El Informador 189 / Noviembre 15 - Enero 15 de 2012

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CONTENIDO


IDENTIDAD Y FUTURO DE LAS PARROQUIAS Por: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín Inquietudes actuales frente a la parroquia

“... la parroquia viviendo su identidad y situándose creativamente en un ámbito social, va dando un testimonio público, va integrando en la cultura los valores del Evangelio y va ofreciendo a cada persona y a toda la comunidad la posibilidad de la vida nueva, libre, feliz y eterna que Cristo ha inaugurado con su muerte y resurrección.”

Aunque con frecuencia se habla de crisis de la parroquia, no coinciden los análisis que se hacen sobre el tema. Se trata de una crisis compleja fruto de factores tanto internos como externos a la Iglesia, que se implican mutuamente. No se percibe, a primera vista, que la parroquia responda a la imagen que se ha ido madurando sobre la Iglesia y que sea capaz de cumplir las tareas que le tocarían en una sociedad en profundo cambio. De otra parte, la transformación cultural ha privado la parroquia del fondo natural, el régimen de cristiandad, que la integraba en un cuadro social orgánico y coherente y la hace sentir débil y aislada. De repente, la Iglesia se encuentra con que su estructura de base existe y funciona, pero se ha quedado como sin su más profunda razón de ser. Sólo por méritos de la tradición o porque ha sido colocada por una institución eclesial central o porque realiza actividades novedosas no queda garantizado que la parroquia viva a plenitud su identidad y su misión. Esta experiencia de crisis de la parroquia podríamos articularla en torno a tres núcleos. 1. La sensación de que la parroquia no logra dar una imagen fresca y motivadora del

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cristianismo, no sabe ofrecer la experiencia de libertad y de vida nueva que proviene del Evangelio y que han testimoniado las primeras comunidades cristianas. Una crisis de identidad que surge de su falta de impulso para realizar sus ideales, de su estructura fuertemente centrada en el párroco e incapaz de darle a otros tareas de responsabilidad, de su impotencia para realizarse como comunidad cristiana, de su fragilidad para plantear una relación profética con la sociedad dentro de la cual está colocada, de su entrega a una gestión pasiva de la necesidad religiosa de la gente sin promover una audaz acción evangelizadora. Sin embargo, los sueños de una renovación eclesial y las críticas a la organización parroquial no han logrado producir nuevas instituciones o estructuras eclesiales que sean capaces de desempeñar el papel que ha cumplido la parroquia tradicional. 2. Otro núcleo de la crisis es externo a la parroquia misma; se deriva del debilitamiento institucional de toda la realidad eclesial. El éxito de la parroquia en el pasado estaba ligado a que representaba en un determinado territorio la presencia activa de un sujeto social más alto, con una autoridad capaz de garantizar una escala de valores y una referencia de autoridad, un universo religioso pronto a responder a las necesidades individuales y colectivas de la gente, con capacidad de avalar el correcto funcionamiento de la vida social y civil. La parroquia desempeñaba una función simbólica al representar un principio que custodiaba lo que en aquel lugar era más significativo para su identidad. Cuando, en los últimos decenios, la Iglesia empieza a perder imagen y visibilidad, la parroquia ve menguada también su tarea de representación; situación que contribuye a la

vez para que el catolicismo, que desde el Medievo se apoya en la red de parroquias, tenga menos capacidad de influir en el mundo y siga decayendo la llamada “civilización parroquial”. 3. Un tercer núcleo de la crisis parroquial puede estar en los remedios parciales aplicados buscando fortalecer las parroquias, que, con frecuencia, en lugar de producir los frutos esperados han aumentado los traumas. A guisa de ejemplo se pueden considerar algunos casos simples: la multiplicación indiscriminada de centros de culto, en barrios, urbanizaciones y locales comerciales, ha acentuado la fractura y la dispersión en la vida pastoral y en la estructura eclesial; las misas teatrales para niños y jóvenes pueden llevar a perder el sentido de lo sagrado; las misas llamadas de sanación han introducido magia y hasta simonía en la liturgia y en la vida de la Iglesia; la polarización exagerada hacia el compromiso político y social ha desviado la pastoral parroquial de su tarea esencial, la realización integral de una comunidad a la luz de Cristo; el afán de mostrar vida y cercanía con el pueblo vinculando la parroquia con programas culturales ha acrecentado el clima de relativismo y sincretismo.

La transformación de la Parroquia A partir de la mitad del siglo XX, muchas personas han comenzado a demostrar que no tenían necesidad de la parroquia como cuando la vida social, cultural y religiosa, giraba en torno a ella. Aunque se ha seguido reconociendo esta institución, se la respeta y se la frecuenta, a la parroquia ya no llegan, como antes, las inquietudes y las necesidades que le daban sentido y prestigio en el tejido social y que sostenían su identidad. Han entrado en juego otras instituciones que 3


promueven el desarrollo, que generan cultura, y aun que ofrecen diversas propuestas para vivir la relación con lo divino. Sin decirlo, casi como sin darse cuenta, la gente ha ido tomando distancia de la parroquia, ha elaborado su “religión a la carta”, asumiendo de la parroquia sólo aquello que le parece bueno o le interesa. Es así como se da el caso en que cada uno escoge los contenidos de la fe y las reglas de la moral que le sirven de referencia en la propia vida; cada uno dirige el significado último de la propia experiencia religiosa; cada uno decide su relación personal con la Iglesia y con la tradición cristiana; por lo mismo, cada uno escoge la parroquia a la que quiere vincularse y la forma o modalidad en que desea hacerlo. Esto también ha contribuido al ocaso de la civilización parroquial. Sigue existiendo la parroquia como institución, pero sin el papel vinculante que tenía antes en la vida religiosa y social de la gente. La parroquia también ha tenido que situarse dentro del pluralismo cultural y religioso de la sociedad contemporánea, dentro de los fenómenos de privatización, fragmentación e individualización de las experiencias de fe. Las crisis y las fuertes transformaciones que afectan hoy la parroquia no han llevado esta institución eclesial a la desaparición, como algunos críticos habían anunciado; están pidiendo e impulsando, en cambio, un proceso de redefinición de su identidad y de sus funciones, dándole la posibilidad como de un renacimiento. La parroquia ha mostrado tener energías para renovar su presencia y para gozar de un espacio de significación dentro de la cultura actual. Esa resistencia se explica por su identidad más profunda y originaria de transmitir el mensaje y la memoria del cristianismo y por su misión de ser representación de la Iglesia en cada lugar. Así la parroquia envía a otra figura esencial 4

para la institución eclesial: la diócesis. Es necesaria una eclesiología que muestre cómo en la Iglesia existen dos polos de significación, ambos complementarios para la transmisión de la fe cristiana. La diócesis que, en la identidad propia de la Iglesia local, realiza la comunión con la Iglesia universal; y la parroquia que, como eje espacial de la Iglesia local, transmite y hace visible la vida cristiana en un sector de la diócesis. La parroquia debe ser, entonces, un espacio en el cual la realidad eclesial se activa e interactúa con los vínculos sociales que ya configuran ese lugar para construir la identidad cristiana. Se sitúa en ámbitos sociales y culturales que le suministren elementos, estructuras, experiencias, que permitan iluminar los significados fundamentales de la existencia individual y colectiva; trabaja en escenarios con capacidad de estructurar relaciones profundas que faciliten interactuar, a través del diálogo, con los criterios de decisión y los estilos de vida de la sociedad para sembrar allí los valores del Evangelio. Las parroquias son un espacio activo que genera relaciones, influye en la cultura, hace nacer nuevas figuras sociales, crea nuevos significados, ofreciendo de esta manera la dinámica personalizante y civilizadora del cristianismo.

Desafíos, en el presente y en el futuro, de la parroquia Tomada en su identidad más profunda, la parroquia puede responder a las crisis y transformaciones que la desafían, desde dentro de la Iglesia o desde un contexto externo; más aún, como se ha dicho, las puede aprovechar para purificarse y hacerse más conforme con la intención originaria que la ha hecho nacer y la sostiene como estructura eclesial. La parroquia debe afrontar, en


el presente y en el futuro, el reto de cumplir funciones esenciales a su identidad y misión: la transmisión, la experiencia y la proyección de la vida cristiana. Ante todo, la parroquia puede y debe cumplir el papel fundamental de transmitir la fe. Ella es un ente organizado, tiene una historia concreta, posee una identidad profunda, dispone de símbolos que todos entienden, está localizada en un conjunto social; por tanto, puede participar en el servicio fundamental de ayudar a encontrar el sentido de la vida, que se necesita en nuestro tiempo. La parroquia tiene muchos instrumentos para hacerlo: doctrina, ritos, celebraciones, procedimientos de iniciación, experiencias de acompañamiento a los que sufren; en una palabra, la vida que muchos necesitan. Insertándose, como naturalmente en el tejido social y en el conjunto de sus relaciones, vive su identidad de transmisora del cristianismo en un concreto lugar de la sociedad. La parroquia desempeña esta función de transmisión de la fe tanto cuando imparte la catequesis como cuando asume una figura profética o cuando comparte la vida del pueblo o cuando inspira la confianza que brota de su vinculación con la Iglesia que la precede y la sostiene. La parroquia, en segundo lugar, se puede presentar hoy como un espacio en el que se experimenta la vida cristiana y se realiza la Iglesia como pueblo de Dios. Para ello debe ser el ámbito en el que se tenga la posibilidad de hacer un seguimiento exigente, comunitario y alegre de Jesús. De esta manera, la parroquia logra evitar la dispersión, la soledad y el anonimato de los cristianos en la vivencia de su fe; igualmente, se vuelve elemento insustituible y espacio dinámico para crear aquellas comunidades que reflejan la única Iglesia en su multiforme diversidad. La parroquia ofrece a la Iglesia la

posibilidad de unir y encaminar a tantos cristianos que con su historia personal, con su fe que se propaga y con su aporte concreto a la sociedad muestran el presente y el futuro del cristianismo. Así, la parroquia y la Iglesia refuerzan mutuamente su identidad, facilitando una experiencia de la vida en abundancia que nos ha traído Cristo y logrando tanto la unidad de diversas realidades eclesiales como la presencia visible del cristianismo en la sociedad y la cultura. En tercer lugar, la parroquia puede y debe ser un espacio y un instrumento de proyección apostólica. En un momento de cambio cultural cuando es tan fuerte la afirmación del individuo y tan compleja la comunicación, la parroquia se perfila como un lugar de diálogo e interacción con diversas instituciones desde la necesidad de la experiencia religiosa, la dinámica de encuentro y confrontación a partir de la memoria cristiana y las posibilidades de significación y acción que se presentan en una sociedad. Las estructuras parroquiales pueden mostrar en la cultura actual a la Iglesia capaz de valorar la escucha, el encuentro, el diálogo, las relaciones, la solidaridad. La parroquia pensada como espacio activo es la nueva figura con la que se puede expresar el término “misión”. En síntesis, la parroquia viviendo su identidad y situándose creativamente en un ámbito social, va dando un testimonio público, va integrando en la cultura los valores del Evangelio y va ofreciendo a cada persona y a toda la comunidad la posibilidad de la vida nueva, libre, feliz y eterna que Cristo ha inaugurado con su muerte y resurrección.

+ Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín 5


LA NOTICIA DEL DOMINGO Por: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro. PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7

“Presentamos en esta entrega los cuatro Domingos de Adviento, la Solemnidad del Nacimiento del Señor, las Solemnidades de Santa María Madre de Dios y de la Epifanía. Comenzamos también el comentario al Tiempo Ordinario con los Domingos II – III y IV. El programa del Adviento se deduce desde la Palabra como una invitación a la conversión y a la vigilancia. Todo esto permitirá que celebrando la Navidad, lo imitemos en su abajamiento y pobreza. La Epifanía, por su parte, nos recordará que Dios ofrece su salvación a todos los hombres, sin distinción alguna”.

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abiendo llegado de Babilonia, el pueblo de Israel se detuvo a reflexionar sobre las causas, no sólo del exilio, sino también de la situación de Jerusalén y el templo, arrasados por las tropas enemigas (hechos a los que se hace referencia en 63,18 y 64, 9 – 10). Es por eso que, mientras todo se iba reedificando, el Tercer Isaías hace un gran llamado a la conversión, evidente en la sección 63,7 – 64,11: se trata de una bellísima súplica que, en términos de lamentación, permite a la comunidad reconocer que el origen de todo lo sucedido son sus propios pecados, de los que quiere verse liberado y perdonado cuanto antes. Todo comienza con un repaso histórico (63, 7 – 14), cuyo hilo conductor es el recuerdo de las maravillas que Dios obró en el pasado, hecho que remite al Salmo 80 (propio de la liturgia de hoy); pero es a partir del versículo 15 donde comienza la súplica propiamente dicha con los imperativos y preguntas que pretenden acelerar la intervención divina. Llegamos así a la sección que hoy proclamamos: prestemos atención, en primer lugar, a un fenómeno bien interesante: esta lectura está enmarcada en la imagen


de Dios como Padre (63,16; 64,7) y este es el primer indicio de un verdadero arrepentimiento, ya que los hijos infieles, de los que hablaba el profeta ya desde el inicio de su obra (1,2), quieren ahora volver al Padre. En efecto, según el v. 16, el pueblo elegido sabe que los patriarcas, aún teniendo el título de “padres”, son recuerdo y no presencia, porque sólo Yhwh se ha hecho responsable (“gō’ēl”) de ellos (v.16). Es extraño que, no comprendiendo la dureza de corazón que los ha acompañado, atribuyan la responsabilidad al mismo Dios (v. 17); sin embargo, el reconocimiento y la enmienda del pecado han de llevar a su intervención poderosa y es por eso que en el v. 19b se pide una teofanía con su acompañamiento cósmico: todo pareciera indicar que Dios se había quedado mudo en su morada, pero se espera que Él rasgue los cielos y manifieste su presencia. Y es aquí donde aparece una idea fundamental: la salvación está condicionada al cumplimiento de la voluntad divina (64,4); de ahí que el pueblo arrepentido se disponga ahora a confesar sus culpas (vv. 4 – 6), a lo que sigue una nueva petición de liberación (vv. 7 – 11). Israel espera que el alfarero recree su obra y haga de ellos una nueva nación; ya no pondrá su confianza en sí mismo ni en las naciones extranjeras, ya que el Padre, que es presencia constante y redención continua (63,16), se ha mostrado fiel a pesar de la infidelidad sufrida, hasta el punto de moldear y modelar la obra de sus manos para que sea reflejo suyo (64,7). Salmo 80 (79):

Remitimos al comentario hecho el Domingo XXVII, ciclo A.

1 Corintios 1, 3 – 9

Recordemos, para comenzar, lo que afirmábamos el II Domingo del Tiempo Ordinario 1

(Ciclo A) a propósito de esta carta: «después de haber sido maltratado en Berea (Hch 17, 13-15) y de que la gente se riera de su predicación en Atenas (Hch 17, 32-34), Pablo no tuvo otro remedio sino dirigirse a Corinto: sus compañeros Silvano y Tito debieron quedarse en el norte predicando, de modo que llegó a aquel puerto solo y fracasado. Pero Dios tenía mucho que enseñarle aún: unos esposos cristianos llamados Áquila y Priscila, desplazados de Roma por el edicto del emperador Claudio (año 49 d.C.), se enteraron de su presencia y, al descubrir que él se dedicaba al mismo oficio de ellos (fabricar tiendas de campaña), lo acogieron en su casa, al mismo tiempo que fue recibido por toda la comunidad». Así, después de la gran decepción en Atenas, Pablo comprendió que todo es favor de Dios: él pretendía convencer desde sus conocimientos, pero ahora, que había sido auxiliado por una pareja de desplazados, aprendió a poner su confianza en la gracia de Dios manifestada Cristo Jesús. Y es por esto que, tiempo después, hallándose en Éfeso, escribirá a esta comunidad recordándoles que es precisamente esa gracia divina la que los ha sostenido (v. 5). Tengamos presente que ya desde la introducción, el Apóstol presentará algunos temas fundamentales de la carta: los carismas (v. 7. Cf. caps. 12 – 14)1 y la escatología (v. 8. Cf. cap. 15) . Recordemos, tal como decíamos hace algunos domingos a propósito de 1 Tesalonicenses, que, ante la inminencia de la Parusía, Pablo se esforzó por disponer debidamente a sus comunidades para un encuentro digno con el Señor y, en el contexto de esta lectura, no había mejor forma de lograrlo para los corintios que luchando por la unidad desde los carismas recibidos, tal como lo demostrará en los caps. 12 – 14.

Este tema será retomado en la segunda lectura del III Domingo de Adviento haciendo referencia a 1 Tesalonicenses.

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El Adviento es un tiempo de gracia que nos permite evaluar la centralidad de Cristo en nuestras vidas. Que Él nos ayude a intensificar la vida fraterna, de modo que lo acojamos en la medida en que acogemos a los hermanos.

Mateo 13, 33 – 37

A diferencia de Mateo, que presenta cinco grandes discursos de Jesús, Marcos habla sólo de dos: el de las parábolas (cap. 4) y el escatológico (cap. 13), en el que sobresalen 21 verbos en imperativo, hecho que da a entender su carácter exhortativo; en otras palabras: el final de los tiempos exige una correcta disposición y una actitud generosa por parte del creyente, representado en los cuatro discípulos a quienes el Maestro dirige sus palabras: Pedro, Santiago, Juan y Andrés (v. 3). Se acerca ya la Pasión y Resurrección y ellos han de prepararse para afrontar las dificultades del anuncio con la gracia del Espíritu Santo (v. 11), pero han de disponerse igualmente para acoger a Jesús en su segunda venida (v. 26). Con estos presupuestos, adentrémonos entonces, en el texto que hoy proclamamos, que es el final del discurso. Un imperativo aparece tres veces: “velad” (v. 33. 35. 37)2 . Así, la actitud del cristiano que espera a su señor no ha de ser el adormentarse o la indiferencia, sino la vigilancia, que implica estar dispuestos a la acción: el creyente no puede dejarse llevar por la pereza, sino que es alguien comprometido y activo. Tal será la enseñanza de la parábola del portero en los vv. 34 – 36, personaje a quien se encomienda hacer de centinela. Ahora bien: si el verbo “velar” se repite tres veces y aparece como actitud característica del siervo en la parábola, es importante y por eso jalona el sentido del texto. Tratemos de

observar su significado3 : en primer lugar, se refiere a la actitud de la comunidad mientras evangeliza: prolongar el anuncio del Salvador no admite mediocridad alguna; pero, por otra parte, el “velar” nos hace saber siervos y sólo eso: obedecemos al Señor y no a nuestros caprichos. Así pues, generosidad en la respuesta y centralidad de Cristo son dos aspectos relevantes en la vigilancia del creyente. Hay otro elemento fundamental en el texto y que acaba de ser resaltado por Jesús (v. 32): la ignorancia del día y la hora (vv. 33. 35): no somos dueños del tiempo ni mucho menos de los designios divinos; sin embargo, es este desconocimiento lo que nos coloca en el lugar en que debemos estar: el de siervos activos y entregados. Concluyamos: la venida definitiva de Cristo se dará cuando menos pensemos; sin embargo, ya desde ahora la actitud de siervos vigilantes nos permitirá anticipar su recibimiento en cada hermano y en cada acontecimiento que nos hablan de su presencia salvadora.

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO Isaías 40, 1. 5. 9 – 11

Uno de los acontecimientos más dolorosos –si no el más– en la historia de Israel fue el exilio a Babilonia. Pero cincuenta años después de haber sido deportados, cuando todo parecía perdido, aparecieron los persas y permitieron la liberación. Y en medio de esta situación surge un profeta, al que acostumbramos llamar “Segundo Isaías” o “Isaías Junior”, dando el consuelo y la esperanza de Dios a los desterrados. Llama la atención, en primer lugar, la imagen femenina en el v. 2 con respecto a Jerusalén: Dios actuará en favor suyo, tal como se lee en 49,16 o 52,1.

En el v. 33 aparece el infrecuente verbo “agrypneite”, común en la literatura sapiencial (LXX Job 21,32; Cant 5,2, etc.). En los vv. 35 y 37 aparece el verbo “grēgoreite”, mucho más común. El sentido no varía, tanto así que son sinónimos. 3 Seguimos aquí la interpretación de HERNÁN CARDONA Y FIDEL OÑORO en su libro “Jesús de Nazareth en el Evangelio de San Marcos”. Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana 2008, p. 16. 2

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Es interesante observar que la gloria del Señor, cuya presencia era exclusiva del templo, se traslada ahora al desierto (vv. 3 – 5), tal como en tiempos del éxodo, cuando acostumbraba permanecer en la tienda (Ex 40,34). Y es ahí donde aparece la imagen del “evangelista” (v. 9), tal como ha traducido la Septuaginta 4. Este va abriendo camino por el desierto y deberá subir a una colina cercana a Jerusalén para anunciar la llegada del Señor, de quien los vv. 10 – 11 nos regalan dos bellas imágenes: en primer lugar aparece la figura del vencedor (v. 10) cuyo botín conquistado no es otro sino sus hijos cautivos, quienes conforman ahora su séquito victorioso; seguidamente está la imagen del pastor que apacienta y se preocupa por los más débiles. El Evangelio de hoy nos permitirá descubrir cómo, con el inicio de la misión de Jesús, el exilio ha terminado; y el “evangelizador” que lleva a plenitud el anuncio de Isaías no será otro, sino Juan Bautista. Salmo 85 (84):

Remitimos al comentario hecho el Domingo XIX, ciclo A

2 Pedro 3, 8 – 14

El último libro del NT, escrito hacia el año 125 d.C. es, más que una carta, un testamento en el que el autor se presenta como una persona importante del pasado que está a punto de morir (1, 14 – 15) y que dirige a sus seres queridos las últimas palabras. Los estudiosos afirman que los destinatarios son comunidades cristianas asentadas en Egipto y que estaban amenazadas por falsos maestros que provenían de las mismas comunidades (2,1). De ellos se afirma que vivían en forma inmoral (1,9; 2,2. 3. 10. 13.

14. 19): pensaban, siguiendo una corriente gnóstica, que bastaba solamente conocer a Cristo en forma teórica. Además, a nivel doctrinal enseñaban que la parusía era sólo ilusión (3, 3 – 4), pues ya se había dilatado mucho la espera anunciada como inminente, por ejemplo, en 1 Tsl, tal como veíamos al final del ciclo A. Es pues, en este punto, donde encontramos la lectura de hoy: en efecto, luego de refutar a los escépticos (3, 1 – 7), el autor pasa a explicar el por qué del retraso de la parusía y presenta dos argumentos: 1) (v. 8): la forma que Dios tiene de calcular el tiempo es diferente a la nuestra, ya que para Él –como afirma Salmo 90,4– mil años son como un día. 2) (v. 9): más que de retraso, hay que hablar de un tiempo de gracia que Dios concede para lograr la conversión ¡incluso a los falsos maestros! Hay un elemento en el que Pedro bebe de la tradición sinóptica y es el carácter imprevisible del Día del Señor (Mt 24, 43 – 45 y paralelos)5, cuya manifestación hará evidente que todo es pasajero (vv. 10. 12) y que el único que subsiste eternamente es Dios. Ahora bien: los vv. 11 – 14 resaltan cuál ha de ser la actitud de los creyentes en medio de la espera: no sólo vigilar, sino anticipar (v. 12) los cielos nuevos y la tierra nueva, en cuanto se asume como primordial la actitud de la justicia y la santidad. De esta forma, aquellos hermanos que se habían apartado de la sana doctrina, viendo las obras de quienes han permanecido fieles, podrían comprender que Cristo no sólo vendrá a renovar todo en Él, sino que ya está viniendo continuamente en la vida de quienes le han entregado el corazón.

Se trata de un participio sustantivado del verbo “euangelízomai”, que encontraremos de nuevo el Domingo III de Adviento en la primera lectura y que hoy aparece justo al inicio del Evangelio de Marcos. 5 Recordemos también el Evangelio del Domingo anterior. 4

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Marcos 1, 1 – 8

El primer evangelista encabeza su obra afirmando qué es lo que busca con ella: comunicar una Buena Noticia, cuyo contenido, más que palabras, es una persona: Jesús. Él es calificado como Mesías e Hijo de Dios, títulos que, en confesiones de fe, delimitan las dos grandes partes del Evangelio: Pedro lo reconoce como el Cristo (8, 27 – 30) y el centurión romano como el Hijo de Dios (15,39). No podemos olvidar, sin embargo, que Jesús es al mismo tiempo anunciado y anunciador: en sus palabras y en sus obras se revelará la Buena Noticia por excelencia: Dios ha comenzado ya a reinar en favor de los más necesitados. Ahora bien: el “arjē” del que habla Marcos en 1,1 puede referirse, tanto al inicio del libro, como al comienzo mismo de la actividad del Salvador; en otras palabras, el Evangelista pretende responder a esta pregunta: ¿qué fue lo que motivó a Jesús a decidirse por ese anuncio gozoso? Dos respuestas emergen al respecto: 1) Como miembro de la clase social mediabaja, como habitante de una aldea agrícola (Nazaret) que a duras penas sobrevivía, como trabajador que se ganaba la vida con sus propias manos, como ser humano profundamente sensible del dolor ajeno, Jesús fue descubriendo que los gobernantes de su época, explotadores y violentos, en nada imitaban a Dios en cuanto a la manera de gobernar … y comenzó a cuestionarse: ¿qué hacer para mostrar lo que Dios propone en cuanto a la transformación de esta caótica realidad? 2) Jesús encontró muchas respuestas, pero ninguna era de su agrado: no comulgó jamás con los movimientos armados contra Roma, no fundamentó su vida en la observancia rigurosa de la ley, como los 10

fariseos; tampoco lo convenció la actitud separatista de los esenios y le repugnaba la incoherencia de los saduceos. Y fue cuando encontró un profeta que lo cautivó: Juan Bautista, quien, rechazando las posibilidades apenas descritas, proponía como único medio de liberación verdadera el volver a Dios de todo corazón, hecho que él manifestaba sumergiendo a los arrepentidos en las aguas del Jordán (Mc 1,5). Es ahí, pues, donde tiene lugar la principal motivación de Jesús para actuar desde Dios: el Bautista es, en este sentido, quien preparó el camino a Jesús (Mc 1, 2 – 3. 7 – 8); pero, mientras él insistía en la ira divina (Cf. Mt 3,10), el Maestro optará por mostrarlo reinando con amor y misericordia. Detengámonos, pues brevemente en la figura del hijo de Zacarías, especialmente en su estilo de vida, tan edificante en este tiempo de Adviento:

• El sitio geográfico que elige para su acti-

vidad es sugestivo: el desierto, lugar que evocaba al pueblo la necesidad de vivir un nuevo éxodo. • Con su manera de vestir y de comer, símbolos de profunda austeridad, no pretendía sino dar a entender que lo único absoluto y normativo en la vida es Dios: nada ni nadie pueden estar por encima de Él. • Pero su predicación es igualmente reveladora: él es consciente de que su misión consiste en preparar el camino del “mas fuerte”, aquel que viene a vencer a Satanás y sus mediaciones, al mismo tiempo que, como Mesías, inagura el tiempo escatológico dando el Espíritu Santo (Jl 3, 1 ss). Vemos, pues, que Juan Bautista fue una figura significativa para Jesús: su predicación fue, digámoslo así, el detonante que motivó al Salvador al anuncio del Reino y en este sentido fue, según Isaías, el “evangelizador”


que preparó su camino. Demos gracias a Dios por las personas que nos animan a seguir más de cerca al Señor y pidámosle, en este Adviento, la gracia de vivir en austeridad, aunque la sociedad por estos días nos invite a lo contrario.

diste me indujo a pecar». El hombre quiere justificarse ante Dios diciéndole que no le dio un ser justo como compañía. • Con respecto a los demás, el pecado genera división: Adán culpa la mujer y la mujer a la serpiente.

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Finalmente, observemos cómo Dios maldice la serpiente (v. 14 – 15) y la tierra (v. 17), pero no maldice al ser humano, sino que, aún siendo justamente expulsado del Edén, se preocupa por vestirlo (v. 21) y ya antes, en el v. 15, anuncia la victoria definitiva del bien sobre el mal: la descendencia de la mujer (en contexto cristológico debemos decir “un descendiente”) pisoteará la cabeza del mal, lo dominará. Nos encontramos ante lo que San Ireneo de Lyón en el siglo II llamó “El Protoevangelio”: la Buena Nueva de la salvación obrada en Cristo era ya anunciada después de la caída y llegará a plenitud gracias a la nueva Eva, que, en contraposición a la primera, siempre estuvo dispuesta a cumplir la voluntad de Dios, tal como nos lo contará el Evangelio de hoy.

Génesis 3,9 – 15. 20 La narración de la primera caída trata de explicar en qué consiste el pecado, cuáles son sus consecuencias y qué puede esperar de Dios el hombre pecador; veamos: La serpiente, personificación del mal, tiene como acción fundamental la tentación: presenta como bueno lo que es malo e invita a decidir por sí mismo qué es bueno o malo sin someterse a la voluntad de Dios. El mandato y la prohibición habían sido dados al hombre para mostrar su limitación, pero éste quiso sustituir a Dios. Así, el pecado es, en el fondo, excluir a Dios de la vida, no querer contar con Él. Las consecuencias del pecado se viven en una triple dimensión:

• Con respecto a sí mismo, el ser humano

experimenta que, como dijo la serpiente (v. 5), sus ojos se abren, pero no para ver como Dios, sino para descubrir su propia desnudez, su propia vergüenza. • Con respecto a Dios, el pecado obra de tal manera que se le ve como una amenaza, como un obstáculo: nótese cómo la primera actitud del hombre y la mujer al sentir que Dios se pasea por el Jardín no es pensar que se acerca a ellos para cuidarlos, sino verlo como el juez que llega a condenar. Por otra parte, cuando Dios pide a Adán una explicación de lo sucedido, éste culpa a su Hacedor: «esa mujer que tu me

Salmo 98 (97) Este salmo canta el gobierno universal de Dios cuyo fundamento es ante todo la justicia. La realeza divina es presentada oficialmente en el contexto litúrgico del templo en medio de la alabanza de toda la creación. Los vv. 1 – 3 hacen referencia al pasado histórico de la salvación obrada por Dios en favor de su pueblo. Hay dos elementos dignos de mención:

• El Señor, con su poder, ha derrotado los enemigos del pueblo elegido.

• Testigos de esta victoria son las naciones

(v. 2) y los confines de la tierra (v. 3). Estos elementos hacen probable que, tal como el Salmo 125, este salmo cante la liberación de Babilonia, evento en el que 11


Dios se ha presentado como el soberano del cosmos a la vista de todos los demás pueblos y ha ratificado su misericordia y fidelidad en favor de Israel: Él no ha abandonado a su pueblo, no lo ha defraudado. Israel sintió cómo, a pesar de su continua infidelidad a Dios, Él permaneció siempre fiel y le dio una nueva oportunidad. Por eso la alabanza se hace progresivamente más sublime, y es por eso que el v. 4 constituye el invitatorio a toda la creación para que dé gloria al Único que hace maravillas.

menos, que Dios mismo (v. 11).

Efesios 1,3 – 6. 11 – 12 Antes de pronunciar la acción de gracias, el autor de esta exhortación hace una bendición a Dios por la Bendición de Dios que tiene nombre propio: Cristo Jesús. Él es el Amado en el cual y por medio del cual todos hemos sido agraciados, favorecidos por Dios, según el v. 6 (nótese el empleo del verbo “jaritóō”, el mismo que aparece en el relato de la Anunciación). Los vv. 3 y 6 forman una especie de “marco” del mensaje central, presente en los vv. 4 y 5 (a los que se puede añadir el v. 11): por Cristo hemos recibido la bendición de Dios (v. 3); por Él hemos sido agraciados y favorecidos (v. 6). La Bendición y la Gracia de Dios en Cristo tienen una triple manifestación:

Remitimos al comentario del IV Domingo de Adviento.

• Nos ha elegido para ser santos y sin mancha delante de Él, y nos ha dado el medio para lograrlo: el amor oblativo, el “agápē” (v. 4), cuya plena demostración es la Cruz. En efecto, más adelante, en Ef 5,25 – 27 se nos dirá que el sacrificio de Cristo ha hecho posible la santidad y pureza de la Iglesia. • Hemos llegado a ser hijos de Dios, hijos en el Hijo (v. 5). • Siendo hijos, nos hemos convertido en herederos y la herencia es, nada más y nada 12

Celebrando la fiesta de la Inmaculada Concepción recordamos las palabras del v. 4: Dios nos ha llamado en Cristo a ser santos y sin mancha por el amor. El hijo de Dios, la Bendición de Dios, nos ha llegado gracias a la “favorecida”, llena de gracia que justo en la mitad de este tiempo de Adviento se convierte en signo de espera dichosa y respuesta generosa al Señor. Lucas 1, 26 – 38:

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO Isaías 61, 1 – 2a. 10 – 11 Hemos dicho en comentarios sobre el Tercer Isaías que las condiciones del pueblo en aquel tiempo eran muy difíciles: las grandes promesas anunciadas por el segundo Isaías apenas se veían germinar y eso que en forma modesta; a esto se sumaba la confrontación entre quienes regresaron de Babilonia y aquellos que habían permanecido en Palestina. Y resulta que en esta dura situación aparece un personaje que, ungido por el Espíritu y gracias al envío o misión y al testimonio de la Palabra, se presenta como profeta que cumple un encargo igual al del heraldo de 40,9: evangelizar (“euangelízomai” según LXX. Cf. 61,1). ¿Cuál es el contenido de esta buena noticia? Dios, que acaba de rescatar a su pueblo, no quiere que vuelva a experimentar esclavitud alguna; es por eso que la restauración iniciada con la salida de Babilonia llegará a su plenitud allí mismo en Jerusalén, donde los ciegos verán, los presos serán liberados … y donde se proclamará el año jubilar (Lv 25,10). De ahí que la sección 60,1 – 62,12 se pueda titular “la gloria de la nueva Sión”. Ahora bien: luego de afirmar que la restauración de la ciudad santa ha


de fundamentarse en el derecho y la justicia (61, 3 – 9), los vv. 10 – 11, segunda parte de esta lectura, nos presentan la respuesta de Jerusalén ante la gran acción divina: ella se presenta como esposa, alegre de la alianza con su Esposo; y dicho amor será fecundo: el mismo Señor, fuente de la vida, hará que todo en ella sea justicia, elemento clave para responder en fidelidad al Amado. Sobre el tema de las bodas hablaremos en el Evangelio y así será posible descubrir este Adviento como la oportunidad de experimentar la restauración que obra Dios en nuestras vidas y el llamado que nos hace a hacer alianza con Él. Lucas 1, 46b-48. 49-50. 53-54 Tal como veremos el próximo domingo, el ángel Gabriel había hablado a María de un signo por medio del cual ratificaría la acción de Dios: el embarazo de la anciana estéril (v. 36); es por esto que cuando encuentra a su pariente, Nuestra Señora entona este bellísimo himno inspirado en el cántico de Ana (1 Sm 2,1ss). Hay un detalle interesante y es la forma en que Dios pone su mirada en lo pequeño y en lo que no cuenta; de hecho, el sustantivo “tapeínōsis” en el v. 48 no se refiere sólo a la humillación, sino a sus causas: es aquello que sentían quienes pertenecían a las clases bajas de la sociedad. En este orden de ideas es posible concluir, entonces –lo comentaremos el domingo siguiente–, que Dios tuvo a bien contar con una jovencita humilde, de una aldea insignificante, para traer la salvación a la humanidad. Esta es precisamente la causa de su alabanza: la grandeza de Dios (v. 46) no se manifiesta en su capacidad de ejercer el poder para dominar a sus súbditos, sino en el compromiso que adquiere con sus hijos para liberarlos, tal como aparecerá en las palabras finales del cántico, que hacen referencia a la misericordia que, pasando de generación en gene-

ración, no conoce interrupción alguna. Nuestra Señora es consciente de que todas las generaciones la felicitarán, es decir, encontrarán en Ella un referente, un modelo de respuesta a Dios; es que María nunca pretendió grandezas, nunca aspiró ser más que los demás. Y precisamente allí radica el hecho de haber sido favorecida, ya que, según sus mismas palabras, Dios tiene una predilección especial por los humildes y sencillos, no así con los soberbios, a quienes derriba de sus tronos. El Magníficat, pues, se convierte hoy en un referente especial para vivir la espiritualidad del Adviento como invitación a asumir la humildad, rechazando toda aspiración de grandeza, ya que los soberbios, tan llenos de sí, no encuentran espacio para Dios ni logran dimensionar las grandezas que es capaz de obrar en la historia. 1 Tesalonicenses 5, 16 – 24 A partir del capítulo 4 Pablo ha comenzado una serie de exhortaciones destinadas a la edificación de la vida eclesial, que ha debido interrumpir para tratar el tema de la Parusía (4,13 – 5,11, textos analizados los domingos XXXII y XXXIII del ciclo A), y que son retomadas a partir de 5,12. De esta forma, los vv. 16 – 22 ratifican cuál ha de ser la actitud de los creyentes que esperan al Salvador, mientras que los vv. 23 – 24 conforman la oración final de la carta. Pablo va concluyendo ya su primer escrito, y el mensaje inicial de la lectura de hoy es claro: la voluntad de Dios para sus hijos, aquello que Él quiere de ellos, llega a plenitud por medio de tres actitudes: alegría, oración y acción de gracias (vv. 16 – 18). Ahora bien: para que esto sea efectivo, es necesaria la acción del Espíritu Santo, autor de los dones y carismas, entre los que el Apóstol recomienda la profecía (v. 20), que en términos suyos, tal como explicará en 1 13


Cor 14,3, consiste en toda palabra que contribuye a dar solidez a la vida eclesial, sea amonestando como llamado a la conversión, o dando esperanza y sosiego. Pero no hay que olvidar, en medio de todo, la sana actitud del discernimiento (v. 21), en la que se opta siempre por el bien. De esta forma, los elementos apenas descritos constituyen la posibilidad de prepararse dignamente a recibir a Jesús, que ya se acerca; Pablo vuelve sobre el tema de la Parusía y pide que la santidad sea aquello que los acredite delante de Él en su Día glorioso (v. 23). Pero no están solos en esta delicada empresa, ya que la fidelidad de Dios los precede y, Aquel que los llamó, será fiel en permitir que puedan entrar en su comunión eternamente (v. 24). Juan 1, 6 – 8. 19 – 28 El Evangelista nos ha presentado al Verbo que existe desde siempre (v. 1), principio de la creación (v. 3), Verbo que es luz rechazada por las tinieblas. Y es precisamente aquí donde aparece el Bautista; la primera sección del Evangelio que hoy proclamamos (vv. 6 – 8) presenta su misión en términos generales, mientras que la segunda (vv. 19 – 28) habla del modo en que la llevó a cabo anunciando a Aquel que es Luz y Esposo. Los vv. 6 – 8 entregan las “credenciales” de Juan: no sólo es enviado por el Padre (v. 6), sino que tiene una misión concreta: acercar los hombres a la luz y enseñar que es posible escapar de las tinieblas (v. 7). Ahora bien: la aceptación del Verbo hecho carne, realidad en la que el Bautista ejercía un protagonismo decisivo, chocó con los intereses de los grupos dirigentes de la época, quienes aparecen ya desde el primer capítulo para mostrarse luego como los grandes adversarios de Jesús. A ellos les inquietaba la posible pretensión mesiánica 6

J . MATEOS – J. BARRETO. El Evangelio de Juan. Madrid, Cristiandad 1979, p. 98.

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de un personaje que predicaba y bautizaba en el desierto, y es por eso que lo cuestionan con respecto a tres grandes figuras de la tradición israelita: el Mesías, Elías como su precursor (Cf. Mal 3, 22ss) y el profeta como sucesor de Moisés (Dt 18,15), a lo que responde en forma negativa, tal como se afirmaba en la primera sección: «no era él la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz» (v. 8). Humilde como María (Cf. el Magníficat), él sabe en qué consiste su misión. ¿Cómo se define, entonces, Juan? ¿Cómo percibe su identidad? Él sabe que es «la voz que clama en el desierto: “enderezad el camino del Señor”» (Cf. Is 40,3) y en este sentido, no sólo prepara un nuevo éxodo –tal como afirmábamos a propósito de Marcos el II Domingo de Adviento–, sino que se convierte en signo de conversión para los mismos dirigentes judíos en cuanto los invita a quitar los obstáculos que ellos mismos han puesto en dicho camino. Pero por otra parte, Juan es consciente de que su bautismo en agua es sólo preparación del bautismo en Espíritu Santo que ofrece Jesús (v. 33) y es aquí donde cobran vital importancia sus palabras acerca del “desatar la correa de las sandalias”; vamos a explicar este detalle con base en la reflexión de Mateos y Barreto, quienes relacionan dicho signo con la ley del levirato6: «cuando uno moría sin hijos, un pariente debía casarse con la viuda para dar hijos al difunto. Si el que tenía el derecho y la obligación de hacerlo no lo cumplía, otro podía ocupar su puesto. La ceremonia para declarar la pérdida del derecho consistía en desatar la sandalia (Dt 25, 5 – 10; Rut 4, 6 – 7). Al afirmar Juan que él no puede tomar el puesto del que viene, anuncia a éste como Esposo». Esto es trascendental para nuestra reflexión y quedará demostrado en el


episodio de las bodas de Caná (2, 1 – 11), donde Jesús es presentado como MesíasEsposo que trae el vino nuevo y que espera desposarse con su pueblo, tal como era ya anunciado en la primera lectura de hoy. Resumamos: en este Adviento Jesús viene como luz, viene como esposo. Asumamos, pues, la actitud del Bautista y dediquémonos a vencer nuestras tinieblas, transformándonos en signo de conversión; dispongámonos, igualmente, a prepararnos como esposa que anhela vivir la alianza eterna con el Amado. CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO 2 Samuel 7, 1 – 5. 8b – 12. 14a. 16 Luego de la unción de David como rey de todo Israel y de la conquista de Jerusalén, todo parece estar en paz, tal como afirma el v. 1. Es así como nos adentramos hoy en el famoso “oráculo de Natán”, que cubre todo el capítulo 7. En la liturgia de hoy proclamamos las dos primeras partes: vv. 1 – 3 y vv. 4 – 16. En la primera de ellas se destaca el deseo de David: construir un templo para el Señor; no hemos de ignorar que, a parte de la intención religiosa, hay una intención política: lograr la consolidación del nuevo reino en torno a un único lugar, y permitir así que la ciudad jebusea apenas conquistada llegase a ser reconocida. Más interesante es aún la segunda parte (vv. 4 – 16) en la que el mensaje central hace un juego de palabras con el polisémico sustantivo “báyit” (casa): a quien pretendía construir una casa para Dios (v. 5), Él promete, literalmente, “hacerle una descendencia para siempre” (v. 11). Resaltemos tres elementos fundamentales en este oráculo: 1) Se sanciona en nombre de Dios la dinastía davídica (v. 11); en adelante, rebelar-

se contra ella significa rebelarse contra el mismo Dios. Es por eso que nadie intentó derrocarla, a diferencia del reino del norte. 2) La relación de Dios con el descendiente de David es paterno-filial (v. 14): el soberano se consideraba engendrado por Dios desde el mismo instante de su entronización (Sal 2,7), aunque sin divinizarse, tal como ocurría en Egipto. 3) Hay que subrayar el carácter gratuito e incondicional de la promesa (vv. 14 – 15): teniendo presente la relación apenas mencionada, el Padre será capaz de corregir al hijo cuando este se equivoque. Fue gracias al oráculo de Natán que Israel mantuvo la esperanza a pesar de la infidelidad de muchos de sus gobernantes y a pesar del exilio a Babilonia; de hecho, las palabras de Natán a David alentaron la esperanza del pueblo elegido, ya que pensaban que algún día surgiría un descendiente de David que recogería su herencia y salvaría a su pueblo, un salvador definitivo a quien llamaron “Mesías” en lengua hebrea y “Cristo” en griego. La esperanza dejó de serlo para convertirse en certeza plena en Jesús y de ello hablaremos en el Evangelio. Salmo 89 (88) El eje transversal de este monumental salmo es la promesa divina a David, descrita ya en la primera lectura de hoy y que se articula con base en la continua presencia de Dios en el ámbito de la dinastía real. La insistencia sobre este tema tiene su razón de ser en que el salmista escribe desde una experiencia de crisis de la casa real (véanse especialmente los vv. 39 – 52), una gran dificultad, probablemente del exilio, que lo lleva a interrogarse cómo dicho acontecimiento pueda ser coherente con la promesa hecha a David: “¿ha fallado Dios? ¿se ha acabado la fidelidad de Yhwh? ¿es definitivo 15


el derrumbamiento de la casa real?” El salmo no ofrece una respuesta exacta a estos interrogantes y, sin embargo, todo el conjunto revela una esperanza en la restauración: Dios será fiel a su juramento, y así, aunque el anuncio del pasado es ahora desmentido por los hechos presentes, el futuro mostrará la fidelidad divina. En la liturgia de hoy proclamamos estrofas que pertenecen a dos secciones del salmo y cuyo énfasis va puesto en el amor de Dios.

• Los vv. 2 – 5 hacen parte de la solemne in-

troducción temática, que ya desde el inicio evidencia una profesión de fe: de Dios sólo puede esperarse y cantarse su “hésed”, su infinita misericordia (v. 1), tanto así que, aunque todo sea pasajero, el canto al Señor es eterno porque su amor nunca pasará, pues Él mismo lo ha afirmado de esta manera (v. 3). Es por esto que, aunque la casa real pueda experimentar crisis severas y graves, la misericordia y la fidelidad de Dios, edificadas “por siempre” y “más que los cielos”, son inderrumbables. Ahora bien: la alianza con el rey mencionada en el v. 4 ha de entenderse, más que como un pacto bilateral, como un acto libre y gratuito de Dios, Quien se compromete en modo fundamental y radical, llegando hasta el punto de “jurar” con respecto a la estabilidad del trono davídico.

• El v. 27 amplía el horizonte apenas descrito, calificando la relación de Dios con el monarca en términos filiales y de protección, mientras que el v. 29 ratifica el carácter eterno del “hésed” divino y la firmeza de su alianza.

Para nosotros, los creyentes en Cristo, las promesas divinas no han venido a menos, ya que, a pesar de la inestabilidad de la casa davídica, el 16

Padre nos regaló al verdadero y único Rey, en Quien la historia llega a su plenitud aún pasando por momentos de profunda desilusión. Romanos 16, 25 – 27 Pablo concluye su carta con una gran doxología a Dios, fundamentada en sus “misteriosos designios”, que han sido objeto de explicación a lo largo del escrito. Dios es el único que puede dar la fuerza que necesitan todos los hombres; y esta fuerza se recibe gracias a la acogida del Evangelio, que es el mismo Jesús. El Apóstol emplea nuevamente la palabra “misterio” (v. 25), tal como había hecho en 11,32 para hablar de la salvación ofrecida en Cristo a judíos y gentiles. Es por eso que ahora, terminando su epístola, recapitula lo afirmado en las grandes secciones de la misma: El misterio escondido tiempo atrás, pero la• tente en las Escrituras, es Jesús: no es la Ley lo que salva, sino la fe en Él y la salvación se extiende incluso a los gentiles (caps. 1 – 8). El misterio de salvación se hace patente • en la gratuita salvación por la fe de la que gozará el pueblo de Israel (caps. 9 – 11). En pocas palabras: sólo Dios merece toda gloria y alabanza, porque en su Hijo Jesús ha ofrecido la salvación a todos los hombres. Lucas 1, 26 – 38 Vamos a leer el Evangelio de hoy desde la perspectiva que nos han dado la primera lectura y el salmo, es decir, el mesianismo. Destaquemos en primer lugar los elementos que se refieren al Salvador esperado, para pasar, en un segundo momento, a determinar cuál es su inaudita manera de salvar. Finalmente, encontraremos en María la mejor respuesta a la bondad divina.


Jesús es presentado como descendiente de David gracias a la paternidad legal que José le regala (v. 27). Observemos cómo el v. 32 presenta claramente este aspecto, cuando se refiere a Él como “Hijo del Altísimo”, título propio del rey que, como hemos dicho, era declarado así el día de su ascensión al trono (Sal 2,7). En Jesús, pues, se cumple la promesa hecha por Dios a David de un reinado eterno en su descendencia. Ahora bien: el v. 35, calificando al monarca como “Santo” e “Hijo de Dios”, espiritualiza la posteridad de David en cuanto presenta a Jesús no como un simple monarca nacionalista, sino como Aquel que ha venido a mostrar cómo reina Dios. Llegamos así a lo sorprendente del Mesías: Él viene a reinar, no como los gobernantes que tuvo Israel, en su mayoría muy regulares, no como los injustos monarcas de su época, no! Su actitud deja ver, desde el inicio, en que es capaz de ver lo pequeño, lo que no cuenta: no en vano eligió una jovencita proveniente de una aldea insignificante, de la que ni siquiera se habla en el AT (v. 26), no en vano se había manifestado ya a una anciana estéril (v. 36). Todo en Él es gracia y bondad, tanto así que respeta profundamente la libertad humana: no coacciona a María, sino que la llama, esperando una decisión afirmativa. Dediquemos, pues, unas líneas a Nuestra Señora, modelo de respuesta al Señor en este tiempo de Adviento. Observemos en primer lugar, que Ella recibió de Dios la gracia de ser elegida para traer al mundo al Mesías: lo más interesante es que, siendo agraciada, supo conservar dicha gracia con el pasar de los años7. Impacta, por otra parte, que en medio de su extrañeza, pregunte al mensajero divino cómo será posible que esto ocurra, revelando así que no confiaba 7

en sus méritos. Finalmente, su “Fiat” revela la aceptación total de la voluntad de Dios, abandonándose en su providencia. Cada Domingo de este Adviento crece nuestra espera del Mesías: hoy nos convencemos de que Él viene a salvarnos desde lo pequeño y que ha elegido hacerse el último. Respondámosle como María, aceptando tomar parte en la historia de la salvación, conscientes de que, como en Ella, Dios hará en nosotros grandes maravillas (Lc 1, 49). EL NACIMIENTO DEL SEÑOR MISA DE MEDIANOCHE Isaías 9, 1 – 6 Tal como afirmábamos el Domingo III del Tiempo Ordinario (Ciclo A), aunque el pasaje que comienza en 8,23b y se prolonga hasta 9,6 hace parte del “Libro del Emmanuel” (Is 7 – 12), su composición se dio un siglo después, probablemente en la época del rey Josías (640 - 609 a.C.) y fue escrito con el fin de animar la reunificación de Israel, empresa en la que –aparte de la reforma religiosa– puso todo su empeño dicho monarca. En efecto, ya desde el año 733 a.C. el imperio asirio hizo sus primeras incursiones en el reino del norte (Israel) y poco tiempo después, ante la resistencia del rey, los invasores deportaron la población de Galilea y la repoblaron con colonos extranjeros–cosas que repetirían luego con Samaria–, motivo por el cual pasó a considerarse lugar propio de gentiles (8, 23b). Lo interesante es que también a ellos se anuncia la salvación del Señor, la liberación de los opresores, tal como Gedeón hizo tiempo atrás en el mismo lugar geográfico expulsando a los madianitas que trataban de conquistar a Israel (Jue 7,16 – 23). Pero observemos un detalle fundamental dentro de la lectura de hoy: el v. 4

No en vano Gabriel, al llamarla así, emplea el verbo “jaritóō” en participio perfecto, indicando así que una acción del pasado, perdura en el presente.

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afirma que la guerra ha terminado y que por tanto, la indumentaria del opresor (botas – capas) son destinadas al fuego; y la guerra ha llegado a su fin porque un niño ha nacido! Los nombres dados a él en el v. 5 (“consejero”, “guerrero”, etc.) lo califican como rey y los adjetivos (“milagro”, “perpetuo”, etc.) lo elevan a la esfera divina, mientras que el v. 6 afirma la gloria de su reinado. Vamos concluyendo con las acertadas palabras de Alonso Schökel y Sicre8: «Sólo dicho de Cristo adquiere este oráculo su plenitud de sentido; hasta entonces ha sido más bien esperanza y ansia, ideal no cumplido, pero creído y deseado, y así tensión hacia el futuro, como anuncio y preparación». Hoy nos ha nacido un Niño que, desde su pequeñez ha venido a quebrantar la guerra e infundirnos la esperanza de su acción salvadora. Salmo 96 (95):

Remitimos al comentario hecho el Domingo XXIX, ciclo A

Tito 2, 11 – 14 Tito era un gentil convertido (Gal 2,3) que acudió con Pablo a Jerusalén (Gal 2,1), en donde se determinó qué actitud asumir frente a los paganos que abrazaban la fe en Jesús, siendo este personaje un signo de la decisión tomada: “ni siquiera a él, que era griego, obligaron a circuncidarse” (Gal 2,3). Tito llevó a cabo más tarde una delicada misión en Corinto, cuya finalidad era arreglar las relaciones entre Pablo y la comunidad (2 Cor 2,13; 7, 6 – 7. 13 – 16; 12,18) y luego fue delegado por el Apóstol para recoger allí la colecta destinada a Jerusalén (2 Cor 8,6. 16 – 24). Casi a finales del siglo I d.C. las comunidades eclesiales, que ya se iban estructurando, debieron hacer frente, entre otros problemas, a doctrinas extrañas propagadas por falsos maestros (1, 10 – 16; 3, 8 – 11), elemen8

En su ya citada obra “Profetas I”: Isaías, Jeremías. Cristiandad, Madrid 1980, p. 157.

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tos que tendían a debilitar la fe de los creyentes. Es por eso que el tema central de la carta es LA IGLESIA comprendida como cuerpo de Cristo, es decir, como la comunidad que lo hace presente y visible en el mundo, para lo cual se asemeja a la columna y fundamento de la verdad cristiana en cuanto enseña la sana doctrina (2,1). De ahí que, luego de presentar la herejía (1, 10 – 16), se afirma cuál es el contenido de la instrucción de Tito como maestro (2,1 – 3,8). Observemos cómo el capítulo 2 es básicamente una exhortación a los miembros de la casa (ancianos/as, jóvenes, esclavos) a caracterizarse por un comportamiento ejemplar; y la razón de dicha actitud se expresa en los vv. 11 -14, texto que hoy leemos: a nosotros los cristianos, dice el autor, se nos posibilita vivir virtuosamente en el presente y con esperanza en el futuro, ya que “la gracia de Dios que salva a todos los hombres se ha manifestado” (2,11). En otras palabras: gracias al nacimiento del Salvador, Dios nos ha regalado la capacidad de entrar en comunión plena con Él en cuanto seguimos las huellas del Verbo Encarnado: renunciar a los deseos mundanos para entregarnos a la virtud (v. 12), idea ratificada en el v. 14: la entrega de Jesús, manifestada ya desde el pesebre en Belén, no ha tenido otra finalidad sino purificarnos e invitarnos a las buenas obras. Así pues, ante la difícil situación y amenazas continuas que desestabilizaban la comunidad eclesial, el discípulo de Pablo es exhortado a presentar la sana doctrina que brota del mismo nacimiento de Jesús: Él se hizo hombre, como dice San Ireneo, para que el hombre se haga Dios; y esto exige una continua y seria purificación de modo que, renunciando a las obras mundanas, nos configuremos cada vez más con el amor manifestado en el Niño del Pesebre.


Lucas 2, 1 – 14 Observemos cómo la narración del nacimiento de Jesús comienza ubicándolo justo cuando el Emperador Octavio ordenó hacer un censo, práctica esta que se realizaba, no tanto para calcular la población, sino para saber, con base en ese dato, cuánto entraría a las arcas del Imperio por cuestión de impuestos9. Es por eso que José debió viajar a Belén, su ciudad natal y es por esto que, gracias a las circunstancias, Jesús nació en el mismo pueblo del rey David, presentándose así como su verdadero descendiente. Ahora bien: si el relato de la Anunciación nos permitía establecer el contraste entre el Mesías esperado por los judíos y la actitud de Jesús, el Evangelio de hoy nos da la posibilidad de hacer lo mismo, pero desde otra perspectiva, comparando la actitud del soberano de Roma con la de verdadero Rey del Universo. Vamos, pues, a detenernos en dos elementos trascendentales: el pesebre y los pastores, imágenes que son complementarias: Que Jesús vino al mundo en el abrevadero de unos animales es un dato cierto. Puede ser que la afluencia a aquella pequeña aldea fuese tan grande en aquellos días, que no fue posible encontrar en la casa de la familia de José un lugar apropiado para María, que iba a dar a luz, hecho que exigía, según la ley judía, unos cuidados tan especiales desde las normas de pureza, que debía hacerse en el sitio más reservado posible. De ahí que, ante la premura del tiempo, el único puesto conveniente fue la gruta de la casa donde se guardaban los animales y se almacenaba la comida. Y ahí nació Jesús: no en un palacio, rodeado de una gran corte, ni siquiera nació en el lugar normal de todo alumbramiento, sino que quiso venir al mundo y ser colocado en el sitio más humilde! Octavio Augusto contaba la población para 9

saber cuánto debían dar a su reino; el Hijo de Dios quiso ser contado entre los humildes para mostrar el Reino de Dios. Es llamativo, igualmente, que la segunda parte de la escena nos coloque frente a un grupo de pastores, gente despreciada y hasta mal vista en la sociedad judía. Lo paradójico es que son ellos los primeros testigos del Nacimiento del Salvador, dando a entender así que ya desde el inicio de vida Jesús mostraba una especial atención por los más desprotegidos. En este sentido, el Niño del pesebre nos enseña cómo reina Dios, y lo hemos dicho a propósito del Magníficat: no ejerce el poder para dominar a sus súbditos, sino que se ha comprometido con sus hijos para liberarlos. Celebramos, pues, el Nacimiento del Salvador y descubrimos que Él quiso asumir nuestra pequeñez y limitaciones –menos el pecado– (Hb 4,15) porque no pensó nunca en sí mismo, a diferencia de los gobernantes de la época. Puede ser que hoy celebremos con alegría en familia y con nuestros amigos; pero qué bueno sería que evitemos cualquier tipo de derroche y exceso, ya que, de lo contrario, no haríamos sino desdecir de Aquel que quiso nacer en un pesebre. Asumamos, por el contrario, el bello ejemplo del Beato Antonio Chevrier, quien en la Navidad de 1856 vivió su conversión, decidiendo entregar la vida a los más necesitados; nos ayudan, como palabras conclusivas, aquellas de una oración suya: “¡Oh Verbo! ¡Oh Cristo! ¡Qué hermoso eres! ¡Y qué grande!... Haz, oh Cristo, que yo te conozca y te ame … En tu palabra está la vida, la alegría, la paz y la felicidad .. ¡Habla! Tú eres mi Señor y mi Maestro .. No quiero escuchar a nadie más que a Ti!”

Cf. la obra de E. Schürer “Historia del Pueblo Judío en Tiempos de Jesús” Tomo I. Madrid, Cristiandad 1985, p. 518 y especialmente la p. 525.

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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS Números 6, 22 – 27 El libro de los Números puede ser dividido en tres grandes partes: Organización de la comunidad antes de dejar el Sinaí (1,1 – 10,10) La marcha a través del desierto (10,11 – 21,35) Preparativos para entrar en la tierra prometida (22,1 – 36,13) La primera parte, en la que se ubica el texto de esta Solemnidad, describe los acontecimientos y la legislación que constituyen a Israel como comunidad organizada de carácter sagrado y, por tanto, bajo la autoridad de una jerarquía sacerdotal. Aunque no poseen todavía la tierra prometida, están perfectamente equipados para funcionar como asamblea que adora a Dios. Así, después del censo, el pueblo de Israel se dispone a dejar el Sinaí para emprender el camino hacia la tierra “que mana leche y miel” y dicha preparación implica una serie de normas que buscan la pureza del campamento (5,1 – 6,21). Llegamos así al texto que nos interesa: la “Bendición Sacerdotal” (6,22 – 27), que expresa la respuesta de Dios al mantenimiento de la pureza y a la generosa consagración voluntaria de sus hijos, según las prescripciones legales ya mencionadas. Allí la bendición se muestra ante todo en el “šalôm” hebreo, término extenso y denso que incluye la idea de “plenitud” y “bienestar” y que se entiende desde el favor de Dios que hace una opción por aquellos que lo invocan con fe; de eso se trata el “hacer resplandecer y alzar el rostro”, ya que cuando los israelitas vivían tiempos de desgracia, pensaban que Dios había “ocultado su rostro” y los había abandonado (Dt 31,18; Sal 44,25). 20

Antes de comenzar su itinerario hacia la tierra prometida, el pueblo se preparó por medio de una serie de normas relativas a la pureza y recibió la bendición de Dios, garantía de su presencia fiel durante el camino del desierto. Hoy nosotros, que comenzamos un nuevo año, un nuevo camino, nos disponemos a hacerlo de la mano de Aquel que Él es la fuente de todo bienestar, seguros de que no nos ocultará su rostro. Salmo 67 (66) Nos encontramos ante un canto de acción de gracias en un ambiente agrícola, según lo describe el v. 7: «La tierra ha dado su fruto; el Señor nuestro Dios nos bendice». El universalismo y la salvación propuesta a todos los pueblos de la tierra hacen pensar que se trata de una composición postexílica, momento en el que este aspecto fue mejor comprendido por el pueblo de Israel. A Dios se pide ante todo su bendición, que se hace patente en una acción concreta: hacer resplandecer su rostro, tema que ya aparecía en la lectura de los Números y que constituye un elemento necesario para la salvación del pueblo (Sal 4,6; 27,8; 119,135; Dan 9,17). Dicha bendición tiene una finalidad precisa: que todas las naciones puedan conocer su camino y experimentar su salvación. Se observa, entonces, una clara evolución en el pensamiento hebreo: la salvación ya no es propiedad de un solo pueblo, sino de todos los hombres, que pueden llegar también a conocer la luz del rostro divino. Años más tarde Pablo afirmará: «Sabed, por tanto, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles» (Hechos 28,28). Las naciones todas de la tierra deben dar gracias a Dios porque descubren que Él es quien gobierna, Él es quien tiene en sus manos la trama y el destino de la historia (v. 5) y aparte de dicha gratitud, están invitadas a reverencia continua que se manifiesta en el


temor (v. 7) entendido desde la óptica bíblica de una entrega exclusiva a Él. Gálatas 4, 4 – 7 Después de haber fundado la comunidad cristiana de Galacia, Pablo se entera que han entrado en ella unos predicadores “judaizantes”, cuya enseñanza se centraba en la necesidad de volver a la Ley de Moisés antes de hacerse cristianos, razón por la cual escribe la carta aproximadamente a comienzos de la década del 50 d.C. En 2,15 – 21 comienza propiamente el “corazón” de este escrito y en estos versículos se plantea la idea fundamental, que luego debe ser probada por medio de una serie de argumentos; el mensaje central, tal como en Romanos, es que «el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Cristo Jesús» (2,16; Cf Rm 1,17). Ahora bien: este enunciado será demostrado mediante una serie de pruebas, que van desde 3,1 hasta 4,31; el texto de esta solemnidad representa la cuarta de ellas, y puede ser titulado “La experiencia de los cristianos como hijos de Dios” (4,1 – 11). La idea fundamental es que Dios ha querido salvarnos gratuitamente en Cristo, es más: ha querido hacernos hijos suyos aún a pesar de nuestras debilidades y pecados! Todo es gracia divina: nuestras obras nunca habrían logrado semejante beneficio, y la mejor prueba de ello es el envío de su Hijo, quien es perfectamente humano, pues nació de una mujer, de María; y para especificar la condición en la cual nació y creció, se dice que fue ante todo judío, pero no absolutizó la Ley, la cual tendía a ser excluyente, ya que, quienes no la cumplían a cabalidad, eran considerados pecadores. Lo novedoso de Jesús es que no exigió el estricto cumplimiento de una serie de preceptos con la consiguiente exclusión de los que incumplen, sino que predicó ante todo la misericordia del ABBÁ, que acoge e inclu-

ye a todos y que llega incluso a prometer su herencia (Él mismo) a quienes ha adoptado. Es el Espíritu Santo quien va llevando esta obra a feliz término; es Él quien, llevándonos a Cristo, nos acerca al amor infinito de Dios delante de quien no es suficiente ningún mérito o esfuerzo humano. Lucas 2,16 – 21 Un ángel del Señor se había aparecido a un grupo de pastores que estaban cerca al lugar del nacimiento de Jesús y les había anunciado una buena noticia, un evangelio (se emplea el verbo “euangelízomai”); es por eso que el texto de hoy comienza describiendo la prisa con que los pastores van a constatar este hecho maravilloso. Vale la pena destacar que en aquella época el oficio de pastor no era bien visto: se les consideraba ladrones que se aprovechaban del rebaño en beneficio propio o que iban a pastar en campos ajenos; no es de extrañar, entonces, que Jesús se califique a sí mismo como el BUEN pastor. Así pues, la buena noticia, la presencia del evangelio que es Jesús mismo, es comunicada en primer lugar a los excluidos de la sociedad, anticipándose ya lo que sería la misión del Maestro: predicar el reinado de Dios a los últimos de este mundo. Y es que su mismo nombre (Jesús) indica, tal como nos lo enseña el final del texto propuesto por la liturgia para el día de hoy, la misión que el Padre le ha encomendado: salvar (de la raíz hebrea yš‘). Otro elemento importante del Evangelio es la actitud de María: nos dice Lucas que ella «recordaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (2,19); y qué entender por “estas cosas” sino los últimos acontecimientos que se resumen en la venida de Dios al mundo? En pocas palabras: María tuvo su pensamiento centrado sólo en Jesús: Ella fue una madre que vivió sólo por y para su Hijo; toda su meditación y todas 21


sus ideas giraban en torno a su actividad salvadora. De ahí que, como Madre, llevó a plenitud su misión no sólo por el acto mismo de dar a luz, sino por vivir en consonancia con Aquel que llevó en su vientre, tanto así que Él mismo le ofrecerá la más bella alabanza: Ella es dichosa no solamente por haberlo concebido y haberlo traído al mundo, sino por hacer del Verbo la centralidad de su vida: «dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan» (Lucas 11,27 – 28). En María, pues, contemplamos el mejor ejemplo para iniciar este año con nuestro corazón puesto en Jesús, y disponernos así a recibir las bendiciones divinas.

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR Isaías 60,1 – 6 Los capítulos 60 al 62 de Isaías narran la gloria de la nueva Jerusalén. El estilo es muy similar al del Segundo Isaías, ante todo por el carácter de sus mensajes consoladores. El texto de hoy contempla la restauración de todo Israel que, congregado desde lugares distantes, recibe las riquezas del mundo; incluso hasta los reyes extranjeros sirven a Sión y pregonan las alabanzas de Dios. La comprensión de esta breve sección exige mirarla en el contexto de todo el capítulo 60: la presencia de Dios en Jerusalén representa la luz que ilumina no sólo a Israel, sino también a los extranjeros (vv. 1 – 3); los judíos de la diáspora son repatriados (v. 4) y los gentiles vienen de lejos para reconstruir la ciudad (vv. 10 – 16) en medio de una espléndida prosperidad (vv. 17 – 22). Es interesante resaltar, desde el v. 6, la proveniencia de las riquezas: vienen de Madián, Efá y de Sabá, pueblos de la península arábiga que estaban relacionados con Abraham (Gen 25,1 – 4. 13 – 15; 28,9; 36,6); 1

Véase la primera lectura del III Domingo del Tiempo Ordinario.

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ahora, estas naciones podrán participar de su antiguo patrimonio, de manera que llegará un día en que todos los pueblos obtengan el ser hijos de Dios mediante la fe (Rm 4,17). No deja de impactar el hecho de que las naciones extranjeras sean llamadas a participar de la gloria de Jerusalén, aspecto que había sido ya expresado de manera enfática al inicio del Tercer Isaías (véase ante todo 56,6 – 7): «mi casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos». Con esta inusual e insólita afirmación, ratificada en el texto de esta domínica, la última parte del libro de Isaías anticipa lo que será un tema fundamental en los años posteriores del judaísmo: «¿Pueden los gentiles recibir la salvación de Dios?» y que será abordado por otras obras, como las de Jonás1 y Rut. De esta forma, lo que antes parecía imposible y prohibido, se convierte ahora en una realidad: la reconstrucción de Jerusalén, madre de todos los pueblos, exige que en ella tengan cabida no sólo los que pertenecen al pueblo elegido, sino también los que, viniendo de lejos, se han adherido a la fe en Dios. Salmo 72 (71) La más grande característica de este salmo es servir como exaltación del rey, sea en el día de su entronización o de su aniversario, sea en el contexto de una ceremonia litúrgica, o para alabanza de su entera dinastía. Y dicha exaltación tiene su razón de ser en Dios y en el pueblo a él confiado. Hay que resaltar cómo todo el salmo está enmarcado en la figura de Dios: la primera palabra es “Dios” (v. 1) y la conclusión retorna a Él para bendecirlo eternamente (vv. 18 – 19). Así, el rey, siendo la figura central del salmo, adquiere esa relevancia en cuanto servidor: de Dios y del pueblo:


del Todopoderoso ha recibido la elección y a sus hermanos debe mostrar cómo gobierna el Creador. Observemos brevemente estos datos desde las estrofas que nos propone la liturgia de hoy: vv. 1 – 2: el monarca es llamado “rey” e “hijo del rey” para mostrar que no se trata de un usurpador, sino de un descendiente legítimo. A él se desea obre con justicia, que es el signo más evidente de su unión con Dios, ya que Él rige el mundo “con justicia” (Sal 36,7). Además, actuando así, lleva a cumplimiento su misión de ser garante de la armonía social por medio de una acción concreta: dar predilección a los pobres, a los que no tienen quién los defienda; a ellos, en primer lugar, va dirigida su actividad real. El ejercicio de la justicia, que redunda en paz, es el tema del v. 7; el v. 8, por su parte, habla del dominio universal del rey, que va “de mar a mar” (del Mar Rojo al Mediterráneo, o del Mar Muerto al Mediterráneo) y “del gran río” (el Éufrates, al oriente) hasta los confines de la tierra. La “totalidad geográfica” apenas mencionada, queda ratificada en el v. 10; el cuadro grandioso según el cual de cada ángulo de la tierra se presentan tributos al soberano (v. 11), evoca el esplendor del reino salomónico (1 Re 4,21 – 5,1). La última estrofa propuesta para hoy (vv. 12 – 13) retorna al tema del gobernante justo como “padre de los pobres” (Pro 3,13; 14,34; 20,28; 29,14), aquel que ama las víctimas de la sociedad (Sal 40,12; Is 11,4; Am 4,1; Job 29,12). Tres acciones del rey sobresalen en estos versículos: él libera, tiene piedad, salva. Su dedicación a los oprimidos e indefensos se convierten en signo de la bondad divina: si el rey es representante de Dios en la tierra, entonces sus acciones deben ser consecuentes con las de Aquel que es ante todo fuente de libertad. El Salmo 72 canta las alabanzas al

rey; pero no se trata de cualquier monarca: estamos hablando de un soberano capaz de agacharse con el débil para levantarlo, un rey que es el primero del pueblo porque es ante todo servidor. Ante este inusual modo de gobernar, todas las naciones son atraídas a él, reconociéndolo como el único señor. Todo esto, como veremos en el Evangelio, se cumple en Cristo, el rey esclavo. Efesios 3,2 – 3a. 5 – 6 Esta exhortación, así como aquella dirigida a los colosenses, aborda un tema espinoso, que causó gran impacto en las nacientes comunidades cristianas, a saber: la relación entre judíos convertidos al cristianismo y gentiles convertidos al cristianismo. La dificultad es que éstos últimos tendían a ser despreciados por aquellos que se sentían con mejores derechos, al ser herederos de las promesas hechas a los padres. La “purificación” de estas relaciones será tratada por Pablo en 2,11 – 21 y el tema se prolonga en el texto de esta domínica. Al inicio del capítulo 3, Pablo recuerda que Dios le ha encomendado una misión en favor de los gentiles, ya que le fue comunicado por revelación un misterio: «que los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa cumplida en Cristo Jesús» (v. 6). Así como en Rm 11,25 el misterio se refería a la salvación de “todo Israel” (el que se ha adherido a la fe en Cristo y el que continúa fiel a la Torá), en Ef 3,6 el misterio se desvela como algo que había sido escondido a las generaciones pasadas (v. 5) y que sólo había sido insinuado en textos como el de la primera lectura de hoy: la salvación de los gentiles. Vemos, pues, cómo los discípulos de Pablo se vieron enfrentados a continuas divisiones al interno de la comunidad; ellos, siguiendo las enseñanzas de su maestro, el 23


Apóstol de los gentiles, defendieron los derechos de los que habían llegado “en último lugar”, dando a entender que Dios no hace acepción de personas, que Él no discrimina, sino que llama a todos los hombres a la salvación en Cristo Jesús. Mateo 2,1 – 12 Comienza el relato con una precisión cronológica: “en tiempos de Herodes”; se habla aquí de Herodes el Grande, quien reinó desde el año 37 hasta el 4 a.C. Su personalidad era fuerte y dominante y se caracterizó por las numerosas construcciones que realizó, entre ellas, la ampliación del templo de Jerusalén. Los otros personajes que aparecen en escena son designados como “magos”, pertenecientes a una casta de hombres sabios, relacionados con la interpretación de sueños, la astrología y la magia. La tradición cristiana posterior los convirtió en reyes por influencia de Sal 72,10 e Is 49,7; 60,10 y su número se fijo en tres, deducido de los dones que ofrecieron (v. 11). El “oriente” que designa su proveniencia podría referirse a Persia, Siria occidental o Arabia. La alusión a la humilde aldea de Belén contrasta con la Jerusalén en la que Herodes había perpetuado su nombre por medio de varias construcciones y obras. Belén hace referencia necesariamente a David (1 Sam 16; 17,12), subrayando así el carácter regio de Jesús: Él es el Mesías, el Hijo de David, el único Rey, por encima de Herodes. Estos misteriosos personajes, venidos de lejos, representan todos los pueblos del mundo cuya presencia se hacía ya notar en la lectura de Isaías 60. Su postración y adoración a Cristo nos indican que Él ha nacido no sólo para ser Salvador de una porción de la humanidad, sino de todos los hombres: su luz, su estrella (evocando Nm 24

24,17), brilla para toda la humanidad. Fijémonos cómo Mateo resaltará el universalismo, tanto al inicio, como al final de su Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (28,19). La intención del Evangelista es clara: el verdadero Rey y Señor no es aquel injusto gobernante (Herodes), que se dedicó a exaltar su propia figura y que realizó grandes construcciones por medio de terribles impuestos para la nación, sirviendo así a un imperio opresor, y que muchas veces eligió o asesinó a sus colaboradores sólo con el fin de lograr sus propósitos narcisistas; no! El verdadero Rey y Señor se revela en la humildad de un niño que, envuelto en pañales, es capaz de acoger a todos los hombres que se acercan a Él. Ya desde su cuna y aún sin pronunciar palabra alguna, Jesús anticipó lo que sería su ministerio: tener los brazos abiertos para recibir y dar la salvación a todos, incluso a aquellos que por motivos religiosos podían ser considerados impuros al no pertenecer al pueblo elegido (Cf especialmente la curación de la hija de la cananea en Mt 15,21 – 28).

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO 1 Samuel 3, 3 – 10. 19 La figura de Samuel es trascendental dentro de la así llamada “Historia Deuteronomista”, ya que marca la transición entre la antigua generación, la de los Jueces, y la nueva, que comenzará con la monarquía. De la primera se había dicho “que no conocía a Dios” (Jue 2,10), tema que reaparece en la lectura de hoy y en el que centraremos nuestra atención. Notemos cómo en 1 Sm 2, 22 – 36 se dice que, mientras Samuel permanecía en el santuario, Elí


y sus hijos recibían una acusación divina; se entiende, entonces, que en estas circunstancias aquel pequeño no conociera a Dios (3,7) aunque estuviese en el lugar sagrado desde tiempo atrás. En otras palabras: Samuel había escuchado hablar del Señor, había asistido a muchas ceremonias, pero no tenía experiencia personal de Él (¿quizás por la falta de testimonio de la clase sacerdotal?) … hasta ese día!Algo parecido le sucederá a Job, quien, después de escuchar a sus amigos y protestar a Dios, llega a esta magnífica afirmación en 42,5, casi al final de la obra: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven». Así pues, el joven Samuel logró tener un encuentro vivo con Dios, llegó a conocerlo, y de ahí brotó el ardor de su misión que no consistió en otra cosa sino preparar al pueblo para asumir desde la voluntad divina esta nueva etapa de la monarquía, al mismo tiempo que no dudó un instante en denunciar a Saúl sus irregularidades. De esta forma, es posible concluir afirmando, en estado de Misión Continental, y tal como veremos en la reflexión al Evangelio, que hemos de preocuparnos seriamente por tener una seria experiencia de Dios, por conocerlo; de lo contrario, podría ocurrirnos lo mismo que a Elí y su dinastía: quedarnos en celebraciones vacías y en un culto incoherente, tal como nos dirá el salmo de hoy. Salmo 40 (39) El orante de este salmo ha experimentado la salvación divina en medio de una situación desesperante: viéndolo hundirse “en una charca fangosa”, Dios se ha inclinado y lo ha establecido sobre una roca firme (v. 3). Lo más normal en la piedad israelita es que la acción de gracias estuviese acompañada de un sacrificio (Sal 27,6); no obstante, el salmista va más allá de dicha acción, proponiéndose, en cambio, observar puntualmente

la Torá, expresión auténtica de la voluntad divina («llevo tu ley en mis entrañas»: v. 9). Nuestro personaje se coloca así en la línea profética que cuestiona un culto incoherente (Am 5, 21-25; Os 6,6; Is 1, 11-17): no es que rechace los sacrificios del templo, sino que es consciente de que éstos no pueden constituir un pretexto para dejar de cumplir la fidelidad a Dios. Es más: el orante sabe que la oblación de las víctimas quedaría vacía si él mismo no se entrega como ofrenda al Señor en la observancia de su voluntad. Así lo comprendió el autor del Sermón a los Hebreos cuando encontró en Cristo el cumplimiento de estas palabras (Hb 10, 4ss): él superó los sacrificios del templo porque fue capaz de ofrecerse a sí mismo, y se convirtió al mismo tiempo en sacerdote y víctima: Él es, como afirma el Evangelio de hoy, el Cordero de Dios. 1 Corintios 6, 13 – 15a. 17 – 20 Uno de los más graves problemas morales en el puerto de Corinto era la prostitución, tanto así que dicha práctica llegó a ser conocida con el verbo griego “korintiázesthai”. Algunos miembros de la comunidad, persuadidos por ciertas ideas de tendencia gnóstica, pensaban que podían seguir a Jesús y vivir al mismo tiempo en el libertinaje, pues lo único que importaba era la realidad espiritual que, según ellos, en nadase veía afectada por lo material; de ahí que Pablo, tal como había hecho en 5,9ss, deba hacer una seria exhortación al respecto. En primer lugar, el Apóstol deja claro que el cristiano no puede ser esclavo de sus pasiones instintivas dando alimento al vientre siempre que este así se lo pida (v. 13a), sino que ha de ser consciente de su pertenencia absoluta y exclusiva a Cristo, único Señor (v. 13b). Ahora bien: la reflexión llega a su punto máximo cuando Pablo les recuerda –tema que será 25


desarrollado en el c. 12– que ellos mismos son miembros de Cristo, son uno con Él, de modo que no pueden ya entregarse a una prostituta (vv. 15 – 16), sino asumir su condición de templos del Espíritu Santo (v. 19); de lo contrario, estarían desligándose de Cristo para postrarse ante el ídolo del sexo. Tengamos presente, en todo caso, que Pablo resalta el encuentro íntimo de la pareja, pero sólo dentro del matrimonio, tal como lo expondrá en 7, 1 – 62. El tema centralde esta domínica es el encuentro personal con Cristo; pensemos, por tanto, cómo dicho encuentro ha de trascender todas las dimensiones de la vida humana, especialmente la afectiva. En otras palabras: quien ha logrado una seria experiencia de Jesús se distingue por el hecho de que, en medio de una sociedad pansexualista, es capaz de reconocerse como miembro de Cristo y llega a glorificar a Dios con su cuerpo (v. 20). Juan 1, 35 – 42 Ya desde el prólogo del Evangelio podemos descubrir a Jesús como la luz que vino al mundo y que fue rechazada por algunos, pero aceptada por otros (vv. 9 – 13). Será precisamente a partir de 1,35 que el evangelista mostrará ambas actitudes en la gente sencilla del pueblo, en los dirigentes del mismo (los que interpelan a Jesús luego de la purificación del templo en 2,18ss y Nicodemo en el c. 3), sin olvidar a los samaritanos (c. 4). El texto que hoy proclamamos es emblemático en el contexto de la Misión Continental, ya que nos presenta, por decirlo así, “una cadena de encuentro con Jesús que se comunica a otros”. En efecto, el primero en el Cuarto Evangelio que tiene una experien-

cia personal de encuentro con Cristo es Juan Bautista (vv. 29 – 34), quien llega a confesarlo no sólo como “Cordero de Dios” (v. 29), sino también como “Hijo de Dios” (v. 34). Es interesante notar que, a diferencia de 1,29, donde Jesús viene “hacia Juan”, en 1,36 se dice simplemente que Juan lo vio “caminando”, de donde se deduce que pasó y el Bautista quedó detrás de Él, dando a entender una vez más la primacía del Salvador. Llama la atención no sólo la humildad del hijo de Zacarías, sino también su sensatez: sus discípulos, aquellos que buscaban agradar a Dios desde la conversión significada en el bautismo, debían seguir ahora al Cordero de Dios, el único que podía purificarlos plenamente. La pregunta de Jesús a Andrés y al discípulo innominado: “¿Qué buscáis?”, indica que pueden existir seguimientos equivocados que no corresponden con lo que Él es ni con la misión que se ha de realizar; es por eso que el Maestro una y otra vez, una y otra vez, cuestiona a todo aquel que quiera ir detrás de Él, ya que, si no se está dispuesto a perder la vida como el Cordero y “hacerse carne” como el Verbo de Dios, otros intereses no muy santos podrían motivar el discipulado. Los dos antiguos seguidores del Bautista quieren ver dónde vive Jesús, es decir, quieren compartir con Él la cotidianidad y la simplicidad de la vida; y el Maestro los invita, no simplemente a recibir una doctrina, sino, aún más, a conocerlo y descubrir cómo vive: se trata de un encuentro personal con el Salvador.Y resulta que era ya “la hora décima”, es decir, las cuatro de la tarde, no muy lejos de comenzar el nuevo día para los hebreos; así, un tiempo nuevo está por comenzar: el del seguimiento del Cordero.

Enfrenta aquí el Apóstol otra manifestación de aquel pensamiento de tipo gnóstico, y que constituye el antónimo por excelencia de la que acabamos de analizar, ya que, mientras la tendencia del c. 6 insistía en el libertinaje, la del c. 7 hace énfasis en un ascetismo absoluto, dentro del cual la relación sexual dentro del matrimonio es inconcebible, ya que se contamina el espíritu por medio de la materia. Todo esto llevará a Pablo a aclarar que los esposos significan con su encuentro íntimo una mutua posesión, para luego hablar del celibato como opción de vida, tema que abordaremos en los Domingos III y IV. 2

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Andrés no sale del asombro y la alegría que este encuentro ha causado en él lo lleva a compartir dicha experiencia: el v. 41 dice “encontró PRIMERO a su hermano Simón”, dando a entender que la anunció a muchos más. Así, aquel que tuvo experiencia de Jesús se convierte a su vez en medio de encuentro y comienza por su familia! Aparece entonces Simón, a quien Jesús asegura la fortaleza (“Cefas”); la respuesta de Pedro queda en suspenso y nada se afirma al respecto; tendremos que esperar hasta el final del Evangelio para descubrir que, no obstante muchas y serias dificultades, Jesús lo invitará de nuevo a seguirlo (21,22). Vemos, pues, iluminados por la primera lectura, cómo no basta simplemente decir que estamos junto a Dios si no lo conocemos, si no tenemos experiencia de discipulado: es necesario vivir un encuentro vivo y personal con Cristo y permitir que, por medio de nuestra vida, muchas personas, especialmente al interior de nuestras familias, lo conozcan, lo amen y lo sigan.

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO Jonás 3, 1 – 5. 10 En el siglo VI a.C., durante el exilio en Babilonia, el Segundo Isaías anunciaba que no había otro Dios sino Yhwh (45, 5 – 6. 21), elemento novedoso para la fe del pueblo elegido, pues hasta entonces se pensaba que cada pueblo tenía sus dioses3 . Ahora, entonces, surgía una nueva inquietud: si Yhwh es el único Dios, ¿podrá salvar también a todos los pueblos? La solución a esta pregunta no fue nada fácil: algunos se mostraban optimistas, mientras que otros, completamente cerrados, no ocultaban su escepticismo afirmando que Dios sólo podía salvar a Israel. Y es por eso que hacia el año 400 a.C. se es3 4

cribe una novela cuyo protagonista, Jonás, se resistía a creer que Dios pudiese salvar a todos los hombres y es por eso que huye, abandonando su misión (1,3). Pero el Señor no se rinde, y, después que el gran pez lo vomita, vuelve a llamarlo; llegamos así al texto que hoy proclamamos: Jonás predica la conversión a los ninivitas y estos vuelven a Dios. Ahora bien: el mensaje central de esta novela va más allá de la simple aceptación de los paganos por parte de Dios: aquí nos encontramos nada más y nada menos que con un terrible imperio que años atrás había oprimido a Israel. Entendidas así las cosas, es posible deducir que, lo que Dios pretende enseñar por medio del autor sagrado, es que Él ama también a los malvados que hacen sufrir a otros y trata de llamarlos día a día a la conversión. De esta forma y tal como veremos en el Evangelio, encontramos aquí la semilla de la predicación de Jesús: Dios ya está reinando y espera que sus hijos respondan con la conversión y adhesión a Él. Salmo 25 (24) El orante de este salmo alfabético4 es una persona que reconoce su pecado (vv. 7. 11. 18) y que tiene su confianza puesta en Dios: espera en Él (v. 3), observa su alianza y sus preceptos (v. 10), teme a Dios (vv. 12. 14). De esta forma, constituye la plegaria de todo creyente que, consciente de sus errores, sabe que tiene un Padre que lo perdona. Esta petición de perdón no es ilusoria y angustiada, sino que, como afirma Ravasi, “dentro del salmo se encuentra un delicado juego de miradas entre el fiel y Dios: «Mis ojos están siempre fijos en Yhwh … Dirige tu rostro hacia mí … Mira mi miseria» (vv. 15. 16. 18. 19). Este mudo diálogo expresa con intensidad la certeza de que Dios no permanece indiferente y, si aunque por ahora es

De hecho, algunos israelitas en Babilonia llegaron a pensar que Marduk, el dios local, había vencido a Yhwh en la batalla y cayeron así en la idolatría. Se denomina así porque cada estrofa comienza con una letra del “alefato hebreo”.

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silencioso, sus ojos descubren la inminencia de la escucha”5. Otro aspecto fundamental de esta plegaria es la presencia de motivos sapienciales, algo así como una lección dirigida al pecador para que abandone los caminos perversos y se disponga a correr por los senderos del Señor6. Es así como aparecen repetidas veces las palabras “senda” y “camino”, especialmente en las estrofas que hoy proclamamos: vv. 4 – 5: Dios revela su vía (su voluntad) para que los hombres puedan abrazarla como norma de vida. vv. 8 – 9: Dios, como Maestro bueno, enseña la vía recta a los que, estando en pecado, tienen deseos de salvarse. El Salmo 25, es pues, la experiencia viva de un orante que, en medio de su pecado, descubre cómo Dios, Padre misericordioso, sale a su encuentro (v. 10)y le revela el camino que debe seguir para ser justo; de hecho, él está convencido (v. 6) del carácter eterno de dos actitudes divinas ya muy comentadas: el “hésed” y la capacidad de enternecerse como una madre (“rāhămîm”), palabra que, desde la raíz “rhm” hace alusión a las vísceras maternas). 1 Corintios 7, 29 – 31 Hablábamos la semana pasada de un grave peligro al que se enfrentaban los creyentes de Corinto debido a una tendencia helenista que, despreciando el cuerpo, invitaba a optar por una vida disoluta. Al inicio del capítulo 7 encontramos el reverso de la moneda, es decir, la doctrina completamente opuesta: a los cristianos de la comunidad llegaron ciertas

doctrinas que, haciendo énfasis en el perjuicio de lo material con respecto a lo espiritual, proponían una renuncia total del encuentro íntimo en el matrimonio7, llegando así a un ascetismo riguroso. Pablo se ve en el deber, entonces, de corregir ambas doctrinas y esto le da pie, a partir del capítulo 7, para presentar sus argumentos con respecto al celibato. Tres ideas son centrales al respecto: 1) El celibato es un carisma (7,7); 2) Su fundamento es la Parusía inminente (lectura de hoy) y 3) El celibato permite entregarse de lleno a las cosas de Dios (lectura de la próxima domínica). Dediquemos unas breves líneas a las dos primeras ideas. Si el celibato es un carisma, se entiende, desde su esencia como don de Dios, que no todos lo han recibido y que por tanto es necesario hacer un discernimiento profundo al respecto; ya lo afirmaba el mismo Jesús: «No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado» (Mt 19,11). Ahora bien: para que un carisma sea tal, dirá Pablo en el c. 12, ha de servir a la edificación de la comunidad (v. 7). Demos un paso más: uno de los motivos por los que Pablo propone el celibato como opción de vida es la inminencia de la parusía: «el tiempo es corto» (v. 29) y según la mentalidad apocalíptica de la época, aquel día sería más difícil para quienes, por vínculos afectivos, tenían apegos a personas (Mt 24,19). De ahí que la invitación del Apóstol en la lectura de hoy no signifique una evasión o indiferencia de la realidad circundante, sino que es ante todo una invitación a ver en Dios lo único absoluto y determinante en la vida. De esta forma, el celibato vivido coherentemente representa un gran signo para hablar de la soberanía divina.

En su libro “Una Comunidad lee los Salmos”, Bogotá, San Pablo 2011,p. 109. El v. 10 habla de Dios como Aquel que sale de sí para encontrarse con sus hijos y caminar con ellos. Las traducciones de 7,1 no siempre respetan la puntuación y la sintaxis, perdiéndose así el sentido de la expresión. A manera de propuesta se puede observar así: «Acerca de lo que me habéis escrito: “bueno es para el hombre no tocar mujer …”». En este orden de ideas, no es que Pablo se atreva a hacer semejante afirmación, sino que son los corintios quienes le preguntan al respecto. 5 6 7

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Marcos 1, 14 – 20 Luego del encarcelamiento del Bautista, Jesús comprende cuál es el fatídico destino de todo aquel que se atreva a hablar en nombre de Dios; sin embargo, aún a costa de su propia vida comienza a anunciar la Buena Noticia por excelencia: en una sociedad en la que parecía reinar el mal por medio de los injustos gobernantes (Tiberio, Antipas, Pilato …), y del desprecio que sufrían los enfermos por motivos religiosos, hay algo que todos deben escuchar y de lo que todos deben tomar conciencia: el mal no tiene la última palabra en la vida del ser humano, porque la irrupción divina ya se ha dejado ver y el tiempo anhelado siglos atrás ya no es utopía, es una realidad palpable, tangible, cercana! Dios reina, sí, pero su manera de gobernar es haciéndose el último, el esclavo, el servidor: no en vano para Marcos, la confesión de Jesús como Mesías e Hijo de Dios, justo en la mitad del Evangelio (8,29) y al final (15,39), apuntan a una misma realidad: la Cruz. Ahora bien: si Dios actúa en medio de sus hijos, éstos han de responder a su acción salvadora por medio de una continua conversión y de una continua adhesión a Él8; y si tenemos en cuenta que la última confesión (15,39) es la del centurión romano, deducimos entonces que, como se decía en la primera lectura, Dios abre sus brazos, no sólo a los paganos, sino también a los malvados9. Demos un paso más: el Reino proclamado no podía quedarse en simples palabras, sino que era necesario darlo a conocer por medio de signos concretos, visibles para toda persona; es por esto que Marcos presentará a Jesús, de ahora en adelante, realizando curaciones y signos, enseñando, organizando banquetes y perdonando pecados. Pero antes que nada, dice el Evangelista que comenzó a

llamar algunos entre la población y este, precisamente, es uno de los signos del Reino de Dios, ya que, si en aquella sociedad reinaba la exclusión por muchos motivos, Jesús propondrá, digámoslo así, una perfecta inclusión en la que ninguno es discriminado. Llama la atención que los primeros elegidos sean precisamente pescadores, gente sencilla, pero con buenas posibilidades económicas10 , tanto así que los Zebedeos tenían incluso una pequeña empresa con jornaleros (v. 20). En este orden de ideas, se comprende mejor la intención de Jesús al llamarlos: ellos, que vivían bien y que a pesar de los duros impuestos no pasaban grandes necesidades, a partir de ahora deberían sensibilizarse del dolor de tantos coterráneos suyos que no encontraban ya sentido alguno a la vida; así, todo el esfuerzo y dedicación estaría dirigido sólo a ellos, preocupándose por “pescarlos para el Reino”. Comienza para Marcos, entonces, un elemento clave de su obra: EL DISCIPULADO, en el que la adhesión a Jesús lleva a renunciar a los más grandes paradigmas humanos de seguridad: las personas y las cosas, para anclar la confianza sólo en Dios. Vamos iniciando, pues, el tiempo ordinario en el que contemplaremos a lo largo de treinta y un domingos más el Reino en la persona de Jesús. Dios actúa, pero no quiere hacerlo solo: Él cuenta con nosotros y espera que, viviendo una seria y continua experiencia de conversión y adhesión a Él, mostremos en nuestra vida que Él es capaz de transformar nuestra vida.

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO Deuteronomio 18, 15 – 20 El pueblo elegido, que se disponía a entrar en la

Hacemos énfasis en la continuidad, ya que los dos verbos griegos, “metanoéō” y “pistéuō” están conjugados en imperativo presente, el cual exige una actitud reiterativa y repetitiva. 9 No porque el centurión fuese malo en sí, sino porque pertenecía a una estructura opresora y malvada. 10 Tengamos presente que el pescado en aquella época era un producto de primera necesidad (Mc 7,10; Jn 21,9) y el mejor lugar para adquirir peces puros (Lv 11, 19 – 12) era el lago del Galilea! Esto deja ver que, aún sin excesos, estos pescadores tenían un buen nivel devida. 8

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tierra prometida, debía alcanzar una plena cohesión y orden para hacer la voluntad divina, y en esta misión cumplían un papel trascendental las autoridades, de las que se habla entre 16,18 y 18,22: se trata de jueces, reyes, sacerdotes y profetas. Esto vale también para la reforma emprendida por Josías hacia el año 622 a.C., en la que se pretendía, tras años de indiferencia religiosa, retomar las leyes traídas del norte y que habían quedado en el olvido. Fue desde ellas, en la época apenas mencionada, que surgió el Deuteronomio. Observadas las cosas desde esta doble perspectiva: posesión de la tierra prometida y reforma en tiempos de Josías, los profetas ejercían un papel fundamental, ya que su misión, como el texto de hoy afirma, es hablar en nombre de Dios (18,18), tal como fue costumbre en Moisés. Ahora bien: más que de un solo profeta, hay que pensar en una línea profética11; un grupo de creyentes que, escuchando la voz divina, iluminan la realidad del pueblo en diversos momentos de la historia. Hagamos énfasis en el aspecto comunicativo del profeta: él no habla por su propia cuenta, ni transmite un mensaje que se ha inventado; por el contrario: sólo en la contemplación de Dios logra escuchar, no lo que el pueblo desea, sino cómo interpretar los sucesos del diario vivir y la presencia divina en medio de ellos. Y es en este aspecto, tal como veremos en el Evangelio, donde radica la autoridad profética, porque ellos hablan de su propia experiencia, en la que el encuentro con el Señor les permite orientar al pueblo para que se adhiera a su Salvador. Salmo 95 (94) Proclamamos hoy un himno afín a los salmos 15; 24; 26, en los que se recuerda que, antes de acercarse al culto, es necesario confirmar

la propia opción por el Señor, no sea que se escuche de nuevo su rechazo (v. 11). Los vv. 1 – 2 constituyen el invitatorio a la alabanza y a la profesión de fe que se va a formular en las siguientes líneas. En efecto, los vv. 3 – 5 cantan la magnífica acción creadora de Yhwh, el único Dios, que mantiene en equilibrio todo cuanto existe. Pasamos así a los vv. 6 – 7, moldeados según la sección precedente, con un invitatorio (v. 6) y el contenido de la alabanza (v. 7), no ya de carácter cósmico, sino histórico-salvífico: descubrir la presencia de Dios en la existencia, su cercanía y liberación, constituyen la certeza de su compañía incondicional para el presente y para el futuro. A los himnos iniciales sigue un oráculo profético-cultual pronunciado quizás por el sacerdote durante la liturgia del templo12 (vv. 8 – 11): se trata de un llamado a no tener el corazón “endurecido” (v. 8) y “extraviado” (v. 10) como la generación del desierto, que desconfió del Señor “disputando” (M rîbah) con Él y “tentándolo” (Massāh), según nos narra Ex 17, 1-7. Así pues, en el “HOY” de la liturgia (v. 7), tal como el pueblo de Israel estamos llamados a rechazar el mal, de modo que podamos adherirnos plenamente a Aquel que, no sólo nos ha creado (vv. 3 – 5), sino que hace historia con nosotros, guiándonos y protegiéndonos con cuidados de pastor (vv. 6 – 7). 1 Corintios 7, 32 – 35 Ante la degradante situación moral que se vivía en el puerto de Corinto, a la que hacíamos alusión hace dos semanas, Pablo valora la unión conyugal como un medio para «huir de la fornicación» (7, 2 – 3); sin embargo, considera mejor la opción por el celibato, aunque no desprecia para nada el matrimonio. Si la domínica

Es la propuesta de Carlos Soltero en su estudio sobre el Deuteronomio en el Comentario Bíblico Latinoamericano Vol. I (Estella, Verbo Divino 2005), p. 583. Escribe GIANFRANCO RAVASI en su ya citado libro “Una Comunidad lee los Salmos” pp. 365 – 366: «Precisamente por este examen de conciencia, requisito para entrar en el templo, el Salmo 95 se ha convertido en el judaísmo en una de las oraciones de “ingreso” para el sábado (viernes en la tarde) y en el “invitatorio”, esto es la oración-exhortación inicial de la liturgia cristiana de las Horas, convirtiéndose así en el “más cotidiano de los salmos”». 11 12

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pasada el Apóstol argumentaba la validez del celibato desde la escatología, en el texto de hoy se detiene en otra razón que complementa la precedente: la consagración definitiva y total al Señor, pues mientras los cristianos casados deben dedicarse tanto a su pareja como a las cosas de Dios, el célibe puede «acercarse al Señor» (v. 35) como un amigo que está siempre sentado a su lado. Dicha consagración queda aun más explícita desde el paralelo con el judaísmo, en el cual la abstinencia sexual era necesaria para el culto: de igual forma, el creyente célibe hace de su vida un culto a Dios, una ofrenda pura, santa agradable a Él (Rm 12,1). Así, todo aquel que haya optado por el celibato ha de entender su vida como una ofrenda a Dios que se plenifica en la entrega a los demás, tal como nos lo enseñará Jesús en el Evangelio de hoy. Marcos 1, 21 – 28 Veíamos el Domingo pasado cómo Jesús presentó su proyecto misionero (1, 14 – 15) y cómo quiso involucrar en el mismo a dos parejas de hermanos pescadores (1, 16 – 20); ahora, a partir del v. 21, el Reino comenzará a hacerse patente en palabras y signos, elementos que volveremos a encontrar en la domínica siguiente. La “estrategia pastoral de Jesús” es bien interesante, ya que, tanto el lugar como el tiempo son significativos: Cafarnaún era un importante puerto pesquero a orillas del lago de Galilea, y por tanto, con gran afluencia de gente; el sábado, por su parte, era el día sagrado en el que todos los judíos debían participar de la enseñanza de la Palabra en la sinagoga. Resulta, pues, que el Maestro pensó muy bien cuándo y cómo comenzaría a hacer visible el Reino por medio de su enseñanza y sus acciones. En efecto, lo primero que hace en la sinagoga es enseñar; Marcos no precisa el contenido de la enseñanza, pero el contexto per-

mite deducir que no es otra realidad sino la soberanía divina y las exigencias postuladas para aceptarla (1, 14 – 15). Y es precisamente allí donde radica su autoridad (v. 22), ya que, en contraposición a los escribas, quienes se limitaban a repetir los preceptos y tradiciones legales, Jesús comunica su propia experiencia personal: Él habla de un Abbá capaz de transformar la existencia humana por el simple hecho de dejarlo reinar y tener confianza en Él. Pero hay aún más: el Maestro demuestra, con una acción concreta, que Dios reina derrotando todo aquello que esclaviza a sus hijos, permitiéndoles así recuperar la dignidad perdida. No en vano Marcos, quien escribe para un público pagano, presentará como primer milagro de Jesús un exorcismo, que constituye la más grande demostración de poder para un gentil. De esta forma, la autoridad, desvelada gracias a la experiencia personal del Reino que Jesús comunica, queda ratificada por su capacidad de sanar, dando a entender así la irrupción de la soberanía divina: Dios viene a vencer los más grandes obstáculos en la vida de los seres humanos. Finalicemos nuestra reflexión prestando atención a un detalle particular: las acciones de Jesús narradas ésta y la próxima domínica ocurren entre un sábado y un Domingo, dato interesante, ya que la mayor parte de nuestra pastoral tiene lugar en esos mismos días. Por tanto, no olvidemos repensar nuestras estrategias pastorales, imitando la creatividad, iniciativa y celo de Jesús; pero convenzámonos, por otra parte, que toda acción pastoral debe incluir la enseñanza desde una experiencia personal de Dios y la acción terapéutica en favor de quienes se acercan a nuestras comunidades. En pocas palabras: toda actividad que realicemos, especialmente el fin de semana, ha de profundizar la fe desde la instrucción y ha de ser curativa. Todo lo que no apunte en esta dirección se aparta de la propuesta de Nuestro Señor. 31


ESPIRITUALIDAD LITURGICA DEL TIEMPO DEL ADVIENTO Por: Juan David Muriel Mejía. Pbro.

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“Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y Salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor, Dios nuestro.”1

on el canto del antiguo himno de Vísperas Cónditor alme síderum2, la Iglesia de rito romano comenzará, en la tarde del 26 de noviembre de 2011, la celebración de un nuevo tiempo de Adviento, que se extenderá hasta antes del rezo de las primeras vísperas de la Solemnidad de la Natividad del Señor en la tarde del sábado 24 de diciembre. Desde ese momento, diferentes signos presentes en nuestra asamblea celebrativa nos hablarán de otra faceta del misterio de Cristo a aquella que veníamos conmemorando hasta el último domingo del Tiempo Ordinario. Ornamentos morados o rosados, corona de Adviento, antífonas proféticas, sobriedad en el uso de flores e instrumentos, explicitan una llamada de la Iglesia a poner nuestra mirada en otro color distinto de ese inmenso prisma que es el misterio pascual del Mesías: contemplaremos ahora su doble llegada, una en “la humildad de nuestra carne, cuando realizó el plan de redención trazado desde antiguo” y la otra “cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra”, como rezan ambos textos tomados del Prefacio I de Adviento, las dos venidas de Cristo3.

Antífona de la O del día 23 de diciembre, inspirada en Is. 7, 14; 8, 8; 33, 22 y Gn. 49, 10. Dichas antífonas, llamadas también mayores, y que preceden el canto del Magnificat en las Vísperas, son de composición muy antigua, “joyas del adviento”, como las llama Nocent. Tuvieron un rico desarrollo litúrgico en su proclamación, hasta convertirse en punto focal de la liturgia adventual monástica o parroquial. Presentan una “composición paralela: llamada al Hijo de Dios, enumeración de su actividad y de sus gracias, y ante todo, la llamada insistente para que Dios venga: veni, y que su venida nos transforme y nos salve.” NOCENT A., Contemplar su gloria. Adviento, Navidad, Epifanía, Estela, Barcelona 1963, 73. El texto latino reza: O Emmanuel! Rex et legifer noster, exspectatio gentium et salvator earum: Veni ad salvandum nos, Domine Deus noster. 2 El sentido general del texto, aunque no la traducción precisa, es nuestro himno español Jesucristo, Palabra del Padre, del esquema b de los himnos de vísperas de Adviento hasta el día 16 de diciembre. 3 Misal Romano, reformado por mandato del Concilio Vaticano II y promulgado por su Santidad el Papa Pablo VI, edición típica aprobada por la conferencia episcopal española, Coeditores Litúrgicos 1993, 437. 1

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Como comunidad cristiana es necesario de nuevo hacernos la pregunta: ¿Qué es y en qué consiste este santo tiempo del Adviento? Y, hechas las debidas precisiones histórico-litúrgicas, preguntarnos ¿Cuál es la espiritualidad propia de este tiempo? El diccionario latino nos define el vocablo Adventus como venida, llegada, advenimiento4. Desde allí parte nuestra premisa histórica. Es confuso el origen de este tiempo litúrgico, y dos tesis sobresalen: una lo ve apareciendo como la parte final del Año Litúrgico romano, y como tal, como un tiempo de reflexión teológica que apuntaba marcadamente a la dimensión escatológica de espera de la Parusía; otra vertiente lo vería como un verdadero tiempo ascético y penitencial con un carácter gozoso que lo colocaría con miras a la preparación de la fiesta de la Navidad, solemnidad que aparece ya en Roma hacia el siglo IV. De todas maneras el Adviento aparece tardíamente en Roma con respecto a las tradiciones litúrgicas de otras regiones como la Galia o España5. La razón de ser de dicha tardanza es la disputa teológica entre San Agustín y San

León Magno con respecto al misterio de la Navidad. Para el primero, la Navidad era sólo un aniversario, una memoria particular, y por tanto no tiene sentido un tiempo litúrgico especial para prepararse a un acontecimiento pasado.En cambio, para San León, tesis que con el tiempo prevalecerá, el misterio de Navidad es un verdadero sacramento, como lo vemos en su Sermón VIII in Nativitate Domini, donde habla del misterio de las Natividad como Nativitatis Dominicæ sacramento6, que actualiza verdaderamente y hace presente el hecho mismo de la Encarnación y el nacimiento del Mesías, con toda su gracia salvífica. Ya en el Sacramentario Gelasiano podemos ver la aparición de formularios llamados Orationes De Adventum Domini y la teología de sus oraciones tiende más hacia el aspecto escatológico7. Sea la dimensión escatológica o aquella de preparación a la Navidad, ambas corrientes están presentes en nuestro Adviento moderno: la primera se explicita en las lecturas y textos hasta el día 17 de diciembre. Las ferias privilegiadas del 17 en adelante se centrarán más en la preparación expectante del nacimiento histórico

4 Diccionario Ilustrado Vox, latino-español, español-latino, Barcelona, Vox 211999, 14. “La Vulgata traduce siempre por Adventus la palabra griega parousia, advenimiento de Cristo (Mt. 24, 3.27.37.39; 1 Cor. 15, 23; 2 Tes. 2, 8), pero también la venida del Anticristo (2 Tes. 2, 9). parousia significa aquí el mismo acontecimiento que, en otra parte, se tradujo por epifaneia: el retorno del Señor (1 Tim. 6, 14; 2 Tim. 4, 1)”. Tomadas del lenguaje sagrado circundante, ambas tenían sus propias acepciones: Epifanía hacía alusión a la aparición visible de la divinidad, de manera poderosa y salvífica, y Parusía hacía referencia también a la visita de un emperador o un rey, o su entrada oficial a la ciudad. Cfr. LOWENBERG M., Estudio litúrgico. El vocabulario de la liturgia romana del Adviento, en Tiempo de Adviento (Asambleas del Señor, catequesis de los domingos y fiestas, 2), Marova, Madrid 1965, 20. 5 El Concilio de Zaragoza impone a los fieles una especie de reunión especial de catequesis y de oración de los días 17 de diciembre al 6 de enero, y en Tours, San Gregorio menciona la que será llamada después “cuaresma de San Martín”, un tempo ascético que va del 11 de novembre hasta el día de la Navidad. Cfr. NOCENT A., Il tempo della manifestazione, in ANAMNESIS, L’Anno liturgico. Storia, teologia e celebrazione, vol. 6, Marietti, Genova 32002, 194. Muchas de estas prácticas ascéticas tenían que ver con la preparación al bautismo de los catecúmenos que recibirían su iniciación cristiana en la solemnidad de la Epifanía. Interesante este aspecto ascético (que tal vez venía de un influjo marcado de la vida monástica), que luego será atenuado. Mientras tanto Oriente, después del 430 con el Concilio de Éfeso, muestra ciertas prácticas “adventuales” como preparación a los misterios de Navidad y Epifanía, pero, motivados por las catequesis de obispos y patriarcas, evitan caer en alusiones sentimentales que serán propias del barroquismo occidental. Aparecen meditaciones y homilías en torno a las figuras del Bautista y de María, y el misterio en el que se hace hincapíé es el del “admirable comercio” que se realiza entre Dios y la humanidad en el misterio de la Encarnación. Maertens resume diciendo que allí donde Occidente adopta una tipología adventual de óptica litúrgica-disciplinar (la fiesta que se anuncia y a la que se prepara), Oriente lo hace con una óptica histórica (los acontecimientos del nacimiento). Cfr. MAERTENS TH., El Adviento. El origen histórico de sus temas doctrinales, en Tiempo de Adviento, 7-18. 6 SAN LEÓN MAGNO, Sermo 28, In Nativitate Domini 8, PL 54, 223. En la teología medieval, San Bernardo profundizará esta teoría del Adviento como sacramento: “Bernardo ve el sacramento del Adviento como la «presencia de Cristo en el mundo» como Salvador. En su teología, el Adviento no se limita a conmemorar la Encarnación como un acontecimiento histórico, ni es simplemente una preparación devota a la fiesta de la Navidad o una anticipación del juicio universal. Es sobre todo el sacramento de la presencia de Dios en el mundo y en el tiempo, en su Verbo encarnado, en su reino, y en particular su presencia en nuestra misma vida como Salvador. El sacramento del Adviento es la Necessaria praesentia Christi (Serm. 7, 2)”. MERTON TH., Stagioni Liturgiche. Meditazioni sulle massime festività religiose dell’anno dopo il Vaticano II, tr. GRIFFINI G., Rusconi, Milano 61977, 63-64. 7 Como ejemplos tenemos estas expresiones litúrgicas en dichos formularios: “Excita, domine, potenciam tuam et ueni, et quod aecclesiae tuae usque in finem saeculi promisisti, clementer operare: per.” n. 1120 (los textos están en el latín propio de la transcripción del Sacramentario). “Excita, domine, quaesumus, corda nostra ad praeparandas unigeniti tui uias, ut per eius aduentum purificatis tibi seruire mentibus mereamur: per.” n. 1125. “Consciencias nostras, quaesumus, omnipotens deus, cotidie uisitando purificas, ut ueniente domino filio tuo paratam sibi in nobis inueniat mansionem: per.” n. 1127. “Concede, quaesumus, omnipotens deus, hanc graciam plebi tuae aduentum unigeniti tui cum summa uigilancia expectare, ut sicut ipse auctor noster salutis docuit, uelut fulgentes lampadas in eius occursum nostras animas praeparemus: per.” n. 1136. Roma ha dado así el paso a una celebración concreta del Adviento, transformando el período penitencial de las Cuatro témporas en un tiempo de preparación a la Navidad, constituyendo un período de 6 semanas y luego fundiendo estas dos instituciones en un Adviento reducido a cuatro domingos (con uno libre). El rito ambrosiano deja las 6 semanas. Cfr. MAERTENS TH., El Adviento. El origen histórico de sus temas doctrinales, 11.

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del Mesías y sus repercusiones salvíficas en el plan de redención, personal y comunitario. Precisamente así se expresa la Iglesia en las normas universales sobre el Año Litúrgico y sobre el calendario romano: “El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre.”8 Pero no debemos olvidar nunca la relación entre cualquier período del Año Litúrgico y la Pascua. Todos los espacios de la vida litúrgica de la Iglesia tienen su plenitud y miran hacia la Pascua. Adviento no es la excepción. No celebramos momentos distintos, sino un mismo misterio en diversos matices: Cristo en la profundidad del misterio de su Pascua, que muere, resucita y es constituido Señor para salvación de toda la humanidad. “El contenido del tiempo de AdvientoNavidad-Epifanía es contemplado en la liturgia desde una perspectiva históricosalvífica. En particular, el nacimiento de Jesús es visto en el contexto del designio salvífico de Dios, cumplido en Cristo en el misterio de su Pascua: el Jesús “nacido de la estirpe de David según la carne” es el mismo que ha sido “constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santificación mediante la resurrección de 8 9

los muertos” (Rm. 1,1-17). El nacimiento de Jesús es celebrado como nacimiento del Redentor que viene a salvarnos [...] En el nacimiento de Jesús se cumplen las promesas antiguas y se nos abre el camino de la salvación eterna, salvación que, hecha realidad en la Pascua, se cumplirá definitivamente cuando el Señor venga de nuevo.” 9

Pero, para adentrarnos en la espiritualidad propia del tiempo del Adviento, qué mejor que dejar hablar a los mismos textos. La profusión de citaciones bíblicas y la belleza de los textos litúrgicos, nos irán conduciendo, domingo a domingo, por ese éxodo adventual que desembocará en el esplendor de la noche de Navidad, cuando “se revelará la gloria del Señor, y todos los hombres juntos verán la salvación de nuestro Dios”(Is. 40, 5), como reza la antífona de comunión de la Misa vespertina de la vigilia de Navidad. No podemos olvidar que: “La única fuente de los textos del Adviento es la Sagrada Escritura, especialmente los libros proféticos, sobre todo Isaías. Estos textos nos presentan el Advenimiento del Señor, desde su venida en carne hasta su retorno, en forma de una Epifanía – Parusía (Ecce advenit Dominator Dominus: Introito de Epif.), que nos permite ver y experimentar el poder y la gloria del Señor. Las oraciones, plegarias libremente formuladas por la Iglesia, brotan de esta misma fuente. Es, pues, situándonos dentro de la rica perspectiva de los oráculos proféticos como mejor llegaremos a comprenderlos.”10

Normas universales sobre el Año Litúrgico y sobre el calendario romano, n. 39 en Misal Romano, 106. AUGÉ M., Teologia dell’Anno liturgico, dispensa per gli studenti del PIL, Roma 2004, 87. LOWENBERG M., Estudio litúrgico. El vocabulario de la liturgia romana del Adviento, 26.

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1. PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO Tema: La esperanza. Personaje: Isaías, “profeta del Emmanuel, del Apocalipsis, del retorno al pueblo por nuevos caminos, de la gloria de la nueva Jerusalén”.11 Signo: La arcilla. “Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tus manos” (1ª Lectura Is. 64, 7)

La liturgia de ese primer domingo de Adviento comienza con el canto de la antiquísima12 antífona “Ad te levavi ánimam meam”: “A ti, Señor, levanto mi alma” (Sal. 24, 1). Es en esa expresión de confianza y de fe que se engarza todo el sentido litúrgico de este primer domingo del Adviento: “pues los que esperan en ti no quedan defraudados”. Pero, ¿En qué consiste esta esperanza según los textos de hoy, es más, qué es lo que se espera? En la primera lectura13 (Is. 63, 16b17.19b; 64, 2b-7) Isaías nos responde: se espera a “Nuestro Redentor”, la instauración de sus caminos que son justicia, el perdón de nuestras culpas que “nos arrebatan como el viento”. El evangelio (Mc. 13, 33-37) nos pide por eso una actitud de vigilancia ante la llegada inminente del “dueño de casa” que impide somnolencia y pereza espiritual. Aparece aquí ya un rasgo ético típico de la expectante vigilancia cristiana: la esperanza en la Parusía es también compromiso desde ya en las obras, para adelantar la inminente expansión y gloria del Reino de Dios, de su señorío total y absoluto sobre el creado; no en vano el título mesiánico del invitatorio de Adviento es Rey: “Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle”. Es lo que canta la colecta de hoy: la esperanza es un movimiento gozoso y ascensio-

nal, mediante el cual, “los fieles, al comenzar el Adviento, salen al encuentro de Cristo que viene, acompañados por las buenas obras”. Como vemos se da un doble proceso: la certeza de la presencia de Cristo en medio de su Iglesia, y la tensión escatológica que hace anhelar la instauración definitiva del Reino mediante una actitud concreta de obediencia filial y caridad fraterna. “La Iglesia espera a Aquel que ya está presente en ella, pero quien se revela siempre nuevamente hasta su gloriosa manifestación final. La esperanza que anuncia el Adviento es una invitación a aceptar la gradualidad del proceso de consolidación de la salvación en nosotros y en el mundo.” 14 Esa esperanza se transforma en una actitud concreta de confianza y de docilidad al Padre alfarero que va moldeando no sólo la vida interior del creyente, sino a su misma Iglesia, identificada en el Salmo Responsorial (79) como la viña “que la mano diestra del Señor plantó”. El Espíritu del Señor es la vida que nutre como linfa de salud la viña entera, y la fortaleza que “nos mantendrá firmes hasta el final” como reza hoy San Pablo en la 2ª lectura (1ª Cor. 1, 3-9). Esa esperanza es una verdadera luz en el camino discipular y así, el creyente sólo debe dejarse iluminar por el brillo de este don, ya que “el Señor viene de lejos y su resplandor ilumina toda la tierra” (Ant. al Magnificat I vísperas). Precisamente, la oración de la bendición de la corona de Adviento, define a Cristo como “el Señor que se avecina como luz esplendorosa para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado” y como “aquel que, por ser la luz del

TENA P., El leccionario ferial de Adviento, en LLIGADAS J., Adviento y Navidad. Sugerencias y materiales (Dossiers CPL 92), Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 22003, 34. Su citación está ya presente en los más antiguos antifonarios como el de Corbie (siglo IX), Mont-Blandin (s.VIII-IX), Rheinau (s. IX). Cfr. NOCENT, A., Storia dei libri liturgici romani, in ANAMNESIS, la liturgia: panorama storico generale, vol. 2, Marietti, Genova 2002, 163. 13 Los textos están tomados de Leccionario, reformado por mandato del Concilio Vaticano II y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo VI, I Lecturas para los domingos y fiestas del Señor Año A, Coeditores litúrgicos, Comisión episcopal española de liturgia, Barcelona 61990. 14 AUGÉ M., Teologia dell’Anno liturgico, 87. 11 12

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mundo, iluminará todas las oscuridades.” 15 Es la esperanza jubilosa en el estupendo futuro de aquellos que sean encontrados fieles en la llegada del dueño de casa, futuro que, según los textos litúrgicos, consistirá en “poseer el reino eterno sentados algún día a la derecha de Cristo” (Oración colecta), alcanzar “los bienes eternos” (Oración después de la comunión), dar fruto después de la lluvia copiosa de bendiciones que vienen de lo alto (Antífona de comunión), “recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar” (Prefacio I de Adviento16), tener un puesto a la mesa del Esposo en el reino (Himno de vísperas Este es el tiempo en que llegas), es la liberación definitiva (Responsorio del Oficio de Lectura), es la consumación y la renovación del mundo (2 Lectura del Oficio – Catequesis 15 de San Cirilo de Jerusalén, 3). En síntesis: La actitud de la espera caracteriza a la Iglesia y al cristiano, ya que el Dios de la revelación es el Dios de la promesa, que en Cristo ha mostrado su absoluta fidelidad al hombre (2 Cor. 1, 20). Durante el Adviento, la Iglesia no se pone al lado de los hebreos que esperaban al Mesías prometido, sino que vive la espera de Israel en niveles de la realidad y de definitiva manifestación de esta realidad, que es Cristo. Ahora vemos “como en un espejo”, pero llegará el día en que veremos “cara a cara” (1 Cor. 13, 12). La Iglesia vive esta espera en actitud vigilante y gozosa. Por eso clama: “Maranatha: Ven, Señor Jesús” (Ap. 22, 17.20). El Adviento, celebra pues, “el Dios de la esperanza” (Rm. 15, 13) y vive la gozosa esperanza (Rm. 8, 24-25).17

Pautas de reflexión: El Adviento es tiempo de esperar. Toda actitud contraria a la esperanza: desesperación, desánimo, tristeza, melancolía, murmuración, desaliento, pereza, es contraria al espíritu del Adviento y al espíritu de la novedad alegre del cristianismo. El creyente espera, con una esperanza fiel, solícita y obediente. El Adviento es tiempo de esperar vigilando. Pero no es una esperanza flácida, temerosa, bonachona o providencialista. Es la esperanza vigilante de quien construye el Reino, de quien adelanta la llegada del Mesías a través de una actitud concreta de solidaridad y justicia con el que sufre, de perdón y reconciliación, de paz y fraternidad. Es una espera que se traduce en un compromiso ético de responsabilidad ecológica, humana, social, económica y política. Es la espera del centinela del faro, que no puede dormir. Es una espera activa y generosa, comprometida, disponible, atenta y solícita a las carencias de quien sufre. El Adviento es tiempo de esperar vigilando la luz que nos inunda. Es acoger el don de una luz que ya brilla en el mundo, la luz del Espíritu de Dios que todo lo penetra, lo invade, lo transforma y lo renueva. Es Jesús, luz del mundo, ya presente en el culto litúrgico, en la acción social, en el pobre, en quien siembra el Evangelio. Es acoger y repartir la luz de la gracia a través de comunidades cristianas abiertas a los signos de los tiempos y a las necesidades de los otros. Adviento es la columna de fuego en el desierto, es la lámpara de la virgen prudente, es la lengua de fuego de Pentecostés, es la luz en lo alto del monte, Adviento es Cristo en su misterio pascual, que

Bendicional, Coeditores Litúrgicos, Comisión episcopal de liturgia española, Barcelona 1986, n. 1240. Para una profundización de los temas teológicos de los Prefacios del Adviento Cfr. FRANCESCONI G., Per una lettura teologico-liturgica dei prefazi di Avvento-NataleEpifania del Messale Romano, in Rivista Liturgica (1972) 59, 628-648. Allí descubrimos como las líneas teológicas preponderantes en dichos textos litúrgicos son: la espera de Cristo (promesa-certeza-esperanza), la Navidad como manifestación de Dios en el hombre y su unidad con el misterio pascual, y la Encarnación como misterio de luz, alegría y libertad. 17 BERGAMINI A., Adviento, en Nuevo Diccionario de Liturgia, ed. SARTORE D. – TRIACCA A.M., tr. BLANCO S. – DÍEZ M. – FERNÁNDEZ D., Paulinas, Madrid 1987, 52. 15 16

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viene para “iluminar a los que viven en tienieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.” (Lc. 1, 79). Sugerencias pastorales • Lucernario dentro de la Liturgia de las Horas solemnes, con la bendición de la corona de Adviento y el encendido de la primera llama. • Propuesta de cantos: Un pueblo camina (J.A. Espinosa), Ven, Señor (C. Gabaráin), Tú mi alfarero (Hna. Glenda). • Fuertes momentos de oración comunitaria.18 • Atención a la ornamentación de la Iglesia: no convertir el aula celebrativa en un centro comercial. ¡El adviento es tiempo de expectante vigilancia! Sobriedad en los arreglos, en la utilización de las flores y los cantos. Más bien valerse de la posibilidad mistagógica de otros signos: lugar adornado para la Palabra de Dios, Corona de adviento, imagen adornada e iluminada de la Virgen María, icono excelso de la Iglesia que cree, espera y ama. • En la preparación de la liturgia dominical con los grupos pastorales, potenciar un signo, en este caso la arcilla, para hablar de la docilidad ante el plan de Dios, la disposición interior y la obediencia a su Palabra. Textos para la meditación “Porque por esto trabajamos y nos esforzamos, porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo, que es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los creyentes.” 1 Tm. 4, 10. “Esperar es un deber, no un lujo. Esperar no es soñar,sino el modo de transformar un sueño en realidad. Felices los que tienen la audacia de soñar y están dispuestos a pagar el precio necesario para que su sueño tome cuerpo en la historia de los hombres.”Card. L. Suenens. 18 19 20

“El mundo ya no espera al Mesías. Espera, por ejemplo, la solución a sus problemas económicos o a sus problemas políticos o a sus problemas culturales. ¿No habría sido mejor un mesías estadista? El mundo ya no espera al Mesías. Espera, por ejemplo, el fin de los terrorismos, de las guerras, de las intolerancias, de los acosos, de las opresiones e injusticias. ¿No habría sido mejor un mesías políticomilitar? El mundo ya no espera al Mesías. Espera, por ejemplo, sobre todo la gente joven, de quien se dice que son la esperanza, buenas diversiones, buenas gratificaciones y sensaciones, buenas colocaciones. La vida es para vivirla y el mundo para disfrutarlo. Hubiera sido mejor un mesías que fascinara a las nuevas generaciones... Pero si, el Adviento es esperar. Esperar es trabajar para que el sueño y el deseo se realicen. Esperar es poner en movimiento todas tus capacidades de cara al futuro. El Adviento es sacramento de esperanza, porque la significa, la cultiva y la hace realidad.”Rafael Prieto Ramiro 19 Textos litúrgicos Para el acto penitencial Convirtámonos hermanos, y llevemos una vida honrada y religiosa, mientras esperamos la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro.

• Enviado del Padre para anunciar la buena noticia a los pobres, Señor, ten piedad.

• Mensajero de la paz, Luz del mundo, deseado de las naciones, Cristo ten piedad. • Hijo de David, que volverás un día para dar cumplimiento a las promesas del Padre, Señor, ten piedad.20

La Liturgia de las Horas presenta varios esquemas vigiliares a partir de la página 1337. PRIETO RAMIRO R., Como quien alza a un niño (Os. 11, 4). Adviento y Navidad 2005-2006, Cáritas española, Madrid 2005, 20-27. FARNÉS P., El acto penitencial de Adviento, en Adviento y Navidad. Sugerencias y materiales (Dossiers CPL 92), Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 22003, 31.

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Primera luz de la corona de adviento: “Estén preparados y vigilando, ya que no saben cual será el momento”. Mc. 13, 33 Comentario: Vigilar significa estar atentos, salir al encuentro del Señor, que quiere entrar, este año más que el pasado, en nuestra existencia, para darle sentido total y salvarnos. Oración: Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primera semana de Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, porque tú traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera.

!Ojalá rasgases los cielos y bajases! ¡Ven, Señor Jesús!. ¡Ven, Señor Jesús!

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PASTORES QUE DEJARON HUELLA:

MONSEÑOR HÉCTOR RUEDA HERNÁNDEZ1 , ARZOBISPO EMÉRITO DE MEDELLÍN

Por: Elías Lopera Cárdenas, Pbro.

M

Hombre de verdad, sacerdote santo, obispo sabio y prudente, “padre y ejemplo del clero”, canonista perito y consultado, de excelente humor y amigo leal.

1

onseñor HÉCTOR RUEDA HERNÁNDEZ descansó en la paz del Señor, el 1 de noviembre de 2011, día de todos los Santos, a las 6:45 de la mañana en su casa de Bucaramanga, después de pasar unos días aquejado por un cáncer en el páncreas. Fue velado en la Catedral, La Sagrada Familia, de la misma Ciudad y sus exequias celebradas el 2 del mismo mes y año, a las 3.00 de la tarde. El primer prelado sepultado en el panteón de la Catedral, construido hace poco para la inhumación de los arzobispos de esta Iglesia particular. Nació en Mogotes (Santander) el 9 de noviembre de 1920, donde recibió los sacramentos de la iniciación cristiana. Hijo de Don Ceferino y Doña Roquelina. A los 12 años quedó huérfano de madre y a los 14 de padre. Fue el mayor de cinco hermanos: Georgina, Gonzalo. Josué y Cecilia. Estudió en el Seminario Menor de San Gil y los estudios eclesiásticos en el Seminario Mayor de Bogotá donde fue ordenado por el Obispo Luis Andrade Valderrama el 15 de diciembre de 1946. Vicario cooperador en El Socorro y San José de Suaita (1947-1948), donde fue al mismo tiempo capellán de la Empresa de Tejidos; Vicario ecónomo de Encino y Coromoro (19481952); Canciller de San Gil (1952) y Capellán de la Normal de Señoritas, párroco de Cincelada (1955-1960).

Datos obtenidos de las Cancillerías de las Curias de Bucaramanga y Medellín, del Departamento de Comunicaciones de esta última

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Estudió Derecho Canónico en el Pontificio Instituto Lateranense de Roma donde se graduó en 1955. Cuando terminó los estudios tiró su sombrero eclesiástico al Tiber y dijo: “adiós Roma”, no pensaba volver, pero fue cada cinco años a las visitas Ad limina, para dar informe de su labor pastoral. El 10 de mayo de 1960 fue preconizado como segundo Obispo de Bucaramanga por S.S. Juan XXIII y fue consagrado el 19 de junio del mismo año por el Nuncio Giuseppe Paupini. Vendió la casa de Mogotes para comprar todos los arreos episcopales, sotanas, sandalias de varios colores litúrgicos, etc., pues no tenía un peso ahorrado. S.S. Pablo VI lo nombró como primer Arzobispo de Bucaramanga cuando ésta fue ascendida a la dignidad de Arquidiócesis el 14 de diciembre de 1974. Asistió como Padre conciliar a las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-1965). Fue Presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana de julio de 1984 a julio de 1987. Participó en las conferencias generales del Episcopado Latinoamericano de Medellín, Puebla y Santo Domingo. S.S. Juan Pablo II lo trasladó a Medellín el 9 de noviembre de 1991 y tomó posesión el 12 de diciembre del mismo año. Días antes de cumplir los 75 años renunció, su dimisión le fue aceptada un año después cuando fue nombrado para sucederle monseñor Alberto Giraldo Jaramillo. 40

Desempeñó su oficio hasta el 19 de marzo de 1997 cuando tomó posesión el nuevo Arzobispo. Desde el 14 de marzo se trasladó a vivir en Bucaramanga, la Ciudad Bonita, donde estableció su residencia definitiva, acompañado de su hermana doña Cecilia. Tuvo tres auxiliares: monseñor Carlos Prada, quien fue trasladado como Obispo diocesano de Duitama-Sogamoso, monseñor Tulio Duque trasladado como Obispo diocesano de Apartadó, en la actualidad Obispo de Pereira y monseñor Darío Monsalve Mejía, trasladado como Obispo de Málaga-Santander, ahora Arzobispo de Cali. En los treinta y un años como Arzobispo de Bucaramanga llevó a cabo muchas obras, grandes y pequeñas, materiales y espirituales; recorrió toda su jurisdicción, valles y montañas, barrios y veredas, parroquias, escuelas y colegios, casas religiosas,... De seis parroquias que encontró cuando llegó, dejó al salir cincuenta y cinco, pues fundó cuarenta y nueve más. Fue grande en su tiempo la afluencia de las comunidades religiosas, veintisiete en total, masculinas y femeninas, que encontraron un ambiente propicio para servir a la Iglesia viviendo sus carismas. Puso especial cuidado en el Seminario, cuya erección canónica la concedió la Santa Sede el 10 de agosto de 1972, y en el empleo de los medios de comunicación social. Le alcanzaba el tiempo para ser profesor de derecho canónico en el Seminario Mayor. Fundó la UPB, seccio-


nal de Bucaramanga. Llamado el “Padre del clero santandereano” por sus orientaciones y aportes a la formación permanente del mismo, además se interesó por su seguridad social fundando en 1961 la Unión Caritativa. Cuando cumplió los 70 años presentó su renuncia, añoraba el descanso, con la excusa de que llevaba “30 años repitiéndose” y el Papa lo cambió para el arzobispado de Medellín, sucediendo a S.E.R. el Cardenal Alfonso López Trujillo. Durante los seis años de su ministerio episcopal en esta Iglesia particular, iba y venía atendiendo esa agenda siempre copada de una Arquidiócesis con tantas parroquias, seminarios, universidades, colegios, casas religiosas, movimientos, reuniones, consejos, etc.; que no le dejaba un minuto de reposo. Ya con 70 años lo vimos con toda su vitalidad orando, estudiando y sirviendo con celo y entusiasmo en el despacho de la Curia, en su casa y desde los barrios populares hasta las parroquias de clase alta; siempre optimista y de un excelente humor, austero y simple. El lema de su escudo episcopal: “Vobis in Patrem” lo vivió durante todo su ministerio de Padre y Pastor, ejerciendo una verdadera paternidad con todo el Pueblo de Dios y siendo una clara expresión de sus intenciones: firme y exigente en los momentos necesarios; lleno de cariño, cordialidad y acogida siempre. Su casa y su despacho siempre de puertas abiertas a todos, dispuesto al diálogo fraterno y sincero con la permanente actitud de alegría, fraternidad y sencillez; acogiendo a las gentes de todas las clases: pobres, tristes, agobiados y con problemas que buscaban su ayuda y su consejo. La bondad de sus palabras y la sinceridad de sus afectos fueron los argumentos más válidos utilizados por Monseñor Rueda en las bregas de su pastoreo, sobre todo en los casos de angustia y de tinieblas.

Fue uno de los principales líderes de la Iglesia Católica en Colombia orientando y apoyando a los sacerdotes que lo visitaban y a los jerarcas que lo consultaban para enriquecerse de su experiencia y sus conocimientos. Sin duda fue una fortaleza de virtud, una montaña de bienaventuranzas y un ejemplo para todos; fue un testimonio vivo de fe y confianza inquebrantable en Dios, de amor a la Iglesia, de disponibilidad de servicio y de obediencia; como lo demostró el hecho de que a sus 70 años le tocara dejar su entorno para ir a cumplir la voluntad de Dios iniciando un servicio más oneroso y complejo. Su humildad y sencillez lo llevaron a desear pasar en silencio todo lo que fuera honores y elogios, asumiendo las cargas cotidianas de sus obligaciones con toda generosidad y empeño. Su vida ejemplar y sus obras fueron reconocidas y exaltadas por la Orden de San Carlos, de la Presidencia de la República en 1985; Orden “José Antonio Galán” y de la Gobernación de Santander en 1986; Orden de Bucaramanga de la Administración Municipal en 1986; Comendador de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro en 1992; Escudo de Antioquia en 1955; Medalla de Medellín en 1995; Cruz Bolivariana en 1995; Medalla Arzobispo “Salazar y Herrera” en 1995; y Orden de la Antioqueñidad en 1997. Para acompañar al Señor Arzobispo de Bucaramanga, monseñor Ismael Rueda Sierra, al clero, a los fieles y a la familia Rueda Hernández viajaron a las exequias el Señor Arzobispo de Medellín, monseñor Ricardo Tobón Restrepo, sus Obispos Auxiliares, monseñor Edgar Aristizabal Quintero y monseñor Hugo Alberto Torres Marín, el Vicario General, padre Julio Jairo Ceballos Sepúlveda y el Canciller, padre Oscar Álvarez Zea. Las exequias fueron presididas por monseñor Ismael Rueda Sierra, concelebraron los Arzobispos: de Bogotá monseñor Rubén Salazar Gómez, de Medellín 41


monseñor Ricardo Tobón Restrepo, de Villavicencio monseñor Oscar Urbina Ortega, de Cali monseñor Darío Monsalve Mejía, de Nueva Pamplona monseñor Luis Madrid Merlano; los Arzobispos Eméritos: de Medellín monseñor Alberto Giraldo Jaramillo y de Manizales monseñor José de Jesús Pimiento Rodríguez; los Obispos: de Buga monseñor Hernán Giraldo Jaramillo, de Barrancabermeja monseñor Camilo Fernando Castrellón Pizano, de MálagaSoatá monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, de Ocaña monseñor Jorge Enrique Lozano Zafra, de Socorro y San Gil monseñor Carlos Germán Mesa Ruíz; los Obispos Auxiliares de Medellín ya mencionados; unos 180 sacerdotes del clero de Bucaramanga y otras diócesis del País, diáconos, religiosos, religiosas y seminaristas. Asistió el Dr. Horacio Serpa Uribe, Gobernador de Santander, y su esposa, autoridades militares y de policía. La Catedral estaba colmada de fieles, más de 3000 asistentes. Acompañaron con el canto los coros del Seminario y de la UPB de Bucaramanga. En la homilía monseñor Ismael Rueda Sierra lo describió como padre, pastor, maestro, amigo sincero, superior leal, de buen humor, de bromas oportunas y respetuosas, amable y alegre en el trato, conocedor de las personas y de solícita caridad pastoral, así vivió el lema de su episcopado “seré un padre para vosotros”. Al final de la Eucaristía se leyeron algunos decretos y reconocimientos, del Señor Gobernador de Santander Doctor Horacio Serpa Uribe, de la Universidad Pontificia Bolivariana seccional Bucaramanga, del Señor Arzobispo de Medellín, del Señor Obispo de Socorro y San Gil, del Señor Obispo de Duitama-Sogamoso. La sobrina, Yulice Reyes Rueda, elogió a su tío y dio las gracias a todos los asistentes en nombre la familia Rueda Hernández. El próximo nueve de noviembre cumplía noventa y un años, con sesenta y cinco años de 42

sacerdocio y cincuenta y uno de ministerio episcopal se fue para el cielo a celebrar la Pascua y, a donde llegó dejando el testimonio de una vida santa, a interceder por nosotros. A su hermana Doña Cecilia, a sus otros hermanos, a toda su familia y al clero de la Arquidiócesis de Bucaramanga nos unimos de corazón y les agradecemos el don tan apreciado de la vida y del ministerio de tan eximio Padre y Pastor. Q.E.P.D.


MONSEÑOR HÉCTOR RUEDA HERNÁNDEZ 1920 - 2011

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LA DIGNIDAD HUMANA DEL HABITANTE DE LA CALLE EN MEDELLÍN Por: Luis Fernando Arroyave Gutiérrez, Pbro. 1. Ver

“La mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad debe ser esperanzadora, muy a pesar de los problemas que afrontan las sociedades actuales, caracterizadas por la hegemonía de la racionalidad instrumental, la emergencia de complejos procesos de diferenciación funcional y la secularización. Abordaremos el tema de la dignidad humana del habitante de la calle desde una perspectiva evangélica, para que una vez comprendido el fenómeno social y discernido a la luz del Magisterio de la Iglesia, propongamos alternativas que posibiliten superar la marginalidad, pobreza y exclusión social”. 1

Misión para el Empalme de las Series de Empleo, Pobreza y Desigualdad MESEP 2008.

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L

a problemática social del habitante de calle es transversal a temas como: el de las finanzas públicas, la seguridad ciudadana, la salud, la educación, el empleo, la vivienda, la movilidad vial, el medio ambiente y el espacio público. Lo primero que debemos entender es que no se trata de una problemática aislada del tejido social. En Medellín y el Área Metropolitana, la pobreza e indigencia se situaron en el período 2002-2008 en un 22,5% y un 25,2% respectivamente. La pobreza bajó del 49,7% a un 38,5% y la indigencia disminuyó del 12,3% al 9,2%.1 La Administración Municipal, el sector privado y diversas organizaciones han realizado significativos esfuerzos para reducir el fenómeno, no obstante, en la actualidad 9 de cada 100 medellinenses vive en condiciones de indigencia, es una cifra alta, además, no se trata sólo de frías estadísticas, sino de personas de carne y hueso. Es fundamental hacer la diferencia teórica entre pobreza e indigencia. La tasa de pobreza mide la insuficiencia de ingresos para la adquisición de una canasta básica de bienes y servicios; la tasa de indigencia mide


la insuficiencia de ingresos para adquirir una canasta que sólo incluye la seguridad alimentaria. En Colombia tenemos otro indicador derivado del Sistema de Selección de Beneficiarios para Programas Sociales (SISBÉN) que evalúa lo relacionado con salud, educación y acceso a servicios públicos. En Medellín, las tasas de pobreza e indigencia están por encima del promedio de las principales Áreas Metropolitanas del país. Bogotá es ejemplo en Latinoamérica de la disminución de estas tasas pasando del 8,6% al 3,9% en el período referido, Bucaramanga también ha logrado significativos logros en la disminución de estas tasas.

2. Juzgar/Discernir Un porcentaje significativo de habitantes de la calle no provienen de estratos sociales 1 y 2 como podría suponerse, esta condición no es ajena a estratos sociales altos; en la mayoría de los casos, la adicción a las drogas ha llevado a profesionales y personas de estratos 4 y 5 a vivir en la calle. Los programas que existen para atender esta problemática tienen en cuenta a habitantes de la calle cuyas familias están registradas en el SISBÉN niveles 1 y 2, paradójicamente los que provienen de familias de estrato medio y alto no reciben la atención requerida, en estos casos, la burocracia opera en contra de quienes en teoría son los que tienen más posibilidades y en la práctica quedan desamparados. Hay otro dato que está por encima del estándar y las mediciones del SISBEN y otros programas: las familias pobres de estrato 1 y 2 no se resignan a perder a sus familiares que viven en situación de calle, aquí opera un criterio afectivo, por el contrario, familias de estrato alto una vez agotados todos 2

los recursos, accediendo incluso a programas de rehabilitación de alto costo, tienden a abandonar a los familiares en situación de calle, no hay que generalizar al respecto, sin embargo, es una variable que debe considerarse en este análisis. El Magisterio de la Iglesia ha profundizado en la dignidad humana mucho más que cualquier filosofía social.2 En esta materia, el texto magisterial por excelencia se denomina “¿Qué has hecho de tu hermano sin techo? La Iglesia ante la carencia de vivienda”, de Iustitia et Pax. El documento consta de una introducción en la que exhorta a los gobiernos para que emprendan programas que respondan eficazmente a la demanda de vivienda. En la primera parte, se hace una descripción fenomenológica de esta realidad considerando los diversos grupos poblacionales: los sin techo, los jóvenes que quieren fundar una familia y carecen de recursos para adquirir vivienda y los marginados de zonas rurales y urbanas. En la segunda parte, se discierne esta realidad como un doloroso signo de los tiempos, analizando las causas coyunturales y estructurales del problema. En la tercera parte, se da una valoración ética y cristiana. En la última parte, se muestra las actuaciones y el testimonio de la Iglesia para la humanización de la sociedad.

3. Actuar La Secretaría de Bienestar Social del Municipio de Medellín tiene un amplio portafolio diseñado para solucionar esta problemática. Es indispensable más compromiso de la empresa privada, organizaciones y sociedad civil. La Iglesia ha implementado programas que tienen por punto de partida el reconocimiento de la dignidad humana y la correla-

Cf. PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Índice analítico pág. 428-430. Edición del CELAM. Bogotá, 2005.

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ción de tres categorías ético-teológico básicas: caridad, justicia y bien común. De ahí se desprenden líneas de acción concretas:

• Programas de subsidios y acceso garan• •

• •

• •

tizado a servicios de salud, educación y recreación. Seguridad Alimentaria (El modelo brasileño “Hambre Cero”) Atención preferencial para los habitantes de la calle que han perdido capacidad funcional y no cuentan con redes de apoyo a nivel familiar o social, dando prioridad a los que proceden de estratos 4 y 5. Fortalecer programas de prevención dirigidos a la población en riesgo, especialmente estratos 1,2 y 3. Programas de rehabilitación en farmacodependencia e incluso rehabilitación laboral para quienes han ejercido algún oficio o profesión. Favorecer a los habitantes de la calle con discapacidad física, cognitiva o múltiple. No promover la mendicidad (en semáforos y calles) sino más bien destinar los recursos financieros para programas de promoción humana. Es indispensable que los discípulos y misioneros estudiemos más la Doctrina Social de la Iglesia y así tener directrices claras para la acción.

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LAS BACRIM EN MEDELLÍN Y EL ÁREA METROPOLITANA Por: Luis Fernando Arroyave Gutiérrez, Pbro. 1. Ver

E “La realidad nos interpela como discípulos y misioneros. En la construcción de la civilización del amor es clave tener una mirada de esperanza sobre la realidad, discernirla a luz de la Palabra de Dios para actuar al estilo del Señor Jesús: con misericordia y compasión. En una sociedad atemorizada por la violencia, es un imperativo ético que vivamos la bienaventuranza de “los que trabajan por la paz”, para esto, debemos tener una comprensión de los problemas sociales y así anunciar la Buena Noticia de la misericordia a quienes llevan heridas a causa de la violencia”.

1

n el año 2006, la Dirección de Carabineros y Seguridad Rural de la Policía Nacional creó una oficina de coordinación institucional e información, para realizar tareas de inteligencia y operativos contra las bandas criminales. Esta dependencia de la Policía acuñó el término “bacrim” para referirse a este fenómeno social. Los informes de inteligencia del año 2006 dan cuenta de 22 estructuras armadas que aglutinaban 4.000 personas, entre 2006-2011 se ha incrementado la problemática. Por supuesto que en estas estructuras no se incluyen las guerrillas y milicias urbanas, aunque se dediquen a acciones similares como el tráfico de drogas, de armas y la extorsión. La Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR) recomendó fortalecer los operativos contra las “bacrim” debido a la consolidación territorial de éstas,1 tal recomendación se aplazó porque las fuerzas policiales y militares estaban concentradas en la lucha contra la guerrilla. También es innegable que hubo procesos de desmovilización y reinserción que permitieron el reacomodo de grupos ilegales y la aparición de nuevas bandas delincuenciales.

Cf. CNRR. Primer informe de desarme, desmovilización y reinserción. Mayo de 2007.

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Actualmente en el país se identifican 7 organizaciones criminales integradas por unas seis mil personas en 17 departamentos y 152 cabeceras municipales.2 Otros aspectos no menos problemáticos son la presencia de menores de edad en estas bandas y la relación de las “bacrim” con organizaciones criminales en el exterior.

2. Juzgar/Discernir En varios escenarios y publicaciones, Monseñor Ricardo Tobón, Arzobispo de Medellín, ha iluminado esta realidad. Recientemente afirmó que “nosotros como Iglesia tenemos que sentir tristeza ante esta realidad. Después de tantos años de evangelización y de administrar la gracia del Señor, un pueblo en su mayoría cristiano no sabe respetar la vida, no logra convivir, no se encamina pacífica y progresivamente hacia un desarrollo integral. No podemos, sin embargo, perder la esperanza; por el contrario, debemos acrecentar el sentido de responsabilidad y el celo apostólico”.3 La sociedad colombiana ha reconocido las iniciativas por la paz y la reconciliación del Arzobispo Emérito de Medellín, Alberto Giraldo Jaramillo, quien participó en procesos de paz. En la Doctrina Social de la Iglesia encontramos abundante reflexión que nos ilumina para las acciones pastorales en la búsqueda de la paz;4 para discernir esta problemática, del incremento de la violencia en la ciudad de Medellín y el Área Metropolitana, recordemos el “Decálogo de la Reconciliación” propuesto por Monseñor Alberto Giraldo como línea de dirección y aporte a la paz:

2 3 4

I. Examina las rupturas en el mundo que te rodea y en ti. II. Descubre la nostalgia de la reconciliación. III. Trabaja por educar tu conciencia. IV. Reconoce la tragedia del pecado: te distancia de Dios y de los hermanos. V. Vuélvete a Dios y déjate perdonar. VI. Valora la obra reconciliadora de Dios en ti. VII. Colócate al lado de las víctimas. VIII.Ejercítate en el perdón. IX. Organiza tu vida en justicia y en solidaridad. X. Intégrate a la Iglesia, comunidad reconciliada y reconciliadora.

3. Actuar El Decálogo lleva a la acción. En nuestra Arquidiócesis de Medellín valoramos el trabajo que en este sentido se realiza desde el Centro de Reconciliación y la Fundación Apoye, que tienen precisamente como lineamiento el anterior Decálogo. Una vez analizado el problema social de la violencia e iluminado con las enseñanzas de la Iglesia, y en la realidad local con las directrices de Monseñor Ricardo Tobón, conviene especificar algunas líneas de acción pastoral:

• Toda iniciativa de paz debe ser consultada con el Señor Arzobispo y ejecutada a través de las instancias arquidiocesanas creadas para este fin. Los agentes pastorales y especialmente los párrocos no actuamos solos, toda intervención social la hacemos con la Iglesia y más aún, en cuestiones tan delicadas como el conflicto armado y el diálogo con personas que están al margen de la ley.

Cf. RESTREPO, Juan Diego. “La tardía guerra contra las llamadas bacrim”. En: Revista Semana. 9 de febrero de 2011. TOBÓN RESTREPO, Ricardo Antonio. Editorial: “Aumenta la violencia”. Disponible en: www.arquidiocesisdemedellin.com Cf. PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Índice analítico pág. 504-506; 556. Edición del CELAM. Bogotá, 2005.

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• El trabajo por la paz y la reconciliación

supone respeto a la jurisprudencia colombiana y especialmente en lo que se refiere a procesos penales. • El Primer Anuncio, las homilías, catequesis y demás acciones pastorales deben encaminarse a la consecución de la paz y la reconciliación. Entre tantas tareas que nos urgen es necesario dar prioridad a la bienaventuranza de “los que trabajan por la paz”. • Hay que entender que la violencia es transversal a otros problemas sociales, por lo tanto se deben buscar soluciones integrales, específicamente en la línea de la justicia social.

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HUMANISMO VS ANTIHUMANISMO: UNA CUESTIÓN HUMANISTA.

Por: Orlando Arroyave Valencia, Pbro. El Humanismo.

E “Esta propuesta hermenéuticohumanista tiene como intención: colocar a la conciencia frente a lo inconsciente, oscuro y sombrío que guarda el alma humana, pero también, frente a lo grande, luminoso y virtuoso que se esconde en la misma.”

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l concepto humanismo fue acuñado en Alemania en el siglo XIX, sin embargo se utilizó de modo retrospectivo para designar el movimiento filosófico-cultural surgido en el siglo XIV, movimiento que se oponía a la metafísica tal y como era utilizada en la Escolástica. Del humanismo existían dos versiones: “humanista” era aquel que se preocupaba de los valores humanos y del bienestar de la humanidad, de los valores filantrópicos, de la ayuda y preocupación por el otro y por los otros. Humanista era aquel que se dedicaba el cultivo de la humanitas, es decir aquel que se dedicaba al estudio de las lenguas clásicas, de la historia y de la literatura de los antiguos; estudio que básicamente se concentraba en los autores clásicos: Cicerón, Tito Livio, Tácito, Terencio, Flavio, Virgilio, Ovidio, Lucrecio, etc.; fueron humanistas reconocidos: Petrarca, Nicolás de Cusa, Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola, Erasmo de Rotterdam, Montaigne, Vico, y aunque no hay un horizonte común de comprensión entre todos, sin embargo es común entre ellos que sitúen como tema de reflexión el desplazamiento del cielo a la tierra. En la segunda versión del humanismo acabada de mencionar tuvo un papel muy importante la filología, ya que esta permitía y propiciaba el acceso a las fuentes antiguas en su lengua original; ello ejercía un papel críti-


co, escéptico y revitalizador a quienes realizaban dichos estudios; además de un papel de autocrítica teórica y práctica que no solo se ejercía dentro de los ámbitos culturales sino que ello apuntaba a una reforma de la Iglesia; básicamente este era el proyecto que Erasmo de Rotterdam compartía con Lutero, proyecto que Lutero truncó con el movimiento reformista puesto en ejecución. A pesar de que existen en la actualidad opiniones que sostienen que el humanismo renacentista no fue un movimiento propiamente filosófico, salvo por el retorno al platonismo, sino un movimiento literario, sin embargo y a pesar de esto, cabe considerar que el humanismo está a la base del proyecto filosófico de la modernidad, tanto del racionalismo como del empirismo. Los humanistas proponían una visión de la realidad en la que cabían la pluralidad, la diversidad y la diferencia como elementos propios para una sana convivencia, sobre todo en un contexto caracterizado por las guerras religiosas (católicos y hugonotes); dentro de este contexto Descartes y los racionalistas así como los empiristas proponían la necesidad de la certeza y de la verdad única e indubitable; verdad que debía ser afirmada y sostenida contra la diversidad y la diferencia, dado que estas no habían alcanzado el ideal pacifista que buscaban; desde este punto de vista, puede verse como los humanistas son la fuerza que está a la base de los movimientos racionalistas y empiristas propugnados por la modernidad. El humanismo hace una apuesta por la dignidad del ser humano y este entendido como un ser emancipado y redimido, un ser libre; es Dios quien confiere dignidad y libertad al ser humano, lo hace tanto cuando lo crea y más aún cuando lo redime. El ser humano, al ser libre, se inserta en la naturaleza y en la sociedad y emplea todas sus fuerzas para comprender el funcionamiento del cosmos y em-

plea todas sus fuerzas para dominar, controlar y transformar la naturaleza; desde esta perspectiva, el humanismo converge no solo en el proyecto reformador instaurado por Lutero, sino también en el proyecto racional propugnado por la Ilustración, así como los ideales libertarios y reformadores proclamados por la Revolución francesa, en el proceso de industrialización gritado por la revolución industrial, en la noción de historia y esta entendida como progreso incesante y constante hacia un mundo mejor y finalmente en el dominio planetario de la técnica. Evidentemente, el proyecto humanista que subyace a la base de toda la modernidad y que desencadenaría todos los fenómenos acabados de mencionar, era un proyecto optimista; se creía entonces que la fraternidad, la libertad y la igualdad extendidos por todo el mundo ayudarían a acabar el hambre, la miseria, la explotación; sin embargo, todo ese optimismo termina desgarrándose y resquebrajándose en los conflictos bélicos que vivió Europa, y ésto unido al fenómeno de la crisis cultural que vivió el mismo continente y que de una u otra manera afectó a las ciencias, la lógica y la matemática.

Los antihumanismos. ¿Se debe pues seguir hablando de humanismo? Dado el descalabro al cual ha conducido el humanismo propugnado por el Renacimiento, dado que en nombre del humanismo también se han realizado una serie de acciones antihumanistas, esto ha hecho que en el siglo XX surjan una serie de teorías antihumanistas de diferentes tipos; antihumanismos que apuntan no a un saber teórico sobre lo que se desea para la humanidad y para el hombre sino a un saber teórico que reflexiona sobre lo que se sabe de él y de la humanidad. Entre dichos antihumanismos se pueden contar el sicoanáli 51


sis de Freud que revela que el inconsciente es la base sobre la cual se sustenta el yo consciente, y que por lo tanto el estado consciente del hombre se apoya en una sombra oscura que él mismo no puede controlar; además está el antihumanismo Heidegger que se basa en una crítica a la base metafísica sobre la cual se han apoyado los humanismos y por lo tanto no hacen justicia al verdadero ser del hombre, y por esta razón, él prefiere utilizar el concepto de Dasein para designar al hombre; el antihumanismo de LéviStrauss; el antihumanismo de corte marxista proclamado por Althusser; el antihumanismo de corte nietzscheano que desarrolla Foucault y que trata de desentrañar todos aquellos fenómenos oscuros que durante la historia de la humanidad se han convertido en horrores: la historia clínica, el sanatorio, el manicomio, los orfanatos. Todos estos antihumanismos tienen una posición crítica y hasta pesimista frente a la noción optimista, racional, consciente y progresiva del ser humano y de la humanidad proclamada por el humanismo renacentista y durante toda la modernidad, visión según la cual el ser humano habría de caminar hacia un estado ideal de mejoría. Los antihumanismos son posiciones críticas frente a las ideas difundidas por los humanismos renacentistas; el humanismo de Freud basado en una crítica contra la racionalidad ilustrada y esta entendida como un estado de conciencia y de razón en el ser humano; frente a esto, Freud opone el inconsciente y este entendido como aquel lugar oscuro que determina los estados conscientes en el ser humano; el antihumanismo heideggeriano que prefiere recurrir a la palabra Dasein antes que a la palabra hombre porque considera que dicho término está muy cargado de elementos metafísicos y que por lo tanto no le hacen justicia a la verdadera esencia del hombre; el antihumanismo de Nietzsche releído por Foucault y que se ha encargado de hacer conscientes los mecanismos de poder que han determinado la lectura que una 52

sociedad, en una determinada época ha hecho del hombre: baste recordar el caso del parricidio del hermafrodita; la proclamación del final de la subjetividad y del sujeto moral y la autoproclamación del hombre ya no esclavo de ningún tipo de moral, ni de valor etc. Básicamente los antihumanismos han puesto de relieve aquellas experiencias no tan humanas, en el sentido optimista del término, que han determinado las visiones que el hombre ha tenido de sí mismo; también han puesto de relieve una crítica radical a la noción de hombre inspirada en unos intereses egoístas; han propuesto una crítica radical contra todos aquellos mecanismos de poder que han ido contra la condición humana. Sin embargo los humanismos han podido resistir los embates de los antihumanismos; es más parece que una solución a los dilemas planteados por los antihumanismos pueda provenir de una reflexión acerca del alma humana y ésta entendida como el centro del ser humano; porque es en el alma donde se encuentra el asiento de lo grande y lo pequeño del ser humano, es allí donde se encuentran sus grandezas y sus miserias, sus anhelos, sus deseos y sus afanes; el alma humana es el lugar intermedio entre el inconsciente y el consciente, el lugar de las grandes decisiones morales. Según todo esto una reflexión humanista en nuestros días no puede dejar de lado la reflexión antihumanista, pero los grandes dilemas planteados por los unos y por los otros, antes que menguar el ser humano y la reflexión que este hace de sí mismo, lo que hace es lanzarlo hacia el propio centro de su ser, centro que se ubica en una reflexión sobre el alma humana.

Humanismo y hermenéutica: La hermenéutica filosófica se constituye como tal en base a elementos extraídos de la tradición humanista, es el caso de conceptos ta-


les como: sentido común, gusto, formación y capacidad de juicio; pero en estos mismos conceptos se detecta esa critica que han hecho los antihumanistas; Gadamer, para tratar de aportar algunos elementos a favor de la reflexión humanista, ha insistido básicamente en la importancia del lenguaje materno o lenguaje natural y este entendido como medio para entendernos a nosotros mismos, entender a los demás y entender a nuestro entorno; por otro lado ha insistido en el concepto de juego y éste entendido desde la relación que se establece entre texto y lector, entre obra e intérprete y en la necesidad no tanto de que uno de los dos polos lleve la primacía en el acto comprensivo, sino justamente en la relación; es justamente en la relación entre texto y lector, obra e intérprete donde acontece el acto mismo de comprender; es en la acción reciproca, en la interacción entre ambas partes donde se realiza el acto de comprender; de ahí la importancia capital que para al efecto tiene el círculo hermenéutico. El italiano Ernesto Grassi, haciendo un ejercicio histórico humanista y hermenéutico, ha sido capaz de detectar que a lo largo de la historia occidental, y paralelo al humanismo de raigambre platónica, se ha dado un humanismo no platónico; de ese modo, mientras que aquel ha tenido que recurrir a categorías racionales tales como la lógica, el cálculo, la medición y la matemática para revelar el ámbito de lo humano, pero a la vez ha dejado en la oscuridad elementos tales como lo pulsional y lo pasional, reconociendo además que el lenguaje tiene una función demostrativa y que se afinca en categorías y leyes lógicas y racionales, frente a esto el humanismo no platonizante ha puesto de relieve el valor de la metáfora y del lenguaje simbólico para adentrarse en aquellos lugares donde el humanismo platonizante no había podido llegar. Este humanismo se concentra además en el horizonte vital, horizonte en el cual se mancomunan el hombre y su mundo,

el hombre y su realidad vital y existencial; en el lenguaje metafórico y simbólico se revelan el sentido y el sinsentido, lo lógico y lo ilógico; en el humanismo no platónico el ente se revela en cuanto hace parte del horizonte existencial del ser-humano. Todo esto ha puesto de manifiesto la necesidad de recalcar la importancia del humanismo para la hermenéutica; pero además ha puesto de manifiesto el lenguaje simbólico y metafórico, para que, desde la hermenéutica, se puedan desentrañar las profundidades recónditas en las que se sumerge el ser humano. Parece ser que la reflexión humanista, desde la hermenéutica, intenta descentrar al hombre (el hombre centro del cosmos) para ubicarlo en el lugar en el cual él se haga más consciente de aquel lugar donde lo oscuro, sombrío, irracional e inconsciente se esconde, para que logre integrar esto a las otras características de su ser y así pueda transformarse en un ser más integral, que sea capaz de percibir tanto su lado oscuro como su lado luminoso, su lado de pecado pero también de gracia. De este modo la propuesta hermenéutica-humanista es una invitación para que cada quien siga su propio camino y de esa manera sea fiel a la propia experiencia vivida y todo esto desarrollado dentro del marco de la divisa agustiniana de “ama y haz lo que quieras, quiere y haz lo que tu corazón requiere, ama y haz lo que te pide el alma” (Garagalza, 2006, 231). Esta propuesta hermenéutico-humanista tiene como intención colocar a la conciencia frente a lo inconsciente, oscuro y sombrío que guarda el alma humana pero también frente a lo grande, luminoso y virtuoso que se esconde en la misma; con ello se busca una humanización de la humanidad y del mismo hombre, porque es allí en lo oscuro y sombrío, pero también en lo luminoso, virtuoso y grandioso del ser humano donde se esconde la posibilidad de la transformación, del cambio y de la creatividad hacia una nueva forma de vivir. 53


DECRETOS Y NOMBRAMIENTOS

1. Presbítero DIEGO ALONSO VÉLEZ

RUIZ miembro de la Comisión Central para la Misión Continental en la Arquidiócesis de Medellín (Decreto Nº 286N/11) 24 – Oct – 11.

2. Se nombra como Canónigo Penitencia-

rio del Venerable Cabildo Catedralicio de Medellín y Exorcista al Ilustrísimo Señor Canónigo JORGE ENRIQUE SUÁRES ÁLVAREZ (Decreto Nº 285N//11) 24 – Oct – 11.

3. Sacerdote encargado de la Cuasiparro-

quia “SAN JUAN EUDES” al Presbítero CARLOS AUGUSTO LONDOÑO MONSALVE (Decreto Nº 284N/11) 24 – Oct – 11.

4. Presbítero DURIAN ALEXANDER VÉ-

LEZ HIGUITA, párroco de la parroquia “EL PADRE NUESTRO”. (Decreto Nº 283N/11) 24 – Oct – 11.

5. Presbítero ALEXIS DE JESÚS NAVEDA

NAVEDA, S.F., de la Congregación Hijos de la Sagrada Familia, Administrador Parroquial de la Parroquia “JESÚS, MARÍA Y JOSÉ”, y representante legal de la misma (Decreto Nº 282N/11) 18 – Oct – 11.

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6. Vicerrector del Liceo “San Rafael”, al

Presbítero RUBÉN ANDRÉS BEDOYA CASTRILLÓN (Decreto Nº 281N/11) 11 – Oct – 11.

7. Presbítero MAURICIO MONTOYA MON-

TOYA, Capellán de la Fundación Pía Autónoma Cementerios Campos de Paz. (Decreto Nº 280N/11) 11 – Oct – 11.

8. Presbítero RICARDO ANDRÉS GU-

TIÉRREZ GARCÍA, Capellán de la Fundación Pía Autónoma Cementerios Campos de Paz. (Decreto Nº 279N/11) 11 – Oct – 11.

9. Presbítero EDUARDO OVIEDO VELO-

ZA, O.P., de la Orden de Predicadores, vicario parroquial de la parroquia “SANTO TOMÁS DE AQUINO”. (Decreto Nº 278N/11) 11 – Oct – 11.

10. Presbítero

ALEJANDRO TRUJILLO CARVAJAL, vicario parroquial de la parroquia “NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN” (Barrio San Javier). (Decreto Nº 277N/11) 11 – Oct – 11.

11. Presbítero JADSON FERNEY CAS-

TAÑO ARIAS, párroco de la parroquia “SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO” (Decreto Nº 276N/11) 11 – Oct – 11.


12. Presbítero NELSON TORRES JAIMES,

20. Presbítero WILSON ALCIDES GRAJA-

13. Presbítero RUBÉN ANDRÉS BEDOYA

21. Se nombran, por un período de dos años,

párroco de la parroquia “NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN – SANTA ELENA” (Decreto Nº 275N/11) 11 – Oct – 11. CASTRILLÓN, párroco de la parroquia “MARÍA MADRE DE LA EUCARISTÍA” (Decreto Nº 274N/11) 11 – Oct – 11.

14. Presbítero JUAN CARLOS MURIEL FI-

GUEROA, párroco de la parroquia “SANTA MARÍA DE LA PAZ” (Decreto Nº 273N/11) 11 – Oct – 11.

15. Presbítero JUAN FERNANDO FRANCO

GUTIÉRREZ, vicario parroquial de la parroquia “EL CALVARIO” (Decreto Nº 272N/11) 11 – Oct – 11.

16. Presbítero JUAN DAVID FIGUEROA

FLÓREZ, administrador parroquial de la parroquia “MADRE DEL SALVADOR”. (Decreto Nº 271N/11) 11 – Oct – 11.

17. Presbítero

CARLOS ÁNGEL ARBOLEDA MORA, adscrito a la parroquia “SAN FERNANDO REY”. (Decreto Nº 270N/11) 4 – Oct – 11.

18. Presbítero FREDY ALONSO LÓPEZ

DURANGO, de la Arquidiócesis de Santa Fe de Antioquia, por seis meses a partir de la fecha de expedición del presente Decreto, adscrito a la parroquia “CRISTO REY”. (Decreto Nº 269N/11) 4 – Oct – 11.

19. Se nombra como Rector del Convictorio

Eclesiástico de la Arquidiócesis de Medellín en Roma, al Presbítero BERNARDO DE JESÚS RESTREPO MONTOYA (Decreto Nº 268N/11) 30 – Sep – 11.

LES CANO, párroco de la parroquia “EL DIVINO NIÑO” (Municipio de Medellín). (Decreto Nº 267N/11) 30 – Sep – 11.

como miembros de la Junta Directiva de la Fundación “Barrios de Jesús”, a las siguientes personas: Pbro. Julio Vélez Ochoa, Arquitecto Carlos Enrique Rodríguez Taobada, Dr. Mario Velásquez Sierra, Dr. Fabio Góez Ruíz, Ing. Diter Raúl Castrillón Oberndorfer, Dr. Óscar Iván Zuluaga Serna, Ing. Liliana María Varón Palacio. (Decreto Nº 266N/11) 29 – Sep – 11.

22. Presbítero EDWIN ELIECER OCHOA

CASTRILLÓN, Capellán del Batallón de Infantería Nº 10 “Coronel Atanasio Girardot” - Medellín (Decreto Nº 265N/11) 27 – Sep – 11.

23. Presbítero CARLOS ANDRÉS FRANCO

CEFERINO, Capellán del Colegio San Juan Bosco (Decreto Nº 264N/11) 27 – Sep – 11.

24. Presbítero OSVALDO DE JESÚS OCHOA

DÍAZ, párroco de la parroquia “NUESTRA SEÑORA DE LA MACARENA”. (Decreto Nº 263N/11) 27 – Sep – 11.

25. Presbítero ORLANDO DE JESÚS MO-

RALES RUÍZ, párroco de la parroquia “NUESTRA SEÑORA DE LAS MISERICORDIAS”. (Decreto Nº 262N/11) 27 – Sep – 11.

26. Presbítero WILMAR OCTAVIO GONZÁ-

LEZ CHICA, párroco de la parroquia “EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA”. (Decreto Nº 261N/11) 27 – Sep – 11. 55


27. Presbítero SANDRO ALBERTO RES-

TREPO ECHAVARRÍA, párroco de la parroquia “NUESTRA SEÑORA DE LA TERNURA” (Decreto Nº 260N/11) 27 – Sep – 11.

28. Presbítero FRANCISCO JAVIER SAL-

DARRIAGA GIL, párroco de la parroquia “SAN LUIS GONZAGA” (Decreto Nº 259N/11) 27 – Sep – 11.

29. Presbítero GABRIEL JAIME URREGO

RESTREPO, párroco de la parroquia “SANTIAGO APÓSTOL”. (Decreto Nº 258N/11) 27 – Sep – 11.

30. Presbítero JORGE ALBEIRO PAREJA

SEPÚLVEDA, párroco de la parroquia “SAN CIPRIANO”. (Decreto Nº 257N/11) 27 – Sep – 11.

31. Presbítero CESAR EDUARDO GON-

ZÁLEZ CHICA, párroco de la parroquia “EL SANTO ECCE HOMO”. (Decreto Nº 256N/11) 27 – Sep – 11.

32. Presbítero MAURICIO DE JESÚS GA-

LEANO HERNÁNDEZ, párroco de la parroquia “MARIE POUSSEPIN” (Decreto Nº 255N/11) 27 – Sep – 11.

33. Presbítero AUGUSTO MARTÍNEZ PÉ-

REZ, Capellán del Monasterio Santa Clara (Copacabana) (Decreto Nº 254N/11) 14 – Sep – 11.

34. P. GUILLERMO LEÓN CORREA HE-

NAO ocd, vicario parroquial de la parroquia “EL SEÑOR DE LAS MISERICORDIAS”. (Decreto Nº 253N/11) 14 – Sep – 11.

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35. Presbítero GUSTAVO BAENA s.j., asis-

tente eclesiástico de la asociación privada de fieles Vida Interior (Decreto Nº 252N/11) 13 – Sep – 11.

36. Presbítero ORLANDO DE JESÚS GA-

LLEGO CORTÉS, Vicario Parroquial de la Parroquia Personal “Nuestra Señora de las Mercedes”, y será responsable de la Cárcel ubicada en el corregimiento de San Cristóbal (Municipio de Medellín). (Decreto Nº 251N/11) 12 – Sep – 11.

37. Diácono DARÍO DE JESÚS ARTEAGA

RAMÍREZ, se nombra para prestar sus servicios ministeriales en la capellanía de la Fundación Pía Autónoma Cementerios Campos de Paz (Decreto Nº 250N/11) 5 – Sep – 11.

38. Se nombran, por un período de dos años,

como miembros del Consejo Económico de la “Fundación Pía Autónoma Cementerios Campos de Paz”, a las siguientes personas: Al Ecónomo Arquidiocesano, Pbro. Luis Humberto Arboleda Tamayo. Principales: Monseñor Armando Santamaría Ortiz, Pbro. Héctor Mario Buitrago Suárez, Dr. Manuel Salvador Arbeláez Monsalve, Dr. Fabio Góez Ruíz, Dr. Juan Carlos Molina Correa. Suplentes: Dr. Luis Carlos Amaya López y Dr. Guillermo Hernán Villegas (Decreto Nº 249N/11) 23 – Ago – 11.




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