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CASTILLOS ENTRE NIEBLA Paisajes para una novela Fotografías
Antonio Joaquín González
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Castillos entre niebla comenzó a fraguarse en un momento de mi vida en que viví lejos de Zaragoza. Cada regreso era un retomar los paisajes que habían sido mi vida. Es por ello que decidí convertir la ciudad en una protagonista más de esta historia policíaca que más bien es un reencuentro con los lugares del recuerdo. A lo largo de esta antología de imágenes veremos sitios que no aparecen mencionados en Castillos entre niebla, pero todos ellos, de un modo u otro han forjado la personalidad de Alejandro Montañés. Antonio Joaquín González Zaragoza. Enero de 2014
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Hacía siglos que los lobos no aullaban en aquel paraje que, pese a su cercanía, estaba apartado de los ruidos de la ciudad. También habían desaparecido las jaurías de perros semisalvajes que se adentraban por el barrio, asustando con sus gruñidos y continuas peleas a los escolares en el amanecer de los días de invierno. Todo se sentía alejado en el tiempo, como si de un relato mítico se tratase. Cantalobos se llamaba aquel territorio cubierto por la humedad de la bruma que ascendía procedente de las orillas del río Ebro. Era noviembre. La ligera brisa de la medianoche sonaba en el suelo alfombrado con las hojas caídas de los chopos. A lo lejos se rompían las luces de una ciudad que había crecido demasiado en los últimos años. Focos tan lejanos que limitaban una frontera con aquel dominio salvaje que Zaragoza todavía no se había atrevido a colonizar. La corriente del río transcurría suavemente, arrancando de las piedras de la orilla una música siempre distinta en su repetición. Más allá todo era silencio en aquella noche fría de principios de noviembre. La niebla se iba extendiendo entre los grises troncos de los chopos con marcas de eternos corazones de amores ya olvidados. Nada de todo aquello sentía aquel cuerpo tendido entre raíces y barro. Si la noche hubiese tenido luna, quizá se podría haber reflejado en el charco de sangre oscura que cubría las hojas marchitas, improvisado lecho fúnebre.
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El autobús cuya parada quedaba a menos de dos minutos de su portal le llevó hasta la fuente de las aguadoras, al comienzo de Compromiso de Caspe, desde allí, caminando llegó a la comisaría de San José.
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Siempre pensamos en un argumento cinematográfico para los momentos culminantes de la vida. El nacimiento ha de producirse en un día de sol, con las ramas ocupadas de pájaros que cantan alegres por una nueva vida. La muerte ha de ser un final situado en una acotación de oscuridad, metáfora de lo eterno; y un entierro ha de darse en un ambiente neblinoso con bruma que se apega a nichos y panteones de aspecto decadente. En un intento por evitar la tristeza que le producía el acudir al cementerio de Torrero, Alejandro Montañés buscó imágenes de películas en las cuales la atmósfera de la muerte fuese lo que tenía que ser: un paisaje invernal de árboles pelados a la vez que sonaba la música de Anton Karas para el entierro de Harry Lime en El tercer hombre, toda una expresión de soledad y castigo de indiferencia para el superviviente. O el funeral por la Condesa de Torlato-Favrini, que en otro tiempo fue conocida como María Vargas, en La condesa descalza de Mankiewizc, con un cielo que había abierto sus compuertas de par en par, ¿cómo lágrimas? ¿cómo una voluntad de anegar la memoria en un olvido que todo lo arrastra?
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La Almolda, uno de los pocos sitios de Zaragoza que se habían mantenido inalterables a los tiempos, bastión de otras épocas. Desde una de sus mesas se podía observar el ir y venir de las gentes, aparentemente ajenas a todas las penurias con las que él se veía obligado a convivir en su oficio, cada uno arrastrando su propio infierno y persiguiendo la felicidad.
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Federico Guallar ya no era aquel profesor nuevo del Departamento de Historia Moderna, el típico joven ambicioso que tenía que comerse su orgullo ante el servicio permanente de un tan insigne como maleducado catedrático. Alejandro Montañés conocía las publicaciones de este investigador de la historia del siglo XVI hispánico.
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El frío y la humedad que subía desde el Ebro hacían que cruzar la Plaza fuese una experiencia bien poco acogedora. Llegaron a la puerta de la Catedral de la Seo
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Alejandro Montañés se dirigió hacia la Plaza de San Bruno. Entre sus vicios confesables estaba el de comprar libros y allí, entre volúmenes polvorientos y olvidables, algunas veces se podía encontrar una pieza que cobraba con el orgullo del cazador experto. Agradeció el trago de aguardiente del Pirineo que le ofreció aquel hombre con acento del Alto Aragón, y notó cómo el licor bajaba dejando una huella de calor en su esófago. Ojeó los tenderetes de libros y allí estaba, en una edición de Saturnino Calleja, de los años cuarenta, la novela de Emilio Salgari, Honorata de van Guld, la continuación de la tormentosa venganza del señor de Ventimiglia, más conocido en el Caribe como El Corsario Negro. Alejandro ajustó el precio con el vendedor y después se detuvo a tomar café en la Calle Alfonso, y mientras leía fragmentos del libro que había conseguido, se dejaba mecer en los acentos de las meseras que le recordaban las sonrisas de Lucía.
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Los muros de ladrillo y piedra se habían mantenido en pie desde muchos siglos atrás; siempre volcados hacia el interior, hacia la vida contemplativa, sin prácticamente ninguna ventana que pudiese distraer de una existencia dedicada a la oración. Sólo una de las dos puertas cerradas tenía aspecto de abrirse de vez en cuando; seguramente era la entrada de servicio, la única que permitía una cierta e inevitable comunicación de las monjas con el exterior, la única con un portero automático que se accionaba como el de cualquier otra comunidad de vecinos, con la diferencia de que Alejandro Montañés tuvo que aguardar a escuchar el descorrer de tres cerrojos antes de que le fuese franqueado el paso.
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Alejandro fue dando un paseo. Se detuvo unos minutos, como hacía siempre que pasaba por allí, en el monumento de la Plaza de los Sitios, contemplando y meditando las angustias de la guerra y en cómo el ser humano más cotidiano podía volverse una fiera cuando se trataba de defender lo suyo, sólo así podía entenderse la imagen de aquella madre, con un niño agarrado a su pecho, que tira con furia de un cañón. Agustín Querol había realizado este grupo escultórico cien años atrás pero el bronce no había perdido, pese a las lluvias, la rabia que quiso mostrar su creador.
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El paseo de Teruel olía a la fábrica de galletas como toda la vida y la Puerta del Carmen con sus cicatrices se abría en una muralla que ya no existía.
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Aquellas también eran las calles de los largos veranos corriendo libre o acompañando a la abuela Gloria a comprar hielo para la fresquera; los paseos hacia la Plaza del Pilar que en su recuerdo había quedado con el suelo de granito gris. El primer café con hielo que tomó en compañía del abuelo Joaquín, un café que no le quitó el sueño. “Cara de gitana” o “Gavilán o paloma”, “Me gustas mucho”, aquellas canciones que nunca se cansaba de escuchar en la jukebox del Potomac, el bar en el que una noche de cena de camaradería de su padre y sus amigos le dejaron ver Juana de Arco, en la versión interpretada por Ingrid Bergman. Las máquinas de millón, con ese botón secreto que permitía seguir jugando sin monedas. La bayoneta calada en un palo que el señor Joaquín, el del Antiguo Bar Estanquillo, había encontrado al hacer unas obras de ampliación. Cada paso por aquellas calles era un recuerdo para Alejandro Montañés, y a él le gustaba perderse en las nostalgias
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Hacía un siglo, el Paseo Sagasta fue una avenida arbolada delimitada por hermosas casas de la burguesía que se dejaba arrastrar en sus afectos estéticos por el naciente modernismo. Ahora aquel paseo de casonas que Alejandro Montañés conoció cuando niño se había transformado en una arteria más de la ciudad; los palacetes fueron derribados, para que en sus solares se alzasen enormes edificios de pisos, oficinas y cristal que ahogaban los plataneros, único recuerdo de los tiempos antiguos. Todavía quedaban algunas de esas mansiones burguesas de principios del siglo XX, y una de ellas era la que habitaba doña Esther de Avellaneda, marquesa de Torre Nueva.
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Todos guardaban silencio en el coche que avanzaba hacia la calle Doctor Cerrada donde estaba ubicada la morgue en un edificio modernista, anexo a la antigua facultad de Medicina, con un jardĂn siempre lleno de gatos, siempre ajenos al dolor extraĂąo.
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Desembocadura del río Gállego. Cantalobos La Fuente de las Aguadoras. Compromiso de Caspe. La Siesta. Paseo de Sagasta. Monumento al Justiciazgo de Aragón. Plaza de Aragón. Monumento al Justiciazgo de Aragón. Plaza de Aragón. Escultura del Ángel Custodio de la ciudad y Mano de San Valero. Plaza del Pilar. Fernando el Católico. Fernando el Católico. Atleta de Pablo Gargallo. Atleta de Pablo Gargallo. Plaza de San Felipe.. La Vendimiadora. La Samaritana. La Samaritana. Plaza de San Cayetano. La Siesta. Miguel Servet, Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Monumento a los Mártires. Plaza de España. Monumento a los Mártires. Plaza de España. Monumento a los Mártires. Plaza de España. Monumento a los Mártires. Plaza de España. Monumentos a Goya. Plaza del Pilar. Complicidad. Granvía. Dos emblemas de Aragón: El yelmo de Jaime I el Conquistador y San Jorge. Busto de Joaquín Costa y escultura en la Plaza de San Felipe. Escultura del Buen Pastor. Antiguo Matadero. Monumento de la fosa común en el Cementerio de Zaragoza. Esculturas en el Cementerio de Zaragoza. Esculturas en el Cementerio de Zaragoza. Escultura de Alfonso el Batallador. Vistas desde el Cabezo. Monumento a Rubén Darío en el Parque Grande. Paseo de los Bearneses en el Parque Grande. Monumento a la Exposición Hispano-Francesa de 1908. Parque Grande. Monumento al Doctor Félix Cerrada. Parque Grande. Fuente de Neptuno a de la Princesa. Parque Grande. Monumento a Cesar Augusto. Hércules en el Patio de la Infanta. Teatro romano. El Pilar. El Pilar. La Virgen del Pilar en el día de la Ofrenda de Flores. Puente de Piedra. El Pilar. El Pilar. Esculturas de Santa Isabel de Portugal y de Santiago Apóstol. Fuente en la Plaza del Pilar. La Aljafería. La Aljafería. La Aljafería. Patio de Santa Isabel. La Aljafería. La Aljafería. Capilla de San Martín. La Aljafería. Senda a orillas del Ebro. 149
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Puente de Piedra y monumento conmemorativo al Centenario de los Sitios. La Ranilla Puente sobre el Canal Imperial de Aragón. El Canal Imperial de Aragón. Patio de la Infanta. Patio de la Infanta. Palacio de los Luna. Real Maestranza de Caballería de Zaragoza. Palacio de los Morlanes. La Lonja. La Expo. Torre del Agua. Pasarela del Voluntariado. Calle Alfonso. Calle de la Zaragoza Vieja. Calle Alfonso. Calles de la Zaragoza Vieja. Torre de la antigua Feria de Muestras. Antigua fábrica de chocolates y cafés Orús. Las chimeneas de la Azucarera. Casa Montal. Calle de la Zaragoza Vieja. Pastelería La Almolda. Pastelerías de Zaragoza. Pastelerías de Zaragoza. Calle del Tubo. Plaza de San Agustín. El Coso Bajo. Museo Pablo Serrano. Museo Pablo Serrano. Jefatura Superior de Policía. Campus Universitario de San Francisco. Facultad de Filosofía y Letras. Juguetería de la Zaragoza Vieja. Casa de los Hermanos Albareda. Plaza de La Seo. Cubo sobre el Foro Romano. Catedral de La Seo. Catedral de La Seo. Catedral de La Seo. El Arco del Deán. Catedral de La Seo. Plaza de San Bruno. Catedral de La Seo. Iglesia de La Magdalena. Torre de la Iglesia de La Magdalena. Torre de la Iglesia de La Magdalena. Torre de la Iglesia de San Pablo. Iglesia de Santa Engracia. Iglesia de Santa Engracia. Iglesia de Santa Engracia. Iglesia de Santa Engracia. Escultura de Fernando el Católico. Iglesia de Santa Engracia. Escultura de Isabel la Católica. Iglesia de Santa Engracia. Procesión de Semana Santa desde la Iglesia de San Felipe. Convento de las Canonesas del Santo Sepulcro. Convento de las Canonesas del Santo Sepulcro. Iglesia de San Antonio de Padua. Iglesia de San Miguel de los Navarros. Iglesia de San Miguel de los Navarros. Monumento en la Plaza de los Sitios. Monumento en la Plaza de los Sitios. Monumento en la Plaza de los Sitios. Monumento en la Plaza de los Sitios. Monumento en la Plaza de los Sitios. Monumento en la Plaza de los Sitios. 150
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Monumento en la Plaza de los Sitios. Puerta del Carmen. Puerta del Carmen. Monumento a José de Palafox. Monumento a los defensores del Reducto del Pilar. Monumento a Agustina de Aragón. Plaza del Portillo. Complejo Escolar Gascón y Marín. Zaragoza Antigua. Calles de la Zaragoza Antigua. Casas Modernistas del Paseo de Sagasta. Mujer dormida. Casas Modernistas del Paseo de Sagasta. Antiguo Instituto Anatómico Forense. Museo Provincial de Zaragoza. Casa Soláns. Mercado Central. Mercado Central. Palacio de Larrinaga. Flor Modernista.
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