Los hombres que hablan con las abejas

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¿Por qué se mueren las abejas? Expertos de todo el mundo llevan años intentando aclarar este enigma y apuntan a que estos insectos se enfrentan a una tormenta perfecta más que a un único jinete del apocalipsis: plaguicidas de nueva generación muy agresivos, un ácaro llamado varroa y el calentamiento global y la sequía. Es lo que dicen investigadores y apicultores tras escuchar y analizar las señales que mandan las abejas desde que se detectó el problema.

Los hombres que saben qué les pasa a las abejas Texto de Antonio Ortí y fotos de Marc Arias

El apicultor Florenci Martí cuida de 340 colmenas en El Perelló (Tarragona) | 40 | magazine | 22 de MArzO deL 2015 |

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esde que en el 2004 los apicultores norteamericanos pusieron el grito en el cielo para denunciar la muerte de cientos de millones de abejas, no han dejado de proliferar teorías sobre la misteriosa desaparición de estos insectos. Desde Australia hasta Suiza, pasando por Polonia, Argentina, Suecia, Taiwán, Gran Bretaña, Canadá y España, los científicos y los apicultores han esgrimido las posibles causas de este apicidio, que amenaza a una de las especies que fueron capaces de sobrevivir al cataclismo que motivó la desaparición de los dinosaurios. “Hay quien apunta que estamos ante un nuevo ciclo de desaparición de especies”, manifestó en el 2013 el biólogo Antonio Gómez Pajuelo, probablemente el mayor experto en abejas de España. Esta hipótesis la ha desarrollado la revista Science recientemente en un estudio que advierte que hay indicios de “la sexta extinción”, la primera causada por el ser humano. Pajuelo es uno de los hombres que hablan con las abejas. “Las abejas nos están diciendo de muchas maneras que el mundo está cambiando, pero, sobre todo, muriéndose”, señala este consultor apícola, que ha publicado 160 artículos científicos sobre las abejas, varios libros y ha trabajado para el Ministerio de Agricultura francés o la Cámara de Comercio de Nueva Caledonia. No es la primera vez que se especula con que las abejas podrían extinguirse. Pajuelo recuerda que en 1807 un valenciano llamado Josef Rivas publicó Antorcha de colmeneros, donde planteó la posibilidad de que las abejas pudieran desaparecer por falta de polen. Sin embargo, nunca hasta el siglo XXI esta posibilidad había parecido tan cercana. La razón, posiblemente, hay que buscarla en lo ocurrido en el 2004. Todavía están frescas en la retina las imágenes de apicultores californianos llorando al ver a sus abejas muertas u observando como colonias enteras se desvanecían volando erráticamente como zombies. El fenómeno fue bautizado a finales del 2006 como “síndrome de colapso de las colonias” (CCD por sus siglas en inglés) y ha alentado teorías en series televisivas tipo Expediente X, por más que la disminución del 30% de las | 22 de MArzO deL 2015 | magazine | 41 |


“En esta zona crece la albaida, una planta que cuando yo empecé florecía desde febrero hasta abril, ahora sólo florece en abril”, dice un apicultor andaluz para explicar los cambios en el ecosistema de las abejas 

colonias de estos insectos en EE.UU. nada tenga que ver con abducciones extraterrestres ni otros sucesos paranormales. Florenci Martí es otro de los hombres que hablan con las abejas. Apicultor de toda la vida, cuida de 340 colmenas en El Perelló (Tarragona), un pueblo que desde el siglo XIX produce una riquísima miel de montaña, pero también de naranja y de romero. Dado que la miel se elabora, principalmente, en la época de floración, este apicultor recorre cientos de kilómetros, como sus antepasados, en busca de la eterna primavera. Así, en febrero, él y sus abejas están en El Perelló, para, a partir de marzo, trasladarse a Artesa de Segre (Lleida), aprovechando que allí la primavera arranca más tarde. La siguiente escala de los camiones que llevan a las abejas son los naranjos próximos al río Ebro, antes de partir tras San Juan (24 de junio) hacia el paisaje abrupto y escarpado de Llavorsí, en el Pirineo catalán, cuando en cotas de 900 metros comienzan a abrirse las flores. El viaje termina a mitad de julio en los aledaños del puerto de la Bonaigua, a casi 2.000 metros de altura. En septiembre vuelven a El Perelló a pasar el invierno. Para Martí, como para muchos apicultores, el principal enemigo se llama varroa, un ácaro que aprovecha el momento en que las abejas están a punto de cerrar las celdillas para que las larvas hagan su metamorfosis, para introducirse en ellas y causar graves taras a las crías, lo que obliga a las abejas a expulsarlas, al ser un lastre para la supervivencia de la colonia. El apicultor cita además la masificación de colmenas. “Se habla poco –dice– de que los apicultores reciben una subvención por | 42 | magazine | 22 de MArzO deL 2015 |

colmena y no en función de la miel que producen. Pero claro, con la sequía, cada vez hay menos flores para más colmenas. Esto también está dando lugar a un modelo de apicultura industrial que lleva a tratar a las abejas como si fueran una fábrica de producir miel, cuando son seres vivos que sienten como nosotros, que se estresan como nosotros y que tienen necesidades alimentarias y sanitarias como cualquiera”. La varroa, explica el biólogo Gómez Pajuelo, entró en la ex URSS en los años sesenta, tiempo después de que los soviéticos desarrollaran un plan para expandir la agricultura que incluía llevarse abejas europeas a las regiones más orientales del país. Pero sucedió que las abejas asiáticas tenían varroa, de la que habían aprendido a defenderse, pero no así la raza europea, que fue pasto fácil del parásito. En pocos años, la varroa avanzó desde Rusia hasta algunos países del antiguo telón de acero. En 1974 se detectaba en Alemania, en 1980 en Francia y en 1984 en España. Hoy está presente en todo el mundo, salvo en unas cuantas islas de Australia y en la Polinesia Francesa, y ha dejado un rastro de cientos de millones de abejas muertas. A alrededor de 850 kilómetros de distancia de Florenci Martí, vive Manuel Izquierdo, un apicultor de Gilena (Sevilla) que acostumbra a decir: “Yo lo primero que hago es escuchar a las abejas”. He aquí lo que le cuentan: “Cuando dejas que te hablen,

Pese a haber miles de especies animales que ayudan a las flores a producir semillas y frutos, el trabajo de ninguna se puede comparar al de la abeja

te dicen que no están cómodas, que les cuesta adaptarse, que no viven en el mismo medio que tenían hace 30 años, que hay insecticidas nuevos que desbordan sus defensas, que los ritmos de las plantas están completamente locos”. Y pone un ejemplo: “En esta zona de Andalucía, crece la albaida, una planta de la familia de las leguminosas que, cuando yo empecé en 1987 con la apicultura, florecía desde febrero hasta abril, estaba casi dos meses en flor. Ahora, empieza a florecer a principios de abril y termina de hacerlo antes de que acabe el mes”, señala este apicultor que traslada sus 500 colmenas hasta los campos de cítricos del valle del Guadalhorce (Málaga). Efectivamente, el cambio climático ha puesto en el punto de mira a las abejas. Pese a haber miles de especies animales que se valen de diversas estrategias para ayudar a las flores a producir semillas y frutos, ninguna se puede comparar con la Apis mellifera. Es cierto que las mariposas distribuyen el polen al alimentarse, que los colibríes tienen el pico adaptado para beber el jugo azucarado de las flores tubulares o que algunos lagartos lamen el néctar y transportan los granos de polen pegados a la cara y a las patas, pero si hay una especie que contribuye a polinizar todos los alimentos que recomiendan los nutricionistas, es la abeja. Tanto es así, que buena parte de la industria de la alimentación depende de que estos animales tan trabajadores se mantengan sanos. Las almendras, cerezas, ciruelas, manzanas, peras, melones, pepinos, calabacines, berenjenas, fresas, tomates, los espárragos, el aceite de colza y de girasol, la alfalfa e incluso fibras textiles como el lino y el algodón necesitan que las abejas busquen las proteínas que contiene el polen de las flores. Sin embargo, el tantas veces negado calentamiento del planeta causa estragos. Por ejemplo, se ha documentado que en Polonia las abejas melíferas están respondiendo a los cambios en el clima adelantando en más de un mes la fecha de su primer vuelo en invierno. A su vez, las temperaturas globales, tanto de las masas terrestres como de los océanos, llevan 355 meses consecutivos superando el promedio establecido para el siglo XX, según un informe de la National Oceanic and Atmospheric

El apicultor Martí, junto a una bióloga, Fina Gonell, inspecciona sus colmenas instaladas en Miravet (Ribera d’Ebre)

Abejas polinizando flores de almendro en Pinell de Brai (Tarragona) y abejas rodeando a la abeja reina en una colmena

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El biólogo Antonio Gómez Pajuelo, especialista en abejas, en su laboratorio

El biólogo implanta un microchip a las abejas (abajo) para estudiar sus movimientos y la duración de su vida

“Las abejas que se crían en un ambiente contaminado por plaguicidas viven hasta un 30% menos y realizan un 30% menos de vuelos”, ha constatado el biólogo | 44 | magazine | 22 de MArzO deL 2015 |

Administration. Esto significa que las abejas tienen cada vez más dificultades para encontrar comida porque la sequía alarga los veranos y acorta las primaveras, y porque siguen proliferando los monocultivos, con lo que desaparecen muchas plantas de diferentes familias botánicas. “En algunas zonas, a las abejas les está sucediendo lo que nos ocurriría a nosotros si nos alimentáramos únicamente de pan: que registraríamos carencias nutricionales”, indica Gómez Pajuelo. Esta es la razón por la que en los últimos años los apicultores suplementan a las abejas con glucosa, levadura

de cerveza, suero de leche, harina de soja o, si son explotaciones ecológicas, miel y polen, para ayudarles a pasar el invierno. “Las abejas nos están diciendo que tienen una menor esperanza de vida de promedio por estar sometidas a diferentes factores que les desencadenan estrés. Esto les lleva a cuidar menos a sus crías y a descuidar sus enjambres, especialmente desde que se introdujo la varroa. Y ya sabe: a perro flaco, todo son pulgas…”, interviene Jaume Cambra, profesor de Botánica en la Universitat de Barcelona y presidente de Apicultors Ecològics Associats. “Si a esto

se le suma –prosigue– que las ceras están expuestas a dos tipos de pesticidas, los que se ponen dentro de la colmena para tratar la varroa y los externos que se lanzan a los cultivos, las larvas nacen intoxicadas, lo que les crea una situación de debilidad que lleva a una espiral de no retorno. Nosotros, los apicultores ecológicos, pese a no utilizar pesticidas, observamos igualmente esta situación de debilidad”. La otra causa que está convirtiendo a muchas colmenas en poblados fantasmas son unos plaguicidas llamados neonicotinoides. “Antes –explica Gómez Pajuelo– los agricultores recurrían a pesticidas cuando

había una plaga. Pero, a partir de 1980 se pasa al tratamiento preventivo, gracias a semillas blindadas que llevan incorporado el neonicotinoide. Cuando la planta crece, toda contiene moléculas de neonicotinoides que se depositan en el néctar y en el polen; cuando las abejas los chupan, absorben dosis subletales que, si bien no las matan al instante, dañan su sistema nervioso, su sentido de la orientación y su motilidad muscular”, argumenta este experto. Y hay un problema añadido: una vez el cultivo ha desaparecido, los restos del neonicotinoide permanecen en la tierra durante dos años,

con lo que la siguiente generación de cultivos, aunque sea una planta silvestre, también queda afectada. Para comprobar el efecto de los plaguicidas, este biólogo coloca un chip en el tórax de las abejas. Para garantizar que las larvas no estén contaminadas, encierra a las abejas antes de nacer, cuando están en el capullo. Una vez nacen, les coloca el chip, que lleva un número que, al pasar por un lector de códigos de barras en la entrada de la colmena, informa de la cantidad de vuelos diarios que realiza cada abeja y de su periodo de vida, es decir, cuando sale y ya no regresa. “Gracias a este sistema hemos podido determinar que las abejas que se crían en un ambiente contaminado por plaguicidas –cuantifica Gómez Pajuelo– viven hasta un 30% menos y realizan un 30% menos de vuelos, por lo cual sus colmenas recogen menos nutrientes y tienen menores posibilidades de supervivencia”. Por todas estas razones y por la perseverancia de grupos ecologistas como Greenpeace, la Comisión Europea accedió en el 2013 a restringir temporalmente, hasta finales del 2015, el uso de los tres neonicotinoides más empleados. Antes, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) dictaminó, tras revisar cientos de estudios científicos, que tres plaguicidas (tiametoxam, clotianidina e imidacloprid) afectaban el sistema nervioso de los insectos, pero aseguró que no suponían un riesgo para la salud humana. La pregunta que hacen los ecologistas es: ¿qué resulta, entonces, peligroso para la salud humana cuando las diferentes especies forman parten de una misma cadena trófica y se transfieren sustancias nutritivas de unas a otras? “Lo que no es bueno para las abejas no puede ser bueno para los seres humanos”, apunta Luis Ferreirim, responsable de agricultura de Greenpeace, organización que lleva recogidas más de 500.000 firmas en Europa con el lema “Salvemos a las abejas”. “La Agencia Europea para el Medio Ambiente –esgrime– ha constatado que en las últimas dos décadas las poblaciones de mariposas se han visto reducidas en un 50%, y algo parecido puede decirse de muchas especies”, razón por la que Greenpeace aboga por la prohibición definitiva de los tres plaguicidas citados, entre otros. “Estamos convencidos de que la industria hará todo lo posible por revocar la prohibición a fines de este año, porque se juega un volumen de ingresos bru-

Hogares urbanos En los últimos años, las abejas han tomado la Casa Blanca –la familia Obama instaló dos colmenas en su huerto ecológico–, los Campos Elíseos de París y la azotea de la Tate Modern de Londres, además de ciudades como Viena o Berlín. En Barcelona hay ocho colmenas en la sede del Museo de Ciencias Naturales, y Madrid aspira a hacer lo propio en el Palacio de Cibeles. Las abejas urbanas son unas privilegiadas comparadas con las campestres, pues los jardines de las ciudades se riegan con asiduidad y no se rocían con plaguicidas, según Jaume Clotet, que cuida las colmenas de la Ciutadella de Barcelona. En esta ciudad, la empresa Open Systems Research ha instalado en las colmenas sensores que informan del ritmo de entrada y salida de las abejas, del ruido y de la temperatura. Josep Perelló, responsable de esta iniciativa, explica que así se busca conocer la calidad del aire, aprovechando que las abejas son muy sensibles. “Si las abejas están bien, nosotros también”, indica.

tal”, pronostica el activista sobre estos plaguicidas de nuevo cuño cuya toxicidad, dice, es 7.000 veces mayor que la del DDT. El último hombre que habla con las abejas es José Luis González, un apicultor que tiene a su cargo unas 600 colmenas en Aldeanueva del Camino (Cáceres) y que durante años fue responsable nacional de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), sindicato agrario con el que sigue colaborando. “Lo que nos dicen las abejas es que viven en un medio hostil, que les causa estrés biológico. Si la varroa fue la gota que colmó el vaso, lo que ha acabado por desbordarlo son los neonicotinoides”, opina. Estas son las amenazas a las que se enfrentan las abejas. En función de la zona geográfica, cada una tiene un valor diferente y potencia a las otras. Sin embargo, hay algo que sirve para el planeta entero: si hace 65 millones de años las abejas pudieron sobrevivir a la desaparición de linajes enteros de organismos vivos, hoy se enfrentan a una prueba parecida. Deben hacer frente a la sequía, la pérdida de biodiversidad, la varroa, el modelo de agricultura industrial, los neonicotinoides y a los humanos.

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