© de la edición: LLEI D’ART © 2011 © de los textos: Luisa Noriega Montiel
Editorial LLEI D’ART Pau Casals, 10 – 25110 Alpicat (Lleida) – ESPAÑA Tlfno. 973 738 056 info@lleidart.com www.lleidart.com
Redacción: Luisa Noriega Montiel Colaboración: Tomás Paredes Romero Maquetación: Lídia Torrelles Fotografía: Carles Balsells, Ane Lasa Irizar, Antoni Serés Impresión: ANFIGRAF
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Reservados todos los derechos.
Impreso en España Depósito Legal: L-643/2011
Fotos sobrecubierta: Antoni Serés, Carles Balsells. Dibujos solapas: Carles Vergés. Lápiz y tinta china. Dibujo página 19: Carles Vergés.
ANTONIO DÍAZ GARCÍA E S C U L T U R A S
Prólogo: No deja de ser algo paradójico el que en estos momentos sienta un especial orgullo al prologar este libro en el que tantos y tanto hemos invertido. Paradójico aunque no inverosímil, ya que heme aquí, intentando sintetizar los motivos –los impulsos para ser más acertada–, que me han llevado a capitanear esta impetuosa cruzada con la intención de mostrar un discurso artístico que, lejos de ser una versión más de lo ya inventado, se desmarca del pelotón, para adentrarse en senderos menos transitados. Las creaciones de este tan temperamental escultor del más recio de entre los metales, arrojan su fuego por la boca, como dragones insurrectos. Sometido cada fragmento a la más estricta de las disciplinas, encontramos al tenaz herrero junto a su forja, ejecutando una suerte de exorcismo que subyugue el terco orgullo del frío metal al calor de unas llamas tan embravecidas como las ambiciones de quien las aviva. De este modo, sin pretenderlo, con un fondo difuminado de grises como todo horizonte, se perfila incandescente la criatura soñada, fruto de sus desvelos, causante de su desgaste físico, desnuda y ardiente, aún jadeante, aceptando la doma, pero sin bajar la mirada. Se hace un silencio y ambos contendientes se contemplan el uno al otro, sin mediar gesto o palabra alguno, como amantes tras noche tempestuosa, sin vencedores ni vencidos. Es así como nacen las obras de Antonio Díaz, en batalla de besos y golpes, tras debatirse día a día en extenuantes duelos hasta que la última estela de luz se apague o hasta que la más fulgurante de las estrellas se confunda con el cielo del amanecer. Y es tal su embeleso para con su criatura, que la colma de atenciones, lavando su piel tibia, lijando sus asperezas, vistiéndola con sedas y tules, permitiéndose a sí mismo desplegar todo su potencial sensitivo para abrazar con pasión la materialización de la idea original.
Sucedió así cuando, casi por azar, me encontré frente a frente con una obra prácticamente anónima, aunque ungida con aceites que huelen a olivo y a salvia, de noble casta. Era una colección apabullante, que no daba demasiadas opciones a partir de las que poder hacer objeciones. Todo aquello salía de muy dentro de aquel sencillo hombre, quien, como un volcán a punto de erupción, parecía tener tanto que desvelarnos desde lo más profundo de sus entrañas, que llegaba a intimidar. Brutal, vigorosa, potente y certera, la obra de Antonio se me antojaba tan inusual como triunfante. Y cuando se refería a ellas, un tropel de palabras casi atropelladas intentaba definir lo que para él significaba haber conseguido salir victorioso de una batalla más, haber tenido, aunque solo fuera durante unos insignificantes instantes para el respiro, una casi inexplicable sensación de gloria por haber sentido blando el intransigente hierro entre sus manos. Ese azoro con el que deseaba irradiar quedaba ahogado entre sus palabras, escasas para tanto tumulto de emociones. Sin embargo al contemplarlas, y muy especialmente al ver a Antonio enfrentarse con bravura a las fauces de la fragua, al sentir los impactos del martinete marcar el ritmo de su corazón, acelerado y encendido, lidiando a lomos de su leal yunque, batallando como un gladiador, solo entonces pude comprender lo que me quería decir. Allí no había rincones donde buscar, ni tapaderas, ni escondrijos, ni fórmulas mágicas. Plasmando sueños sobre el suelo de su taller, un hombre llano y sin guarnición dibujaba su imaginario con tiza blanca sobre el tosco suelo, recomponiendo su realidad una y otra vez, reinventando vivencias, poniéndoles cara, enfundándolas en una piel. Dispuestas ya como para desfilar el día de la victoria, cada una de sus devotas creaciones, perfectamente alineadas, parecían cofrades de una silenciosa procesión. Solemnes y mudas. Henchidas de emociones como una piñata. Imponentes en su entrañable frialdad. Y puesto que si algo he defendido en mi profesión ha sido la honestidad en la creación artística, refiriéndome con ello a esa actitud limpia y clara que hace que alguien, un día, quiera y sepa dar forma a una fantasía, a un proyecto, sin que nada ni nadie lo condicione, me dejé seducir por esas curiosas formas que, de un modo casi magnético, acaparaban mi atención y alimentaban mi interés. Es éste quizás el tipo de hechizo por el que decidí un día, hace ya tiempo, hacer una especial concesión dentro de mis estrictas tendencias figurativas, para zambullirme de lleno en una propuesta que, no solo coqueteaba con la abstracción, sino que abría nuevos caminos dentro del arte de vanguardia. Este libro que hoy presentamos es el resultado de mucho esfuerzo por parte de todos, desde los excelentes profesionales que han colaborado en su ejecución, hasta los amigos y familiares del artista, que han querido formar parte
del proyecto en alguna medida, pero, sobre todo, es fruto de mucho amor y entusiasmo. Las tres colecciones en torno a las que reagrupamos las obras recogidas en el tomo, conforman tres etapas perfectamente definidas en la obra de Antonio Díaz, AD. La primera de ellas, la obra primigenia, se caracteriza por su gran frescura y lozanía. Se trata de una colección compuesta por trece magníficas piezas en cada una de las cuales el escultor marca tanto su determinación y peculiar estilo, como su excesivo celo en el culto al detalle. La segunda colección, o despliegue, algo más cuantiosa, se mantiene fiel al discurso artístico del escultor y sugiere todo su potencial expresivo, mediante una amplia exposición de formas que insinúan y evocan muy diversas sensaciones en el espectador. La tercera y última de las colecciones contempladas agrupa una esmerada serie de licencias artísticas que constatan una constante evolución personal y creativa que no ha hecho más que despegar. Estoy segura de que no va a dejar a nadie indiferente.
Luisa Noriega Montiel Directora editorial de LLEI D’ART
Artista inocente, titán salvaje: ¡Imagen de Antonio Díaz! ¡Heterodoxo, instintivo, intuitivo, sensible, buscador, secluso, a su aire! Imagen primera, la de su obra, en la Lleida despojada y anómala, que no es la de Màrius Torres, pero que está ahí, por unos pocos que empujan. Y sus obras eran una amalgama de fuerza y de azar, de pasión y ansiedades, una torrentera de visiones diversas que anunciaba a voces el amor desbordado de un descubridor de rendijas por donde se ve la luz. Y lo oscuro. Canta Leonard Cohen: “Hay una grieta en todas las cosas, así es como la luz entra”. Había…muchas rendijas, perspectivas, propuestas, con referencias incluso de aquellos a quienes no conoce. No es extraño, a veces se coincide, se siente de forma semejante, pero nunca se puede ignorar el pasado y menos, en el mundo del arte. Hemos de conocer la tradición para que continúe, para que nuestra proposición la prorrogue. Toda copia es anulación de la estima. Es una negación. Más tarde, conocí al escultor, fugazmente, haciéndome unas fotografías entre sus piezas, para una entrevista que me había hecho Luisa Noriega. Se le veía ganas de preguntar más que de explicar. Aunque lo ocultaba, estaba ansioso por entrar en conversación, por dialogar con uno de la tribu, ajeno a su cotidianidad. Pero, sonreía, callaba, miraba, no se atrevía, el pudor le frenaba. Pasó el tiempo y nos volvimos a encontrar, esta vez en Alpicat, donde Luisa Noriega, siempre activa como un torbellino, presentaba una propuesta conciliadora de arte diverso. Estaba allí, aspecto mollar, con sus piezas y su aire bonachón o contenido, tímido, recluido en un mundo que adivina y no acaba de perfilar. Hablamos y me presentó a Cinto Casanovas, jesuita y escultor, con gran admiración, con cariño, respeto. Yo le observaba, pero él iba a sus sueños, dejándose escrutar, mostrando a raudales la ternura y la inocencia que le dan sentido y determinan su campechanía, su palacio
de sombras y luces donde reina, como un gigante en un relato fantástico y desconocido. ¡Un titán de rocío y amanecer! Veía como observaba sus obras, sin disimulo, en las que hay soles minerales y metales que fueron ascuas del sol; ráfagas y cometas, haces de líneas, lumbre y mandrágoras, símbolos y signos, calor del sur que en el norte se mineraliza. Soles que se resquebrajan dibujando árboles y ramajes donde anidan los sueños. Antonio tiene muchos soles en sus ojos que se posan y se imbrican en sus piezas. ¡Cómo no va a tener soles, él que es grandullón y canducho, si como dice Antonio Porchia, en “Voces”: “Hasta el más pequeño de los seres lleva un sol en los ojos”! Luego de la inauguración de Alpicat, hubo una cena, y contó algunas cosas, siempre aureolado por un ampo de respeto, moderado, incluso de desprotección, de debilidad. Le costaba no ser sincero, hablaba de su trabajo diario y del descanso que le suponía su obra, donde se divertía sin rendir cuentas a nadie mas que a sí mismo. En su taller de forja y cerrajería, se mantiene de construir elementos metálicos de uso industrial, pero vive por la ambición que el sentimiento del arte le procura. Con un lenguaje plástico que lidera formas, o las inventa, que se quieren fundamentales en el tiempo. Una constante aspiración a la excelencia, con decepciones y momentos de lucidez. No todo el que manipula las formas es artista. Ni todo artista es inocente. Los cantos siempre lo son, porque se convierten en melodía de los mensajes de los dioses. No todos los creadores son titanes. Es rara esa coincidencia de la inocencia, la fuerza y la magia de iluminar con la materia trascendiéndola. ¿Y qué es la excelencia en arte? No pintar bien o esculpir con aliño decoroso, sino decir con claridad, con ángel, la propia particularidad, al margen de lo que conviene. “Es bueno descubrir que estás equivocado cada vez que tienes razón”, sentencia el guitarrista y productor Phil Manzanera, “el magnífico”. La música de la fragua, con su perfume ancestral, ha sido desplazada por el sonido de las máquinas, pero igualmente saltan chispas, haces de fuego que alumbran el dominio de la materia tras su manipulación. Y los golpes del martillo, que
doblegan la rigidez hasta hacer del hierro un elemento maleable de la naturaleza. Porque la escultura de Antonio Díaz es, a un tiempo, telúrica y aérea. Tiene raíces y vuela; nace de la tierra, pero se desprende como una crisálida y él le pone alas para que se mantenga como un sueño con vocación de eternidad: el mineral como una mariposa, efímera y eviterna, que se eleva y se suspende en la majestuosidad de su ingravidez. Alto, fuerte, manchego-catalán, sonríe, agacha la cabeza y tira hacia delante, porque espera llegar. Diríase un coloso de seda, capaz de doblegar el hierro, entre megueces y golpes que modulan. Tiene las manos ásperas, callosas, de escultor; cabeza de constructor de estructuras, que deambulan y se deltifican, como “una rama de ríos tatuados en la luna”, que cantó Pablo Neruda, en su “Canto General”, bajo la adscripción de su Molusca Gongorina. Pareciera tosco, pero es fuerte, intenso, recio, bravo, suave, lene, como un magnífico oxímoron en el que se abrazan el fuego y el hielo, la luz y la oscuridad, la sal y la sed, el desierto y el vergel. Uno ve al hombre de la boina y no piensa en el artista –hoy el artisteo ha devaluado la imagen del constructor de signos y formas que convocan pensamiento–. Pero, se habla con él y entonces todo cambia, porque no hay personaje, sino persona, tal cual, sin disfraces ni dilemas, con la sencillez de un hombre que pisa el suelo, aunque esté permanentemente intentando mirar al cielo. ¡Patrón y obrero a la vez! Su cabeza dirige, pero antes de que las manos actúen, las órdenes pasan por el corazón y entonces se inicia la diástole que arbitra la jerarquía de su anárquica construcción. Y comienza a sentir formas que desconoce, estructuras aéreas que tienen sus raíces en el viento, pero que se hincan en la tierra. Escultor terroso que quiere despegarse de la tierra, que recuerda a aquella metáfora de Neruda cuando, en sus memorias, dice que Miguel Hernández tenía “cara de patata recién sacada de la tierra”. El herrero que hace útiles, objetos y continentes que sirven al progreso, al negocio de pervivir, progresa poniendo en vuelo al hierro, torsionando vástagos, haciendo elementos que no tienen utilidad, si no es para el espíritu. Cuando hace lo que sabe no resulta lo mismo que cuando hace lo que desconoce; es el principio del arte: buscar dónde no sabemos. Y es lo más dificultoso, lo hechicero. El mejor arte siempre es un invento. Para Bob Dylan, “la gente no hace aquello en lo que cree, hace lo más conveniente y luego se arrepiente”. No podía no tener razón este poeta recóndito y cantor. Impera lo que conviene, pero de tal manera que crea formas de comportamiento erróneo. El hombre debe hacer aquello en lo que cree, porque le salvará. No con significado religioso, sino soteriológico. El mismo Dylan asegura: “Haz lo tuyo y serás el rey”, porque haces aquello en lo que crees. Como hace AD cuando busca libélulas entre el hierro candente y espliego y miel en el acero. AD no es una vocación tardía, sino profunda, antigua, algo que siempre ha ido con él. Quiso, en su juventud, dedicarse al arte, pero tuvo que buscar primero la comida; en la posguerra, en parte alguna ataban los perros con longaniza, y en plena Mancha, mucho menos. De su Tomelloso natal tuvo que emigrar, pro pane lucrando, pero el sueño del arte no lo abandonó ni una noche, ni un lubricán. Y ahora, en su madurez, le obsesiona, con hambre insaciable. El mérito no es soñar, aunque debería ser una exigencia; el valor del ser cobra sentido cuando es capaz de realizar sus sueños, cuando tiene ideal de conquista. Lo dice Pessoa, por boca de su heterónimo Álvaro de Campos, en su famosa e impresionante “Tabacaria” de 15 de enero de 1928: “O mundo é para quem nasce para o conquistar/ E nao para quem sonha que pode conquistálo, ainda que tenha razao”. El filósofo francés, André Comte-Sponville (La Vanguardia 11.IV.11), en la presentación de su libro “El placer de vivir”, afirma que “nos ha tocado vivir en la sociedad desorientada” y esto hace que lo más dificultoso sea
mantener la orientación. Cuando tantos desvarían, no hacerlo es subversivo. El que hace lo suyo, lo que vive y siente, que a nadie quepa duda, termina siendo el rey, de lo suyo claro, pero es de lo que se trata, que lo propio trascienda hasta convertirse en jirón de vida que se hace tiempo para permanecer. Tratar acerca de AD es debatir sobre el arte y el trabajo, es escribir sobre escultura. Y hablar hoy de escultura es meterse en un terreno resbaladizo, en un jardín, porque impera la obviedad, el vacío y la estulticia de la generalización. Se ha abusado tanto del concepto, del mestizaje, de la propuesta de borrar las fronteras, que ahora escultura parece ser todo, no todo lo que tenga volumen, sino la virtualidad de la posibilidad de volumen. Y no estoy en contra de la novedad, ni del talento, pero si de la confusión. ¿Qué es la confusión? No el producto de la imaginación y la técnica por anómalo que nos parezca, no el hallazgo de la inteligencia, sino la identificación errónea, dar el nombre de un hecho concreto a otro que nada tiene que ver con él. Los hechos no se pueden cambiar, varía su valoración. Se cumple este año el sexto centenario del nacimiento de Giorgio Vasari (1511-1573), artista, tratadista, fuente histórica por excelencia; en “Le Vite de’ più eccellenti pittori, scultori ed architettori”, su obra magna, escribe: “el escultor saca todo lo superfluo y reduce el material a la forma que existe dentro de la mente del artista”. Está obsoleta la antigua palabrería y divisiones de la escultura, pero no la escultura, esa Bella Arte que se configura relacionando volumen, espacio, tiempo, materia, inteligencia, sentimiento, pensamiento, placer y belleza, ¡como no!, si, belleza. La ilusión de hallar que el escultor tiene en su pensamiento. Escultura es las damas esteatopigias del Paleolítico, los torques celtas, los caballos soberbios del Partenón, la cabeza de Antinoo, los cristos góticomedievales, el esclavo de Miguel Ángel, las figuras religiosas y civiles del barroco, la dama oferente de Picasso, la mujer ante el espejo de Julio González, las ceras de Boccioni, las hibridaciones de Ángel Ferrant, los toros de terracota de Jorge Vieira, las búsquedas del vacío de Henry Moore, las maclas de Oteiza, las herramientas poéticas de Chillida, las piezas breves de Plensa o las obras en talla directa de Alcántara. ¿Y por qué son esculturas sus obras y no objetos fetichistas o simples bibelots? Porque son creaciones que imbrican volumen, tiempo, sueño, vuelo, que orientan el espacio y lo determinan. El concepto de artista se articula en el Renacimiento, pero, antes, mucho antes, los hubo, aunque apenas sepamos sus nombres, pues el sistema productivo era diferente. El artista, aquel que desarrolla una técnica, en relación a una materia, expresa su modo de sentir y de pensar a través de la materialidad que conforma. La escultura no es un objeto decorativo, es un aforismo plástico, un símbolo que prolonga al ser, con carácter ontológico. Sin hombre no hay arte, ni dioses, ni mitos, ni nada. El hombre lo ha construido todo y ha destruido mucho, pero, el balance sigue siendo positivo. Lo evidencia la historia del arte, el espíritu que habita las obras de arte que forman la tradición con todas las variantes que se quiera. Y la tradición del arte no tiene nada que ver con lo popular, con lo artesano. Del mismo modo que difiere la pieza de época que la obra con el tiempo ínsito, que nunca deja de ser contemporánea. Con cierta precipitación se habla de arte tribal, arte primitivo o arte africano para formas decorativas que teniendo volumen no tiene trascendencia, son ajenas al tiempo y al espacio. Son productos artesanos, dignos, que no trascienden su propia factura. ¿Hay algo más decorativo que las máscaras africanas o sus sucedáneos? No; parejo a ellas el arte geométrico. En vez de poner el grito en el cielo, contrasten lo que digo. Una obra geométrica va bien en cualquier lugar, igual que una máscara senufo. Una escultura, no. Está en función de su procedencia, inmanencia y determinación: transforma y consagra el lugar, es una cor-
poreización de la energía. Sin ánimo absurdo de comparación, porque no la hay, Julio González fue antes un soldador, un mecánico especialista en metales, como Manolo Torres y otros maestros, casi todos empleados de grandes talleres de automóviles. AD, de igual modo, se ha curtido en el trabajo diario, en el taller de cerrajería y forja, adquiriendo un conocimiento del metal y sus comportamientos que le permite hacerle preguntas, soñar con él, dejarle libertad o reconducirlo por la senda de la feracidad plástica. La escultura da sentido a la materia, la reconvierte de pasiva en activa, la hace partícipe de nuestra realidad. El arte que no surge de la necesidad ontológica está, de origen, debilitado, enerva su entidad. El hombre hace lo que conviene, lo que se necesita, porque así lo demanda la sociedad y lo impone su mercado ¡De ahí surge el sentido de utilidad y se pregunta por él, como si algo que nos es útil en esa sociedad fuere innecesario! Pero, en cierto momento de la vida, el ser sentiente, el hombre que es creador por naturaleza, siente la necesidad de hacer otra cosa, que deje memoria de lo que fue su paso por la vida. Y eso no es premeditado casi nunca. Uno no hace algo pensando en la eternidad, pero sí en la particularidad, porque todos somos distintos. El hombre quiere dejar constancia de lo que ve en su interior, que no es visible a los demás, de qué es, de cómo es, de su porqué, y entonces lo materializa en una pieza, que para ser arte, debe trascender la materia, significar el espacio, crear emoción y misterio en sus semejantes. Esos son los elementos de la escultura, esté hecha con paisaje, con piedra de Colmenar, con hilos de cobre e iridiscentes deuvedés, con tubos fluorescentes, con acero corten o con plástico. En “Kunst und Literatur”, (1803-1832), manifiesta J.W. von Goethe: “Cualquiera ve la materia ante si. El contenido solo lo encuentra quien tenga algo que ver con él”. El escultor es el encargado de hacernos ver el contenido de esa materia, que todos vemos de inicio, pero que sin su mediación no disfrutaríamos. La clase de escultor que compone AD, es difícil que se repita. La época y las circunstancias son otras
a las que él ha vivido y en las que nació su aspiración al arte. Además, hoy, todos los artistas, la gran mayoría, proceden de las Escuelas de Bellas Artes, de una enseñanza retórica y conceptualizada, de una formación académica que iguala a los alumnos por abajo, que no les permite la posibilidad de otra aventura, que no les ayuda a ser libres, libertarios, con ese pizco de locura que todo creador requiere, como reconocía y requería para los poetas Rimbaud. Antonio Díaz, AD, viene de la práctica de la maduración de una actitud que al fin explota, como dinamita, más que como pólvora, que se quema sin estruendo y sin repercusión. En una de las canciones de Neil Young, oímos: “es mejor quemarse que apagarse”. Justo lo que ha hecho AD, lanzarse al fuego, sin red, sin traje ignífugo, para quemarse, si ello es indispensable, antes que apagarse. Lo que debe hacer todo artista que se precie, no dejarse morir antes de que le llegue la muerte. En consecuencia, por todo lo que de suso nombro, siento esta obra y a este hombre como artista, inocente, titán, salvaje, apasionado. Inocente, no como un paladín de ingenuidad, aunque la tenga, sino como frecuentador de los estados de inocencia que propician la creatividad, como perseguidor de la pureza que da seguridad. Artista, porque transforma la materia ensamblando en ella el tiempo y la inmanencia, implicando el nunc stand de Severino Boecio, aquel ahora que permanece sin el que el arte sería otra cosa. Una frivolidad, como es mucho de lo que se hace hoy, ocurrencias sin gracia y sin consistencia. Salvaje en el sentido de no formado en corriente alguna, de desesperada lucha por reflejar su peculiaridad, el idóneo fluir de su potencia. ¡Artista, inocente, titán, salvaje, apasionado! En la presentación de la primera exposición, en Madrid, de José Luis Sánchez, una dura existencia para una obra espléndida sin grandes concesiones, escribía su maestro Ángel Ferrant, siguiendo un pensamiento de Hegel: “Nada de lo que se repite reducido a fórmula; nada de lo que se hace, ni nada de lo que se hizo sin pasión es arte”. A sensu contrario, no es que con la pasión sea suficiente para identificar una obra con el arte, pero es difícil
que esa obra pueda hacerse ajena a la pasión. Como liberal que soy, admito la realidad como es, sin falsear los hechos, no sin objetar lo que me resulta impropio de una naturaleza temporal. Siempre trato de comprender al otro, lo que no es de ninguna manera justificarle; de pensar que el otro puede tener más razón que yo y que, en todo caso, tiene sus razones. Así, todos son libres de creer que lo que hacen es arte, del mismo modo que soy libre para creer que es arte aquello que me conmociona, que me emociona, que me alucina, que me conmueve, por distintas y precisas razones. Todo el mundo tiene derecho a hacer de todo, pero cuando se entra en competencia con los demás, hay que elegir y privilegiar, y ahí comienzan las diferencias entre lo que es arte y lo que es artesanía, entre lo cotidiano y lo excelso, entre lo doméstico y lo universal, entre lo culto y lo ignaro, entre el entretenimiento, que es legítimo, y esa mediación que se convierte en epifanía. Durante mi viaje a Lleida y mi estancia, que dio ocasión al conocimiento de Antonio Díaz y de su obra, leía a Màrius Torres, poeta nacido en la ciudad, por cortesía y por placer, por el goce de esa poesía que traduce un gusto musical y una vida amarga, con ecos simbolistas y elegantes. Torres habla, con cuidada exigencia, de las formas, de la muerte adunia, de la vida, como estas esculturas; de la melancolía, de la noche de los vagabundos “… nosaltres, els pobres vagabunds dels camins…”. Yo soy uno de esos vagabundos de los caminos; todos somos uno de esos seres que hacen el camino que culmina nuestro ciclo vital. Esa poesía me acompañó y alertó en la contemplación de esta escultura, que hoy se reúne en un libro de Luisa Noriega, la crítico de arte y editora que mejor conoce la escultura de este manchego-ilerdense, para gozo del autor y de aquellos quienes han creído en el escultor como un armonizador de materias tangibles e intangibles. No sé si las líneas que anteceden aclaran algo. En todo caso, no trato de adular a un creador, ni de confundir al lector. Ya está bastante dañada la imagen de la crítica, como para venir a atizar el fuego. La obra de Antonio Díaz es, sin ambages, hija de su circunstancia profesional y existencial. Y tiene todos los defectos, aciertos, carencias, lujos y particularidades que ha sufrido su autor en el desarrollo de su vida. Tampoco es para rasgarse las vestiduras, por su falta de publicaciones y bibliografía. AD ha dedicado su vida al trabajo material y su ambición se ha visto postergada, pero no anulada ni sepultada, porque al final aflora. Sin ir más lejos, el mismo Màrius Torres no vio ninguno de sus libros de poemas publicado antes de su muerte. ¡Es mejor tarde que nunca! Este libro es necesario, sobre todo, porque pondrá a su autor en claro, ante sí como ante sus seguidores y coleccionistas. No se trata con esta empresa cultural “de demostrar que es de oro y que no está en venta” el autor, como reitera la canción de Jimi Hendrix. Se trata, con toda llaneza, de mostrar una vida y una pasión, a través de la escultura en hierro. Queda en la libertad del espectador, del amante del arte, decir qué le interesa de ella y cuánto. Y en última estancia, corresponde al escultor proseguir un camino iniciado, modularlo, virarlo o consolidarlo de acuerdo con lo que le dicte su interioridad. Hay mucho rock en esta obra y un rockero como Bruce Springsteen dice “Que Dios se apiade del hombre que duda de lo que está seguro”.
Tomás Paredes Presidente Asociación Madrileña de Críticos de Arte
Dedicatorias: Espero que tu pasión por el arte te permita apurar a fondo cada día de tu
vida y que ello te ayude en este constante proceso de aprendizaje y mejora que todos debemos seguir para extraer de cada uno de nosotros lo mejor y compartirlo con los demás. Con cariño,
Antonio López García
Recuerdo que cuando yo todavía era estudiante de escultura, Antonio Díaz
me hablaba del hierro, de la forja, del martinete, del carbón, de cómo se sabía que el hierro estaba a la temperatura adecuada para ser forjado... Todavía hoy tengo grabada en la memoria la ilusión con la que explicaba su experiencia, lo que había hecho, el oficio. Desde entonces, siempre lo he visto como escultor. A pesar de que durante un tiempo no vi en sus ojos la ilusión de aquella época, sabía que en su interior la forja estaba preparada y que faltaba solo una chispa para encender el fuego y hacer salir su creación. Esta chispa ha llegado y ahora podemos disfrutar de esta explosión creativa de la que resulta un diálogo majestuoso entre el hierro y quien lo ha respetado, admirado y trabajado durante tantos años. Estas esculturas son fruto de una larga relación, de años de observación, de trabajo, de lucha y, como no podría ser de otro modo, están llenas de fuerza. El resultado demuestra que en el arte no hay tiempo, que hay cosas que se cuecen a fuego lento. El diálogo entre Antonio y el hierro es muy especial, y es tanta la conexión, que acabas pensando que uno y otro son iguales, consiguiendo una expresividad que pocas veces se ve. El hierro en sus manos parece blando, ligero y fácil de trabajar, pero todos sabemos que no es así. Me emociona cuando un escultor consigue una simbiosis con un material o un procedimiento. Rodin la encontró modelando, Louise Bourgeois cosiendo recortes de trapos, Julio
González cortando, repujando y soldando el hierro, y Antonio Díaz la ha encontrado a pie de forja. Como escultora no me atrevo a hacer valoraciones teóricas, pero sí veo inmediatamente la sinceridad de un trabajo y tengo que decir que el enterarme de la presentación del nuevo libro ha sido la sorpresa más agradable que he tenido últimamente. Gracias, Antonio, por haber vuelto a la escultura y hacernos partícipes del increíble resultado. No era justo que tanta sensibilidad y creación permanecieran ocultos.
Matilde Grau Escultora y profesora de Bellas Artes
H
ace un par de años, en un viaje a la isla de Sicilia, me atrajo poderosamente la idea de subir al monte Etna. Desde la población de Catania se divisaba, en la lejanía, el perfil imponente del volcán con sus fumarolas blancas desplazadas por el viento varios kilómetros. La ascensión a la cima resultó ser una experiencia impresionante. Muy pronto se desvanece todo vestigio de vegetación y, aparentemente, de cualquier forma de vida. Inmensas masas de roca negra se retuercen y repliegan sobre si mismas. Son antiguos ríos de lava, tierra líquida fundida por la energía del fuego del corazón de la tierra. En las entrañas del cuerpo se percibe la presencia de una fuerza primitiva, original, modelando la tierra que pisamos y las formas que vemos. Siguiendo la dura ascensión, cada vez el entorno se vuelve más abrupto, y ya cerca de los tres mil metros nos encontramos con grandes placas de nieve, de varios metros de espesor. El contraste es cada vez mayor, tierra negra con mantos blanquísimos y con visibles capas de ceniza. Ya en la cúspide, la nieve desaparece debido al calor del volcán. El color del suelo es rojizo, de una aridez indescriptible. Al acercarnos a uno de los cráteres, de donde emergen vapores de agua y gases sulfurosos, tengo una fuerte sensación de vértigo delante de este paisaje telúrico. Mi corazón late con fuerza, es una experiencia única. Al poner las manos en el suelo se percibe el fuerte calor que emana de las profundidades; las piedras literalmente queman. Los sentimientos que me abruman son de humildad y respeto. Nos encontramos cara a cara con el latido del corazón de la tierra. En el descenso, caminando con dificultad sobre pliegues de lava negra, en medio de un paisaje árido, yermo, como de otro mundo, tuve una sorpresa inesperada: descubrí, en medio de un sutil rellano, una pequeña planta verde, tierna, vigorosa, que nacía de la tierra quemada. Una paradoja, un milagro, una realidad impensable: de la más absoluta destrucción nacía la vida. La experiencia de aquel viaje ha quedado muy viva en mi memoria. Recientemente, visité a Antonio en su taller. Un espacio muy amplio, con barras de hierro por todas partes, una enorme pila de sacos de carbón negro y sus grandes esculturas de hierro retorcido, tensado, aplastado... Uno se encuentra delante de elementos esenciales. El fuego, ardiente, intenso, chispeante, animado por el flujo constante de aire. El ruido ensordecedor del martinete. Pero, sobre todo, la presencia del hierro incandescente que atrae la mirada e imprime un fuerte respeto. Elemento primigenio surgido de las entrañas de la tierra al que, desde hace milenios, el hombre lucha por dar forma. Antonio estaba allí, con su espíritu inquieto, su irreprimible voluntad de crear nuevas formas, formas que
ha visto solo en sus sueños, y su lucha tenaz, obsesiva, casi cuerpo a cuerpo. Me muestra sus últimas obras: unas enormes barras de hierro macizo forjadas bajo el fuego de la fragua con descomunal esfuerzo. Un combate titánico con tenaza y martillo sobre el yunque y el martinete, replegando sobre sí mismo el metal rugiente. Sudor en la cara y manos negras. Estoy delante del mismo momento de la creación de su sueño, de su lucha. Horas más tarde puse mis manos sobre la pieza en la que estaba trabajando para reseguir los pliegues y las formas surgidas. La escultura es un arte sensual, nos seduce y busca nuestro contacto. En ese momento sentí el calor del metal, un calor todavía intenso, era sin duda el latir original del fuego y la tierra. Origen de forma y vida, origen de ARTE.
Josep Giribet Torrelles Licenciado en la Facultad de Bellas Artes de San Jordi de Barcelona Profesor de la Escuela Massana de Barcelona Profesor de la Universidad Pompeu i Fabra de Barcelona
Conozco a Antonio Díaz García de cuando coincidimos, en ocasiones, en casa
de un reconocido pintor, amigo común. En nuestras conversaciones siempre salía a relucir el tema del arte. Antonio no podía evitar dar salida a esa vena artística que lleva dentro y que presumo genética, ya que en su familia hay importantes creadores. Ahora nos desvela su alma, sus ansias, sus recónditos
sentimientos a través de una impresionante obra; irrumpe con tanta fuerza, con tanta intensidad en el mundo artístico, que ha dejado atónitos a propios y a extraños: su capacidad creativa ha desbordado hasta lo impensable. Escultor poderoso, de empuje, conocedor profundo de la técnica del forjado y del secreto de las formas contundentes que adquieren sus piezas. Ningún reto es superior a su fuerza creadora. Sometido el hierro candente a su voluntad, todo queda al alcance del martinete, el mazo y el yunque. Según sus propias palabras, su objetivo es poder forjar el hierro, manipularlo como si fuera barro, tarea ardua y difícil, por no decir imposible. Pero quien así piensa es quien busca la perfección, aún a sabiendas de que ésta no existe. Sin lugar a dudas, su obra llama la atención. No deja a nadie indiferente, pero no por ser una obra incomprensible sino por aquello que es conocido en el ámbito artístico; con un poder expresivo que transmite sentimiento, transmite emoción. En definitiva, está impregnada de calidad; es magnífica. Antonio Díaz cree que la inspiración va unida al trabajo intenso, concienzudo, perseverante, y a ello dedica largas y continuadas jornadas que van desde los primeros albores del día hasta el atardecer. Confía en su instinto, en su trabajo, compite consigo mismo. Mientras hace una escultura, se crea una forma de empatía entre él y la pieza: le habla, la mima, se encona con ella, la tuerce y la retuerce, aunque se resista. No se lo pone fácil. Conjugando tensiones y equilibrios hasta conseguir la metamorfosis final que él quiere que tenga. Es entonces cuando da la pieza por acabada, cuando la libera y la muestra al público para que participe del mensaje. Innovador y singular, Antonio Díaz es un investigador incansable; todo cabe en sus manos, ya que lo desarrolla con personalidad, sin influencias ajenas. Sus trabajos son del todo originales, expresados en un lenguaje personal y de una dimensión más allá de lo escultórico, con características propias. Su producción es una brillante ejecución intemporal, con un magnetismo absoluto donde los sentimientos se agrandan y las emociones se enaltecen. Antonio Díaz, hombre de espíritu inquieto que busca en la deformación expresiva la razón suprema de su arte, es desde mi punto de vista uno de los máximos exponentes de la escultura en hierro, artista en plenitud creadora, con una ilusión que convierte cada una de sus esculturas en un nuevo reto, porque en la escultura encuentra el goce vital.
José Patsí Canudes Profesor de la Escuela de Artes y Oficios “Ángel Oliveras”
Fue una grata sorpresa adentrarse en los caminos de la obra de Antonio Díaz García, y digo sorpresa por la consistencia y rigurosidad de un trabajo que sobrepasa la técnica de la forja para convertirse en obra de arte. Antonio Díaz impresiona como persona por su trabajo constante como creador artístico, y por un espíritu, nunca mejor dicho, forjado al temple de la honestidad, y así lo demuestra su obra. Inspirada, con cierta delicadeza en sus formas, en aquellas que nacen en lo más profundo de su propio ser. Construidas con técnicas de un preciosismo y virtuosismo nada común, y que solo la disciplina y el conocimiento proporcionan. Su obra interpreta el metal más duro, el hierro, en algo dulce, plástico y maleable. Una singularidad que solo la praxis diaria, durante muchos años, le puede aportar.
Su trabajo nos habla de cargas, de esfuerzos estructurales, de puntos que confluyen en tensiones, de grados de elasticidad, de movimientos estructurales consecuencia de su propio peso, etc. Consideraciones todas que dotan a sus esculturas de una estructura dinámica, poco rígida y posible de deformar. El conocimiento de las propiedades del material, como alquimista-ingeniero de la forja, le permiten despojarse muchas veces de ellas, e incluso reflexionar por encima de las que le son propias como material. Una reflexión admirable y novedosa que permite contemplar su obra desde una perspectiva inusual. Un artista del hierro que lo adapta dulcemente, sin desvelar esa auténtica labor del conocimiento técnico de la fragua diaria. Es notorio que el resultado no tan solo es su obra, sino su proceso, el hombre que existe detrás de la creación. En resumen, ese espíritu creativo tan profundo. Espíritu que le lleva a entender el arte como sublimación de su propio ser. Cierta espiritualidad inherente a sus obras asoma permanentemente en su trabajo. La escultura en ocasiones nace de la tierra, se asienta en ella, pero en sus manos, se escapa de esa tierra y levita hasta el cielo con movimiento frágil. Ese modelado debido a sus manos, como si de arcilla se tratara, nos llega a hacer pensar que posiblemente su obra no se haya ejecutado en hierro.
Jaume de Oleza Arquitecto
Érase una vez un niño llamado Antonio que habitaba en un pueblo de Lleida,
llamado Tàrrega. Allí vivía en una pequeña casa en compañía de sus padres, donde en invierno hacía mucho frío, y el viento agitaba con fuerza las contraventanas, haciendo clac, clac. Como cada día, acudía a la escuela, pero antes
de llegar al colegio, le gustaba pararse en el taller del herrero Manuel, para ver arder las llamas de la fragua. Desde el colegio se oía a cualquier hora del día el incesante chirrido del martinete y los golpes de martillo del herrero. Mientras que sus compañeros y el profesor detestaban ese ruido, Antonio soñaba con estar allí. En el recreo jugaba al fútbol con sus compañeros, era el portero del equipo. Mientras jugaba, siempre que podía miraba ilusionado a través de un agujero de una vieja puerta de madera situada detrás de su portería, para ver forjar al herrero. Un día el balón aterrizó en el patio del herrero y Antonio se adentró en el taller en su busca. Ese día conoció a tres amigos llamados: fragua, yunque y mallo, que le dijeron que si quería ser su amigo tendría que trabajar con ellos. Antonio aceptó el reto y quedaba cada día con ellos al salir del colegio; se quitaba con energía la mochila y se cambiaba la bata de rayas azules de la escuela por una de cuero. El niño acudía a escondidas de sus padres para trabajar con ellos, porque no querían que tuviera a esos tres amigos, ya que decían que no eran buena compañía para él porque le quemaban, le golpeaban e incluso le arañaban las manos y los brazos. Pero el que fue su mejor custodiado secreto, se convirtió en un secreto a voces. Sus amigos acabaron convirtiendo las manos inocentes y débiles de un niño, en unas manos robustas y fuertes de hombre, tras pasar muchos días y largas noches los tres juntos sin dormir. Habiendo cumplido ya los veinte años de edad, Antonio tuvo que partir para hacer las milicias y sabía que estaría alejado de sus tres queridos amigos por mucho tiempo, no pudiéndose llevar la puerta de hierro que los tres habían dejado sin terminar y que tantos años y esfuerzo les había costado. Así que decidieron esconderla debajo de un pajar, donde permaneció durante un largo periodo de tiempo. Al volver de las milicias, el joven y sus tres inseparables amigos desempolvaron y terminaron la obra. Antonio, deseoso de enseñar la puerta, decidió que el primero que tenía que conocer a los faisanes que habitaban en la impecable puerta
forjada tenía que ser el que había sido su maestro, el señor Martí. Cuando el joven herrero se dirigía con alegría para abrazar al que había sido su profesor, y enseñarle su obra maestra, se lo encontró en el fondo de su viejo taller, en la más absoluta oscuridad. Se había quedado ciego. Su profesor, con lágrimas en los ojos, palpó y acarició con sus trabajadas manos las esbeltas plumas de hierro de los faisanes que Antonio había criado en el nido de su fragua. Así pasaron los años, y el que había dejado de ser un niño hacía tiempo, se convirtió en un hombre forjado a sí mismo y conoció a una joven con el pelo negro como la endrina, que fue la primera en ver crecer sus obras, la que le dio aliento en los momentos en los que más lo necesitaba, la que le curó sus heridas y la que siempre estará a su lado porque es su esposa y sigue siendo el gran amor de su vida. Papá, este cuento no acaba con un colorín colorado, sino que seguirá durante muchos años más, durante toda la vida, porque tanto tus manos como tu obra son eternas. Tenías tan solo trece años cuando conociste a tus tres inseparables amigos: la fragua, el yunque y el mallo, quienes nunca te han abandonado, porque siempre los has querido. Tu obra no solo basta con verla, sino que hay que sentirla, como la sentía tu profesor, porque detrás de cada uno de los golpes de martillo que dan vida a tus obras, hay esfuerzo, coraje, valentía, sudor, lágrimas, y lo más importante, mucha ilusión. La naturaleza ha sido siempre tu fuente de inspiración y has sido capaz de crear con hierro faisanes, cigüeñas, búhos, peces, árboles, fajos de leña o troncos, pero como decía el filósofo Carlos Goñi: “de entre todas las cosas que has forjado a lo largo de tu vida, la más fuerte, y la más unida, ha sido tu familia”. Te quiero mucho papá.
Ismael
Bajo mi óptica de escultor acostumbrado al barro y al bronce, el dominar y
controlar el hierro y darle forma me resulta una meta inalcanzable, y durante muchos años, también para mí, un mundo desconocido y dado por imposible. Julio González, Gargallo, incluso Chillida, me han quedado lejos en el tiempo y en la distancia, pero Antonio Díaz, al que conozco desde hace bastantes años, me ha demostrado que todo es posible, y bajo una fuerza y una violencia contenida, la dureza se somete a la voluntad, y crecen formas que se expanden y multiplican, como materia viva. Da la impresión de que en la obra de Antonio Díaz todo es espontáneo, que ha sido el propio hierro el que se ha ido doblando, contorsionando y aplastando sin esfuerzo ajeno, fruto de una dinámica interior.
En su taller, planchas de acero se curvan y se ajustan unas a otras bajo control numérico y en medio del dominio de la fuerza, el fuego, el ruido –a veces ensordecedor–, y de entre las chispas de los que cortan acero y el resplandor de los soldadores, hay un rincón donde los ruidos y los silencios son diferentes, como de otro mundo. Es como un oasis donde en medio del estruendo que se genera en una nave industrial, el ruido de un martinete crea sonidos y ritmos más humanos, controlando intensidad y tiempo, de modo repetitivo; con fuerza unas veces y otras pasando al golpe acompasado y suave como una caricia. Así, entre el hierro incandescente, el martillo, el yunque, el martinete y el silbido de
la fragua, el artista, con mano firme, crea su propia música que podríamos llamar tridimensional, transformada en formas y volúmenes. No puedo imaginar en silencio la escultura de Antonio Díaz, como tampoco sin los espacios vacíos de su interior y los que se proyectan hacia el infinito. Todo es escultura. Lo más duro, más material, se refina y purifica, y se vuelve espiritual. Con la pátina, mate o brillante, las superficies se hacen impalpables y vaporosas, fundiendo la escultura con la atmósfera que las envuelve. Contemplarlas me relaja y me transporta. Es de agradecer que exista todo esto.
Cinto Casanovas Escultor Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de San Jordi
Querido padre, no sabes la ilusión que me hace poder dedicar unas líneas a
tu gran obra. Sí, la nombro en singular, porque es tu obra, la unión de muchas en una, la fusión de muchas experiencias, años, emociones… en materia prima, posteriormente transformada y por último contemplada. Siempre te he escrito, desde pequeña: la carta a los reyes, por tus cumpleaños, durante mi estancia en la universidad, y hoy también, una tarde de sábado. Te escribía para darte las gracias, para desahogarme y para animarte a seguir haciendo lo que más te gusta: trabajar el hierro. En casa te hemos animado, durante años, para que retomaras tu verdadero camino. Naciste con ese don, pero la vida no te permitió dedicarte a ello. Llevaste una vida perpendicular, donde el punto de las líneas se ha juntado por fin. Una línea era tu esfuerzo por sacarnos adelante. Te olvidaste de ti mismo para pensar en nosotros. La otra línea ha sido la belleza, el arte en todas sus formas, pero sobre todo el hierro, el fuego, el carbón, el yunque y el martillo. Podría escribir un libro sobre ti. Vienen a mí tantos recuerdos: visitas a exposiciones, anticuarios, paradas en mitad de una ciudad observando cualquier cosa que estuviera relacionada con ese metal o incluso algún detalle de la propia naturaleza que pudiera inspirarte. Aquellas comidas amenizadas con tus dibujos sobre los manteles desechables. A veces me quedaba con las ganas de llevármelos. Me daba pena que todas esas ideas fueran a parar a la basura tras recoger la mesa. Años plasmando en un papel ideas y pensamientos, hasta que un día nos ves volar del nido como pájaros y decides retomar tu pasión. Sé que siempre seguirás velando por nosotros aún así. En tu obra existe sacrificio, perfección, educación, profesión y sentimientos… todo ello plasmado entre las curvas de tus piezas, esas uniones repletas de fuerza y amor, porque todo lo que creas es, al fin y al cabo, reflejo de lo que siempre has considerado tu mejor obra, tu familia. Algunas vibraciones de la materia no son visibles al ojo humano, pero tal vez sí sean perceptibles para el corazón. Así es tu obra, y así eres tú, un hombre de hierro, un hombre fuerte, que nunca se rinde, pero con un corazón tierno de padre y amigo. Te quiere muchísimo, tu hija, Ana.
Ana
el artista
Tempestuoso, ardiente, implacable en forma y fondo, AD se debate ciegamente contra sus propias ansias, buscando entablar su tan peculiar diálogo desde la convicción de su dominio creativo. Maneja el inclemente metal con complacencia pero sin concesiones, tratando de exprimir el máximo de su savia para bañarse en ella, a la luz de la fragua, allí donde no soplan los vientos de las diferentes corrientes, en su refugio de ascuas y brillos fulgurantes, donde da de comer a su pasión creativa. Con temple, marcando el ritmo –no siempre acompasado– de su propia voluptuosidad, en continuo y desenfrenado romance con el hierro; es escultor de instintos y de voces, de indescifrables y enigmáticos impulsos que le llevan a competir consigo mismo en interminables reyertas de las que suele salir airoso, aunque no siempre. Con frecuencia el contendiente protege y salva sus fueros dejando al rival jadeante, recuperándose para una nueva batida, como toro lidiado, que no vencido, sofocado y desafiante. Es al calor de esta fértil atmósfera, regada por un brioso torrente de ardientes aguas, donde crece el plantel del universo escultórico de AD, en un vergel de fantasías por materializar, de sensaciones a las que dar nombre e investir con toga de metal. Es a un mismo tiempo creador y creación, porque camina al paso de lo que va gestando, sin entrar en vaguedades, provocándose a sí mismo y convirtiendo el propio reto en el detonante que incita el surgimiento de su hervidero creativo. El manchego plácido, que lleva marcado en sus carnes el hierro de la casta y el agridulce de unos arduos comienzos, deja atrás recuerdos, apegos y sinsabores, para tomar el sendero del buen curtido, fiel a un compromiso con su propia sombra, marcándose un camino de difícil singladura. AD ha perseverado en sus intenciones, forcejeando en medio de esa especie de desvarío generalizado que invade gran parte de los escenarios artísticos más mundanos, para abrir paso a la luz, para iluminar e iluminarse. Y es que el escultor late al compás de su obra, entregándose sin condiciones en un arranque tan impetuoso como su propia fe y certidumbre. Fértil en recursos, generoso en medios, cada una de las piezas que componen sus colecciones ha sido gestada a fuego lento, dejando hacer a la diosa de la evocación, vigilando atento cada conato de obstinación o insurrección para recuperar súbito el mando. Cada pieza, una batalla. Cada batalla, una aventura. Cada aventura, un nuevo reto. Con la hidalguía que le confiere esa su raza, propia de los audaces, de quienes no ceden más que ante los edictos del corazón, AD es un glorioso empecinado, lo suficientemente convencido con su causa como para liderar ejércitos y seguir librando tantas cruzadas como sea preciso para seguir la estela de esa aspiración creativa que germina desde lo más hondo de sus entrañas.
Dejadlos a los dos en libertad. Dejadlos en su mundo. Nacieron ambos el uno para el otro. Uno pone pasión, amor, sudor y fuerza. El otro, que también es fuerte, intenta no ceder. Simplemente por su propia condición. Pero, como es noble, se deja querer. Uno gruñe, el otro grita, y acaban los dos cogidos formando una sola cosa, en una única proclama al cielo, ofreciendo su amor al creador. Hemos vivido muchas cosas juntos y el himno siempre ha sido el mismo. Ambos nacidos del golpe y para el golpe. ¡Qué será de mí si me dejas solo, mi amigo del alma, mi yunque!
Antonio Díaz García
la obra
la obra primigenia
La colección que abriga esta su primera línea artística, se muestra indiscutiblemente rotunda y poderosa, sanguínea, en plena erupción, virgen, sin tapujos, sin condicionantes, libre de intoxicaciones, pura. Cada pieza es una rúbrica, un gesto, un sentir: brutal, absoluto e íntegro. Gestada desde lo más hondo de las ganas, con esta serie el escultor escupe fuego entre voces que buscan ser escuchadas. Toda una vida hibernando entre los pliegues de su piel, es en este momento cuando comienza la criatura de sus entrañas a adoptar formas que apenas él reconoce, caprichosas unas, muy premeditadas otras, todas sorprendentes. Como obedeciendo a un ritual, cada una de sus creaciones ha ido forjándose siguiendo una suerte de códices que brotan de ese instinto que llevaba tanto tiempo agazapado tras el árbol de su vehemencia creativa. Aún a riesgo de que al lector de titulares pudiera parecerle a simple vista inadecuado el término elegido, califico de primoroso este grupo escultórico que emerge de lo más hondo del meollo creativo del artista, dada su pulcritud en lo que al cuidado de las formas se refiere –una rareza plástica en esculturas de este estilo– o el esmero y atildamiento con el que se consagra al engalanado de cada pieza, soñada, diseñada y materializada siguiendo con la más absoluta de las franquezas la idea primigenia: la implacable fuerza de la vida y los elementos, los principios que rigen la dignidad y la ética, las torsiones fruto de los rigores que persiguen la existencia humana o los anhelos de quien ansía hacerse con las respuestas a tantas preguntas por formular. Cada una de las esculturas de AD es única, personal e intransferible. Piezas nacidas del fuego, con la piel marcada por el hierro del entusiasmo, legado de una experiencia, nacidas para dejar constancia del fragor de una batalla, de un designio, de un camino ya hecho, pero no por ello acabado. Busca, encuentra, se debate y sigue buscando. Es su sendero un constante debatir entre el deseo de crear y la necesidad de comunicar, valiéndose de todo su ímpetu, sus sentires más profundos, sus quebrantos y sus empeños. Aplacada su furia, apaciguado el artista, yacen las obras con la piel aún tibia sobre sus nobles pedestales de roble y pino, de hierro y nogal. Aparentemente impávidas y siempre desafiantes, desnudas ante la mirada, las férreas estructuras se alzan con la majestuosidad de un tótem, rebosantes de significación, absolutamente chispeantes. La colección primigenia de AD comienza y finaliza con esta serie de trece piezas exclusivas de hierro macizo, encadenado a los pilares de la fantasía del escultor. Se trata pues de un conjunto singular e inestimable, turbador y sugestivo, caprichoso en su discurso, solvente en los pactos, augusto en el porte y decoroso en su factura. Una apuesta insólita dentro de un panorama artistico actual donde nada es lo que parece y lo que parece, no es nada.
En esta una de sus primeras piezas, el escultor deja clara e inequívoca constancia de su ideario, y lo hace mediante una obra bastante cartesiana en su significación. Distintas directrices y posturas en una encrucijada de la que surgen las opciones, las tendencias y los encuentros con el destino. Consistente, inamovible, juiciosa y reflexiva, esboza lo que pudiera ser interpretado como un comienzo a partir del cual edificar un libro de historias. Siguiendo con precisión el estilo marcado, dibuja con trazo grueso el escultor los dictámenes de su conciencia y de su interminable hambre creativa. Es en sí misma inicio de una aventura creativa donde las pautas han quedado definitivamente marcadas: veracidad ante todo; rotundidad en las formas; perspicuidad en las decisiones y consistencia en el discurso. De fría savia, viste su piel tersa con pátinas satinadas, diríase que incluso afelpadas, revistiendo de seda la dureza de su mejor rostro, limando las asperezas con peine de plata, dulcificando su rabia entre sus manos duras, vividas, de forjador.
“Los orígenes” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis.175 x 80 x 60 cm.
L A
O B R A
P R I M I G E N I A
45
Común a algunas de las obras pertenecientes a esta primera colección es la pátina broncínea con la que baña la superficie del abrupto metal, consiguiendo gracias a ello un interesante juego de matices entre pajizos y áureos, que ensalzan la sobriedad del metal sin comprometer seriamente su recato. El sentido del deber, de lo marcado; la esclavitud de la propia decisión, la sensatez de la responsabilidad y el seguimiento de principios erigidos en dogmas, son representaciones omnipresentes en la obra de AD. En esta ocasión, la pieza –casi minimalista–, no se excede en retóricas u ornamentos a favor de un mayor impacto en lo que busca representar: la implacable levedad de la existencia solo honrada por ese factor diferenciador que separa la ganga de la mena del hierro, el sentido del hacer. “El sentido del hacer” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 175 x 55 x 50 cm.
46
A N T O N I O
D Í A Z
Provoca la abstracción por lo chocante de sus propuestas que, aun desde lo implícito de su anuncio, saben hermanar evocaciones desde muy distantes puntos de fuga. En esta ocasión, el artista concreta en su expresión y sintetiza la esencia del todo. La pieza es una consecuencia de una anterior, pero busca acodarse para enraizar, para fortalecer sus pilares y afianzarse. El compendio de lo aprehendido, de lo asimilado durante años de oficio y anhelo, es en esta representación recopilado, encarnándose en semilla para regenerarse y rehacerse a modo de recapitulación. Se permite AD libertades desde la atalaya de su maestría, a medida que avanza en su relación cómplice con el inexorable metal, algo manifiesto en los antojadizos quiebros de los lingotes que perfilan sus iconos. “La semilla” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 163 x 50 x 50 cm.
L A
O B R A
P R I M I G E N I A
47
Prosigue la colección con estructuras cada vez más comprometidas e incluso abigarradas, jugando con lo escueto y lo barroco, con la esencia y con la piel, con la apariencia y la objetividad; un juego de posturas y desafíos que increpa al conformismo en una suerte de audacia expresiva y a veces incluso mordaz, tan compleja en su primera lectura como sencilla en su desenlace. Acertado en los disparos, provoca desazón a quien lo ignora e inquietud partícipe en quien lo entiende. Hay un hilo conductor en todo este relato, una ligazón emocional y diacrónica que nos anima a explorar territorios emocionales donde desaparecen todas las formas y los colores para ir a desembocar en un mar de reflexión y sosiego existencial.
“Buscando caminos” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 180 x 60 x 70 cm.
L A
O B R A
P R I M E G E N I A
49
Sigue la obra de AD la estela de una recia efervescencia expresiva, provocando nuevas lecturas de lo que más importa, de la esencia misma del sentir humano, de las emociones más irrefrenables. Es creador y creación a un mismo tiempo, porque evoluciona a medida que lo hace su escultura, siendo más él que nunca porque jamás así se había permitido sentir. Es ahora, a lo largo de este nuevo camino emprendido –aunque nunca olvidado–, que el escultor progresa en la identificación de todo aquello que ha contribuido en su desarrollo personal: sus orígenes, su propia vida, sus andanzas, sus expectativas. Se desliza bajo el pellejo de sus obras como para insuflarles el aire que precisan para henchir sus inertes pulmones metálicos. Una colección de páginas sueltas llenas de historias que han conformado un carácter y un temple. Una cuna donde mece el artista sus afanes y sentires.
“Cuna de sentires” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 155 x 50 x 35 cm.
50
A N T O N I O
D Í A Z
51
En este retrato, la dama está sentada en un sillón, y posa sus brazos en los apoyos del asiento. En sus manos y sus ojos puede verse un claro ejemplo característico del esfumado, y también puede destacarse el juego que hace con la luz y la sombra para dar sensación de volumen.30 13 Aparece sentada en una galería,31 viéndose en el borde izquierdo del cuadro la base de una de las columnillas. La galería se abre a un paisaje inspirado en las vistas que Leonardo pudo alcanzar a divisar en los Alpes, cuando hizo su viaje a Milán.32 El paisaje posee una atmósfera húmeda y acuosa que parece rodear a la Se (2010) ha intentado localizar el aparente recodo “La modelo. expansión” del macizo. Arno o una porción del Lago de Como,32 haber Hierro Peana de roble y hierro. 127 x 120sin x 90 cm. llegado a conclusiones definitivas. Muchas veces se ha tratado de compaginar uno y otro lado del paisaje tras la modelo, pero la discordancia entre ambos lados no permite que se diseñe un modelo continuado de la imagen.33 Debe tenerse en cuenta que el lado izquierdo parece estar más alto que el derecho, entrando en
Impecable en su trazo, equilibrada en su cadencia musical, esta obra representa la búsqueda de un entendimiento entre lo humano y lo divino, entre lo tangible y lo intangible, entre esperanzas y designios. Sutil en sus asentamientos, pretenciosa en sus propósitos, es ésta una pieza que llama al deleite en su contemplación, arrastrando con ella todo vestigio de apego a lo material para proponer una perspectiva discrepante de la habitual. Interesante alternancia de secciones –cuadradas y redondas–, que parecen rivalizar entre sí, acaudillando un ascenso metafórico hacia cotas donde solo lo espiritual impera. La curiosa sonoridad de la pieza –evocando el reverberante sonido de una campana–, añade un toque místico a la escultura.
“La espiritualidad: una búsqueda” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 127 x 120 x 90 cm.
54
A N T O N I O
D Í A Z
60
A N T O N I O
D Í A Z
Desdoblando pliegues, rizando bucles, engarzando, ondulando, tejiendo a su voluntad, la mano de AD se va haciendo más diestra a medida que entra en una especie de resonancia mecánica con el noble bruto al que provoca, violenta e incita a reaccionar. La materia se transforma, se contorsiona, grita, gime, muta, siguiendo un sortilegio gobernado desde sus manos, recias pero atentas, inexorables pero afectuosas. A resultas de todo ello, la pieza se crece, se encarama sobre sí misma en entusiasta borboteo de pliegues, sometimientos y requiebros. La verticalidad de esta recreación me trae a la mente algunas deidades hindús que simbolizan el resurgimiento o la transmutación entre lo corpóreo y lo espiritual, leitmotiv en la obra del escultor.
“El ascenso” (2010) Hierro macizo. Peana de hierro. 145 x 50 x 50 cm.
L A
O B R A
P R I M I G E N I A
61
Uno de los grandes temas recurrentes en las obras del tenaz AD es la representación de las fuerzas de la naturaleza y de sus variadas manifestaciones, sugiriendo reveladoras semejanzas con la religión y las diferentes doctrinas que encarrilan la moral en una incesante exploración de la capacidad humana y sus ansias de perfección. El árbol –como inspiración–, aparece con frecuencia en su entorno. Simboliza el enraizamiento, los ancestros, el apego a la tierra, los pilares desde los que se erige en busca de luz, abriendo sus ramas hacia lo más alto en interesante metáfora que versa sobre aspiraciones y designios, sueños por hilvanar e inquietudes en busca de luz. “En torno al árbol” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 152 x 100 x 60 cm.
62
A N T O N I O
D Í A Z
Las adversidades de la vida son simbolizadas y bosquejadas con excelente capacidad de sinopsis, aplicando una magistral rotundidad a los fragmentos elegidos para encarnar el contratiempo. Siempre manteniendo esa verticalidad prácticamente omnipresente de una manera u otra en toda la colección, baraja con agilidad el componente reflejo, la corazonada, para dejar constancia de sus impulsos: directos cual disparo, certeros, siempre sorprendentes en su alcance. Como entrando en el preámbulo de un posible pacto, doblega el hierro sus alas en lo que no es más que una recuperación y subsiguiente toma de impulso. El talante resistente y emprendedor del creativo creador de nuevos y valiosos estímulos. “Reveses” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 120 x 50 x 50 cm.
L A
O B R A
P R I M I G E N I A
63
64
A N T O N I O
D Í A Z
En este retrato, la dama está sentada en un sillón, y posa sus brazos en los apoyos del asiento. En sus manos y sus ojos puede verse un claro ejemplo característico del esfumado, y también puede destacarse el juego que hace con la luz y la sombra para dar sensación de volumen.30 13 Aparece sentada en una galería,31 viéndose en el borde izquierdo del cuadro la base de una de las columnillas.
L A
O B R A
La galería se abre a un paisaje inspirado en las vistas que Leonardo pudo alcanzar a divisar en los Alpes, cuando hizo su viaje a Milán.32 El paisaje posee una atmósfera húmeda y acuosa que parece rodear a la modelo. Se ha intentado localizar el aparente recodo del Arno o una “Repliegue reflexión” (2010) porción del Lagoy de Como,32 sin haber llegado a concluHierro macizo. Peana de pinosemelis. 100 x de 70 comx 60 cm. siones definitivas. Muchas veces ha tratado paginar uno y otro lado del paisaje tras la modelo, pero la discordancia entre ambos lados no permite que se diseñe un modelo continuado de la imagen.33 Debe tenerse en cuenta que el lado izquierdo parece estar más alto que el derecho, entrando en contraste con la física, puesto que estática a desnivel en el tePelRagua I M no I Gpuede E N encontrarse I A
65
Tras un leve vuelo libre, retorna la inspiración a adoptar las posiciones originales, aquellas que determinan la base del todo, el inicio del despegue, las bases sobre las que se asientan sus monumentales edificaciones alegóricas rebosantes de ideogramas y atributos, de deliciosos atrevimientos; encarnación de lo inexplicable, territorio privativo del alma. Una breve pausa en el camino para tomar el aliento necesario para diseñar nuevos horizontes hacia donde dirigir los pasos. Es el sendero y los lindes, el agua y su cauce, el fruto y la semilla, la universalidad de una visión ensamblada, coordinada toda ella desde una mirada conciliadora, en paz, libre y libertadora. “Reorientando posiciones” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 138 x 60 x 60 cm.
66
A N T O N I O
D Í A Z
Con esta obra –inconfundible–, culmina una colección compendio de principios y preámbulo de intenciones. Utiliza –como Góngora– el recurso de la alusión, para involucrar e involucrarse en fascinantes semejanzas y propuestas que buscan esencialmente saciar su sed expresiva. Abrupta, concluyente, irrebatible, rotunda y aplastante en su encomienda, esta serie limitada recorre fértiles paisajes del ánima y la emotividad, donde todo lo que parecía dicho surge renovado, verde, limpio de toda paja, agreste y semidesnudo como piel de mineral, y se conjuga de nuevo, en sacramento, entre brumas de aguas cándidas donde no hay lugar para la turbidez. “Manos abiertas” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 127 x 50 x 33 cm.
L A
O B R A
P R I M I G E N I A
67
el despliegue
En esta segunda etapa, el escultor experimenta y reta al implacable metal para conseguir juntos un nuevo desafío. El metal –cautivado–, accede, y juntos dibujan una colección escultórica pletórica, cargada de espiritualidad y fantasía, donde el juego de la constante provocación aporta su fruto: una explosión de caprichos que, bajo la forma de impensables recorridos, nos invita a entrar en el mundo –cada vez más ambicioso– de exigencias expresivas del escultor, decidido a superar los límites materiales del hierro e incluso de su propia resistencia física. La colección que despliega en esta fase representa la superación y las alas, el inicio de un nuevo renacer expresivo, el afán de no ceder, la fe en sus manos, en su corazón y en sus propios sueños. Una serie más compleja y abigarrada en sus formas que no por ello se desprende de ese aire de ingenuidad y frescura que le son tan propios. El continente se densifica, mientras que el contenido mantiene su grandilocuencia. Mensajes límpidos, diríase que cristalinos, en un lenguaje liberado de ambigüedades, sencillo, despejado y brillante. Unas formas de abstracción discretas, sin florituras, desahogadas y totalmente francas. No resulta complicado concluir: un repertorio de silogismos de libre acceso que tienen como corolario una serie de verdades tan inmensas como irremediables. Diríase que el escultor no tiene fin, que no contempla tenerlo. Ni siquiera lo valora. Es en sí, parte de su obra, en tanto en cuanto arde y se va conforma a medida que ella lo hace con él; un paso a dos, un baile en silencio, hielo abrasador y fuego helado. Encelado en su propósito, combate robándole fuerzas al tesón en reyertas que siempre acaban en tablas, para reemprender la gesta poco después, sin treguas. Una contienda sin fin en una historia interminable salpicada de capitulos que sucedieron, o que no sucedieron, pero que pudieron ser, de personas que estuvieron, de grandes ausentes presentes cada día y cada hora, por lo que hicieron y por lo que dejaron de hacer; una evocación ancestral, una sucesión de flashbacks. Una fábula acaecida en un lugar no muy remoto, entre buenas gentes que hicieron lo que supieron, a sabiendas o no de las secuelas. Una historia interminable que se consume entre las ascuas de un refugio donde la ilusión reposa al calor de una lumbre, a veces cegadora. El susurrador del hierro se guarece entre sus anhelos, al abrigo de lo que digan o traigan las tempestades, para aplacar su ira en la contemplación del elemento que apacigua al iracundo metal. Mantiene fijas sus pupilas en las llamas y dibuja nuevas sirenas en su cabeza, incansable rebuscadora de recuerdos y momentos escondidos, sensaciones aún por identificar, retos en trámite. Es resplandeciente el muestrario de figuras con las que da rienda suelta a su capricho, suntuosas las formas, imposibles algunas, casi ilusorias otras. Antojadizas y veleidosas como una mujer hermosa ante la mirada de su amante, se exhiben retadoras a sabiendas de su poder hechicero, buscando la implicación, el gesto, la caricia, el encantamiento. Un deleite que agasaja el buen gusto y la excelencia en el hacer. Una colección escultórica explícita, redonda y absolutamente arrebatadora.
74
A N T O N I O
D Í A Z
Es ésta la representación de un planteamiento, una postura honesta a la que afianzarse y desde la que enfrentarse a los avatares de la vida. Una base donde apoyarse para emprender camino, sin aspavientos, sin exceso alguno; simplemente un manifiesto que se deja leer, que no chirría, que aplasta en su sobriedad. Como testigos mudos del paso del tiempo, a resguardo de conjeturas, sus simbólicas creaciones siguen fieles a un lenguaje contemporáneo y perfectamente justificado que no se detiene en inútiles cuestionamientos y que transita por caminos no muy lejanos a los del entendimiento humano, a las inquietudes que consternan la existencia, a los tótems sagrados que construye de modo tan personal, concediendo especial atención al despliegue de las formas y a la densidad de lo material.
“Anclajes” (2008) Hierro macizo. Peana de pino melis. 135 x 40 x 30 cm.
E L
D E S P L I E G U E
75
Sin apartarse de sus premisas, sigue AD un recorrido de reconocimiento limpio, en busca de una plenitud. No vacía de materia. No explora oquedades. Simple y llanamente dibuja. Y para ello se vale de líneas principales, de trazados que construyen bocetos e ideogramas. Es en sí cada una de sus obras, hipótesis y conclusión; no hay mímesis. En su esencia, cuestiona la existencia y sus escarpaduras, la intrepidez de la determinación, el arrojo y firmeza precisos para optar por el camino acertado. La disyuntiva entre el querer y el deber; entre evadirse y quedarse; entre ser lo que quieres y querer lo que eres.
“Encrucijada” (2008) Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 170 x 62 x 42 cm.
76
A N T O N I O
D Í A Z
Como reivindicando una armonía sin la cual ningún postulado es válido, AD homenajea el equilibrio, la ponderación, la ecuanimidad, atravesando fronteras espaciales con su profusa creatividad, aislado en su taller donde no sopla el viento, dejándose ensimismar en el jardín de sus musas, sintiendo la textura de la piel de tortuosos troncos de olivos centenarios. Los árboles, que en su natural asimetría aposentan el centro de su equilibrio, infiltran sus profundas raíces en gran parte de la obra escultórica del paladín forjador, confabulados en un mismo lance, hinchiendo de aire sus pulmones, mirando hacia un mismo objetivo en busca de la euritmia, la sincronía y la plétora. “Equilibrio” (2009) Hierro macizo. Peana de pino melis. 192 x 70 x 60 cm.
78
A N T O N I O
D Í A Z
Siempre es oportuna la reflexión cuando profundizamos en el razonamiento de lo artístico. Lejos de la concreción, la obra en sí, monumental estatuaria en estado embrional, aspira a una trascendencia a medida que va siendo conformada, en cada uno de sus pliegues, dobleces y puntos de inflexión. Es la escultura abstracta de AD una osadía que juguetea con la figuración, si bien con una figuración de tildes surrealistas; una fantasía onírica, un paisaje del imaginario. La rehabilitación de un estilo que recupera una identidad, la evidencia de la relevancia de lo primario, de lo básico, de lo verdaderamente esencial, que se patentiza adoptando perfiles iconográficos, con una orientación cartesiana, tensa y de significación universal. “Una reflexión, un impulso” (2009) Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 170 x 42 x 50 cm.
E L
D E S P L I E G U E
79
80
A N T O N I O
D Í A Z
He aquí una pieza que se antoja efervescente, creciendo y creciéndose desde fuera hacia dentro, observando con rigor la armonía estética que tan bien caracteriza toda la obra de AD. Se observa a partir de ahora una reafirmación en la expresión artística, traspasando límites –aunque sin agitación–, innovando, aportando nuevas y diferentes lecturas que se abren a la visualización como pétalos a la luz del sol, profundizando una vez más en la esencia del ser, en las entrañas del sentir, en las encarnadas vísceras guiadas por el cerebro entérico, en la bóveda del alma desnuda. Monumentos rudimentarios de lo que está por venir, de una revuelta plástica que –apenas sin darse cuenta–, surge de entre sus dedos, para mostrarse, soberbia e inmutable, como manifestación de tanto sentir y de tamaño esfuerzo. “Algo visceral” (2009) Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 160 x 40 x 40 cm.
E L
D E S P L I E G U E
81
Abandona el nido y comienza a caminar. Sal de ahí para siempre, nunca más te quiero escondido. No quiere el escultor que su obra yazca eternamente en un mismo lugar, porque son ellas las que van haciendo sus propios espacios, recreando historias, modelando ámbitos. Un arte vivo que habla por él y que incluso ambiciona llegar donde él, quizás, no alcance. Más allá de toda medida dimensional o temporal, la abstracción de AD se metamorfosea coqueteando con la figuración, abriéndose y cerrándose sobre su pedestal, buscando la perdurabilidad, una ilusión de eternidad. Aligera su pesada carga y se estiliza, esbozando una elegante síntesis de sí misma, pero sin olvidar el arraigo a todos aquellos principios que marcaron su génesis. “Levántate… y anda” (2009) Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 160 x 47 x 57 cm.
82
A N T O N I O
D Í A Z
E L
D E S P L I E G U E
83
Deliciosa pausa en el camino. Una fantasía, alegoría del alborozo, del entusiasmo y el esparcimiento que el escultor siente en cada proceso de gestación de una nueva pieza. Curiosidad inesperada, anémona marina aposentada sobre roca metálica, despliega sus tentáculos hacia corrientes septentrionales que cautivan su corazón como canto de sirenas. Alucinación o espejismo, adopta una extraña naturalidad desde su aparente irrealidad. Un alarde de oficio, un jovial desahogo que parece querer romper la solemnidad de un quehacer casi ritual, consagrado y laborioso. “Una fantasía” (2009) Hierro macizo. Peana de pino melis. 190 x 90 x 75 cm.
84
A N T O N I O
D Í A Z
Prosigue el desarrollo de la criatura, conquistando intersticios, desentumeciendo sus miembros, abriendo los ojos. Se desperezan las ganas y se arrincona el temor a decir, a ser, a mostrar, a conseguir. Es un proceso evolutivo que tiende a la verticalidad, al alzamiento, no solo de la forma, sino del concepto: un crecimiento personal, una transformación compleja y excitante desde paisajes minimalistas a frondosos bosques de denso ramaje. Intrincadas confluencias de pareceres y emociones contrariadas, sentimientos por resguardar, nidos cuidadosamente construidos al abrigo de tempestades, entre cuya profusa hojarasca custodiar pájaros de libertad y ensueño. “La complejidad” (2009) Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 160 x 80 x 80 cm.
E L
D E S P L I E G U E
85
86
A N T O N I O
D Í A Z
88
A N T O N I O
D Í A Z
“Inteligencia emocional� (2009) Hierro macizo. 400 x 400 x 400 cm.
E L
D E S P L I E G U E
89
90
A N T O N I O
D Í A Z
Constructor de arquetipos, perfeccionista del equilibrio, ilusionista del sentir, AD traslada a sus creaciones sus universos emocionales, siempre compañeros, peregrinos ambos por caminos solitarios tan solo abanderados por el horizonte. El fuego le nace de dentro de un epicentro insondable desde donde irradia un fulgor capaz de atemperar hielos. Rabia y coraje enredados en un mismo lazo de múltiples puntas. Arranque y arrebato que se dan la mano con la mirada encendida y la piel templada. Tan de dentro, sin remilgos, saliéndose del papel por todas partes, es la escultura de AD tan elocuente en su silencio como muda en su grandilocuencia.
“Las entrañas del fulgor” (2009) Hierro macizo. Peana de roble y hierro. 180 x 70 x 70 cm.
E L
D E S P L I E G U E
91
“Desentrañando razones” (2009) Hierro macizo. Peana de pino melis. 130 x 75 x 60 cm.
“El timón” (2009) Hierro macizo. Peana de pino melis. 116 x 65 x 55 cm.
Gavilla de ramas agostadas por el paso del tiempo y el lamido del sol de poniente. Digno tributo creativo a la naturaleza –musa inspiradora de cada arrebato procreador–, a partir de cuyas caprichosas sinuosidades crece una tímida figuración que poco después se escabulle entre los brazos de un mimado simbolismo, como en busca de una redención que no cabe,… que no ha lugar. Regusto de otoño, esplendor maduro, arranque de feroz entusiasmo por vivir lo sentido y sentir lo que vive, desde una óptica asequiblemente abstracta que roza la orfebrería pesada.
“Esplendor de madurez” (2009) Hierro macizo. Peana de hierro. 150 x 190 x 75 cm.
96
A N T O N I O
D Í A Z
Ni volúmenes ni espacios conquistados. Entretelas del sentir que más duele, que más ahonda. Estructuras miméticas y sarmentosas que se acoplan a la piel de su entorno, a la espera de que el tiempo transcurra, de que las escenas se sucedan,… del paso de las estaciones. Horizontes y horizontalidades hacen discretas menciones a la naturaleza sobre cuyos modelos se yerguen. En comunión con los paisajes que mecieron su puericia, las vastas mesetas calizas, los cerros, los herbazales y las lagunas enjugadas, apílanse, esbeltas como juncos, ramas aún lozanas y flexibles que encarnan el borboteo y la exaltación de los sueños de juventud.
“Recuerdo de juventud” (2009) Hierro macizo. Peana de hierro. 130 x 200 x 70 cm.
L I C E N C I A S
97
El árbol es una de las más perfectas representaciones de la regeneración, del crecimiento, del ciclo vital. El simbolismo inherente a su verticalidad, y su triplicidad raíz-tronco-copa, insinúa una conexión entre ambos mundos a lo largo de su eje principal desde un punto de vista cósmico, así como el intervalo de transición entre ellos dos. Son el árbol de la verdad y el de la vida, como los que custodiaban el acceso celestial según antiguas creencias babilonias. El recogimiento en forma de espesas frondas y entretejidos acurrucaderos alegoriza el proceso de evolución de la idea, su impetuosidad y determinación. “Ingenio” (2009) Hierro macizo. Peana de hierro. 200 x 190 x 180 cm.
98
A N T O N I O
D Í A Z
“Ingenio y experiencia” (2009) Hierro macizo. Peana de hierro. 220 x 200 x 90 cm.
“Esplendor” (2009) Hierro macizo. Peana de roble y hierro. 170 x 170 x 100 cm.
La serpiente en torno al eje principal alude al sentido helicoidal, espiral y cíclico de cuanto acontece en el universo. Custodia el equilibrio original y primordial de la creación al igual que Ladón en el Jardín de las Hespérides y penetra, como sus raíces, en el seno de la madre tierra.
“La tentación” (2009) Hierro macizo. Peana de hierro. 120 x 55 x 30 cm.
Aferrado al firme estandarte de sus designios, serpentean las apetencias creativas del prolífico escultor del metal al tiempo que abraza ese mástil impregnado con una alquimia de maderas, resinas y esencias, con un abanico de notas que invocan la fragancia del romero, del tabaco y la lavanda. Tentado por alcanzar la copa de un excelso pino que apunta hacia las estrellas y en torno a cuyo enhiesto tronco se lía, encaramándose como hiedra trepadora, adhiriendo sus poderosos zarcillos a la piel del frío metal para alzar el rostro y contemplar paisajes que hasta ahora solo ha soñado, pero que sabe que están, porque los abarca todos con su mirada. La impoluta verticalidad de estas piezas me reconforta. Es la recreación sintetizada de una ética sin concesiones, de esa estricta y severa disciplina con la que exhorta a la plasticidad del obcecado hierro para vencer sus propias restricciones.
“Retenido y a la espera” (2009) Hierro macizo. Peana de hierro. 160 x 40 x 30 cm.
106
A N T O N I O
D Í A Z
Sugiere esta obra un tímido abarrocamiento en sus formas que, sin desviarse de sus ejes primordiales de crecimiento, se visten más holgadas para cobijar el engendramiento de una tenue suposición de figuración, sin menoscabo de la abstracción lírica, apuntando que ambas bien pudieran no ser mutuamente excluyentes. Su constante referente naturalista le permite prescindir de cualquier exégesis, dado que nos encontramos frente a una escultura que se resume en formas sustanciales e intrínsecas; las formas, lejos de disolverse o difuminarse, se densifican. Una obra reconocible, que no se evade, y que mantiene la primacía de todos aquellos atributos que forman parte de su idiosincrasia. “Evolución” (2009) Hierro macizo. Peana de roble y hierro. 200 x 50 x 50 cm.
E L
D E S P L I E G U E
107
“Las entrañas del sentir” (2009) Hierro macizo. 200 x 200 x 200 cm.
licencias
En la madurez del idilio, el escultor se recrea en la consecución de lo apenas concebible, de lo tan solo imaginado por alguno, de aquella fantasía en blanco y negro con la que compartió tantos desvelos y noches de penumbra e insomnio, al abrigo de la esperanza reconciliadora. Es ésta una línea poderosa, aplastante en su discurso, repleta de significado, silenciosa en su mensaje, pero potente en lo subliminal, donde al artista fantasea y busca nuevos horizontes donde poder desplegar ansias y anhelos. Una colección arrebatada al imaginario, mítica, legendaria, apoteósica en forma, indeleblemente en su fondo, poseedora de un discurso tan contundente que provoca un sudor frío al enfrentarse el espectador a una obra limpia, libre de vicios, desnuda y evocadora. De un lirismo perturbador, preciso hacer énfasis en la significación y alcance de un trabajo escultórico que va mucho más allá de la mera reafirmación artística y personal de AD, para alcanzar esferas de una proyección poética extraordinaria. Legitima sus códigos proyectando –y proyectándose con ello–, un hacer señero y un estilo rebosante de sensibilidad. Hermosas introspecciones hábilmente recopiladas en un compendio de formas y volúmenes, de tensados y tensiones atrapados bajo texturas inverosímiles. En esta tercera colección o repertorio, se perciben singularidades premonitorias de lo que va a acontecer, algo así como los prolegómenos de la que sin duda alguna será su gran detonación expresiva: una obra monumental, con independencia de su tamaño, que debe contemplada sin premisas ni explicaciones, porque habla por sí misma.
Si es cierto que la biografía de un artista la constituye su propia obra, la escultura de AD discurre a lo largo de un itinerario tan preciso en su transcurso como solvente en el registro. Existe además en toda su producción una coherencia, un hilo conductor que permite piruetear entre diferentes piezas rastreando las huellas de una misma idea que no deja de sorprender en cuanto a sus infinitas variaciones y perspectivas. Sometido a una constante autocrítica, el escultor avanza mediante la realización de un ejercicio de reflexión desde y para con su obra. Aquí convence su perseverancia; la entereza del hierro se desploma ante el insistente yugo del artista; súbitamente se ablanda, mitiga su fiereza, dulcifica sus formas y apacigua su ira. Como el hielo se derrite bajo rayo de sol incipiente, funde el metal su rencor entre estratos de grueso trazo. El resultado es un recopilatorio de detalles, de momentos, de sentires y pesares; una historia de logros y llantos; de trabajo y desenlaces, que surge de lo más recóndito de sus entrañas, de su entender y de su memoria. “Bajo presión” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 111 x 27,5 x 27,5 cm.
L I C E N C I A S
115
“Querencia” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 150 x 190 x 75 cm.
116
A N T O N I O
D Í A Z
L I C E N C I A S
117
“Sueños de niñez” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 121 x 24 x 19 cm.
L I C E N C I A S
119
Misión de algunos artistas es velar por el misterio y el encanto de lo inexplicable, de ese pacto tácito, de lo implícito. De otro modo la obra de arte corre el peligro de caer en la vulgaridad, en algo excesivamente cotidiano como para mantener el hechizo. Como niño entusiasmado con su mecano, redibuja y aboceta AD una y otra vez los pilares sobre los que se levanta la basílica de sus convicciones –tan radicadas como pujantes sus aspiraciones–. A modo de maqueta de un coloso que está por llegar, elabora el pertinaz manchego la torre que se erige como proyecto y obra final a un mismo tiempo, porque en esta historia solo hay hierro, por lo que se hace difícil el retoque.
“La torre” (2010) Hierro macizo. Sin peana. 58 x 21 x 21 cm.
L I C E N C I A S
123
Cada obra es un episodio, un retazo de camino, una nota, una sensación, un apeadero. Cada una de ellas exclusiva, única e irrepetible. Algo tan insólito como apetecible. Cambian detalles, pero se mantiene la peculiaridad de un estilo absolutamente propio e inconfundible, tanto en la ejecución como en la expresión. Huellas perennes, testigos de una andanza en solitario, genuina, limpia y comprometida. Crecen sus dimensiones y mejora la casta, ennobleciendo el linaje y concibiendo obras cada vez más íntimas, más suyas.
“Creciendo” (2011) Hierro macizo. Peana de pino melis. 72 x 24 x 185 cm.
124
A N T O N I O
D Í A Z
“Exaltación” (2011) Hierro macizo. Sin peana. 48 x 20 x 20 cm.
L I C E N C I A S
127
¡Qué afortunado aquel que acierta a seguir el camino elegido, sorteando trabas, indagando para conseguir respuestas a los múltiples interrogantes, saciando la inquietud en las frescas aguas de la laguna de la creatividad! Embarcado en un propósito que le roba el sueño y airea su apetito modelador, su honradez, coherencia y oficio le dispensan las alas que precisa para despegar el vuelo. Esa constante conflagración entre material y artista aporta un valor añadido a la obra escultórica de AD, que se constituye como opción y como acción, como objetivo y fin a un mismo tiempo, en una misma realidad tangible y elocuente.
“Rigor” (2011) Hierro macizo. Peana de pino melis. 120 x 30 x 27 cm.
128
A N T O N I O
D Í A Z
129
Desde sus primeras obras hasta el momento en el que se encuentra actualmente, la creación del escultor ha seguido un itinerario perfectamente ajustado a las circunstancias que la vida ha tenido a bien presentarle. Podría decirse que todas sus colecciones son condensables en una sola idea: una escultura dinámica que va perfeccionándose a medida que su esencia se encarna en distintas piezas de hierro. Toda la pluralidad de sus versiones se sintetiza en una escueta serie de epístolas encadenadas a lo largo de cuyo transcurso discurre la existencia del autor.
“La génesis” (2011) Hierro macizo. Peana de pino melis. 117 x 34 x 33 cm.
L I C E N C I A S
A R T Í S T I C A S
133
136
A N T O N I O
D Í A Z
“Puntales” (Conjunto escultórico) (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 145 x 80 x 80 cm.
L I C E N C I A S
137
Confiere movimiento a la criatura que de este modo se agita y revuelve sobre su base, en busca de la posición, del acomodo. Condiciona al artista el material del que está hecha su obra, le induce a un comportamiento, a una actitud más o menos rigurosa, porque ha de identificarse con sus características organolépticas, con su destino. Gracias a ello, nos enfrentamos a una escultura cómplice, fruto de un apasionamiento que no entiende de acotamientos porque no queda supeditada a ningún tipo de planteamiento ajeno a aquel desde el que fue engendrada.
“Cinética” (2010) Hierro macizo. Peana de pino melis. 120 x 30 x 30 cm.
138
A N T O N I O
D Í A Z
L I C E N C I A S
139
140
A N T O N I O
D Í A Z
Es ésta una delicada serie mediante la que el escultor –absolutamente consagrado al hierro–, condesciende y experimenta con el acero impoluto en una dinámica de líneas onduladas y sinusoides que detectan la impronta y tradición de las antiguas acerías vascas, con las que AD mantiene sólidas avenencias. Exigua colección –responde a un giro que mucho me temo no se repetirá fácilmente– compuesta por seis piezas únicas, dueñas de un estilismo sobrio y escueto, original e inédito, con las que conquista respetuosamente espacios y materiales colindantes al del metal protagonista de toda su prolífica e identificativa creación escultórica. Aquí, un desafío de cobras metaforiza un duelo letal análogo al que acontece como preámbulo de todo proyecto plástico, y éste muy especialmente, que rompe con la solera de su ejecutoria previa.
“Competir desde dentro” (2010) Acero inoxidable. Peana de pino melis. 155 x 45 x 30 cm.
L I C E N C I A S
141
La rúbrica tremolante de esta graciosa recreación del impulso repentino, del embaucamiento que posee la mente del creativo al enfrentarse a un nuevo reto, nuevamente nos habla de ecuanimidad y sensatez. Formas concienzudamente ponderadas en su diseño y trazado previo, donde muy en contra de lo que pudiera parecer, nada ha sido dejado en manos del azar. Una hojarasca de bosquejos y apuntes previos precede cada inicio de jornada, cada golpe, cada esfuerzo; algo desacostumbrado en abstracción, por desventura. Forma sutil, que no se quiebra sino que se prolonga exquisitamente, emulando –que no copiando–, modelos de esa naturaleza a la que rinde pleitesía.
“La tentación serpentea” (2009) Acero inoxidable. Peana de pino melis. 158 x 55 x 30 cm.
142
A N T O N I O
D Í A Z
Vitalidad concentrada, conciencia fresca y unificación de energías en pos de la fecundidad: estos son los ingredientes de cada frasco de esencia que surge de la forja de AD. Una constante lucha en busca de la reconciliación espiritual, a la espera de un susurro divino, de una señal contundente. Se fatiga, pero la saciedad compensa el esfuerzo. Sumergido en el silencio de sus propios latidos, en el señorío que ostenta sobre su propio empuje, recolecta todas sus facultades para reflejar armonía y recogimiento en un acopio de pensamientos y acciones acordes al sudor y al afán entregados, evitando cualquier conato de distracción para que la energía no se disipe más que en la consecución del objetivo.
“Recogimiento” (2009) Acero inoxidable. Peana de pino melis. 132 x 35 x 19 cm.
L I C E N C I A S
143
Es parte del designio del artista ser llamado a encontrarse con su propio reflejo. No encuentra nada que no tenga, de lo que no disponga ya. La dispersión –como contrapunto del recogimiento–, impide encontrarse con uno mismo. La ausencia de recogimiento aboca en aflicción, en congoja, en sufrimiento, algo que busca transmitir sintéticamente bajo la forma de una acaracolada representación de la ausencia, la añoranza y la introspección. Desde otro punto de vista, la espiral simboliza conexiones espirituales entre el hombre y el universo, rememorando el paso del tiempo, cíclico, no lineal; es el sonido primigenio, distintivo de lo inefable y de la regeneración, cáliz de afectuosidad.
“Congoja” (2009) Acero inoxidable. Peana de pino melis. 150 x 35 x 35 cm.
Desplegar las alas, liberando el lastre, retomando el vuelo, continuando el viaje, persiguiendo sueños, destrabando el tiempo, corriendo los escombros y destapando el cielo, como tan bien dejó dicho Mario Benedetti. Cierto que sigue habiendo vida en tus sueños y que cada día, cada peldaño, es un pedazo más de gloria. Es éste un punto y aparte, una toma de posiciones, una reconstrucción de la estrategia. Rompe un molde y rasga ataduras. Una pieza que parece querer engranar lo que sucedió y lo que está por pasar; brújula que marca el norte y arrastra un sur. Un prudente paréntesis, una disquisición a medio camino, antesala de la eclosión de nuevas formas de interpretación de lo cotidiano, de lo natural, de lo que siempre está.
“Norte y sur” (2009) Acero inoxidable. Peana de pino melis. 120 x 105 x 25 cm.
A N T O N I O
D Í A Z
Con el retorno al juego reanuda AD la cadencia en la que mejor se encuentra. Nuevamente los equilibrios imposibles y verticalizados propugnan su hegemonía sin desvincularse del brillante acero sobre cuyo resplandeciente cutis la luz se refracta, produciendo fulgurantes estallidos. Esta pieza es hermosa, tanto en su encomienda como en su esbeltez. Reivindica las líneas originales actualizando su contenido, marcando modos, haciendo gala del más abigarrado de los sibaritismos. Con ella riza el rizo de un atrevimiento, de un gozoso capricho que ha servido al artista de triunfal esparcimiento en la recreación de unas hechuras de factura diestra y sumamente delicada.
“El retorno al juego” (2009) Acero inoxidable. Peana de pino melis. 150 x 40 x 35 cm.
L I C E N C I A S
A R T Í S T I C A S
149
proyectos
referencias
referencias
obras
páginas
Ref. 1
LOS ORÍGENES Hierro macizo. Peana de pino melis. 175 x 80 x 60................................................................................ 44, 45 Ref. 2
EL SENTIDO DEL HACER Hierro macizo. Peana de pino melis. 175 x 55 x 50................................................................................ 46, 46 Ref. 3
LA SEMILLA Hierro macizo. Peana de pino melis. 163 x 50 x 50................................................................................ 38, 47, 47 Ref. 4
BUSCANDO CAMINOS Hierro macizo. Peana de pino melis. 180 x 60 x 70................................................................................ 41, 48, 49 Ref. 5
CUNA DE SENTIRES Hierro macizo. Peana de pino melis. 155 x 50 x 35................................................................................ 50, 51 Ref. 6
LA EXPANSIÓN Hierro macizo. Peana de roble y hierro. 127 x 120 x 90.............................................................................. 52, 53, 53 Ref. 7
LA ESPIRITUALIDAD: UNA BÚSQUEDA Hierro macizo. Peana de pino melis. 165 x 40 x 45................................................................................ 54, 55 Ref. 8
EL ASCENSO Hierro macizo. Peana de hierro. 145 x 50 x 50................................................................................ 60, 61 Ref. 9
EN TORNO AL ÁRBOL Hierro macizo. Peana de pino melis. 152 x 100 x 60.............................................................................. 43, 62, 62 Ref. 10
REVESES Hierro macizo. Peana de pino melis. 120 x 50 x 50................................................................................ 63, 63 Ref. 11
REPLIEGUE Y REFLEXIÓN Hierro macizo. Peana de pino melis. 100 x 70 x 60................................................................................ 64, 65, 65
Ref. 12
REORIENTANDO POSICIONES Hierro macizo. Peana de pino melis. 138 x 60 x 60................................................................................ 66, 66 Ref. 13
MANOS ABIERTAS Hierro macizo. Peana de pino melis. 127 x 50 x 33................................................................................ 67, 67 Ref. 14
ANCLAJES Hierro macizo. Peana de pino melis. 135 x 40 x 30................................................................................ 73, 74, 75 Ref: 15
ENCRUCIJADA Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 170 x 62 x 42................................................................................ 76, 77 Ref. 16
EQUILIBRIO Hierro macizo. Peana de pino melis. 192 x 70 x 60................................................................................ 71, 78, 78 Ref. 17
UNA REFLEXIÓN, UN IMPULSO. Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 170 x 42 x 50................................................................................ 79, 79 Ref. 18
ALGO VISCERAL Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 160 x 40 x 40................................................................................ 80, 81, 81 Ref. 19
LEVÁNTATE...Y ANDA Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 160 x 47 x 57................................................................................ 82, 82, 83 Ref. 20
UNA FANTASÍA Hierro macizo. Peana de pino melis. 190 x 90 x 75................................................................................ 84, 84 Ref. 21
LA COMPLEJIDAD Hierro macizo. Peana de nogal y hierro. 160 x 80 x 80................................................................................ 85, 85 Ref. 22
LAS ENTRAÑAS DEL FULGOR Hierro macizo. Peana de roble y hierro. 180 x 70 x 70................................................................................ 90, 91 Ref. 23
DESENTRAÑANDO RAZONES Hierro macizo. Peana de pino melis. 130 x 75 x 60................................................................................ 92, 92, 93 Ref. 24
EL TIMÓN Hierro macizo. Peana de pino melis. 116 x 65 x 55................................................................................ 94, 95, 95
Ref. 25
ESPLENDOR DE MADUREZ Hierro macizo. Peana de hierro. 150 x 190 x 75.............................................................................. 96, 96 Ref. 26
RECUERDO DE JUVENTUD Hierro macizo. Peana de hierro. 130 x 200 x 70.............................................................................. 97, 97 Ref. 27
INGENIO Hierro macizo. Peana de hierro. 200 x 190 x 180............................................................................ 98, 98 Ref. 28
INGENIO Y EXPERIENCIA Hierro macizo. Peana de hierro. 220 x 200 x 90.............................................................................. 99, 99 Ref. 29
ESPLENDOR Hierro macizo. Peana de roble y hierro. 170 x 170 x 100............................................................................ 100, 101, 101 Ref.30
LA TENTACIÓN Hierro macizo. Peana de hierro. 120 x 55 x 30................................................................................ 104, 104 Ref 31
RETENIDO Y A LA ESPERA Hierro macizo. Peana de hierro. 160 x 40 x 30................................................................................ 105, 105 Ref. 32
EVOLUCIÓN Hierro macizo. Peana de roble y hierro 200 x 50 x 50................................................................................ 106, 107, 107 Ref. 33
BAJO PRESIÓN Hierro macizo. Peana de pino melis. 111 x 27,5 x 25,5.......................................................................... 113, 114, 115, 115 Ref. 34
QUERENCIA Hierro macizo. Peana de pino melis. 150 x 190 x 75.............................................................................. 116, 116, 117 Ref. 35
SUEÑOS DE NIÑEZ Hierro macizo. Peana de pino melis. 121 x 24 x 19................................................................................ 118, 119 Ref. 36
LA TORRE Hierro macizo. Sin peana. 58 x 21 x 21.................................................................................. 121, 122, 123 Ref. 37
CRECIENDO Hierro macizo. Peana de pino melis. 72 x 24 x 185................................................................................ 124, 124, 125
Ref. 38
EXALTACIÓN Hierro macizo. Sin peana. 48 x 20 x 20.................................................................................. 126, 127 Ref. 39
RIGOR Hierro macizo. Peana de pino melis. 126 x 30 x 27................................................................................ 128, 129, 134 Ref. 40
LA GÉNESIS Hierro macizo. Peana de pino melis. 117 x 34 x 33................................................................................ 132, 133 Ref. 41
PUNTALES (Conjunto escultórico) Hierro macizo. Peana de pino melis. 145 x 80 x 80................................................................................ 136, 137 Ref. 42
CINÉTICA Hierro macizo. Peana de pino melis. 120 x 30 x 30................................................................................ 138, 139 Ref. 43
COMPETIR DESDE DENTRO Acero Inoxidable. Peana de pino melis. 155 x 45 x 30................................................................................ 140, 141 Ref. 44
LA TENTACIÓN SERPENTEA Acero Inoxidable. Peana de pino melis. 158 x 45 x 30................................................................................ 142, 142 Ref. 45
RECOGIMIENTO Acero Inoxidable. Peana de pino melis. 132 x 35 x 19................................................................................ 111, 143, 143 Ref. 46
CONGOJA Acero inoxidable. Peana de pino melis. 150 x 35 x 35................................................................................ 144, 145, 145 Ref. 47
NORTE Y SUR Acero inoxidable. Peana de pino melis. 120 x 105 x 25.............................................................................. 146, 147, 147 Ref. 48
EL RETORNO AL JUEGO Acero Inoxidable. Peana de pino melis. 150 x 40 x 35................................................................................ 148, 149, 149 Ref. 49
LAS ENTRAÑAS DEL SENTIR Hierro macizo. 220 x 200 x 200............................................................................ 31, 108, 109, 109 Ref. 50
INTELIGENCIA EMOCIONAL Hierro macizo. 400 x 400 x 400............................................................................ 88, 88, 89
Antonio D铆az Garc铆a. Esculturas Este volumen se termin贸 de imprimir en Anfigraf, s.a., en julio de
2011
Con la colaboraci贸n de: