ALBER VÁZQUEZ LA PIEDRA DONDE
LO NECESARIO
SUCEDE
La piedra donde lo necesario sucede Texto e ilustraciones de Alber Vázquez 500 EDICIONES Año 2008 www.deabruak.com/500
Eres libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente (incluso con interés comercial) esta obra si reconoces al autor de la misma y no alteras o transformas su contenido.
Quien adquiera la unicidad de su sangre en la batalla portará consigo el infierno. Recoges tu símbolo y asumes la mecánica de la lucha: el ritmo del flujo al que ella transcurre divide a vencedores de endemoniados. Se encrespa la velocidad de quien resuelve su instante final.
Manada, ejército, afán de huida, de abrazo en lo inimaginado. Nada sucede más allá de lo que puede ser nombrado pues el agotamiento de la palabra, agota sus consecuencias: moriréis bajo el filo de mil aceros y vuestro preciso ciclo será olvidado. Nada describe la especial manualidad de la decadencia. Nada explica cómo establezco sincronía en la expiación.
Ruta establecida hacia la piedra donde todo lo necesario sucede. En la locura hallaréis hombres cuyo rostro no se manifiesta: el ruido en las grietas de la piedra supone alma para el filo de un plan en curso. Roto en el sentido contrario al de la eficacia.
Todavía continúa sucediendo lo que nadie ha osado jamás interrumpir: desprecio la minuciosidad en la descripción de este preciso y líquido detalle pues tu voz hiere, tu voz aniquila la intención de mi proyecto. Nadie osa interrumpir lo esencialmente incomprensible. Hombres aún tibios continúan derribándose cuando pronuncio tu nombre.
Sabéis de la piedra eso que realmente importa: que imprime el carácter de la lucha en quien no advierte que la contienda existe. Tendida sobre ella observas la parsimonia del tiempo. Brilla el sol, introduces los dedos en la grieta maestra y quedas investida del poder de quien comanda las hordas de guerreros tibios: respiras y tu pecho dulce encauza miles de hombres desnudos, armados e intensos hacia el flanco oculto de Satán.
Gobierna aquella que en la piedra asuma su carencia. El ruido abrumador y la temperatura exacta a la que tu sangre licua presencias. Vibras tan levemente que resulta imposible no caer rendido ante la pureza de tu mirada. Mientras, los dedos de cada uno de los hombres muertos en la batalla germinan, echan ra铆ces, conquistan el subsuelo: ot贸rgales, amor, la dicha de renacer a tu sombra.
Completas tu desnudez sobre la piedra. Descalza, nada inmaculadamente concebido pulsa tu sistema: eres lo perfecto de c谩lida amnesia construido. Amansa tu vientre cualquier temblor. Desconoces el secreto de los hombres encerrados en la piedra y, sin embargo, es preciso y cabal tu gobierno sobre la desesperaci贸n ajena.
De cálida amnesia construida. Alimentas con tus jugos un ejército tan poderoso como inimaginado: al lado de tu sueño existe sueño y nada más preciso y determinante. Juegas con tu mano sobre tu vientre y un único dedo en un único punto exacto desencadena la orden tan largamente esperada: acabad con ellos.
Cada hombre muerto en el interior de la piedra explica, por sí mismo, tu existencia. Todos a una garantizan la unicidad de tu sangre entre los muslos: y ahora gobiernas también sobre los vencidos, sobre aquellos a los que la voz les ha sido definitivamente extirpada. Sobre aquellos que hunden el rostro ante la cadencia de tus pasos desnudos en la piedra.
Acosas lo nunca existido convirtiéndolo en hiedra, hierba, hidra y la parte de tu sangre que rechazas. Los mil hombres que lanzan el ataque definitivo viven únicamente en el interior de la piedra. Y eso no sólo es suficiente: es único, único como tu deseo de besarme antes de que caiga la tarde.
Sostengo tu mano en la mĂa pues es de mi amor, de nuestro amor, de lo que la muerte estĂĄ prevenida. Beso tu piel en el ardor de la batalla: es la batalla ardorosa porque beso tu piel. Sabes salada como los hombres sin cabeza. Hierves espesa como la horda en la que apoyas tus muslos cĂĄlidos y sangrantes.
Cuanto sĂŠ de ti es lo suficiente: que careces de puntos cardinales y que la gran piedra plana que pisas se acuclilla ante ti pues comprende. Comprende que unas gotas de sangre, de tu sangre germinal, destierran al tiempo y pliegan lo sido sobre lo sible. Concebimos el mundo verdadero por primera vez.
Y es perfecto pues de nosotros es expulsado: piensa y lo pensado deberá llamarte Madre, oh, Madre que me piensas allá donde lo imaginable sucede. Y es perfecto pues no otro modo de existir existe: aún dispongo de una velocidad de vértigo, aún atruenas para describir lo que en adelante llamaremos dolor.
También para mí: todo contacto transfiere todo poder y es ahora cuando, porque imagino, existes. Reconoce el equilibrio y advierte que un simple olvido momentáneo, el simple olvido de ti sobre mí, de mí sobre ti, arrasará el mundo bajo el filo de mil hombres descabezados.
Y florecerán los árboles a destiempo y la noche reconocerá su incapacidad para infligir vértigo. Muestra tu mano cubierta de sangre y ante ti caeré postrado: oh, Madre, no olvides jamás que sólo en ti existo, que sólo tu único deseo me concibe.
Creo en ti poderosa, todopoderosa, engendrada, atroz y sonriente sobre la piedra que lo verdaderamente importante contiene. Creo en ti, y en el ruego que, lejano, aĂşn se escucha: piedad, piedad para los hombres sin sol, para los hombres sin vida ni muerte. Para aquellos cuyos dedos germinan al contacto con la tierra.
Gratitud extrema hacia tu sola existencia, pues me existes de la forma mĂĄs bella posible: derramando tu amor y tu sangre en las grietas de la piedra. Alma suficiente para todos nosotros, destino ahora comprensible. Es nuestro amor inmutable lo que resulta concebido en una matriz circular. En el preciso instante en el que lo escribo.
Me determino al ritmo que imprime la tarde en su caĂda: soy, estoy seguro de que sucedo a velocidad constante y preciosa, soy y a mi propia figura encomiendo la potencia de un amor cuyo lĂmite se desborda entre las grietas de la piedra. Todo ha dejado de suceder y nadie aguarda al otro lado de la cordura.
El lamento de los que como yo te quisieron, el amargo final descrito para los inimaginadamente sidos. ¿Todavía batallan más allá de lo subterráneo? Imposible saberlo para quien carezca de una descripción precisa de mi amor por ti. Comandamos huestes podridas por el viento tardío. Y, sin embargo, la orden continúa indemne: matadlos a todos.
Nadie recuerda la piedra pues la piedra es irrecordable para quien nunca la haya imaginado: a ella y a todo lo que exacta y cronológicamente contigo trae. Porto el aspecto de la montaña despierta. Aún estoy desnudo, aún transpiro por cada uno de los poros de mi piel, aún me hallo al lado correcto de la percepción. Desenfundo mi arma y corro hacia ellos. Porto el aspecto de la montaña y la furia de una bestia enamorada.