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Suplemento DE INVESTIGACIÓN POLICIACA

EDITOR: LUIS FRANCISCO MACÍAS

RECUPERÓ A SU HIJA, ROBADA POR SU PROPIO PADRE

NIÑO MUERTO POR LA IRA DE UN VELADOR

archivosecretos.lfm@gmail.com

nO. 1,265 2 DE MARZO DE 2018



2 DE MARZO DE 2018

DRAMA

PÁGINA 3 El sueco había privado de su libertad a la nana en complicidad con la señora Fornel, Sonia Olssen, otros paisanos de él y un mexicano de apellido Villagordoa. Ake Floob fue puesto a disposición de la Secretaría de Gobernación, que tomó cartas en el asunto. Y la señora Cerisola manifestó que se orquestó una maa para privarla de su hija. Aseguró no proseguir acción penal contra Ake Floob. Solamente buscaba el divorcio y que el padre de su hija fuera expulsado de México, donde se encontraba gracias al matrimonio. Por su parte, la empleada doméstica, Ángela Flores, a quien se debió la recuperación de la niña, gracias a su oportuno aviso, armó a este diario que llevaba año y medio de servir a la señora, a quien veía como una madre.

oras de indescriptible angustia vivió la señora María Luisa Cerisola de Floob, quien estuvo a punto de perder para siempre a su hija Patricia, de escasos dos años de edad, secuestrada por su propio padre. La propia madre relató a este diario, el 18 de julio de 1954, la truculenta serie de circunstancias que le hicieron posible recobrar a su hijita. Feliz y abrazándola, rerió que desde hacía un mes se encontraba separada de su esposo, Ake Floob, de nacionalidad sueca, ya que éste, de manera constante la insultaba, armando que ella era miembro de una raza impura y en decadencia, mientras que él lo era de “una raza pura y superior”. Sin embargo, se permitía a Floob visitar a su hija.

RESCATE EN PLENO VUELO ODISEA DE UNA MADRE PARA RECUPERAR A SU HIJA; SU PADRE SE LA LLEVABA A SUECIA

El jueves 18 de julio de ese año, el sueco llegó por la tarde al domicilio de su esposa, de la que estaba en vísperas de divorciarse, para recoger a la niña, hija de ambos (nacida en la embajada de México en Uruguay), y llevarla a Cuernavaca. No se puso ningún obstáculo a la petición; salió el sueco acompañado de su hija y la pilmama. Esa misma noche, poco antes de las 23:00 horas, llorosa y desencajada, regresó Angélica Flores Silva, la nana de la niña, para dar a conocer que la pequeña Patricia se encontraba ya volando rumbo a Suecia, a donde el padre la conducía para “apartarla para siempre de aquí”. El avión llevaba una hora de vuelo. Era medianoche y en ese momento la angustiada madre y la abuela se lanzaron a la calle para tratar de lograr que el avión se detuviera aún en territorio mexicano. Y mientras en el aeropuerto se hacían los trámites, los licenciados José Candano y Felipe Gómez Mont, levantaban de su hogar al juez Lozano para que se extendiera la orden de radicación en contra de Ake Floob. La madre de la niña secuestrada era hija del embajador de México en Uruguay, Pedro Cerisola. Finalmente se logró la localización de la aeronave que volaba rumbo a Canadá y se le detuvo en Monterrey; ahí se logró la aprehensión de Floob y el rescate de la niña. Sin embargo, pasaron largas horas hasta que se logró que Ake Floob tomara el avión que le regresaría a esta capital.

Ángela Flores -foto derecha- fue valiente y honesta. Cuando se le ofrecieron diversas sumas de dinero para que no delatara el robo de la niña, por su propio padre, ella se negó. Arriba, la fotografía del sueco Ake Floob. En las otras imágenes, María Luisa Cerisola y su pequeña hija Patricia.


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INFANTICIDIO

INF

SÓLO TENÍA CUATRO AÑOS Y JUGABA CON SUS AMIGUITOS EN LA AZOTEA CUANDO UNA BALA LE QUITÓ LA EXISTENCIA

lfonsito jugaba con sus amiguitos, divertido y ajeno a las consecuencias de arrojar piedras al techo vecino. Nunca se imaginaron los niños que el velador de la factoría fuera a cumplir sus amenazas de balacearlos por sus travesuras... BESTIAL INFANTICIDIO tituló LA PRENSA este caso cometido por el velador José Yáñez Luna, quien ciego de ira porque los muchachos arrojaban piedras, mató de certero balazo en la frente al niño Alfonso Sánchez San Germán, quien tenía 4 años de edad y cuyo cuerpecito quedó tendido en la azotea del edicio número 84 de la Calle Labradores. Este drama fue dado a conocer en octubre de 1956. La tarde del día

24 sucedió la tragedia en la Colonia Morelos, cuando los otros niños, al escuchar el disparo, corrieron despavoridos temiendo ser alcanzados por las balas disparadas por el iracundo sujeto, quien después de cometido su cobarde crimen y ver desplomarse bañado en sangre al pequeño, guardó su pistola tranquilamente y se metió a sus habitaciones riéndose a carcajadas. El agente de la Policía Judicial, Salvador Escalera, quien vivía en el edicio en que fue consumado el espantoso crimen, fue avisado de que un niño había sido herido de un balazo por el velador de las bodegas de unas fábricas textiles, contiguas al edicio donde se escenicaron los sangrientos hechos. Cuando el agente secreto logró detener a José Yáñez, todo el vecinda-

rio trató de lincharlo con la ayuda de varios vecinos, quienes enfurecidos al ver el cuerpo sin vida de Alfonso, armados de palos de escoba y piedras quisieron hacer justicia. Por fortuna para el infanticida, varias patrullas hicieron acto de presencia y no sin muchos trabajos lograron imponer el orden entre los enfurecidos vecinos, para luego conducir al homicida ante el agente del ministerio público de la primera delegación. El pequeño Alfonso perdió la vida instantáneamente; lo certicó el médico de guardia de la mencionada delegación, ya que la bala penetró por su frente destrozándole órganos vitales. El niño Alberto Acosta Navarro y el joven Juan Mendoza Arredondo fueron testigos presenciales del cobarde crimen. Al ser entrevistados por un representante de este diario manifestaron que cerca de las seis de la tarde se encontraban jugando en la azotea del edicio antes anotado. Arrojaban piedras sobre el techo de las bodegas textiles contiguas al edicio. En un momento dado, agregaron, escucharon que el velador de dichos almacenes, con palabras altisonantes, les decía que si no se bajaban los iba a balacear, por lo que todos se rieron. El velador regresó al cuarto donde dormía y salió armado con una pistola. Les apuntó e hizo fuego inmediatamente. El proyectil alcanzó al pequeño Alfonso, quien cayó al suelo bañado en sangre para no volver a levantarse más. Al escuchar el disparo corrieron despavoridos los muchachos a sus casas; temían correr la misma suerte que su amiguito muerto. Los vecinos en donde vivía el infortunado Alfonsito al lado de su padre, Ángel Sánchez Altamira y sus hermanitas Estela y María de los Ángeles, de 6 y 8 años de edad respectivamente, informaron que el despreciable sujeto ya en otras ocasiones había disparado su pistola contra los pequeños. Agregaron que uno de los disparos

hechos por el infanticida perforó uno de los tinacos, destrozándolo completamente. El padre del pequeño martirizado, al ser entrevistado por este diario, con los ojos llenos de lágrimas y con palabras ahogadas, informó que no explica cómo pudo ser asesinado su hijo en forma tan villana. Hacía un mes que Ángel Sánchez sufrió la pérdida de su esposa, quedando sus tres


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NFORTUNIO

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pequeños hijos al cuidado de su suegra, quien los atendía al tiempo en que él trabajaba. “No cabe duda que la desgracia me persigue, pues ahora tengo que resentir nuevamente otra pérdida irreparable”, decía balbuceando. En tanto, el homicida José Yáñez informó a este diario en los separos de la primera delegación, que no es verdad que haya matado intencional-

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EL EDIFICIO DE LA TRAGEDIA

mente al niño, ya que el disparo se produjo accidentalmente cuando estaba limpiando su pistola. El licenciado Héctor Flacón, auxiliado por su secretario Carlos Flores, de la mencionada delegación, al interrogar al criminal, lo hizo incurrir en graves contradicciones que lo hundieron denitivamente en una fría mazmorra de Lecumberri.

EL VELADOR DETENIDO



LAS MUERTAS¿Quién DEeraGOYO raquel?

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INVESTIGACIÓN

LUIS FRANCISCO MACÍAS

esde 1942 se ha escrito mucho acerca de Goyo Cárdenas, “El Estrangulador de Tacuba”. Su historia ha sido estudiada una y mil veces por criminalistas, psiquiatras e investigadores. La muerte de cuatro jovencitas, enterradas en el jardín de la casa 20 de Mar del Norte, en Tacuba, puso el nombre de Cárdenas como parte de una de las historias que más impacto han tenido en los archivos criminalísticos y en la sociedad misma de aquella época. Hay un dato que siempre me ha llamado la atención en la investigación de este caso y que, al parecer, nunca fue aclarado: ¿Quién era la mujer que fue sepultada con el nombre de Raquel González León? Y es que, inesperadamente, el 20 de febrero de 1944 –17 meses después de los crímenes en Tacuba-, una de las “víctimas” de Goyo Cárdenas, bajo ese nombre, se presentó ante las autoridades policiacas para que se aclarara tal confusión. Los diaristas policiacos se preguntaban sobre el inexplicable misterio que entrañaba la “resurrección” de Raquel González León, aquella muchachita pálida y ojerosa que apareciera como una de las cuatro víctimas de Gregorio Cárdenas Hernández.

Macabra confusión surgió cuando la jovencita se presentó a aclarar que no era la tercera víctima del asesino serial

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Profunda sorpresa causó entre las las policiacas la presencia de aquella joven, la auténtica Raquel, de apenas 15 años de edad, la misma a quien se conoció en fotografía en 1942 y que un año y cinco meses después “resurgía a la vida” en las ocinas del detective José Suárez Acosta. La jovencita González León, en plenitud de su vida -según los cronistas policiacos de la época- aparecía asustadiza y apenada. Raquel era Raquel. Las fotos que obraban en los archivos policiacos lo comprobaban plenamente. Sus huellas digitales coincidían con sus documentos de identidad. Empero, se recordaba que en 1942 a “Raquel” la identicó su hermana Eva, quien toda llorosa y compungida acudió a la Jefatura de Policía para noticar que, después de ver el cadáver en el anteatro del Hospital Juárez, reconocía plenamente a su consanguínea y así se le dio sepultura, como “Raquel González León”. Obviamente, esta noticia desenterró en aquellos días el caso de “las muertas de Goyo”, quien se encontraba cautivo en el Palacio Negro de Lecumberri, después de haber estado recluido en La Castañeda, el Manicomio de la ciudad, y de donde escapó rumbo a Oaxaca. Luego fue regresado a la vieja penitenciaría, donde estuvo encerrado por más de 30 años. PASA A LA PÁGINA 8


PÁGINA 8 cadáver de la que apareció como “Raquel” fue clasicado por las declaraciones del mismo Goyo, quien dijo que Raquel fue la tercera de sus víctimas. La primera fue María de los Ángeles Moreno o Berta González, Rosa Reyes fue la segunda, el tercer lugar lo ocupó la posteriormente anónima y entonces designada con el nombre de Raquel González León y la última víctima fue la guapa estudiante Graciela Arias Ávalos -novia de Goyo-, muerta a golpes en el cráneo y no estrangulada como las anteriores. Cuando a Cárdenas se le interrogó acerca de las otras tres víctimas –ya había sido identicada Graciela Arias- el asesino respondió: -No lo sé. En verdad no lo sé. Eran mujeres de la calle. Las encontré en el camino y subían a mi automóvil. A las tres las llevé a mi casa. Una en cada ocasión. Cuando me asaltaba el mal que padezco y me volvía loco, las estrangulaba. Esto indica a que quizá ni siquiera sabía Goyo que su tercera víctima se llamaba Raquel. La auténtica Raquel explicaba la macabra confusión diciendo que en julio de 1942, ella tuvo que salir inesperadamente hacia la población Sabinas, Coahuila, donde permaneció hasta hacía poco tiempo. (Los crímenes de Goyo se consumaron alrededor de julio y agosto de ese año). Cuando vio sus fotografías en los diarios metropolitanos, clasicada como una de las víctimas de Gregorio Cárdenas, Raquel se apresuró a escribir a su madre para aclararle que estaba viva. Al parecer, las cartas fueron interceptadas por Eva, la misma que en el Distrito Federal identicara aquel cadáver de mujer como el de su hermana. Desgraciadamente, la confusión de Eva al señalar aquel cuerpo inerte como el de su consanguínea, dio funestos resultados; su hermano, Ramón González León, enfermó gravemente del corazón y de los nervios a consecuencia de la impresión que recibió. No volvió a recuperarse, pues falleció en octubre de 1943. Así, con la misteriosa aparición de Raquel, venía a plantearse en 1944 un nuevo aspecto en el proceso contra Goyo Cárdenas, o sea, la verdadera identicación del cadáver que en el Panteón Dolores guraba al amparo del nombre “Raquel González León”, en una fosa de quinta clase. Entre tanto, la joven Raquel seguiría viviendo al lado de sus familiares en la casa 127 de la calle Jalapa, Colonia Roma, dedicada a los quehaceres domésticos y muy contenta de no ser la infortunada

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INVESTIGACIÓN

EL HORROR DE GOYO CAUSÓ DESGRACIAS COLATERALES mujer que, con su mismo nombre, ocupaba una fosa en el Panteón Dolores. Por su parte, Eva Martínez León dijo en 1944 que “al identicar a mi hermana Raquel como una de las víctimas de Goyo Cárdenas, lo hice sin mala intención. Ahora la vida no me importa. Por esa locura perdió la vida mi hermano Ramón. Quizá llegaré al suicidio”… En septiembre de 1942 se in-

formó de los cuatro crímenes de Gregorio Cárdenas; uno a uno los cadáveres fueron identicados y como nadie reclamara uno, a Eva González se le ocurrió ir al Hospital Juárez y con sorpresa vio que el cuerpo correspondía exactamente al de su hermana Raquel, “tenía la misma cicatriz en el lado derecho de la frente, no había duda”… Su madre, al descubrir que su hijo Ramón había muerto por creer

que Raquel fue otra de las víctimas de Goyo Cárdenas, corrió a Eva de la casa, quedando ésta en el desamparo, por lo que buscó un empleo para sostenerse. No se supo la suerte que corrió aquella joven. Quizá con el tiempo regresó al lado de su familia. Y fue este, sin duda, uno de los misterios que aoraron de la trágica historia del “Estrangulador de Tacuba”.


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