Páginas barrocas

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Ra ú l Ariel Victoriano

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Victoriano, Raúl Ariel Páginas barrocas / Raúl Ariel Victoriano. - 1a ed.Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Raúl Ariel Victoriano, 2018. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-42-8661-1

1. Antología de Cuentos. I. Título. CDD A863

Ilustración de portada: Edgardo Rosales Buenos Aires, Argentina.

Autor: Raúl Ariel Victoriano Buenos Aires, Argentina.

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Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723 Impreso en Argentina.

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A Liliana, por ser la sustancia de las letras.

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ÍNDICE

Aromas 6 Cada mañana 16 El faro de sus sentimientos 21 Sugerencias 26 Elegía para que me perdones por dejarte sola 31 Después del temblor 36 Cortinas de seda en la nieve 43

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Raúl Ariel
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Aromas

Mi alma se hunde como una hoja en la tranquilidad del barrio. En verano las arboledas verdes de Palermo son una sola bruma pálida en el reverbero del calor, en el sofoco quieto del aire. Peropor debajo del suelo vibran las historias enterradas de recios pendencieros. Hace dos siglos brillaron mil aristas de puñales filosos bajo la luna pálida. El vino tinto quemó las gargantas de los guapos y quedaron manchas de sangre seca en los ponchos, y desamparados cuerpos muertos, esparcidos en la orilla del arroyo Maldonado, arroyo testigo de estas historias, vena gruesa sepultada debajo de la piel gris del pavimento de la avenida ancha.

El andar se hace suave. Es como ir descalzo. Por cierto, percibo un movimiento en lo profundo, debajo de mis pies, como si en las entrañas del barrio todas las raíces se tocasen conversando en el silencio mortecino de la tarde. Esta urbe moderna de cristales y hormigones se ha construido sobre aquella anterior, marginal, indigente y rabiosa que palpita su furia de ultratumba, pero lo más curioso es la evidencia de otra ciudad imprecisa, que aparece y desaparece de mi vista, y todavía soporta el paso de los años con sus viviendas de patios abiertos y aljibes en el centro, con

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brocales de ladrillos de canto, forrados con azulejos, y coronados con arcos de hierro forjado.

Es tu barrio mágico que suelta ángeles por la noche.

Yo no lo pude ver, me lo han contado: hace muchos años por aquí hubo un margen de bordes rectos y barrancas con tumbas abiertas de cara a las estrellas. El tango enfermó a Buenos Aires; excitó a poetas y malandrines; provocóalgún queotro romance;floreció en notasmusicalescomouna glicinaenruladaenlos arcos de las ventanas abiertas de las casas; enlazó manos cautelosasdemujeren lasrejasaltasa lacalle y ofreció malvones regalados por gestos masculinos a través de algún postigo, a cambio de una sonrisa.

Estas veredas angostas por las que camino desafiaron el paso canchero de los compadritos. El avance de los carros traqueteó los empedrados de las aceras y su tropiezo de ecos dispersos se apagó en las esquinas o en los baldíos cercados por los alambrados. Alguna vez he visto esta estampa. Y he visto también los retratos en sepia, muchos de ellos ajados, olvidados casi todos en el fondo de viejos baúles, con las caras infantiles de nuestros abuelos vestidos de pantalón corto y con la gorra puesta. Y los he imaginado jugando en la calle con la pelota de trapo.

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Hace un rato, cuando llegué a tu barrio, el sol había hinchado el follaje de los árboles. Pero ahora, la tarde moribunda los hinca en la tierra, las ramas se vencen con el peso de los pájaros noctámbulos. Por ese extraño efecto de la melancolía también los fantasmas cambian de tamaño, antes inmensos, se vuelven mínimos. Luego se irán, fugaces, cuando tu voz me hable, hilando los aromas en la rueca de tu espacio íntimo. No sé de qué cavernas de la mente salen los duendes a pintarestaacuareladelbarrioydeltiempo. Podríapensar, acaso, que los recuerdos se avivan con el vuelo de aquellas aves livianas que, dibujando cabriolas contra la ceniza del cielo traen el mensaje del río: horneros, cotorras, gorriones y calandrias. Todas cantan en su lenguaje propio vaya a saber en qué idioma cifrado mientras camino por estas callecitas angostas a tu encuentro.

Cómo me gustaría abrazarte digo, o pienso, inflando los pulmones gracias al aliento infinito de los árboles, mientras piso las lajas calientes del suelo. Vengo a verte y me pregunto cómo debo contar la historia que crece entre nosotros. Se me hace difícil encontrar razones, ellas se escabullen bajo las sombras alargadas de los muros coloridos, escapan por encima

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de las cornisas pintadas a la cal. Las ideas se dispersan con el aroma intenso que desprenden los romeros y las rosasde los jardines.Se confundenen elsoplo ardiente despeinando fresnos y se alarman cuando las hojas marchitas crujen. Ese ir y venir de las sensaciones termina en un rincón insólito engendrando diablos encarnados que no se dejan tomar por la cola del razonamiento. Pienso en hadas y brujas inquietantes.

Tras mis pasos queda la evidencia del despojo provocado por el desarrollo edilicio. Las bases opulentas de las torres de concreto ahuyentan hacia el sur los resabios de las casas antiguas, derrumban tejados, estrujan cuartos de dormir, ocultan zaguanes. Asustados, los patios frescos tejen telas grises de delgada palidez donde crecen los almendros, se tapian con rejas o con tablones de madera, se rodean de pastos amarillos en medio del abandono. El progreso desalmado trae soledad. El quejido de la tristeza se siente en el chasquido suave de las persianas cuando las agita el dedo de la brisa.

Cómo me gustaría abrazarte repito (o pienso), otra vez, pero no oigo ni espero respuesta en la tarde desolada.

A la distancia planeo un movimiento insensato.

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Quizás percibas algo. Tal vez tus hombros se desplacen evitando un contacto extraño. Acaso pienses que son las sibilas del bosque quienes te perturban con sus suaves empujones. O son las arpías de la Costanera quienes aprietan el aire alrededor tuyo, y te hostigan, y después huyen a refugiarse en el fondo enlodado del río: las mismas que durante el día agitan el viento de los bosques de Palermo con su magia clandestina. Vengo desde la avenida y todo cambia cuando me interno en este arrabal avejentado por el siglo. Aquella casa, por ejemplo, esquiva mi mirada. Detrás de los postigos de aquella otra espía atento el hechizo de un pasado mal resuelto. De soslayo se percibe la agitación de los espíritus de los difuntos, debajo de los revoques descascarados,escondidos en las ruinas de las cornisas mordidas por los otoños, o atorados en las gárgolas, impedidos de fluir, con la linfa seca, con el grito roto. Pero todo temor cede a los pensamientos, en mi memoria se abre un espacio difuso. También conservo recuerdos nítidos de mi barrio pobre de los potreros del sur, sucesos deformados por las generaciones, o escritos míticos de textos seguramente apócrifos. Pero son otros, han quedado allá.

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Aquí se fugan ante la evidencia luminosa de tu territorio. Cada detalle, cada aroma que descubro, se suma a los encantos de tu rostro, al brillo de tus ojos, al ademán naturalde tusbrazosalhablar, altono de tuvozcuando me cuenta cosas, al silencio de tu alma cuando dice sin decir.

Aquíelvientosoplayresoplaenlahogueradelverano. Inclina muros con su resuello de fuego. Las antiguas bodegas de pisos cuadriculados despiden el aroma intenso del vino que duerme en las cubas. Los portones exhalan la fragancia de la madera. El vaho de la humedad asciende desde las junturas sucias de las baldosas cascadas por el esmeril de polvo, bajo el andar de botas, alpargatas y cascos de caballos.

No alcanzo a ver con claridad, pero sobre mis espaldas pesan numerosas miradas furtivas que, atentas al paso de un desconocido, espían desde los interiores, ocultas tras los cercos. Sin embargo, no me detengo, solo acorto el paso para encontrar la fachada de tu casa. Miro… miro… miro… hasta dar con ella y, ya detenido al frente de tu vivienda, oigo de inmediato tu voz diciendo mi nombre y te veo salir presurosa a abrirme la puerta de entrada.

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Hola digo.

Vos enlazás mi codo y te apretás contra mi costado. El talismán de tu índice señala el rumbo. Para mí todo es novedoso. En mi asombro no te cuento todavía que vine pensando en abrazarte ni que anduve por los empedrados desparejos susurrando ese deseo. Tus brazos se abren como ojos por las habitaciones. Es todo femenino, pleno de fragancias. La voz de tu garganta tañe en una lluvia de florines y replica su música en zócalos y frisos. Luego se retira detrás de las cortinas y acuesta su rumor sobre la alfombra.

Lo que afuera fue una intuición de vegetales, aquí dentro huele con precisión a morrones rojos puestos a asar encima de la tostadora. Más tarde tus dedos los rotan dejándolos arder y después les quitan el pellejo oscuro de un tirón, rescatan la pulpa, los cortan en tiras angostas y los bañan en aceite denso para elevar su sabor. Hablo. Conversamos. Me siento, me levanto. Voy de aquí para allá cada vez con más soltura. Mi ánimo atraviesa por una zona ignota. Me convierto en una especie de asombro. Advierto por primera vez la curva pequeña de tu cintura, no puedo dejar de mirar tu cuerpo menudo, tu espalda

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casi al descubierto. Soy un intruso a la vez muy cerca y muy lejos de tus movimientos seguros. Me asomo con cierto pudor a tu tarea,a tu agilidad para acomodar ollas en el pasillo estrecho de la cocina, a tu destreza para hacer rodar el palote, a tu equilibrio para retirar en cuclillas el pan de gluten del horno, a tu magia para liberar de los minúsculos poros de la masa los infinitos aromas que brotan de la corteza. Tus dedos se mueven con rapidez, toman el pan y lo depositan sobre la tabla como un monumento recién concluido a la espera del desayuno de mañana.

Mi alma se suspende en la pausa del silencio. La armonía se despliega por detrás de tus ojos. El instante se forma sin que ninguno de nosotros lo busque y se acerca con la cautela de un felino. No tengo más que soltar el susurro que ya tengo casi fuera de la boca: Cómo me gustaría abrazarte me animo a decirte. Y vos te entregás conforme a mi capricho. La cercanía nos ha puesto en la línea ambigua de la suavidad y el contacto completa la figura de los pensamientos. No puedo discernir entre los distintos dominios de las sensaciones.Todos los aromas son uno solo en este abrazo terso, recién ahora me doy cuenta de

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cuánto lo necesitaba. El torbellino posterior queda alojado en una sola estela de tiempo; es un vuelo; es una nada; es un todo elemental que no se puede separar, abarca toda la noche, incluso el sueño, la cama compartida, y se extiende aún más, hasta la madrugada.

Al día siguiente se instala en el cuarto el lento despertar de los contornos cuando los rayos de luz alcanzan los rincones secretos del dormitorio.

Amanecemos sorprendidos.

Hay señales claras de alegría en tus ojos que nunca había visto. Mi alma blanca posee la ligereza de la niebla enesteestadode plenitud.Mirotupelosuelto.Tus manos pequeñas huelen a eterna primavera, tienen el aspecto vital de las hojas de los árboles.

Tus pasos se dirigen a la cocina, a los aromas de las galletas, a las mermeladas. Puedo oír el rumor de tus pies descalzos. Hay fiesta de cacerolas y alimentos frescos. Nada de eso interrumpe tu buen ánimo para conversar;nada de eso me impide ordenar la vajilla sobre la mesa. Los perfumes matinales se cuelan por las hendijas indiscretas de la ventana. El agua caliente cae sobre la yerba y nace una columna de humo delgado

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vertical,evanescente desdela bocadelmate.Alzo la cabeza sin preguntar nada. Creo que sonrío.

Por un momento recuerdo mi recorrida de ayer por el barrio, los perfumes, los colores, las historias sepultadas a orillas del Maldonado, la infinita respiración de los árboles, la insistente necesidad de tu abrazo revoloteando en la burbuja de mis pensamientos.

Quizás ahora puedas liberar las emociones que, supongo, se escondían detrás del apremio de esta cercanía. Aguardo en mi ansiedad de vértigo.

Te miro esperando en mi nube de silencios y, con el mentón apoyado en mi mano, dispongo toda mi atención para escuchar la voz de tu relato, colgado del dibujo de tus labios, resumiendo con claridad esto que a mí me cuesta tanto explicar.

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Cada mañana

Es cierto que la luz ya le ha quitado la pereza a la mañana y la gente va a su trabajo, a su rutina, pero ¿por qué tenemos que separarnos? ¿Por qué dejar nuestro cielo, porqué debo abandonarte, alejarme de vos por tantas horas?

De mi sueño descendí desconcertado al principio y ahora, tras despojarme de las sábanas, me encamino a la ducha, obediente al mandato implícito de la costumbre. Ylo hago,deboadmitirlo,como unamarionetasin corazón,reiterando elhábito cotidiano. Llego conpaso dócil, al ritmo del avance desganado de las agujas del reloj. Dentro del pecho, aquí, me entrego a la perversa desidia que me persigue. Un sabor amargo me gana y me conduce al desencanto con su habitual e intensa falta de cuidado.

El tiempo pasa, ahora lo siento más que nunca, y aunque a veces vacila, siempre avanza, con la avaricia de lo inobjetable. Sé que es así, siento que nunca retrocede maldito implacable hacia los sitios en que se hallan la belleza, los instantes más delicados de tus caricias, los momentos inmensos de tu entrega.

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¡Cuántos besos de menos no podremos darnos en este nuevo día! Crujirá la sal de los labios resecos de tanto nadar por los recuerdos del mar de las delicias. En mi piel carente de amor quedarán solo vestigios del recorrido de tus manos. Contemplaré en qué modo medra, se expande, se alarga el vacío de las horas, las cuales se van a prolongar como una condena, más tarde, cuando estemos separados. ¿Cuál es el motivo para resignarnos a un suceder de este modo? ¿No somos capaces de inventar, de imaginar otras formas? La vida es demasiado, es un exceso, con esta eternidad por delante hasta que nos volvamos a ver por la noche, hasta que llegue la próxima brasa.

Si supieras, si pudiera decirte, como el tiempo se eleva y se agiganta hasta el infinito. Si pudiese explicarte cómo se hunde en un claroscuro interminable y frío cuando tu rostro está escondido en otra parte y no puedo verlo, te aseguro que no serías feliz al escuchar mi queja tan sombría, deberías hacer de cuenta que esas palabras no fueron pronunciadas.

Deberé esperar a que se cumplan los horarios, a que choquen imaginarios aldabones y estallen timbres y campanas, para renacer con el festejo de la huida para ir a tu encuentro. Me resignaré a que se completen los

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ciclos inexorables de los oscuros ritos cotidianos. En fin, seráunabismoinsondable. No sé,todavía,quealas me pondré para cruzarlo. Te extrañaré mucho, hace apenas semanas que te conozco y tengo temor de olvidar tu rostro, querré repasarlo en mi memoria para no perder tu imagen en los minutos que me restan para volver a verte.

Así se enredará la noria de las horas ausentes, se demorará en los segundos. En todo se retrasará mientras vos no estás. Suele suceder así. Todos los días enfrentando al olvido con temor. Tendré miedo de no recordar tu pupila oscura, tus pies pequeños, tus pechos blancos, el abrazo ligero de tu cuerpo en medio de la noche. Me ganará la inquietud, me espantaré al pensar que la música de tus palabras podría quedar relegada al silencio.

La espera se dilatará, deberé aguardar con mi espíritu exudando angustia y desencanto durante el tormento del atraso, a la espera de la ruptura de la demora entre nuestros encuentros. Seguro se arrugará mi frente mientras se perpetúa tu ausencia y caminaré con la cabeza gacha y el alma desencantada.

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En todo esto pienso ahora que debo despedirme. No tengo ganas de hacerlo, de veras, son alfileres que entorpecen el beso, son olas siniestras que van y vienen por los corredores del orfanato de la soledad en el cual me alojaré, entre mordeduras y lamentos. Por eso me abrazo a tu sonrisa,para hacerla eterna y convertirla en el sol necesario para soportar la penumbra que tengo por delante.

Un humo pesado y gris aguarda más allá,en los instantes posteriores. Por ahora el futuro incierto de mi día eterno se mantiene en secreto y lacalidezde tu encanto se adelgaza en jirones de niebla que se va disipando. La conservaré en la gruta oscura de mi alma, bajo siete llaves, durante el eclipse de tu figura. Mientras te miro a los ojos desciende la temperatura de mis emociones y las congela transformándolas en una sustancia espesa que no se presenta visible. Antes de la partida me asalta el desconcierto. Una epifanía se interpone. De ahí, de donde menos lo espero, salta el animalito mínimo disimulado en la maraña de los pensamientos. La pequeña alegría. Aparece una luz tibia en el borde de mi retina y yo imagino una corona encima de tu frente; un resplandor más arriba. Tu dulzura espléndida se apodera del centro de la existencia. Tu

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rostro brilla con más intensidad que un sistema estelar con tres soles. Tus brazos abiertos me reciben, y mientras me abrazan, siento la caricia de tus cachetes, calmando la herida larga e interminable del inicio de mi aislamiento diario, inconcebible. No quiero irme.

Tus talones ascienden levemente al beso de la separación como si los labios fueran una ofrenda religiosa. Es el instante de gloria que me hace falta para vencer el vértigo, ese redondel vacío y opaco; es el abrazo que me prodigan los latidos de tu corazón: suave tambor de hojalata que me eleva hasta la nube celeste.

Feliz de llevarme el rocío de saliva en mi mejilla recupero la alegría sin decir palabra, secuestrando mi sonrisa para el regreso. No hay ya ningún peso que me curve las espaldas.

El empujóndetusoplode alasde mariposameacaricia el alma.

Y así salgo a enfrentar al nuevo día.

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El faro de tus sentimientos

Imagino que ella vive en un faro. Por eso es que, al asomarse, puede mirar el infinito, puede ver la línea del horizonte, el río extendido hasta la otra orilla, la silueta lejana de los barcos empujando la marea.

Esta tarde hubo bruma.

Ella se acerca a la ventana, desplaza los pliegues de la cortina con sus dedos hacia un costado y observa en silencio la niebla que cubre el golfo casi por completo. Algunas columnas, pararrayos y pedazos de terrazas asoman el cuello erguido como el palo mayor de un buque encallado, surgen brazos y manos trémulas, restos edilicios desvanecidos entre algodones. La vista se pierde en la distancia, las nubes lo abarcaban todo, el sol agoniza. Ella sonríe y se le ilumina el rostro.

La noche acecha, pronto el aliento de mi voz estará a su lado.

Imagino ahora que ella está allí, en el vientre de la bahía amplia y frondosa de árboles verdes, lejos de la punta de los acantilados donde golpean las olas, a las que seguramente no escucha. Esa punta de reptil que se arrastra desde la costa para morder el agua yace dormido, quieto, apuntando hacia el este ese hocico de

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piedras de colores verdes, bañadas por la espuma intermitente, blanca bajo el resplandor de la luna, pero que ella no puede ver;esas rocas puntiagudas tiritan en lassombrasa la esperadel día,aguardando eldespertar del vuelo de las gaviotas.

Mientras escribo, es necesario que ella esté unos kilómetros más al norte, allí en su faro, seguramente cruzada de piernas, sentada, jugueteando con los flecos de su blusa. Si existo es porque en este momento ella me está pensando en su incierta melancolía, cuando se marchitan los últimos esplendores de la tarde y los astros nocturnos arden en el inmenso techo oscuro.

En su espíritu evoluciona la magia y el aroma de las hadas. Su perfume único la distingue a tal punto que me siento capaz, si estuviese ahí, de encontrarla, aún con losojosvendados, tanteando elairecon mismanos extendidas hacia delante. Podría hacerlo desde aquí también, tan solo con la reflexión, guiado solo por la esencia que emana de su instinto, si es que está dispuesta.

Pero es como las flores que abren sus pétalos en las tinieblas, solo huele así cuando está en estado de levedad, ese modo tan cercano a la ingravidez en que se

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suspende por encima de las cosas, para llamarme, porque me necesita. Pero no siempre sucede. Una vez me he acercado hasta tocarle la piel y he descubierto que su cuerpo no tiene aroma. Como las antiguas diosas griegasde los cantos épicos su cuerpo emite fragancias solo cuando alguna emoción le agita el alma.

El faro es una torre alta en donde vive. Allí, donde se ve esa luz tenue tiene su nido, en la mitad de su altura. Ahora hay silencio dentro porque todos los habitantes delpueblo duermen,hechizados porella,paraqueconversemos a la distancia. Se han detenido los sonidos cotidianos, no hay choques de ollas, ni tintineos de copas, ni llaves, ni cerraduras que raspen los metales. Todo mudo. No hay sustancia cotidiana. Ella ha ordenado todo. Hasta allí solo llega el murmullo de mi voz lejana a conversarle en los oídos de su dulce soledad.

Sualcobaarroja unafranjadeclaridadanular en medio de la oscuridad. Es posible subir por un espiral de escalones que se va enroscando como una planta trepadora, una enamorada del muro que lucha por alcanzar la luminaria del faro. En el sexto descanso está su cielo, ahí quisiera estar ahora.

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Me agradasu compañíaa la distancia,bajo lasestrellas heladas que surcan el firmamento en este marzo sublime, al calor de la noche. Pensarla tiene el encanto de dialogar con los ángeles con el idioma de las emociones.Ellatienelacostumbreinmortaldenoenojarse, talla ideas de madera noble con gubias silenciosas, sabe retrasar el tiempo, alargar los minutos y las horas, maneja la eternidad de los instantes. Seguramente ahora anda descalza, sin hacer ruido. Mientras conversamos, va a buscar un té y se sienta a desenredar los pensamientos que le acerco. Camina con calma, como recorriendo el sendero de un bosque de pinos, conversando con las plantas y las aves. No es cotidiana.

Está en el faro observándome, lo percibo. No es necesario que me hable. Me piensa. Eso es todo. De ese mismo modo me iluminó el rumbo entre las aguas turbulentas para llegar a su corazón. Hizo recto lo sinuoso, liso lo ríspido, suavizó lo quebrado, me señaló los escollos. Logró establecer la eternidad de los veranos, eliminó las rutas equivocadas, llenó el aire de mariposas. Otros navegantes han llegado antes a su sitio peronohansabidoencontrarlossecretosdesuparaíso, no llegaron a comprender toda la plenitud de sus silencios.

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Ella tiene reservado un lugar para mí en ese pequeño enclave, en la panza del golfo a unos kilómetros al norte de aquí. El faro de sus sentimientos no tiene un nombre marino y nadie sabe las millas que barre el recorrido del haz de luz cuando cae la penumbra, y nadie sabe ni sabrá cómo ha podido salvar a mi barco del naufragio, en aquellos momentos, cuando la noche había desatado toda la furia del agua contra los acantilados.

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Sugerencias

Mujer, vos has estado en Buenos Aires, te reconozco. Recuerdo que te dije:

Si alguna vez venís por aquí tenés que ir a ver el río desde la Costanera. Andá por allí en una tarde fría y lluviosa. En esos días tiene que haber viento y podrás ver que sobre el agua marrón se forma un jaspeado de espuma blanca en las crestas de las olas. Ahí aparece el león dormido que respira.»

»Si alguna noche andás por las calles del centro puede que alguien se te acerque con una sonrisa y una palabra. Vos sabrás si responderle, pero no te quedes con la duda. Los porteños tienen el corazón blando, la voz ronca y el alma cautiva de los solitarios. Los encontrás en cualquier café, entrá y solo dejáte ver, que ellos sabrán mirarte a los ojos. Llevá una gota de perfume puesta sobre la piel. No mucho. Ellos dejarán a un lado sus lecturas y alzarán sus caras hacia vos y de curiosos querrán saber quién es la dama que entra detrás de esa fragancia que aturde.

»Te llevarán a caminar por los empedrados. Les gusta hacerlo a la caída del sol con la tarde agonizando por detrás los edificios. Después, cuando se enciendan los

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faroles, te van a conquistar con palabras dulces porque se encariñan enseguida de una cara bonita, con una falda ajustada, o con unos labios pintados. Si así lo sienten te lo van a susurrar en pocas palabras, en voz baja y caminando despacio por las calles embrujadas de San Telmo. Parecen duros pero cualquier mujer les puede alterar los latidos con una sonrisa.

»Te llevarán a ver el río, de todos modos, porque Buenos Aires es una dama recostada en la costa y hay que verla al levantarse y a la hora de dormir. El verano la enloquece y con silbidos llama al viento por la noche para que la abanique con su brisa. El invierno la pone triste y hay que abrigarla con cantos y violines.

»Ellos no te van a advertir que cada chapoteo de las olas contra las rocas es el murmullo de un amor pendiente. Si por esas cosas de la vida encontrás aquí una pasión, no te la podrás llevar a tu país, se va a quedar acá, sumando un golpe de agua más al torrente que se desliza por el cauce. Pero animáte, aunque debas volver. Este río suele dar una segunda oportunidad a las enamoradas que quieren regresar.

»Por otra parte, tenés que ir a visitar la Plaza de Mayo en un día claro, es un desenfreno de sol al mediodía, está lleno de palomas. Podrás leer un poema en voz

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alta sentada en uno de los bancos verdes, o, si estás dispuesta podrás bailar frente a la Pirámide, nadie se va a asombrar. Podrás ver las paredes blancas del Cabildo, pero no dejes que te lleven a conocer los oscuros túnelessubterráneos,nadiesabe conseguridad adónde lleva ese laberinto misterioso. Sin embargo, si te atrevés, podrás escuchar las voces encerradas desde hace dos siglos en las cavernas secretas, solo por la noche, apoyando el oído a las paredes de los arcos encalados.

»Vas a ver un edificio bajo y largo de color rosado que alguna vez fue el fuerte de defensa contra los soldados invasores, aquellos que venían con los barcos a plantar banderas. Pero esofuehace mucho.Ahora,esterío que parece un mar porque es todo extensión hasta llegar al horizonte no ofrece más peligro que elde cautivar a las almas femeninas como la tuya. Recuerdo, además, que aquel día también te aconsejé que te llevaras un pedacito de amor en tu valija.

Corré el riesgo te dije , vale la pena. Acordáte. Te lo dije hace un año y no me diste bolilla. Pero hoy, tomaste coraje y lo hiciste. Te vi entrar en el salón de la milonga, entre la bruma roja, con un tenue

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ruborentusmejillas,conlasaviaapuradaperodiscreta fluyendo por tus venas.

Después de dibujar en la pista un par de tangos, te sentaste en la barra a mojar los labios con un poco de alcohol, para entonar tu osadía, paladeando el aroma ardiente de un vino seco, dejando las dos marcas de carmín en el borde de la copa, mientras esperabas el próximo baile.

Estabas hermosa con ese vestido negro. Él te buscó otra vez con la mirada mientras vos bajaste la vista y, disimulando, te acomodaste un mechón de pelo despejando la frente, queriendo seducirlo con la tersura de tu rostro. Aunque no te lo dijo, él se sintió vanidoso con tu presencia cuando vos le diste la segunda oportunidad.

Y luego, cuando sonaron los acordes incitando a las parejas, él se inclinó apenas y vos le cediste el extremo de tus dedos avanzando hacia el centro de la pista. Tu brazo izquierdo ascendió a enlazarle suavemente el cuello, segura de la conquista de tu perfume de mujer. Apoyaste tu mejilla en la de él, ladeando levemente tu cabeza en un gesto femenino. Tu mano derecha buscó la suya, y él con la otra te sujetó firme, bien abajo, en el borde inferior de tu espalda, donde la mujer siente la

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ternura de un abrazo. Y así te dejaste llevar, bosquejando una figura rara en el piso, con tus talones apenas levantados. Tal vez te hayas pensado descalza y con las pestañas entornadas hayas soñado tu momento eterno.

Y enlazados, de este modo, tus muslos con los suyos, en un contacto voluptuoso, sellaron un acuerdo común y sin palabras.

Quizás me hiciste caso y regresaste definitivamente, afirmando la fatalidad de la lujuria obsesiva que despierta la danza sensual de esta ciudad, en esta orilla, en brazos de un hombre y en una milonga de San Telmo, en Buenos Aires.

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Elegía para que me perdones por dejarte sola

Hasta aquí he venido con el alma en suspenso, a redimirme, en este altar que tengo delante de mis ojos la Torre del Tiempo para dejarte una lágrima por el olvido en que te he puesto, por la falta de delicadeza de besar la palma de tu mano ¡Hace tanto tiempo que no lo hago!

Ya he dado las diez vueltas de rigor a este monumento emplazado en el centro del Jardín de la ciudad y he hecho tantas promesas que espero haber despertado del aburrimiento a los dioses griegos de la Cinta Zodiacal, que están aquí en lo alto, observando mis sospechosos movimientos. Los puedo ver detrás del gran globo, esa bóveda celeste suspendida al costado del reloj de sol, murmurando entre ellos. Vaya a saber lo que dicen de mí. Pero deberías creerme, he venido empujado por la inmensa paciencia de tu amor. Durante todo este tiempo en que no he reparado en vos, he padecido los rigores del frío, del invierno del alma, lejos de tu calor. Y he pensado mucho en la muerte durante las horas en que me he apartado, casi sin verte. Y también he recordado tus quehaceres, las labores que te han mantenido en el ajetreo, con el desencanto

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desplegado haciendo frente a la tormenta de tus emociones, tratando de curar tus heridas. Y todo lo has tenido que afrontar sola: sin mi presencia para contener tu llanto, tu respiración agitada por las noches, tus suspiros en la oscuridad; con los ojos abiertos, sin poder dormir con tu tranquilidad habitual.

He venido hasta aquí porque en estos días me he dado cuenta de los oscuros vaticinios que no he sabido leer en los astros y en estas avenidas arboladas. Ya hace semanas que en Buenos Aires padecemos los sombríos efectos que trae la lumbre escarlata sobre las copas de los árboles. Sagitario está en la casa 7 y la influencia pesada de Saturno se cierne sobre tu signo. Por fortuna el gran Zeus, desde la cima del Monte Olimpo, domina tu espacio y convoca a las tormentas y provee la lluvia a los campos secos.

Yo he visto en sucesivas noches el ascenso de la luna roja por detrás de los incontables nefelismos que, al crepúsculo, deforman los contornos de los edificios. Sin ir más lejos, ayer he visto al Paralítico en su silla de ruedas, en una de las esquinas de la Plaza Houssay, persiguiendo a las palomas. Ha intentado capturar a la de iris color carmín sobornándola con migas de pan. Ha clavado la vista en sus ojos circulares, en el centro

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de sus pupilas oscuras, pero no ha logrado cazarla, no ha podido tirarla en el fondo de la bolsa que lleva colgada del respaldo. Un mirlo ha tropezado seis veces maldito número contra el tronco de una acacia intentandovuelosimprecisos.Reciénenelséptimologró cobijarse en el follaje del enorme nogal que está en el centro del cantero, al lado de la parroquia. Esto te puede dar idea de todos los enigmas que, en su momento, no he advertido.

Y ha habido más señales en estas horas aciagas en que te he apartado de mipensamiento y he aislado tu figura de mi recuerdo y he olvidado por momentos los detalles de tu cara. Tal vez, la mayor de ellas, haya sido el insomnio que he padecido durante las tres noches de desvelo y la vigilia de los tres días interminables. Los astros han querido silenciarme para separar nuestras voces.

Y por eso he venido por ayuda porque solo no puedo, mis fuerzas han sido mermadas, el ave infernal me sobrevuela, me empuja hacia la insania. La desidia y el miedo se han apoderado de mi mente y no me abandonan, no puedo espantarlos,necesitode tuspoderes,aún diezmados. He venido hasta aquí con mis venas intactas, plenas de almíbar a pesar de todo, para verter si es

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necesario el jugo de la vida sobre tu piel blanca. Conservo aún besos encarcelados, un abrazo desnudo de dolor, y, además, la ofrenda de mi arrepentimiento que con su color marrón me tiñe por dentro, dormido alrededor de tu recuerdo celestial.

Todo he intentado para llegar hasta tu sitio, pero se ha dañado mi memoria, no encuentro el sendero que me lleve hasta tus brazos, he pedido, he rogado, he hecho todoslosintentosnecesariospara llegar atupuerta mágica, he explorado todas las calles de Palermo, he buscado el resquicio secreto, pero no ha sido suficiente con la fuerza de mi deseo. Me he chocado con todos los cristales, como un murciélago sin juicio, como una mariposa extraviada tratando de alcanzar su norte en una tarde de verano tórrido.

Te pido perdón por olvidar decirte lo mucho que te quiero, por no haber endulzado tu oído con palabras apropiadas. Seguramente merezco este castigo pero te pido que suspendas tu silencio y vengas en mi auxilio, a buscarme al pie de la Torre del Tiempo. Estoy desolado, necesito el refugio de tu nido, tu espacio escaso, espero tu abrigo ante esta tormenta de locura que me acosa, me hace temblar los dedos, y me anula el ánimo. Si pudieras aliviar mi dolor, mi mente podría

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descansar. Necesito tu sosiego de siglos, estoy pisando el borde difuso de la locura, preciso que me guíes por este camino que se desbarranca inevitablemente. Solo tu presencia,al pie de esta columna,con mi mano entre las tuyas, podrá espantar la maldición del inmenso dolor que padezco.

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Después del temblor

El lápiz de punta aguda es una jeringa vertical que se hinca en el papel, y yo, sentado, volando con mis razones moribundas por no sé qué firmamentos, me demoro apesadumbrado con la cabeza tumbada sobre esta mesa precaria, mientras el índice de mi mano derecha apoya la yema sobre la culata roma del prisma largo, de madera pintada de verde, esbelto como un suspiro.

Esmerado en sobornar a la memoria, tu figura indecisa danza esfumada en losvaporesde mis sienes.Turostro aún es solo un óvalo inclinado de perímetro difuso. No aparece tu sonrisa todavía, no se resuelve con claridad el recuerdo perfecto de su textura. En mi interior hay un tironeo y unas ganas tremendas de apropiarme del dibujo filoso de tus rasgos, de conseguir la cercanía de tusojos, alejados deestosbrutales puestos de combate, acortando la ausencia.

Aquí, en la soledad de mi recinto de penumbras, atrapado en la oscuridad, acotado por el encierro de esta extraña trinchera de cavernas y laberintos, en el fondo del túnel de mis pensamientos más sombríos, imagino tu timidez contenida, más allá y muy lejos de mi reclusión en esta cámara casi ciega.

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Y pienso que vos debés estar aguardándome con tu vestidoplegado y desplegado porelaire y los rayosdel sol varados en tu rostro. En la firme custodia del dolor, sin rasgar la faja sostenida de la espera. Seguramente el aire claro te sostiene de pie en la reverberación de las dunas con la mirada dura puesta hacia el océano. Por momentos, se torna apenas una brisa que juega un poco en el desorden de tus cabellos oscuros, sin alterar la actitud de tu tolerancia, ni del lamento interno de quien ha traído un hijo al mundo y ese mismo mundo sin piedad se lo ha quitado.

Una vez percibido el temblor los terrones de miedo se desprendieron de lasparedes de esta cueva. Eso me paralizó el juicio. El lápiz rodó hasta el borde de la hoja por encima de la superficie del papel, pero lo pude sujetar a fin de escribir, aunque deberé actuar rápido, con letras garrapateadas, sin corregir. Preso aún de la humedad de mi celda propia, menos agobiado por el olor a pólvora, por lo menos respiro con fluidez. Luego de lo que ha pasado me pregunto si es posible la esperanza.

Ahora tu sustancia viene de la sal. Si me esfuerzo, podría escuchar tu voz serena, asedada, marina, y recordar con gratitud el ir y venir de tu presencia, tu canción

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de cuna favorita, tu bálsamo preferido, tu risa delicada bajo la luz de la luna. Si tu aroma viene a mí te seguiré pensando entre tantas transparencias, en medio de la ternura, como un prisionero liberado de su encierro en el vientre de la Tierra.

Por ahora tu sonrisa es inalcanzable pero pronto te podré tocar y tu calor hará bien a mis huesos congelados. Se equivoca quien piensa que las estrellas son de hielo. Aunque el piélago oscuro donde flotan tímidas esté frío sé que tienen un núcleo duro de luz ardiendo en soles de furia y yo sospecho que estarás al lado de aquella pequeña de la cual sale un resplandor mortecino.

Por favor, no te alejes tanto, quiero recibir tu aliento, necesito salir de este encierro inhumano. Me lo he impuesto yo, pero ya no lo soporto. El tremendo estampido lo ha movido todo y el horror ha dejado su mensaje.

Es suficiente con acercarme a la nitidez de tus contornos para cruzar por tu cuerpo de pez de aguas profundas. Es grato ver como se confunde la sustancia en el líquido conformando medusas sin escamas, esqueletos diáfanosdegrandesaletas,fractalesdeplantas marinas con escarcha brillante en los extremos de las hojas.

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Esa es la claridad que anhelo y no esta oscuridad brutal. Preciso que se desvanezca esta montaña de angustia en la cual estoy atrapado desde que vi al monstruo llegar volando: esa bomba poderosa. Mi ánimo ha percibido que todo ha temblado bajo la señal. Cayó desde lo alto y ha derrumbado todo. Solo con tu ayuda saldremos de este infierno atroz, de este padecimiento, del odio que se anuncia como futuro inevitable.

Mujer encantadora, dulce, tierna, deberías continuar hablando. Es preciso que todo el pesar se disipe y las sombras del mal se alejen espantadas a otro sitio. No puedovivirasí,mehace faltaesperanza.Deberíasestar aquí y hacer lo de siempre: levantarte, ir a la playa, disponer alimentos y bebidas. Con tu sonrisa nos esperaría el mejor desayuno y un nuevo día para abrir el cielo de ilusiones. Con tu amor por los detalles lo harías bien, sin detenerte ni un instante, acomodando la vajilla de la mesa celeste en el lugar correcto.

El estruendo ha pasado, me ha dejado mudo en el fondo de este laberinto cavado en medio del desierto. Por fin, después del triste suceso, nos vamos a ver. El aire sin pólvora, las olas, tu optimismo puro, estarán despejando el llanto, los muertos, el luto padecido. Ya vas a ver, el miedo ha caído desde arriba y, con el

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tiempo, se escurrirá en las páginas de los libros de historia. El humo se disipará en hebras y ahí habrá terminado todo.

Los nuevos tiempos serán diferentes. Oiremos en el viento un soplo de confianza. Ya no escucharemos el trote de los caballos, ni los golpes de los cascos sobre el empedrado, ni los gritos de terror. No veremos huir a ninguna muchedumbre despavorida. Apartaremos la vista, si vemos al engendro que cuida la entrada con el sombrero negro hundido hasta los hombros, porque será un engaño, una alucinación.

Pensaremos en nada, solos vos y yo, hasta que se caigan todas las armas y las máquinas bélicas. No nos preocupemos si quedan filos o espinas, o tubos que escupen fuego, nos esconderemos en los campanarios, nos ocultaremos al paso de los uniformes. Sentados, trataremos de mirar el tránsito del agua fresca del río. Dejarán de pasar las sombras de los fusiles desfilando alcompásdelostacosdelasbotas.Nohabrá másdaño.

Cuando todo haya pasado, después del horror, la alegría nos invadirá el alma, y volveremos a las caricias con nuestros dedos sanos, escondiendo los brazos vendados, las heridas cerradas por los hilos de los cirujanos. Tal vez podremos ver jugar a los niños, después

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Raúl

del pánico, cuando se acaben los brindis de los hombres de acero con sus vasos de miedo y sus vinos de sangre. Luego, yo te prometo, que una mano mía te rodeará la cintura con firmeza y te llenaré la espalda de abrazos. Turisarodarápor losconfines delatierra sinfronteras. Habrá alboroto en los nidos delfollaje cuando me mire en tus ojos, ya se habrán ido los mensajeros, los heraldos negros anunciadores de muerte. Las espadas y las barras de las rejas de las prisiones callarán sus chirridos oxidados. A lo lejos podremos escuchar gritos de felicidad subiendo por la laderadelcerro hasta la cima, a ensordecer al viento.

Los gusanos del mal que han venido a perturbar la vida, desaparecerán. Nadie se quedará encerrado en cavernas subterráneas. Como yo, ninguno permanecerá dormido cuando salgadelagujero. Labrisahelada dará el adiós a los pájaros muertos yvolarán aves blancas en el aire cálido.

Ya no habrá cascos ni despeñaderos. Los árboles escarchados y losedificiosderruidosdarán testimonio de la brutal pesadilla. El resabio de los fuegos pendientes va a iluminar el cielo como un pábilo que se extingue. La lumbre se retirará a las sombras para siempre. Solo

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tendremos el brillo rutilante del sol del mediodía. Los instrumentos saldrán de sus fundas, habrá cantos, tambores, la música, incapaz de lastimar, nos envolverá con su movimiento. La tela de tu vestido te acariciará la piel después de tanta pena.

Quisiera que me digas que ambos vemos lo mismo en el futuro: una fuente de agua fresca; un bebé entre los brazos de su madre; la paz infinita de la luna rodando en la profundidad celeste, aunque el trueno anide aún en el recuerdo; la noche velando por el sueño tranquilo de los pastores nómades; la calma llegando a tu voz en sonidos de ternura; tu sonrisa atrayendo el tiempo bueno a nuestra cuna.

Si los dos sentimos algo parecido me siento libre. Entonces, tomo el lápiz entre mis dedos, las cosas se ordenan en mi cerebro y comienzo a escribir sin que me tiemble el pulso. Mi corazón se está calentando y dentro de poco empezaré a escuchar sus latidos con más fuerza.

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Raúl

Cortinas de seda en la nieve

A pesar del lirismo de tus labios rectos, a pesar de la virtud geométrica de tus rasgos delicados, aun de perfil, se te veía vivaz, pero aun todo el conjunto, sin alcanzar la sonrisa, parecía un esfuerzo en vano.

Al ver la suave luz del mediodía colarse por el Este a través de tu ventana, te atreviste a andar con cuidado, fuera de tu habitación de paredes blancas, y saliste al bosque por el sendero de piedras a hilar alguna idea entre los árboles, aferrándote, en un arrebato caprichoso a aquel tronco, o tocando con reserva el tallo de esta hoja para estimular la caída del copo de nieve que la arqueaba con tanto peso.

Y por delante tuyo viste los picos peculiares de las montañas azules, esclavas de la lejanía, aquellos montes no tan romos que se levantan hacia lo alto en un intento inconcebible de perforar las nubes, de lucir el brillo de sus cumbres por encima de ellas, entusiasmados por ser más leves que elaire,deser leves o ser aire.

Ocupada como estabas, en los juicios de tu tempestuoso delirio interno, extendiste las yemas ávidas del tacto, y, aun así, en tu paso tembloroso no asomaron en tu apariencia ingenua los rasgos imprecisos que te

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podrían pintar mal, equivocadamente, como una mujer de corazón frío.

Al recibir el golpe del invierno de Kentucky no parpadearon tusojosgrises,nosearrugó tu frentedespejada, ni aumentó la palidez de tus mejillas lisas, tan lisas como la greda del arroyo furtivo que se escabulle al caer la tarde, dentro del follaje del bosque de los Apalaches.

Pero hubo una arritmia, una burbuja de silencio. Otro silencio bajó de los montes y se quedó quieto al lado tuyo. Y hubo un espacio vacío entre los dos silencios. Dentro tuyo se tensó el vómito, la ironía de tu cuerpo despertó a los demonios, tiró de los hilos invisibles, pulsó las cuerdas vibrantes atadas a tus costillas elásticas, cayeron los rayos a desordenar tus neuronas, las agujas de los campanarios te sometieron al dolor. Fue un instante, un instante feroz, implacable.

Por fuera te acariciaron las hojas frías de los robles y las livianas extremidades del viento. Cuando llegó el dolor se agitó en tu interior esa zona de cuidado y bordes indefinidos. La mordedura no te abandonó pronto, se volvió insistente hasta el derrumbe,provocando disturbios en tus manos delgadas, emulando la alteración

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Raúl

de mariposas extraviadas que le quitaron potencia a tu poesía y la arrojaron a un lado.

Y, aun así, tus brasas no murieron entre las cenizas habitadas por el rescoldo ardiente de tu corazón y persistieron en un monumento de amor, en una espera sin odio.

Los monstruos no avisan y te toman por asalto al menor descuido. Nadie pudo ayudarte. En medio del asedio brutal a tus nervios enfermos se cerró cualquier accesoa laorillade tu juicio,y es allí,donde sedesplomó cualquier intento de auxilio o de socorro.

Pero al llegar la calma, la lucidez se sentó a escribir con vos, con la maravillosa letra de trazos curvos, sin preguntar qué había sucedido por detrás de tus ojos. Quién pudiese horadar los muros de hielo donde se esconde tu corazón de latidos apurados. Quién pudiese ver cómo las palpitaciones de la ira abren las fisuras de tu prosa o cómo se desangran en versos sugerentes, esquivos, extraordinarios. Quien pudiera contemplarte en el momento de la creación.

Quiero saber cómo se licúan las letras del sufrimiento, detrás de los relámpagos que iluminan el cielo de tus

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párrafos escritos, seguramente arañando la hoja, quebrando ramas secas, o, quizás, brotando entre las grietas de granito de las montañas de tu pueblo tan lejano. Quisiera también asomarme a tu jardín de Edén porque debes tener uno, aunque sea pequeño en el cual se deben alojar tusrecuerdos más preciosos, las alhajas de tus días felices, los instrumentos de ayuda para soportar el martirio del suplicio recurrente que te sorprende de un momento a otro con el indomable temblor. Quiero verte brillar en tu mejor baile, vestida con tus mejores ropas, en compañía del abrazo cálido de la música. Y disfrutar de ese momento único en el cual nadie distraiga tus ganas de ser feliz, cuando nada rompa la magia del instante y éste se estire como una cuerda recta, tensa. Una cuerda que nazca cuando tus manos comiencen a acatar tus designios, posando las yemas de tus dedos en el sitio exacto sin provocarte fatiga. Y continúe, y se extienda luego en el tiempo, interminable, hasta que te sientas satisfecha de tanta dicha acumulada, ebria de tanto placer bebido. No deseo contemplar tu padecimiento, ni observar el desguace de tus cortinas de seda en la nieve. No quiero verte desnuda, expuesta alfrío,soportando el tormento

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del hielo, liberando los colores del mármol, y verlos salir por fuera de tu cuerpo, destilando la tristeza amarga que te persigue y desgarra. Porque a pesar de todo el tránsito de cada furia, tu alma indómita es capaz de armar una torre de papel en este mundo hostil, desde tu aislado universo, plagado de estrellas de escarcha.

Tu alma blanca ha caído con frecuencia en el cieno, pero cuando cesa el temblor, despliega las plumas íntimas que le ofrendan las aves de tu purgatorio, para elevarte limpia, una y otra vez, y salir a los senderos de los bosques cercanos, buscando hojas marchitas, manchas en los troncos de los árboles para descifrar acertijos, buscando la explicación de tu pesar en las señales de la naturaleza.

Me pregunto qué podría hacer para redondear las puntas de las espinas, que se hincan en algún sitio de tus ríos interiores y desatan el maltrato de tus tormentas.

Cuando eso ocurre tu voz se pierde, tus dedos no esparcen las esquirlas de esos poemas grises de pieles felinas, todo enmudece, no quedan vestigios de las leves pisadas, y espero, paciente, que surjas, como un nuevo amanecer, del lado derecho, con tu voz débil, a de-

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jarme una gota de vida latente, como si no hubiese pasado nada, con la tela de la seda impecable, sin ningún rasguño, para desplegarla en la nieve, tantas veces como sea necesario.

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Raúl Ariel Victoriano Nació en la ciudad de Lanús, provincia de Buenos Aires, Argentina.

Ha obtenido diversos premios en concursos literarios y algunos de sus trabajos han sido incluidos en antologías y revistas de distintos países de habla hispana.

Ha publicado los libros: El sonido de la tristeza, Páginas barrocas, Escarcha, Cielo Rojo, La rotación de las cosas, Azul profundo, y Fotos viejas.

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Páginas
barrocas

«Te llevarán a ver el río, de todos modos, porque Buenos Aires es una dama recostada en la costa y hay que verla al levantarse y a la hora de dormir. El verano la enloquece y con silbidos llama al viento por la noche para que la abanique con su brisa. El invierno la pone triste y hay que abrigarla con cantos y violines».

En la selección de los textos de esta antología se percibe la aparición de un hilo conductor que los une, alrededor del cual se hacen presentes las máximas fuerzas expresivas de los sentimientos.

En estos relatos el recurso lírico de las formas literarias busca el límite de las posibilidades de contar de esta manera, tratando de llegar a las emociones más valiosas de quienes se dejan llevar por los vaivenes de la lectura.

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