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Samuel del Campo: Héroe del Servicio Exterior chileno

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Por Jorge Díaz Pacheco

“Más allá de la Diplomacia: La inédita historia de Samuel del Campo” es el resultado de una rigurosa investigación histórica que nos adentra en la significativa influencia del antisemitismo en los servicios que conforman la administración pública chilena a principios del siglo XX, y el esfuerzo de personas y organizaciones civiles por alivianar el desdén de ciertas autoridades respecto de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Así, la obra del Consejero Jorge Schindler constituye un loable esfuerzo por revivir la injustamente olvidada memoria de uno de los más valientes miembros del Servicio Exterior chileno, de manera que su ejemplo sea constante recuerdo de las razones que inspiran la existencia de esta institución.

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La historia comienza el año 1940, cuando el Ejecutivo chileno aceptó la solicitud del gobierno polaco en el exilio de representar sus intereses en los reinos de Rumania e Italia. A pesar de la declarada neutralidad chilena a inicios de la Segunda Guerra Mundial -y bajo el riesgo de disgustar a Alemania, uno de nuestros principales socios comerciales en aquel entonces-, el

gobierno de Pedro Aguirre Cerda accedió al pedido. Es en virtud de este mandato que comienza la obra heroica del diplomático linarense, Samuel del Campo, quien es designado, en mayo de 1941, Cónsul General como nuevo Encargado de Negocios de Chile en Rumania. territorio rumano. La presión del nazismo sobre el gobierno de Rumania aumentaba a medida que más tropas alemanas se apostaban en el país, empeorando la ya complicada suerte de los refugiados polacos. Resultaba imperioso actuar rápido y con determinación.

Samuel del Campo

Para Samuel del Campo el escenario europeo era terreno familiar. En su juventud viajó a Francia con el propósito de estudiar ingeniería en la Universidad de París y de Lieja. Sus habilidades y talentos técnicos y financieros fueron tales que tempranamente fue encomendado a participar en negociaciones y estudios comerciales de las delegaciones chilenas en el país galo, e incluso llegó a trabajar en los proyectos de ampliación del metro de Paris de aquel entonces. No obstante adelantado desarrollo de una carrera brillante, el estallido de la guerra en Europa le significaría el inicio de una serie de dificultades que no hacen más que resaltar también una disposición estoica con su labor diplomática. Su casa sería bombardeada durante la ocupación de la capital francesa por parte de tropas alemanas, apenas logrando esquivar mayor calamidad gracias a que alcanzó a tomar refugio en el sótano de la misma. Dos integrantes de su servicio doméstico no contaron con la misma suerte.

La posterior destinación de del Campo a Rumania pondría nuevamente a prueba su talante, encontrando desde un inicio todo tipo de dificultades para llevar a cabo sus funciones. La defensa de los intereses polacos era sospechosa para las autoridades locales, y el desorden provocado por la violencia política en el país no facilitaba las cosas. Los informes enviados a Chile por el diplomático evidencian el horror de las deportaciones y del sufrimiento de la comunidad judía en

Como mandatario oficial respecto de los intereses de Polonia, las eficaces gestiones humanitarias llevadas a cabo por Del Campo lograron salvar las vidas de cientos de refugiados judíos polacos y rumanos. La emisión de pasaportes y laissez passer chilenos les significó quedar bajo protección internacional, evitando inminentes traslados a campos de concentración. Dicha labor requirió tanto de un diálogo permanente (y muy arriesgado) con las autoridades rumanas, como la organización de oficinas y delegados consulares; labores urgentes que no siempre se condecían con la velocidad de las comunicaciones de mitad del siglo pasado.

Como queda evidenciado en la obra de Schindler, las decisiones adoptadas por Samuel del Campo no solo no fueron examinadas en su debido mérito por las autoridades de aquella época, sino que también le significaron incluso poner su propia vida en grave peligro. Sus funciones como garante de los derechos de personas judías terminaron por incomodar al gobierno colaboracionista de Rumania, transformando a su persona en objetivo de las policías secretas. Su salida del país coincidió con la declaración de vacancia de su cargo desde Santiago, quedando desprovisto, durante las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, de la misma protección que otorgó a tantos otros. De los antecedentes conocidos sólo ha sido posible determinar que pasó sus últimos días en Francia, sin haber nunca regresado a Chile.

una mirada proSpeCtiva

La historia de Samuel del Campo es uno de los ejemplos más claros del heroísmo y coraje del que son capaces los miembros del Servicio Exterior chileno. Sus sacrificios le hicieron merecedor, el año 2017, de ser nombrado por la Autoridad para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto, Yad Vashem, como “Justo entre las Naciones”, y recientemente se ha inaugurado una placa en honor a su memoria en una de las plazas principales de Bucarest. Así, su legado nos recuerda la importancia de mantenernos siempre firmes en la defensa y promoción de los principios democráticos y humanitarios que inspiran nuestra política exterior, no obstante las adversidades. Más allá de los cuerpos normativos que dan vida y regulan las competencias de la función pública, las instituciones finalmente no son más que las personas que las sostienen. En cada decisión adoptada se encuentra en juego el espíritu de nuestro país y, especialmente, en el caso del Servicio Exterior, del Estado de Chile frente al mundo. Como lo evidencia el Anexo Confidencial a la Carta de Servicio N° 42 del Ministerio de Relaciones Exteriores y de Comercio, traído nuevamente a la luz gracias a la investigación del Consejero Jorge Schindler, las excusas utilizadas para justificar una determinada política migratoria en Chile eran de índole variada. Destacan en este sentido las supuestas preocupaciones laborales expresadas por algunos personeros de gobierno, quienes restringían la entrada de judíos debido a que estos podrían constituir una carga demasiado onerosa para el Estado, desplazando a la población laboral chilena. Esto incluso en pleno conocimiento de lo que en aquella época constaba respecto del drama judío en Europa.

La historia de Samuel del Campo nos recuerda de los peligros de la intolerancia y de la discriminación, en cualquiera de sus formas. No era necesario haber pertenecido a una agrupación política nacionalsocialista para haber incitado, participado o colaborado en prácticas discriminatorias. El avance de la técnica y el perfeccionamiento de la institucionalidad democrática no se encuentran exentas de verse instrumentalizadas por prejuicios y liderazgos obtusos. Ante situaciones límite, los obstáculos debieron ser reinterpretados a la luz de los principios humanitarios que han inspirado la política exterior chilena desde los inicios de la República, y que explican también la aceptación del Estado de Chile por defender los intereses de Polonia. En este sentido, para el resto de los funcionarios públicos que orgullosamente conforman el Servicio Exterior chileno, mantener viva su memoria constituye no sólo un modo de honrar sus sacrificios, sino que también un deber, de manera que las atrocidades de aquella época oscura no se vuelvan a repetir.

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