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Afrodita A
l salir de ahí, la claridad nos envolvió, nos deslumbró por completo; nuestros ojos ya se habían adaptado a las sombras y la oscuridad.
A lo lejos se percibe algo parecido al azul del mar: una bella y brillante residencia cuyos cristales tienen tallados detalles marinos. Una agradable brisa se esparce; hay un leve aroma a sal y flores.
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Nos acercamos a la playa, donde reluce una hermosa mujer que brota del mar entre un montón de espuma. Su cabello rubio resplandece en tonos dorados, incluso mojado. Viene hacia nosotros y nos saluda con una sonrisa encantadora. No hace falta preguntar quién es, puesto que los delfines juegan y danzan para llamar de nuevo su atención. Un olor a rosas emana de ella. Estamos frente a Afrodita.
—Escuché el rumor de que había mortales de visita para conocerme. Bienvenidas a mi hogar.
—Gracias, eres muy amable y...
—¿Hermosa? Sí, lo soy. Por eso me llaman la diosa del amor y la belleza, así que debo hacer honor a eso.
—Tienes una casa encantadora. Y esa aparición en el mar fue fantástica.
—Oh, trataba de recrear mi nacimiento para ustedes. Me gustan las entradas triunfales. Nací del mar, mi origen se remonta a un hecho un tanto violento… pero, para ser muy clara, les diré que fui creada de la unión entre el mar y el cielo.
”Fui llamada aquí de inmediato y me convertí en una presencia importante del panteón olímpico. Por ser tan atractiva, tuve que casarme con Hefesto. Zeus lo dispuso así para evitar conflictos entre los dioses por mi causa. Mi marido era un hombre amable y bueno, pero yo no estaba enamorada, no quería estar con él. Mi corazón le pertenecía a otro dios y... yo siempre consigo lo que quiero, aunque Ares y yo fuimos castigados por ello. Tuve varios hijos; de ellos, les presentaría a Eros pero no sé donde está, seguramente causando problemas.
”Como les dije, tuve que casarme para evitar conflictos por mi belleza, cosa que fue inevitable después de todo. Quiero aprovechar que están aquí para dejar claro algo importante: sí, soy la más hermosa de las diosas que han visto y verán, pero soy mucho más que eso. Aparezco en muchos mitos sobre el amor y el desamor, las venganzas, las envidias y las relaciones de pareja, pero mi papel no sólo es ese. También soy una diosa piadosa que agradece a quien le rinde culto, que se involucra en el comercio y la política; protejo a quienes navegan en el mar.
No soy sólo una de las causantes de la guerra de Troya...”
La diosa nos mira, alterada, y el mar a su espalda comienza a inquietarse. Sin embargo, se relaja de inmediato ante nuestras caras de miedo.
—Disculpen, es que... recordé aquella ocasión en que me invitaron a una boda. Todo iba bien hasta que apareció Eris, a quien conocerán pronto. Al parecer, olvidaron invitarla a ella y eso la enfureció.
Para saciar su enojo, en plena boda Eris lanzó una manzana dorada al piso destinada para mí, pensando que la tomaría, pero Atenea y Hera creyeron ilusamente que dicho presente estaba dedicado a ellas, debido a que la dedicatoria decía: “Para la más bella”. A partir de ahí surgió una lucha entre las tres, debido a la manzana de la discordia
”Zeus, con la intención de terminar con la disputa, intervino y designó como juez a un príncipe troyano llamado Paris, a quien Atenea y Hera le ofrecieron dones y reinos, en su débil intento por obtener lo que me correspondía, pero yo... yo sabía lo que él anhelaba en su corazón y fue eso lo que le ofre cí. A diferencia de ellas, yo no podía ofrecerle ha bilidades para la batalla o un reino enorme, pero sí el amor de la mortal más bella del mundo: Helena.
”Con eso fue suficiente para que Paris me eligiera como la poseedora de aquella manzana. Así me co roné como la diosa más bella. Mientras, Helena, a pesar de estar casada con Menelaó, se enamoró perdidamente de Paris, quien la raptó y se la llevó a Troya. Así, Paris ya tenía su recompensa, mi parte del trato estaba cumplida.
Claro, el que no estaba contento era Melenao, que enfureció e hizo estallar la Guerra de Troya.
”Zeus, mandón como siempre, ordenó que los dioses no tomáramos partido en ese asunto, aunque nadie lo obedeció. ¡Obviamente mi lealtad estaba con Paris! Si bien Helena no me caía tan bien por vanidosa, Paris había demostrado su lealtad hacia mí.
”La de Troya fue una guerra larga para los mortales, puesto que duró cerca de nueve años; para nosotros los dioses en realidad no fue tanto, al menos en cuestión de tiempo.
Muchas vidas se perdieron. Aunque no se habla del tema, sé que muchos de ustedes creen que todo fue por causa mía. En realidad sólo conseguí lo que por derecho me pertenecía. Supongo que la Guerra de Troya aparece en sus libros de historia, pero dudo que ahí les expliquen mis razones y motivos para actuar como lo hice.