Hannibal Ariana Melchor

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CUANDO USTED GUSTE

Sargento embry P Con los ojos perdidos y un gesto imperceptible, Hannibal estaba esposado contra los barrotes de su celda; en el salón, un melifluo piano apaciguaba el momento de la comida. Inadvertido de la artimaña que Lecter hacía, el Sargento Pembry dijo: ¨Dame su cena¨. Lecter, casi inmóvil, había desatado sus esposas con una hebilla de bolígrafo.


Pembry se dispuso a entregar el plato de comida; abrió la puerta, mientras el Sargento Boyle le alcanzaba el azafate; lo cogió, agradeciendo a su compañero; y estuvo a punto de colocarlo sobre la mesa. Lecter le pidió ser cuidoso con sus dibujos y retirarlos antes de servir. ¨Gracias¨, respondió, y el sargento puso la comida en el suelo para doblar con delicadeza sus bocetos. Boyle retiró la llave de la celda y Pembry se agachó tranquilamente a recoger la fuente. De pronto, Hannibal lo esposó contra los barrotes para clavarle una mirada frívola

“ Hannibal lo esposó contra los barrotes para clavarle una mirada frívola e insensible” e insensible, mientras el gritó: ¨ ¡me ha esposado! ¨. Rauda y desesperadamente, su compañero entró a la celda para ayudarlo; Hannibal impío se abalanzó sobre el: era imposible zafarse ahora. La cara del sargento Boyle, inmóvil, inerte y con una formidolosa mirada, era salvajemente tragada

por el despiadado doctor. Uno, dos, tres veces. Lecter, impávido e inmutable, golpeó su cabeza hasta dejarlo casi inconsciente. Casi, digo, porque con la boca bañada en sangre y frivolidad, disparó el gas pimienta que había robado directo a los ojos de Boyle, quién cayó al suelo fregándolos y


gritando estrepitosamente hasta desfallecer de dolor. El Sargento Pembry aterrorizado, atribulado y con desesperación, intentaba fallidamente quitarse las esposas. El horror y tristeza por ver a su compañero caído eran claros, sin embargo, esto no detuvo a Hannibal de arremeter contra el también. Un gesto de Lecter dejó al sargento sin respiración: levantaba su brazo lentamente con un bastón policial y apuntaba

“ Un gesto de Lecter dejó al sargento sin respiración: levantaba su brazo apuntando directo a su cabeza”


apuntaba directo a su cabeza. Ni el grito ensordecedor ni la hórrida expresión de Pembry lo frenó. Rábido, iracundo y protervo uno a uno, le atizó los seis golpes que causaron la feral escena alfombrada de sangre. Las chuletas de cordero casi crudas al lado del cuerpo sin vida de Boyle y Lecter moviendo su mano al compás de la apacible pieza de piano que fue cómplice de su crimen. Hannibal escuchó los quejidos del sargento sobreviviente, buscó tranquilamente entre el desastre de su celda y tomó una navaja diciendo con ironía: ¨Cuando usted guste, Sargento Pembry¨. Sus manos estaban ya libres de sangre; su conciencia, de culpa

“Sus manos estaban ya libres de sangre; su conciencia, de culpa” Quiero el equipo especial y una ambulancia: ¡rápido! ¨, dijo el Sargento Tate, quien estaba al mando de todos. Decididos y armíferos, todos los miembros del equipo policial empezaron a subir en busca de lo desconocido. El sargento abrió bruscamente la puerta: Boyle con los brazos yertos atado a la celda de Lecter y sus órganos expuestos para el horror del escuadrón. Desesperados y ansiosos, los policías apuntaban a todos lados en busca del prófugo. Una pávida policía dijo: ¨Lecter no está y despareció un arma¨. Mientras todos se preocupaban en encontrar a Hannibal otro policía dijo: ¨Está con vida¨. ¨ Tú, ¡háblale!¨, exclamó Tate. ¨Pero… ¡¿qué le digo?!¨, dijo el aturdido policía, quien no podía evitar atemorizarse por el disforme rostro de la víctima. Luego de una fuerte respuesta de su general, el joven trató de calmar sus nervios para decir: ¨Pembry, ¿me escuchas? Sigue respirando, lo estás haciendo bien… te ves muy bien¨. Claro, una máscara de piel humana recién cortada no podría verse mejor.


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