Cuéntame la Vida y otras historias | Lily Cuadra

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Lily Cuadra

Cuéntame la Vida y otras historias

Abejita Sinchi Editorial



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Lily Cuadra Cuéntame la Vida y otras historias


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Cuéntame la Vida y otras historias © 2021, Lily Cuadra Tercera edición, febrero 2021 Edición digital: © Abejita Sinchi Editorial de Lily Cuadra Quesquén Av. Los Patriotas 491, San Miguel, Lima. Teléfono: 01 578 417 9 lilycuadra@gmail.com

Diagramación: Anthony Torres © Ilustraciones interiores: Miki Lowe, pág. 9. Martillo, págs. 25-79 © Diseño de cubierta: Lily Cuadra Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nª: 2021-02034 Todos los derechos reservados. Este libro no puede ser reproducido por ningún medio, ni en todo ni en parte, sin el permiso del autor y/o editor.


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c e ín

dice

Cuéntame la Vida

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Miski Tika

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Elisa y yo

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La flor que quiso ser mujer

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En un rincón de mi ropero

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El secuestro

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Rosaura, la muñeca de trapo

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La máscara

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El rey Baltasar

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La noche, el lobo y el lago

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El corazón

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Lily Cuadra (Chiclayo-Perú) Promotora cultural, escritora, narradora y poeta. Vicepresidenta Nacional de la Casa del Poeta Peruano. Abuela Cuentacuentos de la Casa de la Literatura Peruana. Ha viajado por diversas provincias del Perú. Invitada a eventos culturales a los países de Ecuador y Argentina. En México (Veracruz) durante un mes organizó un taller de creación artística para niños. Ha publicado quince títulos de cuentos para niños, tres libros de poemas y siete libros de cuentos para adolescentes.


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“Este relato quisiera que lo leyeran chicas y chicos”

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mpezaré diciéndoles quién soy: “¡Una gran tonta, les juro que ese nombre me cae como anillo al dedo!”. Bueno, soy Victoria, ahora tengo 18 años, tres meses y cinco días, jajaja, no, no estoy loca. Tengo un hijo de año y medio... Yo era una de las más chanconas de mi clase y mi madre estaba tan orgullosa de mí... No tengo papá, nunca lo conocí, y temo que mi hijo cuando esté mayor diga lo mismo... Lo que más me duele es haber jodido vidas, no solo la mía, también la de mi madre y haber arruinado la vida de Raúl... Él tenía ya 18 años cuando mis amigas hicieron una sentada en la playa, en pleno invierno, onda de calentarse por dentro; el grupo estaba conformado por cinco chicas y siete chicos, la entrada era llevar alguito, cerveza, ron, cualquier trago, papitas, en fin..., cuanto más trago mejor, pues había que protegerse del cruel invierno. En el grupo de las mujeres habíamos dicho en nuestras casas que íbamos de pijamada, dormiríamos en la casa de Flor, ¡claro, más temprano estuvimos allí, solo para pintarrajear-


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nos, perfumarnos y sentirnos las más hermosas del mundo! El demonio ya había tirado las redes. Raúl, un chico lindo en todo, físicamente y como persona, había ingresado a San Marcos al primer intento, un cerebro. Nos conocíamos de toda la vida porque éramos del barrio, la verdad, me moría por él, pero nunca me miró como si quisiera algo conmigo, siempre fui su amiga, además conocía a su enamorada, buena chica, una morena espectacular, se notaba que había amor entre ellos. Todo estaba bien, reíamos, contábamos chistes, pero el alcohol empezó a hacer estragos. Raúl se levantó y se despidió, no podía quedarse más, pues tenía clases muy temprano. Yo de inmediato hice lo mismo, «porfa Raúl, ¿me dejas por mi casa?», le pregunté. Mis amigas en coro protestaron, «deberías quedarte, eso no se hace, prometiste que dormiríamos en casa de Flor». No hice caso y me fui con Raúl. Él me dijo, «hiciste bien, todavía estas muy chica para estar tomando trago». Yo le tomé de su mano, le miré los ojos y me abalancé a sus brazos, lo besé. Raúl exclamó con voz pausada, «no, no Victoria, no,


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somos muy amigos, por favor, estoy mareado». No se resistió a mis besos... allí entramos a los lanchones de los pescadores, y pasó lo que sería nuestra desgracia... Llegué a casa aún con los efectos del trago, mamá al verme pegó un grito, «¡qué te pasó hija!», «¡dime algo!», «¡reponde!». Se dio cuenta que estaba transgredida. Muy preocupada se vistió rápidamente y me llevó a la policía. Ante las interminables preguntas, siempre respondí lo mismo: «No sé quién era ese hombre, me llevó a la fuerza por los lanchones de los pescadores». Me llevaron al médico, todo un tremendo lío. Pero venía lo peor, mi madre fue a la casa de Flor, habló con ella, aún estaban las otras chicas y todas repitieron lo mismo, «se fue con Raúl». Mi madre envenenada regresó a casa, yo dormía, me arrojó un vaso de agua para despertarme: —Ahora mismo me llevas donde el desgraciado de Raúl —gritó colérica. —Mamá mátame pero no iré, yo tengo la culpa. Fueron en vano mis súplicas porque ella fue a buscarlo. Nunca supe cómo fue el encuentro, sé que no estaba, y habló con la ma-


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dre, solamente me enteré de eso. Después de quince días llegó la notificación con la citación del juez de menores... Fui con mi madre al juzgado, tenía que ir de todas maneras, entonces, lo vi de lejos, estaba esposado, lloré de dolor y vergüenza, como si de golpe hubiera dejado de ser niña, y pensaba como adulta. «No hay careo señora, el muchacho se declaró culpable, tiene cinco años adentro», expuso el juez. «¡Perra de m...!», me gritó la madre de Raúl, claro, lo merecía. Agaché la cabeza, en ese momento y un vértigo me hizo caer. Mi madre corrió a levantarme y me llevaron al tópico. La doctora, me revisó, me puso un aparato como termómetro y me dio la noticia, estás embarazada niña. Alcancé a ver a mi madre tapándose la cara con las dos manos, lloraba desconsolada. ¿Qué podía sentir ese momento? Hace unos días era una muchacha feliz, mi mamá se rompía el lomo para que no me falte nada, soy su única hija, nunca tuvo otro compromiso, a lo mejor tenía algún amigo cariñoso, pues es joven y linda, pero nunca otro hijo... Allí estaba mamá, qué pasaría por su cabecita en esos momentos, sola, sufriendo por su hija, sin nadie a su lado para consolarla.


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Se acercó a mí, pasó su mano por mi frente, con los ojos llorosos y dijo, «saldremos de esto hija, ya verás». Cuando quedé sola, aun descansando, veía de lejos a mi madre hablando con la doctora, imaginé lo peor, seguro me hacen abortar, fue increíble lo que sentí, recordé cuando jugaba con mi muñeca Dorita, yo era su mamá y la abrazaba, la mecía entre mis brazos y le daba besos. ¡¡Tendré un hijo!! ¡¡Seré mamá!! Me toqué el vientre y balbuceé, «no dejaré que te saquen, lo prometo». Mi sorpresa fue grande cuando mamá empezó a sacar cuentas, tendrás al niño más o menos entre abril y mayo. Ojalá sea varón, dijo sonriendo y me dio un abrazo. En la noche con la luz apagada, mi madre me comentó que ella tuvo su primera relación por subir al auto de un desconocido, vio al muchacho muy guapo y aceptó su invitación, se notaba de buena situación, lo único que recordaba era su nombre, Gregorio, él le dijo tener 22 años y ella por cumplir los 20. Él quedó en volver a verla y ella no fue, no pudo ir a la cita, entonces nunca más se encontraron. Mamá me contó del tío Juan, su hermano, le quitó el habla cuando supo que estaba embarazada, viajó y nunca más supo de él, sus


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padres murieron en un accidente cuando todavía era niña, entonces vivía con su abuela, ella tenía una pensión, no era mucho, pero les ayudó a subsistir cuando nací yo. Mi abuela murió hace cinco años, la quería mucho. Le pedí por favor a mi madre que me dejara ir a visitar a Raúl, ya le había contado cómo sucedieron los hechos y aclaré que él nunca se quiso aprovechar de mí. Estaba muy delgada, tenía dos meses de embarazo y no se notaba todavía, mi barriga seguía sin crecer... Con el permiso de mi madre fui a ver a Raúl... Había colas interminables para revisar a los visitantes, metían mano por todo lado, luego daban el permiso para entrar. Ya estaba adentro, sentía pavor, me preguntaba cómo sería verlo en medio de reclusos y quería pedirle perdón. Anunciaron su nombre por micrófono o parlante, no sé, pero se escuchaba muy fuerte, «Raúl Tello tiene visita». De pronto lo vi asomar, cruzamos la mirada, me dio la espalda y se fue. Volví a hacer el pedido para que voceen su nombre y el guarda me dijo: «¡No quiere hablar con usted, no insista!». No lloré, es terrible sentir tanto dolor y no llorar. Llegué a mi casa pero mamá no estaba.


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Vi la ruma de ropa que tenía para planchar, la mayoría eran prendas mías, entonces, por primera vez, hice el trabajo de mamá. Por la ventana contemplaba a los chicos y chicas con sus uniformes y mochilas. Ya no iría al colegio, los ojos se me nublaron, era tan lindo estar con mis amigas, ahora ninguna me visita, seguro todas saben que espero un bebé de Raúl y por mi culpa está preso. Mamá rompió mi silencio, se veía contenta, me mostró unos papeles diciendo, desde mañana empiezas a estudiar inglés, eres muy buena para los idiomas, no vas a perder tu tiempo. En realidad me gustó la idea de ir a estudiar, por mi cuenta leía mucho, tenía que prepararme y no podía dejar toda la carga a mi madre, en algún momento sería yo el sustento de mamá. En mi primer día de clase había un grupo de quince personas, yo era la más chica y la única panzona. Había pasado una semana y nadie me preguntaba si estaba casada o si tenía marido, pienso, porque soy muy pensadora notaban que era muy chica para estar casada o tener pareja. Lo gracioso era que quien me hizo esa pregunta fue la joven vendedora de emoliente,


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su puesto está en la esquina de la academia y cuando salía de clases me sentaba, pedía mi emoliente y con toda calma lo saboreaba, imaginaba que seguro a mi hijo le gustaba el emoliente, pues que yo recuerde nunca tomaba esa bebida antes de estar embarazada. De pronto, la joven señora, mientras no había clientes a boca de jarro me preguntó observando mi barriga: —¿Cuántos meses ya tienes? —Cuatro —respondí brevemente. —¿Ya sabes qué va ser? —No, todavía no. —Parece barriga de hombrecito... ¿tienes esposo? —No, no tengo. —Eso creía, igual que yo, tengo mi hijita de cuatro años. El desgraciado me decía cosas lindas para que yo aceptara estar con él, me embarazó y luego desapareció. Ni siquiera sé de dónde es o si tiene familia. Toda su historia contada eran mentiras. Ahora, ya nadie me lo vuelve hacer, otro hijo solo casada y sacramentada; nada de «no te cuides, yo te amo y no estoy con nadie, no te puedo contagiar ninguna enfermedad, sé cómo hacer para no embarazarte, confía en mí, etc.». ¡Eso, que les crea su abuela! ¡Nadie se burlará nuevamente de mí! ¡Así sean sinceras sus palabras, no me


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arriesgo, nunca más! Estudié hasta cuarto de secundaria, no era la más brillante alumna de la clase, pero pasaba de año, nunca repetí y estaba bien —en silencio la escuchaba atentamente, y agregó—: Cuando pasó esta desgracia, mis padres me echaron de la casa, pensando que así obligarían al hombre a casarse o hacerse cargo de mí, al menos mantenerme, “como decía Laura Bozzo... ¡Que pase el desgraciado...!”. Alquiló un cuarto y se fue a comprar pan, jajaja, nunca más lo vi. Allí cambió mi vida, tuve que entrar a trabajar a una casa, pero cuando vieron muy grande mi barriga me despidieron. Tuve que ir donde mis padres con toda la vergüenza del mundo, menos mal me recibieron, ellos cuidan a mi hijita, la llevan al colegio y la quieren mucho. Mi papá me ayudó a poner este negocio. ¡Imagínate! Soñaba con ser dentista, tener mi consultorio, pero por no saber cuidarme, se acabaron mis sueños. A mi hija no le pasará lo mismo, siempre le diré qué hacer, cuidarse no solo por los embarazos, también de las enfermedades, el sida y esas cosas, «tener sexo sin cuidarse es como cruzar una avenida con los ojos vendados». Llegaron clientes para su rico emoliente. Me despedí prometiendo volver al siguiente día...


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Mamá estaba probando una blusa a una señora muy elegante y exigente. Y yo pensaba, algún día mi mamá dejará de coser, yo trabajaré y la cuidaré, bueno, tengo que trabajar también para mi bebé. Le conté a mi mamá mi conversación con la señora vendedora de emoliente y llegamos a una conclusión, «tenemos que hablar de estos temas sexuales con mi hijo o hija, de la forma más natural, no son temas tabú, los padres no podemos dejar a los hijos, sean hombres o mujeres, echados a su suerte, tener relaciones sexuales para quedar marcados de por vida,... No en esta época donde muchos de los valores humanos se han perdido, tenemos que hacer frente a esta situación. Las muchachitas y los muchachos deben saber, tener conocimiento de los peligros de las bebidas alcohólicas, la droga y las malas compañías, esto los llevan a dar malos pasos. Imaginen, yo estaba enamorada de Raúl, pero con mis sentidos en su lugar, sin alcohol, jamás de los jamases habría dado ese paso, de ofrecerme, le desgracié su vida... Saben chicos y chicas, conversé con mi mamá la posibilidad ahora que tengo 18 años, gestionaré una cita con el juez, le contaré del pobre Raúl, él no tuvo la culpa, fui yo la malé-


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fica chica con unos tragos demás, le arruiné sus estudios, su libertad, su vida... A lo mejor le dan su liberación y me perdona, sería lindo que conociera a su hijo y él pudiera seguir en la universidad, era tan estudioso, su enamorada volvería con él. Por todas esas cosas de la vida, me animé a contar mi caso, no para que sientan lástima, no, más bien para que estén alertas de los peligros, de los cambios que puede tener nuestra vida, para mal, pues ni yo ni Raúl, ni la joven señora vendedora de emoliente merecíamos truncar nuestro futuro. Teníamos todo para tener mejor suerte. Pero fuimos culpables por nuestra ignorancia, por no medir las consecuencias y no estar bien informadas. Ahora, como dice la vendedora de emoliente, ¡nadie me lo vuelve hacer! Saben chicos, digo igual, no juro para no tener otro hombre en mi vida, pues sueño con encontrar un buen hombre, tener mi hogar lleno de amor, otros niños, seguir soñando, sobre todo que los niños nazcan del amor, no de un momento de irresponsabilidad. La nueva generación tenemos el deber sagrado de hablar claro con nuestros hijos; recuerden, el sexo no es tabú. Me despido diciéndoles, «son casos de la vida real, por favor, no seas uno más de esa larga lista de jóvenes truncando sus vidas, si


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bebes alcohol, no tomes más de la cuenta, drogas nunca, si un amigo te ofrece un “porrito” o coca, no es tu amigo, recuérdalo». Vive feliz y di como la joven vendedora de emoliente: “No cruzaré la avenida con los ojos vendados”.


Miski Tika (flor dulce como la miel)


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ste cuento está inspirado en las festividades del Señor de Maynay, Patrón de Huanta, Ayacucho. Se festeja entre el 18 y 20 de setiembre con una gran feria regional, en una pampa pintoresca ubicada a tres kilómetros de la ciudad de Huanta. La “Feria Regional del Señor de Maynay”, como se denomina, permite a los productores de la provincia y otras zonas expongan lo mejor del ganado, artesanía tradicional, manualidades y alimentos típicos. La fiesta incluye además actos litúrgicos, peleas de gallos, concursos de canto, música, de caballos de paso, así como la elección de la “Reina de la Feria Regional” entre las más bellas. Esto sucedió hace muchos años, había una jovencita nacida en el pueblo de Maynay, a diez minutos de Huanta y a una hora de Ayacucho, la capital, un lindo departamento del Perú. A la muchachita le pusieron de nombre Miski Tika, en quechua, traducido al español, quiere decir “Flor dulce como la miel”. Cuando Miski Tika cumplió los quince años, sus padres orgullosos por la belleza de su hija, la llevaron a la feria del Señor de Maynay, en la que se realizaba el concurso primaveral “La Reina de la feria Regional” asistían a concursar las más lindas jovencitas de los Andes”.


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Se presentaron más de veinte hermosas jovencitas, cada una con vestuarios típicos de sus pueblos. Una vieja chamana del pueblo de Huanta, muy famosa por sus predicciones, le dijo a la madre de Miski Tika que su hija no ganaría el concurso, a pesar de ser la más bella de todas. La señora no le creyó, pues su hija era la más linda, además una muchachita buena e inteligente, ¿por qué no ganaría? Llegó el día, era voz popular que Miski Tika se llevaría la corona. Quedaron diez finalistas, claro, Miski Tika estaba allí. De todos los pueblos llegaron ancianos y ancianas, los más sabios, eso era por los años de experiencia que tenían. Ellos eran el jurado y en sus manos estaba la corona. La madre de Miski Tika recordó lo que dijo la chamana, dio una mirada a las finalistas, sí, eran muy lindas, pero su hija era la mejor, de todas formas le pasó el peine a sus lindos cabellos y una crema de cochinillas que ella misma preparó, le pasó una pequeña cantidad en las mejillas de su hija y un poco más fuerte en sus labios, con esto era tal su belleza que hasta las flores empequeñecían ante su hermosura. Quedaron dos finalistas, Miski Tika y Cusy, los ancianos murmuraban y discutían, has-


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ta que se pusieron de acuerdo. La corona sería para Cusy... la madre de Miski no lo podía creer, la chamana acertó cuando vaticinó que la corona no sería para su hija. El pueblo entero protestaba. El más anciano del jurado subió al estrado, con voz pausada, pero firme, dijo: «La corona era para Miski Tika, pero teníamos que ser justos, Cusy tenía su bello rostro limpio, sin ningún color adicional, Miski Tika en cambio, estaba más bella que nunca, pues sus mejillas semejaban los cerezos y sus labios rojos como la granada». Es por eso amado pueblo, lo discutimos y por mayoría llegamos al fallo: Cusy la reina y Miski Tika la princesa. Miski Tika tuvo pena por la desilusión de su madre, fue donde ella, la abrazó y dijo: —Madre mía, no tengo la corona ni la necesito, tú eres la reina y yo tu princesa. —Gracias hija, discúlpame, la ambición de verte más bella, hizo que perdieras el concurso. La chamana no se equivocó. Tus palabras me han dado tanta alegría, iré a dar un abrazo a Cusy, se lo merece. Pasaron los años y Miski Tika se casó con un valiente Sinchi y cuando ella le contó sobre el concurso que perdió, el Sinchi, su esposo, dio un decreto: En los concursos de primavera, todas las “flores niñas”, concursantes, se pre-


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sentarán con sus lindas caritas lavadas con agua del río Ayacucho.


Elisa y yo


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i prima Elisa entraba al salón con la partitura “Para Elisa” de Beethoven, melodía pegada en mi piel como el aroma de las cerezas. Los invitados esperaban sentados en la elegante sala, con antigüedades de mucho valor, desde los muebles Luis XV, hasta sus dueños, de no sé cuántos años. Empezaba Elisa con sus delicadas manitas al piano, yo esperaba el tercer acorde. Entraba con una flor roja atada en una cinta negra confundiéndose entre mis cabellos, vestido blanco, ahora mío, fue de Elisa cuando hizo la primera comunión. Danzando en medio del salón, no puedo describirme, se apoderaba de mí algún espíritu, ahora estoy convencida que era Isidora la famosa bailarina, sentía cada nota melódica brotando por mis poros, mi cuerpo obedeciendo los sonidos, mis invisibles alas elevándome a cielos extraños. Esa sensación de felicidad y tristeza, el sentirme un ave dueña de mis vuelos. No recuerdo como se veían los rostros de los invitados, ni el de Elisa ofreciendo el concierto. Siempre en los últimos compases estaba muy cerca al piano, para sentir el efecto de las notas musicales entrando en mí. Para Elisa,


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tocado por Elisa. Yo no era la niña de la casa, tampoco hija de la criada, solo ahijada de la sobrina de la familia. Entonces solamente compensaba con algunas tareas los beneficios recibidos. Elisa leía los poemas de Bécquer, me encantaba escucharla, yo recién aprendía a leer, sentía placer cuando ella recitaba: “Hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado ¡Hoy creo en Dios!” Mi realidad... abría la vieja rinconera de calzados, las botas del tío Alfredo siempre estaban limpias, a lo mejor no pisaba el suelo, los tacones de la tía Rosa, muy altos, me encantaban, a escondidas solía caminar con ellos. También los de Elisa, pobre niña, siempre triste como sus zapatos, yo la amaba, nunca se lo dije, ambas éramos solitarias, compartíamos la música, los poemas y las cerezas. Todos los zapatos en fila como me dijeron, “esperas lo que demoras en rezar un Padre Nuestro” luego sacas lustre. Ese día nunca lo olvidaré, cerraba los ojos imaginando mi baile, ¡estaba en el cielo! ¿Para qué iba a rezar? los ángeles acompañaban mi danza. —¿Estabas rezando el Padre Nuestro? — preguntó la tía Rosa. —Sí, rezaba tía, rezaba,


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estaba por el cielo. Fue mi primera mentira, nunca otra tan dulce y tierna. Cuando hice la comunión, confesé al cura esa mentirita, que estaba rezando, cuando en realidad según mí pensamiento danzaba en el mismo cielo. El curita muy enojado me dio de penitencia, cinco padrenuestros y dos avemarías.


La flor que quiso ser mujer


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na bella flor, de pétalos amarillos, quería ser mujer, entonces pidió al Todopoderoso por una noche tener piernas y por las calles caminar. Esta flor era una dalia, habitaba en un macetero grande en casa de tres hermanas. La menor, una muchachita linda, artista plástica, de nombre Vanesa, la segunda Sabrina, una dulce jovencita y Lucía la mayor, bella muchachita estudiante de piano. Como un día cualquiera, Vanesa dejó su abrigo negro colgado en el vestidor. Sabrina gustaba usar tacones altos, los cuidaba mucho, los limpiaba y guardaba en la zapatera, Lucía, la que ponía orden, antes de ir a dormir dejaba las llaves en la mesa, en el mismo lugar. Eran las once de la noche, todas dormían. ¡Qué mejor momento, Dios! Decía la flor, el macetero se estremecía mientras poco a poco brotaba una bella mujer. Cautelosa la dalia cubrió su desnudez con el tapado negro de Vanesa, en sus pies finos, el calzado de Sabrina, cogió la llave que siempre estaba sobre la mesa. Despacio avanzó, abrió la puerta y la cerró suavemente. Las calles solitarias hicieron detener su paso. Un hombre al verla aminoró la marcha de su auto invitándola a subir, Dalia asustada,


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regresó sobre sus pasos. Una pareja cruzaba la calle haciéndose mimos, hablaban y reían..., ella los miraba, quería también reír y hablar con alguien. Por la esquina cruzó un mozuelo, al verla solitaria y desorientada se le acercó. —Es muy tarde para andar sola, eres muy joven, ¿cuál es tu nombre? —Dalia, así me llamo. —¿Te acompaño? ¿Dónde vives? —Allá al frente, en esa casa de portón grande. ¿Podemos dar una vuelta al parque? —Claro, te acompaño. Eres bella como una flor —le dijo el joven—. ¿Puedo darte un beso? Dalia asintió con la cabeza. El la besó en su rostro con ternura. En su mejilla apareció como pintada una dalia amarilla fosforescente. —Muy hermosa flor pintaste en tu cara, no me había dado cuenta. Dalia confundida, atinó a decirle: —Es que soy una flor. El muchacho como hechizado, le preguntó si se podrían ver al siguiente día... —No lo sé, le pedí a Dios me conceda solo una noche, para ser toda una mujer. Ernesto, (así se llamaba el joven) desconcertado, pensaba, “es una mujer bella, enigmática, juega con el misterio”.


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De pronto vio que la flor pintada en su rostro crecía, iluminaba una luz brillante. Ernesto preocupado se preguntó si aquella casi niña sería un ángel o una bruja. No quiso seguir, en el fondo sentía algo de temor. Antes de marcharse, agregó: Mañana estaré aquí preguntando por ti... La apresuró a entrar a su casa. Dalia sacó la llave del bolsillo del abrigo, al hacerlo cayó una tarjeta, Ernesto a propósito no la levantó, se dieron un beso de despedida, al cerrar la puerta el muchacho levantó la tarjeta que decía: Vanesa, Artista plástica... Ernesto sonrió, murmurando “es la mujer perfecta”. Al siguiente día Ernesto llamó al número de teléfono impreso en la tarjeta. —Hola Vanesa, soy Ernesto el muchacho que conversó contigo anoche. —¿Yo? Anoche no salí de casa. —Sí, estabas con un abrigo negro largo y en tu mejilla pintada una dalia. Se cayó la tarjeta de tu bolsillo, por eso sé que te llamas Vanesa, bella “Dalia”. —Ernesto, podrías venir hoy a visitarme, aclaramos a ver si soy sonámbula, el abrigo largo y negro lo tengo, pero... ayer... no salí, te espero a las 5 de la tarde. Vanesa fue al vestidor, allí estaba su abrigo, un poco mal colgado, luego su vista fue


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al macetero y allí estaba la dalia en todo su esplendor. —Dios mío, debo ser sonámbula, pero mis hermanas me habrían escuchado. Llegó la hora, Ernesto con puntualidad inglesa tocó el timbre. Vanesa se puso el abrigo y salió a recibir su visita. Al verlo pensó, es un muchacho lindo, a lo mejor... nos entendemos. Se miraron algunos segundos en silencio, luego se saludaron, lo hizo pasar al living. Ernesto apenas entró vio la dalia en el macetero. Dijo con voz emocionada: —¡Esa era la flor! la tenías pintada allí en tu mejilla, donde tienes ese lunar. —No entiendo nada, podría ser sonámbula, ¿pero pintarme la cara dormida? ¿No será que anoche estabas con unas copas demás? —No Vanesa, nunca tuve más claros mis sentidos. Más bien no pude dormir, me impresionaste con tu belleza y la flor pintada en tu mejilla. Tomaron un café, conversaban de mil cosas. De pronto Ernesto volteó la cara como si alguien lo estuviera observando, su mirada se desvió a la dalia, en ese momento la flor cerró y abrió sus pétalos. Ernesto de inmediato se acercó a la flor, sintió como un aire fresco besando su rostro,


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una sensación indescriptible, el joven embelesado no dejaba de contemplarla. Vanesa quiso ser gentil, trajo unas tijeras, cortó la dalia y se la regaló. Ernesto se despidió, casi en estado de shock salió con la flor entre sus manos, se fue, ante la mirada sorprendida de Vanesa, quien nunca más supo de él. Vanesa se pasea por el barrio con un dibujo de su rostro, va preguntando por Ernesto, nadie lo conoce.


En un rincón de mi ropero


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ecuerdo el ropero de mi abuela, madera tallada, hermoso mueble, pero mamá dijo, ese vejestorio regálenlo al jardinero. Nadie sabe cuántas veces me escondí en el ropero y conversé con mi abuela, hasta que mamá lo llenó de trastes y le puso llave. Ahora ya no lo quería ni para los trastes. Ante mi protesta me permitieron conservarlo en el desván, no importa respondí, solamente quiero seguir teniéndolo, hasta cuando tenga mi casa propia y pueda colocarlo donde yo quiera. Mi madre enojada movía la cabeza, como diciendo «eres una niña “caprichosa”». Rosalía, la joven que trabaja en la limpieza de casa, entraba una vez a las quinientas al desván a pasar la aspiradora, Rosalía es buena conmigo, me consiguió cajas y pude desocupar mi ropero. Entraré a conversar con mi linda abuela. Tengo tanto para contarle a mi abuelita, sí, de Antonio, le diré que estoy enamorada. Mi lindo ropero “fuera de onda”, ahora son los closet, sin embargo jamás será un mueble desechado, por suerte es de buena madera, lo cuidaré, lo veo tan hermoso. Esa tarde de domingo, mamá y su amiga jugaban cartas. Para evitar que notara mi


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ausencia, le advertí que estaría en el desván, voy a guardar mis libros viejos le dije. Pasé un paño con un poco de colonia, entré a mi ropero, cerré las puertas y a los pocos segundos mi abuela me abrazaba y le conté de mi novio. Ella me regaló su anillo perdido hace muchos años, muy valioso, recuerdo que volteamos la casa buscándolo. «Siempre estuvo aquí, en un rincón de mi ropero. Por eso aguardé el momento para dártelo, ahora es tuyo, que seas muy feliz mi nieta querida, como lo fui yo, tal vez ya no puedas volver a verme, pero si necesitas hablarme siempre estaré a tu lado». Quedé un momento a solas meditando, mi abuela ya no estaba, lloré presintiendo que mi infancia se había terminado. Mi abuela me dejó su anillo, recuerdo cuanto comentaban lo valioso y antiguo, para mí no tiene precio, lo cuidaré abuela, algún día, cuando sea una abuela como tú, lo dejaré escondido en un ¡rincón de mi ropero!


El secuestro


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amos a contar un real cuento para mamá y papá y si están los abuelos también pueden escuchar. Mi nombre es Hugo y mi hermana Natividad, le decimos Nati. Nos pasó algo y queremos contarlo. Nati tiene 6 años y yo 13, esto nos pasó hace dos meses nomás. Salíamos de la escuela y nuestra casa queda solo a tres cuadras. Somos muy responsables y no hablamos con extraños, miramos bien antes de cruzar la calle. Un día de esos, veníamos conversando camino a casa, se nos acercó una señora muy linda, con un traje azul, su cabello largo y negro. —Hola chicos, ¿van a su casa? (caminaba al lado nuestro). —Sí señora —respondimos. Nos pareció natural, pues no nos hizo parar ni nada. —¡Qué bueno! ¡No quería caminar sola! ¿está lejos su casa? —Nooo, muy cerca, a dos cuadras a la derecha. —Qué suerte, yo vivo una cuadra más allá. Mi nombre es Roxana ¿y el de ustedes? —Yo soy Hugo y mi hermanita Nati. —Mucho gusto, quiero ver si en mi cartera tengo caramelos, aquí hay tres, uno para cada uno.


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Nati al momento se lo puso en la boca, yo lo guardé para después de almorzar. —¿No te gusta el dulce?, me preguntó la señora. —Sí, me encanta, pero lo guardo para más tarde. —Cómelo, te doy otro para tu casa. Luego sonó su celular, ella inmediatamente contestó y alcancé a escuchar: “Ven con el auto, estoy cansada, por suerte dos niñitos me acompañan”. Ya estamos cerca, le dije... —Sufro de mareos, por eso como caramelos con eso me pasa. —Ya llegamos, tenemos que doblar en esta esquina señora. —Acompáñenme un minuto, ya vienen por mí. Nos paramos los tres en la esquina, me preocupé por la señora, si se marea y se cae, pues puede romperse la cabeza. En ese momento, se detuvo un auto con una señora, a lo mejor la madre —“¡Qué sucede, sube!”. —No puedo, creo que me caeré —agarrándose de nosotros. La que manejaba abrió la puerta y nos dijo: “Chicos ayuden, por favor”. Yo subí para poderla jalar al asiento, mi


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hermana cargaba la cartera y apoyaba para ingresarla al auto. En ese momento la linda señora nos dio un jalón, cerró la puerta del auto y el auto arrancó. Mi hermanita gritaba llorando, yo trataba de zafarme, pero luego sentimos un sueño terrible, miré a Nati, apenas si logramos darnos la mano, quedamos profundamente dormidos. No sé cuánto tiempo viajamos dormidos, al despertar estábamos en una habitación elegante, el dormitorio muy grande, creo es el doble o triple del mío, felizmente estábamos los dos, Nati aún dormía. Me levanté presuroso. La puerta entreabierta, de la habitación de al lado pude escuchar y espiar a la señora de azul, estaba conversando con otra mujer, no era la que manejaba el auto. Muy despacio volví a la cama, miré el cuarto y había una ventana, me asomé, estaba muy alto, inmediatamente cogí mi cuaderno y escribí muy grande: “SOY HUGO FLORES Y MI HERMANA NATI, ESTAMOS SECUESTRADOS, AVISEN POLICÍA Y TELÉFONO DE MI CASA 567 8444 GRACIAS, DONDE CAIGA ESTE CUADERNO A ESA ALTURA, ESTOY MUY ALTO EN UNA VENTANA” GRACIAS


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Se sacó el pasador de la zapatilla y ató todo el cuaderno para que hiciera peso, con la página escrita a la vista, lo tiró y se acostó al lado de su hermanita. La mujer de azul entró al cuarto y pensó que los dos dormíamos, entonces volvió a salir. Después de un buen rato, mi hermana despertó y empezó a llorar, yo nuevamente había quedado dormido, me sobresalté con su llanto, aterrado esperé la entrada de la mujer, abrazado a Nati. Entraron dos mujeres, una de ellas era la vestida de azul. —¿Crees que nos quedemos con los dos chicos? Bueno, preguntamos si quieren adoptar a los dos, aunque lo dudo, hay papeles para una niña de más o menos su edad, pero al chico, a lo mejor se lo damos a cara cortada, él puede pedir dinero por el niño. —Mis niños ¿tienen hambre? —preguntó la primera mujer. —¡Señora, ¿por qué nos hace esto?! ¡Déjenos ir! —le dije entre sollozos, abrazando a mi hermana que lloraba también. Entró una mujer con una fuente con dos platos de comida, lo que menos teníamos era hambre, solo mi hermana pidió un poco de agua.


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Después me enteré cómo le fue a mi cuaderno. Una señora paseaba a su perro, el cuaderno por poco le dio a su mascota, enojada miró hacia arriba, al no ver a nadie, casi sigue de largo, nos comentó. Levantó el cuaderno medio enrollado, leyó la nota, observó bien el lugar donde había caído y lo llevó a la policía. La oficina policial se puso en movimiento al momento, vieron las cámaras de vigilancia de la zona, pero solamente visualizaron la caída desde el tercer piso, el edificio tenía diez y el mismo número de cocheras por departamento. Habían entrado y salido varios vehículos. El jefe ordenó de inmediato que fueran a todas las cocheras, preguntaran y revisaran todo automóvil que saliera del edificio. Hablaron con el encargado, dijo nos ayudaría a identificar a los inquilinos La policía de inmediato llamó al teléfono de la familia. Contestó la empleada del hogar, quien les informó que hacía unos minutos había comunicado a los dueños de casa sobre la ausencia los niños que no habían regresado del colegio. Los padres se acercaron a la comisaría de San Borja, lugar donde se encontraban los niños, esto lo sabían por el cuaderno que Hugo había tirado por la ventana.


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El cuaderno lo hicieron oler por perros adiestrados para encontrar personas. Tres policías vestidos de obreros de la compañía eléctrica, subieron al décimo piso “supuestamente había una emergencia de cortocircuito”, iban con el encargado para no levantar sospechas, con una llave maestra en caso que no abrieran la puerta. Todo el piso diez y nada. Mientras tanto, a partir del cuarto piso, otro escuadrón de policías vestidos con el uniforme ecológico de emergencia, previa llamada, anunciaban su presencia, algunos abrieron de inmediato, otros de mala gana, cuando llegaron al sexto piso, demoraron en abrir, una voz femenina por el contestador dijo que esperaran un momento, pues no estaban presentables. Uno de los guardas tenía a cargo al perro rescatista de personas, le hizo oler el cuaderno del niño. El perro lo hizo detenidamente, luego se puso inquieto, como tenía bozal sólo se escuchaba unos pequeños gruñidos. Don Germán el adiestrador de perros, dijo a los cuatro policías que lo acompañaban: “Este es el lugar, tengan cuidado con los niños, actúen con cautela, yo me quedo con el perro aquí afuera, espero órdenes”. Los policías encubiertos saludaron, cargando con sus herramientas hacían el seguimiento


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de los cables eléctricos, luego vieron dos niños profundamente dormidos, una mujer los cuidaba, les dijo; es hora de su siesta. Otro de los hombres empezó a decir: “Aquí está la falla, tengan cuidado, no toquen ningún artefacto eléctrico, salgan todos del departamento”, las tres mujeres desconcertadas no sabían qué hacer, uno de los guardas dijo: “Tienen que despertar a los niños, urgente”. La mujer de azul atinó a decir, “cuando duermen profundo así nomás no se despiertan”. —¿Es usted la madre? —No, no, soy la tía, mi hermana está de viaje. —Qué raro, no despiertan... creo que están en shock. —No señor, así son, cuando duermen, duermen. Uno de los policías era experto en salvar vidas, los revisó y con voz fuerte pidió “ambulancia, de inmediato”. —Oiga, usted no puede ordenar llevar a mis sobrinos así por que sí. —Más vale que se busque un abogado, nadie se puede retirar, están todos detenidos. Salió del baño la misteriosa mujer que los chicos vieron manejando el auto. Y dijo: —Yo no tengo nada que ver en esto, a mí me alquilaron el auto nada más.


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—Así... ¿no me diga? ¿Usted es sólo el chofer? —Sí señor, sólo eso. —Menos mal, la dejaremos libre, avisen al señor Germán que deje salir a la señora, ella solamente era el chofer Germán conocedor de su oficio, muy cortés la acompañó hasta la cochera del edificio, le hizo un sarcástico adiós y dejó marchar a la mujer. Ella no sabía que el perro estaba camuflado en el asiento trasero, llevaba un rastreador con micrófono. La mujer observaba continuamente si la estaban siguiendo. Al verse libre de perseguidores, paró en un lugar solitario, sacó su teléfono celular y llamó a un tal Castañuela. —Hola Castañuela, estamos jodidos, quedaron detenidas las tres comadres, nosotros tenemos que huir en este momento, retira todo el dinero del banco, yo hago lo mismo, agarra un bastón para que parezcas más viejo y yo voy como enfermera, nos encontramos en el aeropuerto y salimos a cualquier lugar, allí ya vemos donde será nuestro destino, no llames a nadie, si te llaman no respondas, tú sabes si el jefe se entera que fallamos, nos destripa. El auto lo dejaremos en el aeropuerto o fuera de él mejor, así demoran en rastrearnos. Bueno, en media hora nos encontramos, en mi maleta


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guarda lo mínimo, yo tengo mis documentos. Por cualquier cosa chueca, no sé quién eres. Chau. Por suerte toda la conversación fue escuchada por los expertos, ellos sabían exactamente dónde estaba la mujer chofer. Un auto de veterinaria seguía a distancia a la mujer, en el aeropuerto ya estaba la brigada de rescate. Cuando la mujer entró al aeropuerto el policía de control le dijo: —¡No puede entrar con su perro! —¿Cuál perro? —El que duerme plácidamente allí. —¡Ayyy, no es mi perro, se metió al auto! El perro se levantó y mostró sus dientes, ahora estaba sin bozal, la mujer tembló de miedo y le dijo al policía: —Por favor sáquelo, no es mío ese perro. —Ya sabemos que no es suyo, es de la policía, este lindo perro obtuvo la medalla de oro como el mejor rescatista. —Bueno, yo no lo robé señor policía. —¿No? ¿Y quién puede decir que no?, usted lo tiene en su auto. —Voy a llamar a mi abogado, no pueden culparme de secuestrar un perro. —Claro que no señora, no se preocupe, usted no será juzgada por el perro... —Qué alivio, me asusté señor policía.


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—No se preocupe, usted solamente será juzgada por secuestro a dos niños... casi nada ¿no? —Yo no tengo nada que ver, solamente era contratada como chofer. —Guarde sus palabras señora, tendrá mucho que hablar. Al momento se presentó la brigada, con el tal Castañuela, estando frente a frente la mujer dijo: ¿Quién es ese? No lo conozco. Castañuela lloriqueando le dijo a la mujer: —Eres una tonta, el perro estuvo siempre contigo, y ellos escuchaban, así que canta nomás, cuanto más hablemos, nos darán un poco menos de años. A los pocos días habían desbaratado una banda de secuestradores de niños, el alcalde mandó llamar a la brigada para premiarlos, pero don Germán dijo muy solemnemente: —Señores, con todo respeto, hay menciones importantes que hacer, sin las cuales no hubiera sido posible llegar a buen fin. Una de ellas es mencionar el niño Hugo, el secuestrado, él, con toda habilidad supo aprovechar unos minutos escasos para escribir esa nota; la señora que, al recibir el impacto del cuaderno, creyó en el pedido de auxilio y acudió a la policía. Nuestro perro, nos dio la clave con su súper olfato, allí donde estaban los niños, mos-


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trando luego una conducta impecable dentro del auto de la detenida, quien no percibió que era rastreada nada menos por un perro. Nosotros completamos nuestra misión. El premio más importante es para el niño Hugo. Ejemplo a seguir, no sólo por niños, también por adultos, nos enseña a no dejarnos dominar por el pánico. Aprovechar, sin ponernos en peligro, cualquier circunstancia o tiempo, así sean pocos segundos, para hacer algo y ayudar si podemos a resolver problemas que cualquiera puede tener, como estos secuestros que se vienen repitiendo tanto. Terminé de contarle este tremendo episodio a mi familia. Luego asomé a la ventana y recordé los últimos momentos de esa tarde de elogios. Yo estaba sentado entre las autoridades, con los brazos cruzados, los ojos cerrados, pensaba en esa mujer de azul, era tan bella, sus cabellos largos, negros, más linda que la señora del cuarto piso. Si no hubiera sido una delincuente, a lo mejor nos encontraríamos algunas veces en el camino al colegio.


Rosaura, la muñeca de trapo


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es contaré, mi nombre es Lorena. No sé si es defecto o virtud pero soy bastante curiosa cuando algo me llama la atención... Hace un tiempo empecé a indagar la vida de Virginia, hermosa mujer, inteligente, Asistenta Social de una importante empresa, tiene mi edad, meses menos o más, 36 años, es amiga de la infancia y muy querida. Techi, es una amiga en común, fue quien me comentó del último compromiso de Virginia. Sé que Antonio dejó a Virginia porque ella aceptaba casarse, siempre y cuando él nunca le exigiera tener hijos. Calculo que la ruptura con Antonio, fue el mismo motivo con sus otros amantes... El deseo de averiguar llegó a tal límite que pedí una cita a Virginia para conversar. Necesitaba saber si tenía un problema, a lo mejor por mis conocimientos en Psicología podía ayudarla. Este es el caso de Virginia, varios amores, si mal no recuerdo, Eduardo, Máximo, Rodolfo, Jorge, Carlos y Antonio, a todos se les veían buenos hombres. Virginia, bella, espiritual, dulce...; todos los amigos cercanos, nos preguntamos, ¿por qué Virginia con tantas cualidades y buenos compromisos sigue sola? Luego que Virginia aceptó muy alegre


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recibirme en su hogar, con un prometedor y sabroso lonche. Compre el pan que a ella le gusta. Me encaminé por las cinco cuadras que separan mi casa con su casa, iba con la mente en blanco, no sabía cómo abordar la conversación sobre su azarosa vida sentimental. Hablamos de muchas cosas, me preguntó por mi esposo y mis hijos. Allí aproveché en preguntarle por Antonio, le comenté lo encantador que nos parecía, “aprobado por nuestro grupo de amigas” le comenté riendo. Bueno los otros también fueron “aprobados” pero tú les pusiste tarjeta roja. Entiendo, te mueve el querer saber de mi soledad —empezó contando Virginia—. Sé que nadie se lo explica..., pero es muy simple, nací con labio leporino, ya sé, igual mi madre, a mí también, una operación y listo, mi madre además era epiléptica, murió joven y no sé quién fue mi padre. Tengo horror de traer al mundo un niño enfermo, a veces despierto aterrada y transpirando, sintiendo que en cualquier momento sufriré un ataque igual que mamá. Cubro mi deseo de ser madre atendiendo niños en el hospital de huérfanos, ni siquiera me atrevo a adoptar. Es por eso los amores me dicen adiós, no encontré al hombre necesitado de amor, queriendo pasar el resto de su vida junto a una buena mujer, aparentemente sana, que


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en las noches acuna su muñeca de trapo y le canta... “Duerma mi niña, duerma mi amor”. “Al amanecer le cambia de ropa, la sienta frente a la ventana”. En ese momento Virginia levantó a su muñeca, y le habla, “mira por la ventana mi Rosaura, mi niña, así juegan los chicos, cuando seas grande te llevaré al parque, allí compartirás con otros niños y te cuidaré sentada en aquel banco. Por eso tienes que comer tus alimentos, así serás una niña sana y hermosa”. La colmó de besos, sonriéndole seguía hablándole... Salí con los ojos húmedos, comprendí de golpe el porqué de su soledad, ella amaba a Rosaura, la muñeca de trapo, así cubría su instinto maternal. Rosaura es parte de su vida... así es feliz, necesita en su intimidad tener soledad, sin testigos que la juzguen, para amar a su hija Rosaura, la muñeca de trapo.


La máscara


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“Tengo una máscara sonriente, de mujer feliz, la uso diariamente al salir de casa”

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oy sentí que debía mostrarme tal cual me siento, salí a la calle con mis ojos llorosos y suplicantes. Los vecinos de siempre, alarmados preguntaron por mi salud, o si tenía algún problema, «estoy triste» les dije. Tanta locura en el mundo, tanto dolor... ¿Por qué tenemos que matarnos entre humanos, fronteras manchadas de sangre, balas, bombas, insultos, asaltos, secuestros, robos? ¿Por qué se enturbian las aguas de los mares y el cielo gris esconde las estrellas y los rostros amados...? Sentí la ternura de mis amigos acompañando mis pasos hasta casa. ¡Un té de manzanilla para tranquilizarme! Luego llamaron al doctor y a los pocos minutos llegó Hugo Hoyos, el viejo doctor del barrio. Luego de saludarme, preguntó, si algo me dolía, si había tenido fiebre, dolor de cabeza, a todo le contesté que no, pues nada me dolía. Le dije: Doctor, el único dolor lo siento en el alma y cerré los ojos para ya no responder. —Está muy enferma, es un cuadro de psicopatía ambiental, grado cuatro —dijo el galeno.


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—¿Y cuántos son los grados? —preguntó mi amiga Esperanza. —Son cinco —respondió con voz solemne. Fingí dormir. Cerraron la puerta de mi dormitorio, sin embargo pude escuchar al doctor dictando todas las medicinas que debía tomar. Mi amiga Soledad, saludó y tomó la palabra, pausadamente invitó a todos a retirarse de casa: “¡Ofelia no necesita valium ni remedios, ni camisa de fuerza. Ella no es psicópata, solamente necesita amor, llorar en algún hombro amigo, para eso estoy aquí, disculpen, con todo respeto, buenas tardes!”. Soledad como siempre, entró a mi cuarto y lloramos por tanto dolor en el mundo, oramos pidiendo a Dios que nos mande la paz y el amor. Nos quedamos dormidas, al despertar Soledad abrió el cajón, sacó la máscara y abrazándome dijo: “anda, ponte la máscara y vas a comprar el pan, yo preparo el café...”. Y fui por la calle sonriente, los saludos iban y venían, escuché así a lo lejos “allí va la loca, que llora por la guerra y pide paz”. Llegué con el oloroso y caliente pan. Soledad me quitó la máscara y sonreímos, sonreímos. Soledad posó el humeante café en la mesa diciendo a modo de oración: “Que el más pobre tenga en


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su mesa, un pan y un café”. Solo eso, no pedimos maná al cielo.


El rey Baltasar


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es voy a contar un casi, casi verdadero cuento y... de Navidad. Es la historia de Andrea, una abuela agradecida de la vida, feliz pues sus hijos y nietos son buenos muchachos. Llegó diciembre, Andrea por primera vez no tenía ganas de colocar el pesebre. Murmuraba apesadumbrada... «Si vinieran familiares y amigos a cantar villancicos al niñito Jesús, sería diferente y... ¿si el Niñito Dios se enoja conmigo por dejarlo envuelto en diarios hasta el próximo año? ¿Y si me muero antes de la próxima Navidad? No, no, ¡no señor! Me remorderá la conciencia si no lo hago. Manos a la obra, jajaja, perdóname Niñito Dios, soy una holgazana, voy a desenvolver las cosas de navidad, aquí está todo en su lugar, los pastores, ovejas, la virgen, san José y el Niño Jesús, la vaca y el… el...». De pronto se dio cuenta de que no estaba el burrito y renegando decía: «Siempre envolví al burrito con la vaca, ¡¡qué raro!! ya abrí todo… no no, aquí hay otro paquete». Andrea abrió presurosa el paquete y grande fue su sorpresa, «¡otro nacimiento! ¡y completo!, solo que es pequeñito, más fino, de apariencia antigua. ¡Ufff, debe ser carísimo!».


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Muda de asombro seguía abriendo las envolturas, allí estaban los tres Reyes Magos… ¡los tres eran blancos! Andrea pronunció palabras quechuas, «Manan cancho, manan». «No, no puede ser posible, rey Baltasar, ahora mismo te embetuno la carita». Fue a su armario, sacó la cajita de pasta de zapatos, mezcló marrón con negro, cuidadosamente con un algodón pintó la cara y las manos del rey Baltasar. Puso los dos nacimientos juntos, solo le fastidiaba que el burrito no estuviera. Ya algo cansada, se preparó para acostarse pensando en preguntar a sus hijos si ellos le habían dejado ese precioso belén. De pronto, se asustó al ver un hombre con vestuario de rey: «Ay, se parece al rey Baltasar. ¿eres Baltasar?». Este personaje le hizo una venia y le responde: «Gracias Andrea, por fin me siento en casa. El artista que nos creó no quiso pintarme como el rey negro, entonces me dejaron así blanco igual que mis compañeros Gaspar y Melchor. Nos enviaron a una tienda importante de Italia, cuando nos pusieron para adornar el belén, al vernos a los tres reyes blancos, de inmediato nos refundieron en un cajón. Hace unos meses remataron todos los muebles de esa casa. La


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caja donde estábamos nosotros junto con el Niño Jesús, se la llevó un reciclador, cuando llegó a su humilde casa y vio que yo era blanco se ofendió mucho, decía que es mala suerte haberme dejado así, nos envolvió y llevó a su amigo vendedor de baratijas, él le dio unos reales por nosotros. Casi al momento pasó un señor japonés-peruano rumbo al aeropuerto, al vernos nos compró por todo los reales que le quedaban en el bolsillo, fueron unos reales más, así es que algo ganó el vendedor de baratijas. El japonés estaba feliz con nosotros, pero al llegar a Lima le dijeron, «ese paquete no puede pasar, son valores artísticos, necesitan un permiso». El japonés no quiso llenar la solicitud de devolución. Quedamos en un rincón de la aduana por mucho tiempo. Hasta que vinieron de la inspección y cuando nos vieron, informaron, «esto no tiene valor, no ven que el rey negro tiene la cara blanca». Nos colocaron en un tacho de objetos reciclables... La señora de limpieza, pidió que le regalaran la cajita con nosotros... —¿Pero cómo llegaron a mi casa? —preguntó Andrea. —¿Recuerdas cuando tocaron tu puerta pidiendo ropa usada? Sacaste una bolsa y dijiste: elijan lo que les sirva y dejen para otra persona


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el resto de prendas. Pues esa gente sacó ropa y metió la cajita donde quedó el resto de ropa, no querían cargar con nosotros. Tú guardaste esa bolsa con la cajita adentro, la llevaste al depósito. Gaspar, temeroso de que nos vuelvan a echar, anduvo investigando qué había allí, hasta que encontró al burrito, nos pusimos a jugar con él y de pronto sentimos ruido, rápidamente nos metimos a tu armario en la caja de Navidad. El burro quiso ir a pasear, a lo mejor regresa, no lo sé. —Qué maravillosa historia rey Baltasar, casi no abrí la caja... —pronunció asombrada Andrea. ¡24 de diciembre! Andrea se despertó, se levantó y sentada en su cama se preguntaba: ¿habré soñado? No, ¡no, no, no! Allí estaban los dos nacimientos y Baltasar el rey negro con cara de feliz. Preguntó a sus hijos si ellos dejaron un nacimiento a guardar, pero ninguno sabía nada... Lo gracioso fue la cantidad de llamadas telefónicas, mis nietos entusiasmados querían recibir al Niñito Jesús en casa de la abuela... El Niño Jesús hizo el milagro, le prometí que mientras viva, todos los años colocaría los dos nacimientos. Yo pinté la cara del rey Baltasar, ellos, los tres reyes pintaron mi vida de


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amor. Solo me queda una duda, ¿fue un sueño la presencia de Baltasar? Mmm... nunca lo sabré... ¡Pero entre nosotros, un secreto amiguitos: el rey Baltasar me dejó un regalo, “la ilusión”, sí, la ilusión de un mundo mejor! ¡Feliz Navidad! El burrito aún no regresa. Tal vez para la próxima Navidad.


La noche, el lobo y el lago


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uando despunta la niña noche, entre árboles y pájaros nocturnos desperezándose para espantar al sueño, ella avanza velozmente por sendas sin farolas y sigue veloz queriendo tiznar todo, las palomas le dicen: «despacio noche, despacio, dame tiempo de llegar al nido». La noche ya es adolescente, va lánguidamente a contemplar su bella oscuridad al mar, las olas le dicen... ven con nosotras a jugar, la noche ya no quiere juegos, está enamorada de un lobo blanco, ella... quiere teñirlo de negro. La noche ya es señorita, sus bucles azabaches los mece al viento, ya no persigue al lobo, ahora está perdiendo el sentido por un tranquilo lago, se contempla en sus aguas, ya no corre, ya no juega, no persigue apegos. “La noche está de boda con el lago” La luna la viste de novia, fugaces cometas y estrellas titilantes alegran el cielo, los búhos y lechuzas cantan en coro. La noche y el lago se besan amantes, alumbra sus pasiones la menguante serena, se escucha a lo lejos aullar a un lobo. Comentan las brujas y duendes del aúllo llanto, es por la


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noche que va muriendo lentamente... ahogada en el lago de tranquilas aguas.


El corazón


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alí a caminar, quería hacer un reencuentro con mi espíritu, amanecí con una mezcla de tristeza, sin darme cuenta me encontré de pronto en la calle sin esquina, esa que hace tiempo transité, le conozco cada quebrajo del cemento, cada sombra estampada en sus viejas paredes, hasta adivino las huellas dejadas por mis amores al pasar. Sus veredas me llevaron hasta el mar. Absorta en el vaivén de las olas, en el vuelo de las gaviotas, mis ojos se posan en un niño de unos nueve años. Solitario en su faena dibuja en la arena, a distancia observo muy bien delineado un corazón gigante, dentro de él tres personas. Creyendo terminada su labor, le pregunto si uno de los dibujados era él. No, no soy ninguno de ellos —responde agachando la cabeza—, yo soy el corazón. Y los hombres representan los tres países que amo, el Perú es mi país, yo nací aquí, en Arequipa, de Chile es mi madre... de Viña del Mar y ecuatoriano nacido en Loja es mi padre, ellos son artistas y trabajan en el circo, mi papito es acróbata y mi mamita tiene cinco perritos amaestrados, si los viera qué lindo bailan. —¡Qué bien...! Cuéntame... ¿Por qué tú eres el corazón?


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—...Facilito señorita, fíjese, ellos estarán protegidos, mientras yo esté vivo están en mi corazón, nunca nos pelearemos, nos amamos mucho. Diciendo esto guardó unas piedrecillas en su bolsillo, me regaló una bella sonrisa y se fue. Ahora yo era la solitaria, contemplaba el corazón, me acerqué a observar, los tres personajes tomados de la mano, y cada uno tenía en su pecho la letra inicial de su país. Más abajo escribí: “Si los niños gobernaran el mundo, los mayores estaríamos a salvo”.


Cuéntame la Vida

y otras historias

Otros títulos del autor: El Niño del Silencio, Desnuda entre mar y caracolas, Naturalma, El Espejo Vacío, Al Niño se le Respeta, Coquito y Comemucho, Pepón y sus amigos, Las Doñas del Corral, La Brujita Cabezona

Hay historias increíbles pero ciertas, como el primer relato contado por una adolescente. No cabe duda, cuando el demonio o como quieran llamarlo se apodera de jóvenes buenos, sin malicia, estudiosos, todos una promesa de un mejor futuro. Sin embargo, pasan cosas que se pueden evitar. Este relato les ayudará a no cometer estos errores, sin dejar de estar en sus propios y maravillosos mundos adolescentes. Comparto también otros relatos, de lectura corta, amenos, divertidos y para meditar. Espero que lo disfruten deseándoles un buen camino de feliz y próspero andar. Lily Cuadra

Abejita Sinchi Editorial


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