RECOPILACIONES FERNANDO SAVATER

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RECOPILACIONES EL DERBY 1995-2012 DIARIO EL PAIS


INDICE 1- 2012 – El derby del reino legendario 2- 2011 – El derby del gran corso 3- 2010 – El derby de los escarabajos 4- 2009 – El derby de los irlandeses 5- 2008 – El derby del destierro 6- 2007 – El derby de la mina perdida 7- 2006 – El derby de pimpinela 8- 2005 – El derby sin Guillermo 9- 2004 – El derby del infierno y de la gloria 10- 2003 – El derby de maigret 11- 2002 – El derby de Harry potter 12- 2001 – El derby de cielos y tierra 13- 2000 14- 1999 – El derby del fin de siglo 15- 1998 – El derby del rey y la reina 16- 1997 – El derby del buen ladron 17- 1996 – El derby y las chicas 18- 1995 – Derby con fantasmas


El Derby del reino legendario La imagen estupenda de su cuarto hijo ganador del Derby fue el adiós de "Montjeu", el magnífico FERNANDO SAVATER 14 JUN 2012 - 00:03 CET

El Derby del año 1900 fue ganado por Diamond Jubilee, tal como su hermano de padre y madre Persimmon había logrado cuatro años antes. Ambos eran propiedad del príncipe de Gales que luego fue Eduardo VII, hijo de la reina Victoria cuyos 60 años de reinado celebraba el nombre del ganador. El Derby de 2012 ha iniciado las celebraciones de otro jubileo de diamantes, el de Isabel II, bisnieta de aquel príncipe. Que en los últimos dos siglos y pico sendas reinas inglesas hayan llegado a ostentar la corona más de 60 años dice mucho sobre los ingleses y sobre su insólita y pertinaz monarquía. También añade una cierta reserva a la amarga constatación del rey Enrique IV de Shakespeare: “Con inquietud reclina la cabeza el que ciñe una corona”. Seguramente, pero cuando son ellas... En febrero del 52, cuando murió su padre (al que hoy todos conocemos algo idealizado por la película El discurso del rey), Isabel estaba en Kenia, albergada en un hotel situado en lo alto de un enorme árbol, desde cuya cima veía desfilar en el crepúsculo a los melancólicos elefantes. Subió a ese árbol princesa y descendió reina: una metáfora apropiada para ilustrar lo que a nivel de la especie sostuvo Charles Darwin. A partir de entonces, siempre mantuvo dos fidelidades acrisoladas, la de las obligaciones del trono y la afición a las carreras de caballos, el deber y el placer. A ello se refiere precisamente el título del libro publicado para honrarla en su jubileo, His Majesty’s Pleasure de Julian Muscat, en el que se detalla su larga trayectoria como propietaria y criadora de purasangres. Y el British Museum se une a la celebración con una exposición sobre el caballo “de Arabia a Royal Ascot”. Como prueba de su afición baste señalar que durante todo su reinado sólo ha faltado al Derby de Epsom en una ocasión, debido a un inoportuno catarro…

El Derby de 2012 ha iniciado las celebraciones de otro jubileo de diamantes, el de Isabel II Aunque pase por ser uno de tantos vicios exclusivamente masculinos y hasta machistas, la fascinación por los caballos veloces también es cosa de mujeres. En la exposición del British Museum se aportan datos sobre lady Anne Blunt, nieta de Lord Byron, que recorrió Arabia en busca de buenos sementales para criar en su cuadra y mejorar la raza. También son manos femeninas las que han escrito algunos de los mejores libros que he leído sobre el turf, el último de ellos el de Beryl Markham Al oeste con la noche (Libros del Asteroide), no inferior a las Memorias de África de su amiga Karen Blixen y que cuenta entre otras muchas deliciosas aventuras sus experiencias como campeona de entrenadores de caballos. Pero ellas no sólo preparan corceles sino que también los montan y cada vez con más éxito: este año, el Oaks de Kentucky lo ha ganado la estupenda jockette Rosie Napravnik y en el Derby de este jubileo montó Hayley Turner, la segunda mujer en la historia que participa en la gran carrera y créanme —de eso es de lo único que entiendo— no inferior en habilidad a sus colegas masculinos, a pesar de que suele tener menos ocasiones de demostrarlo.


Todas las ediciones del Derby son apasionantes, unas por lo abierto e incierto del pronóstico y otras por la presencia de un gran favorito cuya gloria siempre está por demostrar. En 2012 se daba esta última circunstancia y de manera especialmente adecuada a la ocasión: primero, por el propio nombre del distinguido, Camelot. Nomen, omen: ¿qué mejor auspicio que esta referencia a la mítica corte de Arturo para celebrar un largo reinado inglés? Luego, porque el caballo, invicto en sus tres salidas anteriores a la pista que incluían su victoria clásica en las Dos Mil Guineas, es hijo del soberbio Montjeu, cuya muerte prematura una par de meses atrás afligió a todos los buenos aficionados. Pese a su relativamente corta trayectoria como semental,Montjeu ya había procreado tres ganadores de Derby: el récord está en cuatro y esta era su ocasión de igualarlo a título póstumo. Además, los hijos de Montjeu suelen ser como su padre, muy hermosos y no sólo buenos en la pista, kalós kai agazós como exigían los griegos y Camelotresponde sin mácula a esta imagen de poesía en acción.

En muchos hipódromos de USA todas las jornadas comienzan con el himno. Nadie lo silba, pero es que son países anticuados Pocos rivales decidieron enfrentarse a él y en el Derby sólo hubo nueve participantes, el campo más reducido de la clásica desde 1905. Uno de ellos era Astrology, compañero de cuadra de Camelot y que en teoría debía ayudarle marcando el paso de la prueba, aunque tenía méritos suficientes también para aspirar a disputarle el triunfo. El más cualificado por haber ganado el Dante Stakes, la mejor preparatoria para el Derby, era Bonfire: un hijo del alemán Manduro pequeño y compacto, lo que dicen que conviene para abordar las desequilibrantes ondulaciones de Epsom. También era considerable Main Sequence, vencedor en la preparatoria de Lingfield y propiedad de la familia Niarchos, los armadores que rivalizaron con Onassis. Sin olvidar del todo a Cavaleiro, un outsider a más de treinta a uno en las apuestas, pero hijo de un ganador del Derby y montado por la intrépida Hayley Turner… La acogida a la reina este año en Epsom fue especialmente cálida y generosa. Por supuesto las relaciones de la monarca y su pueblo no siempre han sido excelentes, pero en el peor de los casos los ingleses se irritan contra ella como quien se enfada con su abuela, no como quien se subleva contra el usurpador. En medio de la pista frecuentada por tantos campeones, la atractiva soprano Katherine Jenkins entonó un vibrante God save the Queen, coreado por gran parte del público. Después de todo, es un himno que no pide sangre, sino larga vida a la reina “para que defienda nuestras leyes” y al Señor “que haga ver a todas las naciones que los hombres deben ser hermanos y formar una familia en todo el mundo”. Recordé entonces que en muchos hipódromos de USA todas las jornadas comienzan con el himno del país, que detiene por un momento respetuosamente el ir y venir de los apostantes. Nadie lo silba, pero es que son países anticuados. En España los ciudadanos somos más sueltos de cuerpo y no nos andamos con zarandajas, pitamos a quien nos peta con sana rebeldía y sólo hay que felicitarse por lo estupendamente que así nos va. La carrera fue brillante, como siempre, pero según lo previsto. Astrologymarcó el paso y hasta mediada la recta final dio la impresión incluso de poder ganar. Entonces, desde las


últimas posiciones, avanzó incontenible Camelot, montado con serenidad por Joseph O’Brien, hijo del preparador del campeón y que acaba de cumplir 19 años. Con un galope de seda, Camelot rebasó a todos y se fue a ganar por cinco cuerpos, mientras Main Sequence arrebataba en el último tranco la segunda plaza al fiel Astrology. Los hombres ilustres se despiden de la vida diciendo alguna frase sublime…o que parece sublime por ser la última. Los grandes caballos lo hacen a su modo: la imagen estupenda de su cuarto hijo ganador del Derby fue el adiós de Montjeu, el magnífico.

El Derby del Gran Corso FERNANDO SAVATER 24 JUN 2011

Al llegar a Londres, para pagar el taxi, recurro a las libras que he sacado de un cajero de Edimburgo: el taxista las mira con un rechazo cercano a la repugnancia. "Esto es dinero escocés. ¿No tiene usted dinero inglés?". Me fijo en los billetes por primera vez y, en efecto, ostentan un tono azulado oscuro y la efigie pétrea de un guerrero medieval que no me suena. ¡Nuevo éxito de los nacionalistas! La Europa desarrollada ha llegado bien que mal a la moneda única, pero en Reino Unido hay casi dos que se odian entre sí aunque en realidad solo sean una. ¡Viva la diferencia y su fraude al sentido común! El día que los indignados contra el nacionalismo se reúnan en alguna plaza, donde sea, allá que me voy...

Un joven de 19 años gana la carrera. Es la primera vez que participa en ella Entre purasangres no hay aristocracia más que la que se revalida en la pista Y todo ocurre el año en que Elisabeth Regina cumple 60 en el trono de Reino Unido. Tengo vacío el disco duro monárquico, qué le vamos a hacer, pero siento simpatía casi enternecida por the Queen. Cuando Sherlock Holmes se aburría, disparaba contra la pared de Baker Street, para escándalo de la señora Hudson y escribía a tiros "VR", por la reina Victoria; si yo tuviese pistola y fuese detective consultor dibujaría "ER" en el muro de mi cuarto. ¡Hemos visto tantos Derbys juntos! Bueno, juntos precisamente no, ella casi siempre en una localidad mejor que la mía. Pero lo que cuenta es la afición y ER es una auténtica aficionada al turf, eso se nota. A mi parecer, es lo único con lo que de verdad ha disfrutado en su reino: criando caballos de carreras y viéndolos competir. ¡Aquella Dumferline (escocesa de nombre, por cierto) que ganó el Oaks y el St. Leger y se colocó en el Arco! Porque los caballos de la reina han ganado todas las pruebas clásicas inglesas. Todas... menos el Derby, la que más cuenta. Estuvo cerca de conseguirlo recién coronada con Aureole, el más querido de sus campeones. Llegó segundo detrás de Pinza, al que montaba el cincuentón Gordon Richards, el mejor jockey de la época, pero que tampoco hasta ese día había ganado la


gran carrera y al que acababa de nombrar sir. Cuando subió a su palco a saludarla, como es ritual tras la prueba, sir Gordon solo pudo murmurar: "Lo siento, señora". Sin embargo hoy, tantos años después, la reina parece contar con una baza sólida para ganar el Derby. Se trata de Carlton House,triunfador en el Dante Stakes de York, la preparatoria más fiable para el gran clásico. Lástima que el caballo no ha sido criado en su yeguada, pese a ser nieto de Bustino, que fue uno de sus mejores sementales: se trata de un regalo, realmente regio, del jeque de Dubái. Pero no deja de ser una metáfora significativa del tiempo presente que la reina, por culpa de la crisis o al menos para no dar demasiado escándalo en ella, haya de -bido reducir notablemente sus efectivos hípicos que mimaba con tan orgulloso amor y consiga su candidato al Derby de uno de los autócratas del petróleo... uno al que sus súbditos aún no se deciden a cuestionar y los occidentales mucho menos (nuestro presidente le visitó hace no mucho, en su gira petitoria por Arabia). De las cálidas tierras islámicas nos llegan amenazas y dádivas: quizá lo peor de todo sea que rara vez logramos distinguir convincentemente unas de otras. Por supuesto, antes del Derby pueden hacerse regalos y cortesías, pero no en la carrera misma. Entre purasangres no hay aristocracia más que la que se revalida en la pista. Al caballo de Calígula (¿se llamaba quizáImperioso?) sin duda los demás contendientes le dejarían ganar por prudencia, pero el de ER no puede esperar tales favores. En esta ocasión tendrá que enfrentarse con la potente escuadra irlandesa del preparador Aidan O'Brien, que presenta nada menos que cuatro efectivos, todos de magnitud considerable. Dos de ellos, Treasure Beach y Seville, son hijos de Galileo: quizá en su día los teólogos consideraron hereje a Galileo pero hoy, en el mundo del turf, los heréticos son quienes le niegan como origen de irremediables vencedores. También son temibles el tordo Native Khan, segundo en las Dos Mil Guineas, y Vadamar, enviado por el Aga Khan a la carrera que ya ha ganado últimamente tres veces. Y además hay que contar con Pour Moi: viene de Francia y lo entrena el arrogante -con motivos, desde luego- André Fabre, un preparador que lo ha ganado todo en todas partes menos este Derby y que asegura que, por fin, tiene el caballo adecuado para puntuar. Al escaso en estatura pero erguido en ambición André Fabre suelen llamarle, pince-sansrire, el Napoleón de Longchamp. Sin embargo, no proviene de Córcega, de donde en cambio es originaria la familia del jovencísimo jinete (19 años) que monta su caballo, Mickael Barzalona. No es con todo el benjamín de quienes cabalgan en la prueba, porque uno de los caballos de O'Brien lo lleva su hijo Joseph, que aún no ha cumplido los 18 según cuentan. Claro que esa era precisamente la edad que tenía Lester Piggott cuando ganó el primero de sus nueve Derbys con Never Say Die... Es precisamente el teenager irlandés quien toma decididamente la cabeza en el Derby sobre Menphis Tennessee para asegurar un paso vivo en la prueba y favorecer a los otros tres candidatos entrenados por su padre. El joven corso, en cambio, va a la cola del pelotón. El caballo de la reina, Carlton House, sufre algún que otro zarandeo y es obstaculizado por varios de los participantes menores, esos que corren solo para satisfacer el capricho de su propietario. En la recta final, se esfuerza por alcanzar a Treasure Beach, que ha relevado al de cabeza en el mando y parece ganador. Carlton


House lo da todo, pero no va a ser suficiente, porque el de O'Brien no se deja doblegar. Pendientes de ese duelo, nos olvidamos de Pour Moi, que ha tomado la curva en última posición y ahora viene rebasando uno tras otro a sus adversarios por el exterior de la pista. Nadie ha logrado abordar el último la recta final de Epsom y ganar el Derby: el gran Dancing Brave lo intentó y perdió por un cuello. Pero al joven Barzalona no le importa que los precedentes estén contra él. Empuja y empuja con denuedo, hasta que en el último tranco rebasa a los dos primeros. En ese momento asombroso, un instante aún antes de ganar, se pone en pie en los estribos y alza la fusta en un gesto triunfal. ¡Eso no se hace! gruñimos los viejos. Puede desestabilizarse, torcer al caballo, caerse, cualquier cosa... Pero tiene 19 años y está ganando el Derby la primera vez que monta en él, ante la reina y cientos de miles de espectadores, ante el mundo. Es su día, su gloria... Como dijo Cicerón, prudentia non cadit in hanc aetatem... En el atestado tren que vuelve de Epsom, la mucha cerveza ingerida exalta a unos y amodorra a otros. Tres mozos congestionados discuten los incidentes de la carrera, mientras el cuarto -que viste la camiseta del Manchester- cabecea entre ellos. Rotundo y estentóreo, uno concluye: "The winner is Barzalona!". El del Manchester abre un ojo, sobresaltado, y suspira: "Again!". Luego vuelve a dormirse. Fernando Savater es escritor.

El Derby de los escarabajos FERNANDO SAVATER 16 JUN 2010 Archivado en:

Cuando llegué a Epsom el día del Derby me encontré con los escarabajos y con Sid Halley. Los escarabajos no son de oro precisamente, como el de Poe, sino negros y alados: constituyen una auténtica plaga que alarma a los caballos, ya de por sí asustadizos, y muestran un pegajoso interés por el cogote de los humanos. En pasadas semanas hubo que suspender por su culpa la competición en un par de hipódromos. Como el calor es agobiante, en Epsom se exhiben muchos torsos viriles y frecuentes pechos femeninos gozosamente ofrecidos (lo siento por quienes creen que todo el mundo lleva en las carreras inglesas chistera o pamela envuelta en muselina). De vez en cuando alguien se levanta del pasto donde tomaba el sol y se pone a danzar una giga desordenada, dándose tortazos en el cuello y los hombros, en desigual batalla con los obstinados coleópteros.

A veces la manía de poner nombres de personajes célebres a los caballos choca con afinidades imposibles En las carreras de caballos puede haber muestras de bribonería A su modo, Sid Halley también es una plaga. Nada más verme se acerca con ostentoso disimulo, haciéndose el misterioso y el avisado. Lleva enguantada su publicitada mano biónica, que sustituye a la zurda perdida en una tremenda caída al saltar un obstáculo,


aquella que puso fin a su carrera de yóquey y dio comienzo a sus actuales tareas detectivescas. Lo primero que hago es darle el pésame por la muerte de Dick Francis, el novelista que con tanta garra levantó acta de sus proezas (poniendo mucha imaginación de su parte, me temo). Se encoge de hombros ante lo irremediable y luego, mirando de soslayo, me pide reserva: "Estoy vigilando". ¿Centinela en Epsom? A nuestro alrededor se forman colas de apostantes, mariposean beldades perseguidas por garrulos coloradotes cerveza en ristre, se intercambian pronósticos, deambulan en zancos sátiros de purpurina, desfilan pausados y lustrosos los corceles por el paddock, zumban los escarabajos y llega la Reina con su comitiva. "Y... ¿a quién vigilas?", pregunto bajando involuntariamente la voz. La respuesta es asombrosa y artística: "A Jan Vermeer". Naturalmente, no se refiere al prodigioso pintor holandés. Sid Halley ha frecuentado tantos museos como yo campos de fútbol. El Jan Vermeerque centra su atención es el favorito del Derby, un precioso hijo deMontjeu al que monta el irlandés Johnny Murtagh y que va siete a cuatro en las apuestas. A veces la manía de poner nombres de personajes célebres a los caballos (tenemos también ahora un Abraham Lincoln, unSimenon y hasta un Lope de Vega) tropieza con afinidades imposibles: el íntimo, delicado y misterioso Vermeer se compagina mal con los galopes en grandes praderas a cielo abierto. Pase Rubens, Delacroix o Degas, pero Vermeer... en fin, es chocante, aunque la belleza del animal merece los más altos parangones. Según Sid Halley, existe una tenebrosaconspiración contra el gran favorito, a la que solo alude de un modo impreciso rebosante de teatrales cautelas. ¡Aquí está él, para impedir que nada malo le ocurra! Muestro la debida reverencia por su empeño, aunque estoy convencido de que el único riesgo que corre Jan Vermeer es encontrarse en la pista con caballos que corran más que él. No faltan candidatos para infligirle tal afrenta, empezando por Midas Touch, compañero de cuadra pero rival considerable. Un hijo de Galileo,el otro gran semental del momento: la progenie de Montjeu es invariablemente bella, pero la de Galileo es sólida, funcional e incansable, Platón y Aristóteles otra vez, nuestro invariable destino. También hay que contar con Bullet Train y Workforce, pertenecientes ambos al mismo propietario saudí pero entrenados cada uno por preparadores distintos, Henry Cecil y sir Michael Stoute, los dos mayores sabios del turf inglés. Y por supuesto, sería muy imprudente olvidar aRewilding, un hermano del longevo campeón de propietario españolYoung Tiger, que este año tratará de nuevo a finales de junio de volver a ganar el Gran Premio de Madrid. Además va montado por Lanfranco Dettori, el milanés anglificado al que pocos discuten la primacía en su arte que antes tuvo Lester Piggott. Supongo que ninguno de ellos constituye la amenaza malvada para Jan Vermeer contra la que vigila Sid Halley. Quien por cierto me aferra ahora la muñeca con su zarpa mecánica mientras gruñe, siniestro y zurdo: "Espera y verás...". El buen tiempo, excesivamente caluroso, consigue que los efectos desmovilizadores de la crisis económica no se perciban demasiado en el abarrotado Epsom. Suenan diversas fanfarrias populares, aunque en mi cabeza -al ver la atractiva y desenfadada juventud que el clima estival hace florecer- siga escuchando el precioso Ganimedes de Schubert cantado por Peter Pears. Este lieder con letra de Goethe es uno de los hallazgos del homenaje en seis CD que Decca ha dedicado al gran tenor inglés, cómplice melódico y


vital de Benjamín Britten, con motivo del centenario este año de su nacimiento, un 22 de junio. Parece imposible que este idílico entorno albergue las procelosas conspiraciones que recela el manco Halley, pero claro, nunca se sabe... Después de todo, también Al Capone fue propietario de caballos y seguramente no hubiera tenido remilgos en hacerlos vencer a cualquier precio. Por cierto, el yóquey habitual del gánster fue el cubano Armando Martínez, que ganó 5.000 carreras en cinco países y no era partidario de la jubilación anticipada, porque se mantuvo en activo hasta los 76 años (murió a los 88, en el 2002). Su infame patrón, que con todo su poderío ilegal no llegó a cumplir los 50, tendría motivos para envidiarle... Sin duda puede haber ocasionales muestras de bribonería fraudulenta en las carreras de caballos, como documentan las novelas del finado Dick Francis. Nada comparable a lo que ocurre constantemente en el fútbol o en la fórmula 1, pero haberlas haylas. Sin embargo, todo parece dentro del orden debido cuando la prueba va a comenzar. Desde la salida marca enérgicamente el paso At First Sight, compañero de cuadra de Jan Vermeer destinado a servir de liebre para acelerar el ritmo. Cumplirá con eficacia su cometido, hasta el punto de que hoy se mejorará en un segundo el tiempo récord del Derby establecido porLamtarra en 1995. Pero se supone que la liebre ha de pagar su esfuerzo y desaparecer cuando comienza la recta final, ante los competidores con mayores credenciales. En este caso, no va a ser así del todo: cierto, al acercarse la meta Workforce salta del pelotón, le alcanza, le deja atrás y se va a ganar majestuosamente por siete cuerpos. Pero At First Sight también es hijo de Galileo y resiste en segunda posición el ataque final de Dettori con Rewilding, mientras el favorito Jan Vermeer ha de contentarse con una deslucida cuarta plaza. Me alegro por Workforce, cuyo honrado nombre proletario alude a una realidad social no precisamente beneficiada por las medidas anticrisis... Después de la carrera vuelvo a encontrarme con Sid Halley, que se frota la articulación mecánica con el gesto perplejo con que otros se rascan la cabeza. Ante la interrogación de mi mirada, se arropa en su misterio: "Hay cosas que... en fin, ya verás. Habrá sorpresas". Luego, más confidencial: "¡Cómo pica esta mano maldita! Voy a ponerme polvos de talco". Y mutis por el foro. La fiesta ha terminado. Después del coito los animales quedamos tristes y tras el Derby también. El futuro está lleno de escarabajos fastidiosos: recortes sociales, prohibiciones de todo tipo, intransigencias asustadas... Y además la larga penitencia del Mundial de fútbol, con la realidad mediática colonizada por la comercialización vociferante de los chovinismos. Bueno, supongo que no hay mal que 100 años dure, ya que hasta la serie Perdidos ha sido rematada por un final tan confuso como el resto. Y al fondo, muy al fondo, como una llamita de esperanza a un año vista, podemos vislumbrar ya el próximo Derby... Fernando Savater es escritor.


El Derby de los irlandeses FERNANDO SAVATER 12 JUN 2009

A Urban Sea le pasó lo que a muchas hembras de una especie que nos resulta más familiar: su físico vulgar y poco atractivo hizo que los superficiales no reconociesen su enorme valía. Tampoco tuvo suerte en sus salidas a la pista, en Francia, Inglaterra, Hong Kong, Japón o Canadá: siempre algo se torcía en la carrera, la montaban mal o le cortaban el paso en el momento decisivo, cosas así. Sólo su preparador Jean Lesbordes mantuvo invariable su fe en ella, hasta que se vio recompensado por su gran victoria en el Arco de Triunfo de 1993, donde iba 37 a 1. La recuerdo bien aquella tarde de Longchamp, cuando por el interior de la pista resistía -rubia, menuda, tenaz- el ataque final de los mejores caballos de Europa. Ni siquiera ese triunfo logró elevar su cotización y nadie se interesaba mucho por ella como yegua de cría. Pero Lesbordes permaneció fiel y los resultados fueron fabulosos: de sus 10 hijos, ocho ganaron carreras importantes y uno de ellos, Galileo, consiguió el Derby de Epsom y el King George de Ascot.

Lo poco que me gusta de Europa es lo que resiste de un pasado de ilustración El milagro ha concluido y 'Urban Sea' puede dormir satisfecha Urban Sea murió de parto el pasado marzo, a los 20 años. El padre de su último hijo es Invencible Spirit, un nombre que le hubiera ido a ella como anillo al dedo. Según cuenta su amigo Lesbordes, a pesar de la fatal hemorragia interna permaneció en pie, lamiendo cuidadosamente al recién nacido de largas patas temblorosas hasta dejarlo bien limpio. Luego se dejó caer para morir. "Hasta el final hizo todo como se debía", comentó el preparador. Dos meses después otro hijo suyo, Sea The Stars,ganaba en Newmarket la primera prueba clásica de 2009, las Dos Mil Guineas. Y se convertía en favorito para el Derby de Epsom: en caso de producirse esta victoria, lograría un doblete que no se da desde hace 20 años. Pero Urban Sea conseguiría algo mucho más raro, inédito en toda la historia del turf, ser madre de dos ganadores del Derby. Que yo sepa, ninguna yegua lo ha conseguido en más de 200 años. Aunque es propiedad de un joven chino de 27 años, dueño también de locales nocturnos en Hong Kong e hijo de la que fue propietaria deUrban Sea, el ganador de las Guineas ha sido criado en Irlanda, lo prepara el irlandés John Oxx y lo monta el muy irlandés Mick Kinane, a punto de cumplir 50 años y a quien tengo por hermano mayor del Pat Kinane que protagoniza mi novela La hermandad de la buena suerte. No son los únicos irlandeses involucrados en el Derby inglés de este año: de los 12 participantes que tomarán la salida, nada menos que ocho -los ocho favoritos, casualmente- vienen de Irlanda. Jim Bolger, que ganó la carrera el pasado año con unos de sus pupilos, entrena y además es dueño de Gan Amhras (por si ustedes flaquean en gaélico, como casi todos los irlandeses, significa Sin duda). Dice Bolger que si gana será la primera vez que consigue el Derby un


caballo propiedad de un pobre... Y los seis irlandeses restantes pertenecen todos a Magnier & Tabor y a todos los entrena Aidan O'Brien, el modoso y ultraperfeccionista algunos dicen "maniático", ya saben cómo son los maledicentes- eterno joven que ya cuenta con dos Derbys en su vitrina, uno de ellos el ganado por Galileo. Quien por cierto es padre de cuatro de su media docena de aspirantes al título. De modo que el Derby 2009 parece un asunto de familia, a dirimir entre el hijo de Urban Sea y sus cuatro nietos... Aidan O'Brien entrena a sus protegidos en el célebre campo de Ballydoyle, que adquirió a Vincent O'Brien (sin ningún parentesco con él, en Irlanda apellidarse O'Brien no es nada original) cuando éste se jubiló. Vincent O'Brien ha sido la más importante figura del turf europeo del siglo XX, tras Federico Tesio. Revolucionó los métodos de entrenamiento y así preparó a ganadores de todo tipo de pruebas: dos del Grand National, seis del Derby inglés, otros seis del Derby irlandés, tres del Arco de Triunfo, etc. Acaba de morir a los 92 años, precisamente el lunes de esta semana, la del Derby al que estuvo unida gran parte de su gloria. Todos los jinetes de la carrera llevarán un brazalete negro en su memoria, quizá también en la de aquellos Derbys del pasado que yo tuve la suerte de llegar a conocer. Uno de los contendientes de hoy se llama Rip Van Winkle, pero a mí no me gustaría quedarme dormido como el personaje de Washington Irving y despertarme dentro de 20 años: primero, porque me perdería muchas buenas carreras y, además, porque estoy convencido de que ese feliz mundo futuro iba a gustarme más bien poco. Por ejemplo, la Europa que sale de las elecciones del día después del Derby. Ultraconservadora, ineficaz por el rechazo del Tratado de Lisboa por los lerdos de izquierdas y derechas, dominada por el nacionalismo timorato de los Estados y, aún peor, por el separatista de los supuestos "pueblos" que tratan de fraccionarla aún más en beneficio de quienes tratan de sustituir la identidad de la política por la política de la identidad. Lo poco que me gusta de ella es lo que resiste de un pasado de ilustración, como la entrañable y valerosa Ethical Society de la placita londinense de Red Lion Square, bajo el busto tutelar de Bertrand Russell. Vuelvo como siempre a visitarla y encuentro una modesta exposición sobre Darwin y contra los manipuladores absurdos creacionistas. Hacerse socio de ella (www.ethicalsoc.org.uk) sólo cuesta 18 libras anuales, pero están ustedes dispensados de pagarlas si tienen más de 65 años, están en paro o se dedican a la educación. La tarde en Epsom es gris, fría y lluviosa, una de las jugarretas del verano inglés. A pesar del clima adverso, muchos de los participantes equinos sudan copiosamente, quizá por la tensión del ambiente o porque notan el nerviosismo de sus jinetes. No así el majestuoso Sea The Stars, que va tan fresco e imperturbable como si paseara por su cuadra. Tampoco el veterano Kinane parece de los que tiemblan en las grandes ocasiones. Al verlo pasar, recuerdo los versos dedicados a la estatua ecuestre por Jorge Guillén: "¡Y a fuerza de cuánta calma / tengo en bronce toda el alma, / clara en el cielo del frío!". Dicen los entendidos que es demasiado grandullón para el sinuoso trazado de Epsom, pero aún más alzada tenía Nijinsky y eso no le impidió triunfar... Sin embargo, yo soy menos ecuánime ante una mala noticia que me llega por el móvil: ha muerto mi querido Alejandro Rossi, un espíritu realmente sutil, culto, cosmopolita y lleno del más noble humor. ¡Cuánto voy a echar de menos nuestras charlas en su casa de México D. F. y su generosa visión sin prejuicios de casi todo lo que importa de veras!


Ahora va a darse la salida para la gran carrera. En cada latitud, el locutor que narra la prueba tiene una expresión para señalarla: aquí será "and they're off!", como en Longchamp es "c'est parti!", en la Capanelle "partiti!" o en Palermo y San Isidro "¡largaron!". Y, en efecto, ya están corriendo. Los de O'Brien tratan de controlar la carrera y marcar el paso, pero Sea The Stars galopa a su aire sin perder contacto en el tercer o cuarto puesto. En cuanto media la recta final, Kinane utiliza un par de veces la fusta y se acaba su indolencia. Se va a ganar con feliz comodidad, mientras tras de él cuatro de los O'Brien -Fame and Glory, Masterofthehorse, Rip Van Winkle y Golden Sword- tratan de alcanzarle y se disputan las colocaciones. El milagro ha concluido y Urban Sea puede dormir satisfecha. Llueve ahora ligeramente sobre Epsom, sobre los caballos magníficos, sobre los boletos rotos y las ilusiones perdidas, sobre el recuerdo de Vincent O'Brien y Alejandro Rossi, sobre nuestra Europa desconcertada que vota escasamente y espera la voz que la convoque al futuro: ¡largaron! Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.

Autocorrección FERNANDO SAVATER 13 JUN 2009

Lamento que mi erudición sea tan poco fiable incluso en los temas en que me hago ilusiones de ser menos ignorante. En El Derby de los irlandeses (EL PAÍS, 12-06-2009) aseguré que Urban Sea era la primera madre de dos ganadores de Derby en 200 años. En realidad es la duodécima yegua que consigue esa proeza: hay sólo otra en el siglo XX, pero al menos 10 en el XIX, entre ellas Perdita, madre de dos campeones propiedad del rey inglés, Persimmon y Diamond Jubilee. Pido excusas al improbable lector al que puedo haber inducido a error.

El Derby del distraído FERNANDO SAVATER 19 JUN 2008

Nada más llegar a Epsom me encontré con Fulano y casi se me saltan las lágrimas: "¡Pobre Carlitos! ¡Qué desgracia!". Asintió, con cara hosca. "Pero... ¿cómo pudo pasar?", insistí. "Nada, un despiste, otro más", me informó. "Ya sabes cómo era. Estaba viendo los caballos en las cuadras y a la vez contaba el dinero para apostar. Se le cayeron dos euros rodando y se metió a cuatro patas en el box para buscarlos. La yegua se asustó y le pegó una coz en la cabeza. Murió en el acto". "¡Qué barbaridad, pobrecillo!", deploré. "Por lo menos fue en el hipódromo. No había nadie más aficionado que él. ¡Cuánto le vamos a echar de menos!". "Tampoco había nadie más distraído", gruñó Fulano. Protesté que todos solemos serlo. "Lo suyo no era natural. Era capaz de darle un beso a una chica sin


quitarse el cigarrillo de la boca", recordó Fulano, implacable. "Bueno, a veces...", traté de defenderle. Fulano hurgó en la herida: "Siempre se dejaba cosas en los hoteles". Argüí que a mí también suele pasarme. "¡Los zapatos!", rugió Fulano. "¿Te has ido tú alguna vez de un hotel sin ponerte los zapatos?". Me encogí de hombros y volví a suspirar: "Le extrañaremos mucho".

Jamás se cuentan los resultados de las carreras más hermosas ni los éxitos de los jinetes españoles Este año, también Epsom ha estado en obras, la enfermedad urbana más extendida El trágico accidente de Carlitos fue recogido por la prensa nacional, naturalmente. Es el único tipo de noticia hípica que suelen dar: caídas de jockeys, tongos, etcétera... Jamás cuentan los resultados de las carreras más hermosas ni los éxitos de los caballos y jockeys españoles en el mundo. Y encima se justifican diciendo que en España hay poca afición alturf. ¿Cuánta afición habría aquí a la fórmula 1 si los periódicos nunca mencionaran las victorias de Fernando Alonso pero se regodearan en los bólidos que se estrellan y los pilotos que se dejan sobornar por la competencia? En cualquier caso, los asiduos de Epsom íbamos a echar de menos a Carlitos, que nunca se perdía la gran carrera anual. No sólo por amistad desinteresada, sino también porque despistado o no- era un auténtico lince para los pronósticos. Y este año el Derby se presentaba inusualmente incierto. Privado de los consejos de mi sabio de cabecera, repasé una y otra vez todos los criterios (racionales o mágicos) para decidir mi apuesta. ¿La excelencia del jockey? El más genial de todos, Lanfranco Dettori, montaba a un precioso caballo criado en Argentina,Río de la Plata, que lamentablemente era difícil que tuviese fondo para culminar la milla y media del arduo recorrido. Además, abundaban los jinetes estupendos, desde el veterano Mick Kinane hasta jóvenes ya tan considerados como Ryan Moore o Jaime Spencer, pasando por los siempre fiables Ted Durcan, Kerrin McEvoy o Pat Smullen. Cualquiera de ellos aprovecharía bien su oportunidad de victoria... si la tenía. ¿El origen de los participantes? Siempre me gustaron los hijos del campeón francés Hernando y corría uno de ellos, Casual Conquest, que además tenía el valor añadido de ser irlandés: pero era un bicho grandote, con poca experiencia, y quizá no se manejara bien en las ondulaciones de Epsom. El cruce que mejor resultado suele dar es el de Sadler Wells, el gran semental que hace unas semanas ha tenido que cesar en sus funciones por cuestión de edad (¡pobre, también él!), con las yeguas descendientes de Mill Reef, pero había al menos tres caballos con esa afortunada combinación de sangres. Nada decisivo, pues. ¿Y las últimas actuaciones? La preparatoria más fiable para el Derby la había ganadoTartan Bearer, pupilo de sir Michael Stoute, el mejor preparador inglés. Es propio hermano de Golan, que hace años ganó las Dos Mil Guineas y llegó segundo en el Derby. En aquella ocasión le venció Galileo, que precisamente es el padre de New Approach, considerado el año pasado el mejor de todos los jóvenes y que éste ha llegado segundo en las Dos Mil Guineas tanto en Inglaterra como en Irlanda. Su preparador, el irlandés Bolger, dijo que le retiraba de Epsom, luego lo declaró participante en el último minuto y desesperó así a todas las casas de apuestas. En fin, un lío.


Me encontraba tan confuso que recurrí a los nombres de los caballos para inspirarme, algo indigno de un experto. Mi genealogía paterna granadina me pedía jugarle a Washington Irving e incluso apostar aAlessandro Volta me pareció por un momento una idea realmente luminosa. El único que podía descartarse sin miedo era Maidstone Mixture, un modestísimo jamelgo que sólo había ganado una carrera ¡de vallas! y al que su pintoresco propietario había matriculado en el Derby como capricho final de su vida hípica. Le montaba un joven desconocido de 22 años que acababa de salir de la cárcel y en las apuestas iba 1.000 a uno. Al final me incliné por Kandahar Run, un precioso tordillo al que había visto en octubre ganar en Newmarket, entrenado por una gloria del pasado, Henry Cecil: lo guapo frágil y lo venido a menos cuyo esplendor apenas se recuerda, nunca he sabido resistirme a eso. Este año, también Epsom ha estado en obras, la enfermedad urbana más extendida. Por lo menos aún sigue igual la famosa curva de Tattenham, tan larga y compleja, clave de su personalidad. Ayer fui al Imperial War Museum para ver la exposición dedicada a Ian Fleming y aproveché para pasearme un rato por sus salas, de sereno exhibicionismo bélico. En una se guardan los rótulos toscamente pintados en tablones con que los soldados de la primera gran guerra se orientaban en las trincheras. Son nombres de lugares amados, a veces irónicos o picarescos: uno de ellos dice "Tattenham Corner", y lleva varias siluetas de caballitos pintadas con sencillez. Me conmoví pensando en aquellos remotos aficionados que sufrían entre el barro, la sangre y las explosiones, refugiándose a veces para descansar en el recuerdo de las onduladas praderas de Surrey y los campeones que allí florecen cada año. Ayer, el recogimiento en la tribuna antes de la carrera era casi sacramental. Pero ahora el móvil nos hace accesibles a todos nuestros conocidos, para bien o para mal. Desde Venezuela un amigo me informa de la desaparición de Eugenio Montejo, poeta noble y hondo. Al final de uno de sus poemas confesaba: "No soy ateo de nada salvo de la muerte". El ateísmo más difícil, quizá el único realmente liberador. Llega la Reina, que este año va vestida color fresa o algo así. La imagino antes de bajarse del Rolls escondiendo en el asiento un libro de Henry James o Jean Genet, como en Una lectora poco común, la deliciosa novelita de Alan Bennett publicada por Herralde. Y por fin ocurre el Derby. De salida encabeza unos metros el pelotón el infiltradoMaidstone Mixture (supongo que para sacarse la fotografía y alegrar al amo), antes de irse al último lugar que le corresponde. También veo en segunda posición a mi hermoso Kandahar Run hasta ya iniciada la recta final y me hago ilusiones. No hay caso. El asunto está entre Casual Conquest, de galope potente pero bisoño, y Tartan Bearer, que le rebasa con autoridad a 200 metros de la meta. La suerte parece echada hasta que por los palos se cuela irresistible New Approach, que lucha con él para arrebatarle la victoria por casi un cuerpo: se repite en cierto modo la historia y el hermano menor de Golan encuentra su némesis en el hijo de Galileo... Me reúno con Fulano para comentar la prueba y de pronto veo a Carlitos. Está en las taquillas de juego y va de una a otra con desasosiego impaciente. "Mira", balbuceo, "es Carlitos...". "Ya lo he visto", me responde, seco. "Pero ¿no está...?". "¡Claro que está muerto!", responde fastidiado. "Ya te he dicho que la yegua le espachurró la sesera". Con un escalofrío, le veo acercarse a nosotros. "¡Hola, chicos! No sé qué les pasa a los


taquilleros, con esto de la obras están rarísimos. No me hacen ni caso y no logro apostar. ¡Es un infierno!". Se le veía igual que siempre, salvo un reguero negro, seco y grumoso, que le bajaba por la sien desde el pelo hasta el cuello de la camisa. "¡Y tengo el ganador de la siguiente: Bureaucrat, seis a uno! Oye, vosotros también estáis pasmados. Ni que hubierais visto un...". Se alejó de nuevo hacia las taquillas, anotando algo en el programa. "¿No se da cuenta, verdad", murmuré. "¡Nada, ni enterarse, en la luna!", refunfuñó Fulano. "Te digo que no es natural ser tan distraído". Convine con él: "No, ahora ya no es natural". Pero acertó y mis cinco libras aBureaucrat me las pagaron seis a uno. Gracias, Carlitos. Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.

El Derby de la niña perdida FERNANDO SAVATER 16 JUN 2007

Sin duda, sólo un buen jinete puede ganar el Derby de Epsom, porque incluso montando al mejor de los caballos, hay mil maneras de perder la carrera carismática. Pero también es verdad que algunos de los mejoresjockeys no han conseguido ganarlo nunca, a pesar de intentarlo varias veces y con participantes que sobre el papel contaban con buena probabilidad. Recuerdo, por ejemplo, el caso de Joe Mercer, el último representante de la escuela clásica inglesa antes de la "contaminación" general por la monta a la americana con estribo muy corto, que sólo consiguió llegar segundo una vez, si la memoria no me falla también ahora. O el incomparable texano Bill Shoemaker, que no participó más que una vez, fue en cabeza todo el trayecto y perdió en los últimos metros por un cuello..., y eso sobre un caballo con opción secundaria. Menos suerte tuvo el francés Freddy Head cuando condujo al favoritoLyphard en la edición de 1972: ambos a una tomaron la curva de Tattenham en ángulo recto, cosa que no ayuda nunca en el Derby. Ocupó una de las posiciones zagueras y recibió críticas irónicas por su original forma de montar, lo que justifica sus malhumorados comentarios posteriores sobre la irregular pista de Epsom, pobre criatura. E incluso el más indiscutido campeón de la primera mitad del pasado siglo, sir Gordon Richards, que lo ganó todo en Inglaterra y en el continente, estuvo a punto de quedarse sin un solo Derby: lo consiguió por fin conPinza en 1953, ya con más de cincuenta años y en su última temporada en activo, batiendo de lejos a Aureole, el caballo de la reina recién coronada que acaba de concederle su título nobiliario... Desde la retirada de Lester Piggott (quien no tuvo en cambio problemas con la prueba reina de Epsom, pues la ganó... ¡nueve veces!), el más carismático de los jockeys europeos es sin disputa Lanfranco Dettori, un milanés de origen sardo afincado en Inglaterra, extrovertido, alegre y decisivo cuando llega el momento, que se ha convertido gracias a su simpatía en el mejor portaestandarte del turf entre los aficionados y los curiosos. A pesar de su relativa juventud -treinta y seis años-, ha vencido en casi todas las pruebas clásicas a uno y otro lado de la Mancha, pero no en el Derby por antonomasia, el de Epsom. En el cual, hasta la edición de este año, había participado ya catorce veces sin ir más allá del segundo puesto. Incluso se fraguó en torno suyo una leyenda de ilustre fracaso semejante a la de Borges respecto al Nobel: cada año cundía un morboso interés


entre sus propios admiradores por ver qué pasaba esa vez para que se quedara sin el reputado galardón. Por fin, este año, pareció que era posible romper el maleficio si montaba al caballo de su destino, Authorized. Ese nombre resultaba doblemente significativo: por un lado, sus excelentes actuaciones -ganador en York del Dante Stakes, la mejor preparatoria para el Derby- hacían pensar que daría a Dettori autorización para ganar (como 007 tenía licencia para matar); por otro, el italiano necesitaba para montarle autorización del jeque dubaití, el propietario con quien tiene contrato preferente y que debería renunciar a sus servicios en la gran carrera. Me alegra comunicarles que el jeque fue magnánimo, sobre todo porque no tenía ningún bicho decente con el que competir. ¡Ah, pero no todo estaba decidido, ni mucho menos! Había otros participantes en liza que debían ser tomados en cuenta: dieciséis más, exactamente. De ellos, nada menos que ocho estaban entrenados por el ambicioso Adrian O'Brien, que representa en su trabajo lo que Dettori entre los jinetes. Algunos tenían nombres de esos que arrebatan suspiros, como Anton Chekov (le jugué, no se molesten en preguntármelo siquiera), Mahler y Archipenko, el más favorito, que había nacido un treinta de mayo como el vanguardista ucraniano cuyo nombre compartía. También era considerable Regime, montado por el jinete ganador el pasado año, Martin Dwyer. Precisamente a Dwyer, padre de dos hijospequeños, se debía la iniciativa que iba a caracterizar esta edición del mito de Epsom: los jinetes lucían en el pecho un lazo amarillo para demostrar su solidaridad con los padres de la niña Madeleine McCann, raptada de su alojamiento en el Algarbe mientras ellos confiadamente cenaban en un restaurante próximo. Bien mirado, quizá nada puede ser más angustioso que la situación de quienes han perdido de modo tan enigmático a una hija de cuatro años. Pero... ¿acaso no existe en todo el mundo, sobre todo en sus zonas más desfavorecidas, una auténtica conspiración contra los niños? Miles y miles de ellos nunca ven acercarse a un adulto más que con malas intenciones: para convertirlos en pequeños esclavos con jornadas de diecisiete horas, o en herramientas sexuales, o en soldados en miniatura pero con armas de verdad. Todos esos niños que viven solos, perseguidos, explotados, martirizados por quienes debían cuidar de ellos y procurar su alegría..., ¡qué pecado, que acusación contra la civilización! Aunque no hay cómputo moral posible entre seres humanos y animales, sentimos como una ofensa zoológica que los responsables de tales perversiones puedan ser llamados "bestias". El otro día, uno de esos ministros de Batasuna que -gracias al reconocimiento que les ha otorgado hasta hace poco el Gobierno de Zapatero- suelen amonestarnos desde los medios de información cotidianamente dijo que un colega asesino se negaba a llevar la pulsera localizadora alternativa a la prisión porque "no era un perro". Es verdad: ¿qué perro ha hecho en el mundo jamás lo que ha hecho De Juana Chaos, y sobre todo lo que hacen a sus conciudadanos quienes le defienden, amparan y votan por los suyos? Robert Cunninghame Graham, aquel gaucho escocés que compuso uno de los libros más bellos sobre los españoles en América, Los caballos de la Conquista (y se lo dedicó a su corcelPampa), dice en uno de sus relatos: "Los teólogos, que han bendecido al hombre con el infierno, no han concedido ningún paraíso a las bestias, quizá porque la inocencia de sus vidas hubiera hecho que lo llenaran hasta el punto de no dejar sitio para que un solo hombre pudiera entrar". (Trece Historias, Ediciones Espuela de Plata).


En una posada de Epsom, cercana al hipódromo, hay un pozo y, ligada a ese pozo, una leyenda: la noche anterior al Derby aparece allí escrito con tiza blanca el nombre del ganador. Unos dicen que la profecía acierta siempre, otros que muchas veces, los más escépticos señalan que casi nunca. Este año, el nombre que apareció en el pozo fue precisamente Archipenko. ¡Qué maravilla, oh, nadie lo hubiera creído! Pues bien, otra profecía equivocada, como las de los economistas:Archipenko llegó precisamente el último, ni más ni menos. TampocoAnton Chekov, que fue entre los primeros casi toda la carrera, logró rematar con prestancia el último acto, y en cuanto a Mahler, sólo puedo decir que desafinó. De los ocho pupilos de O'Brien, fue sin duda Eagle Mountain el que se portó con más bravura, llegando desde atrás con un excelente aunque tardío remate a conquistar la segunda plaza. La primera, sin remedio ni competencia seria, fue para Authorized. Ganó con toda la autoridad que se le podía suponer y Lanfranco Dettori realizó una monta delicada, precisa y enérgica que me hizo recordar el añejo dictamen de Lester Piggott: "Un buen jinete es el que nunca pierde cuando monta el mejor caballo". En general, la gran mayoría de la afición disfrutó con el momento glorioso, porque Dettori es muy popular y escandalizaba un poco así, con tantos triunfos y sin Derby. En cambio, las agencias de apuestas, los bookies, lamentaron su triunfo porque fue su mayor pérdida económica en la historia de la carrera: por una vez, realmente, la casa paga y el cliente gana. Sobre todo uno de ellos, anónimo, que un par de horas antes del Derby se jugó medio millón de libras a la par aAuthorized y ciento veinte minutos más tarde se fue a su casa -pasada la angustia, supongo- con un millón de libras. Poco a poco, los demás también volvimos a casa. Los aficionados despechugados, las miladyscon pamela, los policemen severamente bonachones, las vendedoras de flores para el ojal, los turfistas sabios, tantas amables beodas sobre tacones altos, los agrupados japoneses, los mozos y preparadores, losjockeys... Todos llevaban una cinta amarilla. ¿Dónde estás, Madeleine? Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

El Derby de Pimpinela FERNANDO SAVATER 3 JUL 2006

Se me acercó en la Zarzuela por fin reconquistada uno de esos amigos de toda la vida a los que jamás hemos visto fuera del hipódromo (hay amigos de hipódromo, como los hay de trabajo, de aperitivo o supongo que de novena, y todos son buenos, porque siempre es buena cosa la amistad): "Oye, no será verdad eso de que no vas a volver al Derby". "Pues ya ves...". Insistió: "¡No fastidies! Si nunca me pierdo tu crónica...". Le miré despacio, mientras sacaba del bolsillo un papelito: "¿Debo entender que, a pesar de mi resolución en contra, me pides que vuelva a Epsom?". Se acobardó un poco: "Bueno, a mí me parece...". No le dejé que se fuera por las ramas y le exigí que firmara en la línea de puntos, lo que hizo con mano temblorosa. Suspiré aliviado. Una decisión irrevocable puede ser revocada por otra, siempre que sea no menos irrevocable. Hace un año decidí no volver al Derby, pues tenía establecido que me bastaba con los treinta ya vistos; pero añadí un codicilo a


mi acuerdo conmigo mismo: volvería a Epsom si diez personas neutrales y desinteresadas (los diez justos que salvarán al mundo, etc.) me lo pedían formalmente. Este amigo completaba la lista cuando ya concluía el plazo imprescindible para encargar a tiempo el billete de avión. De modo que ¡allá vamos, otra vez! Desde luego, admito que hay algo de injusto en que los aficionados al deporte duremos tanto y los grandes campeones tan poco. Aunque a veces su retiro puede ser literalmente regio. Es el caso del ganador del Derby del año pasado, Motivator. A finales de temporada tuvo que ser jubilado de las pistas por lesión y fue nada menos que la Reina quien lo compró para incorporarlo al establo real. Allí, en Sandringham, cumplirá sus apacibles y apasionados deberes como semental. Sin duda cada día verá la estatua de su antecesor Persimmon, que también ganó el Derby y el St. Leger hace ahora ciento diez años y tuvo una progenie verdaderamente excepcional. A Persimmon lo había criado el Príncipe de Gales, que luego fue Eduardo VII. Ya coronado, visitaba frecuentemente Sandringham y es fama que cuando pasaba junto al cercado de Persimmon ordenaba al chófer de su petardeante coche modelo 1900 rodar despacio, casi en punto muerto, para no perturbar el ocio genésico del gran semental. Cortesía entre príncipes... La vida de competición de un purasangre suele ser en conjunto tan breve que quienes los amamos vivimos fundamentalmente de recuerdos. Aquellos a quienes tanto admiramos han estado frente a nosotros en acción cinco o diez minutos (una buena carrera dura poco más de dos), y eso basta para que nos impongamos el deber de no olvidarles jamás. Rememorar sus gestas puede ser un nostálgico placer, aunque rara vez -salvo que participemos en un concurso o algo parecido- nos ofrecerá posibilidades tan rentables como aquellas de las que disfrutó el protagonista de Replay, un cuento del escritor norteamericano Ken Grinwood. La historia trata de un cuarentón arruinado que muere de infarto en 1988 y renace maravillosamente en 1963. Buena noticia: vuelve a tener dieciocho años; mala noticia: sólo guarda unos pocos dólares en el bolsillo y no sabe cómo multiplicarlos. ¡Ah, pero estamos a finales de abril! Faltan pocos días para que se corra el Derby de Kentucky. El renacido, que es -¡o fue!- aficionado al turf, intenta recordar quién ganó ese año la prueba. Repasa la lista de los participantes: No Robbery, Lemon Twist, Wild Card...Ninguno le convence. Un nombre se le hace muy conocido: ¡Never Bend! Pero no, le suena porque años después fue el padre del gran Mill Reef, no como ganador de ese Derby del 63. Sigue buscando y finalmente aparece... Chateangay. ¡Once a uno! No hay duda, es él. Mejor dicho: fue él... Le apuesta, asiste otra vez a la carrera brumosa en su memoria, gana su buen dividendo y con lo habido empieza una segunda vida. Ojalá tuviéramos la misma posibilidad tú y yo, lector. Pero ahora no toca obsesionarse con los derbis del pasado, sino disfrutar del ya inminente. Este año, el gran favorito para Epsom viene del otro lado del canal: es Visindar, un potro del Aga Khan entrenado en Francia que hasta ahora siempre ha ganado y hasta con ofensiva facilidad todos sus compromisos. Los que han asistido a sus sucesivas victorias y, aún más, quienes vieron sus galopes preparatorios aseguran que no puede perder. Contra este avasallador asalto francés, los ingleses confían en el héroe que siempre les asiste en estos peligros: Horatio Nelson. Cierto que este Nelson cuadrúpedo en realidad es irlandés y está entrenado en la hermosa isla por Adrian O'Brien, pero ha corrido habitualmente en Inglaterra y, además, un Nelson siempre suena a lo que tiene que sonar


en oídos británicos. Los propietarios de Horatio Nelson, señores Magnier y Tabor junto con diversos asocia dos, se han hecho últimamente partidarios de bautizar antropomórficamente a sus corceles: el pasado año ganaron el Coronation con Yeats, en éste conquistaron las Dos Mil Guineas con George Washington, tienen por ahí circulando a un James Joyce junto a un Ivan Denisovitch, y en el presente Derby -además del ilustre almirante- corren como segunda baza nada menos que a Dylan Thomas... También otro de los participantes tiene un nombre humanísimo y literario, aunque no pertenece a la escuadra de O'Brien. Me refiero a Sir Percy, éste sí inglés de pura cepa (criado en Old Suffolk y entrenado en Lambourn), que el año pasado logró derrotar por muy poco a Horatio Nelson y esta temporada llegó segundo en las Guineas detrás de Washington. Digo que su nombre es literario y me darán la razón -los aficionados a la literatura, claro está, los demás poca razón pueden dar o quitar a nadie- cuando les revele que su abuelo materno fue Blakeney, ganador del Derby de 1969. En el mundo de la imaginación aventurera, el aparentemente lánguido aristócrata inglés Sir Percy Blakeney ennobleció un seudónimo inmortal: ¡Pimpinela Escarlata! Con un puñado de compañeros, rescató de las garras del terror jacobino a una serie de víctimas de buena familia convenientemente inocentes en perpetua lucha con el malvado Chauvelin, a lo largo de nueve novelas que figuran entre lo más divertido e ingenioso que nunca se ha escrito en el género popular. Quien no las conozca se ha privado tontamente de una de las alegrías de esta perra vida. La autora de Pimpinela fue Emma Magdalena Rosalía Maria Josefa Bárbara Orczy (1865-1947), una baronesa húngara educada en Bruselas, París y Londres, que estudió arte, se casó con un pintor inglés y decidió aumentar los ingresos de su bohemia familia escribiendo relatos policíacos que compitieran con el abrumador Sherlock Holmes. Los protagonizaba Bill Owen, "el viejo en el rincón", un personaje genial que escuchaba los misterios narrados por los demás y los resolvía sin moverse de su asiento. Después, la Baronesa Orczy inventó a lady Molly Robertson Kirk, jefa del departamento femenino de Scotland Yard (¿) y la primera señora detective de que hay registro, dedicada a probar la inocencia de su marido (lo que nunca es fácil). Pero en 1905 pone en escena (literalmente: su primera aparición fue en una obra teatral) a sir Percy Blakeney, "Pimpinela escarlata". El éxito inmediato del personaje aumentó con sus novelas y, más tarde, con sus apariciones cinematográficas: antes que el hijo de Mark of Esteem y Percy'Lass ahora contendiente en el Derby, fueron también "Sir Percy" nada menos que Leslie Howard, James Mason y David Niven... Mientras cruzan la venerable pista de Epsom camino de la salida, dos cosas destacan en los participantes de la carrera máxima: la apostura rubia y delicadamente enérgica de Visindar junto al aire preocupado de Kieren Fallon, el jinete de Horatio Nelson. Algo no va bien con el tocayo del almirante, presiente oscuramente el jockey: pero el entrenador y el veterinario, desplazados hasta la salida, no observan nada concluyente y le dan el visto bueno. ¡Caramba, se trata del Derby! Por fin se abren los cajones y todos se lanzan a correr: ayer ya se perdió, mañana no importa, es ahora, ahora, cuando hay que demostrarlo todo... Los poetas primero: Dylan Thomas marca el paso durante


prácticamente todo el recorrido. Visindar y Horatio Nelson galopan juntos, bien situados en el centro del grupo. Ya en la recta final, el francés comienza su ataque; Horatio Nelson intenta seguirle pero de pronto da un respingo espectacular y se desploma con la mano derecha fracturada... ¡Sí, algo iba mal, muy mal! Sin embargo, tampoco será Visindar quien se imponga, porque al hermoso potro del Aga Khan le pesan demasiado los últimos doscientos metros. Parece que el propio Dylan Thomas logrará completar triunfador su recorrido en cabeza; le acosa de cerca Hala Bek, pero cuando se diría que va a rebasarle da un bandazo hacia fuera y pierde un par de metros preciosos; entonces es Dragon Dancer, que nunca ha ganado en toda su vida, sorpresa absoluta, quien asoma rematando incontenible... Luchan los tres cabeza con cabeza y resulta imposible aventurar pronóstico: faltan cincuenta metros. Entonces, por los palos, se cuela Sir Percy estirándose y peleando como un auténtico león... ¡Como aquella otra Pimpinela elusiva y fiera! Cruzan los cuatro la meta en lo que los ingleses llaman a blanket y los aficionados españoles, más exagerados, llamamos "un pañuelo". Al pronto no se sabe, pero pronto se sabe: ha ganado Sir Percy. Y yo he tenido que esperar treinta y un años para ver una llegada cerrada de cuatro caballos en el Derby... A lo lejos, en la pista ya vacía, queda Horatio Nelson vacilando sobre tres patas, sostenido por Fallon a quien mira con melancolía desesperada, como si estuviese en la cubierta gloriosa del "Victory" y quisiera decirle: "Kiss me!". Fue sacrificado menos de una hora después. De modo que he vuelto a Epsom, a fin de cuentas. ¿Por qué? Hannah Arendt escribió que "el hombre, aunque ha de morir, no viene al mundo para morir sino para comenzar". ¿Será eso? ¿Será de veras otro comienzo? Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

El Derby sin Guillermo FERNANDO SAVATER 15 JUN 2005

Le dije a Félix de Azúa: "El próximo junio iré a Epsom para ver mi Derby número treinta: consecutivos. Y será la primera vez que después no cene con Guillermo Cabrera Infante". Rápido como el humor o, aún más, como el propio Guillermo, Félix completó el lamento de la melancolía: "Treinta tristes Derbys...". No lo fueron los demás, desde luego, pero inevitablemente éste sí lo será. Mi primer Derby sin Guillermo... y el último también, si me atengo a lo que dije. El año pasado, después de cenar, comenté que el Derby número treinta sería el último: un número redondo para poner fin a un demasiado prolongado ritual hípico. En algún momento debemos empezar a interpretar la sinfonía de los adioses... "Pero... ¿por qué vas a dejarlo?", me preguntó Guillermo. No supe qué responderle. Tampoco habría podido contestar a quien indagase los motivos por los que me he obstinado en volver un año tras otro a Epsom, como si me fuera la vida en ello. Y en ello se me ha ido la vida. ¡Treinta años! La edad que hoy tiene mi hijo. Y mientras pasaban,


mis padres han muerto, los amores nacieron y se marchitaron, acabó la dictadura, por cada amigo perdido obtuve diez conocidos, me corrí juergas y libré batallas, aprendí que no hay peor derrota que imaginarse haber vencido. Todo cambió alrededor de mí y también dentro de casa. Sin embargo, contra el universal trastorno, entre agobios y disgustos, mantuve algunos compromisos: siempre comí y bebí a mis horas, nunca me salté voluntariamente la siesta y no me perdí ni un Derby. A mi modo, he defendido la causa del cosmos frente al caos... Pero ya es suficiente: treinta bastan. Como cada año, el Derby 2005 también empezó por ser un puñado de interrogantes: ¿lograría ganar por tercera vez consecutiva Kieren Fallon, hazaña que ni siquiera estuvo al alcance del gran Lester Piggott?, ¿se rompería el maleficio que impide al campeón Dettori añadir esta prueba reina a su abrumador palmarés, con victorias en todos los continentes? Sobre todo, lo que más preocupaba a los aficionados: ¿podría finalmente John Murtagh montar al favorito Motivator, a pesar de una inoportuna sanción que parecía condenarle a quedarse a pie precisamente en la gran jornada? Los amantes de la genealogía de los purasangres teníamos nuestra propia intriga, la cual nos remontaba al año 2000. Esa temporada conoció la hegemonía de dos grandes campeones que, cada uno por su lado, conquistaron de manera impresionante las pruebas más destacadas: Montjeu y Dubai Millenium.Fueron dos de los protagonistas de mi libro A caballo entre milenios.Cierro los ojos y veo al altivo Montjeu, que siempre corría con la cabeza alta y las orejas erguidas, distanciándose de sus rivales en Ascot sin aparente esfuerzo como un noble entre plebeyos; y en la cálida noche de Nad al Sheba, junto al golfo Pérsico, rememoro a Dubai Milleniumganando de punta a punta a competidores llegados de todos los países, mientras los dubaitíes vestidos con blancas chilabas le vitoreaban incansables. La supremacía de cada uno de ellos tenía partidarios entusiastas, pero nunca llegaron a enfrentarse y a final del dos mil ambos fueron retirados para cumplir su grato deber de sementales.Dubai Millenium murió muy poco después, víctima de una plaga contra la que nada pudieron los esfuerzos millonarios del jeque que lo idolatraba. Dejó sólo un puñado de hijos y uno de ellos, Dubawi, participa en el Derby montado por Dettori: no habrá otro ya en la gran carrera para recordar el nombre de su padre. De Montjeu, convertido en el más cotizado de los jóvenes padrillos, corren dos hijos, los primeros que llegan a Epsom: el propio Motivator y Walk in the Park. De modo que es como si el aplazado duelo entre los dos magníficos fuera a tener lugar en cierto modo por intermedio de sus descendientes... El sábado del Derby, la tarde de Epsom adopta un clima modelo irlandés, quizá como homenaje meteorológico a esa tierra hípica entre todas: una sonrisa celestial soleada y casi calurosa, luego una brusca ducha de lluvia inopinada, más solecito para que los bobos se quiten la gabardina, otra racha húmeda de frescura criminal y así alternando. Desde mi asiento en las alturas de la tribuna, lanzo sobre las verdes ondulaciones abigarradas por leyendas y gentío la habitual mirada de saludo amoroso. Sigue siendo un lugar magnífico y una ocasión sublime, pero en tres décadas no faltan los cambios. Por supuesto, hace pocos años apareció la mole cristalina y algo esnob del Queen's Stand, que ahora contiene la mayor concentración de pamelas y chisteras que puede verse en este por otra parte tan mesocrático recinto deportivo. Pero para mí lo más llamativo no es un añadido, sino una ausencia: la del gesticulante telégrafo con que los boomakers se transmitían las cotizaciones de cada caballo según un código ancestral, rubricado por voces no menos crípticas que me recordaban las de los apostadores en los frontones


vascos y que para mí constituían la banda sonora de Epsom. Los teléfonos móviles y los paneles electrónicos han acabado con aquel sistema de comunicación vistoso y primitivo: hoy los bookiesdesempeñan su cometido con el mismo pintoresquismo que cabe esperar de una sucursal bancaria... Vemos desfilar ante las tribunas a los contendientes, buscando entre ellos la sorpresa que haya escapado a los pronosticadores. A mi juicio, siempre viciado por caprichos romanticoides, podría ser Kong, al que vi ganar una prueba preparatoria en Lingfield. ¿Acaso no espero con ansia a que llegue el próximo diciembre la película con que Peter Jackson revivirá al gorila de mi corazón? Para mí, todo Kong es King... Y precisamente Gipsy King se llama el hermoso potro con el que Kieren Fallon intentará su personal triplete de Derbys. ¡Con qué elegante garbo camina ese gitano de sangre azul! No falta tampoco el toque de augurio misterioso: un periodista del Times asegura haber soñado ayer con la tarde que ahora vivimos. En su sueño, vio llegar a la reina vestida de verde Nilo y luego asistió al triunfo de Oratorio. Busco con los gemelos a Elisabeth Regina y, en efecto, va vestida de verde, aunque no sé si es un verde Nilo o un simple verde lechuga. ¿Basta el verde regio, cualquiera que sea su matiz, para garantizar que Oratorio acabará esta tarde en un "aleluya"? Mi ignorancia del mundo de la moda me impide no sólo disfrutar de las bodas principescas, sino hasta aprovechar en el hipódromo los soplos del oráculo... Pronto salimos de dudas. Reunido gracias a la benevolencia de los árbitros con su habitual jinete Murtagh, Motivator se destaca a media recta sobre sus rivales y se va a ganar con tranco potente y fácil, erguidala cabeza orgullosa al estilo de su padre, el campeón Montjeu.Su hermano Walk in the Park remata para el segundo puesto, arrebatándoselo de finales a Dubawi. Dos de dos, el semental puede estar satisfecho allá en Kentucky... y aún más sus dueños. Por cierto, la victoria de Motivator también hace felices a otros muchos, porque el triunfador tiene nada menos que doscientos treinta propietarios (entre ellos, el músico Lloyd-Webber), que componen el consorcio The Royal Ascot Racing Club. Como suele decirse en la lotería, este año el primer premio ha estado muy repartido... En el recinto de ganadores sólo dejan entrar a doce de ellos para fotografiarse con su atleta, sudoroso y confiado: "Esperad, que lo mejor está aún por venir... soy muy joven", parece asegurarles. En De vita beata previene Séneca contra el excesivo dolor por la muerte de un amigo. Debemos recordar como consuelo el regalo imperecedero de la amistad, no el natural incidente de su desaparición física. Insiste Séneca en que no resulta aconsejable esquivar el dolor "por medio de deportes o entretenimientos", sino que es preciso vencerlo cara a cara. "¿En qué nos mejora la experiencia de la vida, si no nos enseña a padecer?". Llevo tiempo y más tiempo leyendo a Séneca: le doy en casi todo la razón, pero soy incapaz de portarme según sus enseñanzas. Guillermo, hoy no cenaremos en la Bombay Brasserie juntos. Ni te pregunto a dónde fueron estos treinta años, porque sé lo que vas a decirme: puro humo. Buenas noches, pues, amigo mío. Adiós, Epsom. Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.


El Derby del infierno y de la gloria FERNANDO SAVATER 15 JUN 2004

El 7 de junio de 1944 fue el día D: Derby Day. La prueba se disputó en Newmarket, como en los cuatro años anteriores, porque Epsom estaba demasiado cerca del Londres sometido a los bombardeos alemanes. Compitieron 20 participantes y resultó ganador Ocean Swell, montado por Bill Newett, entrenado por Jack Jarvis y propiedad de uno de los pilares de la Cámara de los Lores, lord Rosebery. Veinticuatro horas antes también fue el día D, la jornada heroica del desembarco en Normandía, aunque entonces el público aún no sabía con total certeza que había comenzado el último acto de la gran tragedia europea. Sesenta años más tarde casi nadie recuerda ya a Ocean Swell -cuyo nombre habría podido servir también de rótulo a la operación militar del día anterior-, aunque fuese el único caballo del siglo que ganó el Derby y la Copa de Oro de Ascot en temporadas sucesivas. Pero nada de extraño tiene este olvido menor, cuando hay ahora quien pretende borrar de la memoria histórica lo decisivo de la contribución norteamericana al rescate de las democracias europeas, cuestionando la importancia bélica del desembarco o el calculador "desinterés" de los aliados del otro lado del Atlántico. Por lo que dicen, los europeos ya habíamos hecho todo el trabajo sin necesidad de su ayuda y pagamos demasiado por ella: claro, como en España, donde no desembarcó nadie y así nos fue... Pero en fin, si manipulan el recuerdo de lo que pasó hace tres meses mal van a respetar el de lo que ocurrió hace sesenta años. Son siempre los mismos. El entrenador de Ocean Swell, Jack Jarvis, había ganado ya antes otra vez el Derby y todas las restantes carreras clásicas inglesas. Al final de su larga ejecutoria admitía melancólico: "Mi único gran fracaso como entrenador es que nunca convertí a Lester Piggott en un gentleman".Precisamente en 2004 se ha cumplido el medio siglo de la primera de las nueve victorias de Lester en el Derby: por entonces aún no tenía veinte años y montaba un hermoso caballo castaño con una larga mancha blanca en la cara que llevaba un nombre inolvidable, Never Say Die. El lema luciferino de los que nunca retroceden. Ahora, ya jubilado, acaba de publicar un libro que ciertamente le han escrito y en el que cuenta sus intervenciones en la gran carrera, ilustrado con abundantes y notables fotografías. Lo está firmando aquí, en Epsom, esta misma tarde, en un puestecillo perfumado por la fritanga de los hot-dogs,rodeado por el bullicio de los bebedores de cerveza. Atiende a la cola de sus fieles con una resignación algo ausente, sin responder a los comentarios de nadie, porque su sordera se lo dificulta, pero aventurando de vez en cuando una tímida sonrisa. Tiene 68 años. Con el pelo aún abundante completamente blanco, gafas oscuras y traje príncipe de Gales, parece un correcto abuelete, aquí, en el hipódromo que fue un día su reino. Pero era el más grande de todos, soy testigo: y los pulsos se aceleraban y las gargantas enronquecían con el fiero"Come on, Lester!" cuando le divisábamos surgiendo entre todos, contra todos, en la recta final. Ahora le queda el mediocre consuelo de las relaciones públicas. En efecto, como lamentaba Jarvis, Lester no llegó nunca a ser un caballero, sólo fue un centauro. Siempre tuvo fama de bad boy: poco escrupuloso para conseguir montas o para


ganar carreras (llegó a robarle a otro jinete la fusta en plena recta final), encarcelado más de un año por evasión de impuestos, frecuentemente sancionado... Lo más parecido que tenemos hoy, en genio y figura, es el irlandés Kieren Fallon, al que un entrenador despidió por encontrarle en la ducha con su mujer y que ahora mismo está sometido a investigación del Jockey Club por relacionarse con corredores de apuestas de mala reputación. Pero Fallon monta como los ángeles (como los ángeles caídos, claro, o sea como un demonio), y su victoria el año pasado en el Derby sobre el discreto Kris Kin fue lo más parecido que jamás he visto a un poema galopante. Este año pilota en la gran carrera a North Light y vuelve a ser favorito. Aunque nosotros, la mayoría de los aficionados que volvemos una y otra vez a estas colinas de Epsom, quisiéramos ver triunfar hoy a alguien como Lanfranco Dettori, que tiene un talento y -como está de moda- un talante muy distinto al de los anteriores. Es un genio alegre, expansivo, circense, bonachón, luminoso. Tan optimista que quienes compiten junto a él dicen haberle escuchado animarse a sí mismo a gritos en plena carrera: "Come on me!". Ha ganado todos los grandes premios imaginables en Inglaterra, en Francia, en Japón... todos menos el Derby, que es el que cuenta. Pero por fin este año parece que tiene una primera posibilidad, y su victoria sería sin duda inmensamente popular, rematada por su célebre salto desde la montura al suelo que nunca falta cuando descabalga tras un gran premio. Snow Ridge, el caballo que monta Dettori, pertenece a una de las cuadras de los jeques Maktoum de Dubai, distinguida familia que ya guarda varios trofeos del Derby en sus alacenas. Cuando en 1907 triunfó en la prueba Orby, el primer caballo entrenado en Irlanda que consiguió la hazaña, una viejecita le comentó al coronel McCabe, su preparador: "Gracias a Dios y a usted he vivido para ver a un caballo católico ganar el Derby". Bueno, pues Snow Ridge no sería el primer caballo musulmán en lograrlo. Pero se queda con las ganas, a pesar de los esfuerzos del buen Lanfranco, porque le falta aliento para rematar briosamente la prueba. No hay remedio, vuelve a ser Kieren Fallon el triunfador, tras otro espléndido despliegue de maestría: ¿se atreverá ahora el Jockey Club a quitarle la licencia por sus turbios devaneos? El primer clasificado, North Light; el segundo, Rule of Law, y el tercero,Let The Lion Roar (¡qué precioso nombre, merecedor de los mayores triunfos!), llegaron también en ese mismo orden en el Dante Stakes de York, una de las más acreditadas pruebas preparatorias para el Derby. El Dante que da nombre a esa carrera no es el poeta florentino, claro, sino aquel Dante que ganó el Derby de 1945, el último que se corrió en Newmarket antes de la victoria sobre las fuerzas del Eje. Pero también en la Divina Comedia se habla de infierno y gloria, como en la guerra o en la competición hípica. Y sea en un desembarco o en una carrera, hacia el fuego o el paraíso, hacia el olvido o la eternidad, el momento supremo es aquel en el que se da la señal de partida: "Go!". Vamos y, si hay suerte, volveremos. Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.


El Derby de Maigret FERNANDO SAVATER 16 JUN 2003

Con el pretexto de que este año es el centenario de Georges Simenon, el comisario Maigret se ha empeñado en venirse conmigo al Derby de Epsom. "Estoy harto de celebraciones y simposios -me dice-. Además, así podré protegerle". Agradezco su buena intención, pero la verdad es que no temo atentados etarras en las onduladas praderas de Surrey. Sin embargo, él zanja la cuestión con tono algo misterioso: "Nunca se sabe". Ante todo, le mueve una teoría que pretende demostrarme más allá de cualquier duda razonable (no olvidemos que es francés): las tareas del detective y del apostante tienen mucho en común. Según me explica, en ambos casos hay que acumular pistas, recoger indicios y finalmente llegar a una conclusión con datos insuficientes. "Es decir -aclara- hay que buscar argumentos a favor de una corazonada". La diferencia es que el detective busca al responsable de una fechoría pasada y el apostante pretende adivinar quién protagonizará un éxito venidero. "Que viene a ser lo mismo", concluye. No me convence por completo, pero le admiro demasiado para llevarle en voz alta la contraria. El día del viaje Maigret se presenta envuelto en una gruesa gabardina, más bien gabán, y fumando su pipa. Me permito hacerle una tenue broma sobre esta última y la sombra de Sherlock Holmes que va a acompañarnos en cuanto pisemos Londres, reprochándole usar una pipa recta en lugar de una cachimba como el hombre de Baker Street. Descarta plácidamente mi objeción: "No se crea esas leyendas. Holmes fumaba casi siempre cigarrillos o cigarros y su pipa habitual era tan recta como la mía. La cachimba la impuso el actor americano William Gillette, que popularizó al detective en los escenarios e inventó buena parte del uniforme con el que hoy se le caracteriza. Gillette se dio cuenta de que en el teatro nadie puede hablar con una pipa recta en la boca, pero en cambio es posible hacerlo con una curva. Voilà, c'est tout!". Y resopla con un poquitín de sorna. Mientras vamos camino de Tottenham Corner, Maigret sigue cultivando su ánimo didáctico. "¿Sabía usted que Epsom es un nombre romano?". Le confieso que desde luego no me lo parece. "Pues no se fíe usted de las apariencias", me aconseja, antes de aclararme el modesto enigma. Las calzadas y monumentos romanos solían ir acompañados de una piedra miliar que perpetuaba el nombre de la autoridad reinante cuando la obra fue inaugurada. Tras dicho nombre escribían "Princeps O. M. (optimus maximum). En Surrey hallaron hace siglos una de esa piedras conmemorativas, de las que estaba todo borrado salvo las últimas letras: eps...OM. Y de ahí proviene el nombre del aristocrático balneario, luego convertido en hipódromo. Mi maestro concluye, retozón: "Los habitantes del antiguo Surrey también se fiaron de las apariencias... ¡como suele hacer usted!". Pero cuando ya estamos en el campo de carreras, el engañado por las apariencias parece ser Maigret. Al ver en el paddock una larga fila de jinetes que espera turno para estrechar reverentemente la mano de un anciano que se apoya con temblorosa gallardía en la silla de ruedas que acaba de abandonar, me susurra: "El típico ritual mafioso: la reverencia sumisa ante el Padrino". Me apresuro a sacarle de su error, aclarando que el venerable caballero es el gran jinete australiano Scobie Breasley, quien a sus ochenta y nueve años resulta sin duda el decano de cuantos afortunados han cruzado la meta de Epsom sobre el


ganador. Fue un artista prudente y calculador, nada exhibicionista: cuando conquistó el Derby de 1964 con Santa Claus, lo hizo de modo tan medido que el propietario no volvió a dejarle montar al caballo, convencido de que había estado a punto de perder por descuido... Hace veinte años que no volvía a Inglaterra y ahora, antes de la gran carrera en que él triunfó dos veces, los veinte jockeys que montan en ella le rinden tributo de admiración. "Mire -le indico a Maigret-, el que le saluda ahora es John Murtagh, ganador del Derby del año pasado. Si lograse vencer hoy con Alamshar, el caballo del Aga Khan, haría un doblete digno de Lester Piggott. Y ése es Mike Kinane, que monta al favorito,Brian Boru, entrenado por Aidan O'Brien, el mismo que ha preparado a los dos últimos vencedores de la prueba: si se apunta el tercero establece un récord memorable. Para conseguirlo tiene nada menos que cuatro caballos en liza: otro de ellos, The Great Gatsby, va montado por Pat Eddery, al que tengo especial cariño porque triunfó en 'mi' primer Derby hace ventiocho años y que padece casi mi misma edad..., lo que multiplica su mérito a mis ojos. Ahora le llega el turno a otro Pat, el campeón irlandés Smullen, que montará al ganador de las Dos Mil Guineas, Refuse To Bend, también favorito, pero de cuya aptitud a esta distancia cabe dudar.Y ahí está Kieran Fallon, el mejor heredero de Piggott hasta en su fama algo levantisca y sulfurosa, que conducirá aKris Kin, matriculado en el Derby casi por sorpresa hace sólo diez días...". Maigret gruñe que por lo visto en la carrera no hay más que irlandeses. "Qué quiere usted -acepto-, los mejores jinetes suelen ser irlandeses lo mismo que los mejores toreros suelen ser andaluces. Pero ese que llega ahora y que no sólo estrecha la mano de Breasley, sino que le da un abrazo espectacular, es italiano y el número uno mundial: Lanfranco Dettori. Ha ganado todas las carreras importantes en todos los continentes... menos el Derby de Epsom, y no creo que hoy con Graikossu suerte vaya a cambiar". Maigret mastica su pipa con cierta ironía: "Irlandeses, italianos... ¿está usted seguro de que esto no tiene nada que ver con ninguna mafia?". Algo molesto por esta incorrección política, le señalo que también participa un jinete belga. "Es Cristophe Soumillon, el más joven de la partida, que a sus veintidós añitos ya ha ganado dos veces el Jockey Club francés. Hoy se estrena en Epsom y monta aAlberto Giacometti, otro de los O'Brien bien considerados por los expertos". Noto al comisario algo incómodo: "¿Belga? En fin, los belgas, yo... figúrese, hum". Y sigue con los ojos fijos ahora en los caballos que giran lentamente ante nosotros, como ofreciéndose. Le pregunto por cuál piensa apostar y no responde. De pronto, saca un cuadernito del bolsillo, anota algo en él, corta la hoja y me la entrega, cuidadosamente doblada."Lea ese nombre después de la carrera", me ordena. Siento una punzada de emoción al guardar el papelito, porque recuerdo haber leído que es el método que utilizó para descubrir al asesino durante una vista judicial a la que asistió como simple espectador en su única visita al Far West. Y luego tiene lugar la hermosa carrera, que retorna cada año con la belleza inmaculada de la aurora. Desde los primeros metros, toma la cabeza The Great Gatsby, seguido de cerca por Refuse to Bend y Brian Boru, marcando un paso muy vivo. En la curva de Tottenham veo que Fallon lleva a Kris Kin en la posición clásica de Piggott, pegado a la cerca y en sexta o séptima posición. En la recta final Refuse to Bendcede a la distancia, así como Brian Boru, pero el gran Gatsby continúa valientemente en cabeza, sostenido con insólita energía por el veterano Eddery. Ni que decir tiene que me desgañito animándole, con solidaridad generacional: "Go on, Pat!". Sin embargo, en los últimos metros avanza


irresistible Kris Kin y es Fallon quien gana por un cuerpo. A pesar de su fuerte remate, Alamshar tiene que resignarse al tercer puesto, a una cabeza del tenaz Gatsby. Después, ronco y deshecho como siempre de emoción, me vuelvo hacia el impasible Maigret, que me urge a que lea su profecía. Desdoblo tembloroso el papel y leo: "Refuse to Bend". Sin poderlo evitar lanzo una cierta mirada decepcionada a mi amigo, que la sostiene encogiéndose de hombros y refunfuñando: "Me gustó ese nombre". No tengo inconveniente en inclinarme, de nuevo admirado, ante la sabiduría del maestro. Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

El Derby de Harry Potter FERNANDO SAVATER 30 JUN 2002

A finales de mayo, pocas semanas antes de que se corriese el Derby de Epsom de este año en que se conmemoran los 50 de la coronación de Isabel II como reina de Inglaterra, falleció el mayor Dick Hern. Fue sin duda uno de los más notables entrenadores ingleses del siglo XX, que entre sus pupilos tuvo al ya mítico Brigadier Gerard y a tres vencedores en el Derby. También se encargó durante muchos años de entrenar a los caballos de la reina y le proporcionó la última victoria clásica de sus colores con Dumferline en el Oaks de 1977. Desde que era princesa, Isabel fue una apasionada de los purasangres y de las carreras... quizá su más auténtica afición personal, no heredada con el rango como la espléndida colección de vedutas venecianas de Francesco Guardi o la jardinería palaciega. Desde luego entiende más de caballos que de literatura, si es cierta la maliciosa anécdota de que, siendo joven, al oír en una conversación el nombre de Dante pensó de inmediato en el hijo de Nearco ganador del Derby en 1940, no en el autor de la Comedia. El año de su coronación, hace medio siglo, estuvo por primera y última vez a punto de conseguir también el Derby con su potro Aureole. Pero esa vez el regalo de Epsom no fue para la recién llegada al trono, sino para un veterano que se despedía de los hipódromos: Gordon Richards, el pequeño gran jinete que lo había ganado ya todo menos la carrera famosa y que con más de cincuenta años la consiguió por fin en esa ocasión con Pinza, pocos meses antes de retirarse. Aureole quedó segundo, pero se desquitó al año siguiente ganando el premio Coronation de Epsom, cuando se cumplía el primer aniversario de la de su propietaria. Ese día la joven reina rompió el protocolo y corrió a través de la pista para abrazarse al cuello de su campeón cuando regresaba victorioso... Pero con el mayor Dick Hern, en cambio, no se portó bien. Tras muchos años de fieles servicios, Hern sufrió una caída de caballo durante una partida de caza y quedó tetrapléjico. Luchando con denuedo contra la adversidad decidió seguir entrenando, pero la reina prefirió, tras unos meses, prescindir de sus servicios, se supone que por mal consejo de su administrador lord Carnarvon (nieto del mecenas que apadrinó al egiptólogo Howard Carter y que mereció por ello la maldición de Tutankhamon). Fue un gesto feo y erróneo, porque Dick Hern -desde su silla de ruedas- aún consiguió después otro Derby con Nashwan, junto a varias pruebas clásicas más. El funeral del mayor, en la iglesia de la pequeña localidad rural donde vivía su jubilación, reunió a todas las personalidades hípicas del último medio siglo, jinetes, entrenadores, comentaristas, propietarios, Lester Piggott y Willie Carson junto a John Dunlop o Peter O'Sullevan. También estuvo John


Reid, que tantas veces ganó en hipódromos españoles y que acaba de retirarse, cuya hija adolescente cantó en la ceremonia fúnebre. Fue algo así como las bodas de Cadmo y Armonía, en donde se encontraron por última vez todos los viejos dioses. Como tantos otros aficionados agradecidos no pude estar presente, pero tampoco creo haber estado ausente del todo. El gran favorito para el Derby de este año es Hawk Wing, un potro extraordinariamente guapo que llegó segundo a un cuello en las Dos Mil Guineas, dando la impresión de necesitar algo más de distancia. Se considera su mayor rival a High Chaparral (coetáneos ¿recordáis la serie televisiva de ese nombre, protagonizada por Leif Ericson?), otro buen mozo, hermano además del ganador del año pasado Galileo. Pero lo curioso es que ambos candidatos pertenecen al mismo consorcio Tabor-Magnier y los dos están preparados en Irlanda por Aidan O'Brien, que en pocos años se ha convertido en el mago supremo de los entrenadores europeos. Insisto intencionadamente en lo de 'mago': a sus treinta y dos años, con su cara aniñada y sus gafitas de empollón, tiene un sorprendente parecido con el Harry Potter cinematográfico, que algunos diarios subrayan poniendo juntas sus fotografías. Por cierto, en estos días puede visitarse en la National Portrait Gallery londinense una exposición titulada 'De Beatriz Potter a Harry Potter', dedicada a retratos de quienes escribieron para niños y adolescentes, benditos sean. Contra el mago irlandés y sus pupilos se alza la coalición poderosa de los jeques dubaitíes, que cuando andan faltos de buenos caballos para una carrera importante compran los de sus adversarios. En este Derby hay nada menos que cinco contendientes de la familia Maktoum, dos de ellos pescados hace un par de semanas para la gran ocasión: Naheef, Moon Ballad, Tholjanah, Bardari y Fight Your Corner. El resto de los 12 contendientes cuenta menos, salvo quizá Coshocton, nieto de otro ganador de Derby -Roberto- e incansable galopador en cabeza ante los ojos del Señor. La lluvia de los días anteriores había reblandecido la pista de Epsom, disminuyendo las posibilidades del favorito. Tomaron el mando de la carrera Moon Ballad (ganador del Dante Stakes de York, una prueba nombrada en recuerdo del caballo que despista a la reina sobre cuestiones literarias) y Coshocton, los cuales condujeron hasta bien entrada la recta final. Entonces, magníficos, se dispararon hacia la metaHigh Chaparral y Hawk Wing, que la cruzaron por este orden luchando entre ellos y a más de 12 largos del siguiente contrincante. El hechizo del brujo de Tipperary funcionó como los mejores de Albus Dumbledore... Pero siempre aparece también el lado oscuro, trágico, de la fuerza: pocos metros antes de cruzar la meta en un honroso cuarto puesto, el bravo Coshocton dio un traspiés y cayó de bruces, con una pata fracturada. Quedó en tierra, con los flancos jadeantes y la extremidad quebrada en un ángulo inverosímil, junto a su jinete Philip Robinson, que sufrió una fuerte conmoción. Después, mientras High Chaparral recibía en la pista los agasajos del triunfo, a pocos metros un cuadrilátero improvisado de telones de plástico negro ocultaba el final de Coshocton, acelerado piadosamente por los veterinarios. No le compadezcamos demasiado, porque murió jovencísimo, en el esfuerzo hacia la gloria, herido en sus pies ligeros, sin hijos, sin mañana: compartió el destino de Aquiles. Ya se marcha la reina, en el nuevo cochazo regalado obligatoriamente por sus súbditos. ¡Un Derby más! Como he visto tantas grandes carreras junto a esta señora, no puedo evitar sentir cierto turbio afecto hacia ella, algo así como compañerismo. No simpatizo con


la portadora de la arcaica corona, claro está, ni con la acaudalada propietaria que evita los impuestos sucesorios y privilegia con donaciones inmobiliarias a los parientes, ni con la avinagrada matrona de una familia especialmente fastidiosa, sino con la remota niña de hace medio siglo: con la jovencita desgarbada que, para escándalo de los mayordomos, corrió sobre el pasto refulgente de Epsom con el sombrero torcido y perdiendo un zapato hasta abrazar el ancho cuello sudoroso de su fielAureole. ¡Adiós, Cenicienta! ¡Lástima que ningún plebeyo valiente encontrase entonces el escarpín extraviado en la hierba y fuese a buscarte a las sombras de palacio, para rescatarte de las largas ceremonias bostezantes, de las joyas ensangrentadas y del horror de reinar! Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Complutense.

El derby de cielos y tierra FERNANDO SAVATER Madrid 22 JUN 2001

Frente al Palacio Real de Madrid hay una hermosa estatua ecuestre de Felipe IV, última obra del escultor Pietro Tacca, a partir de un diseño de Velázquez. El caballo está alzado sobre sus patas traseras, lo cual no es infrecuente en representaciones semejantes, pero tiene una característica nueva: por primera vez en una pieza de ese tamaño la cola del animal no llega hasta el suelo, formando el habitual 'trípode' que sostiene la figura. Los cálculos para lograr tal equilibrio se los facilitó a Tacca un amigo científico, bastante polémico, llamado Galileo Galilei. Me resulta casi inevitable recordar esa colaboración hípica al enterarme de que uno de los favoritos para el Derby de Epsom de este año se llama precisamente Galileo. Pero no es el único candidato al triunfo, ni mucho menos. Ahí tenemos también a Golan, por ejemplo, notable ganador de las Dos Mil Guineas viniendo desde atrás, lo que indica preferencia por la mayor distancia que va a encontrar en Epsom. Y su compañero de entrenamiento Dilsaam, al que yo acabo de ver en York triunfar en el Dante, la más recomendable preparatoria para el Derby. O Perfect Sunday, que viene de triunfar convenciendo en Lingfield, por no mencionar a Tobougg, un fracaso en las Guineas pero vencedor a dos años de los más difíciles compromisos. De nuevo un Derby gloriosamente abierto, con mucho de bueno donde elegir... lo que no siempre es el caso. Optar entre Tony Blair y Hague, por ejemplo, no es una propuesta demasiado exaltante. Los británicos tuvieron que afrontarla justamente veinticuatro horas antes de correrse en Epsom el Oaks y cuarenta y ocho antes del Derby, con cívica resignación. Imagino sin dificultad la impaciencia de la propia Reina, que veía comprometida su asistencia a Epsom el viernes -donde tras muchos años de secano tenía por fin una yegua, Flight of Fancy, favorita en el Oaks- por culpa del deber protocolario de recibir en Palacio al previsible triunfador en los bostezantes comicios. Finalmente Isabel pudo estar en el hipódromo a tiempo para ver cómo Flight of Fancy llegaba segunda tras una monta poco afortunada, pero los nervios que debió pasar la buena señora entre lo uno y lo otro no se los deseo a nadie. Para compensar tanta zozobra, la primera providencia del reelegido Tony Blair será subirse sustanciosamente el sueldo... Mientras, en el referéndum de Irlanda, la mayoría ha optado por rechazar el tratado de Niza y obstaculizar así la ampliación consolidada de la Unión Europea. Sin duda los irlandeses -cuya curiosa ocupación predominante es (Borges dixit) dedicarse a ser incesantemente irlandeses- son


buenos patriotas, lo cual confirma aquel aforismo de Ramon Eder donde señala que 'para ser un buen europeo hay que ser un mal patriota y, algún día, para ser un buen ciudadano del mundo habrá que ser un mal europeo' (Hablando en plata). De modo que hoy mi héroe incorrectamente político preferido es ese secretario japonés que saqueó durante meses los fondos reservados del primer ministro y se gastó el botín en veinte caballos de carreras, a los que puso los nombres de sus diversas amantes. Como tenía más caballos que amantes, a los restantes les llamó con nombres de flores. Ese gran aficionado ya está en la cárcel, sin duda merecidamente, pero que conste que lo que cometió no fue sólo un desfalco, sino también unhaiku... En esta época apasionada por la genética que vivimos abundan los estudiosos a quienes fascina escudriñar la genealogía de los caballos de carreras. Después de todo, se trata de los únicos animales cuya filiación puede rastrearse individuo por individuo hasta el siglo diecisiete, con minucioso control de cada una de las características físicas y deportivas de todos los miembros de su linaje. ¿Es posible cuantificar con exactitud la influencia genética determinante en un ejemplar concreto? Hasta ahora, la cría de purasangres se resiste a la precisión científica. Ni siquiera el viejo dictamen de que 'para conseguir lo mejor hay que cruzar al mejor con la mejor' cumple siempre su verdad de perogrullo. A veces los criados en la púrpura muestran a la hora de la verdad flaquezas inexplicables. Tomemos, por ejemplo, el caso del propio Galileo: su origen es académicamente insuperable, por ser hijo del campeón de los sementales vivos -Sadler Wells- y de Urban Sea, la brava luchadora a la que yo vi ganar hace años el premio Arco del Triunfo, batiendo a los mejores de aquellos días. El palmarés como progenitor de Sadler Wells es apabullante: cuarenta y cinco de sus hijos han ganado carreras de grupo primero y del populoso resto raro es el retoño que no ha despuntado al menos una vez en la pista. En el Oaks de este año, las tres primeras yeguas clasificadas -incluyendo por supuesto la de la reina Isabel- son hijas suyas... lo nunca visto. Y cinco de sus hijos se han clasificado segundos durante la última década en el Derby. Sí, pero sólo 'segundos': porque, hasta hoy (¡fatalidad misteriosa!), la única carrera importante que ningún hijo de Sadler Wellsha logrado ganar jamás es precisamente el Derby de Epsom. El guasón de Borges decía cada año que no concederle el premio Nobel se había convertido en 'una tradición escandinava'; pues bien, también parece ser ya una tradición turfística que año tras año los hijos de Sadler Wellsse queden sólo 'a punto de...' en el Derby. ¿No sería paradójico que al joven Galileo -sólo ha corrido tres veces, ganando siempre- vaya a perjudicarle por causas supersticiosas en esta ocasión cimera tener un padre demasiado ilustre, pero gafado? Desde luego, la genética científica se indigna ante la mera suposición. Este año, la asistencia de público en Epsom parece haber aumentado bastante. A los más veteranos casi nos parece que la multitud entusiasta se aproxima en número a las de hace dos décadas, cuando aún las comodidades de lo virtual no propiciaban que la gente disfrutase las emociones hípicas sin moverse de casa. Hoy la novedad es que los turfistas vamos y venimos pasando de vez en cuando sobre unas alfombrillas empapadas en algún mejunje que purifica nuestros zapatos del contagio con la plaga aftosa. Por lo demás, recuperamos lo mejor del pasado: tiembla otra vez el aire hasta lo alto del impasible cielo y vibra la tierra hormigueante, comprometida con el trepidar agonista de los veloces. Eppur se muove...! Un minuto antes de que los participantes del derby tomen la salida se incendia aparatosamente un chiringuito de fish & chips situado en el centro del hipódromo.


La humareda es imponente, mientras empleados y bomberos tratan de sofocarlo y el gentío se distrae por un instante de lo que está a punto de ocurrir en la pista. Pero ya están corriendo al fin los doce de la fama y, Estado, etcétera. Pero no era el señor Cortés el objeto de mi texto, quepro memoria me permitiré resumir en tres puntos: 1. 'La-tinoamericano' no es una denominación despectiva. 2. No fue en modo alguno un invento estadounidense, sino de intelectuales suramericanos de mediados del siglo XIX. 3. Así es como se llaman a sí mismos los nacidos al sur del río Bravo. Elude Martínez Alés estas cuestiones porque teme -según dice- que 'cualquier argumentación en contrario sería una batalla perdida'. Tras esta renuncia, alcanza a hilvanar cinco párrafos con argumentos institucionales sobre los que puede tener razón, pero no contra mí. Veamos: la Conferencia Iberoamericana se llama así porque reúne a países americanos junto a dos naciones ibéricas; lo que no implica que los primeros (ni, desde luego, España y Portugal) como tampoco sus habitantes, sean per se 'iberoamericanos'. El segundo ejemplo alude al Grupo Interamericano de Editores; está claro que el adjetivo califica al grupo, no a los editores como personas ni a sus empresas. Por mi parte, nada tengo que objetar a los títulos de las antologías que cita mi contradictor. Sólo que en ellos el adjetivo 'hispanoamericano' indica que se trata de autores americanos que escriben en lengua española, sean o no de raíces hispánicas (y algunos no lo son en la recopilación de Oviedo). Adjetivar la literatura puede no servir como apelativo para quienes la escriben. Por último, recuerda Martínez Alés que en México 'hispanidad sigue siendo un término bien corriente'; es cierto, tan cierto como pudiera serlo que yo replicara que, cada 19 de septiembre, el ritual patriótico mexicano exige gritar 'mueran losgachupines'. Eso sí que es desahogo.

El Derby fin de siglo FERNANDO SAVATER 20 JUN 1999

En 1899 al primer duque de Westminster le pasaron dos cosas verdaderamente notables, la primera de alcance público y la segunda de índole más personal: para empezar se convirtió, gracias a Flying Fox, en el único propietario -¡hasta la fecha de hoy!- ganador por dos veces de la triple corona inglesa (Dos Mil Guineas, Derby y St. Leger); luego, se murió. Como me siento incapaz de hacer ulteriores comentarios sobre el segundo de estos eventos, les glosaré el primero. John Porter, clarividente entrenador de los caballos del duque, adquirió para él en 1893 una yegua de cría muy adecuadamente llamada Vampire, hija deGalopín, que de inmediato mostró un temperamento auténticamente intratable y ya el primer día de su llegada a la cuadra ducal hizo todo lo posible por comerse la mano del mozo que la atendía. Lo peor vino después, porque se atrevió a atacar al duque en persona y el ultrajado caballero decidió prescindir de semejante fiera. El imperturbable Foster ofreció a Su Excelencia quedarse él mismo con la yegua, lo que bastó para que el duque reconsiderara su postura y dijese que después de todo no había sido para tanto. Como no era cosa de intentar hacer viajar a la arisca Vampire hasta algún semental lejano -por entonces trasladar un caballo no era cuestión tan baladí como lo es hoy, gracias a los


remolques de ganado- decidieron que la cubriera un pupilo de la casa, Orme, hijo de aquel célebre Ormonde que había proporcionado al duque su primera triple corona hípica. También Orme tenía su historia, porque estuvo a punto de morir al ser envenenado por mano tan alevosa como desconocida poco antes de las Dos Mil Guineas. Luego se han escrito muchos relatos turfísticos con argumentos semejantes... Inasequible al espíritu hogareño, Vampire liquidó pronto a su primer retoño con Orme; el segundo tuvo mejor suerte y sobrevivió. El tercero fue Flying Fox. De su madre heredó cierta incompatibilidad con los buenos modales. Por ejemplo, resultó todo un paciente viacrucis para el juez de salida en las Dos Mil Guineas lograr que el Fox hiciera una largada aceptable hacia la meta y no hacia las colinas de Newmarket o hacia su cuadra. Por fin salió y ganó. Cuando cruzó el primero la llegada, el duque de Westminster profirió un desaforado peán que algunos presentes intentaron transcribir como un View Hulloa! de potencia ensordecedora. Dado que todos sus distinguidos compañeros en el palco exclusivo que ocupaba le tenían hasta entonces por el más circunspecto de los patricios, el alarido del duque fue mucho más comentado que la primera gran victoria de Flying Fox. La segunda tampoco careció de dramatismo. En plena recta final del Derby, a menos de doscientos metros de la meta, luchaba cabeza con cabeza contra el tordo Holocauste (al que montaba Tod Sloan, el jinete americano cuya postura agazapado sobre la silla con los estribos muy cortos comenzó una revolución en el estilo clásico de monta inglesa) cuando de pronto sonó algo parecido a un disparo de pistola: su rival acababa de partirse la pata en un mal tranco. Poco después de queFlying Fox se adjudicara cómodamente la carrera, el desventuradoHolocauste tuvo que ser ejecutado en la pista para abreviar sus sufrimientos. (Cien años más tarde, o sea, hace mes y medio, en Belmont -última prueba de la triple corona americana- el ganador de las dos anteriores, Charismatic, ha visto truncadas sus aspiraciones al trofeo y su futura trayectoria de competición al quedarse cojo muy cerca de la llegada, aunque ha salvado la vida gracias a que su jockey saltó a tierra oportunamente). A su debido tiempo Fox coronó la triple hazaña ganando el St.Leger, el duque murió y el caballo fue vendido muy caro a un propietario francés. Como semental produjo ejemplares notables y uno de sus nietos, Teddy, fue importante en la cría española anterior a la Segunda Guerra Mundial. Tal fue el ganador del último Derby del siglo pasado. Por favor, no volvamos de nuevo sobre la disputa de si los siglos acaban en el "99" o en el "00". Es un choque entre dos convenciones, la aritmética (que opta con razón por los ceros), y la psicológica, que prefiere de corazón los nueves. En las breves décadas de nuestra vida, es el nueve el que marca el final de un periodo y el cero lo que determina el comienzo de la nueva etapa: sentimos estar despidiéndonos de algo a los veintinueve o cuarenta y nueve años; nos reconocemos irremediablemente envejecidos a los treinta o a los cincuenta, no a los treinta y uno o a los cincuenta y uno. De modo que los ilusionados con el nuevo milenio lo verán despuntar el año dos mil y no el dos mil uno, mal que le pese a Kubrick y a la austera ciencia matemática. Por lo tanto, el Derby de este año ha sido saludado como "el último del siglo XX", mientras se planteaban en torno a él inquietudes típicamente finiseculares: ¿tiene futuro la ilustre carrera? ¿acaso no ha perdido ya su antiguo encanto o al menos su prestigiosa primacía? ¿no es demasiado duro su trazado, demasiado larga su distancia,


demasiado elevadas sus tasas de matriculación, etcétera? ¿no suelen quedar inválidos en él demasiados caballos? ¿no hace ya demasiado tiempo que no lo gana un auténtico fuera de serie? Y también yo, puesto que éste va a ser mi único Derby de fin de siglo, le añado mis propias zozobras. Durante veinticinco años ininterrumpidos he asistido a la cita de Epsom. ¿No deberían bastarme ya estas bodas de plata? ¿Cuánto tiempo más podré seguir desafiando a los hados, desatendiendo urgentes compromisos, superando achaques y malestares, para no faltar... como si en ello me fuese la vida? ¿No será más prudente cerrar voluntariamente este ciclo y dedicar mi corta ración del nuevo milenio a cosas más serias y edificantes? Pero calma, calma: que no cunda el pánico milenarista... Ni conviene pecar tampoco de optimismo, como los poderosos jeques de los emiratos petrolíferos que al más prometedor de sus potros -con el que esperaban ganar este Derbyle cambiaron un inicial nombre anodino por el comprometedor y agobiante de Dubai Millenium. Gran favorito, pasó por la carrera tan insípidamente como si se hubiera llamado Olvídame. Más sólida fue la candidatura de Beat All, cuyo nombre también triunfalista coincidió muy bien con el estado de ánimo reinante en Inglaterra cuando en la víspera del Derby se supo que Milosevic capitulaba (hubo tabloides que eligieron como titular en primera página de la noticia una sola palabra: Beaten). Además, a Beat All le montó Gary Stevens, un as norteamericano de la fusta que, aburrido de ganar en USA, ha decidido venirse una temporada a Europa para ponerse las cosas difíciles: "Últimamente me daban sólo caballos tan buenos que con ellos hubiera ganado hasta el cartero", comentó. No sé lo que hubiera hecho el cartero en la gran prueba de Epsom, pero Stevens logró un tercer puesto al que no se le puede poner ningún reparo (¿tal vez el de haber atacado en la recta final una milésima de segundo tarde?). Sea como fuere, el Derby se jugó definitivamente entre dos caballos -Oath y Daliapour- que compartían abuelo paterno (el inevitable y magníficoNorthern Dancer) y cuyos abuelos maternos eran dos de los más grandes vencedores del Derby en el último medio siglo: Troy y Mill Reef.El algodón no engaña... y la sangre, pocas veces, al menos en el turf.Además, Oath, el ganador, es hermano de Helissio, aquel gran campeón indiscutible de un propietario español más que discutible (¿logrará por fin Madrid rescatar de una vez su hipódromo?). A Oath le pilotó Kieren Fallon, un estupendo jinete irlandés que me recuerda a Lester Piggott también por su arte de buscarse líos y crearse fama de incorregible bad boy. Pocos días atrás le habían puesto una multa por utilizar palabrotas contra los paramédicos de una ambulancia que perturbaba la salida en una prueba. ¿Verdad que no está mal ser condenado por renegar y ganar el Derby con un caballo llamado Juramento... todo en la misma semana? Se me ocurre un argumento contra la fe en milenios y cosas de semejante enormidad: lo llamaré el "argumento Daliapour". En efecto, se dice que Daliapour llegó el segundo en el Derby gracias a que el terreno estaba algo pesado; y si hubiera estado empapado, ese caballo amante del barro podría incluso haber ganado. Pues bien, cinco minutos después de correrse el Derby cayó un tremendo chaparrón sobre Epsom y dejó la pista encharcada para el resto de la tarde. ¡Cinco minutos! Los cinco minutos de la suerte que le faltaron a Daliapour para tenerlo todo a su favor en la ocasión de su vida... No son los milenios los


que cuentan para quienes luchan y gozan, sino los minutos, los segundos: no el largo aliento inerte de los siglos, sino el tiempo de un suspiro Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Univeresidad Complutense.

El "derby" del rey y la reina FERNANDO SAVATER 26 JUL 1998

Entre los muchos argumentos que se me ocurren contra la supuesta excelsitud emocionante de un partido de fútbol, empezaría por mencionar su insoportable duración. Nada puede ser sublime ininterrumpidamente durante hora y media, aunque se haga un descanso a los 45 minutos para inspirarse de nuevo. Se me dirá que, en efecto, abundan los momentos de languidez, pero se soportan en espera de los animados ramalazos de genialidad balompédica en la que unos u otros dan lo mejor de sí mismos. Pamplinas. Después de esperar tanto rato entre carreras arriba y abajo, empujones mal disimulados y pelotazos a las nubes, raro sería que el atontado espectador no percibiera la maravilla prometida en cuanto se intercambian tres zapatazos un poco mejor orientados. Admitamos que puede haber algún atisbo ocasional de poesía en movimiento en un partido de fútbol ya ven que no soy dogmático-, pero habrán de reconocerme que la mayor parte del inacabable episodio es mera prosa y mala prosa, prosa prosaica. El soplo poético suele estar más presente en los comentaristas del evento -Segurola, Marías, Valdano et alii- que en el campo.Comparen ese jadeante y larguísimo purgatorio sin más esperanza que las demoradas indulgencias que vengan a redimir su pena con la gloria fulminante de una carrera de caballos. Es como equiparar las 300.000 páginas de una novela de Günter Grass (quiero ser de nuevo generoso) con un cuento perfecto de Borges: la tarta de boda versus el tocino de cielo. La carrera dura aproximadamente un par de minutos, algo más que el clímax erótico y algo menos que la agonía, la verdadera medida del hombre que no ha venido a este mundo para hacer de pasmarote. Es la eternidad a nuestro alcance porque la eternidad es tiempo intenso, no extenso. Pura poesía de esfuerzo, fracaso y triunfo. Sin enmienda, sin aplazamiento. No hay segundo ocioso, nada se repite. Lo que pasa ya está pasando y ya ha pasado, para siempre. Claro que si lo que ustedes buscan es dale que te pego, entre bostezos y recaídas, por mí no se priven. A lo mejor en la próxima convocatoria el Mundial dura tres meses... Pero dejemos el fútbol y hablemos de cosas serias. El derby de este año unía a los atractivos habituales de la gran carrera un interés añadido: en él iban a competir por primera vez desde hacía más de 70 años el ganador de las Dos Mil Guineas y la ganadora de las Mil Guineas. Ambas pruebas se corren en Newmarket la primera semana de mayo, en días sucesivos, sobre la distancia de una milla (1.600 metros) en línea recta, la primera reservada a los potros de tres años y la segunda para las potrancas de la misma edad, a pesos iguales: inician la temporada clásica, que culmina en el derby y tiene su colofón en septiembre con el St. Leger. Hípicamente hablando, el mundo se creó en Newmarket. En aquellas praderas suavemente onduladas nació el deporte de los reyes, allí se codificó por primera vez un reglamento para el turf, en ese bendito pueblo aún están los mejores establos y todo gira en torno al purasangre, como en Lourdes alrededor de la Virgen milagrosa. El hipódromo en sí es casi campo abierto y, como otras palestras inglesas,


guarda cierto aire casual, no parece más que en sus metros finales una pista propiamente hablando. No es tanto un estadio como un lugar de ejercicio en el que de pronto un caballero le dijo a otro: "¡Venga, a ver quién llega antes hasta aquel poste!". El juego comenzó hace más de tres siglos, con los Estuardo. La milla en la que se corren las Guineas se conoce hoy como Rowley Mile, en honor de CarlosII -quizá el primer y último monarca que ganó una carrera de caballos seria-, a quien apodaban Old Rowley porque Rowley fue su caballo favorito. En aquellos felices tiempos eran los buenos corceles quienes ponían su nombre a los reyes y no al revés... Ya que de reyes estamos hablando, el ganador de las Dos Mil Guineas se ha llamado este año King of Kings. Francamente, bautizar así a un caballo es tentar a la suerte. Si sale un penco, el ridículo onomástico puede ser de los que hacen época. Afortunadamente King of Kings dio desde sus primeras carreras a dos años pruebas de excelencia, hasta que a finales de temporada una lesión lo separó de las pistas. Le operaron satisfactoriamente de menisco -¡como a cualquier futbolista!- y en su primera carrera con tres años ganó las Dos Mil Guineas. Supongo que el responsable de su ambicioso nombre respiró aliviado... La ganadora de las Mil Guineas (lamento la discriminación sexual que encierra la denominación de la prueba, aunque la dotación actual de ambas carreras nada tenga que ver ya con aquellas venerables cifras) se llama más modestamente Cape Verdi, que suena aproximadamente a turismo charter. Pero su tiempo en el recorrido fue aún mejor que el de King of Kings, por lo que su propietario -el principal de los jeques petrolíferos que se han adueñado del turf europeo- decidió correrla en el derby (¡ella sola contra 14 machos!) en lugar de dirigirla hacia el Oaks, la prueba para yeguas que se corre también en Epsom el día anterior. Hacía 72 años que no se veía cosa semejante... Sin embargo, el derby planteaba el mismo problema tanto al rey como a la reina de las Guineas: su distancia, que no es de una milla sino de milla y media, es decir, 800 metros más larga que las clásicas de Newmarket. Enorme diferencia. Uno (o una) puede ser arrollador en una milla y pedir agua 100 metros más allá, lo mismo que hay escritores insuperables en la viñeta, pero que fracasan a las 100 páginas. En tales trances (me refiero a los hípicos, no a los literarios) el jockey es muy importante, porque es quien debe regular y maximizar las fuerzas del caballo sobre una distancia que conoce él pero el caballo no. Los grandes jinetes que han participado en el derby forman una saga especial, desde aquel Samuel Chifney que encandiló a los aficionados a finales del siglo XVIII, autor de unas orgullosas memorias con un título que apreciará Cabrera Infante (Genio genuino) y que acabó miserablemente en un asilo tras haber sido acusado falsamente de amañar una carrera. En este derby a King of Kings lo montó Pat Eddery, excelente veterano irlandés, pero de Cape Verdi se encargó Lanfranco Dettori, uno de los dos astros supremos de la fusta hoy en Europa, hijo de una trapecista y del mejor jinete italiano de la pasada generación. ¿El rey, la reina, Eddery, Dettori? Ninguno de ellos. King of Kings acabó último y cojo la prueba, tras la cual fue retirado de las pistas al habérsele reproducido su vieja lesión. Cape Verdi tuvo un recorrido poco afortunado, se vio emparedada por dos rivales y terminó oscuramente séptima. Ganó High-Rise, un potro que aún no conocía la derrota y cuya madre es hermana de El País, aquel campeón que ganó tres veces el Gran Premio de Madrid. Por cierto, ¿se acuerda alguien de que una vez hubo un Gran Premio de Madrid y


un hipódromo llamado La Zarzuela, cerrado desde hace dos años y secuestrado, por el cual piden ahora 500 millones de rescate? Pero ésta es otra historia, mucho más triste. A High-Rise lo montó Olivier Peslier, el otro supremo artista actual de la caballería veloz junto con Lanfranco Dettori. Hacía 35 años que un jinete francés no ganaba el derby, aunque el caballo que montaba en la presente ocasión fuese irlandés, su preparador italiano y su propietario árabe. Da igual, no estamos en el fútbol, aquí las pasiones nacionales están bastante mitigadas entre los espectadores. Y de los caballos, para qué hablar: como ya les tengo dicho, los nobles brutos son muy poco nacionalistas a diferencia de los brutos a secas, que suelen serlo mucho. Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid

El Derby del buen ladrón FERNANDO SAVATER 3 AGO 1997

Dice Bruce Chatwin que los aborígenes australianos "pasan errando todo el año, pero regresan a intervalos estacionales a sus lugares sagrados para retomar contacto con las raíces ancestrales, fundadas en el tiempo del ensueño". Y añade: "Conocí a un hombre que hacía lo mismo". Supongo que se refiere a un hombre no aborigen australiano, claro, probablemente él mismo. Pues si me hubiese conocido a mí ya hubiéramos sido dos en la nómina de aborígenes australianos honorarios. También yo vagabundeo más de la cuenta durante 12 meses hasta que finalmente retorno para pisar la tierra sagrada de Epsom y conectar con las raíces ancestrales que ha preferido mi imaginación (las otras, las impuestas por la sangre o la etnia, son pura filfa esclavizadora), recobrando el ensueño del Derby. El ensueño de la Gran Carrera de Caballos.Este año, la cita del Derby ha convocado un despliegue policial muy superior al de ocasiones anteriores. Aún estaba amedrentadoramente próxima la amenaza de bomba en Aintree, que obligó a desalojar el hipódromo abarrotado para presenciar el Grand National. Se aplazó 48 horas la prueba, con la consiguiente frustración para tantos aborígenes entusiastas que ya no pudieron presenciarla más que en televisión. ¿Volverán los empecinados del IRA a estropeamos en Epsom la fiesta hípica, a pesar de que como buenos irlandeses deberían respetarla más que nadie? Así que todos sentimos un sobresalto cuando la megafonia carraspea ominosamente: "¡Atención, atención! Éste es un comunicado de la Policía...". Pausa dramática. Y luego, el alivio: "La pequeña Sarah, de cinco años, se ha perdido. Sus parientes pueden venir a recogerla en nuestro puesto de la entrada principal". ¡Ay, es tan frágil la dicha, está siempre tan amenazada, tantas cosas y tantos tontos conspiran contra ella...! Pero ahora, pese a todo, el ensueño del Derby continúa. Para este cronista aborigen, que escribe al servicio de ustedes, el Derby de 1997 tiene un matiz singular, un puntico melancólico: es el Derby de mis 50 años, que cumplo una semana después de la gran carrera. ¿Por fin la edad de la madurez, quizá? No me hago ilusiones. Probablemente, sigo viniendo a Epsom para negarme a madurar del todo. Además no olvido y comparto la tajante sentencia de Sainte-Beuve: "¡Madurar, madurar! Uno se endurece en algunos sitios y se pudre por otros: no se madura". En cambio la fidelidad al Derby prolonga el gozo de la vida, es decir, el gozo que es la vida, como lo hizo con la del ilustre físico y divulgador científico Luis Bru, tan asiduo a Epsom que cuando


comenzó a no pedir sus reservas de asientos para el Derby los responsables del hipódromo le escribieron interesándose por su salud. Don Luis murió con ochenta y tantos años al día siguiente de correrse este Derby del que estoy hablando. Como decían los hípicos del siglo pasado para despedir a sus compañeros de afición "ahora, por fin ya tiene resuelto en los Campos Elíseos ese problema que nosotros aún debatimos: si fueOrmonde o Eclipse el caballo más rápido". Pero hoy aquí, en Epsom, los espectadores tenemos otro problema no menos arduo y más urgente: saber cuál de los 14 participantes del Derby-97 será el más rápido. De lo único que estamos seguros es del nombre del favorito, Entrepreneur, respaldado por un impresionante consenso. Sus dueños no son franceses, como pudiera creerse, sino Michael Tabor -un inglés que vive en USA, donde otro de sus caballos ganó el Derby de Kentucky- y la hija de Vincent O'Brien, el genial entrenador irlandés que ensilló seis triunfadores en Epsom.Entrepreneur tiene todos sus deberes hechos, pues es hijo de Sadler's Wells (líder indiscutible de los sementales de hoy, aunque ninguno de sus hijos haya ganado aún el Derby), fue un excelente dos años, ha vencido en las Dos Mil Guineas de Newmarket y cuenta con el entusiasta visto bueno de Lester Piggott, el máximo especialista en la carrera cumbre. Hace mucho tiempo que no tiene el Derby favorito tan abrumador. ¿Sus mayores rivales? Principalmente dos, ganadores de las pruebas previas más significativas para la palestra de Epsom, a los que se achacan defectos simétricos. Silver Patriarch, un tordo grandullón y potente, venció en Lingfield pero que se sospecha que su paso inicial es demasiado lento y que se impone más a fuerza de machaconería que de aceleración fulgurante: no llegará a tiempo. Lo blanquecino de su color tampoco le favorece, pues ningún caballo tan pálido ha conseguido llevarse el Derby desde 1946. El ganador en York, Benny the Dip, corre en cabeza y hacerse con el Derby de punta a punta es cosa demasiado problemática: no aguantará tanto. Por contraste con el patriarca, Bennyes casi del todo negro. Su dueño y criador es un americano paralítico que todos los años envía uno solo de sus caballos, el mejor, a probar suerte en Inglaterra. Pone a sus pupilos nombres literarios y en esta ocasión ha elegido el de uno de los simpáticos bribones que pueblan los relatos -a menudo de ambiente hípico- del humorista Damon Runyon, especialista en caracteres de este género: Harry the Horse, Sorrowful Jones, Cheesecake lke y tantos otros. ¿Por qué no bautizar a un caballo con nombre de ladrón? También hay carteristas amables, sobre todo comparados con los depredadores de mayor tamaño que andan sueltos por ahí: ¿les he contado ya lo ocurrido con el desventurado hipódromo de Madrid? Cuando el favorito triunfa, suele decirse que lo tenía todo a favor y que eso no resulta emocionante. Pero, por mucho que la razón señale a un posible ganador, mil imprevistos internos y externos pueden aliarse para que no gane. A ello se debe la tópica y gloriosa incertidumbre del turf,acerca de la cual escribió Jean-François Revel: "La maravilla de las carreras es que en ellas hay que unir la ciencia del jugador de ajedrez con el fatalismo del jugador de ruleta". En efecto, tal como estaba previsto Benny the Dip tomó alegremente la cabeza y entró destacado en la recta final; pero cuando llegó el momento decisivo y en contra de lo previsto, Entrepreneur no fue capaz de acelerar para alcanzarle. Entonces, allá en la cola del pelotón, una gran mole gris se desperezó como la ballena blanca cuando


sale a la superficie. Conregulares y enormes zancadas, Silver Patriarch inició la caza, rebasando a todos los demás contendientes y llegando a ponerse a la altura de Benny the Dip,que apuraba sus últimas fuerzas. Cruzaron la meta juntos, nimbados por el estruendo del griterío popular. Y pasó una cosa semimágica, que la moviola del televisor nos permitió paladear después: un tranco antes de la línea final la testa canosa del patriarca estaba delante, lo mismo que al tranco siguiente de haberla cruzado. Pero en el momento exacto mismo fue el pequeño morro negro quien tocó primero la raya. El carterista le había birlado el Derby. Según Chatwin, cierto beduino del siglo pasado diseñó este plan escatológico: "Iremos hasta Dios, le saludaremos y si se muestra hospitalario nos quedaremos con él; de lo contrario montaremos a caballo y nos largaremos". ¡Así se habla! Si, como es de temer, ni cielo ni infierno nos bastan, volveremos a Epsom. Fernando Savater es catedrático de Filosofia de la Universidad Complutense de Madrid.

El Derby y las chicas 

El Derby y las chicas FERNANDO SAVATER 23 JUN 1996

A Emilio, ya iniciado.El Derby de este año vino precedido por un temor y acompañado de una novedad histórica. Se temía su coincidencia fatal con la inauguración de la Eurocopa de fútbol, que además comenzaba con un partido de la selección inglesa: ¿algún otro portento puede competir en popularidad con tal sustituto mediático de las guerras púnicas, las cruzadas y las campañas napoleónicas? Para paliar estragos que se daban por descontados se adelantó la gran carrera casi una hora (de modo que ya no interfiriese con el partido sino sólo con el almuerzo de los aficionados) y se instalaron en el césped sagrado de Epsom pantallas gigantes de televisión para que nadie se perdiera ninguna patada ni pataleta nacional. Los bookmakers admitían junto a las apuestas hípicas otras sobre los hipotéticos goles de Gascoigne. En fin, un lío desdichado que sólo consiguió fastidiar el Derby a quienes se interesan de veras por él sin por ello reclutar a esa parte del público y sobre todo de la prensa dedicada a celebrar lo que en el hipódromo un digno caballero de chaqué y sombrero gris denominó con rencor justificado "this stupidf football". La novedad histórica, en cambio, puede ser mirada con mayor simpatía: una mujer participó como jinete en el Derby por primera vez en dos siglos y pico. No hace falta decir que el mundo del turf, como tantos otros espacios competitivos tradicionales, sigue siendo casi privativamente masculino. Se han dado mujeres distinguidas como propietarias y criadoras de caballos, empezando por la célebre Lily Langtry (antes de partir hacia el Oeste americano y el juez que la adoraba, vivió en Newmarket, dueña de una cuadra con la que obtuvo notables triunfos) y llegando hasta la actual reina de Inglaterra, experta hípica de primer orden. También lo fue la duquesa de Montrose, en la época victoriana, que siempre vestía de rojo porque tales eran sus colores en la pista, y que cierto domingo interrumpió el sermón del capellán cuando el santo varón imploraba a Dios lluvia para acabar con la sequía reinante: "¿Cómo se atreve a pedir que llueva cuando la semana próxima se corre el St. Leger y mi caballo detesta el barro?". No faltan tampoco buenas


entrenadoras como lady Herries, cuyo pupilo Celtic Swing fue el año pasado favorito del Derby y ganó su equivalente francés, el Jockey Club. Pero la tarea de jockey ya es otra cosa y suele desconfiarse de que, por razones morfológicas, una mujer pueda aunar un peso bajo y la fuerza necesaria para acelerar como es debido un caballo de alta competición. Este recelo se mantiene pese a que hoy montan con plena excelencia profesional mujeres como la americana Julle Krone, una criatura élfica en lo físico y de habilidad diabólica, con la que poquísimos jinetes pueden medirse. Y este prejuicio es el que desafió Alex Greaves, de 28 años de edad y con bastantes victorias en su haber (aunque en compromisos mucho menores), cuando decidió montar en el Derby a Portuguese Lil, una yegua entrenada por su marido y antiguo jinete, David Nicholls. Cuando ahora les diga que la amazona llegó en última posición a la meta seguro que alguno no reprimirá una sonrisita machista de satisfacción (acompañada quizá de un suspiro de alivio) perfectamente injustificada: Portuguese Lil no hubiera alcanzado mejor colocación ni montada por Lester Piggott, y Alex Greaves no mostró en ningún momento de la dura carrera menos competencia que sus colegas masculinos. De hecho, ya que de géneros venimos hablando, a mí lo que más me sorprendió fue ver a una yegua en el Derby. En los veintidós años que llevo asistiendo a la prueba sólo ha corrido otra, la gentil francesa Nobiliary, y sucedió precisamente en la primera de mis visitas a Epsom. Lo normal es que las yeguas opten por participar en el Oaks, la prueba clásica que se les reserva en la semana del Derby, y muchos creyeron que Nobiliary había desperdiciado tontamente su destacada posibilidad en esa carrera por competir con los machos. Para su sorpresa (no mía, que la aposté), Nobiliary quedó segunda en el Derby y sólo porque tropezó con un campeón de primera fila comoGrundy: hubiera sido capaz de ganar por lo menos la mitad de los Derbies que luego he visto. La modesta Portuguese Lil no se parece aNobiliary más que en el sexo, pero a lo largo de los años me he enamorado de muchas excelentes yeguas y las he visto doblegar a los mejores machos en las grandes carreras: Triptich, Dumferline, Time Charter, User Friendly... Y he oído hablar de otras casi míticas comoPetite Étoile, Allez France o Dhalia. Pero, por encima de todo, hubiera querido ver correr a Sceptre. Para llegar a viejo, Bertrand Russell recomendaba el difícil método de elegir bien a nuestros progenitores. Los caballos que quieran desarrollar al máximo sus méritos en la pista necesitarían algo no menos difícil: elegir bien a sus propietarios. Sin embargo, en ambos casos podría salir perjudicado un don más necesario que la longevidad y el triunfo, o sea, el cariño. El dueño de Sceptre, la hija de aquel gran Persimmon que ganó el Derby para el príncipe de Gales en 1896, fue Robert Standish Sievier, jugador, arribista y mujeriego. Amaba a su yegua con locura, pero de modo no menos delirante esperaba que Sceptre subvencionase victoriosamente todos sus caprichos. La yegua derrotó a los potros en las Dos Mil Guineas y trituró a sus congéneres en las Mil, a pesar de haber perdido una herradura en el poste de salida. Pocos días antes del Derby, Sceptre estaba algo coja, por lo que sólo pudo llegar la cuarta, pero, como 48 horas más tarde ganó con toda facilidad el Oaks, los maledicentes supusieron que Sievier la había hecho perder a propósito para hacerse rico apostando contra ella. Triste calumnia, porque el perdulario era capaz de ser infiel a cualquiera menos a su yegua. A partir de entonces, Sceptre corrió todo tipo de pruebas, largas o cortas, sana o lesionada, empujada por el frenesí de las deudas de su dueño. Ganó el St. Leger, la última clásica del calendario hípico, pero


también perdió multitud de carreras inferiores. Y Sievier seguía perdiendo dinero con apuestas disparatadas y mujeres calculadoras. Finalmente llegó a lo más bajo: no le quedaba otro remedio que vender a Sceptre. Lo hizo por un precio altísimo, cuando podía suponerse que la yegua estaba ya acabada. Meses más tarde, en Kempton Park, Sievier se jugó todo lo que tenía a otro de sus caballos, Happy Slave, que no podía perder. Pero allí estaba también la indomable Sceptre, que tras una carrera de coraje inaudito

Un Derby con fantasmas FERNANDO SAVATER 25 JUN 1995

A Javier Marias El señor A. P. Herbert escribió su obra en la misma época en que Joyce, Pound y Thomas Mann componían las suyas, pero apostaría a que ustedes guardan de él un recuerdo literario menos nítido. A mí me ocurría lo mismo, hasta que encontré un pequeño volumen suyo en Allen's, la mejor librería hípica de Londres, frente al palacio de Buckingham. Se titula Derby day y es el libreto de una ópera cómica en tres actos -una zarzuela inglesa, para entendernos- a la que puso música Alfred Reynolds. La pieza está en verso, de acuerdo con lo que pide el género, un verso tan simpático e ingenuamente zumbón como el argumento de sus tres actos, cuya trama gira en tomo a la ocasión de un Derby de Epsom "que es, según algunos suponen y muchos temen, el único suceso que cuenta en el año". Los personajes son arquetípicos: jockeys, apostadores, el dueño de un pub llamado Old Black Horse, un rico propietario de caballos y su desagradable esposa abstemia... No falta tampoco el gran favorito de la carrera, Pericles, un purasangre enormemente susceptible al que se puede aniquilar haciéndole comentarios ofensivos en voz alta. La joven protagonista es camarera del Old Black Horse y sueña con hacer una buena boda para huir de la cerveza mercenaria a través del ancho mundo. Tiene dos pretendientes: Bert, humilde y leal apostador que vive de soplos hípicos, y Eddy, un joven calavera de mala índole que trata de aprovecharse de ella. Para camelar a la doncella Eddy recurre a sus estudios clásicos, comparando sus ojos con los de Helena, su nariz con la de Cleopatra y demás símiles sonrojantes; en cambio el sincero Bert pone el temblor de lo auténtico al decir a la bella que a su lado se siente tan gratamente emocionado como cuando Slippery Sun le consiguió un ganador pagado treinta a uno. Admito que La tierra baldía de Eliot no carece tampoco de mérito, pero yo leyendo Derby day del señor Herbert lo he pasado estupendamente. El Derby del presente año, uno de los más hermosos de. los últimos tiempos, ha estado marcado por varias sombras fantasmales. Para empezar, los nombres que se barajaron: dos de los participantes con probabilidad de triunfo se llamaban Spectrum y Lammtarra, que en árabe significa "invisible". Un tercero respondía por Maralinga, como un lugar de pruebas atómicas en el Pacífico australiano, otro tipo de fantasma conjurado por Chirac. Nomen omen. No quitemos su debida importancia al presagio de los nombres. ¿Acaso no fue premonitorio que la emperatriz Sissi llamase Nihilista a su corcel favorito? Shakespeare, que cuidaba el embrujo poético de los detalles, nos indica que el caballo que traicionó a Ricardo II se llamaba Barbary (¿Recuerdan?) El palafrenero cuenta al rey


destronado que su rival Bolingbroke cabalga sobre el que había sido desde potro la montura de Ricardo. "¿Montó aBarbary? Dime, amigo, ¿cómo reaccionó mi caballo?". Y la desoladora respuesta: "Tan orgulloso que parecía desdeñar a la tierra entera"). Nombres aparte, mencionemos ahora otros dos espectros, ambos relacionados con el gran favorito de la carrera, el francés Pennekamp.El primero de ellos fue Celtic Swing derrotado contra pronóstico en las Dos Mil Guineas por Pennekamp y retirado del Derby para correr el menos comprometido Jockey Club en París, que ganó con cierto apuro. Considerado a dos años como un auténtico fuera de serie, nadie dudaba de que Celtic Swing fuese el más serio candidato inglés al Derby y su abandono del clásico de Epsom ante el campeón galo fue visto casi como una vergüenza nacional. Pennekamp, llegaba al Derby con fama de imbatible. Entrenado por André Fabre, actual Napoleón de los hipódromos europeos, sus seis carreras previas -todas victoriosas- no mostraban ninguna fisura en su espléndida coraza. Es más, tras haber ganado las Dos Mil Guineas, si obtenía el Derby intentaría luego afrontar en septiembre el Saint Leger. Estas tres carreras -velocidad, medio fondo y fondo- forman lo que se denomina la "triple corona" inglesa, la más alta prueba de aptitud de un purasangre. El primer caballo francés que la logró en el siglo pasado, Gladiateur, tiene una estatua levantada en Longchamp y los cronistas galos le llamaron "el vengador de Waterloo". ¿Sería Pennekamp capaz de emular tal gesta? Y aquí llegamos a otro espectro ilustre, el de Nijinsky, el último caballo que consiguió la triple corona en 1970, es decir, hace exactamente un cuarto de siglo. Tras una asombrosa trayectoria como semental, aún más llena de éxitos que su vida de carreras, Nijinsky murió hace un par de años en su patriarcado de Kentucky (yo aún llegué a tiempo de conocerle allí, algo empequeñecido y mustio en su vejez de héroe, pero aún reconocible por la estrella blanca de su frente laureada). Quizá por, fin hubiera llegado la hora de que otro repitiese su hazaña, cerrando la boca a quienes melancólicamente solemos decir que "ya no nacen caballos así"... Aún me falta hablar del último de los fantasmas que planearon sobre este Derby. Alex Scott, "Scottie" para los amigos, tenía 34 años y era uno de los más prometedores entrenadores jóvenes de Inglaterra. En agosto pasado hizo debutar en Newmarket a un potro de dos años que le había confiado un destacado jeque árabe: se llamaba Lammtarra, uno de los últimos hijos del gran Nyinsky. Ganó la carrera y entusiasmó tanto a Scottie que éste fue al día siguiente a una de las prinicipales casas de apuestas y le jugó mil libras como ganador del Derby del año próximo... ¡a diez meses vista de la prueba! Pocas semanas más tarde Alex Scott despidió a uno de los mozos de su establo, tras una fuerte discusión. El mozo volvió armado con una escopeta y mató de un tiro a Scott. Conmoción en el mundillo del turf. Su amigo el jinete Walter Swinburn (el mismo que ganó el Derby con Shergar, aquel campeón que fue raptado por terroristas del IRA y desapareció sin dejar rastro) se prometió a sí mismo hacer todo lo posible por montar a Lammtarra en el Derby el año entrante. Mientras, el hijo de Nyinsky fue llevado a los establos del jeque en Dubai, en cuyo cálido clima pasó todo el invierno. A comienzos de 1995 volvió a Inglaterra, donde contrajo una grave afección pulmonar que retrasó su preparación. El caso es que llegó al Derby sin haber corrido más que una sola vez en su vida, diez meses atrás. Desde 1919 ningún caballo había ganado la clásica de Epsom con tan escasas credenciales, pero eso no desanimó al jeque ni a Walter Swinburn. El gran día Lammtarra tomó la temible curva de Tattenham en las últimas posiciones del pelotón y


afrontó la recta final con una muralla de caballos bloqueando su horizonte. Entonces Walter invocó a Alex Scott en petición de ayuda y, según palabras del jinete, "los participantes se abrieron ante él como las aguas del Mar Rojo ante Moisés". Con aceleración irresistible que confirmaba su linaje, el hijo de Nijinskyrebasó a todos y ganó el Derby en un tiempo que ha batido el anterior récord de la prueba. El favorito Pennekamp se quedó cojo durante el recorrido y ocupó uno de los últimos lugares. Al día siguiente la viuda de Alex Scott cobró 33.000 libras, importe del ganador póstumo jugado por su marido 10 meses antes. El señor Herbert dedica Derby day a los capitanes de dos barcos de la Orient Line, en cuyas gratas travesías escribió la pieza. Me lo imagino en cubierta, tocado con su sombrero panamá, recordando frente al mar soleado ("Asia a un lado, al otro Europa, etcétera...") las suaves ondulaciones verdes de Epsom Downs, donde tantos fuimos dichosos. Y dice en su prefacio que para él las únicas cosas que cuentan son "which keep Man happy and the Horse alive". Nunca le perdonaré, míster Herbert, haberme robado mi filosofía de la vida en un solo verso. es profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid


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