Umbrales 2.0. El centro de Saltillo. Un asedio narrativo

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LESBRAM Argelia Dávila / Alejandro Pérez coordinadoresCervantes El deCentroSaltillo Un narrativoasedio 2.0

UMBRALES 2. El centro de Saltillo. Un asedio narrativo es una publicación de Editorial Logos. Coordinadores: Argelia Dávila / Alejandro Pérez Cervantes © diseño y diagramación: Rocío Hernández Hernández © Corrección de estilo y cuidado de edición: Víctor Palomo Flores Fotografía portada: Alejandro Pérez Cervantes © Fotografías interiores: Argelia Dávila / Alejandro Pérez Cervantes / Javier Vaquera © ISBN: PENDIENTE

1 Alfonso González © 2 Ana Eliza Rodríguez © 3 Anabel Dávila © 4 Ángel Cuandón © 5 Arturo Recio © 6 Carlos Mirón © 7 Carlos Vega © 8 Carolina García © 9 Cesar Elizondo © 10 Claudia Arquieta © 11 Daniela González © 12 Elena Gómez © 13 Élfego Alor © 14 Gabriela Carmona Ochoa © 15 Gustavo Ordieres Vega © 16 José Luis Molina © 17 Juanjo Contreras © 18 Luly Fuentes © 19 Luz Ma. Farías Dávila © 20 Luz María Urrutia © 21 María Arquieta © 22 Martha Santos de León © 23 Martín Molina © 24 Miguel García © 25 Oscar Mesta © 26 Roberto Godina © 27 Sandra Vanessa Bucio © 28 Sofía Estrada © 29 Virginia Lara © autores:

Argelia Dávila / Alejandro Pérez Cervantes coordinadores deElLESBRAM2.0CentroSaltillo Un narrativoasedio

Este libro está dedicado a la memoria del poeta Alfredo García Valdez (1964-2022)

Confronto a la ciudad con mi cuerpo: mis piernas miden la distancia del pórtico y el ancho de la plaza, mi mirada, de modo inconsciente, proyecta mi cuerpo sobre la fachada de la catedral, donde vaga sobre las cornisas y los contornos, el peso de mi cuerpo se encuentra con la masa de la puerta y mis manos toman la perilla, pulida por incontables generaciones, al entrar en el oscuro vacío detrás de mí. La ciudad y el cuerpo se complementan y definen mutuamente.

Juahni Pallasma. Habla Ciudad. 2019

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Caminar la ciudad. Ajustar la atención. Reconfigurar la mi rada. Lograr un paciente registro de esa variedad y de ese asombro. Trabajar meses, semanas. Obtener cientos de fo tografías. Elegir, descartar. Conformar un catálogo de formas, colores, textu ras, materiales, culturas: épocas. Encontrar 29 autores que elijan una imagen, la piensen, la dialoguen, la hagan suya: la escriban. Umbrales 2.0, un asedio narrativo al centro de Saltillo, trata de una ampliación del campo de discusión de nuestro objeto de estudio: el patrimonio, más allá de los abordajes tradicionales o la hoy tan perti nente visión transdisciplinar. Se trata principalmente de saber cómo conciben estos escritores los espacios donde se erige, más que nuestro pasado, nuestra cultu ra, nuestro presente y nuestra identidad; qué imaginarios detona en sus construcciones narrativas una sombra, un umbral, un perfil, una forma, un color o una imposibilidad. Historias de fervor o de nostal gia, de aparecidos o de amores malogrados, de portales hacia otra parte o metáforas de la resistencia. Luchas, silencios, tragedias, sole dades, épocas; lo que transcurre y lo que permanece, es decir: la vida. Esa misma vida, que como dijo Anaïs Nin, escribimos para sabo rearla dos veces; en el latido mismo del momento y en la nítida re trospectiva que sólo la literatura nos regala. 29 puertas están abiertas. ¡Bienvenidos!

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PRÓLOGO

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El tiempo, pintor de brocha arraigagorda,olvido como una gaveta mortuoria. Siempre tenemos elección: podemos comernos la vida a gajos o de un solo mordisco. Caminar sin pri sa y abismarnos al mundo interior o perdernos en el andar distraído de la gente. Dirigirnos al misterio: ser como “el hombre de la calle” de Poe; o bien, detenernos ante una puerta y, nudillos cautelosos, imaginar si habrá al guien adentro que atienda nuestro llamado. El escalón no cancela (acaso desanima) el ingreso. (El día nos amaneció hipertenso). El silencio hostil derrumba todo intento. Nos entregamos entonces a la contemplación. Piel rústica de madera con un baño de pintura ya deslucido. Un tablón al ajuste (viene la imagen de un ataúd claveteado), pegazón burdo pero funcional: aquí la estética es un accidente. Se impone lo eficaz: no hay tallado ni ornamento con voca ción perdurable, sólo formas, bordes, el censo de lo estable cido. Tosca labranza de lo efímero, aunque... Recordemos: la cometa también guarda su belleza. A qué exigirle a la voz sin eco, si adentro hay un mundo de sombras en guardia, y afuera, un mortal cautivo que se asombra. arturo recio Arturo Recio Dávila. copropietarioyEscribeporComunicaciónCienciasEsCoahuila;Saltillo,1971.licenciadoendelalaUAdeC.cuentonovela.Esde la Librería Quijote.

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ADentRO hAy un munDO de sombras

16 CepedaGeneralCalle

17UMBRALES 2 sofía estrada VeNeNITo

¿Va muy lejos? —Es aquí cerca. Voy por mi venenito frío, pero ya me cansa el andar.—Loacompaño a su casa y ahí me espera. Yo le llevo su venenito. ¿Se le ofrece algo más? —No, nada más. Ten el dinero.

Si me traes mi venenito, me doy por bien servido”. Así, con esas palabras, recuerdo de primera instancia a don Mario Reyes, cuando me despedía de él pre guntándole si se le ofrecía algo más, y pactaba nues tro siguiente encuentro con un: “No, no. Nada más tráeme mi venenito, de favor, mi Sarita”, refiriéndose al refresco de etiqueta roja más conocido. Diario me senté al ventanal de la escuela a fumar, y cada martes y jueves, veía pasar una figura lenta y encorvada. La veía ir y venir, siempre a la misma hora. Fue un martes que aquella figura no checó pase de entrada. No me importó has ta que volvió con un paso mucho más lento que los días an teriores. Apoyándose en un bastón, intentando continuar con la rutina.—¿Leayudo?

Como lo haría cualquier otra persona, desconfió de mí y aun así, me llevó hasta su casa e insistió en que tomara las monedas que me ofrecía para comprar su refresco. Le dije que mejor las guardara para cuando se terminara el venenito y quisiera más. Sofía Estrada.Sarahí

Aguirre.ArmandoperiodismodeldosMerecedorainvestigaciones.reportajescondediferentescolaboradodeCienciaslaestudianteEsdeEscueladeSocialeslaUAdeC.Haparamedioscomunicaciónentrevistas,eenocasionespremioalculturalFuentes

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A partir de eso, cada martes y jueves, me brinqué algunas clases para ir a casa de don Mario. Sentí que mataba tres (o más) pájaros de un tiro, pues a mí no me gustaba mi carrera y él necesitaba quién le llevara sus provisiones.

Además de que siempre pensé que los dos estábamos igual de solos. A veces mi familia me tomaba a burla y decían cosas como: “Nada más los viejitos te sacan plática”, o “Es que tú eres amiga de puro viejito”. Y no, no creo que eso se debiera a que yo fuese una joven con una mentalidad como para mantener una conversación fluida sólo con aquellos a quienes los años les han dado conocimiento y experiencia, sino que mi personalidad retraída (pienso), les sentaba bien. Ser callada y atenta, daba pie a que los mayores me contaran de todo. Así pasó con don Mario. Las primeras veces se deshacía en disculpas porque los gatos ensuciaban su casa, y de ahí me contaba la historia de cómo había llegado cada uno a su vida. Lo que me extrañó al principio fue que, cuando hablaba de eso, apunta ba hacia una pila de unos treinta centímetros de altura, formada por pedazos de pan quemado que yacía en el suelo. Tal vez con eso los alimentaba, no me atreví a preguntar. Otras veces me contaba sobre su familia. Hablaba de la ini gualable belleza de su madre; de la mano dura con que su padre, quien era el tendero del barrio, lo educó a él y a su hermana. Cuando hablaba de ella, sus ojos se humedecían. Decía que había sido una chica de buen corazón, pero muy enfermiza. Murió muy joven. “No conoció el amor”, decía don Mario. En algún momento llegué a preguntar si tuvo hijos. “¡Nooooo! ¡Jamás! Y no me hubiera gustado. Sólo Dios sabe por qué hace lo que hace y por qué hace a las personas como son”. No volví a preguntar; por sí solo me contó que se casó una vez. Que él y su esposa se conocían desde la infancia. Que sus padres los orillaron a casarse. Que en realidad no se querían. Nunca congeniaron. Fueron conocidos habi

Cuando volví con el refresco y otras cosas, su gesto no sé si fue algo entre ale gría y asombro. Sinceramente, pretendía dejar las cosas e irme, pero me terqueó para que me quedara a tomar un vaso de refresco con él.

tando bajo el mismo techo hasta que, siete meses después de las nupcias, se divorciaron. “Ella esperaba algo de mí. Esperaba algo que yo jamás podría ser o darle. Sentí pena, pero fue lo mejor”.

—Claro, don Mario.

—No. Extraño al amor.

—Ah, bueno. ¿Extraña a su esposa, don Mario?

Conforme mis visitas fueron más constantes y duraderas, don Mario desta paba nuevos recuerdos o bien, repetía otros. La vez en la que casi se convirtió en aviador y de cómo desertó por pilotar sin permiso, me la sé de memoria hasta con el manoteo y ademanes de don Mario. A veces intentaba tocar el violín o el piano para mí: “Suertuda será usted, Sarita. Nunca toqué para una sola persona”. Y mientras él interpretaba las piezas, yo no dejaba de pensar en el contraste que había en su casa: instrumentos musicales empolvados y trajes de sastre; paredes gruesas de adobe tapizadas con recortes de pe riódicos en los que estaba él, algún amigo o un familiar; los techos eran tan altos en algunas habitaciones y tan cortos en otras, todo sostenido por vigas de madera roída. Aún consevaba algunos estantes de la tienda de su padre y productos como chocolates, por demás caducos. También habían algunos muebles muy viejos que guardaban bajo llave los dibujos, trazos y estudios de su hermana, quien fue una gran artista por su técnica, aunque jamás se le reconoció “tristemente, sólo por ser mujer”, decía. Don Mario y yo llegamos, en pocas semanas, al punto en el que me dejaba la llave debajo de una tablilla de arcilla, justo en la entrada. Así, al caer el día por su domicilio —y yo con él—, don Mario estaba sentado en el pasillo que tenía por patio. Le gustaba ver a los pajarillos bajar a la higuera o a la vasija de barro que llenamos con agua.

—Sarita, ¿le doy un consejo?

—Ya le dije que no me diga “don Mario”. Soy su amigo, Sarita… Cuando us ted encuentre el amor en alguien que sienta que vale la pena, no lo deje ir. Le digan lo que le digan, no lo deje ir.

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No entendí entonces lo que el hombre quiso decir. Quizá nunca lo sabré conUnoexactitud.deaquellos días de visita, la llave no estaba bajo la tablilla y don Mario no salió cuando llamé a su puerta. Durante los días siguientes sucedió lo mis mo. Don Mario no tenía ya vecinos. Las casas aledañas estaban deshabitadas así que no supe a quién pedirle razón. Semanas después, un conocido, que sabía que yo visitaba aquella casa, la número 533 del centro de la ciudad, me enseñó el obituario de días anteriores. Mi amigo se había ido.

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Reproché el haber dejado que el tiempo hiciera lo suyo y yo no hiciera lo mío. Como un ritual, cada tarde volví al sitio. Cada tarde metí debajo de su puerta, justo en el zaguán, una breve carta en la que le contaba a don Mario mi día. Algunas terminaban con un: “perdóneme, don Mario”. Durante meses continué con la rutina, deseando estar dentro y poder repa rar cada techo, cada viga, cada pared de aquella casa. Pensé que el inmueble quedaría intestado por aquello que don Mario decía: “Nunca tuve hijos. No tengo familia. Mis parientes hace mucho que me dieron la espalda por cosas que no les incumbía”.

Pensé que si quedaba intestada y yo trabajaba duro, algún día podría com prar la propiedad. Ese día nunca llegó. La casa fue derrumbada y con ella, probablemente, cada recuerdo físico de la vida de don Mario, de la vida de mi amigo.

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ZaragozaCalle

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ÁbreTe

César ElizondoAugustoValdez. independienteColumnista en diversos medios locales. Obtuvo el Premio Estatal de CoahuilaPeriodismo2005.

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Si alguna vez te vi en el pasado, no lo recuerdo. Como la tapa del pan o el perrito de tres patas, fuiste una op ción ignorada por quienes llegaron antes. Voy a serte muy sincero: no te escogí a voluntad, te tomé casi al azar. Como siempre, llegué tarde; no hubo mucho que pensar. De un catálogo, mi primera visión de ti fue en una fotografía. Decir sildenafilo suena a algo que no nos va, por eso diré que la palabra en mi cerebro al verte fue viagra: supe que habría de in ventar un poco de alquimia para encender los motores. Te veías vieja y vejada, con el rubor apagado, ya cansina y en el olvido; clásica estampa de la prostituta cuyos años se han quedado a morar en ella. De cualquier manera, quise confrontarte de fren te. Por ser avecindado en el Centro Histórico de la ciudad, fue sencillo dar contigo. Eran las 11:29 de un miércoles cuando, al doblar por Pérez Treviño hacia el norte —o hacia abajo, si se carece del plano cartográfico integrado—, escuché a mis espaldas el llamado a misa de la Catedral de Saltillo. Un centenar de pasos más, y de nuevo llegué a un lugar común: estabas en una esquina. Zaragoza con Lerdo. Zaragoza y Lerdo, hoy son calles que se cruzan sin más relación ni vida; ayer, personajes de la histo ria, muy citados al hablar de la mutación de Díaz: de heroico militar a sublevado golpista. Dudé. Pasaron autos y personas caminando. Sentí la vista de todos. Me sentí realmente estú César elizondo valdez

Te observé un poco ese día. Luego fui otro par de veces a pasearme por tu rumbo, pasando como si nada, esperando a que me hablaras. Y nada. Te seguí observando sin que tú te dieras cuenta. No sabría cómo decirte lo que te voy a contar pues no soy condescendiente, no soy de darte la coba, soy malo para los cumplidos y pésimo adulador. Pero te diré una cosa: te ves mejor de cerquita, se nota un rasgo de vida que la foto disimula. Sí, tal vez ese maquillaje blanco se está cayendo a pedazos, tu entorno en nada te ayuda, y tu edad… ¿Pues qué decir? Pero hay algo en ti que me gusta. Sí. Hay algo muy bello en ti.

24 pido parado sin un quehacer concreto. No importa cuántos condones hayas comprado en la vida, ni a cuántos congales fuiste, sigues siendo el muchachi to que suda, tiembla y se achica al estar fuera de sitio.

Puedo sentir tu dolor. Debe ser algo muy duro ver cómo pasa la vida. Se guro fuiste la ilusión de alguien. Lo imagino con pasión, con sus manos arte sanas sobándote con esmero, recorriendo tu materia con mayor ritmo que prisa, respetando tu color, resaltando tu belleza. Acariciando tus bordes y cepillando tus partes. Soplando sobre tu cuerpo en medio de la faena. Suspi rando satisfecho al verte de pie, completa.

Luego vino la caída. Los colores de la moda se posaron sobre ti, cosméticos acabados sobre tu tez natural, una pinta sobre otra sin despintar la anterior.

Pero párrafos arriba dije que hay algo bello en ti. Para entender tu belleza, la foto no hace justicia. Hay algo que no se aprecia a menos que estés ahí: careces de cerradura, de candados o cadenas. No lo digo en el sentido de que seas de fácil acceso o un alma libre; lo que noto es otra cosa. Tu experiencia no ha sido en vano. Aprendiste a enamorar cuando exigiste respeto; para el aspirante de hoy supones un reto mayor a tu extinta lozanía. Lo mismo para un bandido que para el ser más honesto. No tienen forma de entrar. Sólo te abres desde adentro.

Al final, te despojaron del alma cubriendo de cal tu esencia. Para nadie es un secreto que las arrugas venían desde antes de estar aquí, pero el despiadado tiempo, el sol y la ácida lluvia te las marcaron a fuego. A la edad, súmale tru cos, y lo que queda eres tú.

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26 AcuñaCalle

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Como cada sábado, Pepe y Hugo salieron corriendo del catecismo, apresurándose a llegar a casa, pen sando recuperar el tiempo perdido aprendiendo una lista de razones por las que Dios los mandaría al infierno.—Infierno, infierno es la ciudad con este calor. Preferiría mil veces visitar a la tía Teresa que venir hasta acá, a la casa de Dios —decía Hugo, mientras se secaba con la camiseta el su dor de la frente. Ese día de verano era particularmente caluroso, la canícula apenas comenzaba y el ambiente tropical era insoportable. Visiblemente agobiado, Pepe tomó la decisión arbitraria de cruzar la calle para aprovechar la sombra que ofrecían los árboles de la plaza. —¡Pepe, mis papás siempre dicen que no debemos cruzar al parque solos! —gritó Hugo nervioso, mientras se mordía las uñas.—¡No aguanto más este sol! Sería un tonto si no aprove chara la sombra de estos árboles y tú lo serías más si se los cuentas; mejor que no se enteren y así los tontos serán ellos.

Hugo cruzó la calle y juntos caminaron por la acera del par que cubierta de árboles. Por primera vez, después de pasar por ahí tantas veces, notaron el olor de la vendimia; churros con cajeta, algodones de azúcar, aguas frescas, fritangas y elotes Carlos vega CaTeCIsmo Carlos Alberto Vega Lozano. Saltillo, Coahuila; 1984.

“Morirse“Espérame”“Arrullo”,cortometrajes:directorEscritorprofesional.deconcreadordirector,Escritor,guionista,audiovisual15añosexperienciaydelosyesfácil”.

—Córrele, ahí mero, antes de que se meta —dijo Hugo y apresuraron el paso.La anciana, de un empujón, abrió la puerta sin chapa; entró y con otro em pujón, volvió a cerrar. Los niños se detuvieron de golpe, sorprendidos. Pepe pensó rápido.

—Ya se está haciendo tarde, ya habíamos comido si nos hubiéramos ido derecho a la casa —dijo Hugo sobándose la panza. —Tú querías venir al parque. Ahora te aguantas. ¿A poco no se te antoja un dulce?—Pos’ sí, Pepe, pero ya es tarde; además, la gente ya nos vio y si nos ven corriendo nos van a agarrar.

—La puerta no cierra. Vamos, vamos.

Ambos corrieron hacia la puerta y la empujaron con fuerza, pero algo de trás de ella los hizo rebotar. Aturdidos, se levantaron y miraron dentro de la casa. La anciana yacía inmóvil en el piso. Junto a ella, una caja de cerillos y

—Sí cierto. Pero mira, bendito Dios, ya está recogiendo sus cosas, la segui mos y saliendo del parque, le quitamos algo, lo que sea, que sirva de algo la espera.Laanciana recogió sus cosas y caminó a la salida del parque. Hugo y Pepe le siguieron el paso pero no lograban alcanzarla, correr no era opción porque eso alertaría de inmediato a los demás comerciantes. La siguieron entre cua dras solitarias, de casas que parecían abandonadas, hasta que la anciana se detuvo frente a una de ladrillo con una gran puerta de madera.

28 asados. No pudieron evitar adentrarse cada vez más en aquel parque rodeado de casas viejas y descuidadas. Más de una vez intentaron robar algo de comida para saciar su antojo, pero los comerciantes hábidos y experimentados frustra ron su plan. Ya casi dándose por vencidos, vislumbraron a lo lejos a una anciana cargando una bandeja con dulces de leche, sentada en un pequeño banco de madera, ambos se miraron con complicidad y esperaron frente a ella el momen to adecuado para tomar algunos dulces y salir corriendo.

los dulces regados por el piso. En una pared, sobre una repisa, la imagen de la Virgen de Guadalupe con una veladora apagada. —¿Qué hicimos, Hugo? —Nada, Pepe, nada. Vámonos. Hugo cerró la puerta y sin voltear atrás, corrieron por las calles hasta llegar a su casa. Nunca hablaron con nadie sobre ese día. De vez en cuando pasa ban por la casa de la anciana, pero jamás se atrevieron a empujar la puerta y saber hasta dónde habían llegado aquel sábado de catecismo.

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ZaragozaCalle

Es medianoche. Me recuesto en mi cama para dormir unas horas imaginando que ella, en su casa, se aco moda en una silla alta para pintar. Volteo a la oscura pared y casi con certeza sé que en ese momento ella está poniendo una taza de café a un lado de la mesa de trabajo para revisar el material. Pienso en las fotografías de la puerta que tomé hace unos días. Le pedí que hiciera un cua dro en acrílico a partir de las imágenes que le envié. Es una puerta viejísima que bloquea la entrada de una casa derruida en el centro de la ciudad. Ahora observa las dos imágenes y se da cuenta que entre ellas hay diferencias tan obvias que yo ni siquiera noté. En la primera se extiende una mancha roja por la pared izquierda y una verde en una parte de la puerta. En la otra, sólo están la puerta y la pared desnudas en un absoluto abandono. Estiro la mano y pongo música en el celular para tratar de distraer la mente y dormir. Diez segundos después de cubrirme la cabeza con la sábana, la veo indecisa frente a las dos opciones y sé que no le gusta esa incertidumbre. ¿Cuál va a pintar? ¿Cuál quiere el cliente? Me revuelvo en la cama y me incorporo derrotado. Voy a la cocina por un vaso de agua. Por la ventana veo la oscuridad de la ma drugada y aspiro el aire fresco y húmedo. Mis pulmones se llenan de ese aroma que me trae de nuevo la imagen de la alfonso González ramírez

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Alfonso Ramírez.González Egresado de Ciencias de mismaCienciaslaComunicaciónCienciaslaFueporComunicaciónlalaUAdeC.directordeFacultaddedela(2003-2009),ydeEscueladeSociales(2015-2018)delauniversidad.

32 puerta y de la fachada, prácticamente cayéndose a pedazos.

¿Quién vivió ahí hace 80 años? ¿Por qué la abandonaron? ¿Qué cocina ban, qué anhelaban, que sentían, cuáles eran sus problemas? ¿Peleaban, reían a la hora de la comida? ¿O todo era silencio y gravedad, porque es taba el padre severo como un dios en su trono, listo para castigar la más mínima insurrección? Cierro los ojos y ahora es ella la que se pregunta qué habrá sucedido detrás de esa puerta. Va a la cocina y se sirve más café, in decisa ante las dos opciones. Regresa a su mesa de trabajo y acomoda sus pinceles en un recipiente junto a la taza. Apaga las luces y las dos perritas despiertan de su sueño ligero y la acompañan a dormir. De regreso a mi cuarto, me pesan los párpados. Ella ahora está acurrucada y se relaja con facilidad. Se hunde en el sueño. Yo, a varios kilómetros de ahí, siento que por fin llega el momento de dormir. Cierro los ojos y una puerta —que es esa puerta—, se abre y veo mujeres, hombres, familias y su alegría escandalosa; niños corriendo, pero también regaños, gritos, llantos, promesas incumplidas, viejos fantasmas, corazones destrozados, juegos y cantos que se funden en un sinsentido. Me da un poco de tristeza asumir la responsabilidad de decidir cuál pintura definirá la imagen de una hermosa casa que está a punto de caer, pero al guien tiene que hacerlo. Le pediré que entre los dos lo decidamos. Yo soy el cliente, pero ella es la artista. Es importante que ese cuadro sea un homenaje a la última etapa de un caserón del que sólo quedan vestigios. Me relajo, son río y suena el despertador. Me incorporo y salgo al patio. Me recibe la compañía de siempre: los niños, sus mascotas, el griterío, las muchachas, el padre severo que regaña a quien se cruza en su camino, la cocinera que se mete apurada a preparar el almuer zo para todos. Un crujido nos estremece y de golpe se hace el silencio. Todo se detiene. Me acerco a ver el pedazo de pared que cayó del muro. Siento las miradas tristes de todos, que están detrás de mí. Me asomo a la calle por el agujero y veo en la banqueta de enfrente a ese

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hombre que ha venido ya dos veces a fotografiar la puerta y la pared que se desmorona cada día. Momentos más tarde, se acerca una muchacha y distin go en su plática que se preguntan cómo habrá sido la vida aquí adentro. Men cionan una pintura que ella hará para preservar la imagen de la casa. Volteo con una sonrisa a ver a todos, que me miran intrigados. “Trascenderemos”, les digo, y continúa otra vez el alboroto.

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HidalgoCalle

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Escueto de ánimo y dubitativo siempre, ésta fue la osadía más grande que tuve como periodista: co larme a un auto ajeno y sentarme entre dos leyen das de la lucha libre. Aún recuerdo la voz quebrada con la que le hablé a mi editor de la sección deportiva: “Saúl; entrevisté a mis ídolos de la infancia”. Para entonces se me había hecho un hábito entrevistar a enmascarados del ring; reuní una gran cantidad de testimonios para el Zócalo entre 2009 y 2012. Incluso, casi incluyo este recuerdo en mi libro Sal tillo al ras de lona. Crónica detrás de las máscaras. Sin embar go, la anécdota permaneció inédita por motivo de espacio. Di preferencia a las semblanzas de los gladiadores saltillenses.

Gracias al Bicentenario de la Independencia de México, el Hijo del Santo y Blue Demon Jr. darían una conferencia sobre el pancracio nacional. El escenario fue la Plaza de Armas, con Catedral de fondo y la sombra del palacio rosa sobre ambas. El encuentro fue organizado a gran escala, por eso, hallar vía libre hacia los dos atletas, parecía imposible. Como mis con tactos más inmediatos no fueron útiles, pedí ayuda a Isabel, colega periodista que tenía como fuente el gobierno munici pal. Me dijo la agenda del día y sólo hallé un hueco: después de atender a medios en Casa Purcell. En la rueda de prensa, Miguel García Miguel Ángel García Torres.

Saltillo al ras de lona (2016). Ha publicado narrativa breve en antologías.periódicosdiversosy

LA DuDA es oTro UmbraL

deperiodista.narradorpromotorbachillerato,DocenteCoahuila;Monclova,1986.decultural,yexAutor

36 estuve atento a las preguntas. Sonreí aliviado porque nadie usó las mías. Los estetas de azul y plata concluyeron su cita con la prensa y huyeron al segundo piso. Les seguí a corta distancia y esperé mi oportunidad desde un sofá. Ellos comían y yo no. Sentí que ya era acoso y opté por darles espacio; pero tampoco fui a comer. Gajes del oficio. Bajé al estacionamiento e hice guardia. Entonces llegó la hora del evento principal. Los hijos de las leyendas escaparon de los medios restantes a través del patio y nos topamos cara a cara en el portón de Casa Purcell. Sin una excusa para retenerlos, perdí mi entrevista y, sobre todo, perdí un día de trabajo. Acepté mi derrota y preferí disfrutar la conferencia como un aficionado más. * * * Los organizadores del evento instalaron un cuadrilátero en Plaza de Armas y la gente acudió puntual a la conferencia. La charla terminó entre aplausos una hora más tarde mientras un automóvil se ubicaba discretamente detrás del escenario. Los fanáticos rodearon el vehículo rápidamente. Yo caminé sin ganas hacia el coche. El chofer abrió la portezuela de atrás y alzó su brazo para apartar gente del camino. Un hueco se abrió frente a mí. Ese mismo brazo del chofer hacía un arco de entrada, una especie de umbral hacia la tierra prometida. Entre el costillar y la puerta del automó vil, se abría una fisura tan ancha como lo permitía aquel brazo extendido. A cada segundo, la grieta empequeñecía. Indeciso, alcé la vista y descubrí a Isabel entre la multitud. Con una mirada pedí apoyo moral y ella asintió feliz con la cabeza. Me agaché para cruzar. El Santo ya estaba en el interior del automóvil y me senté a su lado. Él tomaba fotos a los fans agolpados frente a su ventana. Demon entró después y respingó en su asiento cuan

37UMBRALES 2 do me vio ahí. Yo sólo abracé mi cámara de fotos. Apenas me salía un hilo de voz y fui ig norado rotundamente hasta por el chofer. Sudaba frío y miré al espejo retro visor para concentrarme en algo ajeno. Quién sabe cómo, pero demostré mi dominio del tema y rompí ese muro de hielo más grueso que el de Juego de Tronos. Con la Catedral de Santiago a nuestras espaldas, partimos del Centro Histórico hacia la Arena Pavillón del Norte. Transcurrieron once minutos de trayecto. Mi batería de preguntas tuvo su propia batalla contra los nervios y en este Royal rumble de la memoria, sobrevivieron tres preguntas. Afortuna damente, las más originales. Pese a llevar mi equipo, por la prisa, no pude retratarme con ninguno. Cuando llegamos al coso de la Bellavista, los luchadores se olvidaron de su personaje y elogiaron mi picardía para ganar la exclusiva. Así, bastaron once minutos para recompensar un día de locos en Casa Purcell.

38 PípilaCalle

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En esta casa ya no hay soles sólo una oscuridad interrumpida por el resplandor ultravioleta de la farola de la esquina En esta casa no hay puertas Lo único que bloquea la entrada a las ánimas nocturnas es un pedazo de madera enmohecida La fachada es un letrero que se desdibuja y el azul cielo de la pintura se agrieta por el paso de un tiempo en pausa y el retumbar de unos pasos sobre la acera Encima de esta casa no deja de llover El techo es un pozo negroazul por donde el agua se escurre y cae y se estanca en las ventanas cubiertas por escombros Toda palabra dentro de la casa fue silenciada y el canto de los grillos reemplazó a los arrullos que cantaron las ancianas daniela González se VeNde

Daniela González. Saltillo, Coahuila; 1997. Egresada de la Facultad de Psicología de la UAdeC. Ganadora del premio “La Juventud y la Mar” 2012, convocado por la Secretaría de Marina.

Sinaloa;comorevistascolaboradonarrativa.dediversospertenecidoHaatallerespoesíaylaHaendigitalesTimonel,deyKametsa.

40 En sus paredes crece la hiedra que cada noche extiende las ramas para tejer una enredadera que engulle la casa y se marchita con los rayos del amanecer que nunca alcanzan a iluminar nuestro umbral

Quién esté interesado en habitarla deberá disfrutar del rumor espectral que hace eco en sus habitaciones y abandonar toda esperanza.

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Abrí una pequeña revista que mostraba varios por tones del Centro Histórico de Saltillo. Estas foto grafías reavivaron en mí la incontrolable atracción que tengo desde niña por imaginar los espacios ocultos detrás de cada puerta. Siempre he preferido las que invitan a entrar a las que impiden el paso.

En una acera de baldosas más grises que rojas, tres hojas de madera lloran una tristeza presente, pero lejana: su olvido. Un destello de luz en la parte superior, detrás de las curvas ro mánicas, me confiesa el secreto que alguien decidió esconder con vidrios traslúcidos. Buscaba los azulejos de talavera azul que ostentan en blanco el número 327 de la calle Colón. La suerte apostó por mi rendición al confundirme con la secuen cia iniciada a partir del 500. El sol me abofeteó con fuerza. Me senté sobre la banqueta. Las cuchillas solares perforaron mi trasero. Consulté Google Maps. Activé el Street view. Moví las flechas a lo largo de la calle. Nada. A la sombra de un porche una anciana se arrullaba en una mecedora con un mamotreto en el regazo. La arranqué de su sopor para preguntarle si sabía cómo encontrar el portón. A su seña destrabé la reja y pasé. Al mostrarle la fotografía, sus ojos, antes opacos, se llenaron de brillo. Sonrió con el sonido Luz María Urrutia Luz Urrutia.MaríaRealizó estudios de creación literaria en la UAdeC y la IBERO. Obtuvo mención honorífica por “Hospital Muñecas”deen el primer Certamen de Cuento del periódico Zócalo. Está incluida en la antología Primeras Armas (IMCS, 2007) e Historia de dos ciudades, (PAPE, 2015). eL mISteRIO de CoLÓN

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—Una obra por demás extraña —opiné con la intención de abrirlo. Ella lo evitó.—Pues el profesor hilvanaba una frase con otra.

44 similar al cascabel de una serpiente. Segura de que yo tampoco tenía mucho que hacer, me indicó el otro único asiento que cabía en ese espacio. Acepté.

—¿Lo que usted dice es que copiaba las pifias de los diarios? —Tal cual. —Y esto qué…. —Para allá voy —agregó—. Cierto día no volvimos a verlo. Poco después, vino alguien cercano y lo encontró muerto —las aletas de su nariz se abrieron y resoplaron—. ¡Figúrate! Varias torres de periódico lo habían aplastado.

—Yo nací en esta casa, en el 19’ sabe Dios —al instante supe que la historia sería larga, y dudé si ésta aclararía mi desconcierto. Luego añadió—. En el 327 vivía un maestro de español, llamado Cristóbal, quien se había impuesto la tarea de escribir un libro...

Regresé a mi sueño infantil —que nunca revelé por temor a que se desva neciera en la nada— de hacer una colección de cuentos cuyo percutor fueran distintas puertas; el desarrollo sería dentro de las habitaciones.

Se me apretaron las costillas y me faltó el aire. Seguía sin comprender la relación de esta historia con mi búsqueda. Como si me hubiera escuchado, aclaró:—Ya casi llego a lo de tu fotografía. Lo más interesante es que el libro ter

—…Con los errores encontrados en los diarios —concluyó—. Cada mañana, salía, compraba los periódicos, y los resaltaba con marcadores sentado en la alameda.—¿Errores? ¿Cómo? —Ya sabes, los que hacen los periodistas cuando disque le quieren dar re levancia a la noticia, o de aquellos que cambian el sentido de la oración. Esos eran sus favoritos. La vieja me extendió el “ladrillo”.

Un aliento abrasador me congeló la nuca, como si alguien me observara detrás de la puerta en la fotografía que sostenía en mis manos. La anciana unos zapatos tiesos que parecen más de cemento que de cuero, y los hilos de los pantalones ya olvidaron ser dobladillo. Contra la camisa os cura de tinta, oprime un bulto de periódicos doblados… La figura descrita encajó a la perfección sobre la olvidada puerta de la re las semanas, un lunes, cuando el pobre Cristóbal ya había salido, llegaron varios trabajadores. Remodelaron el portón, actualizaron el número y desaparecieron.—Esdecirqueel 327… —¡Exacto! A partir de entonces, el loco Cristóbal vaga por Colón sin encon trar el portal de retorno a su mundo de palabras. Desde la verja, me devolví para regresarle el libro que apretaba contra mi pecho.Lamecedora se columpiaba vacía.

45UMBRALES 2 minaría cuando el maestro ya no encontrara en el diario esos errores que tú dices. Y como jamás faltó material... —enarcó las cejas y levantó las manos resignada—. Ahora su alma carga con semejante tarea y no descansará hasta terminarla. Lo veo todos los días, al madrugar el sol, rumbo a la alameda.

continuó.—Arrastra

vista.—Pasadas

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RamosCalle

47UMBRALES 2

Virginia Sánchez.Lara Ha tomado cursos de literatura y creación literaria tanto en la Ciudad de México, como en Saltillo. Está incluida en las antologías: Va de cuento: Ajuste de cuent@s; además ha publicado en Vanguardia y en Digital Flores de Nieve, en el CEPE, de la UNAM.

Higinio se detuvo frente a una puerta descolorida. Tenía dos hojas con molduras en forma de cruz, sostenidas por unos herrajes en color negro, y amarradas con una cadena por el centro. La ro deaba un marco de piedra, con un remate semicircular en la parte superior; una cornisa abarcaba todo el frente y sobre ella, unas almenas hechas de cantera. La custodiaba una hi lera de cipreses con un ramaje sombrío apuntando al cielo. A él le pareció que los árboles le daban un aspecto melancólico al entorno, o tal vez su estado de ánimo influía en el paisaje. Sacó de su bolsa la carta donde venía la dirección que le había hecho llegar la persona que había contratado meses antes. Nunca se imaginó estar en Saltillo. Todo le gustó: el Centro Histórico, la alameda, la Catedral de Santiago… Si todo salía bien, regresaría en otra ocasión. Habían pasado cuarenta y cinco años desde que su padre lo arrancara de los brazos de su madre. Eso había sido allá, en Chilpancingo, aquella no che en que ella escapaba del maltrato cotidiano. Le lloró los primeros días, pero poco a poco se fue acostumbrando a su ausencia. Su padre tuvo otra mujer, que también se fue. Una y otra vez se había preguntado cuál sería su reacción si estuviera frente a ella, su madre. ¿Se arrojaría a sus brazos? ¿Se habría roto ese lazo invisible, tan comentado, que une a una madre con su hijo, o seguía intacto? No lo sabía, por virginia Lara sánchez reeNCUeNTro

—¿Con quién hablabas, mamá? —Preguntó Ofelia, con un temblor en la voz.

Higinio alcanzó a escuchar la plática de las dos mujeres detrás de la puerta.

Él la miró sin parpadear. Deseó tener una fotografía con la cuál comparar aquel rostro, pero no hubiera servido de nada: “Todos cambiamos con el paso de los años”, se dijo resignado. Observó a la mujer y no experimentó sensa ción alguna que le indicara estar frente a su madre. Hurgó en sus recuerdos, pero éstos sólo reprodujeron una serie de rostros color arena, distorsionados.

48 eso estaba nervioso, esperando que se abriera aquella puerta para conocer el resultado de los cuestionamientos hechos durante todo el camino. Con la palma de la mano tocó y puso la oreja sobre la madera rugosa para saber si alguien había escuchado ahí dentro. Estaba a punto de golpear una vez más cuando vio moverse la cadena.

—Buenas tardes —dijo Higinio, con una flema atravesada y el corazón des bocado.Unamujer abrió escasos centímetros y asomó el rostro.

Finalmente, concluyó que era su madre, por la forma de su nariz y los ojos claros, que eran igual a los de él. Mas no la boca, esa la había heredado de su padre; labios delgados, apretados, que le daban el aspecto de estar siempre molesto. Los de ella eran pequeños y quizá, cuando joven, carnosos.

—¿Usted es Ofelia Zamudio Urquiza? —le preguntó bajando la voz, como si su difunto padre lo estuviera escuchando. —Sí, soy yo. ¿Quién es usted? —preguntó bajito, como si hablara para ella misma.—Soy Higinio. Tu hijo. No supo qué más decirle a aquel rostro inmutable. Ella se apresuró a con testar cuando escuchó una voz a sus espaldas, junto con unos pasos que se acercaban.—¿Quién es, mamá? —Yo no tengo hijos varones, sólo dos hijas —le contestó antes de cerrar.

—¿Qué se le ofrece? —le preguntó con cierta curiosidad.

49UMBRALES 2 —Era un hombre. Se equivocó de dirección. Buscaba a al guien que no conozco.

50 HidalgoCalle

Claudia arquieta Las mIL y UN pUerTas

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Claudia Arquieta Peña. Es originaria de CampusIberoamericana,enporMecánicoJalisco.Guadalajara,IngenieroEléctricolaUAdeG.Hacursadoestudiosydiplomadosenliteratura,contemporáneadelsigloXX,redaccióndecuento,redacciónyescritura,tantoenlaUAdeCcomolaUniversidaddeSaltillo.

Después de haber recorrido el mundo entero en busca de la felicidad, te das cuenta de que estaba en la puerta de tu casa. Proverbio chino Alo largo y ancho del mundo, la arquitectura ha sido siempre un elemento que va de la mano con los gustos y características particulares de los ha bitantes de una ciudad. Así, tenemos que en di ferentes ciudades, países y hasta continentes, podemos ver similitudes ya sean constructivas o estéticas; por mencionar algunas, tenemos patios centrales con majestuosas columnas que custodian hermosas fuentes de cantera, zaguanes con pisos de cemento pulidos con cera de candelilla, helechos franqueando los muros donde jaulas de popotillo cuelgan con pájaros que, con su canto, nos reciben al interior de las casas. Uno de los elementos más importantes de cualquier cons trucción es sin duda, la puerta. Esta simple abertura que nos permite entrar y salir, en muchas culturas simboliza una tran sición de un lugar, de un estado o de un nivel a otro; vinculan do este paso con la iniciación. Esta pieza de la arquitectura ha evolucionado desde que fuimos expulsados del paraíso dejando atrás esas puertas que todavía hoy seguimos bus cando y que nos permitan entrar al cielo o al infierno, a la luz o a la oscuridad, a la vida o la muerte. La puerta nos aventura siempre a lo desconocido. ¿Cuántas veces hemos caminado

Cuenta la leyenda que cuando doña Josefa Ortiz de Domínguez fue ence rrada en una habitación por su esposo, comenzó a golpear la pared con el tacón de su zapato. El alcalde de cárcel, Ignacio Pérez, acudió a su llamado, y en virtud de que la puerta del zaguán estaba cerrada, Josefa le entregó a través del cerrojo, un mensaje dirigido al capitán Ignacio Allende, avisándole que la conspiración independentista había sido descubierta.

52 por una calle donde una puerta nos oculta su interior e imaginamos mundos misteriosos? La puerta de una catedral o mezquita permite contener lo sagra do, dejando lo profano en el exterior; así como en una casa protege lo privado de lo Durantepúblico.laEdad Media las siete artes liberales eran conocidas con la deno minación de “Las siete puertas”, a través de las cuales se podía acceder a la iluminación y la sabiduría. El conocimiento medieval de la alquimia tenía una sola puerta de acceso que permanecía cerrada, y sólo se permitía la entrada a unos cuantos privilegiados. En la tradición judeo-cristiana la importancia de la puerta es inmensa, ya que a través de ella se da paso a la revelación, donde Cristo es la puerta verdadera. Por eso no es de extrañar que en los pórticos de las catedrales se vea la figura de Cristo glorioso, símbolo por el cual se accede al reino de los cielos.

Y llegando a nuestra hermosa ciudad de Saltillo, puerta de entrada al no reste mexicano; si caminamos por las calles del Centro Histórico, podemos apreciar construcciones con rasgos españoles, árabes y franceses; fachadas de ladrillo con formas complejas que rematan en intricados pretiles; paredes

Quizá la puerta más famosa en la literatura sea la descrita en la Divina Co media, de Dante, donde en el marco se lee: “Abandonar toda esperanza quie nes aquí entráis”. En México tenemos puertas famosas no sólo por su belleza sino por su historia. En Palacio Nacional está la llamada “puerta Mariana”, que permitía el paso a las visitas femeninas de dudosa moral. Entre las puertas más bellas de la Ciudad de México están las de hierro forjado del Palacio de Bellas Artes, que muestran con delicadas formas la flora y fauna de México.

con molduras de cantera o el tradicional sillar enmarcando puertas de made ra. Puertas con alma, vida y color que, fieles a su interior, resguardan secretos, leyendas e historias. Así, podemos recorrer desde las majestuosas puertas de la Catedral de Santiago Apóstol, pasando por las modestas puertas de la iglesia más antigua de la ciudad: San Esteban; o las de la Casa Purcell, con ese estilo de las casonas de Irlanda. De tal modo que la riqueza simbólica de la puerta es inmensa y lo que se abre para unos, se cierra para otros.

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54 HumboldtCalle

Luz María Farías Dávila. GanadoraCoahuila;Saltillo,1958.LicenciadaenLetrasEspañolasporlaUAdeCdelXPremioNacionalValladolidalasLetrasporellibrodecuentosinfantiles: El llavero.

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L a luna llena que la acompaña desde que salió de Houston se va difuminando ante sus ojos. Las silue tas oscuras de las grandes letras anuncian que está entrando a Saltillo. Mira la ciudad aún dormida y le parece que está en una dimensión desconocida. “Diecisiete años”, dice entre susurros. No reconoce los edificios que pa san ante su vista. Piensa en su casa y espera que siga exac tamente igual. Busca en el celular la fotografía en la que ella y su abuelo le sonríen a la cámara desde el arco de talavera que enmarca la puerta tallada en madera. El ladrillo amarillo de las paredes contrasta con el piso rojo y los motivos azules de los ¿Deberíasmosaicos.haber anunciado tu visita? No. Quiere ver la sor presa en la cara de sus abuelos. ¿Y si después de todo este tiempo descubres que eres una desconocida entre tu propia familia? La ciudad que ves ya no es la tuya. La ciudad que recuerdas sólo existe en tu memoria. Se ríe por pensar ton terías. Vivió con sus abuelos hasta que su madre consiguió la residencia y mandó por ella. Siempre serán su familia. Cierra los ojos y ya se ve ante la anhelada puerta, recorriendo con su índice los laberintos de la talavera, como cuando tenía cinco años. Sus dedos se mueven en el aire. ¡No había en todo el barrio una puerta como aquella! Sonríe al recordar su primer beso al amparo de aquel arco. Luz María Farías dávila dIreCTo aL CIeLo

—Sí, pero la calle de Abasolo está cerrada. Creo que le están metiendo el drenaje pluvial.

—Es el mero centro.

Siente el corazón en la cabeza, el pecho sube y baja acelerado. El chofer la mira por el retrovisor. Un escalofrío le recorre la espalda. Puede imaginar su sonrisa bajo el cubrebocas. ¿Por qué no avisaste que venías? Tú, que siempre eres tan precavida. ¿Cómo se te ocurre llegar sola a una ciudad que ya no conoces? Sentimentalismo puro.

—La aplicación no marca que esté bloqueada.

—Oiga, espere. Aquí dice que debería de haber dado vuelta a la izquierda.

Al llegar a la central camionera se levanta y baja con cuidado; tiene las pier nas entumecidas. Recoge su maleta y sigue el camino que trazan los demás pasajeros. Sale y mira la fila de taxis estacionados.

Al salir de la central el chofer vira hacia la derecha.

—¿Cuánto me cobra?

—¿A poco esos aparatejos le dicen eso? Pos ya nomás nos falta que hablen inglés.—Claro que sí. Necesito que regrese.

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—Calle Humboldt, número 1045.

—¿Nadie la acompaña, güerita?

No sabe qué contestar. Aún reverbera en su memoria la nota que leyó en el Houston Chronicle advirtiendo a los turistas por la creciente violencia contra las mujeres en México. Balbucea que la esperan y mete la mano en el bolsillo para sacar el celular, abre la app de Maps y teclea la dirección.

—No se preocupe, güerita, siempre cobro lo justo, traigo taxímetro —le dice el taxista tomando su maleta sin esperar respuesta.

Se deja caer en el asiento. Consulta el reloj. Aún no dan las seis. ¿Será pru dente despertar a su familia? Deberías de haber avisado Miranda, qué necesi dad de viajar sola en un taxi.

—¿A dónde la llevo, güerita?

Ella examina las calles desiertas y se da cuenta que no puede bajarse en ese lugar. Intenta marcar el número del tío Juan. Los dedos no le responden. Por fin el sonido del teléfono llamando. Cuatro, cinco timbres… no le contestan.

—Pero, güerita, no puedo dar vuelta aquí. No se apure. Llegaremos bien pronto, orita casi ni hay tráfico.

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Respira, Miranda, respira. Sus ojos oscilan entre la pantalla del teléfono, el retrovisor y la ventanilla. Por fin distingue las calles que circundan al centro de la ciudad. Reconoce la Alameda Zaragoza. Viran al oriente en la calle de Ramos Arizpe. Empieza a tranquilizarse.

Regresa a Maps. Verifica que siga la ruta. Vuelve a marcar, no hay respuesta.

—Ya casi llegamos —dice el chofer al pasar por la Escuela Coahuila. Quiere gritarle, reclamar por el rodeo, pero no despega los ojos de la pantalla. Al mirar la calle de su niñez, el corazón vuelve a trotar. Se recarga en el asiento y respira profundo.

—Son cien pesos —le cobra el chofer. Ella saca la cartera y le entrega el billete sin decir nada. Baja del coche apresurada y mientras espera la maleta el olor a café de olla la mete de golpe a la cocina de la abuela. Se recuerda sentada frente a ella, cuando cocía las tortillas de harina en el comal. Se inflaban tanto que parecían burbujas y entre risas le pedía: “Una tortía con mantequía hasta las orías de Saltío”. Sonríe.

Cuando pulsa el timbre, los primeros rayos del sol iluminan el arco de tala vera. Voltea a su alrededor y piensa que su puerta sigue siendo la más hermo sa de la ciudad y definitivamente, la entrada a su cielo personal.

58 ColónCalle

Cleta, su madre, le había enseñado que las mandas se pa gan, y más a Panchito. Siendo tan devota era extraño que permitiera a su hermana menor incumplir una promesa así Martha santos de León paCIeNCIa de saNTo

59UMBRALES 2

T odo comenzó con un retablo. Decía: “Agradezco a Panchito porque Cenobia salió de su cuidado”.

Si no hubiera sido porque encontró la ofrenda para el santo de la parroquia de Real de Catorce entre las hojas de un libro viejo metido en la caja que tardó seis meses en desempacar, Apolonia no estaría parada frente a la puerta que según ella, había cerrado para siempre. Le faltaban fuerzas para empujar la hoja izquierda, y no era por miedo a que las tablas carcomidas acabaran de desprender se, sino porque el quejido de las bisagras de la derecha le recordaba los lamentos de su madre.

Estaba mucho más deteriorada de lo que recordaba. No fue necesario acercarse para oler los años acumulados en las rendijas por donde tantas veces, desde el otro lado, vio pasar rayos de sol con briznas de polvo suspendidas en su luz. Ni entrecerrando los ojos pudo enfocar su reflejo en los vidrios cubiertos por una terca capa de mugre. Resistió las ganas de pasar los dedos por la superficie. El retablo que tenía entre las manos era un delgado trozo de madera. Tenía dibujado a San Francisco de Asís y a un bebé. Se podía leer la fecha, un par de meses después de su nacimiento: octubre de 1972.

Martha Santos de León. Monterrey, Nuevo León; 1966. Estudió psicología en la elesActualmenteIberoamericana.enautoressuCuento:elAvanzados.deNacionalUniversidadEstudiosCursódiplomado“Elsuteoríayejercicio”y“Loscanónicos”,laUniversidadeditoraenperiódico Vanguardia.

Apolonia no le guardaba rencor a San Francisco de Asís por negarle a su padre el milagro de salvar la vida en el descarrilamiento, hace casi 50 años,

Atravesó medio Saltillo para llegar a ese punto en el centro: una fachada con algunas décadas de la misma pintura beige que guarda partículas de tiz ne de mofle. Es una calle de bajada cuya banqueta transitó cuidando de no resbalar sobre el piso de mosaico de pasta, que se esforzaba por seguir sien do rojo y amarillo. Hizo un ademán con la mano sobre su cabellera entrecana como para espantarse los fantasmas, y empujó la hoja izquierda de la puerta.

—Tu padre nunca lo encontró. Buscó y buscó, pero se le hacía tarde para subirse al tren. Tuvo que correr para alcanzarlo.

Contuvo las lágrimas al ver marchitas las plantas del zaguán en sus macetas de espejos empolvados, igual que el vidrio de la entrada. Le dolieron los ge ranios, la yerbabuena y la albahaca muertas. Atravesó el patio central de la casa. El sol daba de lleno sin proyectar sombras. Sabía que Cenobia estaba al fondo, en la cocina, como siempre. Al caminar frente a las habitaciones po bladas de imágenes religiosas con cara de sufrimiento, el pasado le reclamó los años dedicados a su madre, que se fue de este mundo sin agradecerle por renunciar a una vida con Arcadio, su novio de la Normal.

—Te oí desde que entraste —dijo Cenobia sin levantar la vista. Estaba muy entretenida picando nopales.

60 de importante. Ese fue el primer motivo de alarma; el segundo, que Cenobia hubiera sido madre sin que ella, a los 49 años, conociera a su primo. Dedujo que por las prisas, sin fijarse, había empacado el libro sobre la vida de los san tos que su madre no soltaba ni cuando sintió a la muerte cerca. El deceso de Cleta le dio valor para cerrar la puerta y abandonar la casa donde vivió con ella y Cenobia hasta hacía medio año, cuando se cansó de esperar a que algo extraordinario pasara con su vida.

—¿Por qué no llevaste el retablo a Real de Catorce? Sabes que las mandas son sagradas —reclamó Apolonia mientras se lavaba las manos en el frega dero de cemento.

61UMBRALES 2 cuando regresaba después de cumplirle una de tantas promesas. —¿Qué pasó con tu hijo? ¿Por qué no lo conozco? ¿Se murió? —preguntó como—Esametralladora.hija.Sílaconoces.

La ves en el espejo todos los días. No se puede tener todo en la vida. Mi hermana estaba segura de que Panchito se había burlado de ella. Se humilló dejando a su marido dormir conmigo a cambio de ser madre. Cleta quería un varón, pero te tuve a ti — contestó sin dejar de picarApolonianopales.se arrepintió de haber empujado la hoja izquierda.

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HidalgoCalle

63UMBRALES 2

L a gota impactó en su mejilla púrpura y resbaló ha cia la barbilla traslúcida. No pudo limpiarla con sus manos pues envolvían a su bebé. La calle subía en un ángulo cada vez más demandante. Sus piernas, picoteadas por los insectos, soltaban astillas al pisar los azu lejos sueltos, al no poder esquivar un pozo. En la otra acera, las miradas se pendían de sus facciones y encontraban pis tas en sus labios erosionados, en sus párpados ciruela, en la desviación de su nariz. Incluso en sus huellas: el cadencioso arrastrar del pie izquierdo y el golpeteo del derecho. Nadie podía imaginar a dónde iba, pero sí sus orígenes. Ella detectó el aroma de la tormenta. Bajaba de las nubes, envolvía los edificios, animales y personas por igual, con una brisa invisible hasta golpear la piel. Le recordaba a su hogar, donde la piedra es fuego, los cultivos una oración y la tierra sabe diferente a lo largo del año. La masticaba en sueños, durante las tolvaneras de Semana Santa. Su infancia fueron las estrellas, las voces de amigas y ancestros, las manos de su madre en el cabello y las de su padre en las rodillas, en la espalda, en el pecho sin formar. Luego el calor estaba en su vientre. En los ojos de Ramón sobre su cuerpo: a veces los brazos, otras, las pantorrillas que mostraba al subirse la falda para cruzar los charcos en la breve temporada de lluvias. El agua se transformaba en otras manos, en las rocas que qui Carolina García Flores aroma de TormeNTa

Carolina García Flores.

saltillensesnarradoresmundo:LosImaginarialasEstáporComunicaciónEsCoahuila,Saltillo,1995.licenciadaenlaUAdeC.incluidaenantologías:(2015),nombresdelNuevos(2016), y Mínima: Antología de microficción (2018).

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—¡Sabe!, ¿pa’ qué lo quieres tú? Su madre hubiera respondido de inmediato, porque la amó. La amó por instin to. Pero ella no lo sintió. Jamás. ¿Fue porque no lo hizo con amor; o porque el de sierto seca hasta el pozo con más agua? Ese lugar se escondía detrás de alguna puerta. Toda la ciudad era igual, todas las construcciones, con esos letreritos. Al subirse al camión, tuvo miedo. ¿Y si no encontraba la puerta correcta? Pero eran pocas las de ese color, le había dicho Mercedes, y tenía razón.

taban antes de tenderse en la maleza blanda. Luego, las manos fueron las piedras.Ellasoñaba con un sitio verde, tan verde que doliera, no en los ojos, sino en el olfato. ¿Dónde estaría ese aroma? El que acompañaba siempre el nacimien to de los pocos cultivos. Pensó que los niños también olerían así, a humedad y lodo. Pero el suyo apestaba a metal oxidado, a algo que se había dejado al fuego.Elniño se revolvió, capaz de sentir las variaciones en su pecho, las náuseas, las palpitaciones en las entrañas, sin dejarse engañar por los trémulos arrullos de su voz. Sus piernas subían y subían, en la búsqueda infructuosa de ese paraíso donde el agua se mezcla con el aire. En frío se convierte, en nieve; en calor, en Mercedesopresión.fuequien le dijo que había lugares para bebés, fueran blancos, morenitos, tostaditos, apestosos, llorones, todos los querían.

La madera tenía manchas de humedad y polvo en cada uno de sus relieves que semejaban ramos de hojas. El niño empezó a gritar, era el ulular del viento durante la luna llena, cuando salen los demonios y se asoman por las venta nas. Al verlos, aunque sea por un segundo, se tragan el alma.

Allí estaban la puerta verde. Un umbral de ladrillo, un tubo metálico pintado de beige que se conectaba con un medidor y el número 305 en azul, sobre una placa de cerámica amarilla. Abajo, un escalón nivelaba la inclinación de la calle; arriba, había cuatro cristales y una protección negra de diseño circular.

—¿Pa’ qué los quieren?

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—No—Pásale.—y le extendió al niño. —Pinche niña. ¡Pásale! —y la jaló al zaguán. Le quitó al bebé de los brazos, lo desenvolvió. Torció la boca. Las facciones del niño se mezclaban, como succionadas por un vórtice.

—No te puedo dar dinero por esto.

La mujer le empujó a la calle y la puerta verde volvió a cerrarse. Entonces, la segunda gota de lluvia golpeó su mejilla. Adentro no se oía llanto.

Tocó tres veces. Abrió una señora gorda con un vestido y un mandil de flores. Vio la manta balancearse, luchar. Sonrió.

BravoCalle

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Coahuila.AutónomalaenlaEsCoahuila;Monclova,1988.egresadadeLicenciaturaHistoriaporUniversidadde

El 2020 fue un año abismalmente diferente en comparación al resto de los que he vivido. Sólo a través de los libros de His toria pensé que pasaría por una pandemia. Han sido tiempos difíciles. Lo único que encontré reconfortante ha sido que, al pasar mucho más tiempo en casa, pude dedicarme con mayor ahínco a intentar suplir carencias en mi agenda edu cativa. Pese a todo, tuve el privilegio de no pasarlo tan mal. ana rodríguez alvarado reGIsTro Ana Alvarado.RodríguezEliza

sIN

U na vez leí que la peor tinta es mejor que la me jor memoria. Eso bastó para justificar mi incipien te empeño por registrar, de manera escrita, todo cuanto pudiera considerar importante e intere sante sobre lo que vivía, ocurría o aprendía. Si lo que pasaba en mis días adquiría alguna relevancia, terminaba como ano tación en alguna de mis libretas.

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Lo que más disfrutaba de esas notas, principalmente, sur gía mucho tiempo después de que éstas se generaran, al transcurso de meses o incluso años, y volvía a leerlas sólo para constatar cuánto habíamos cambiado desde mi propia mirada: yo, mi entorno, el mundo. Confieso que mucho de lo que escribí logra apenarme, sobre todo algunas posturas que tuve, por falta de consciencia: opiniones, gustos, etcéte ra. Aún así, atiendo este ejercicio como algo sano, bueno para seguir realizándolo. Justamente acabo de revisar mi agenda del año pasado.

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No obstante, en el momento en el que las autoridades sanitarias anunciaron las instrucciones para romper poco a poco la cuarentena, ya con mi resurgido y aumentado amor por la cultura y la historia que estuvo permeándose en el encierro, decidí que mis primeras salidas serían a algún museo o centro cultural, para seguir en la línea que estuve viviendo durante la contingencia.

Cuando por fin salí, y sin pensarlo demasiado, llegué al Museo de los Presi dentes Coahuilenses. No era nuevo para mí. Lo había visitado anteriormente, pero en esta ocasión, por estar fuera de horario, no pude entrar, lo confirmé al sacar incrédula mi celular y revisar la hora. No me quedó de otra que observar el edificio desde la acera de enfrente. Si bien, la puerta de madera, con bonitos tallados, elegante, grande, resis tente, estaba cerrada, auguraba con esa majestuosidad, la importancia de lo que resguardaba al otro lado; así que, citando a Virginia Woolf —No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente—, me dispuse a hacer un recorrido mental del interior según como lo recordaba la última vez… ¡Ahí estaban esos hombres! Melchor Múzquiz, Francisco I. Madero, Eulalio Gutiérrez, Roque González Garza y Venustiano Carranza. Los había estudia do en la Universidad, unos con periodos muy breves, otros con un papel más trascendente, pero igual de importantes para la conformación del orgullo es tatal, después de todo no cualquiera logra figurar como el máximo represen tante de Estado, independientemente de las circunstancias. Me quedé reflexionando un poco sobre ellos como personajes en la escena pública, luego volví a casa con la inquietud de inspeccionar los cuadernos en los que, estaba segura, encontraría algo relacionado, y así fue. Encontré hombres en el poder. No sólo a los del museo. En mis escritos de ese tiempo había montones, dominando todas las esferas, todos los ámbitos y todas las áreas. Durante años vi el mundo a través de los ojos de los hombres. Así me lo enseñaron, así lo aprendí y así lo asenté. Esa tarde, entre el contenido de mis primeras libretas, después de proponerme “escribirlo todo», y lo que alberga

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Afortunadamente, según la evidencia, lo primero se ha ido corrigiendo no tablemente en mis cuadernos posteriores, mientras que lo segundo —bueno, aunque no depende de mí—, tengo un fuerte deseo de que el cambio ocurra pronto, porque hombres poderosos e influyentes están donde miremos, don de quiera que vayamos, el mundo siempre ha reconocido su valor. La próxima vez que cruce esa magnífica puerta, el verdadero logro sería encontrar mu jeres ocupando los espacios que merecen, que les corresponde, los que por mucho tiempo les han sido negados.

el museo, la constante fue la ausencia de mujeres.

Ahora mismo estoy más que lista para registrarlo.

70 CepedaGeneralCalle

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Luz Fuentes.MaríaSaltillo, Coahuila; 1970. Escritora y locutora. Cursó estudios de Comunicación y Literatura. Ha sido corresponsal del Grupo Reforma en Saltillo. Tiene publicado el libro Historias de peltre, por la Secretaría de Cultura de Concierto.directoraActualmenteCoahuila.esdeRadio

E l silencio cerró la puerta cuando mi hermano se fue. No quise seguirlo la noche en que desperté al sueño que no acaba. Preferí quedarme en esta casa, donde año tras año escucho pasar a los párvulos cascabeles que regresan de la escuela y, en días de lluvia, lanzan barquitos de papel hacia el revuelto caudal de las cunetas.

Deambulo por habitaciones donde los ecos juegan con morillos rotos, recorren baldosas de barro, duermen entre las grietas. Son mis acompañantes en este transitar eterno. Sus voces repiten los sonidos que ya se fueron. Entre la bruma que se cuela por los techos caídos, busco el recuerdo de los tesoros de mi hermano: fotografías de ros tros bellos, cuadernos con dibujos impecables, un cepillo, los pañuelos de seda que le bordé, y la lima que iba y venía por el cielo rosado de sus uñas. A través del salitre del piso se ve la huella de su sillón favorito —siempre estuvo junto al gra mófono—, donde él solía sentarse con albornoz y zapatillas. Aún me extasío en el rojo de su difuminado terciopelo. Rozo las teclas del piano traslúcido; los invisibles dedos vuelven a tocar para mí. Floto entre las notas que alguna vez se diluye ron entre risas, humo de cigarros y versos en labios varoniles. Algunos días, cuando las golondrinas retornan a sus nidos Luz María Fuentes

LOS mejOReS: Los peores

72 en los adobes del zaguán, invoco melodías que se me escapan a través de la madera apolillada de la puerta, acarician las saetas herrumbrosas del arco y anidan en los oídos de transeúntes que se preguntan de dónde viene música tanEvitobonita.hurgar entre la niebla que guarda la memoria de mis cosas: los za patos de raso y los de charol que me taladraban los pies, los afeites que me impostaban, el pequeño tocador donde se reflejó un rostro que no me per tenecía, el que me vio cortar mi cabello y borrar el maquillaje para ser yo; el azogue muerto guardó mi imagen de ojeras pronunciadas y labios sin besar.

Busco en los ojos que ven hacia mi puerta imágenes de una urbe transfor mada. Tal vez ya hay avenidas, rascacielos infinitos o centros comerciales he chos de cristal. Y entre todos ellos, aún sobrevivan los árboles que mi abuelo sembró cuando yo era niña. Quisiera contar mi historia a la mujer de cabello

El día en que sepulté a mi hermano, la casa comenzó a desmoronarse. Igual que yo. Sus amigos no regresaron. Las risas, el humo de cigarros y la música se volvieron fantasmas. Me senté tras la ventana a esperar el paso de las ho ras, hasta que los días se volvieron años, los años recuerdos y los recuerdos sueños, como en el que ahora estoy. En los instantes en que la ciudad se vuelve solitaria, me asomo a través de la puerta. Apenas un poquito. Lo necesario para ver el rostro que me intuye desde la ventana de enfrente. Saber que no he desaparecido, que alguien puede sentir mi presencia, me hace volver a los días felices en que paseaba con aquella amiga por la alameda —sin tomarnos del brazo, pero rozando de vez en cuando nuestras manos como si fuera un accidente—; o íbamos a comprar un helado, a merendar pan de pulque o a ver la pirotecnia en las fiestas patronales. Sin atreverme a cruzar el umbral, observo a la mujer que me adivina desde el otro lado de la calle. No es muy alta; siempre lleva el cabello suelto y algún libro entre las manos. Reconozco en ella los rasgos de sus ancestros; es como si volviera a encontrar la sonrisa que cada mañana me regalaba un saludo: “Buenos días, señorita”. “¿Cómo le va, don Mariano?”.

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rebelde que me ve sin mirarme. Decirle lo feliz que fue mi hermano detrás de esta puerta, cuando sus amigos venían a verlo, y reían, y fumaban hasta caer la tarde; de lo mucho que quise ser como él, y él como yo. ¡Cómo me gustaría platicar de aquellos años! Tomar las palabras de Di ckens y decirle: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”; y preguntarle si ahora se viven días de mayor libertad, si una luz nueva disipa tinieblas viejas, si la desesperación se convirtió en esperanza, y si dejó de nombrarse ‘extraviada’ a una persona que decidió tomar un camino opuesto.

Abro los labios para llamar a la mujer tras la ventana vecina, pero de mi boca sólo escapa silencio. Es el mismo silencio que cerró la puerta cuando mi hermano se fue. Saltillo,Primavera,Coahuila.2021.

74 ColónCalle

75UMBRALES 2

SíUNOlapuedes abrir porque eres parte de lo que custodia. Ahora, mírala y cuenta su origen desde la tierra, el agua, el aire, el fuego. MíralaDOS TocaAcércatebien.más.elaceroy palpa el cristal que la conforma pero ve más allá de lo que tocas. Entra del metal en su red cristalográfica Janssen y Leeuwenhoek tienen la llave de la puerta de ese microcosmos donde con la geometría de Dios se enlazan el hierro y el carbono.

TodoTRES empezó con la sangre de la tierra. Dime su nombre de horizonte rojo y tajo abierto: TresCUATROhematita.veces transpira el acero en su furor: José Luis Molina Cardona abre José Luis Molina Cardona. Ario de Michoacán;Rosales, 1951 Es metalurgistaingeniero por la UASLP. Radica en Saltillo desde 1984. Director del Instituto Hudson Taylor. Conductor de La MusicalManzana XHKS 104.9 FM. Signos vitales, La vida que rueda y Vodka Naufragio son sus libros inéditos.

cuandoPrimero el agua cae decantando los placeres del lecho lixiviado. cuandoSegundorueda contra el aire en la espiral del fuego que lo funde con el coke y la caliza.

LaSIETEde tu corazón cuando tocó el Rabí para la cena de tu redención.

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CuandoTercero la oxidación violenta por la purificaescoriaelmetal que ya es el marco. EsteCINCOcristal surgido de la arena que deriva en la sílice espumosa transparentada por el fuego que cuestiona a los sutiles voyeurs del febril insomnio en que navegan atisbando también en las cerraduras de otras puertas en los picaportes de otros secretos.

AceroSEIS y cristal es el binomio que evoca otras puertas memorables.

Julio Torri

Tirada por piafantes brutos, sale la carroza, con muelles sacudimientos, de la penumbra del zaguán al deslumbramiento de

77UMBRALES 2 la calle.

78 AbasoloCalle

A brí los ojos, alcé mi mano izquierda, bajé la mira da: 2:03 am. La pantalla del reloj parpadeó. Lo hizo un par de veces más y se apagó. El tiempo se extinguió. La oscuridad se postró en mi mente y a mi alrededor. No veo nada, no hay nada, no existe nada. Cerré y abrí los ojos en repetidas ocasiones. El resultado siempre fue el mismo: total y absoluta opacidad. El sol murió hace tiempo. Las estrellas quizá huyeron, se esfumaron. La luna debería estar en el mismo lugar de siempre, allá afuera, iner te, inmóvil, adherida a esa enorme pasta negra que cubre al mundo; pero no tenía certeza de nada. Poco a poco mis ojos se acostumbraron a la situación. Si luetas con formas geométricas aparecieron aquí y allá. Dis tinguí un par de rectángulos al frente. Líneas onduladas me hicieron pensar en cortinas cubriendo ventanas, las cuales dejaban ver intermitentemente un halo tenue de luz a su al rededor. En medio de ellas, pude percibir un viejo televisor, una de esas cajas con botones y perillas a un costado. Eché la cabeza para atrás, levanté la mirada. Un techo alto, sostenido por una hilera de vigas paralelas me hizo suponer lo antigua que era la habitación. Olía a humedad, a madera y sábanas añejas, quizá a tierra mojada. Entonces algunos sonidos se hicieron presentes. Lo primero que escuché fue el incansable tic toc de un reloj al otro lado de una de las paredes, luego un angel Cuandón QUIero saLIr Ángel Cuandón. Tlalnepantla de Baz, Edo de México; 1984. Licenciado en Diseño Gráfico por la UAdeC, ha participado en diversas antologías literarias como: Los nombres del mundo.

SaltilloenyBajodesaltillenses,narradoresNuevosBitácoralamemoria,laspestañasMínima.Radicalaciudaddedesdehace33años.

79UMBRALES 2

80 pequeño golpeteo en algún rincón no muy lejos de mí. Quizá era un roedor. Pensé que podría estar en la misma situación que yo. Tal vez sólo deseaba escapar de ese arcaico lugar. A poco, cesaron los diminutos rasguños. Hundido en una leve ceguera moví los brazos en todas direcciones. Con la espalda pude sentir la pared, pero: ¿qué más me rodeaba? Necesitaba saber qué había a mi alrededor. Con los pies sentí el suelo liso y helado. A mi de recha una cobija y algunas almohadas. Al parecer era sólo un colchón en el piso. Giré a mi costado izquierdo. De nuevo sentí la pared, rugosa, rasposa. Me levanté y la fui tentando al tiempo que daba pasos cortos, temblorosos. Palpé dos cuadros grandes, con marcos sencillos. Luego toqué lo que al parecer era un crucifijo, que lejos de confortarme, me desanimó. Seguí mi recorrido con las manos. Encontré tres interruptores. Los accioné un sinfín de veces. No hubo respuesta alguna. Seguí avanzando hasta que sentí un cambio en la superficie. La pared había terminado. La sensación ahora era distinta. Una astilla se adhirió a mi mano. Era madera, madera vieja y descuidada. Estiré ambos brazos hacia arriba y hacia abajo descubriendo su forma rectangular, definitivamente era una puer ta. La recorrí con prisa, desesperado, como un animal en peligro. Buscaba un cerrojo, una perilla, un poco de esperanza. Cuando por fin la encontré, no hubo respuesta. No giraba. No servía. Golpeé la puerta. Grité con fuerza; sin embargo, ambas acciones, el golpe y el grito, me parecieron tan lejanos, tan ajenos.Dimedia vuelta. El desasosiego me venció. Caí al suelo una vez más. Miré nuevamente las cortinas. No tenía idea de en dónde estaba y cómo había llegado ahí. Entonces reaccioné. Quizá más allá de las ventanas podría haber alguien que me ayudara. Me escabullí hasta las ventanas. Moví las cortinas para descubrir una fila de barrotes que separaban la habitación de una calle sola, lúgubre y oscura. Nunca me había dado tanta felicidad ver una luna entre tantas nubes negras. Corrí las cortinas y una tenue luz invadió la parte media de la habitación. Descubrí un improvisado escritorio. Me arrastré hasta

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él con la ilusión de encontrar algún llavero. La luz no alcanzaba el suelo y tuve miedo de andar a pie. Gateando y a las tientas, llegué. Lo primero que noté fueron algunos frascos vacíos. Todos eran medicamentos. Lo supuse por los nombres raros e indicaciones que había en sus etiquetas. Encontré también un plato sucio, una taza con restos de café, libros y cuadernos en desorden, quizá una vida en desuso. Debajo vi un cajón. Lo abrí con premura. Descubrí plumas, lápices y algunas hojas en blanco. Busqué llaves por todos lados. No encontré más que olvido y desesperanza. Y en un instante comenzó. Escuché a lo lejos un interminable golpeteo que se fue acercando sin tregua. Corrí, ya sin miedo, hacía la ventana. Me asomé y descubrí un centenar de gotas cayendo del cielo. La lluvia golpeó con fuerza el techo y las paredes al tiempo que un desquiciado viento hizo retumbar los vidrios. Y en medio de tanto caos, surgieron personas por doquier, corriendo, buscando refugio, mis gritos, mis golpes fueron invisibles, inaudibles. Enton ces creí estar muerto y en el olvido. De pronto pude escuchar la perilla de la puerta moviéndose. Me abalancé de inmediato hacia allá. Había alguien del otro lado que podría ayudarme, liberarme. Me mantuve en silencio para que no advirtiera mi presencia. Decidí que no quería morirme más. Cuando por fin se abrió la puerta, vi un par de escalones que daban a la ca lle. Pero antes de poder dar un paso apareció frente a mí una silueta que pau latinamente fue tomando forma. Y ahí estaba yo, de pie frente a mí mismo: empapado, con los ojos cristalinos como estrellas a punto de morir; cabello rebelde, sonrisa forzada. Tuve la sensación de que las palabras se volverían realidad al pronunciar las: “Quiero salir”, me dije sin titubeos. “Y yo quiero entrar”, fatigado, atiné a murmurar.

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MúzquizCalle

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Azul, color sensato, discreto, conservador, color que llenas de magia las iglesias de Saint-Denis o de Le Mans. Azul co balto, azul Chartres. Azul del cielo, azul del agua, azul divino, como el manto que porta la virgen; azul de reyes, color de la aristocracia, Philippe Augusto y Luis XIV, azul Francia. Eres un color líquido y suave, el color de mis jeans preferidos, eres el color de la actualidad, color de la innovación, color de la tec nología, del ciberespacio de Facebook y Twitter; gran contra dicción, pues también se te relaciona con la privacidad.

Azul: tienes un significado de esperanza, de serenidad y libertad. Significas salud, calma, dignidad y melancolía; tan tos son tus significados como tus tonos; pero Azul de Prusia, tú eres mi favorito cuando uso mis acuarelas. Eres también el color de las diosas: Diana y Minerva se visten contigo de sabiduría, verdad y generosidad. Eres el color que usan las personas que no quieren revelar nada; te asocian con la tran quilidad, con la paz y la unificación; eres un color sensible y tierno; te han otorgado tantos significados y sin embargo, color azul para mí eres…

Gabriela Carmona ochoa LA eSQuInA De LA De braVo y mÚZQUIZ

T e voy a contar porqué cada vez que regreso a Salti llo voy a buscar una esquina en donde duerme se rena, una casa vieja de muros anchos, techos altos y puerta azul.

CarmonaGabriela Ochoa. Es doctora en Ciudad, Territorio y NiveldeSistemayUSdedeinvestigadoraEsdeporSustentabilidadlaUniversidadGuadalajara.profesora-laFacultadArquitecturadelaUAdeCmiembrodelNacionalInvestigadores,I.

Nos refugiamos en una casa prestada y vieja, con los amigos. Quería que los conocieras. Quería que me conocieras. Disfrutando de tu presencia transcu rrió el tiempo, sereno y en calma. Los amigos se fueron y nos quedamos a so las. Sin aviso previo, en ese momento mi pasado se atrevió a tocar a la puerta. Mi cabeza y mi corazón se volcaron. Te avisé de mi desconcierto y te aclaré del porqué de mi repentina salida. Sin pensarlo, al salir de esa casa vieja, cerré esa puerta azul con llave. ¿Por qué lo hice? No lo sé. Tal vez necesitaba tener la completa seguridad de que no te irías. Durante el tiempo que estuve afuera, apartada de ti, tratan do de acomodar las piezas de mi pasado, tratando de explicarle y explicarme

84 Azul, llenan de tu color ciudades enteras de exquisita belleza, Jodhpur en la India, Juzcar en España y por supuesto la perla azul de Marruecos, Chef chaouen; pero estoy segura que Nueva York enterita se pinta de azul cuando en el Carnegie Hall se escucha la Rapsodia de Gershwin. También te encuen tro sereno en una de mis películas preferidas: Azul profundo de Besson. Los compositores te aluden, desde Agustín Lara con su inolvidable y entrañable canción “Azul” (que es azulísima, como una ojera de mujer), hasta Soda Ste reo con “Estoy azulado”. Van Gogh no podría ser quién es sin el azul en sus pinturas y yo no he podi do olvidar el azul del vestido de ella en “El beso” de Hayez. De vez en cuando también te encuentro en la hora azul del crepúsculo, como en la frontera de dos mundos. Estás en tantos lugares y tantos de mis recuerdos y sin embar go, color azul para mí eres… * * * Era Semana Santa y desde aquella, tu ruidosa ciudad, te traje a la mía, aco gedora, caminable y serena. Deseaba que te quedaras unos días y aceptaste.

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No sabía lo que sentía, pero la llave de esa puerta me transmitía una certeza inexplicable.Sinsaberlo, esa querida puerta azul estaba guardando el futuro de una vida que sigo viviendo aún. Cuando vienen los recuerdos de esa tarde pienso en todas las decisiones que tomé ese día y medito si ya estaban escritas por mi destino o yo solita las tomé. Al final, realmente no importa.

las razones, me di cuenta de que todo ese tiempo guardé entre mis manos, cómo una joya, la llave de esa puerta azul. Lo que más quería estaba adentro.

Ahora ya sabes por qué siempre buscaré visitar esa casa vieja en la esquina de las calles de Múzquiz y Bravo, que tiene una puerta de color azul sereno. Ahora ya comprendes lo que es el color azul para mí… una bendición.

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HidalgoCalle

E n su sillón favorito, Matías soñaba con volver a dar largas caminatas con su esposa. Ir de largo por la calle y terminar en la iglesia. Se veía tomado de la mano con su Catalina, conversando sobre el ayer.

Carlos Mirón Ida y VUeLTa

Le faltaba en las idas y regresos, en todas esas tardes de cielos magentas, rojos o azules. De verdad que le hacía falta: miraban a los jóvenes regresar a sus casas, sentados en su banco de madera colocado en el pequeño espacio entre la puerta azul de su casa y la reja gris que él había mandado construir años atrás. Extrañaba ver a su mujer regando las flores y plantas con la pequeña tina. Odiaba recordar cómo ella le decía que cada día se ponía más bonita su lila, ese árbol que daba pequeñas flores púrpuras cada primavera y que se llenaba de catarinas rojas, verdes y cafés que, ella aseguraba, hacían juego con sus macetas de afuera. Matías deseaba con la fuerza de un reloj sin péndulo que el tiempo no le arrebatara a su Catalina; que ese corazón que tan to cuidó no se detuviera, que su esposa no le hubiera dicho que caminar ya era muy cansado, y que el pecho ardía cuando veía la noche junto a él. Pero ella se sabía igual de terca como una planta brotando entre el duro concreto, por eso nunca se lo dijo. Así era su Catalina; y él ya no era él desde que ella se había ido. Dejó las caminatas hasta la iglesia y viceversa. La puerta, ahora azul ocre, detuvo el paso de los cielos multicolor.

87UMBRALES 2

Carlos Mirón. Saltillo, Coahuila; 1992. Es enempresarial,psicólogoeditorelperiódico Vanguardia Mx. Cursó dos años de Letras Españolas en la detráscuentos,librodenovela:HaCampusIberoamericana,ladeRealizóUAdeC.estudioscreaciónenUniversidadSaltillo.publicadolaCaminandorodillas;yelderelatosyVenti,delabarra.

Catalina sonrió como si no se hubiera ido. Dejó la escoba y tomó la mano de su esposo para ir sobre la calle. Él, desde su hombro, la contemplaba mientras el ayer se quedaba en su tiempo. Llegaron a la iglesia. La abrazó fuerte y sintió el aroma de su cabello. Al caminar de regreso, la noche cayó sobre ellos. Al llegar, ella se detuvo en la puerta y se quedó frente a él. —Matías, tienes que irte. Yo te alcanzaré después —le dijo Catalina al oído, pero él ya no la escuchaba. La puerta azul se fue cerrando poco a poco, hasta que él desapareció.

88 Matías, cabizbajo, comenzó a sonreír sentado en su sillón favorito, soñando que Catalina volvía y que regresarían a dar esas largas caminatas. La escuchó en la calle barriendo como tantas veces. Se desencorvó y se acercó al delga do marco de madera. Las plantas ya estaban regadas, la lila comenzaba a flo recer y afuera, en el banco, ella se daba un respiro. Matías corrió a abrazarla.

89UMBRALES 2

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RamosCalle

Que púberes cenéforas te ofrenden el acanto, que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto Rubén Darío Un rostro de piedra con ojos de guijarros el gesto dulce mitigando el ajetreo elestabaconcreto estaba una fecha en la reja de hierro el sol lloviendo siluetas chinescas pardas sombras de los amantes desdibujándose en la tarde de atmósfera frutal el gato color leña ronroneando en el tejado las carretas de caballos y después los autos de gasolina las campanas doblando en la hora santa cuajado el naranjo de blancos botones los lugares en los que se ha elegido vivir el silencio de la calle con el sol a plomo el peso de los pasos los zaguanes húmedos llenos de geranios estaban elena Gómez esTabaN

IDEM.ingenieríaeldedeyenMéxicoantologadaEstáenypublicadaEstadosUnidosCanadá.DirectoraDesarrolloNegociosendespachodeeléctrica

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Elena Gómez de Valle. Es maestra en Ciencias de Comercio Exterior y RegionalEconomíapor la UAdeC; licenciada en Administración de porEmpresaselITESM.PremioEstatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” 2019. Con “Zapalinamé” obtuvo el Premio Estatal y Fundación PAPE de cuento infantil ilustrado.

Caminando entre calles adoquinadas pizcando su cosecha la muerte discreta La marchanta indígena la que casa por casa la que ofrecía pencas tiernas de nopal la que un peso de cilantro en semana santa Conestabagarrafas de nieve sabor limón la carreta jalada por la burra Losestababrinquitos de la carne de membrillo en el cazo de cobre estaban mientras se preparaba la cajeta los minutos y sus minucias que lasestabansucedencallestapizadas de mosaicos de pasta roja estaban la fresca mañana lista para vestirse de un cielo azulísimo las tardes de lluvia con gotas de sol y su olor a tierra viva el leve granizo agujerando las hojas de los manzanos los leones estaban sus cabezas gruesas de toscos rasgos las fauces abiertas de donde brota follaje

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93UMBRALES 2 variaciones del uttering head la memoria que intenta construir la familia la labor la crianza túneles subterráneos de la palabra y el encuentro el ojo de agua del poema que se vuelve tapias de adobe desmoronándose de a poco y dejando caer los morillos sobre la galera olvidada las largas calles de Estefanía que suben y conobservándonosbajanpasarlamochilaescolar al hombro y luego más tarde apoyados en el bastón losestabanacontecimientos del día sucediéndose sin pausa en la calle Ramos Arizpe 545 bajo la mirada de la mujer de piedra coronada de acanto.

94 CepedaGeneralCalle

Juan Contreras.José Es egresado de la Facultad de Sistemas de la UAdeC. Publicó su primer libro, Theos. El vengador aplicado a través del Coahuila.CulturaMunicipalInstitutodeenSaltillo,

Juan José Contreras eL VampIro

E duardo miró al hombre que tenía sujeto del cogo te, levantado del piso. El tipo pataleaba mientras trataba de liberarse de la pinza que aprisionaba su garganta. Lo había seguido por varias calles hasta que le dio alcance. Ese hombre había asesinado a su esposa e hijos. El tipo estaba inmóvil como un gato preparado para el estoque final. Eduardo abrió la boca mostrando los largos colmillos. El asesino lo miraba desorbitado. Hincó los colmi llos en la yugular. El desdichado abrazaba con desesperación la cabeza de Eduardo. El joven vampiro sintió que la sangre fluía con rapidez a través de sus venas. Todo el cuerpo se fue calentando como si estuviera haciendo ejercicios extenuan tes, con la diferencia de que el fluido lo llenaba de vida en lugar de agotarlo. De pronto sintió que una mano dura como una piedra lo jalaba de los cabellos. Era su creador. —Suficiente —dijo Eusebio—. Debes parar antes de que el corazón deje de latir. Te puede ir muy mal si bebes de muer tos.—Ahora tenemos que deshacernos del cuerpo —agregó después de un momento—. Si no quieres que te descubran, debes aprender a cómo hacerlo. Puedes tirarlos o ponerlos bajoLlevarontierra. el cuerpo por los aires y lo arrojaron en el arroyo que circulaba con sus aguas verdosas a unas calles de ahí.

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—Te debo varias —dijo Eduardo —. Dime qué necesitas y juro por la memo ria de mi familia que lo cumpliré. Eusebio sonrió.

La corriente se lo llevó. Regresaron a la plaza, frente a la iglesia. Se dejaron caer exhaustos sobre unos troncos. Entonces, Eusebio le dijo lo que planeaba hacer.—Estoy cansado de todo esto. Quiero dormir por un largo tiempo. Necesito que me ayudes con algo.

—Aquí estaré por setenta años —dijo Eusebio—. Quiero olvidarme del mun do. Escribir algunas cosas, leer y dormir por largo tiempo.

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—Cuando has vivido siglos necesitas cada vez menos sangre para subsistir. Solo tú sabes de este escondite. Recuerda —dijo mientras bajaba la esca lera—: setenta años. Esta plancha sólo puede ser levantada por una fuerza vampírica, por eso confío en ti.

Eduardo se quedó parado por más de diez minutos cerca de donde su creador había decidido ocultarse. Ahora estaba solo. Con las pocas ense ñanzas proporcionadas por Eusebio trataría de sobrevivir. Decidió volver a la sierra. Ahí viviría. No le había dicho nada del sol, pero un instinto nuevo para

Eduardo lo veía incrédulo. ¿Eso era posible? ¿No tendría hambre? Como si adivinara sus cavilaciones, Eusebio le dijo.

—¿Ves esa casa de enfrente? La del gran portón de madera rojo brillante. Dentro hay un enorme patio. Al fondo existe un área bajo tierra. La he traba jado por algunos meses. Quiero que sea mi dormitorio. Se levantaron por los aires. Eduardo batallaba para lograrlo. Eusebio lo su jetó del brazo a manera de impulso. Una vez que estuvieron en el patio, el vampiro levantó, como si fuera una hoja de aglomerado, una gruesa puerta de madera que ocultaba una cámara en el subsuelo. Debía de pesar una tonela da. Debajo de la tierra había un espacio con un féretro, velas que titilaban al recibir el viento, un escritorio y una silla forrada de cuero negro. Las paredes estaban tapizadas de libros.

él indicaba que necesitaba ocultarse en las sombras. Practicó levantarse por encima de los techos. Lo consiguió en menos de diez minutos. Llegó a la an tigua guarida del vampiro justo antes del amanecer. Eduardo esperaba sentado en una banca de la plaza a las once de la no che. Ahora estaba llena de árboles. Habían construido el edificio Coahuila en esa área por el año de 1966. Fue derrumbado después de más de cuarenta años. Ahora estaba el área verde dónde el vampiro observaba con paciencia el lugar ocupado por un bar sobre la calle de General Cepeda. La música se escuchaba de forma estentórea. Era el año 2021; era el momento de levantar a Eusebio.

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BravoCalle

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Puerta cómplice de amores, testigo de acuerdos y desacuerdos, partícipe de infantiles travesuras, prueba de fragilidad, sonido de golpe, de pelea. Sombra en el calor, refugio en la tormenta, seguridad en la noche, huida en el caos. Sellas salida y entrada ajena a la vorágine mundana. ¿Para quién eres salida y para quién, entrada? anabel dávila porTam

Portam, porta, puerta. Puerta, paso de vida o de muerte. Dicotomía fantástica: entrada al Cielo, salida del Infierno o viceversa. Opciones las dos que requieren de una barrera casa de mi madre, ¿qué encerraste, que sólo tú y ella lo saben? Puerta de la casa de mi padre, ¿qué dejaste salir con tu falso picaporte, que sólo tú y él lo saben?

Anabel Dávila. Mexicana. Es licenciada en pedagogía por la UNAM. Profesora en Bachillerato del Liceo Freinet.

Puertaguardiana.dela

99UMBRALES 2

100 ColónCalle

101UMBRALES 2 Soy la miqueconYmiquemezcloJuntomiforjasdeSoydelaestructuradamaderaformafinamifachada.esaslíneashierrofríoyclavosdesvarío.aladobelaarcillavadelineandogeometría.eseldesiertosuscaloresvapuliendopielcurtida. roberto Godina LA SuAve CuStODIA De un Tesoro QUe No se ToCa Roberto Godina. Ingeniero Industrial egresado del ITS. Maestría en Gestión de Negocios de UANE, Ex estudiante de EAP de la UAdeC con diplomados en Creación Literaria de cuento y novela en la Iberoamericana.Universidad

102 Soy la custodia de aquellos ecos una rapsodia viva entre huecos. Ahí en el patio que queda al fondo está el pasado lo que yo escondo lo que yo guardo como tesoro lo que me mueve lo que supongo como un latido como un galope el alma atiza del fuego un brote y un suave olor tras los olores del preticor de mis amores surge en la nada un enqueespejismomedavidaesteolvido

nacen entreymeyfrenteentrecruzadaEnyunoscubrentatuajesheridasconcalotrosconvidas.estaesquinaaltorerodisimuladaquedoviejaencristaladasecretos en mi morada con un rosal como testigo con un rosado de haber vivido.

103UMBRALES 2

104 ColónCalle

105UMBRALES 2

Ordieres.Gustavo Ciudad de México; 1961. Reside en Saltillo, Coahuila, desde 2004. Máster en Salle.UniversidadSaltillo,MonterreyTecnológicocátedraEsporartistaporarquitecturaprofesión,plásticovocación.profesordeeneldeCampusyenlaLa

Se dice que soñar con un umbral representa el co mienzo de algo nuevo. El umbral, el espacio justo al cruzar: la puerta, la entrada, el acceso, el portal, el paso. Inspiración de poetas como Rosario Castellanos con su “Meditación en el umbral”; o en “Impotencia”, de Amado Nervo, donde pide al creador: ... poder entrar por las puertas del Arcano / y buscar en el mundo de las sombras / el deleite invisible de sus bra zos. Se cree que la puerta más antigua es el acceso a la tumba egipcia de Lyka, la cual data aproximadamente del 4500 a.C. Anterior a ello, en la Mesopotamia del 6000 a.C., se sabe que el acceso a la vivienda se realizaba a través de huecos en los techos.Entoda la historia de la arquitectura, la entrada adquiere el más importante valor en un conjunto. Sus características varían dependiendo de la cultura a la cual pertenecen, sin em bargo, el común denominador entre ellas es el valor cultural, simbólico, social e incluso defensivo de su emplazamiento, siendo acreedora a un simbolismo que indica rango social, y es sometida a diseños sumamente complejos, o extraordina riamente simples. La fabricación varía con respecto a su uso e importan cia; sin embargo, la madera siempre ha sido el material por Gustavo ordieres vega medITar eL UmbraL

106 excelencia para su elaboración Es un reto para los arquitectos, quienes la flanquean con jambas, pilastras o mochetas, lo coronan con dinteles orna mentados mediante cornisas, media lunas de cristal y herrería, creando un magnifico escenario para ese conjunto de largueros, travesaños, peinazos, tableros, bisagras, cerraduras y aldabas, a los que comúnmente se les de nomina como “puertas”. Misteriosos personajes cotidianos que nos hablan desde su inmovilidad, y nos describen la historia de las calles en las que ha bitan mientras deambulamos frente a ellas; y a la vez, convertidas en mudos testigos, nos ocultan los cientos de historias que tienen lugar a sus espaldas.

En nuestro país, como en todas las culturas, el hogar es el refugio que uti liza la familia para protegerse. Es nuestro resguardo de las inclemencias del tiempo, el sitio donde preservamos nuestra intimidad y, en muchas ocasiones, la morada no sólo de individuos, sino de núcleos familiares enteros. Se trata de una necesidad básica, al igual que comer, vestir o descansar. Por ello, el abrir las puertas de nuestra casa es un ritual que va más allá de la simple acción de entrar a una vivienda. Un ritual que trae consigo cruzar el umbral; o más bien, abrir las puertas de nuestro hogar, adopta un simbolismo de bienvenida para aquellos con quienes compartimos la intimidad de nues tro espacio familiar. Es compartir la música, la comida y la bebida, para crear nuevas relaciones. Es elección, educación y respeto, atención, tiempo, parti cipación y comodidad. Es compartir el ambiente, las anécdotas y a veces, los recuerdos en común. Cuando abres las puertas de tu hogar, entregas lo mejor de ti para conver tirte en el mejor anfitrión. Y tardas toda una vida para ganarte “las puertas del cielo”.

107UMBRALES 2 a la mansión donde niño desgrané mis primeras esperanzas; las puertas ala abrirse se quejaron en un largo lamento de recuerdos He vuelto Federico Berrueto Ramón

108 JuárezCalle

Sandra Vanessa Bucio. Ciudad de 1983.México;Radicaenelsurestecoahuilensedesdehace20años.Esingenieraagrobiólogayartistaplásticaenciernes.

Mientras contemplo el alfeizar que ha empezado a ceder por la derecha, la madre llega aprisa con las bolsas estruján dole las palmas. Voltea a buscar a la niña quien tropieza y cae contra las baldosas de la calle. El llanto que surge apura a los gatos adormilados entre las macetas y se van despavo sandra vanessa

ventAnA ALtA, pUerTa ChICa

L a ventana alta con marco de tabiques amarillo de sierto, de doble hoja, con sus maderas otrora pinta das, capa tras capa, de beige, verde y rojo berme llón, ahora tapiada con unas tablas igual de viejas, aparece cuando cierro los ojos. Es como si volviera a estar ahí, detenida por las memorias que desde ese momento no han dejado de fluir. Parece que el sol corre de nube en nube para no interrumpirme mientras el aire me invita, a veces a pasar, a veces ni a pensarlo. De pronto, como si no hubiera una caja de cachivaches arrumbada sobre el piso ennegrecido, una de las hojas, otro ra con vidrios, se abre un poco y sale una niña enclenque, de rodillas peladas, con la ropa ceniza. Se detiene y se impulsa para librar los 70 centímetros que hay hasta el suelo y los per fumados geranios rojos. Se oye una pequeña risa perdida en el grito de la “¡Condenadaabuela:escuincla, pero has de regresar!”

109UMBRALES 2

Bajo el arco cuadrado, donde aún se conserva un trozo de vidrio y se pue de observar un pedazo de cielo azul emergiendo de un grueso muro de ado be, la niña, con ojos aguados a punto de tirar tremendas lágrimas, tal como si las nubes se hubieran roto justo sobre ella, recarga sus manitas sobre los peinazos.Ahíya no quedan las somnolientas tardes que, el rascar de la escoba ba rriendo las buganvilias, la arrullaba; tampoco los silbidos melódicos junto a la pileta; ni el té de limón servido por las mañanas; ni siquiera el abuelo incorpó reo, quien muriera muchos años antes, que le guiñaba un ojo y caminaba para otro lado; o su abuela que, viéndola a los ojos, pero sin enterarse más de ella, se ha ido. Ahora la niña no volverá ahí hasta otra tarde lejana, cuando sus pasos perdidos la regresen a las calles del centro. Cierra la ventana, puerta de su infancia.

110 ridos, entorpeciendo el rescate de la abuela al entrar por la puerta grande. El mandado se desparrama por el piso en tanto la hija llora, la madre trata de limpiarla y la abuela canta: “Sana, sana, colita de rana”.

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112 ColónCalle

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Y a sólo queda el carrillón de viento colgado justo en el centro. Me avisaron que tu muerte fue por in gesta del veneno que usabas para ganarte la vida. Allí quedó la bomba con su líquido blanco todavía presurizada. El balde de la dilución no en balde, y unos botes aspersores para matar hormigas de las matas de los jardines clientes, pero ya no más. Las mecedoras: una con el vaso que aún tiene cerveza o mezcal o aguardiente de caña; da igual. Todo empezó a descascararse en tu vida miserable como la pintura verde de las jambas y que ahora que ya no estás vivo, seguro es que el dintel también quedará desnudo, como tu cuerpo para la necropsia de ley. Miro y miro la puerta que extrañará tus caídas casa aden tro. Ya el forense está haciendo su oficio. Tú no ejercerás más el tuyo de matar plagas. ¿Será acaso que en un momento de lucidez u oscuridad te sentiste plaga? Ya no hay respuesta. Ya no habrá Recuerdorespuesta.cuando ese bello marco de la puerta servía de encuadre a tu correosa figura y que antes de sentarte a se guir bebiendo refino, reías y levantabas un brazo para teste rear los tubos de viento y decías: “yo soy el viento”. El forense me dijo que podía entrar con él, pero no quise cruzar la puer ta, ¿para qué? ¿Para ver la foto donde el hacha daba el último Martín Molina eL POStIGO de TUs TrIsTeZas

José MolinaMartínCardona. Cd. deDirector2005Tamaulipas;Ocampo,1964.EslicenciadoenCienciasQuímicasporlaUAdeC.HaparticipadoendiversostalleresliterariosconVicenteQuirarte,GuillermoSamperio,FranciscoHernández,EduardoMilányDanielSada,entreotros.ObtuvoeltercerlugarenelCertamendePoesía“ManuelAcuña”,yelprimerlugarenelcertamen“¿Porquéesmipreferido?”2005.fundadorlasrevistas La Linterna Mágica y Azimuth.

Pues sí, la puerta de dos hojas con una diminuta chapa que a penas y apenas atinabas insertar la llave cuando sobrio llegabas, tiene un postigo, un maltratado postigo que sólo abrías para escuchar “Navegar” con Javier Solís, en aquella consola que luego empeñaste para seguir bebiendo. El postigo por donde viste una espalda de mujer que se perdió mientras atravesaba la niebla. Ese postigo por donde apenas alcanzaba a verte en el sillón, bebiendo, siempre bebiendo. Ahora estoy del otro lado del postigo, y por la toda ajada puerta me llega tu olor que no es a muerte. Y los tubos de viento suenan alegres y no como campanas que doblan a muerto. Esa puerta tan hermosa que fue, esa estam pa tuya tan portentosa que fue. Pronto será destruida, como tantas otras de aquí del centro.

Un viento calmo entra y el postigo se entreabre; suspiro y me esperanzo en que ese aliento atmosférico es la dosis perfecta para que resucites. No quiero entrar y golpearte el pecho para que tu corazón lata, para que dé lata. No quiero entrar para imaginarte el árbol de donde construiste la puerta pero sin los hachazos mortales; vivo, enorme, arropador, y que me dejes treparte hasta los hombros: sí, tú, en cuclillas y con los brazos abiertos mientras ríes y ríes conmigo. En tus hombros el horizonte siempre estuvo cerca, el cielo lo alcanzaba al estirar la mano, quitar la aldaba del postigo era cosa de niños; ese postigo que era mi ventana al mundo aunque ese mundo no me gustaba

114 golpe al árbol del cual construiste esta puerta que tanto resistió el embate de tus traspiés? Me dijiste en aquel tiempo en que la construiste: lija los marcos, las molduras y los tableros, luego ya te vas a jugar. No entendía por qué te nía que lijar las escopleaduras marcadas para ensamblar los marcos y allí, yo de niño, se me iba la tarde pensando por qué un marco vertical superior de la puerta era de dimensiones diferentes y, su contraparte —ya tenía encami nadas con clavos a medio clavar—, unas molduras para un fijo de vidrio, de la misma manera que el fijo horizontal superior metido a fuerza en ese bello dintel apenas arqueado.

mis ojos para que se metan las lágrimas e imagino que tú te aso marás por el postigo y me pedirás un trago. Y ese postigo, ahora, es el posti go de mi tristeza.

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mucho que digamos. Por eso me fui, pero ya no para buscar mi destino, sino para huir de él que se empezaba también a descascarar, como las jambas y como, muy pronto, el dintel. Ya no estás más, y la puerta se relaja, los vidrios de los fijos se llenan de vaho, como recibiendo el hálito último de tu derrotada existencia. Allí queda la ajada puerta y el hermoso dintel, el veneno y el vaso con vino, como testi gos de tu vida buena y mala, como la del vecino, la del transeúnte, la mía, la deAprietotodos.

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ZaragozaCalle

117UMBRALES 2 Es sólo una la salida que entre el palimpsesto de bares e iglesias los nietos de los hijos de la patria tapiaron con ladrillos sin memoria Ellos no saben que un hueco guarda los secretos del viento que los susurros buscan intersticios para defenderse del olvido El marco de cantera se quema bajo un sol que roba paulatinamente la cordura de quienes no nacieron entre el polvo mientras cemento y arena esperan apilados en la sombra Las vigilanmontañasdelejos una estrella Estefanía Una corona intermitenterojaenel cielo como única esperanza a padecer en el laberinto de una ciudad ya muerta Óscar Mesta LA meDIA LunA sobre La areNa Óscar Mesta. Saltillo, Coahuila; 1994. Es ingenierouncivil y escritor en ciernes. Ha participado en UAdeG.territorioUrbanismomaestríaestudiaActualmentetalleresdiversosliterarios.unaenyenla

118 Entre un ejército de arcilla y una puerta de moho quesangranteabraza metal o madera Ehécatl no encuentra salida Silba hasta encontrar un Sefonemaapodera del silencio El Abuelo Fuego bibliotecario del nacesabercon la invención de buscapalabrasun momento para sacar a la luz las entrañas de lo romperurbano con el ciclo oscuridad pivocessinsentidofríoedraschocho can sin rit mo luz hurgaoscuridadvocessinsentidoarrulloadormecedorcombustiónfríoentresueñosy cenizas unAfueracántaro suda gigantescas sobregotas una red de nubes que cobijan la noche El crepitar de la lluvia sobre las baldosas de catedral y sobre la madera endurecida entre viejo adobe suena como el segundero de relojes a destiempo y crea un espejo de lenguaje citadino indecible Lainciertoherencia del fuego deja entrever los pasos de una tormenta sobre la arena busca entender los caminos de la acuosa vida quiere saber por qué el agua corre ahora por entre calles sin lugar para la gente ni los Elárbolesagua en un vaso puede ser el principio de todo como si la Atlántida bien pudiera dormir bajo el Sahara como si Cipactli viviera sobre una arena nostálgica y sedienta llena de sí cansada del hombre y del vaso

119UMBRALES 2 Burbujas de alcohol llenan el elambientebailesigue en el traspatio del taconesmundoresuenan sobre la correnpiedra risas por los lascallejonesaceras huelen a cerveza enfermentadaestómagos con hambre Son esos peatones anónimos que de noche navegan con pasos ciegos el asfalto guiados en la penumbra por losestrellasmismos que escriben la historia y los trazos de las Pasocallesa paso se desdoblan los despuéssegundosdelúltimo siempre sigue otro y con él se repiten las encadenadaspalabras entre sí como un delirio en espiral Se desmorona la piedra más dura del mundo aquellalaLuegopaz tapiada puerta fue en algún tiempo sólo una la entrada.

120 LerdoCalle

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M is primeros años son un cúmulo nebuloso de evocaciones. Manchas amorfas, térreos matices, desplazamientos caóticos. Impreciso es el mo mento en que fui consciente de mi existencia. Desde entonces, sin moverme, he visto pasar el mundo ente ro frente a mí. A través de mí. Nací en la antigua Calle de la Palma. Soy una de las tantas puertas que persistimos en la arteria conocida en estos días como Lerdo de Tejada. He tenido diferentes semblantes a lo largo del tiempo. En mis orígenes, ceñida por adobe; ahora con dintel y pilares de ladrillo. En un principio el umbral era de tierra; típicos mosaicos de barro languidecen hoy oprimi dos por los años. Mis hojas siempre han sido de madera; en trepaños horizontales y verticales se combinan en un diseño simple y armonioso, acentuado por el desgaste que provoca el surgimiento de sus vetas. Me han ataviado de tantos colo res que ya ni los recuerdo todos, pero alardeo de mi aspecto actual porque me hace sentir en el cielo: las nubes albinas de mi enlucida fachada se abren para descubrir una región transparente de pálido cobalto, próxima a ser invadida por un oxidante atardecer que empezó en el horizonte. El preludio a la noche.Perolo que más valoro es a todos ellos, los que han entra do y salido por mí. No he olvidado a ninguno. Yo era la fron Élfego alor permaNeCerÉ

Élfego Castañuela.Alor Es ingeniero en dibujante.ArtistamundoLosenpublicadodeTecnológicoporSistemaselInstitutoSaltillo.HatextoslasantologíasnombresdelyMínima.plásticoy

tera que delimitaba sus mundos interior y exterior. Cada vez que pasaban a través de mí percibía una transformación, la cual era inadvertida para ellos. La catarsis de regresar al hogar, el cobijo, el descanso. Partir con expectativas, esperanzas, temores. No todos fueron felices. Vi familias crecer y extinguirse. Nacer y morir dentro. Cada uno dejó su marca en la casa y en mí, aunque sus vidas fueran sólo un lapso de la mía. A veces los sueño. Regresan como si nunca se hubieran ido, coinciden e interactúan entre sí, aunque en la realidad sus caminos nunca se cruzaron por estar separados por los límites del tiempo. Hoy en día sólo me nutro de la calle. Mis puertas permanecen cerradas, na die habita la casa. Ya no tengo un número que me identifique. Aun así, no me preocupa el futuro. Cada época ha sido distinta. En estos momentos la ciu dad va saliendo de una peste que la dejó pasmada. Sé que nada es definitivo, nada persevera. Pero yo soy diseño, soy color, soy recuerdos, soy el tiempo. De una forma u otra, yo siempre resurgiré.

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123UMBRALES 2 Por encima de las colinas arde la luz, el tiempo se deshoja y yo envejezco aquí traspasada de urgencias frente a la puerta hermética Enriqueta Ochoa

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AllendeCalle

—Llora—Sí… más recio, Mariana. Esas lágrimas son la medicina pa’ tu mal. Las voy a guardar en el frasco bendito pa’ cuando las vuelvas a necesitar. ¿Ya llegaste? —No—Sí… abras los ojos todavía. Párate justo donde se siente la alcantarilla en el piso y estira tus manos pa’ arriba. Papalotéa las hasta que encuentres algo y cuando lo alcances no abras los ojos. María arquieta Peña eNsUeÑo María Arquieta Peña. Es psicóloga clínica con Columnista.psicologíaEspecialistapsicoanalítico.enfoqueensocial.

125UMBRALES 2

—¿Qué ves Mariana? Habla. Dime todos los detalles. Sé que me escuchas. ¡Utiliza el miedo pa’ ir más allá! Nomás que de jes de retorcerte y que los ojos regresen a su lugar, estarás lista. Es el efecto de las hierbas que te arrastra hacia el ensue ño. Es el alma que se te desprende y el cuerpo que se aferra a ella. Es sólo eso. Así… Entrégate… Aflójate. Destraba la quijada pa’ que te pueda entender. Apriétame la mano. ¿Sientes? Aquí tengo el rosario.—¿Ves la puerta azul? —Tienes—Sí… que entrar Mariana. Toca tres veces y espera. Si se abre, no tardes en cerrar los ojos, y no escuches a las voces que te susurren. Así… A tientas vas a ir hasta el patio del fon do, donde está el almendro; tú sabes dónde.

126 —¿Qué tienes entre tus manos? —Unos zapatos de niña... —¿Y qué más? —Unas piernitas con calcetas caladas... —Mariana… Abre los ojos y mira desde el ensueño. No permitas que el do lor te nuble la experiencia. Estás en pura alma y nada tiene juicio ahí. Sé más fuerte que el demonio... Justo cuando veas lo que has hecho, pide perdón y arrepiéntete Mariana. Que Dios tenga misericordia de ti y de mi pobre nieta. Mírala a los ojos, así… Colgada. Despídete para siempre y hazle saber que también fue mi culpa, por no saberte cuidar. Yo también fui mala madre. ¿Es tas lista, Mariana? Aquí el cielo está clareando y allá la puerta azul se va a ce rrar. Aprieta sus manos y déjala ir. Amárrale en el tobillo un rosario y regresa a tientas otra vez, si escuchas su voz llamándote no regreses, Mariana. Sigue caminando hasta topar con la puerta. Toca tres veces. Se tiene que abrir… ¡Mariana no queda tiempo! Ya salió el primer rayo de la mañana. ¡Abre la puer ta! ¡Apriétame la mano! ¡Mariana! ¡Mariana! ¡Mariana!…

127UMBRALES 2 de la alta torre la ventana abierta estoy oteando todos los caminos Porque de tierra soy y soy de viento hay algo en mi soñar cuando presiento en mi viñedo el mosto de mis vinos Entré a mi casa y entorné la puerta; Jesús Flores Aguirre

UMBRALES 2. El centro de Saltillo. Un asedio narrativo. Es un proyecto de divulgación literaria y del patrimonio arquitectónico publicada por Editorial Logos. La presente edición digital, estuvo a cargo de Argelia Dávila, Alejandro Pérez Cervantes y Víctor Palomo. Se utilizaron las tipografías Gotham y Helvética Neue en un diseño de Rocío Hernández y Alejandro Pérez Cervantes.

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Este libro se terminó de editar en agosto de 2022.

129UMBRALES 2

130 C aminar la ciudad. Ajustar la atención. Reconfigurar la mirada. Lograr un paciente registro de esa variedad y de ese asombro. Trabajar meses, semanas. Obtener cientos de fotografías. Elegir, descartar. Conformar un catálogo de formas, colores, texturas, materiales, culturas: épocas. Encontrar 29 autores que elijan una imagen, la piensen, la dialoguen, la hagan suya: la escriban. Umbrales 2.0, un asedio narrativo al centro de Saltillo, trata de una ampliación del campo de discusión de nuestro objeto de estudio: el patrimonio, más allá de los abordajes tradicionales o la hoy tan pertinente visión transdisciplinar. Se trata principalmente de saber cómo conciben estos escritores los espacios donde se erige, más que nuestro pasado, nuestra cultura, nuestro presente y nuestra identidad; qué imaginarios detona en sus construcciones narrativas una sombra, un umbral, un perfil, una forma, un color o una imposibilidad. Historias de fervor o de nostalgia, de aparecidos o de amores malogrados, de portales hacia otra parte o metáforas de la resistencia. Luchas, silencios, tragedias, soledades, épocas; lo que transcurre y lo que permanece, es decir: la vida. Esa misma vida, que como dijo Anaïs Nin, escribimos para saborearla dos veces; en el latido mismo del momento y en la nítida retrospectiva que sólo la literatura nos regala. 29 puertas están abiertas.

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