas; la noche con su lobreguez; y el trueno que silva en los aires, serán mi tormento también. Me place lo triste y lo alegre: me gusta la selva y el mar... Yo siempre estaréme contento; y algunos, reirán al mirarme, ¡y a veces, pondréme a llorar! Cantaré si el ancho río

murmurando triste va; si el ruiseñor me encantare con su arpegio celestial; cuando mire a las estrellas esparcir su claridad sobre las peñas negruzcas y las espumas del mar. ¿Por qué?... Porque sin amor, vuelan dolientes, sin calma, las avecillas del alma entre el viento del dolor. ¡Daré dulces canciones a los fugaces vientos, para que entre sus alas las lleven lejos, lejos, del mundo hasta el confín! Iréme a las montañas... iréme a los oteros... y allí tal vez, ¡Dios santo!, tal vez seré feliz. ¡Y en las alas del viento, oirá mis canciones la ingrata!... La ingrata a quien adoré. Aquélla que rióse de ver mi desgracia... Aquélla a quien dile mi amor y mi fe! ¡Triste es la noche! Triste es la selva... Y del arroyo lo es el rumor; pero es más triste que el arroyuelo y que la noche, mi corazón. Mis acentos, en los vientos cual lamentos moribundos sonarán, como el eco que en el hueco


del árbol seco, tiernos forman los Favonios al pasar. ¡Aprendan los bardos mi historia de amor; y cántela todo el que es Trovador! ¿Viste triste sol? ¡Tan triste como él, sufro mucho yo!

Poema XXXVII

tiene el alma del poeta José Martí Tiene el alma del poeta Extrañeza singular: Si en su paso encuentra al hombre El poeta da en llorar. Con la voz de un niño tiembla, Es de amor, y al amor va— Un amor que no se estrecha En un límite carnal. La corteza corrompida El fruto corromperá. Del amor de hembra no fío Si su hoguera han de alumbrar El quemante sol de estío O el sol pálido autumnal: ¡Primavera —primavera, Madre de felicidad!

Poema XXXVIII Tus ojos

Octavio Paz

Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima, silencio que habla, tempestades sin viento, mar sin olas, pájaros presos, doradas fieras adormecidas, topacios impíos como la verdad, o toño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas, playa que la mañana encuentra constelada de ojos, cesta de frutos de fuego, mentira que alimenta, espejos de este mundo, puertas del más allá, pulsación tranquila del mar a mediodía, absoluto que parpadea, páramo.

Poema XXXIX

Más allá del amor Octavio Paz Todo nos amenaza: el tiempo, que en vivientes fragmentos divide al que fui del que seré, como el machete a la culebra; la conciencia, la transparencia traspasada, la mirada ciega de mirarse mirar; las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,


el agua, la piel; nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan, murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba. Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas, ni el delirio y su espuma profética, ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan. Más allá de nosotros, en las fronteras del ser y el estar, una vida más vida nos reclama. Afuera la noche respira, se extiende, llena de grandes hojas calientes, de espejos que combaten: frutos, garras, ojos, follajes, espaldas que relucen, cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos. Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma, de tanta vida que se ignora y se entrega: tú también perteneces a la noche. Extiéndete, blancura que respira, late, oh estrella repartida, copa, pan que inclinas la balanza del lado de la aurora, pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

Poema XL Besos

Gabriela Mistral Hay besos que pronuncian por sí solos la sentencia de amor condenatoria, hay besos que se dan con la mirada

hay besos que se dan con la memoria. Hay besos silenciosos, besos nobles hay besos enigmáticos, sinceros hay besos que se dan sólo las almas hay besos por prohibidos, verdaderos. Hay besos que calcinan y que hieren, hay besos que arrebatan los sentidos, hay besos misteriosos que han dejado mil sueños errantes y perdidos. Hay besos problemáticos que encierran una clave que nadie ha descifrado, hay besos que engendran la tragedia cuantas rosas en broche han deshojado. Hay besos perfumados, besos tibios que palpitan en íntimos anhelos, hay besos que en los labios dejan huellas como un campo de sol entre dos hielos. Hay besos que parecen azucenas por sublimes, ingenuos y por puros, hay besos traicioneros y cobardes, hay besos maldecidos y perjuros. Judas besa a Jesús y deja impresa en su rostro de Dios, la felonía, mientras la Magdalena con sus besos fortifica piadosa su agonía. Desde entonces en los besos palpita el amor, la traición y los dolores, en las bodas humanas se parecen a la brisa que juega con las flores. Hay besos que producen desvaríos de amorosa pasión ardiente y loca, tú los conoces bien son besos míos inventados por mí, para tu boca. Besos de llama que en rastro impreso


llevan los surcos de un amor vedado, besos de tempestad, salvajes besos que solo nuestros labios han probado. ¿Te acuerdas del primero...? Indefinible; cubrió tu faz de cárdenos sonrojos y en los espasmos de emoción terrible, llenáronse de lágrimas tus ojos. ¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso te vi celoso imaginando agravios, te suspendí en mis brazos... vibró un beso, y qué viste después...? Sangre en mis labios. Yo te enseñé a besar: los besos fríos son de impasible corazón de roca, yo te enseñé a besar con besos míos inventados por mí, para tu boca.

Dentro del hogar, los hombres no sienten esta amargura, este envío de agua triste de la altura. Este largo y fatigante descender de aguas vencidas, hacia la Tierra yacente y transida. Llueve... y como un chacal trágico la noche acecha en la sierra. ¿Qué va a surgir, en la sombra, de la Tierra? ¿Dormiréis, mientras afuera cae, sufriendo, esta agua inerte, esta agua letal, hermana de la Muerte?

Poema XLII Poema de la despedida

Poema XLI

José Ángel Buesa

José Ángel Buesa

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía. Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós. No sé si me quisiste... No sé si te quería... O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

La lluvia lenta

Esta agua medrosa y triste, como un niño que padece, antes de tocar la tierra desfallece. Quieto el árbol, quieto el viento, ¡y en el silencio estupendo, este fino llanto amargo cayendo! El cielo es como un inmenso corazón que se abre, amargo. No llueve: es un sangrar lento y largo.

Este cariño triste, y apasionado, y loco, me lo sembré en el alma para quererte a ti. No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco; pero sí sé que nunca volveré a amar así.


Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo, y el corazón me dice que no te olvidaré; pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo, tal vez empiezo a amarte como jamás te amé. Te digo adiós, y acaso, con esta despedida, mi más hermoso sueño muere dentro de mí... Pero te digo adiós, para toda la vida, aunque toda la vida siga pensando en ti.

Poema XLIII

Poema del renunciamiento

te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás. Yo te amaré en silencio... como algo inaccesible, como un sueño que nunca lograré realizar; y el lejano perfume de mi amor imposible rozará tus cabellos... y jamás lo sabrás. Y si un día una lágrima denuncia mi tormento, —el tormento infinito que te debo ocultar—, te diré sonriente: «No es nada... ha sido el viento». Me enjugaré una lágrima... ¡y jamás lo sabrás!

José Ángel Buesa

Poema XLIV Pasarás por mi vida sin saber que pasaste. Pasarás en silencio por mi amor y, al pasar, fingiré una sonrisa como un dulce contraste del dolor de quererte... y jamás lo sabrás. Soñaré con el nácar virginal de tu frente, soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar, soñaré con tus labios desesperadamente, soñaré con tus besos... y jamás lo sabrás. Quizás pases con otro que te diga al oído esas frases que nadie como yo te dirá; y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,

Canción del amor prohibido José Ángel Buesa Sólo tú y yo sabemos lo que ignora la gente al cambiar un saludo ceremonioso y frío, porque nadie sospecha que es falso tu desvío, ni cuánto amor esconde mi gesto indiferente. Sólo tú y yo sabemos por qué mi boca miente, relatando la historia de un fugaz amorío; y tú apenas me escuchas y yo no te sonrío... Y aún nos arde en los labios algún beso reciente.


Sólo tú y yo sabemos que existe una simiente germinando en la sombra de este surco vacío, porque su flor profunda no se ve, ni se siente. Y así dos orillas tu corazón y el mío, pues, aunque las separa la corriente de un río, por debajo del río se unen secretamente.

Poema XLV A una lagrima José Ángel Buesa

Gota del mar donde en naufragio lento se hunde el navío negro de una pena; gota que, rebosando, nubla y llena los ojos olvidados del contento. Grito hecho perla por el desaliento de saber que si llega a un alma ajena, ésta, sin escucharlo, le condena por vergonzoso heraldo del tormento. Piedad para esa gota, que es cual llama de la que el corazón se desahoga cual desahoga espinas una rama. Piedad para la lágrima que azoga el dolor, pues si así no se derrama, el alma, en esa lágrima se ahoga...

Poema XLVI Idilio eterno Julio Florez

Ruge el mar, y se encrespa y se agiganta; la luna, ave de luz, prepara el vuelo y en el momento en que la faz levanta, da un beso al mar, y se remonta al cielo. Y aquel monstruo indomable, que respira tempestades, y sube y baja y crece, al sentir aquel ósculo, suspira... ¡y en su cárcel de rocas... se estremece! Hace siglos de siglos, que, de lejos, tiemblan de amor en noches estivales; ella le da sus límpidos reflejos, él le ofrece sus perlas y corales. Con orgullo se expresan sus amores estos viejos amantes afligidos: ella le dice "¡te amo!" en sus fulgores, y él prorrumpe "¡te adoro!" en sus rugidos. Ella lo duerme con su lumbre pura, y el mar la arrulla con su eterno grito y le cuenta su afán y su amargura con una voz que truena en lo infinito. Ella, pálida y triste, lo oye y sube, le habla de amor en su celeste idioma, y, velando la faz tras de la nube, le oculta el duelo que a su frente asoma. Comprende que su amor es imposible, que el mar la copia en su convulso seno, y se contempla en el cristal movible del monstruo azul, donde retumba el trueno. Y, al descender tras de la sierra fría, le grita el mar: "¡En tu fulgor me abraso!


¡no desciendas tan pronto, estrella mía! ¡estrella de mi amor, detén el paso!

¡Qué borrachera de néctar! ¡Qué borrachera de amor!

¡Un instante mitiga mi amargura, ya que en tu lumbre sideral me bañas! ¡no te alejes!... ¿no ves tu imagen pura, brillar en el azul de mis entrañas?"

Si tu boca fuera abeja y mi boca fuera flor...

Y ella exclama, en su loco desvarío: "¡Por doquiera la muerte me circunda! ¡Detenerme no puedo monstruo mío! ¡Compadece a tu pobre moribunda! Mi último beso de pasión te envío; ¡mi postrer lampo a tu semblante junto!..." y en las hondas tinieblas del vacío, hecha cadáver, se desploma al punto. Entonces, el mar, de un polo al otro polo, al encrespar sus olas plañideras, inmenso, triste, desvalido y solo, cubre con sus sollozos las riberas. Y al contemplar los luminosos rastros del alba luna en el obscuro velo, tiemblan, de envidia y de dolor, los astros en la profunda soledad del cielo. ¡Todo calla!... el mar duerme, y no importuna con sus gritos salvajes de reproche; y sueña que se besa con la luna ¡en el tálamo negro de la noche!.

Poema XLVII Si mi boca fuera abeja Julio Florez Si mi boca fuera abeja y tu boca fuera flor...

Esa abeja no vendría nunca a endulzar mi amargor.

Poema XLVIII

Balada del ausente Juan Carlos Onetti Entonces no me des un motivo por favor No le des conciencia a la nostalgia, La desesperación y el juego. Pensarte y no verte Sufrir en ti y no alzar mi grito Rumiar a solas, gracias a ti, por mi culpa, En lo único que puede ser Enteramente pensado Llamar sin voz porque Dios dispuso Que si Él tiene compromisos Si Dios mismo le impide contestar Con dos dedos el saludo Cotidiano, nocturno, inevitable Es necesario aceptar la soledad, Confortarse hermanado Con el olor a perro, en esos días húmedos del sur, En cualquier regreso En cualquier hora cambiable del crepúsculo Tu silencio Y el paso indiferente de Dios que no ve ni saluda Que no responde al sombrero enlutado Golpeando las rodillas Que teme a Dios y se preocupa


Por lo que opine, condene, rezongue, imponga. No me des conciencia, grito, necesidad ni orden. Estoy desnudo y lejos, lo que me dejaron Giro hacia el mundo y su secreto de musgo, Hacia la claridad dolorosa del mundo, Desnudo, sólo, desarmado bamboleo mi cuerpo enmagrecido Tropiezo y avanzo Me acerco tal vez a una frontera A un odio inútil, a su creciente miseria Y tampoco es consuelo Esa dulce ilusión de paz y de combate Porque la lejanía No es ya, se disuelve en la espera Graciosa, incomprensible, de ayudarme A vivir y esperar. Ningún otro país y para siempre. Mi pie izquierdo en la barra de bronce Fundido con ella. El mozo que comprende, ayuda a esperar, cree lo que ignora. Se aceptan todas las apuestas: Eternidad, infierno, aventura, estupidez Pero soy mayor Ya ni siquiera creo, En romper espejos En la noche Y lamerme la sangre de los dedos Como si la hubiera traído desde allí Como si la salobre mentira se espesara Como si la sangre, pequeño dolor filoso, Me aproximara a lo que resta vivo, blando y ágil. Muerto por la distancia y el tiempo Y yo la, lo pierdo, doy mi vida,

A cambio de vejeces y ambiciones ajenas Cada día más antiguas, suciamente deseosas y extrañas. Volver y no lo haré, dejar y no puedo. Apoyar el zapato en el barrote de bronce Y esperar sin prisa su vejez, su ajenidad, su diminuto no ser. La paz y después, dichosamente, en seguida, nada. Ahí estaré. El tiempo no tocará mi pelo, no inventará arrugas, no me inflará las mejillas Ahí estaré esperando una cita imposible, un encuentro que no se cumplirá.

Poema XLXI Una carta de amor Julio Cortázar Todo lo que de vos quisiera es tan poco en el fondo porque en el fondo es todo como un perro que pasa, una colina, esas cosas de nada, cotidianas, espiga y cabellera y dos terrones, el olor de tu cuerpo, lo que decís de cualquier cosa, conmigo o contra mía, todo eso es tan poco yo lo quiero de vos porque te quiero. Que mires más allá de mí, que me ames con violenta prescindencia del mañana, que el grito de tu entrega se estrelle en la cara de un jefe de oficina, y que el placer que juntos inventamos sea otro signo de la libertad.


Poema L El breve amor Julio Cortázar

Con qué tersa dulzura me levanta del lecho en que soñaba profundas plantaciones perfumadas, me pasea los dedos por la piel y me dibuja en le espacio, en vilo, hasta que el beso se posa curvo y recurrente para que a fuego lento empiece la danza cadenciosa de la hoguera tejiédose en ráfagas, en hélices, ir y venir de un huracán de humo(¿Por qué, después, lo que queda de mí es sólo un anegarse entre las cenizas sin un adiós, sin nada más que el gesto de liberar las manos ?)

Poema LI Te amo por ceja Julio Cortázar Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz, te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz, voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago y cintas que dormían en la lluvia. No quiero que tengas una forma, que seas precisamente lo que viene detrás de tu mano, porque el agua, considera el agua, y los leones cuando se disuelven en el azúcar de la fábula, y los gestos, esa arquitectura de la

nada, encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro. Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa. Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino es también la luna y el espejo, busco esa línea que hace temblar a un hombre en una galería de museo. Además te quiero, y hace tiempo y frío.

Poema LII A FRIDA KAHLO Frida Kahlo Si en tu vientre acampó la prodigiosa rosa de los colores, si tus senos alimentan la tierra con morenos víveres de espesura luminosa;

si de tu anchura maternal la rosa nocturna de los actos nochebuenos sacó tu propia imagen con serenos desastres en tu cara populosa;

si tus hijos nacieron con edades que nadie puede abastecer de horas porque hablan soledad de eternidades,

siempre estarás sobre la tierra viva, siempre serás motín lleno de auroras, la heroica flor de auroras sucesivas.


Poema LIII ¿Cómo buscar temas, mi musa? William Shakespeare ¿Cómo buscar temas, mi musa, Mientras tú alientas, que a mi verso infundes Tu dulce inspiración, harto preciosa Para exponerla en un papel grosero? Agradécete a ti, si algo de mi obra Digno de leerse encuentra tu mirada: ¿Quién tan mudo será que no te escriba Cuando tu luz aclara lo que inventa? Sé la décima musa y sé diez veces Mejor que las antiguas invocadas, Y otorga a quien te invoque eternos versos Que sobrevivan a lejanos siglos. Si al futuro censor mi musa encanta, Mía será la pena y tuyo el lauro.

Poema LIV Déjame confesar que somos dos William Shakespeare Déjame confesar que somos dos Aunque es indivisible el amor nuestro, Así las manchas que conmigo quedan He de llevar yo solo sin tu ayuda. No hay más que un sentimiento en nuestro amor Si bien un hado adverso nos separa, Que si el objeto del amor no altera, Dulces horas le roba a su delicia. No podré desde hoy reconocerte Para que así mis faltas no te humillen,

Ni podrá tu bondad honrarme en público Sin despojar la honra de tu nombre. Mas no lo hagas, pues te quiero tanto Que si es mío tu amor, mía es tu fama.

Poema LV El pecado de amarte se apodera

William Shakespeare El pecado de amarte se apodera De mis ojos, de mi alma y de mí todo; Y para este pecado no hay remedio Pues en mi corazón echó raíces. Pienso que es el más bello mi semblante, Mi forma, entre las puras, la ideal; Y mi valor tan alto conceptúo Que para mí domina a todo mérito. Pero cuando el espejo me presenta, Tal cual soy, agrietado por los años, En sentido contrario mi amor leo Que amarse siendo así sería inicuo. Es a ti, otro yo mismo, a quien elogio, Pintando mi vejez con tu hermosura.

Poema LVI ¿Por qué me prometiste un día hermoso? William Shakespeare ¿Por qué me prometiste un día hermoso Y a viajar sin mi capa me obligaste, Si me dejaste sorprender por nubes Que en su bruma ocultaron tu destello? No me basta que surjas de la niebla


Y que la lluvia enjugues en mi rostro, Pues no ha de ponderar ninguno el bálsamo Que cicatriza pero no remedia. Ni tu vergüenza a mi dolor aplaca, Ni tu remordimiento a lo perdido: Del ofensor la pena poco alivia A quien la cruz soporta del agravio. Pero tus lágrimas de amor son perlas Y su riqueza todo el mal rescata.

Poema LVII

Pasada la tormenta. Depejado En el oriente el tenebroso velo, Vuelve la luz al campo desolado Y un canto de alas al azul del cielo Así, el corazón atormentado, Después de la borrasca y el desvelo Vuelve la calma. El hombre acongojado

Tu capricho y tu edad, según se mire

Halla la paz en amoroso anhelo.

William Shakespeare

Hermano, tras la noche el día avanza,

Tu capricho y tu edad, según se mire, Provocan tus defectos o tu encanto; Y te aman por tu encanto o tus defectos, Pues tus defectos en encanto mudas. Lo mismo que a la joya más humilde Valor se da en los dedos de una reina, Se truecan tus errores en verdades Y por cosa legítima se tienen. ¡Cómo engañara el lobo a los corderos, Si en cordero pudiera transformarse! Y, ¡a cuánto admirador extraviarías, Si usaras plenamente tu prestigio! Mas no lo hagas, pues te quiero tanto Que si es mío tu amor, mía es tu fama.

Poema LVIII Después de la tormenta César Ulises Masís

Entre invierno y verano, hay primavera. No hay sórdido dolor sin esperanza. Descansa, hermano. Muéstrate sonriente. La gracia plena todo ser alcanza. ¡Vuelve tus ojos a la luz de oriente!

Poema LVIX Soneto del esperado César Ulises Masís

Temor de no mirarlo. Todo es clave. Del verano al invierno sólo un paso. Es tan corta la ruta hacia el ocaso


Que la noche nos cae y nadie sabe.

encendido luz más luminosa, libertad más libre,

¡Ah!...si pudiéramos tomar la llave Y matar la serpiente con un mazo.

luchado con malas cabezas de hidra.

Tengo miedo de todo. Del abrazo; Y hasta de la palabra malo o grave. ¡Tengo miedo de todo, no ha llegado! Si esta noche llegara, qué alegría, Su perfil en la sombra dibujado. Esta diaria inquietud de mi agonía,

Hubieran mis labios sido doblegados hasta hacerse música por besos que sólo hicieran sangrar, habrías caminado con Bice y los ángeles en el prado verde y esmaltado.

Esta dulce emoción del esperado Y no saber su día ni mi día.

POEMA LX Flores de amor Oscar Wilde Amor, no te culpo; la culpa fue mía,

Si hubiera seguido el camino en que Dante viera los siete círculos brillantes, ¡Ay!, tal vez observara los cielos abrirse, como se abrieran para el florentino.

no hubiera yo sido de arcilla común habría escalado alturas más altas aún no alcanzadas, visto aire más lleno, y día más pleno.

Y las poderosas naciones me habrían coronado, a mí que no tengo nombre ni corona; y un alba oriental me hallaría postrado

Desde mi locura de pasión gastada habría tañido más clara canción,

al umbral de la Casa de la Fama.


Me habría sentado en el círculo de mármol donde el más viejo bardo es como el más joven,

habrían besado igual que nosotros, sin estar destinados por siempre a separarse.

y la flauta siempre produce su miel, y cuerdas de lira están siempre prestas.

Pues la roja flor de nuestra vida es roída por el gusano de la verdad

Hubiera Keats sacado sus rizos himeneos del vino con adormidera,

y ninguna mano puede recoger los restos caídos: pétalos de rosa juventud.

habría besado mi frente con boca de ambrosía, tomado la mano del noble amor en la mía.

Sin embargo, no lamento haberte amado -¡ah, qué más podía hacer un muchacho,

Y en primavera, cuando flor de manzano

cuando el diente del tiempo devora y los silenciosos años persiguen!

acaricia un pecho bruñido de paloma, dos jóvenes amantes yaciendo en la huerta habrían leído nuestra historia de amor.

Sin timón, vamos a la deriva en la tempestad y cuando la tormenta de juventud ha pasado, sin lira, sin laúd ni coro, la Muerte,

Habrían leído la leyenda de mi pasión, conocido

el piloto silencioso, arriba al fin.

el amargo secreto de mi corazón, Y en la tumba no hay placer, pues el ciego


gusano se ceba en la raíz, y el Deseo tiembla hasta tornarse ceniza, y el árbol de la pasión ya no tiene fruto.

¡Ah!, qué más debía hacer sino amarte; aún la madre de Dios me era menos querida, y menos querida la elevación citérea desde el mar como un lirio argénteo.

He elegido, he vivido mis poemas y, aunque la juventud se fuera en días perdidos, hallé mejor la corona de mirto del amante que la de laurel del poeta.


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