Arquidi贸cesis de Medell铆n / Julio 2012 / No. 195 / 1.200 Ejemplares / ISSN 1909-9584
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CONTENIDO 2
UNA BRÚJULA SEGURA
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“PORTA FIDEI”.
9 12 19 25 30
Por: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín
Aportes de la Carta Apostólica para la animación de la vida litúrgica
Por: Luis Fernando Arroyave Gutiérrez, Pbro.
CONSTITUCIÓN “DEI VERBUM”.
Dimensión sacramental de la Palabra de Dios. Por: Humberto Jiménez Gómez, Pbro.
CONSTITUCIÓN “LUMEN GENTIUM” 50 años después, un reto, un desafío. Por: Álvaro Murillo Castaño, Pbro.
CONSTITUCIÓN “SACROSANCTUM CONCILIUM” Apuntes catequéticos-pastorales
Por: Gabriel Jaime Molina Vélez, Pbro.
CONSTITUCIÓN GAUDIUM ET SPES: Una Iglesia dialogal al servicio del mundo Por: Jaime Alberto Ríos Gómez, Pbro.
DECLARACIÓN “GRAVISSIMUM EDUCATIONIS” Del Concilio Vaticano II a Aparecida “50 años de Pastoral Educativa”
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Las Relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas Por: Luis Gabriel Molina Cano. Estudiante de Teología
DECLARACIÓN “DIGNITATIS HUMANAE” El Concilio de la libertad religiosa Por: + Hugo Torres Marín
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Medellín
DECRETO “AD GENTES”:
Conjugaciones trinitarias y conexiones eclesiales Por: Bernardo Colmenares Gómez, Pbro.
Y la Espiritualidad del Sacerdote en el Concilio Vaticano II
Por: + Ignacio Gómez Aristizábal.
Arzobispo Emérito de Santa Fe de Antioquia
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DECRETO “APOSTOLICAM ACTUOSITATEM”
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DECRETO “OPTATAM TOTIUS”.
Por: Hna. Angela María Vélez Restrepo. Op
La formación, clave de la renovación
Por: Óscar Augusto Álvarez Zea, Pbro.
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DECRETO “PERFECTAE CARITATIS”.
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DECRETO “CHRISTUS DOMINUS”
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DECRETO “UNITATIS REDINTEGRATIO”
¿Qué ha pasado en la vida religiosa después de 50 años? Por: Fray José Arturo Restrepo R., O.P.
50 años después, un reto, un desafío. Por: Guillermo León Gutiérrez Piedrahíta.
Y cincuenta años de ecumenismo Por: Carlos Arboleda Mora, Pbro.
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DECRETO “ORIENTALIUM ECCLESIARUM”
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DECRETO “INTER MIRIFICA”.
Por: Gustavo Calle Giraldo, Mons.
DECLARACIÓN “NOSTRA AETATE”.
DECRETO “PRESBYTERORUM ORDINIS”
77
Por: Luis Antonio Torres Esquivel, Archimandrita Timoteo.
Una mirada actual a los 50 años del Concilio Vaticano II. Por: Germán Bustamante Tamayo, Pbro.
EL PROBLEMA DEL ATEÍSMO Y LA FE EN DIOS PADRE TODOPODEROSO. Una reflexión del Papa Benedicto XVI en torno a la “GAUDIUM ET SPES”. Por: Orlando Arroyave Valencia, Pbro.
“UNA BRÚJULA SEGURA”1 Por: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín
Estamos celebrando el 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II. Después de una larga preparación y de anunciarlo oficialmente en 1961, el Beato Juan XXIII abre la primera sesión conciliar el 11 de octubre de 1962. Se pensaba en una o dos asambleas, pero habrá cuatro hasta el 7 de diciembre de 1965, cuando el Siervo de Dios Pablo VI lo clausura. La variedad y la complejidad de los temas tratados exigieron más tiempo y esfuerzo de los que se habían calculado. Nunca se había dado en la Iglesia un concilio en el que quedara tan clara la universalidad, al participar 2540 padres de los cinco continentes. Es un concilio que se desarrolla en un espíritu evangélico y en el que se tratan temas de gran importancia como la identidad de la Iglesia y su misión en el mundo, la centralidad e interpretación de la Palabra de Dios, la renovación de la liturgia, la vida y misión de los distintos miembros de la Iglesia. El Vaticano II abre amplios horizontes, entre otros campos, a la comunión eclesial, a la evangelización, al ecumenismo, al apostolado 1 Tomado de la Revista Seminario. Segundo Semestre 2011 No. 28
de los laicos, al uso de los medios de comunicación social. Después de cincuenta años, podemos entender lo que afirmaba Pablo VI: “El Concilio es como un manantial que se convierte en un río. La corriente del río nos sigue aun cuando la fuente del manantial está lejos. Se puede decir que el Concilio dejó un legado a la Iglesia que lo celebró. El Concilio no nos obliga tanto a mirar hacia atrás, al acto de su celebración, sino, más bien, nos obliga a tomar en consideración la herencia que de él hemos recibido, la cual está presente y permanecerá presente en el futuro”. En el Gran Jubileo del Año 2000, el Beato Juan Pablo II, en un gesto muy significativo, entregó a cinco personas, que representaban los cinco continentes, los documentos del Concilio e invitaba a recoger su enseñanza y a vivir su espíritu. En el mismo sentido, señalaba en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte: “¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas, en las orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano II! Por eso, en la preparación del Gran Jubileo, he pedido a la Iglesia que se interrogase sobre la acogida del Concilio. ¿Se ha hecho?”.
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Y luego, concluía: “A medida que pasan los años, aquellos textos no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. Después de concluir el Jubileo siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza”. El Concilio se celebró en un contexto cultural que ya empezaba a verse marcado por el secularismo y el relativismo, por tanto su mensaje sobre Dios, sobre el hombre y sobre la Iglesia podemos pensar que ha preservado a la humanidad de una crisis mayor y que tiene, aun más que antes, una gran fuerza profética. A partir del Concilio se ha despertado una mayor conciencia de la evangelización como una tarea indispensable en la Iglesia; podríamos pensar que ya en el Vaticano II comienzan a aparecer las expresiones y las metodologías nuevas que actualmente necesitamos para esta misión.
En efecto, el Concilio nos orienta para situarnos, con lucidez, apertura y audacia, en la complejidad del mundo de hoy y lograr que la lámpara del Evangelio, que nos ha sido confiada también a los cristianos del tercer milenio, mediante un anuncio valiente y un testimonio creíble, ilumine toda la casa. De hecho, el fin principal por el que se convocó el Concilio fue hacer accesible al hombre la salvación divina. Nos corresponde a nosotros ahora recoger y llevar adelante la herencia conciliar para no perder este don del Espíritu, para seguir la orientación que allí el Señor ha dado a su Iglesia y para continuar la profunda experiencia de fe que la misma Iglesia ha tenido. A lo largo de estos cincuenta años se han dado muchas interpretaciones y discusiones sobre el mensaje del Concilio, que no siempre han sido provechosas. Los invito a todos a conocer a profundidad los documentos conciliares y a comprender lo esencial. El
Concilio quiso llevarnos a todos los cristianos a la tarea fundamental e indelegable de anunciar el Evangelio al mundo de hoy; es una misión que se deriva de la responsabilidad propia de la fe y del compromiso de seguir a Cristo. En este propósito es preciso conocer y mantener la genuina intención de los padres conciliares, superando interpretaciones arbitrarias o parciales que han retardado la escucha y la aplicación de lo que el Espíritu ha dicho a la Iglesia. Como afirmaba Juan Pablo II, “leer el Concilio suponiendo que conlleva una ruptura con el pasado, mientras que en realidad se sitúa en la línea de la fe de siempre, es una clara tergiversación. Lo que han creído “todos, siempre y en todo lugar”, es la auténtica novedad que permite que cada época se sienta iluminada por la palabra de la revelación de Dios en Jesucristo”. Pablo VI, por su parte, señalaba que el Concilio fue un acto de amor: “Un grande y triple acto
de amor hacia Dios, hacia la Iglesia, hacia la humanidad”. La fuerza de ese acto de fe y de amor que vieron estos dos grandes protagonistas del Concilio no se ha agotado todavía; es un espíritu que sigue moviendo a la Iglesia, es un mensaje que se sigue desarrollando, es un camino que aun debemos recorrer. Celebrar estos cincuenta años del Concilio, que sigue siendo una “brújula segura”, implica acoger la profecía que ha sido para esta nueva época que estamos viviendo, recoger los frutos abundantes que ha dado a la vida de la Iglesia y del mundo y, sobre todo, asumir con renovado entusiasmo el compromiso de mostrar que el hombre contemporáneo, si quiere comprenderse a fondo a sí mismo, necesita a Jesucristo y a su Iglesia. A Jesucristo que es el único Salvador del mundo ayer, hoy y siempre; a la Iglesia que da testimonio de la vida nueva que El nos trajo, en los apasionantes caminos de la historia.
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“PORTA FIDEI”. aportes de la Carta Apostólica para la animación de la vida litúrgica Por: Luis Fernando Arroyave Gutiérrez, Pbro.
Introducción “La puerta de la fe” (Hch. 14, 27) es una Carta Apostólica en forma Motu Proprio1 del Papa Benedicto XVI para convocar el Año de la Fe con ocasión del 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. En este artículo haremos una aproximación a la perícopa de Hch. 14, 27 considerando los fundamentos epistemológicos del pensamiento de Benedicto XVI para concluir con unas provocaciones teológico pastorales en la línea de los Programas Pastorales de nuestra Iglesia Particular. 1. La perícopa de Hch. 14, 27 y los fundamentos epistemológicos del pensamiento de Joseph Ratzinger El texto de Hch. 14, 272 tiene por contexto la evangelización de Iconio3 1 El Motu proprio es un Documento escrito por iniciativa y con la autoridad del Romano Pontífice para tratar temas breves sobre cuestiones concretas. El primer Motu proprio de la historia fue promulgado por el Papa Inocencio VIII en 1884. 2 παραγενόμενοι δὲ καὶ συναγαγόντες τὴν ἐκκλησίαν ἀνήγγελλον ὅσα ἐποίησεν ὁ θεὸς μετ’ αὐτῶν καὶ ὅτι ἤνοιξεν τοῖς ἔθνεσιν θύραν πίστεως. 3 Iconio fue una ciudad importante del interior del Asia Menor, geográficamente un oasis en la elevada y árida planicie de Licaonia. Jenofonte la denominó “ciudad fronteriza de Frigia”, aunque se le consideraba capital de Licaonia hasta que fue anexada a la provincia romana de Galacia (año 25 aC) Pablo y Bernabé predicaron allí y fundaron una comunidad cristiana en el primer viaje misionero, no obstante tuvieron que huir al desatarse la persecución (Cf.
y está antecedido por el episodio de la curación de un tullido (Cf. Hch. 14, 8-18) y precede la controversia en Antioquía (Cf. Hch. 15, 1ss), y el apedreamiento de Pablo; no es coincidencia que la perícopa esté situada prácticamente en la mitad del Libro de los Hechos de los Apóstoles en el que la finalidad de la misión es precisamente abrir las puertas de la fe a los gentiles. La perícopa que utiliza Benedicto XVI para convocar el Año de la Fe es coherente con la estructura del Libro de los Hechos de los Apóstoles que en su introducción diferencia el aspecto literario y lo propiamente teológico, subrayando lo que ver con las noticias que da el autor de Hechos sobre las últimas instrucciones del Resucitado a los discípulos antes de la Ascensión. Cristo señala las fronteras de la misión para el anuncio del Evangelio: Jerusalén, Samaria y los confines de la tierra; objetivamente más que unos límites geográficos lo que se está señalando es las etapas de la misión que configuran el “plan literaHch. 13,51; 14,1-6). Los judíos de Iconio despertaron el odio contra los discípulos en Listra (Cf. Hch. 14,19), posteriormente San Pablo regresó a Iconio (Cf. Hch. 14, 21), y la visitó otra vez durante el segundo viaje misionero (Cf. Hch. 16, 2), y posiblemente en el tercer viaje (Cf. Hch. 18,23) aunque de esta última visita no tenemos absoluta certeza.
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rio” de este libro para mostrarnos su finalidad última: abrir las puertas de la fe a los gentiles. La primera parte del libro de los Hechos tiene que ver con la intensa actividad misionera de los cristianos en Jerusalén, de ahí la centralidad del relato de Pentecostés (2, 1-13) experiencia descrita a través de sugestivas imágenes: “viento impetuoso”, “algo como lenguas de fuego”. La predicación de Pedro (2, 14-36) tiene por centro a Jesucristo constituido por Dios como Mesías y Señor, acoger este mensaje exige conversión. Hay otra cuestión fundamental: desde el comienzo de la misión la comunidad es responsable de transmitir el mensaje, Pedro aparece no aislado sino con los once (2, 14), es la comunidad la que incorpora a quienes aceptan el Evangelio (2, 41) y pone en práctica un nuevo estilo de vida a la manera del Señor Resucitado (2, 42-47). Tres lugares geográficos son fundamentales en la expansión de la fe cristiana: Samaría, Cesarea y Antioquía. En Samaría es Felipe quien evangeliza (Hch.8, 4-40) abriendo las puertas de la fe a personas que no tienen origen judío. Los cristianos de Jerusalén seguirán con atención esta “apertu-
ra” que no estuvo exenta de conflictos e incomprensiones que siempre se resolvían por la acción del Espíritu Santo. Será Pedro quien visite a “los santos” (Hch.9, 32) para integrarlos con la comunión de la fe, las decisiones de Pedro son ratificadas por la comunidad (Hch.11, 18). El punto culmen de esta etapa es la fundación de la Iglesia de Antioquía (11, 19-30), será Bernabé enviado desde Jerusalén, quien incorpore a Pablo en las intensas actividades misioneras significando la comunión entre Antioquía y Jerusalén. La sección final de Hechos (13, 1; 28, 31) nos relata el cumplimiento de la segunda parte de la misión encomendada por Jesús a sus discípulos: “serán mis testigos /…/ hasta los confines de la tierra”. Aquí es central la actividad misionera de Bernabé y Pablo, destacándose las misiones de Pablo por las regiones de Macedonia y Grecia. En esta etapa misionera Pablo evangelizó en grandes ciudades (Corinto, Éfeso, Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas); incluso prisionero en el viaje de Jerusalén a Roma Pablo sigue evangelizando pues “la Palabra de Dios no está encadenada” (2 Tm. 2, 9). Este esquema del libro de los Hechos es seguido por Benedicto XVI desarrollando simultáneamente tres categorías ético-teológico básicas: caridad, justicia y bien común; el pensamiento del Papa tiene por pilares fundamentales la teoría platónica del conocimiento como recuerdo, el personalismo de San Agustín y la influencia de San Buenaventura, presentando el Misterio de Dios a partir de la complejidad de lo que hay en el corazón del hombre y substancialmente desde la huella de Dios en la creación, discurriendo el hecho salvífico de la kénosis y la encarnación del Hijo de Dios. Esta clave interpretativa es esencial para comprender en profundidad el pensamiento del Santo Padre, al respecto él mismo afirma:
“personalmente soy un poco más platónico. Con eso quiero decir que creo que hay una especie de memoria, como un recuerdo de Dios, grabado en el hombre, y hay que despertarlo en él. El hombre no sabe originariamente qué debe saber, ni tampoco ha llegado a donde debe llegar; es un hombre, un ser humano en camino”.4 Benedicto XVI no oculta que en sus tiempos de estudiante de teología no vibraba con la denominada “lógica cristalina” tomista ni con la neo escolástica, que le resultaba “demasiado cerrada en sí misma, demasiado impersonal y preconfeccionada”.5 Particularmente “Las Confesiones” de San Agustín marcarán el derrotero del fecundo pensamiento teológico de Joseph Ratzinger, así lo asevera él mismo: “Soy decididamente agustiniano. De la misma manera que la creación es asequible a la razón y es razonable, de la fe se podría decir que es consecuencia de la creación y, por consiguiente, da acceso al conocimiento; yo estoy convencido de esto. Creer significa entrar en la comprensión”.6 En su clásico texto “Sal de la tierra” también afirma: “Mi teología tiene cierto carácter bíblico e incluso patrístico, sobre todo, agustiniano”. En el pensamiento teológico de Ratzinger el acto mismo de creer incluye que procede de Aquél que es la misma razón; porque en la medida que creyendo acepto someterme a Aquél que no comprendo sé también que, precisamente de este modo, abro la puerta a la posibilidad de comprender del modo justo. La tesis doctoral de Joseph Ratzinger evidencia la influencia de San Buenaventura.7 El apasionamiento por la filosofía agustiniana del amor y la tesis sobre la 4 RATZINGER, Joseph. Sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio. Una conversación con P. Seewald. Madrid, Palabra, 1997. p. 45 5 RATZINGER, Joseph. Mi vida. Autobiografía. Madrid, Encuentro. 2006. p.89 6 Op., cit. pág.36 7 “Saber mucho y no gustar nada, ¿qué vale?” SAN BUENAVENTURA. Hexaemeron, 22.21
presencia de la imagen trinitaria en el hombre se contraponen en cierto sentido a la aridez de la filosofía aristotélica. En el pensamiento teológico del Papa hay lugar para el afecto y la belleza, así como para la comunión íntima con lo divino; a esto se refiere la doctrina sobre la irradiación luminosa y la consecuente inhabitación del ser humano en la verdad eterna.8 2. Hermenéutica de la Carta Apostólica en forma Motu proprio y provocaciones teológico pastorales: La animación de la Vida Litúrgica como prioridad pastoral en la Arquidiócesis de Medellín9 “Porta fidei” consta de 15 numerales, en esta estructura ajustada de una Carta Apostólica en forma motu Proprio podemos distinguir dos partes: la primera sección referida al profundo significado del Concilio Vaticano II y la segunda más sugestiva porque tiene que ver con los nuevos horizontes para la vivencia de la fe. El texto tiene 22 notas de pie de página: 4 son tomadas de homilías y discursos del Santo Padre, 5 de enseñanzas de su predecesor el Beato Juan Pablo II, 4 veces cita al Papa Pablo VI y las otras citaciones son de la patrística (especialmente San Agustín, por las razones que explicamos en la primera parte de este artículo). Propiamente del Concilio Vaticano II únicamente cita Lumen Gentium 8, Sacrosanctum Concilium 10 y Dei Verbum 5. Entre los cuatro campos prioritarios señalados en los Programas Pastorales de nuestra Iglesia Particular de Medellín conviene destacar la animación de la vida litúrgica para una celebración digna, participativa y fructífera del misterio de la fe.
8 Sobre la inhabitación del ser humano en la verdad eterna sugiero www.unixlandia.com/fercho 9 ARQUIDIÓCESIS DE MEDELLÍN. Programas Pastorales 2012. Diseño, diagramación y publicación: Departamento de la Pastoral de las Comunicaciones. 28 pág.
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Contemplar el paso de Dios por la vida de nuestros pueblos es una forma de orar. A través de la oración el Padre nos concede “que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y que quedemos arraigados y cimentados en el amor” (Ef. 3, 16-17) En “el combate de la oración” nuestra confianza en el Padre se pone a prueba en la aflicción, “más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm. 5, 3-5). El Beato Antonio Chevrier dice en su obra “El verdadero discípulo” que Jesucristo “es la raíz de donde nos viene la savia que da la vida”, exhorta a seguir por los caminos de Jesucristo, enraizados en Él y edificados sobre Él, pues es nuestro único fundamento (Cf. Col. 2, 6-7), por esta razón, Chevrier enfatiza que “Él (Jesucristo) es nuestro fin; debe ser el fin de nuestros pensamientos; el fin de nuestros deseos, el fin de nuestras acciones, el fin de nuestra vida y aquél a quien debemos tender con todas las fuerzas de nuestra alma”10, todos somos uno en Jesucristo, in Ipso, per Ipsum et cum Ipso, en términos de Chevrier “admirable fusión que nos reúne a todos en Jesucristo, único centro en el cual debemos fundirnos todos por completo”, de ahí que lo único necesario es tener su Espíritu. Si hemos afirmado con San Pablo que Jesucristo es el único fundamento, necesariamente tenemos que remitirnos a la realidad bautismal en cuanto ésta es el pórtico de la vida en el espíritu y el fundamento de toda la vida cristiana, en este aspecto esencial la teología paulina es muy rica, “baptizein” significa “sumergir”, es “el baño de
regeneración y de renovación del Espíritu Santo” (Tt. 3, 5), la inmersión en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Jesucristo para participar de su vida, “¿O es que ignoran que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm. 6, 3-4); “sepultados con Él en el bautismo, con Él también han resucitado por la fe en la fuerza de Dios, que lo resucitó de entre los muertos” (Col. 2, 12), para que seamos nuevas creaturas (Cf. 2 Cor. 5, 17; Gál. 6, 15) e hijos de la luz (Cf. 1 Tes. 5,5; Ef. 5, 8).
también los obstáculos a la misión tienen que ser motivo de agradecimiento, incluso la persecución o incomprensiones a causa del Evangelio, “siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef. 6, 18).
Quien dinamiza la obra de la evangelización y a la vez es el maestro de oración es el Espíritu Santo, “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm. 8, 26-27) La oración es eficaz, y la eficiencia de la evangelización está dada en primer lugar por la calidad de nuestra oración, en San Pablo esta confianza es audaz, “no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Rm. 10, 12-13).
El Señor Jesús nos enseñó la oración del Padrenuestro, plegaria que hacemos con filial confianza con los pobres de nuestras comunidades, ellos nos enseñan a abandonarnos en la Providencia cuando en medio de carencias y escasez de pan dicen con confianza “danos el pan de cada día”. Esta oración filial es posible porque Dios “ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gál. 4, 6; Rm. 8, 15). Considerando que la oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también el que escruta los corazones, el Padre, quien “conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm. 8, 27).
La recomendación de Pablo “oren constantemente” (1 Tes. 5,17), se comprende dentro de la obra de la evangelización como el motor que le da fuerza al quehacer misionero de la Iglesia “dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo (Ef. 5, 20), porque la evangelización no está exenta de dificultades, sin embargo,
10 CHEVRIER, Antonio. El verdadero discípulo, 105.
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En San Pablo la oración es vital para dejarse guiar por el Espíritu, “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí” (Gál. 5, 22-23), significa esto que se recogen buenos frutos en la obra de la evangelización si esta “cosecha” estuvo antecedida por la oración, este es uno de los aspectos que más resalta el Evangelio de Jesucristo.
En el Credo confesamos el misterio de la Santísima Trinidad y su “designio benevolente” (Ef. 1, 9). Pablo es ministro del misterio de Cristo revelado y realizado en la historia según un plan, una disposición que el apóstol llama “economía del misterio” (Cf. Ef. 3,9), ahí radica para nosotros la razón de ser y el sentido de la liturgia.11 11 El poder del Espíritu se expresa en las liturgias de Oriente y Occidente con la palabra “parrhesia”: confianza filial, alegre seguridad en Dios, audacia humilde, certeza de ser amado (Cf. Ef. 3, 12).
En el Nuevo Testamento “liturgia” no sólo designa la celebración del culto divino (Cf. Lc. 1, 23; Hch. 13, 2), sino también el anuncio del Evangelio, “en virtud de la gracia que me ha sido otorgada por Dios, de ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo” (Rm. 15, 15b16). En San Pablo el culto espiritual del apostolado y de la fe es vital, “manteniendo en alto la palabra de la vida. Así, en el día de Cristo, serán mi orgullo, ya que no habré corrido ni fatigado en vano. Y aunque mi sangre se derrame como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de su fe, me alegro y congratulo con ustedes” (Flp. 2, 16-17). Para San Pablo liturgia significa también caridad en acto, “tuvieron a bien hacer una colecta a favor de los pobres de entre los santos de Jerusalén. Les pareció bien porque era su obligación; pues si los gentiles han compartido sus bienes espirituales, ellos a su vez deben servirlos con sus bienes temporales” (Rm. 15, 26b-27); esta liturgia entendida como caridad en acto se expresa en el servicio, la obediencia y confesión de fe e incluso en el afecto entre los hermanos que oran unos por otros, “porque la prestación de este servicio no sólo provee las necesidades de los santos, sino que redunda también en abundantes acciones de gracias a Dios. Experimentando el valor de este servicio, glorificarán a Dios con su obediencia y la confesión de fe en el Evangelio de Cristo y por la generosidad de su comunión con ellos y con todos. Y con su oración por ustedes, manifestarán su afecto hacia ustedes a causa de la gracia sobreabundante que en ustedes ha derramado Dios” (2 Cor. 9, 12-14). El propio Pablo prisionero en Éfeso experimentó la dimensión de la liturgia como caridad en acto, “he
juzgado necesario devolverles a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de milicia, enviado suyo y encargado para atenderme en mis necesidades” (Flp. 2, 25). Todas estas situaciones denotan el carácter de servicio que tiene la liturgia, servicio de Dios y de los hombres que se hace efectivo en la caridad, de lo contrario sería un culto vacío. En la liturgia eucarística, la oración del Padrenuestro está situada entre la anáfora y la comunión, así se recapitulan todas las peticiones e intercesiones expresadas en la epíclesis y se invita a participar de la fiesta del Reino que se anticipa en la comunión sacramental. Así se manifiesta también el carácter escatológico con gemidos del tiempo presente, tiempo de paciencia y de espera durante el cual “aún no se ha manifestado lo que seremos” (Cf. Col. 3, 4), toda nuestra liturgia y evangelización están orientadas hacia la venida del Señor, “¡Hasta que venga!” (1 Cor. 11, 26), Jesucristo Señor de la historia vive y actúa en la Iglesia, los pobres son muy sensibles a esta realidad y siempre están escrutando los signos de los tiempos a la vez que nos ofrecen los signos del Reino. Los pobres son miembros del Cuerpo de Cristo, de ahí que la opción por los pobres fundamentalmente es opción por Jesucristo, de Él brota la fuente de agua viva, incorporados a Jesucristo por el Espíritu Santo “somos el templo de Dios vivo” (2 Cor. 6, 16). La sagrada liturgia y la oración tienen una dimensión contemplativa, en el beato Chevrier encontramos esta realidad expresada en la oración Oh Verbo, Oh Cristo: “¡Qué hermoso eres! ¡Y qué grande! Déjame contemplarte ¡oh belleza infinita!”.12 Por la liturgia el hombre interior es cimentado en el amor, la liturgia se sitúa en el plano de la celebración gozosa porque accedemos al conocimiento de Jesucristo, que sobrepasa todo cono-
cimiento, “para que les conceda, por la riqueza de su gloria, fortalecerlos interiormente, mediante la acción de su Espíritu; que Cristo habite por la fe en sus corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, y se llenen de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3, 16-19). Liturgia que es vivida en clave de gracia y salvación, “Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia han sido salvados- y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef. 2, 4-6). Esta celebración gozosa en clave de gracia y salvación se expresa en la tradición eclesial a través de signos y símbolos, palabras y acciones, canto y música, “reciten entre ustedes salmos, himnos y cánticos inspirados; canten y salmodien en su corazón al Señor” (Ef. 5, 19; Col. 3, 16-17). Esto es relevante considerarlo porque nuestras comunidades disfrutan de celebraciones festivas recurriendo a hermosos signos que hacen referencia a Jesucristo y “la nube de testigos” (Hb. 12, 1) a la que estamos unidos especialmente en la celebración sacramental. A través de sus iconos, el ser humano “a imagen de Dios” es transfigurado “a su semejanza” para que todo sea recapitulado en Cristo, “pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito de entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a esos también los llamó; y a los que llamó, a esos también los justificó, a los que justificó, a esos también los glorificó” (Rm.8, 29-30).
12 Ibid, 108.
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Esta liturgia en “clave salvífica” tiene por fuente la Palabra de Dios que debe ser anunciada con valentía, el motor que impulsa la obra evangelizadora es la oración, “tomen, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí, para que me sea dada la palabra al abrir mi boca para dar a conocer con valentía el misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente como conviene”(Ef. 6, 17-20). Para anunciar a los pobres la insondable riqueza de Jesucristo es esencial “que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor. 4, 1; Ef. 3, 7). Esta es la razón fundamental por la que el padre Chevrier afirma que “todo se contiene en el conocimiento que tengamos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo. Haec est vita aeterna ut cognoscant te, solum Deum verum et quem misisti Iesum Christum (Jn. 17,3). Jesucristo es el Verbo eterno, es la Palabra viva del Padre sobre la tierra; es la ciencia y la sabiduría”. (VD, 113). La liturgia en orden a la evangelización tiene una doble dimensión: por una parte, la comunidad de los creyentes unida al Señor Jesús y por la acción del Espíritu bendice al Padre “por su don inefable” (2 Cor. 9, 15) a través de la adoración sincera, la alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, la comunión en la Muerte y Resurrección de Cristo vivida en clave de caridad y justicia social permite que las bendiciones de Dios den frutos de vida en medio de tantas situaciones de muerte “para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef. 1, 6). La Iglesia es fiel dispensadora de los misterios de Dios (Cf. 1 Cor. 4, 1), la Iglesia celebra el Misterio del Señor “hasta que Él venga” y “Dios
sea todo en todos” (1 Cor. 11, 26; 15, 28), por eso, desde los tiempos de los apóstoles, la liturgia es atraída hacia su culmen por el gemido del Espíritu en el Pueblo de Dios: “¡Marana tha!” (1 Cor. 16, 22); en los sacramentos la Iglesia recibe ya las arras de su herencia participando de la vida eterna, aunque “aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Tt. 2, 13). Las diversas tradiciones litúrgicas tuvieron su origen en el ser y quehacer misionero de la Iglesia, es así como Iglesias de una misma área cultural y geográfica celebran el Misterio de Cristo a través de expresiones culturalmente tipificadas en la tradición del “depósito de la fe” (2 Tm. 1, 14), así el Misterio de Cristo es “dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe” (Rm. 16, 26).
¿A qué ha llevado el conocimiento de Jesucristo a San Pablo? A una perfecta comunión en los padecimientos de Cristo, por eso el apóstol es capaz de decir “todo lo puedo en Aquél que me fortalece” (Flp. 4, 13) La liturgia y la oración en la obra de la evangelización podemos sintetizarla en la afirmación de Pablo “Todo lo hago por el Evangelio” (Cf. 1 Cor. 9, 19-23). La celebración del Año de la Fe propicia implementar los Programas Pastorales de nuestra Arquidiócesis en un trabajo por procesos14 dando prioridad a la vida litúrgica.
Hay dos sacramentos muy frecuentados por nuestros fieles: el Bautismo y la Eucaristía, conviene que hagamos revisión y conversión pastoral respecto a la manera como hacemos el catecismo y celebramos estos sacramentos, examinando si realmente para los fieles la Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG, 11), teniendo presente que anticipamos la vida eterna, “cuando hayan sido sometidas a Él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquél que ha sometido a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Cor. 15, 28). Conclusión Nuestras comunidades viven con incertidumbre ante el futuro, padecen exclusión social, miseria cultural y violencia; el auténtico camino de su liberación tiene por punto de partida anunciarles a Jesucristo, y para anunciarlo es indispensable conocerlo sabiendo que “el conocimiento de Jesucristo hace al hombre, al cristiano, al sacerdote”13. 13 Ibid, 113
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14 Cf. ARQUIDIÓCESIS DE MEDELLÍN. Programas Pastorales 2012. Diseño, diagramación y publicación: Departamento de la Pastoral de las Comunicaciones, p.7
CONSTITUCIÓN “DEI VERBUM”. Dimensión Sacramental de la Palabra de Dios. Por: Humberto Jiménez Gómez, Pbro.
A partir del Concilio Vaticano II la actitud de la Iglesia frente a la Biblia ha ido cambiando. La doctrina del Vaticano II al respecto es muy importante; aunque todavía no ha producido todos sus frutos en la abundancia esperada, él puso las bases de las futuras reformas. Son muchos los aspectos que valdría la pena mencionar, vamos a destacar solo dos que conviene tener presentes para una mayor inteligencia de la Palabra. En primer lugar el concepto de revelación y en segundo lugar la dimensión sacramental de la Palabra de Dios. El concepto de revelación depende del concepto que se tenga de Palabra. Los occidentales nos fijamos especialmente en la función noética, cognoscitiva de la Palabra; ella es la expresión de una idea, un instrumento del diálogo, con el cual comunicamos nuestro pensamiento. En esta caso la revelación es un conjunto de verdades que Dios nos comunica, una doctrina que se enseña, según la cual debemos orientar nuestra vida. Leer la Biblia sería aprender una serie de proposiciones, algunas de las cuales aceptamos por fe. En este caso la revelación en la pastoral consiste en la comunicación de verdades claras
y precisas, en una forma abstracta e inmutable. No importa mucho la situación histórica en la que se dieron esas verdades. A la Biblia se la consideraba como un repertorio de textos con la ayuda de los cuales se probaba una tesis teológica. Esta presentación de la revelación no es falsa, pero si incompleta porque la revelación es algo más que la simple comunicación de unas verdades; es una experiencia religiosa. El primer esquema de la Constitución Dei Verbum mantenía esta posición, y en las clases también. Recuerdo la definición de Revelación que aprendí en las aulas de la Gregoriana con el profesor Sebastián Tromp,1: “la revelación es la Palabra de Dios que habla con autoridad”.2 Para tener un sentido más amplio de la revelación menester es tener en cuenta la concepción semita u oriental de la Palabra. Para dicha mentalidad la Palabra es una realidad que tiene una fuerza, un dinamismo, una energía especial. No es solamente una representación de la realidad, es una fuerza que actúa, un poder que llama a la vida. Darle nombre a una 1
Uno de los teólogos más famosos de aquel tiempo, colaborador principal de Pío XII en la redacción de la encíclica Mystici corporis Christi. 2 Locutio Dei Autoritative Locuentis
cosa es llamarla a la existencia. Para un oriental, una cosa no existe, si no existe la palabra que la nombra. El poema babilónico de la creación comienza así: cuando arriba el cielo no tenía nombre y abajo la tierra no era nombrada, es decir, no existían ni el cielo ni la tierra, porque no existía la palabra que los nombrara. En los sucesivos esquemas se fue profundizando ese tema hasta llegar en la cuarta redacción a la afirmación de que la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez las palabras proclaman las obras y explican su misterio3. La revelación se abrió a una nueva dimensión y con ella el hombre occidental descubrió algo que los semitas ya sabían: que el corazón es fuente de conocimiento mas allá de la razón. Esta no se eliminó sino que hubo un equilibrio que evitó las desviaciones en uno u otro sentido. De este modo se permitió que la palabra no fuera simplemente una idea, sino una persona, más aun una persona divina, capaz de entrar en diálogo y comunión con el hom3 DV2
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bre. Es lo que nos enseña San Juan cuando escribe: “el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”. La Revelación tiene un carácter sacramental. Así como lo que constituye un sacramento son los gestos y las palabras que dan sentido al gesto, del mismo modo la Revelación se hace por obras y palabras que dan sentido a las obras. Nos diferenciamos de los musulmanes en la manera de relacionarnos con la Biblia. A veces se dice que el cristianismo es la religión del libro; lo mismo se afirma del judaísmo y del islamismo. Pero es más acertado decir que somos la religión de la Palabra de Dios, no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo4, porque nuestro fundamento no es un libro inerte y sin vida, sino una palabra viva y operante en la Iglesia y por lo tanto tiene poder y nos comunica vida. La palabra revela el sentido de una realidad. Cuando Dios por la palabra, comunica al hombre su verdad, es decir su plan salvífico, le revela el sentido de la existencia humana. La revelación por lo tanto no es algo abstracto y conceptual, sino una experiencia real, que le abre al hombre unas perspectivas insospechadas.
En segundo lugar la Palabra se nos da en el Eucaristía. Se nos entrega bajo las especies de pan y de vino. La Biblia y el Sínodo sobre la Biblia llaman a la Palabra el pan. Al recibir el cuerpo y la sangre del Señor nos transformamos en aquello que recibimos, por la gracia que se nos comunica. En tercer lugar la Palabra se nos da en la Palabra humana que Dios asume para expresarse, y se hace lenguaje humano, semejante en todo a nuestro lenguaje, menos en el error. AI entrar en contacto con esa Palabra, no solo recibimos una información sino que esa Palabra actúa en nosotros para iluminar nuestra vida, fortalecernos en nuestra debilidad y ayudarnos a identificarnos con Cristo. EI Concilio Vaticano II en su Constitución DEI VERBUM tiene un texto cuyo contenido creo que no ha sido asimilado y vivido por los católicos. Dice así el pasaje en cuestión:
En primer lugar la Palabra entra en comunicación con la humanidad en la encarnación. En ella la Palabra se hace carne (hombre en su debilidad) para poder salvarnos y arrancarnos del poder del pecado. Se hace hombre igual a nosotros en todo menos en el pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios, es decir para que cambiemos nuestro ser de pecado en un ser transformado por la gracia, esto a nivel colectivo.
“La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras como al cuerpo de Cristo; pues, señaladamente en la sagrada liturgia, no deja nunca de tomar y distribuir a los fieles el pan de vida, lo mismo de la mesa de la Palabra de Dios que del cuerpo de Cristo”.5 El Concilio coloca en el mismo plano la Biblia y la Eucaristía, algo que nosotros no vivimos en la vida cotidiana. Sentimos un gran respeto por el cuerpo de Cristo, pero cuando se trata de la Biblia, no le manifestamos la misma devoción. Muchos fieles no son capaces de permanecer largo tiempo alejados de la Eucaristía, pero si dejan pasar semanas y hasta meses sin acercarse a las Sagradas Escrituras, y no experimentan ninguna intranquilidad. Y esto se explica porque la evangelización de América Latina se hizo sin la Biblia, y hubo que recurrir a elementos secundarios, como el culto a los santos, las peregrinaciones, las novenas y en general a la religiosidad popular. Se propagó
4 Verbum Domini 7
5 Constitución DEI VERBUM 21
La Palabra de Dios se nos comunica en tres maneras distintas pero que tienen la misma raíz y la misma finalidad:
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la fe pero sin una base bíblica sólida. Afortunadamente esta situación se ha ido superando pero todavía nos queda camino por recorrer. En el prólogo de San Juan la Palabra se hace carne, es decir hombre, se une a toda la humanidad y a través de ella asume toda la creación. En el sermón de la sinagoga de Cafarnaúm la Palabra se hace Pan para la vida del mundo. Moisés había alimentado a Israel con el pan que baja del cielo: el maná. Jesús en cambio nos da el verdadero Pan que baja del cielo, la eucaristía es el verdadero maná (Lc. 6). En el episodio de Emaús se nos muestra donde encontramos hoy a Cristo: en su Palabra y en la fracción del Pan. Los discípulos aprenden a mirar de un nuevo modo las escrituras; pero solo reconocen a Jesús cuando este les parte el Pan. Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente y están relacionados de tal manera que no se puede comprender la una sin la otra. Verbum Domini (55) nos resume esto en una frase lapidaria cuya meditación y estudio nos ocuparía largo tiempo: “la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico”. Sin embargo en nuestra vida cotidiana nosotros mantenemos una gran separación entre ambas realidades; no somos capaces de relacionarlas para que ambas se iluminen mutuamente. “No hemos acabado de comprender lo que hace la Iglesia en su liturgia. La Iglesia honra con la misma veneración, aunque no con el mismo culto, la Palabra de Dios y el misterio(eucarístico) y quiere que siempre y en todas partes se imite ese proceder. Ya que movida por el ejemplo de su fundador, nunca ha dejado de celebrar el misterio pascual de Cristo, reuniéndose para leer ‘lo que se refiere a él en toda la escritura’ y ejerciendo la obra de salvación por medio del memorial del Señor” (Verbum Domini id).
Un ejemplo de esa falta de relación lo podemos ver en el hecho de que antes del Concilio Vaticano II una persona oía misa entera si llegaba antes del ofertorio aunque hubiesen pasado las lecturas. En cambio hoy día, sin un domingo no estamos presentes en el momento en que se proclaman escrituras no cumplimos con el precepto de oír misa entera. Todo lo que hemos dicho nos lleva a una conclusión: hay que estudiar con más profundidad el tema de la sacramentalidad de la Palabra, cuestión a la que no se le había dedicado en la Iglesia el tiempo y el espacio que esa doctrina se merece. Pero quizás las circunstancias no estaban maduras para tratarlo; había que cambiar de mentalidad, ampliar la concepción que teníamos del sacramento, al que muchos atribuían una eficacia mágica. Traigo a colación una anécdota que nos muestra cual era la situación hace mas de 50 años. Cuando se termino el Concilio Vaticano II en la Arquidiócesis de Medellín hubo varias reuniones de estudio para exponer al clero las enseñanzas del Concilio. Tuve la ocasión de hacer varias charlas, una de ellas se refería precisamente a la Palabra. Al desarrollar el tema dije esta frase: la biblia es el sacramento de la Palabra de Dios. Esta afirmación no cayó bien en el auditorio. Inmediatamente uno de los padres muy conocido por su mentalidad tradicional me reviró diciéndome: “eso no se puede afirmar porque va contra la enseñanza del Concilio de Trento que definió que solo existen siete sacramentos y no más”. En ese tiempo hasta donde yo me acuerdo no se hablaba de Cristo sacramento del Padre y de la Iglesia como sacramento de Cristo. La concepción del sacramento era demasiado estrecha y cosificada. Yo creo que para mi el hecho de haber estudiado teología antes del Vaticano II, el haber sido testigo de él, el haber tenido que cambiar en muchas
cuestiones fue benéfico pues me hizo entender muchas doctrinas mejor de lo que la captaron los que vinieron después del Vaticano II, y por otra parte me hizo ver la riqueza de las nuevas enseñanzas. Si conocemos ya lo que es la Palabra, aun la sola palabra humana, si aceptamos que la Palabra de Dios es creadora, que es la ley que nos guía. que hace y que interpreta la historia, que es una persona divina que se encarnó en una naturaleza humana, que esa Palabra tiene un carácter performativo6, no tendremos problema en admitir la dimensión sacramental de la palabra. Ya el Papa Juan Pablo II había hablado del horizonte sacramental de la revelación y en particular del signo eucarístico donde la unidad inseparable entre la realidad y su significado permite captar la profundidad del misterio. Más que la revelación es la encarnación lo que manifiesta la sacramentalidad de la Palabra: la Palabra se hizo carne. Si la Biblia es la Palabra de Dios y esta Palabra es una persona divina podemos entender que la proclamación de esta Palabra en la celebración eucarística es Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros. San Jerónimo ya lo había intuido cuando escribe sobre la actitud que debemos tener respecto de la Eucaristía y la Palabra de Dios. Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando Él dice: “quien no come mi carne y bebe mi sangre” (Jn 6, 5), aunque estas palabras pueden entenderse como referidas también al misterio [eucarístico], sin embargo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo son realmente la Palabra de la escritura, es la enseñanza de Dios. (Verbum Domino 56). Cristo, realmente presente en las especies del pan y del vino, está pre-
sente de modo análogo también en la Palabra proclamada en la liturgia. Por lo tanto profundizar en el sentido de la sacramentalidad de la Palabra favorece una comprensión más unitaria del misterio de la revelación en obras y palabras íntimamente ligadas favoreciendo la vida espiritual de los fieles y la acción pastoral de la Iglesia (Verbum Domini id). Podemos añadir que lo que sucede en la lectura litúrgica de la Palabra, acontece igualmente en toda lectura personal de la Biblia por parte de un fiel; él entra en contacto con Cristo y ese contacto produce análogamente los mismos efectos de la comunión. El día que logremos que todos los fieles vivan realmente esto nuestras parroquias y organizaciones florecerán con una nueva vida sacramental. La Verbum Domini que hemos comentado casi literalmente nos da las pautas y los principios. Toca ahora a los teólogos y escriturístas desarrollar estas ideas y mostrar todas las implicaciones que ellas conllevan. Consideraría que mi labor como profesor estaría completa si abro caminos que nos lleven a comprender y a vivir que la Biblia es realmente el sacramento de la Palabra de Dios.
6 Enunciado performativo es el que no se limita a describir el hecho sino que al expresarlo lo realiza. V.gr. la formula del bautismo en el rito.
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CONSTITUCIÓN “LUMEN GENTIUM”. 50 años después, un reto, un desafío. Por: Álvaro Murillo Castaño, Pbro.
Cuando me pidieron que escribiera algo sobre la constitución Lumen Gentium (L.G) del Vaticano II, sentí una gran alegría, recordando tiempos pasados en el inicio de la formación sacerdotal, cuando en el seminario en las mañanas del sábado, las dedicábamos con nuestros formadores, al estudio del Vaticano II, en sus constituciones, decretos y declaraciones. Como no recordar al Padre Pedro Luis Botero, Alfonso López, al Padre Alfonso Vásquez, repitiendo frases que se convirtieron en gritos de batalla y que pronunciábamos de manera suelta en las clases de eclesiológia, antropología, derecho, y que sabíamos que eran frases del Vaticano II; aunque no sabíamos a que documento pertenecían que maravillosos años, en que el Vaticano II, abría las puertas a una Iglesia que quería salir al paso de nuevos siglos. La constitución dogmatica L.G. es uno de los principales documentos del Concilio Vaticano II. Fue promulgada por el Papa Pablo VI en 1964. Sus antecedentes históricos, son muy claros: se quiere llegar a un paradigma de Iglesia acorde con lo que nuestro Señor Jesucristo quería, una comunidad de hermanos donde to-
dos formáramos un solo cuerpo y fuésemos un solo corazón. Los antecedentes más relevantes fueron el Concilio Vaticano I, convocado por Pio IX (1894-1870) Concilio dominado por la primacía jurisdiccional y la infalibilidad papal cuando habla “ex cathedra”, Concilio dominado por la teología y pensamiento europeo, pero que también logro llegar a conclusiones importantes sobre las relaciones razón y fe, y frente a los errores del racionalismo, federalismo, y panteísmo, latentes en el contexto socio-teológico. El Concilio de Trento (1542-1563), Concilio caracterizado por un aspecto institucional y juridiscista, donde los rasgos eclesiológicos más fundamentales, fueron una Iglesia vista como una sociedad desigual y clerical, separada del mundo y totalmente jerarquizada, que ve el mundo moderno con desprecio considerándolo amoral. El Beato Juan XXIII es otro gran hito en la vida y presencia de la Iglesia en el mundo, soñaba que la Iglesia se pusiera en relación más vital con la sociedad moderna. Convocó el Concilio, Vaticano II esperando que a través
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de este la Iglesia, renovara su relación con su fundador, con el evangelio y con la sociedad moderna, el Papa causo un gran revuelo pues todo esto reclamaba un cambio drástico en la estructura interna y en el ser de la Iglesia. CAUSAS QUE DIERAN ORIGEN A LA LUMEN GENTIUM. La L.G. es por así decirlo un autorretrato que expone de manera orgánica la doctrina de la Iglesia, para llegar a este importante documento se dieron unas causas que subyacen de fondo en la lectura del documento. 1. Presentar al hombre moderno, una faz renovada de la Iglesia, que busca estar del lado del hombre, acompañándolo en su caminar en la historia. 2. Quiere dar una respuesta a las urgencias de la humanidad de su tiempo, una humanidad crítica y reacia a los dictámenes dogmaticos, que exige razones, hechos y señales que testifiquen las palabras. 3. Otra causa fue la experiencia de dos guerras mundiales, la precariedad de la paz interpela la Iglesia
como institución procuradora de la armonía y de la concordia mundial. 4. La Iglesia ve la necesidad de enriquecer nuestra apreciación de la misión de los laicos, también lo es el fortalecimiento del lugar del obispo, así como la definición de su rol como sucesor de los apóstoles; se propuso exhortar a una completa teología del episcopado, como colegio donde sus constituyentes están en continua relación y armonía y poseen autoridad divina. 5. La L.G. hace un llamado a ser una Iglesia nueva, que se resuelve a partir de las profundidades insondables del misterio trinitario que nos forma. 6. Por último nos recuerda y aclara la naturaleza, condición actual y misión de la Iglesia. HECHOS IMPORTANTES QUE DAN LUGAR A ESTE DOCUMENTO En la primera sesión (1962), 23 de noviembre, se entrega un documento a los padres conciliares para ser estudiado y poner después en discusión en este proceso se encontraba el Papa Juan XXIII. El 30 de septiembre de 1963 se presentó un documento aceptable en su conjunto; como base para el debate, se quedó en sí que incluiría un capitulo que tratase sobre la Virgen, propuesta hecha por los padres de lengua alemana, encabezados por el cardenal Frings. I. Misterio de la Iglesia II. El pueblo de Dios III. La Iglesia es jerárquica IV. Los laicos V. La llamada universal a la santidad VI. Religiosas VII. Iglesia VIII. Nuestra Señora
Cada uno de estos textos durante las sesiones, se examinaron de forma sistemática. Las frisiones no se hicieron esperar pero la sesión pública conclusiva, vio la aprobación de nuevos documentos (la Lumen Gentium, los dos decretos sobre el ecumenismo y el de las Iglesias orientales).además el Papa proclamó a María como madre de la Iglesia. Lo político, también tuvo una repercusión grande en el documento el primer lustro del decenio de 1960 Cuba orienta la política de su país hacia Rusia. Francia desarrolló su propia arma atómica en 1960 y China en 1964, avance de los bloques de poder URSS y EEUU. Lo económico, como era de esperarse también aparece como un antecedente importante en este documento La “crisis de los mísiles” de 1962, casi desencadena una tercera guerra mundial, que se evitó gracias a la voluntad de Kennedy y Krushev. La II guerra mundial, había dejado a Europa devastada y por eso los años 60 son una etapa de crecimiento económico y recuperación a todos los niveles. En los años 60 surge la así llamada cultura joven, avivada por grupos musicales como los Beatles, que estimulaban la revolución cultural y agrandan la brecha generacional. Se impulsa el desarrollo del sistema capitalista en Europa y Latinoamérica. En el campo de lo religioso la Lumen Gentium tiene también unos antecedentes que vale la pena tener en cuenta, lo primero es el Desarrollo de las diferentes sesiones para estructurar los documentos, que contendría el Concilio Vaticano II. El primero de julio de 1962 el Papa Juan XXIII publica la séptima encíclica de su pontificado “Paenitentiam Agere” (lat. Haced Penitencia) donde se invita a los cristianos a hacer penitencia por el éxito del Vaticano II.
En el año de 1963 el 11 de abril, aparece la octava y última encíclica del Papa Juan XXIII “Pacem in Terris” (lat. Paz en la Tierra), encíclica que el Papa da a luz cincuenta y tres días antes de fallecer. Con motivo de El Jueves Santo, el Papa expone en la encíclica las verdaderas condiciones para que haya verdadera paz en el mundo. El 23 de mayo de 1963, se anuncia públicamente la enfermedad del Papa (cáncer de estomago). Murió en Roma el 3 de junio, 1963 muere sin ver concluida su obra, la que consideraba “la puesta del día de la Iglesia”. Al Papa Juan XXIII lo sucede Pablo VI que el 6 de agosto de 1964, aparece con su primera encíclica “Ecclesiam Suam” (Lat. Su Iglesia) donde habla del papel de la Iglesia en el mundo contemporáneo. CUALES SON LOS EFECTOS QUE PRODUJO LA LUMEN GENTIUM La L.G. es innovadora en la eclesiología con ideas tan vanguardistas como: la idea de la Iglesia como pueblo de Dios, la colegialidad de los obispos como revaloración del ministerio episcopal frente al primado del Papa, revaloración de las Iglesias locales frente a la Iglesia universal, la apertura ecuménica del concepto de Iglesia, la apertura a las demás religiones, la cuestión del estado especifico de la Iglesia actual, según la cual como decimos en el credo, es una santa, católica y apostólica. La Iglesia es ante todo una expresión de la gracia de Dios, es decir, una expresión del misterio del amor de Dios. La L.G. a través del tiempo ha venido creando conciencia de que como hijos de Dios y miembros de su Iglesia, debemos dar razón de nuestra fe. Con respeto a todo el que nos lo pida, una Iglesia arraigada en las entrañas del evangelio a Cristo, una Iglesia donde todos somos hermanos.
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PRINCIPALES IDEAS DE LA LUMEN GENTIUM La L.G. sin duda el documento magisterial más significativo y central del Vaticano II sobre eclesiología, más aún cuando comparte con la Dei Verbum, el documento por excelencia sobre la Revelación. El significativo calificativo de constitución dogmatica. La centralidad de la fe de la L.G. se manifestó de forma clara con motivo del sínodo de 1985 a los veinte años del Vaticano II, el cual sintetizó el documento final con una frase que recoge las cuatro constituciones conciliares y en la que la Iglesia es el único sujeto: “la Iglesia (L.G), bajo la palabra de Dios (D.V.), celebra los misterios de Cristo (S.C.) para la salvación del mundo (G.S.)”. La Lumen Gentium tiene estrecho vínculo con otros documentos conciliares, así gracias a la Dei Verbum y a la Sacrosanctum Concilium, se conoce mejor la dependencia de la Iglesia en relación con la palabra de Dios y los sacramentos y, a su vez Gaudium Spes, se descubre con mayor amplitud la “misión” de la Iglesia en el mundo, del mismo modo diferentes decretos y declaraciones del Vaticano II, desarrollan aspectos eclesiológicos relevantes, tales como los decretos sobre la actividad misionera de la Iglesia (A.G) y sobre el ecumenismo (U.R.), así como las declaraciones sobre las religiones no cristianas (N.A.). El resto de los documentos están orientados, a cuestiones prácticas, pero en ellos también se traduce la eclesiología frontal de la Lumen Gentium (por ejemplo al tratar de los presbíteros, de los obispos, de los religiosos, de los laicos, de las Iglesias orientales). Notemos finalmente que con la L.G, especialmente en el cap. III sobre el episcopado, el Vaticano. II retoma y continua aunque con un estilo diferente, el tema interrumpido en el Vaticano I , y esto muestra la importancia para la eclesiología de la constitución dogmatica L.G.
CAPITULO 1 EL MISTERIO DE LA IGLESIA La palabra “misterio” se refiere aquí al concepto paulino de “misterio” como expresión del designio salvador de Dios, para la salvación del mundo (Ef. 1,9; 3,3-10; Col 1,26) palabra griega traducida al latín como sacramentum, lo que dio motivo para la comprensión de la Iglesia como “sacramento”, formulación patrística retomada por diversos teólogos del siglo XX (H de Lubac, O. Semmelroth, Karl Rahner, E.Shillebeeckx) 1. EL PROEMIO (L.G 1) Inicia con la afirmación cristocentrica puesto que “la luz de las gentes es Cristo” situándose la Iglesia a nivel sacramental, como “un sacramento” el cual se describe de acuerdo con las perspectivas de la teología sacramental: como “signo” que acentúa el carácter simbólico de la presencia de Cristo. (CF. Karl Rahner), y como “instrumento”, subraya el carácter eficaz de tal presencia (CF. O. Semmeiroth a su vez, se pone de relieve “la realidad última. (la llamada res sacramenti) que comporta la Iglesia sacramento y que es la “última unión con Dios y la unidad del género humano”, formulación plena de significado propio de la salvación como “común-unión” que incluye la filiación con Dios y la fraternidad entre los hombres. 2. LA IGLESIA PROCEDE DE LA TRINIDAD (L.G 2-4) Desde la perspectiva bíblica y siguiendo el designio de la salvación, se explica la realidad de la Iglesia a partir de la trinidad. Se empieza por el padre en L.G 2 que manifiesta su designio para que todos los hombres puedan ser “hijos de Dios”, por eso se enumeran las diversas etapas de este designio histórico de salvación: “prefigurada desde los orígenes del mundo”… “preparada en la historia
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del pueblo de Israel”…. “constituida en los últimos tiempos (con Cristo)”… “manifestada por la efusión del espíritu” y “llevada a la plenitud al fin de los siglos”. Como síntesis de esta perspectiva de la Iglesia, entendida aquí como reunión universal de los convocados a la salvación. El hijo en L.G 3 es presentado en el centro de la historia, como concentración personal del designio salvador antes descrito, siguiendo la doctrina paulina de la “recapitulación universal” y de la “filiación adoptiva”, a su vez, más que situar a Jesucristo como “fundador histórico de la Iglesia”, se insiste en el nacimiento simbólico de la Iglesia a partir del misterio pascual “por la sangre y el agua surgidas del costado abierto de Jesús crucificado”, de acuerdo con la interpretación patrístico medieval del Juan 19,34, según la cual , de los sacramentos eucaristía y bautismo que brotaron de costado de Cristo en la cruz surgió la Iglesia” (santo Tomás de Aquino). El Espíritu Santo L.G 4 es tratado de forma breve, en un texto que condensa toda la visión pneumatológica de la Iglesia, ya que el espíritu es visto como protagonista de la construcción y creación de la Iglesia, con una expresión síntesis n. 8 “el espíritu que habita en la Iglesia” (spiritus in ecclesia). A su vez, se multiplican las expresiones sobre su función “sobre” y “en” la Iglesia, ya que santifica, crea comunión, da vida, luz, verdad, libertad, resurrección, fuerza, unidad… su perspectiva final es la de “unificar en la comunión y en el servicio”, ”rejuvenecer gracias a la fuerza del evangelio”, y “conducir a la unión con Cristo”. Como conclusión de la L.G.2-4, se cita la formula eclesial-trinitaria de san Cipriano, en la que la Iglesia es descrita como “un pueblo reunido por la unidad del padre, del hijo y del espíritu santo” (la ecclesia de trinitate).
3. LAS METAFORAS BIBLICAS SOBRE LA IGLESIA (L.G 5-6) Se amplía el horizonte de las imágenes sobre la Iglesia a partir de las metáforas bíblicas en torno a la categoría central de “reino de Dios” (L.G 5), el cual no se identifica con la Iglesia, puesto que solo se da plenamente en Cristo la Iglesia por tanto “instaura” este reino en el sentido que es “germen e inicio”, y no realidad plena y perfecta, y tiene la misión de “anunciarlo”, a su vez “la intima naturalidad de la Iglesia también aparece con diferentes imágenes (L.G.6) tales como “redil”, “cultivo” y “campo de Dios”, “construcción de Dios”, “familia”, “templo”, “madre”, “cuidad santa” y finalmente “esposa” en camino hacia la “plena gloria”. 4. A LA LUZ DEL MISTERIO CRISTOLOGICO (L.G 7-8) Se trata de dos textos decisivos, especialmente L.G 8 que hablan de lo que es Cristo (L.G. 7) y lo que es la Iglesia para Cristo (L.G.8). El primer texto afirma que la Iglesia como “cuerpo de Cristo” en referencia de la encíclica “Mystici Corporis” (1943) de Pio XII. Redimensiona este concepto y lo coloca en medio de otros enumerados anteriormente y, a su vez lo complementa en la conclusión en otra metáfora, la de “esposa de Cristo”, que subraya la diferencia entre Cristo y la Iglesia. L.G.8 que cierra el primer capítulo y forma la conclusión con L.G 1, representa uno de los puntos más álgidos de la L.G. al tratar de la Iglesia, realidad visible e Invisible”. La Iglesia es descrita como comunidad de fe, de esperanza y de amor”; “es sociedad y cuerpo místico”, “asamblea visible y comunidad espiritual”, “Iglesia de la tierra a Iglesia eclesial”, dimensiones que forman una sola realidad compleja, hecha de un elemento humano y otro divino”, de ahí la “profunda analogía con el misterio del verbo encarnado”, de tal forma que el orga-
nismo social de la Iglesia está al servicio del espíritu de Cristo. (Spiritui Christi Inservit) “afirmaciones todas ellas, y especialmente la ultima, que iluminan el sentido de la visibilidad eclesial que debe estar siempre “al servicio del espíritu de Cristo”. El segundo párrafo afronta la decisiva cuestión de la unicidad de la Iglesia. Se afirma que la Iglesia querida por Cristo “una, santa, católica y apostólica”, muestra su carácter plenamente apostólico en cuanto esta confiada a Pedro y los otros apóstoles. Por eso se afirma de esta Iglesia que, en cuanto sociedad histórica, “subsiste” (o perdura) en la Iglesia católica gobernada por el sucesor de Pedro”. El último párrafo de L.G 8 se centra en una temática muy presente, durante la celebración del Vaticano II, como era el de la Iglesia de los pobres, y a su vez, sobre la cuestión del pecado en la Iglesia, recuperando una clara referencia ecuménica, se recupera la expresión patristicomedieval que dice que:” la Iglesia santa incluye en su seno a pecadores”, ya que es “a su vez santa, pero siempre necesitada de purificación”. Una bella imagen de la Iglesia “peregrina” completa y cierra este número decisivo de la L.G.
CAPITULO II EL PUEBLO DE DIOS El sentido de este capítulo radica en que indica quien es esta Iglesia sacramento: el pueblo de Dios. A su vez este capítulo hace emerger por encima de todas las diferentes metáforas de la Iglesia la de “pueblo de Dios”, superando así tanto la categoría de “sociedad perfecta” como la de “cuerpo de Cristo”, tan presentes antes del Vaticano II, de hecho la metáfora “pueblo de Dios” sirve para superar la dualidad entre pueblo y laicado, liga íntimamente la Iglesia e Israel., ayuda a dar relieve a la liturgia e insiste
en la dimensión histórica de la Iglesia como sujeto socio-histórico concreto. 1. El pueblo “nuevo” de Dios: ¿Por qué y cómo? (L.G 9-12) De forma novedosa se le califica en la expresión bíblica de “pueblo mesiánico” que tiene como cabeza: Cristo, como condición: la igualdad de todos en cuanto hijos de Dios, como ley: la caridad; y como finalidad el reino de Dios. Este pueblo “peregrino” es calificado de nuevo como “sacramento” adjetivado con la bella expresión de “visible a la salvación”. (L.G 9). L.G 10-11. Describe este pueblo de Dios como “sacerdotal”, recordando el primado de la liturgia como “culmen y fuente” en S.C 10 le da relieve al sacerdocio común y al servicio que le debe prestar al sacerdocio ministerial en virtud de la “potestad sacramental” (potestas sacra), teniendo presente que se diferencian “eclesialmente y no solo de grado” (L.G 10) expresando dos realidades que están en un nivel diferente (fórmula empleada por Pio XII). L.G 11 analizar el ejercicio de este sacerdocio común a partir de los sacramentos que inspiran la vida cristiana, nos encontramos dos cosas novedosas. Respecto al sacramento de la penitencia, en el cual no solo se habla de perdón de Dios, sino también de la reconciliación eclesial que se realiza; la otra se refiere al sacramento del matrimonio y a la familia, a la que de forma totalmente nueva, se le califica como “Iglesia domestica”, siguiendo la expresión forjada por San Juan Crisóstomo (“Fiat Domun Ecclesia”). L.G. 12 Habla del “Pueblo Profético” primero del “sentido de fe” (Sensus Fidei) con el “consentimiento de fe” y, segundo, de los carismas como expresión del carácter “profético del pueblo de Dios”.
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2. La Catolicidad: universalidad y diversas formas de pertenencia (L.G 13-16)
ra en la caridad y permanece con el cuerpo en el seno de la Iglesia, pero no con el corazón”.
L.G 13 subraya la universalidad del único pueblo de Dios “presente en todas las naciones de la tierra”, presencia calificada con 3 verbos extraídos de la teología de la gracia, la Iglesia asumiendo sus valores, las riquezas y las costumbres de los pueblos, (los purifica, los refuerza y los eleva) (gratia sanans, elevans, consumans).
L.G 15 Habla de los cristianos no católicos, a los que se les reconoce la importancia de su bautismo, de las sagradas escrituras, los sacramentos como la eucaristía y el episcopado.
El segundo párrafo de L.G 13 desarrollada de manera muy sugerente la eclesiología de comunión, entre las “Iglesias particulares” a través de la necesidad de su mutua intercomunicación”, y donde el ministerio petrino es garante de esta “comunión”, ya que “preside toda la asamblea de la caridad”, que es la Iglesia, subrayándose el primado del papa como garantía de unidad en la diversidad. El último párrafo de la L.G 13 les traduce a las diversas formas de pertenencia al único pueblo de Dios, desarrolladas por la L.G 14-16, donde se afirma que “todos los hombres están llamados, a formar parte de esta unidad católica”, con este criterio se pone de relieve los grados de pertenencia u orientación de este único pueblo: los católicos (L.G 14), los cristianos no católicos (L.G 16), siguiendo la perspectiva de la comunión, ya sea plena o parcial, según diferentes grados y formas. ¿Quién es católico? L.G 14 Los que aceptan integralmente 3 vínculos que San Roberto Belarmino hizo famosos: la profesión de la fe (symbolicum) y la visibilidad eclesial bajo el papa y los obispos (jerarquicum vel communionis); estos tres vínculos se complementan con la famosa cita de San Agustín: ”con todo, no se salva quien aun estando incorporado a la Iglesia, no perseve-
Sobre los no cristianos L.G 16 se nombra a judíos, musulmanes y no creyentes, se dice que aquello que posibilita “la salvación” es el “dictamen de conciencia”. Estás vías son “preparación evangélica”, formula antigua que pone de relieve “las semillas del verbo” presentes en el mundo (San Justino), la estrecha relación entre el creador y el mundo (San Agustín), así como la pedagogía de Dios, hacia los hombres (San Ireneo) en el camino de la salvación. 3. El nuevo sentido de la misión L.G 17 Este número concluye y hace que todo confluya hacia la misión universal del pueblo de Dios, misión que es anunciar el evangelio y constituir la Iglesia (plantatio ecclesiae). Sobre el método se valorizan los dones ya presentes en las diferentes culturas, retomando los tres verbos ya citados en la L.G 13, característicos de la presencia del evangelio en el mundo: (purificar, elevar y perfeccionar).
CAPITULO III La Constitución Jerárquica de la Iglesia y en particular del episcopado. La importancia de este capítulo es muy grande, ya que incorpora al Vaticano II a “nuevas” afirmaciones respecto a la colegialidad episcopal que no están en contradicción con el Vaticano I.
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1. Los obispos como cuerpo colegial. L.G 18-23 La autoridad en la Iglesia es un servicio a los hermanos, citando el enfoque del Vaticano I, que da primacía a la Iglesia en cuyo interior se sitúa el episcopado. Jesús quiso a sus apóstoles, a sus sucesores, los obispos, para que la Iglesia estuviese unida, a su vez, a Pedro y al Papa, su sucesor a fin de que “el episcopado fuese uno e indiviso”. 2 Raíz histórica y sacramental del episcopado (L.G 19-21) L.G 19. Jesús constituyó a los apóstoles como un “grupo estable”. L.G 20 el paso de la etapa neotestamentaria a la etapa en que aparecen los obispos que ya en el siglo II se consolidan como guías de la Iglesia. L.G 21 Habla de la génesis sacramental, del episcopado como plenitud del sacramento del orden. La ordenación episcopal confiere una triple función en el misterio episcopal, la de santificar, enseñar y gobernar oficios que no se pueden ejercer sino es en “comunión jerárquica con la cabeza y los miembros del colegio”. 3. El colegio de los obispos y la colegialidad (L.G 22-23) El primado y la colegidad L.G 22 junto con D.V. 9, fue el texto mas laboriso del Vaticano II hace una “relectura” del “primado”, definido en el Vaticano I. Concluye que los obispos dispersos por el mundo, ejercen una verdadera acción colegial: ya que el papa los llame a una “acción colegial”, ya sea que la “apruebe”, o que “la acepte de tal forma que sea un verdadero acto colegial”. L.G 23 Contiene un valor eclesiológico grande, puesto que es el “lugar teológico” más importante del Vaticano II, sobre la comprensión de la Iglesia como “comunión de Iglesias”, se afirma: “las Iglesias particulares, for-
madas a imagen de la Iglesia universal, en ellas y a partir de ellas, existe la Iglesia católica una y única”. 4. El obispo y su ministerio (L.G 24-27) El proemio de la L.G 24, que retorna L.G 18, describe la responsabilidad episcopal con la expresión bíblica “diaconía”, que significa ministerio y servicio. Retoman la raíz sacramental “investidos de la fuerza del espíritu” y les recuerda su “misión canónica” con la variedad en sus formas históricas, de ahí parte el ministerio episcopal con sus tres funciones: la enseñanza (L.G.25); santificación (L.G 26) y el gobierno (L.G 27). La función magisterial (L.G 25), retoma el Vaticano I, sobre el magisterio del papa y su infalibilidad, además del lenguaje jurídico se dice que los obispos son “proclamadores de la fe”, que han de “predicar” como una de sus principales funciones. Sobre el magisterio infalible “ex cathedra” se recuerdan sus cuatro condiciones: el sujeto: el Papa como tal; el destinatario: toda la Iglesia; el objeto: las verdades de fe y moral; la fuerza: mediante un acto definitivo, condiciones que se pueden aplicar también al magisterio infalible de los obispos “así estén dispersos por todo el mundo”; evidentemente reunidos en Concilio, cuando “manteniendo el vinculo de comunicación entre ellos y con el sucesor de Pedro, convienen en una misma sentencia que formulan como definitiva”.
La función de gobierno (L.G 27) se complementa lo afirmado en L.G 2223 y se califica la potestad episcopal como “propia” y no delegada “ordinaria” y no contingente, e “inmediata”, hacia los fieles de la propia diócesis, por esto los obispos y no solo el papa se pueden llamar “vicarios de Cristo”.
(L.G 31) : La peculiaridad de los laicos, no son religiosos ni tienen el orden sagrado, su identidad surge del bautismo que les hace participar a su manera, las tres funciones mesiánicas de Cristo (sacerdotal, profética y real) y, en la medida que les pertenece”, realizan su misión en la Iglesia.
5. Sobre los presbíteros y diáconos (L.G 28-29)
Lo que es “propio” y peculiar de los laicos no “exclusivo” en su “carácter secular”; los laicos son primariamente “Iglesia en el mundo” “tratando las cosas temporales y ordenándolas hacia Dios. El valor de la condición laical (L.G 32-33) en la Iglesia y la dignidad de los miembros es “común” (L.G 32) por eso los laicos participan de la “misión salvífica de la Iglesia” y se les pueden confiar servicios y ministerios”.
Los presbíteros (L.G 28) se presentan en su triple función relativa a la palabra, los sacramentos y a la comunidad que han de guiar este magisterio instituido por Dios, se ejerce en diversos órdenes, “los presbíteros son colaboradores de los obispos, en cada agrupación local, hacen visible la Iglesia universal”, se afirma que los presbíteros incluidos los religiosos forman entre ellos “una intima fraternidad” se les califica “padres en Cristo” en clave ministerial, esto en relación con los fieles teniendo su doble dimensión (la sacerdotal y la pastoral), ya que no solo “presiden” la liturgia, sino también “sirven la comunidad local”. LOS DIÁCONOS L.G 29 El ministerio diaconal comporta una “gracia sacramental” (no usa la expresión “carácter”) con tres funciones “la palabra, la liturgia y la caridad”, restaura el diaconado permanente y la posibilidad de admitir a él, hombres casados.
CAPITULO IV Los laicos
LA FUNCION DE SANTIFICACION (L.G 26)
1. Estatuto propio de los laicos en la Iglesia (L.G 31-33)
La idea de fondo es que el obispo es “el administrador” (oeconumus) sacramental por excelencia, ya sea realizando acciones sacramentales o confiando que “se realicen”.
(L.G 30): Los pastores no asumen ellos solos la misión en la Iglesia “su función es reconocer los servicios y carismas de los fieles”.
2. las tres funciones de los laicos: sacerdotal, profética y real (L.G 3436) La participación en la misión sacerdotal, repite elementos de la L.G 10-11, se habla de sacerdocio “espiritual”, que se ejerce con una vida santa, todo esto hace posible “consagrar el mundo a Dios” (consecratio mundi) (M.D chenu). La participación en la misión profética (L.G 35) donde se cita el sensus fidei (L.G 12) que se une “la gracia de la palabra” para comunicar la experiencia de la fe. Aquí aparecen el matrimonio y la familia por su carácter profético, también se dice que los laicos pueden realizar “algunos oficios sagrados”, se invita a todos para que “conozcan profundamente la verdad revelada”, primer texto del Vaticano II, en el que se habla de una teología abierta a todos. La participación de la misión real (L.G 36) ofrece principios que desarrollara la Gandium et Spes; la libertad cristiana es calificada como “real” por su carácter de servicio para la promoción de los valores humanos. El lugar
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decisivo de la autonomía “secular” del mundo es la “conciencia cristiana”, formada a la luz del evangelio. Las relaciones con la jerarquía y con el mundo (L.G 37-38), los laicos tienen derecho a “manifestar su opinión”, el sentido de obediencia, “el trato familiar”, la “justa libertad”, todo en perspectiva de comunión. L.G 38 cierra con la famosa expresión tomada de Diogneto la carta “lo que el alma es al cuerpo, así han de ser los cristianos al mundo”.
CAPITULO V LA VOCACIÓN UNIVERSAL A LA SANTIDAD De aquí en adelante la L.G, cambia de estilo y sus aportaciones deben ser vistas de la forma global, y referidas a la totalidad del capítulo. La principal novedad se encuentra en Lumen Gentium 41, donde se habla de la variedad de caminos de santificación, aun fuera del estado religioso. L.G 39-40 introduce al tema de la vocación a la santidad en la Iglesia, L.G 42 habla de los medios de santificación donde se privilegia “los consejos evangélicos”, presentados como múltiples y no solo los tres clásicos de pobreza, castidad y obediencia.
CAPITULO VI
CAPITULO VII Carácter escatológico de la Iglesia peregrina y su unión con la Iglesia del cielo. La dimensión escatológica domina todo el Vaticano II y la Lumen Gentium se valora la historia como semilla de futuro trascendente; relación entre el aspecto escatológico individual y social-cósmico; se reafirma por tercera vez la comprensión escatológica de la Iglesia como sacramento (L.G 1-9); espera de los cielos nuevos y la tierra nueva unida al compromiso con el mundo. L.G 48 ofrece una síntesis de los “novísimos” en clave comunitaria y eclesiológica, de la muerte se afirma que existe una sola vida terrenal en respuesta a hipótesis, que hablan de reencarnación; sobre el juicio se habla de textos bíblicos individuales y colectivos; sobre el paraíso y el infierno se habla con la imagen bíblica de la entrada al banquete de los dignos o la exclusión de los indignos, L.G 49-51 sobre la Iglesia “peregrina” término preferido a “militante” y su relación con la celeste, superándose la división en tres Iglesias: militante, purgante y triunfante. Se subraya la “comunión de los santos”, expresión clásica del credo. Con referencia al culto de los santos, se insiste en el aspecto de ejemplaridad recalcando que Cristo es el único mediador.
LOS RELIGIOSOS
CAPITULO VIII
Es la primera vez que un Concilio trata de los religiosos. (L.G 43) habla de los religiosos como una “condición de vida”, nueva palabra que puede darse entre laicos y clérigos. L.G 44-45 explicíta la dimensión evangélico- carismática y la jurídico-institucional. L.G 4647 concluye valorando la opción por la vida religiosa a fin de procurar “una santidad más abundante en la Iglesia”.
María Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Capítulo notablemente armónico, de estilo bíblico y narrativo que inaugura la perspectiva “eclesiotípica” de la mariología (L.G 60-65) al lado de la más habitual “cristotipica” (L.G 5559), después de una amplia justificación, sobre la mariología del Vaticano II (L.G 52-54) el culto a María merece una reflexión propia (L.G 66-67) dada
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su dificultad en el diálogo ecuménico. Se concluye con la expresión de talante eclesiológico-antropológico: “María, signo de esperanza y de consuelo para el pueblo de Dios en marcha”. La que puede afirmarse teológicamente diciendo que “María es la Iglesia realizada”, tal enfoque llevó a Pablo VI el día de la aprobación de la L.G (21 de nov. 1964), a proclamar a maría como “Madre de la Iglesia”, como síntesis de su relación con la Iglesia. Quiero terminar diciendo lo que había enunciado al comienzo de este articulo, el Concilio Vaticano II fue para la Iglesia un regalo maravilloso del Espíritu Santo, todavía no suficientemente leído y menos suficientemente aplicado es necesario saber que todas estas constituciones, decretos, declaraciones son como una mina de oro en una montaña, se profundiza en las entrañas de la misma y encontramos razones poderosas para soñar con la Iglesia que quiso nuestro señor Jesucristo.
Bibliografía • Concilio Vaticano II.constituciones, decretos y declaraciones, documentos pontificios complementarios. B.A.C 1991. • Barauna Guillermo (ed.) La Iglesia del Vaticano II, 2 vol. Flors. Barcelona 1968. • Congar Y. Eclesiología desde San Agustín hasta nuestros días.B.A.C 1976,300p. • Introducción a la Eclesiología Verbo Divino estella 1998. • Alfred. Kuen. serie ekklesia Vol. I. 2001
CONSTITUCIÓN “SACROSANCTUM CONCILIUM” Apuntes CatequéticosPastorales Por: Gabriel Jaime Molina Vélez, Pbro.
1. INTRODUCCION La constitución «Sacrosanctum Concilium» (SC) fue el primer documento aprobado por el Concilio Vaticano II, el 4 de diciembre de 1963, desplegando con ello una amplia y profunda reforma y renovación litúrgica. A partir de su promulgación, la Iglesia tiene una nueva organización del año litúrgico, cuenta con unos libros litúrgicos renovados, una doctrina enriquecida con orientaciones de pastoral sacramental y litúrgica, elementos que deben ser conocidos, estudiados y profundizados para alcanzar una mayor comprensión y participación del misterio celebrado. Se pretende ofrecer aquí unos breves apuntes sobre los precedentes que acompañaron la Constitución litúrgica, además de una sencilla descripción de su contenido, que sirva de motivación para una relectura personal, concluyendo con unas tareas pendientes en la acción liturgica. 2. EL MAGISTERIO PONTIFICIO Y EL MOVIMIENTO LITÚRGICO El magisterio y las reformas parciales litúrgicas impulsadas durante los pon-
tificados de los Papas Pío X, Pio XII y Juan XXIII; que se completan con los trabajos académicos y pastorales del movimiento litúrgico, aportan las bases principales para que las diversas comisiones y los Padres conciliares afronten en el Concilio Vaticano II el tema de la liturgia.1 El movimiento litúrgico germina a finales del siglo XIX y crece en el siglo XX en los ambientes de las grandes abadías benedictinas de Francia, Bélgica y Alemania, propagándose en los círculos juveniles católicos y en la vida de las parroquias. Conceptualmente parte de dos coordenadas fundamentales que mutuamente se compaginan: la primera de carácter eclesial y se relaciona con el redescubrimiento de la Iglesia entendida no como una institución jerárquicamente constituida, sino como un “nosotros, que somos la Iglesia”. La segunda coordenada es de carácter cultural que se evidencia en el empeño por superar la actitud de desconfianza de la Iglesia con relación al mundo moderno. 1 La principal documentación reunida en lengua española, y que sirve como fuente de estudio, información y conocimiento de la reforma litúrgica fue reunida por Andrés Pardo en: Documentación litúrgica. Nuevo Enquiridio, de San Pío X (1903) a Benedicto XVI, Burgos 2006. De la que se toma la citación de las fuentes. Consultar también: BUGNINI A., La Reforma de la liturgia (1948-1975), BAC, Madrid 1999.
Lambert Beauduin (1873-1960), Odo Casel (1884-1948), Romano Guardini (1885-1968), son algunos de los muchos autores, que con su reflexión e inquietud disponen providencialmente el sendero de una profunda promoción y reforma litúrgica. El Papa Pío X (1903-1914) mostró su interés en este campo a través de cinco documentos, que entre otros aspectos, buscaba promover la participación activa del pueblo en la celebración: En el motu proprio Tra le sollecitudini (1903) valora la dignidad del canto gregoriano y anima al pueblo a la participación en él; en el decreto Sacra Tridentina Synodus (1905) busca fomentar la comunión frecuente; con el decreto Quam Singulari (1910) extiende el derecho a admitir a los niños a la Primera Comunión; con la bula Divino Afflatu (1911) remodela el salterio litúrgico y establece una nueva reglamentación para devolver a la liturgia de cada domingo su propio valor, y con el motu proprio Abhinc duos annos (1913) alienta un nuevo plan de reforma del año litúrgico y del breviario. Bajo su pontificado se abren nuevos impulsos al estudio bíblico, patrístico e histórico de la liturgia, así como a
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una mayor orientación de su teología, espiritualidad y pastoral. El Papa Pío XII tratara directamente el tema de la liturgia en la carta encíclica Mediator Dei (1947). Es también la primera vez que un documento pontificio presenta una doctrina completa y estructurada al respecto. En ciertos temas de fondo, la encíclica se considera un adelanto a la SC. Descalifica explícitamente dos concepciones falsas de la liturgia: la jurídica y la estetizante: «No tienen por esto una exacta noción de la Sagrada Liturgia aquellos que la consideran como una parte exclusivamente externa y sensible del culto divino o como un ceremonial decorativo; ni yerran menos aquellos que la consideran como una mera suma de leyes y de preceptos, con los cuales la Jerarquía eclesiástica ordena al cumplimiento de los ritos» (MD n. 38). También, la encíclica precisa cuatro formas de la presencia de Cristo en la acción litúrgica: «está presente en el Augusto Sacramento del Altar, bien en la persona de su ministro, bien, principalmente, bajo las especies eucarísticas; está presente en los Sacramentos con la virtud que en ellos transfunde para que sean instrumentos eficaces de santidad; está presente, por fin, en las alabanzas y en las súplicas dirigidas a Dios, como está escrito: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20)» (MD n. 28). Y define la liturgia como «el culto público que nuestro Redentor rinde al Padre como Cabeza de la Iglesia, y es el culto que la sociedad de los fieles rinde a su Cabeza, y, por medio de ella, al Padre eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo místico de Jesucristo; esto es, de la Cabeza y de sus miembros» (MD n.29). Apela igualmente al deber del pueblo cristiano de participar debidamente en los ritos litúrgicos (cf. MD n. 8).
El Papa Pío XII llevará a cabo una reforma de la Vigilia Pascual (1951) y sucesivamente de toda la Semana Santa (1955); aligera el ayuno eucarístico al introducir la celebración de la misa vespertina (1953); y pone en práctica la revisión de las rúbricas del misal y del breviario. El beato Juan XXIII promulga un nuevo código de rúbricas (1960), introduce reformas en el Pontifical, del Misal y del Breviario (1962), y restaura las etapas del catecumenado. 3. EL PRIMER DOCUMENTO DEL CONCILIO Luego de ser convocado el Concilio por el Papa Juan XXIII, el 25 de enero de 1959, inicia la etapa «preparatoria» con el nombramiento de once comisiones y tres secretariados. La comisión liturgia trabajará en el esquema del documento, que pasa por tres redacciones antes de ser entregado a la comisión central del Concilio, que lo examinará en su quinta sesión, entre marzo y abril de 1962. Cada una de las cuestiones fue consultada a diversos pastores y especialistas del mundo entero, bajo los aspectos históricos, teológicos y pastorales. Su contenido recogía los grandes principios doctrinales con propuestas concretas de reforma y de acción. Se mantenía en un punto de equilibrio: promover una reforma que conserve la sustancia y los valores reales heredados de la antigüedad y del medioevo, pero también abierta, que reconozca la sensibilidad, los gustos, los sentidos de esencialidad y la comprensión intuitiva del hombre actual.2 Iniciado el Concilio, el 11 de octubre de 1962, en la cuarta reunión se da comienzo al debate sobre el esquema de la liturgia, que se prolonga durante quince reuniones generales. A la 2 Cf. Acta et Documenta, Series I, Appendix vol. II, Ciudad del Vaticano, 1961, 3-189, 193-197, 247-460; Acta et Documenta, Series II, Appendix vol. III, Ciudad del Vaticano, 1969, 7-68.
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apertura de la segunda sesión conciliar, ya bajo el pontificado del Papa Pablo VI, el 8 de octubre de 1963, se empieza a votar las enmiendas. El voto global de todo el esquema realiza el 22 de noviembre y el 4 de diciembre del año siguiente, en la solemne clausura de la segunda sesión, en la Basílica Vaticana de San Pedro, se promulga el primer documento del Concilio Vaticano II.3 El Papa Pablo VI, consciente del significado de esa circunstancia, habla a los Padres Conciliares: «Dios, en el primer puesto; la oración, nuestra primera obligación; la liturgia, la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual, el primer don que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros cree y ora, y la primera invitación al mundo para que desate en oración dichosa y veraz su lengua muda y sienta el inefable poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor en el Espíritu Santo».4 4. LA ESTRUCTURA DE LA CONSTITUCIÓN LITURGICA La SC está conformada por 130 numerales y un apéndice.5 Cada uno de sus siete capítulos se abren con una introducción doctrinal mesurada, pero densa de contenido, le siguen las líneas fundamentales de renovación litúrgica y las indicaciones relativas al desarrollo de los ritos, según el caso. El texto inicia con un proemio breve y solemne, que reconoce la liturgia como expresión del misterio de Cristo en la vida de los fieles y como manifestación de la genuina naturaleza de la Iglesia (SC nn. 1-4). 3 Tuvo sólo 4 votos en contra y 2.158 votos a favor. Cf. Acta Synodalia,vol. II, pars VI, Ciudad del Vaticano, 1973, 407. 4 Discurso en la clausura de la segunda sesión del Concilio, 4 de diciembre de 1963, AAS 56 (1964), p. 34, trad. de Ecclesia XXIII (1963) 11, p. 1679. 5 Es una declaración de disponibilidad por parte de la Iglesia para establecer «la fijación de la fiesta de pascua en un domingo determinado del calendario gregoriano».
El primer capítulo presenta «los principios generales para la reforma y fomento de la sagrada liturgia» (SC nn. 5-46). Estas explicaciones de carácter general son tratadas en cinco apartados: la naturaleza de la sagrada liturgia y su importancia en la vida de la Iglesia; la necesidad de promover la educación litúrgica y la participación activa; la reforma de la sagrada liturgia; el fomento de la vida litúrgica en las diócesis y en la parroquia, así como la promoción de la acción litúrgica pastoral. El segundo capítulo trata de «el misterio eucarístico» (SC nn. 47-58). Contiene una breve presentación de la misa, como memorial del Señor, reactualización del sacrificio del Calvario, banquete pascual, en el que los cristianos se alimentan del Señor. Hace referencia a la unidad de las mesas de la Palabra y de la Eucaristía, íntimamente relacionadas y constituyen el único acto de culto. Hace referencia a la concesión de la comunión bajo las dos especies y al restablecimiento de la concelebración. Pide que se restaure la plegaria universal o de los fieles y la homilía dentro de la celebración. El tercer capítulo aborda «los otros sacramentos y sacramentales» (SC nn. 59-82), se refiere a su naturaleza y apela por un sentido más originario y expresivo de los símbolos y ritos de modo que expresen la fe, la robustezcan y la hagan crecer. Insta para que se celebren los sacramentos de preferencia dentro de la Misa, excepto el de la penitencia. Reclama la renovación de la liturgia bautismal y la restauración de un catecumenado dividido por etapas. Para expresar mejor la naturaleza del sacramento de extremaunción, lo denomina «unción de los enfermos». Reconociendo su valor para la vida cristiana, trata de los sacramentales y exhorta a su renovación ritual. Hace mención a la consagración de vírgenes, la profesión religiosa y el ritual de las exequias.
El cuarto capítulo se ocupa de «el oficio divino» (SC nn. 83-101) y lo define como la oración publica de la Iglesia, acentúa las horae cardinales, el carácter comunitario y la veritas temporis de su celebración; pide que la recitación del salterio sea distribuida durante un ciclo más largo que el de una semana; la posibilidad de ser recitado en lengua vernácula y apela a un reordenamiento del sistema de lecturas. El quinto capítulo presenta «el año litúrgico» como celebración del misterio de Jesucristo que pone a los fieles en contacto con los misterios de la redención (SC nn. 102-111). Se subraya la centralidad de la fiesta de pascua y del domingo como fiesta primordial de los cristianos, consagrada por la resurrección de Cristo. Es presentado en su genuino sentido el día del Señor en el que se escucha la Palabra de Dios y se celebra la eucaristía, día de la comunidad, día de fiesta y descanso. Señala, así mismo el sentido de las celebraciones marianas y las fiestas de los santos dentro del ciclo litúrgico. Ellas deberán ser expresión del único misterio que celebramos: Jesucristo muerto y resucitado para nuestra salvación. El sexto capítulo traza algunas disposiciones sobre «la música sagrada» (SC nn. 112-121) destacando su importancia. Ofrece criterios globales para comprender su significado en la acción litúrgica y su aporte en el ámbito de la celebración. El último capítulo expone el tema de «el arte y los objetos sagrados» (SC nn. 122- 130) resaltando su función al servicio de la liturgia. A través de la belleza, el arte se inserta en el dinamismo celebrativo elevando el ánimo del hombre para la glorificación de Dios. La Constitución se cierra a modo de apéndice, con una declaración sobre la revisión del calendario.
5. LA PUESTA EN PRÁCTICA DE LA SC Sucesivamente, para la puesta en práctica de la Constitución litúrgica, Pablo VI publicaba el motu proprio Sacram Liturgiam (1964), que anuncia la creación de una Comisión para la realización del programa de reforma, y que más tarde recibiría el nombre de Consilium ad exsequendam Constitutionem de sacra liturgia. Con el fin de facilitar la aplicación de la renovación deseada por los Padres conciliares, la Santa Sede ha publicado también cinco documentos de especial importancia, numerados consecutivamente, como «Instrucción para la recta aplicación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II». La primera de ellas Inter Oecumenici (1964), contiene los principios generales para el ordenado desarrollo de la renovación litúrgica; la segunda Tres abhinc annos (1967), describe las adaptaciones posteriores en el Ordinario de la Misa; la tercera Liturgicae instaurationes (1970), ofrece directivas sobre el papel central del obispo en la renovación litúrgica en su diócesis; la cuarta Varietates legitimae (1994), trata las cuestiones concernientes a la liturgia romana y la inculturación; y la quinta Liturgiam authenticam (2001), establece la forma de proceder en la traducción de los textos de la liturgia romana a las lenguas vernáculas. La SC se convierte en el texto fundamental para la promoción de la vida litúrgica en la Iglesia. Sus indicaciones de reforma y renovación descritas en principios doctrinales y orientaciones pastorales básicos, definen el núcleo dinámico y profundo del plan litúrgico que la convierte en una verdadera ley de base. 6. LA IGLESIA CELEBRA EL MISTERIO DE CRISTO La reforma y renovación litúrgica se reconoce como el fruto más visible
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de toda la obra del Vaticano II.6 El mismo Catecismo de la Iglesia Católica (1992) recoge la herencia conciliar, que junto con las aportaciones de la teología oriental y las reflexiones surgidas posteriores, presenta de forma sistemática el sentido teológico de la liturgia, como celebración del misterio pascual de Cristo (cf. nn. 1066-1690)
¿Cómo celebra? La puesta en práctica de la reformas litúrgica y sacramentales que instaba la SC se fueron haciendo evidentes progresivamente con la publicación de nuevos libros que contienen los ritos y los textos escritos para la celebración, acompañados cada uno por unos Prenotanda para la comprensión teológica, catequética y pastoral.
¿Quién celebra? Con respecto al pasado, la renovación litúrgica ha conducido a acrecentar la conciencia de quienes toman parte en la acción litúrgica. Toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza es quien celebra: «Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es “sacramento de unidad”, esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual» (SC n. 26). Asumiendo el concepto de liturgia de la Mediator Dei, la SC lo sitúa en el contexto de una teología de la historia de la salvación (cf. SC n. 5), y la define como la presencia sacramental de esa historia salvífica, actuación ritualsacramental del misterio pascual, con un doble movimiento: uno ascendente, obra del hombre, que rinde culto a Dios, y el otro descendente, obra de Dios, que santifica al hombre, por la acción presente de la Trinidad. Y en continuidad con la misma encíclica, afirma la multiforme presencia de Cristo en la acción litúrgica, reconociendo en la Palabra, un quinto modo de presencias (cf. SC n. 7).
6 Relación final, Sínodo extraordinario de los obispos, en la conmemoración de los 20 años de la conclusión del Concilio Vaticano II, 1985. II,B,b,1.
El primer ritual promulgado fue el de las ordenaciones (1968, con segunda edición típica en 1989), antecedido por la Constitución apostólica Pontificalis Romani, debido al cambio realizado en la plegaria de ordenación del obispo, que será tomada de La Tradición Apostólica de Hipólito. Siguió el ritual del Matrimonio (1969, con segunda edición en 1990), que incluye la celebración del rito tanto dentro como fuera de la misa y presenta dos nuevas eucologías para la bendición nupcial. En ese mismo año, se publica el ritual de Bautismo de niños en el que el rito tiene en cuenta la condición de los párvulos e incrementa la participación de los padres y padrinos dentro de la celebración, como lo pedía la SC. El ritual recupera la posibilidad de realizar el baño por inmersión. Dos años después, se publica el ritual de la Confirmación (1971) acompañado por la Constitución apostólica Divinae Consortium Natura, que anuncia la nueva fórmula para las palabras de la crismación, retomada de la tradición bizantina. Sucesivamente viene el ritual de Iniciación Cristiana de Adultos (1972) con el que se recupera el proceso catecumenal, a través de grados o etapas y con tiempos correspondientes; le seguirá en el mismo año el ritual de la Unción de los enfermos precedido por la Constitución apostólica Sacram unctionem infirmorum, que presenta la nueva fórmula redactada para el momento de la unción del enfermo. En 1973 viene a la luz el ritual de la Peniten-
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cia, que ofrece tres formas de celebración del sacramento. Así mismo, vendrán los rituales para las exequias, la profesión religiosa, la consagración de vírgenes, la bendición de abades, la bendición de los óleos y el culto eucarístico fuera de la Misa. Además del ritual de Bendiciones, junto con el Ceremonial de Obispos y el de Exorcismo. Cuatrocientos años después que el Papa Pío V promulgara el Misal Romano por mandato del Concilio de Trento (1570), se publica la edición típica del Misal Romano del Concilio Vaticano II, con su Instrucción General. El Misal además de un nuevo ordinario de la misa, contiene un gran número de textos eucológicos tomados de los antiguos sacramentarios romanos y de nueva composición. Junto al Canon Romano se agregaron otras tres plegarias eucarísticas, redactadas según el espíritu de la antigua liturgia romana y de las Iglesias orientales7 a las que progresivamente se fueron añadiendo otras plegarias para ser usadas en determinadas circunstancias8. La liturgia de la Palabra es hoy una parte integral de la acción litúrgica y sacramental. Con la promulgación de los leccionarios se ha dispuesto una mesa de la Palabra de Dios más abundante, variada y apropiada para ser proclamada. Es la primera vez en la historia de la Iglesia que en el leccionario se tiene una lectura bíblica tan abundante y pedagógicamente organizada. La Ordenación de las lecturas de la Misa (1969 y 1981) que precede el leccionario, ilustra brevemente los principios de especial importancia de la Sagrada Escritura y la forma como 7 La plegaria eucarística II incluye el texto de La Tradición Apostólica de Hipólito, más antiguo de plegaria eucarística que se ha conservado; la plegaria eucarística III está emparentada con las plegarias de los ritos occidentales y la plegaria IV con las anáforas orientales. 8 Las tres Plegarias para ser usadas en las misas con niños, dos sobre el tema de la Reconciliación y una más para Diversas necesidades con sus cuatro variantes (la que se denominó en un inició plegaria V/a, V/b, V/c y V/d).
se ha dispuesto su lectura para cada circunstancia: el leccionario dominical con tres ciclos de lecturas (A, B y C); el leccionario ferial en el tiempo per annum, con un doble ciclo para la primera lectura y un único para el Evangelio, y un ciclo único en Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. Además de un leccionario para las fiestas de santos, misas votivas, misas rituales y misas para diversas circunstancias. Por otra parte está el leccionario de la Liturgia de las Horas, tanto en el ciclo anual como en ciclo bienal y los leccionarios para cada uno de los sacramentos. La riqueza de los actuales leccionarios, además de la formación bíblica que supone para todos los fieles, ha tenido incidencia ecuménica, pues algunas comunidades de la Reforma los han adoptado para sus reuniones.
¿Dónde celebra? El espacio litúrgico a partir del Concilio Vaticano II ha recuperado elementos que los ritos de la liturgia habían desplazado, como es el caso de la Sede, o transformado como es el del ambón. La mesa del altar recupera su centralidad dentro del espacio, incluso el sacerdote celebra hacia la asamblea. El bautisterio no es solo visto como puerta de entrada a la Iglesia, sino como seno que engendra nuevos hijos a la Iglesia. La sede de la penitencia, ha conocido nuevas disposiciones que parten de la teología de la reconciliación y la penitencia. La reserva eucarística en el sagrario no siempre se ha conservado en el centro del aula de la reunión y ha tenido su propia capilla del Santísimo Sacramento, propiciando la adoración de los fieles.
El canto es otro elemento que constituye parte de la celebración, con el que se expresa con mayor delicadeza la oración, se fomenta la unidad entre quienes toman parte en la asamblea y enriquece la solemnidad de los ritos sagrados. Si bien, hay buenos logros en este aspecto, en muchas ocasiones la música y el canto en nuestro entorno adolece de las cualidades que debe tener.
Sin duda, con relación a estos lugares de la celebración, hay un camino recorrido, una comprensión mayor de su valor iconográfico y anamnético pero también muchos de los que se disponen entre nosotros deberían de adaptarse a los principios expuestos para ellos, en la normatividad posconciliar.
El canto sagrado ha de estar en armonía con la doctrina católica y ha de estar inspirado en la Sagrada Escritura y en la misma liturgia. Incluso sus textos han de ser aprobados por la Conferencia Episcopal, al menos para los que han de ser usados en los ritos de entrada y comunión, pero esto está lejos de ser cumplido medianamente, y hoy se ha llegado a una proliferación incontrolada de iniciativas, que responde más a gustos muy personales, generando una dispersión distinta al fin último de la música sagrada, en donde la calidad del canto y la música no ha estado siempre asegurada.
La actual ordenación del tiempo en la Iglesia se establece claramente por las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario (1969).
¿Cuándo celebra?
La primera referencia a lo que hoy se entiende por año litúrgico, como unidad y conjunto de las celebraciones festivas, no apareció hasta entrado el siglo XVI en la Iglesia luterana con la denominación de año de la Iglesia. Término que se impone más tarde en la Iglesia católica. En el siglo XVII se habla de año cristiano en obras dedicadas a exponer las fiestas del Señor y de los Santos. La obra de Próspero Guéranger «El año litúrgico» (18401866) hará familiar el término, que
viene posteriormente incorporado al magisterio pontificio por el Papa Pío XII, en la encíclica Mediator Dei y de allí pasará a la SC 107 y a todos los documentos posteriores de la reforma litúrgica. El año litúrgico se define como el conjunto de los momentos salvíficos, celebrados ritualmente por la Iglesia, sobre todo mediante la eucaristía y la Liturgia de las horas, como memorial de los acontecimientos con los que se realizó en la historia el misterio de la salvación. No es un simple calendario de días y meses a los que están vinculadas las celebraciones religiosas; es la presencia, en un modo sacramental-ritual del misterio de Cristo en un año. El ordenamiento actual del año litúrgico comienza el primer domingo de Adviento con las primeras vísperas y termina el sábado posterior al último domingo del tiempo ordinario o solemnidad de Cristo Rey. Siendo Pascua de resurrección una fiesta movible, ésta puede ser tan temprano como el 22 de marzo, o tan tarde como el 25 de abril. 7. DIEZ TAREAS PERMANENTES EN LA ACCION LITURGIA A PROPÓSITO DE LA SC Afirmaba el beato Juan Pablo II en la Carta apostólica Vicesimus Quintus Annus: «La reforma de la liturgia querida por el Concilio Vaticano II, puede considerarse ya realizada; en cambio, la pastoral litúrgica constituye un objetivo permanente para sacar cada vez más abundantemente de la riqueza de la liturgia aquella fuerza vital que de Cristo se difunde a los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia» (SC n. 10). Si bien este propósito es basto y amplio, luego de estos breves apuntes para una relectura de la SC se podrían trazar diez tareas permanentes en la acción litúrgica:
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1) Favorecer siempre la participación activa, la formación espiritual y la corresponsabilidad ministerial: la imagen de Iglesia que se manifiesta en la comunidad real y diaria, la que celebra el domingo, la que vive el ritmo del año litúrgico, la que se reconforta con sus fiestas y sus tradiciones, la que está atenta a los más débiles y necesitados. 2) Evitar el “participacionismo”. Se afirma la necesidad de expresar los sentimientos, de manifestar las emociones, con el deseo de dar a la liturgia un clima por lo general de fiesta y alegría; pero la liturgia cristiana no es la simple suma de las emociones de un grupo, ni mucho menos el receptáculo de sentimientos personales y colectivos. La liturgia es tiempo y espacio para interiorizar las palabras que en ella se escuchan y los sonidos que se oyen, para hacer propios los gestos que se realizan, para asimilar los textos que se recitan y cantan, para dejarse penetrar por las imágenes que se contemplan y por los perfumes que se huelen. 3) Formar a la celebración; para comprender lo que acontece en ella y acoger así mejor la gracia que el Espíritu concede mediante el culto cristiano. Es oportuno y necesario profundizar sobre el valor, el sentido y el modo de vivir el año litúrgico, viviendo una auténtica espiritualidad litúrgica. 4) Propiciar espacios celebrativos que den oportunidad a la meditación, a la acogida e la interiorización de la Palabra proclamada, meditada y orada; una liturgia que sea espacio orante en el que se hace una auténtica experiencia de encuentro y reconciliación con Dios, consigo mismo y con la comunidad cristiana; una liturgia que es lugar en donde cada creyente es progresivamente modelado por
el misterio que celebra y por la fe que profesa. Para que la asamblea litúrgica sea realmente el seno materno de la Iglesia en la que el cristiano nace, crece y se alimenta de la Palabra y del Pan, y llegue a la madurez del hombre perfecto. 5) Propiciar la belleza en cada celebración liturgica, para que está se de es necesario la agonía de sus partes, la calidad de las cosas que se utilizan, la idoneidad de las palabras que se dicen. 6) Promover una catequesis mistagógica apropiándose de sus finalidades, su naturaleza y sus métodos. La comprensión del signo no es un elemento accidental de la calidad del mismo, sino que es parte integrante para su fuerza de comunicación. Se debe instruir continua y pacientemente tanto en los contenidos fundamentales de la fe como en los signos de la celebración litúrgica. 7) Cuidar la calidad de la presidencia en la liturgia en su forma más alta y fecunda, que es mucho más que un simple arte de presidir, mucho más que un mero “saber hacer”; debe ser un principio de comunión, con la convicción de que cuanto se realiza no proviene del impulso improvisado y emotivo personal, sino que es obra de la Iglesia de Cristo y pertenece a toda ella. Quien preside es visto, aprobado y juzgado en la función que realiza in Persona Christi e in Persona Ecclesia. Quien preside debe impregnarse del auténtico espíritu de la liturgia desempeñando su función «como el servidor» (Lc 22, 27) evitando cualquier forma de protagonismo personal. 8)
Trasmitir la imagen de una Iglesia que celebra, ora y vive el misterio de Cristo en la belleza y la dignidad de la celebración. Una belleza que no es mero forma-
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lismo estético, sino que se funda en la «noble sencillez» capaz de manifestar la relación entre lo humano y lo divino de la liturgia. Se trata del movimiento de la Encarnación: lo que el Verbo, lleno de gracia y de verdad, hizo visiblemente, ha pasado a los sacramentos de la Iglesia. La belleza debe dejar traslucir la presencia de Cristo en el centro de la liturgia. 9) Valorar el espacio litúrgico y la acción litúrgica, o sea, el gesto, la postura, el movimiento, las vestiduras para manifestar armonía y belleza. El gesto litúrgico está llamado a expresar belleza, puesto que es gesto de Cristo mismo. Así la liturgia es, gracias a su belleza, fuente y cumbre, escuela y norma de vida cristiana. 10) «Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia» (SC n. 22). En virtud del poder concedido por el derecho, la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde a la Santa Sede y a la Conferencia episcopal. Esto no significa que el sacerdote sea un mero ejecutor de ceremonias. Es un verdadero educador de los fieles y dentro del cumplimiento estricto de las normas litúrgicas, le queda un ancho margen de iniciativa para lograr la progresiva y cada vez más activa participación del pueblo. Esta participación, «fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano» (SC n. 14).
CONSTITUCIÓN GAUDIUM ET SPES: Una Iglesia dialogal al servicio del mundo Por: Jaime Alberto Ríos Gómez, Pbro.
El 28 de octubre de 1.958 fue elegido como Papa el cardenal italiano Angelo Giuseppe Roncalli, a la edad de 77 años. Por su avanzada edad y por su aparente “bajo perfil”, fue considerado en un primer momento como un “Papa de transición”. Lo que nadie se imaginó fue que el nuevo Papa Juan XXIII, si era “de transición” pero en un sentido diferente: él abrió las puertas a una nueva época eclesial, poniendo las bases para la transformación o paso de un modelo de Iglesia centrada en sí misma a un modelo de Iglesia abierta, dialogal y al servicio del mundo.
gunos laicos y una notoria presencia de representantes – con el carácter de observadores – de otras Iglesias no católicas.
fetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos, como si fuese inminente el fin de los tiempos”2.
El discurso de apertura del Concilio, pronunciado por Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962, constituye una inequívoca señal del nuevo talante de apertura, valoración positiva y diálogo con el mundo que la Iglesia desarrollará desde el pontificado del Papa Roncalli hasta nuestros días. Dentro del citado discurso se ha hecho particularmente célebre el párrafo que a continuación transcribimos:
La convocatoria el 25 de enero de 1.959 a un Concilio Ecuménico, fue una prueba de la firme decisión del Papa Roncalli de impulsar la renovación de la Iglesia, proceso que se conoció popularmente con el nombre de “aggiornamento”.
“En el ejercicio cotidiano de nuestro ministerio llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que, aunque con celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Tales son quienes en los tiempos modernos no ven otra cosa que prevaricación y ruina. Dicen y repiten que nuestra hora, en comparación con las pasadas, ha empeorado, y así se comportan como quienes nada tienen que aprender de la historia… Mas nos parece necesario decir que disentimos de esos pro-
En las anteriores palabras del Papa podemos observar su interés de evitar que el mundo se siguiera viendo con sospecha y los distintos fenómenos de la realidad con un carácter casi siempre negativo. Quería superar así una visión dualista que llevó a considerar lo que sucedía fuera de la Iglesia como pecaminoso, o por lo menos opuesto a la Iglesia y a su misión evangelizadora. Esta nueva manera de comprender la historia se hizo evidente en la reunión conciliar al no pronunciar ningún “anatema” o condena frente a las realidades provenientes de un mundo en constante cambio; al contrario, el Concilio entiende que la Iglesia está solidaria e íntimamente unida a la humanidad y su historia3 y por eso no duda en establecer un diálogo sobre la variedad de situaciones que afronta el mundo, aportando a ellas la luz que toma del Evangelio4 para ponerse al servicio de todos.
Este Concilio Ecuménico, denominado Vaticano II, constó de cuatro sesiones y se llevó a cabo entre 1.962 y 1.965. A él asistieron 2.500 obispos de todo el mundo, además de un grupo de renombrados teólogos1, al1 Entre los teólogos más destacados e influyentes en el Concilio están J. Daniéluo, Y. Congar y Karl Rahner.
2 JUAN XXIII. Discurso con motivo de la Inauguración del Concilio Ecuménico Vaticano II. 11 de octubre de 1962. En: MARTÍN DESCALZO, José Luís. El Concilio de Juan y Pablo. Madrid, BAC, 1968. p. 513. 3 Cf. Gaudium et Spes N. 1 4 Cf. Gaudium et Spes. N. 3
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En síntesis, podemos constatar que desde el pontificado de Juan XXIII en adelante, vemos a una Iglesia que sale de su encierro sobre sí misma y se abre al mundo en una actitud de diálogo. Y lo hace con la consciencia de que desde fuera no se puede salvar al mundo; por eso, se esfuerza por “encarnarse” en la realidad, especialmente en la realidad de los pobres. “La Iglesia en cuanto que está presente en este mundo y con él vive y obra”5, dialoga con todos, incluso con los que se oponen a ella y que de diversas maneras la persiguen6, a fin de contribuir a consolidar en el mundo el desarrollo y la paz. El Concilio Vaticano II, y de modo particular la Constitución Pastoral Gaudium et Spes a la que hace referencia este artículo, es expresión del deseo genuino de la Iglesia de servir cada vez más generosa y eficazmente a la humanidad, propiciando el diálogo con todos y entre todos para que se establezca un “orden político, social y económico que esté cada vez más al servicio del hombre y le ayude, como individuo y como grupo, a afirmar y cultivar la dignidad que le es propia”.7 Contexto Social y Eclesial en el que se redacta la Gaudium et Spes Los obispos del mundo entero reunidos en el Concilio Vaticano II, solidarios con toda la humanidad, han expresado que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo, porque nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”8. Para lograr que esta sintonía con el mundo sea real, ellos han indagado acerca de cuáles son los fenómenos 5 6 7 8
Gaudium et Spes. N. 40 Cf. Gaudium et Spes. N.92 Gaudium et Spes. N. 9 Gaudium et Spes. N.1.
que por su magnitud e importancia influyen sobre la vida de las personas y las comunidades. Estos fenómenos sociales, políticos y económicos denominados por la Iglesia “signos de los tiempos”, son analizados e interpretados a la luz del Evangelio para descubrir en ellos las interpelaciones del Señor que llama a respetar, defender y promover la dignidad del ser humano, imagen y semejanza de Dios. La dignidad humana constituye, entonces, el horizonte propio y particular desde el cual la Gaudium et Spes y toda la Doctrina Social de la Iglesia, analiza los fenómenos sociales. Por eso al abordar alguna realidad social, la Iglesia se pregunta cuánto afecta o ayuda tal situación a la dignidad humana; o lo que es lo mismo, reflexiona acerca de la distancia o cercanía de las relaciones sociales, económicas y políticas de la persona humana, de su dignidad y sus derechos. Al respecto, el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, sostiene que “con su doctrina social, la Iglesia se preocupa de la vida humana en la sociedad, con la conciencia que de la calidad de la vida social, es decir, de las relaciones de justicia y de amor que la forman, depende de modo decisivo la tutela y la promoción de las personas que constituyen cada una de las comunidades”9. Dicho lo anterior, enunciemos los fenómenos sociales que por su envergadura e importancia merecieron la atención de los obispos, y que a su vez es el contexto o marco situacional en que se redacta la Constitución Pastoral Gaudium et Spes: • El horror de la Primera y la Segunda Guerra Mundial como la división del mundo en bloques ideológicos (la construcción del Muro de Berlín, es la mayor expresión de esta división), creó conciencia en la humanidad acerca de la nece9 PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. N.81.
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sidad de formular unos principios que regulen y guíen las relaciones internacionales. La paz sigue amenazada por la carrera armamentista y la proliferación de las armas nucleares, cuestión que tuvo su punto más álgido en la crisis de los misiles del año 1.962 en Cuba, que estuvo a punto de provocar la tercera guerra mundial. • El drama de la pobreza de los pueblos del sur, donde vive la mayoría de la población del mundo, en contraste con la riqueza de los países industrializados del norte, es una grave injusticia que no ayuda a la paz y fraternidad universal. Esta brecha entre países ricos, llamados “desarrollados”, y los países pobres, denominados “subdesarrollados”, lejos de disminuir era cada vez más creciente e intolerable. • La interdependencia de las naciones, manifestada en el surgimiento de una conciencia planetaria que evidencia que las decisiones políticas y acciones tomadas por una empresa multinacional, una nación, un bloque de países o un organismo, pueden afectar y comprometer los destinos de toda la humanidad. Esta interdependencia se ve reforzada por el desarrollo de las comunicaciones sociales y los medios modernos de transporte que hacen del mundo una “aldea global”. • La independencia de muchas naciones de Asia y África, pero con la permanencia de formas sutiles de colonialismo y de dependencia. Surge, entonces, la idea de los pueblos “subdesarrollados” de buscar una real liberación de toda forma de dependencia para asegurar su legítimo desarrollo. El inicio de la Revolución Cubana en 1.959, tuvo un gran efecto de inspiración en América Latina y en las naciones emergentes, e incitó el surgimiento de muchos movimientos socia-
les que propendían por el cambio social y la verdadera liberación de los pueblos. • En el campo intraeclesial, el tiempo previo a la realización del Concilio Vaticano II fue de enorme efervescencia pastoral, teológica, litúrgica y bíblica. Al interior de la Iglesia surgieron diversos movimientos y escuelas de pensamiento que impulsaron la reflexión acerca de la necesidad del “aggiornamiento” de la Iglesia, los cuales tuvieron gran eco en el Concilio, a tal punto que los obispos presentes en esta reunión reconocieron la necesidad de dicha renovación y purificación permanente para poder cumplir eficazmente la misión que Cristo les confió10. El texto de la Gaudium et Spes: La Iglesia en diálogo con el mundo La Constitución Dogmática “Lumen Gentium” y la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, pueden ser calificadas como los documentos ejes o principales del Concilio desde el punto de vista eclesiológico; la primera expone acerca de la identidad y vocación de la Iglesia; la segunda habla de la misión de la Iglesia en el mundo de hoy. Dicho de otro modo, la Lumen Gentium expone cómo se entiende la Iglesia a sí misma, y la Gaudium et Spes se refiere al diálogo de la Iglesia con el mundo y la atención a los problemas que más inquietan a la humanidad. El Concilio Vaticano II fue, pues, el Concilio de la Iglesia, porque toda su reflexión giró en torno a la Iglesia en su doble dimensión: “hacia dentro en cuanto misterio y cuerpo de Cristo y en cuanto enviada a evangelizar, y hacia afuera, qué puede decir ella a un mundo que le plantea cuestiones profundas, delicadas y decisivas para el futuro, como son las referentes a la vida humana, a la justicia social, a la 10 Cf. Lumen Gentium N. 8
evangelización de los pobres, a la paz internacional, a la guerra, etc.”11 Estos dos documentos definen claramente cuál es el ser y quehacer de la Iglesia y constituyen el faro que ha iluminado el actuar de la comunidad creyente en estos últimos cincuenta años. Y si bien a algunos el lenguaje en que fueron escritos puede parecerles un tanto anticuado, es necesario leerlos con atención, no quedándose en las formas sino en el contenido y en el espíritu que ellos señalan, que aún siguen teniendo vigencia y actualidad. Ahora detengámonos en el documento objeto de este artículo y analicemos brevemente su estructura y contenido: • Introducción (nnº 1 – 10): Presenta las líneas fundamentales de la situación del ser humano en el mundo actual (La mitad de la década de 1960) • Primera Parte: “La Iglesia y la vocación del hombre” (nnº 11 – 45) -- Capítulo 1 (nnº 12 – 22): La dignidad de la persona humana -- Capítulo 2 (nnº 23 – 32): La comunidad humana -- Capítulo 3 (nnº 33 – 39): La actividad humana en el mundo -- Capítulo 4 (nnº 40 – 45): Misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo • Segunda Parte: “Algunos problemas más urgentes” (nnº 46 – 93) -- Capítulo 1 (nnº 47 – 52): Dignidad del matrimonio y de la familia -- Capítulo 2 (nnº 53 – 63): El sano fomento del progreso cultural -- Capítulo 3 (nnº 63 – 72): La vida económico – social -- Capítulo 4 (nnº 73 – 76): La vida en la comunidad política -- Capítulo 5 (nnº 77 – 90): La comunidad de los pueblos y el fomento de la paz 11 MÚNERA VÉLEZ, Darío. Doctrina y Enseñanza Social de la Iglesia. Medellín, Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, 2005. Pág. 417
• Conclusión (nnº 91 – 93) Aprobada el 7 de diciembre de 1965, la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, Sobre la Iglesia en el Mundo Actual, representa un hito en la historia de la Iglesia, pues es la primera vez que un documento del Magisterio solemne de la Iglesia se dedicó enteramente a estudiar los distintos aspectos de la vida social12. Este documento conciliar, como lo vemos reflejado en esta tabla de contenido, es un diálogo sincero y abierto con el mundo contemporáneo. Cuando la Iglesia dialoga lo hace con plena conciencia de que su misión no es de orden social, económico o político, sino de carácter religioso, “pero precisamente de esta misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana”13 a partir de los valores del Evangelio que ella predica y testimonia. Y es sobre la base de la dignidad humana, valor que traspasa todo el pensamiento social, que la Iglesia dialoga y se pone al servicio de la humanidad con el objetivo de aunar esfuerzos en la construcción de una auténtica fraternidad universal que propicie el desarrollo integral y solidario de todos, sin excepción, además de la justicia social y la plena participación en la vida política de los pueblos. En este artículo difícilmente podríamos exponer en toda su extensión y profundidad el contenido de los grandes temas que trata Gaudium et Spes, por eso invitamos a que personal y comunitariamente volvamos a leer este documento conciliar para renovar el compromiso de encarnar el Evangelio en nuestra historia. Tan importante e influyente fue la Gaudium et Spes, que fue posteriormente objeto de dos encíclicas sociales: Populorum Progressio de Pablo VI y 12 Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. Orientaciones para el Estudio y Enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia. N.24. 13 Gaudium et Spes N. 42
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Sollicitudo Rei Socialis de Juan Pablo II. En todo caso, hay que reiterar que a partir del Concilio Vaticano II la Iglesia vuelve a ser una comunidad en diálogo con el mundo. Pablo VI, en el año 1964, mientras transcurría el Concilio expresó magisterialmente que la Iglesia en adelante volvía ser la Iglesia del diálogo. Afirmaba que: “…la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio. ¿No se ha querido dar al mismo Concilio, y con toda razón, un fin pastoral, dirigido totalmente a la inserción del mensaje cristiano en la corriente de pensamiento, de palabra, de cultura, de costumbres, de tendencias de la humanidad, tal como hoy vive y se agita sobre la faz de la tierra? Antes de convertirlo, más aún, para convertirlo, el mundo necesita que nos acerquemos a él y que le hablemos”.14 Actualidad y aplicaciones pastorales de la Gaudium et Spes Hoy en día muchos reclaman una nueva reunión conciliar, un Concilio Vaticano III, arguyendo que la profundidad, enormidad, multiplicidad y rapidez de los cambios vividos en estos últimos años es algo sin precedentes en la historia, cuestionando el modo de actuar de todas las instituciones humanas, incluida la Iglesia. Y si bien es cierto que los nuevos escenarios sociales, económicos, políticos y culturales retan a la Iglesia a purificarse y renovarse constantemente para cumplir más eficazmente su misión, no por ello podemos afirmar que ya está totalmente agotado el Concilio Vaticano II, antes bien, nos atrevemos a afirmar que este Concilio aún está lejos de conocerse y desarrollarse en sus aplicaciones evangeliza14 PABLO VI. Eclesiam Suam N.27
doras y pastorales, tanto al interior de la misma Iglesia como de su relación y proyección de servicio al mundo actual. Consideramos que la celebración del 50 aniversario del Concilio Vaticano II es una oportunidad para redescubrir las grandes líneas teológicas y pastorales que animaron e inspiraron este gran evento eclesial y a la luz de las mismas responder a las exigencias misioneras actuales. De modo particular, inspirados en Gaudium et Spes, la evangelización no puede desentenderse de realizar una acción decidida por la justicia que tienda a asegurar que todos tengan la posibilidad de alcanzar el desarrollo integral, pues de lo contrario no estaríamos siendo fieles a Jesucristo y a la misión que Él nos confió. Tampoco puede olvidar que la Iglesia, sin identificarse con el mundo, está unida entrañablemente a la humanidad y a su historia15. Por eso, la Iglesia como miembro de este mundo ha de estar abierta al diálogo con todas los hombres, sean creyentes o no, para buscar con la cooperación de todos el bien común de la humanidad. Una Iglesia dialogal al servicio del mundo, eso fue el Concilio Vaticano II y concretamente la Gaudium et Spes y eso debemos continuar haciendo desde todos los ámbitos eclesiales. Proponemos a continuación unas pautas que han de caracterizar este diálogo para que sea fructífero y conduzca a la consecución del bien común, en el marco del desarrollo integral y la justicia social, como condiciones para la paz. 1. Diálogo que aprecia y respeta lo diferente: Ante la intolerancia, la agresividad y la eliminación del adversario, hoy se nos pide el gesto de tener una actitud positiva frente al otro, reconociendo como una riqueza cultural la diversidad de posturas, opiniones y puntos de vista. 15 Cf. Gaudium et Spes N. 1
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2. Diálogo que valora el pluralismo: Frente la pretensión de imponer una determinada cultura y criterios, hoy se nos pide el gesto de ser pluralistas, es decir, de acoger y valorar la diversidad étnica, cultural, lingüística, política y de otra índole, como fuente de ricas potencialidades para el desarrollo, si se pone al servicio del interés común. 3. Diálogo que cree en el diálogo: Frente a la violencia como forma de resolver los conflictos, se nos pide el gesto de ser hombres y mujeres capaces del diálogo respetuoso de la verdad, la libertad, los derechos humanos y la democracia. Hombres y mujeres que apuestan por el diálogo y seguros de que éste es el camino que lleva a la paz y propicia la fraternidad y la convivencia social. 4. Diálogo que valora la libertad: Frente al secuestro de la verdad y de la autonomía personal mediante la fuerza de las armas, la imposición y el control social, se nos pide tener fortaleza y decisión para vencer el miedo y ser capaces de actuar libre y responsablemente animados por el deseo de construir una sociedad donde todos quepamos. 5. Diálogo que promueve la solidaridad: Ante una mentalidad individualista y de competencia radical, que divide y excluye, el diálogo ha de partir del reconocimiento del otro como un hermano con el que es posible construir un presente y futuro mejor para todos. 6. Diálogo que fomenta la participación de todos: En nuestras sociedades es común que unos pocos decidan por todos; el diálogo auténtico debe involucrar a todos, es decir, ser participativo para constituir de esta forma una sociedad verdaderamente incluyente y democrática.
7. Diálogo que promueve el respeto a la verdad: La mentira es el arma de los violentos y poderosos para ocultar y justificar las injusticias. El diálogo siempre está orientado a buscar la verdad como la fuerza de la paz para caminar en ella y colaborar en su construcción. 8. Diálogo que favorece la confianza: Frente a la desconfianza, la estigmatización y prejuicios en las relaciones sociales, es imprescindible creer en el otro como condición básica para un diálogo fructífero que permita llegar a acuerdos en pro del bien común, el desarrollo integral y la paz. En conclusión, una Iglesia dialogal al servicio del mundo es una Iglesia que apuesta “en favor de la sociabilidad de los hombres, de su vocación de caminar juntos de manera estable, mediante un encuentro convergente de inteligencias, voluntades y corazones hacia el objetivo que le ha fijado el Creador: el de hacer la tierra habitable para todos y digna de todos”16. Esta genuina intuición evangélica del Concilio Vaticano II que supo desarrollar la Gaudium et Spes, es la que hoy nosotros los cristianos del siglo XXI estamos llamados a potenciar y máxime aún cuando somos parte de un mundo cada vez más diverso y plural; en este contexto se trata de proponer y no imponer; servir y no dominar, para que de esta manera la Iglesia, asumiendo la misión de Jesús, esté en el mundo no para juzgarlo o condenarlo sino para amarlo y salvarlo17.
16 JUAN PABLO II. El Diálogo por la Paz, una Urgencia para nuestro Tiempo; Jornada Mundial de Oración por la Paz del 1 de enero de 1983. N.6 17 Cf. Juan 12, 47
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DECLARACIÓN “GRAVISSIMUM EDUCATIONIS”. Del Concilio Vaticano II a Aparecida
“50 años de Pastoral Educativa” Por: Gustavo Calle Giraldo, Mons.
La educación es un proceso formativo dentro de una cultura y da como resultado la formación de la persona de manera integral. La educación ha procurado iluminar la realidad del hombre, pero en esta tarea se percibe que en algunos momentos, ella se ha anquilosado originando una no respuesta al enriquecimiento cultural del hombre. De ahí es entendible que en la actualidad la educación haga esfuerzos para iluminar las realidades actuales del hombre. La educación es parte integrante y constitutiva del Ministerio de Evangelización de la Iglesia, todo lo concerniente a la comunidad humana (situaciones y problemas relacionados con la justicia, el desarrollo, la promoción humana, la paz, entre otros.) no es ajeno al ser y al quehacer de la Iglesia; la Evangelización sería incompleta si no tuviera en cuenta la mutua conexión entre el Evangelio y la vida personal y social del hombre, de tal manera que entre Evangelización y promoción humana existen vínculos de orden antropológico porque el ser humano no es un ser abstracto sino sujeto a los problemas sociales y económicos; vínculos de orden teológico porque no se puede disociar el plan
de redención, que llega hasta situaciones de injusticia, a las que hay que hacer frente, y de justicia, que hay que restaurar; vínculos de orden evangélico como es el de la caridad, categoría ético-teológica fundamental en el pensamiento social del Papa Benedicto XVI; el aporte de la educación es imprescindible en la resolución de los problemas sociales. Sobre la base de las consideraciones anteriores se hace necesario plantear las fortalezas y las debilidades que presenta la educación en la actualidad. Es así como se observan claramente las siguientes fortalezas: La apertura del conocimiento, el estudiante es el centro de la formación, el acceso a la educación, la cualificación de los docentes, la infraestructura, la logística y la retroalimentación para desarrollar los procesos formativos, la vinculación del estamento gubernamental en el ámbito local, regional y nacional para apoyar el desarrollo educativo, la voluntad administrativa y financiera para la creación de instituciones educativas en los diferentes niveles, el empoderamiento que ofrece a los estudiantes a través de las competencias y las capacidades, la estandarización educativa, la
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relación y la vinculación entre lo académico y lo laboral; la utilización de las redes sociales como consecuencia de las TICS en su participación en la globalización. La educación al ofrecer el conocimiento se hace participativa, permite el desarrollo integral de un “Proyecto de Vida”, la interacción y la socialización de una manera pertinente, eficiente y coherente, así se puede afirmar: -que todos somos agentes educativos-. De igual manera se observan algunas debilidades, entre otras: deficiencias e inadecuaciones de algunos sistemas educativos, la inclusión frecuente de factores contrarios a la vida, a la familia y a una sana sexualidad, la deserción escolar, los distractores que se presentan en el ambiente académico, la violencia que a veces enmarca el contexto del medio escolar, la falta de oportunidades laborales después de finalizar unos estudios universitarios, la descomposición social que lleva a la descomposición familiar, la poca cualificación de los estudiantes de los países en vía de desarrollo comparados con los estudiantes de países desarrollados.
Frente a estas fortalezas y debilidades, los organismos internacionales como la ONU en la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 10 de diciembre de 1948 en la que afirma en su artículo 26, 2: “Toda persona tiene derecho a la educación, al acceso de estudios superiores. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana…”. También entidades gubernamentales a todo nivel han planteado soluciones que permitan desarrollar un significativo proyecto educativo. No ajena a la realidad educativa, la Iglesia con su acción pastoral en el ámbito educativo, pretende anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de relaciones sociales para fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio. De ahí se entiende que la Iglesia a través del Concilio Vaticano II haya manifestado un interés vocacional de evangelización educativa dando criterios y orientaciones pastorales a esta misión, que ha iluminado y que ilumina a través de estos cincuenta años. Ya en su Declaración “Gravissimum Educationis” sobre la Educación Cristiana del 28 de octubre de 1965, en continuidad con la doctrina enseñada por Pío XI en la Encíclica “Divinis Illius Magistri”, sostendrá la importancia decisiva de la educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo como lo indica en el proemio: “En realidad la verdadera educación de la juventud, e incluso también una constante formación de los adultos, se hace más fácil y más urgente en las circunstancias actuales. Porque los hombres, mucho más conscientes de su propia dignidad y deber, desean participar cada vez más activamente en la vida social y, sobre todo, en la económica y en la política; los ma-
ravillosos progresos de la técnica y de la investigación científica, y los nuevos medios de comunicación social ofrecen a los hombres, que, con frecuencia gozan de un mayor espacio de tiempo libre de otras ocupaciones, la oportunidad de acercarse con facilidad al patrimonio cultural del pensamiento y del espíritu, y de ayudarse mutuamente con una comunicación más estrecha que existe entre las distintas asociaciones y entre los pueblos”. Consciente también, el Concilio de su tarea educativa, agrega: “el deber de la educación corresponde a la Iglesia no sólo porque debe ser reconocida como sociedad humana capaz de educar, sino, sobre todo, porque tiene el deber de anunciar a todos los hombres el camino de la salvación, de comunicar a los creyentes la vida de Cristo y de ayudarles con atención constante para que puedan lograr la plenitud de esta vida. La Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación que llene su vida del espíritu de Cristo y, al mismo tiempo, ayuda a todos los pueblos a promover la perfección cabal de la persona humana, incluso para el bien de la sociedad y para configurar más humanamente la edificación del mundo” n 3.
Educativa. Resulta oportuno citar lo expresado en cada una de las cinco conferencias: • En la Conferencia de Rio de Janeiro (1955) se expresa: “Formar convenientemente las conciencias de los católicos en el deber de mantenerse fieles a la Iglesia y de defender su fe y la de sus hijos, preocupándose seriamente de que reciban una educación católica y evitando cuidadosamente el exponerles al peligro de la apostasía, sobre todo enviándolos a instituciones católicas” (Rio, 71)
Es así, que a cincuenta años del Concilio Vaticano II, cabe discernir nuevos cambios de los tiempos: la libertad y el pluralismo, la operatividad de los medios de comunicación, la informatización del conocimiento, los despliegues de la tecnociencia, la economía global, el cambio de paradigma de la moral sexual, la metamorfosis de la religiosidad y la sustentabilidad ecológica de la tierra, el relativismo, entre otros.
• La Conferencia de Medellín en agosto de 1968, expresa el proceso de iluminar el quehacer educativo y manifestó la importancia de la educación como un factor decisivo en el continente, para ello desarrolló unas características de la educación en América Latina y concluyó sobre la necesidad de un desarrollo integral de todos los hombres en la comunidad latinoamericana y de las deficiencias e inadecuaciones de la educación tanto en lo público como en lo privado, incluida la Iglesia. Asimismo le dio gran importancia a los procesos de creación y a las actualizaciones de las universidades. De la misma manera afirma: “La carencia de una conciencia política en nuestros países hace imprescindible la acción educadora de la Iglesia, con objeto de que los cristianos consideren su participación en la vida política de la Nación como un deber de conciencia y como el ejercicio de la caridad, en su sentido más noble y eficaz para la vida de la comunidad” (Medellín, Just, 16)
Se hizo necesario que la Iglesia latinoamericana se uniera para dar respuesta a los cambios y percepciones del mundo actual e iluminar desde el Evangelio las realidades sociales, entre ellas los avances en la Pastoral
• El Documento de Puebla (1979) “llama a una renovada conversión en el plano de los valores culturales, para que desde allí se impregnen las estructuras de convivencia con espíritu evangélico” (n
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438) y es precisamente desde esta preocupación que se entiende la opción de la Iglesia por una educación capaz de transformar la cultura con los valores del Evangelio, que posibilite la creación de una nueva sociedad: más justa, más humana, más fraterna. Para ello la educación debe ajustarse a los procesos culturales y étnicos. La Conferencia propone unos principios y criterios que son pertinentes concretar de la siguiente manera: La educación es una actividad humana del orden de la cultura y ésta tiene una finalidad esencialmente humanizadora en cuanto que, personaliza, libera, integra al hombre, transforma la sociedad y construye la historia. • La Conferencia de Santo Domingo (1992) da a entender que la educación es la asimilación de la cultura, así que la educación cristiana es la asimilación de la cultura cristiana. En todo caso la educación es un proceso dinámico que dura toda la vida de las personas y de los pueblos. Sin olvidar el pasado vive el presente y se proyecta hacia el futuro, de ahí que la Nueva Evangelización no puede prescindir de la educación cristiana, dando importancia a la educación superior, declara: “Un gran reto es la Universidad católica y la universidad de inspiración cristiana, ya que su papel es especialmente el de realizar un proyecto cristiano de hombre y, por tanto, tiene que estar en diálogo vivo, continuo y progresivo con el humanismo y con la cultura técnica” (SD, 268) • En Aparecida (2009) la escuela católica es invitada a un proceso de conversión, en ella se puede confirmar y actualizar la novedad del Evangelio suscitando discípulos misioneros; la escuela por tanto será un lugar privilegiado para conocer y amar a Jesucristo, donde sus miembros actúen según el
Evangelio, la conversión de la escuela lleva a pasar de una pastoral de conservación a una pastoral decididamente misionera, donde todos los agentes educativos hacen parte activa del actuar misionero de la Iglesia (Cf. DA, 328, 332, 337, 340, 345, 370) La Iglesia, como Madre y Maestra1 que es, actúa “con clara conciencia de su dimensión misionera y evangelizadora y ha cumplido en las distintas épocas de la historia la tarea que el Señor Jesús le encomendó: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt. 28, 1920)” (Cf. DNPE). Se considera pertinente expresar con ocasión de la celebración de los cincuenta años del Concilio Vaticano II, que “la Iglesia ha permanecido fiel a su Fundador y ha enseñado la Buena Nueva no desde la sola transmisión de verdades sino como una forma de vida” (Cf. DNPE) capaz de avanzar, acompañar, transformar, recrear un lugar y un ambiente para: -- Percibir la diferencia entre la educación en general y educación católica en particular. -- Encontrar al Dios vivo, el cual se revela en Jesucristo como fuerza transformadora de su amor y de su verdad. -- Crecer en el conocimiento y en la comprensión de Cristo y de su enseñanza. -- Fortalecer el testimonio de vida cristiana, alimentada por la gracia del Espíritu y del Evangelio. -- Trascender lo particular y lo subjetivo, a la verdad absoluta y objetiva. 1 JUAN XXIII. Carta Encíclica Mater et Magistra, 53 AAS (1961) 453
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-- Ayudar al hombre en su proceso de maduración de la fe – Conciencia del Dios de la fe -. -- Continuar en la Pastoral Educativa de la Iglesia con una de las más importantes manifestaciones de su Misión Evangelizadora, como es la de seguir fortaleciendo, motivando y manteniendo en el futuro las obras educativas católicas con los procesos de formación de todos sus agentes educativos. -- Estructurar un sistema educativo adecuado, pertinente e incluyente; que articule los principios y orientaciones de la educación ofrecidos por la Iglesia con los principios y lineamientos gubernamentales de tal manera que haya coherencia y eficacia en los procesos educativos. -- Proclamar con confianza “la esperanza que no defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado”. (Rm, 5, 5) Sobre las bases de las consideraciones anteriores y reflexionando en el marco de los cincuenta años del Concilio Vaticano II, queda claro que la Iglesia Católica no es ajena a las realidades humanas, por el contrario las asume de tal manera, que hace de ellas un objetivo en el cual persiste en su deseo de instaurar entre nosotros el reinado de Cristo, razón de ser de su tarea y misión y por la cual, hoy sigue siendo para nosotros Mater et Magistra; además, es una tarea que todos debemos vivir, sentir y hacer desde la Pastoral Educativa en un proceso de doble vía “Evangelizar Educando y Educar Evangelizando”.
Por: Luis Gabriel Molina Cano.
DECLARACIÓN “NOSTRA AETATE”. Las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas
Estudiante de Teología
El 28 de octubre de 1965 fue promulgada una de las declaraciones conciliares más controvertidas y difíciles de conciliar, dada la apertura que significaba para las relaciones de la Iglesia Católica Romana con otras religiones no cristianas, con casi el mismo tiempo de antigüedad. La constitución dogmática Lumen Gentium1, en su numeral 65, indicará también la importancia de reconocer la presencia de Dios en otras religiones, culturas, pueblos y gentes que no conocen el Evangelio de Dios, pero que igual tienen en sus corazones las “Semillas del Verbo”. De este modo, la declaración “Nostra aetate” reconocerá, sin desconocer el valor fundamental que tiene la evangelización cristiana, que las religiones no cristianas, mencionadas en el documento, tienen también la gracia de poder allegarse a la única salvación dada por Dios. Es tan importante esta declaración, que el propio Papa Juan XXIII nombró a un cardenal como su emisario 1 Constitución Dogmática Lumen Gentium, Nral. 16: Todo lo bueno y verdadero que se halla entre ellos [los que no conocen el Evangelio] la Iglesia la considera como una preparación evangélica dada por Aquel que ilumina a todos los hombres para que tengan vida. …
para la elaboración de este documento, que encontró grandes dificultades dentro de los padres conciliares. Luego de varias sesiones en las cuales se discutió, se llegó por fin a un documento que traería nuevos retos pero también nuevos logros en el camino de la evangelización y de la relación, no sólo con otras religiones, sino también con las culturas. Serán cuatro las religiones con las cuales entrará en diálogo con la “Nostra aetate”: los hinduistas, los budistas, los judíos y los musulmanes. Muy importante los dos últimos, dadas las diferentes vicisitudes que la historia mostraba en el caminar de las relaciones entre unos y otros.
En segundo lugar, la declaración hará una segunda referencia para con los budistas. Religión igualmente antigua, que reconoce la insuficiencia del mundo, enseñando a los hombres a buscar un grado superior de pureza de vida “por sus propios esfuerzos o apoyados en un auxilio superior”.3 Frente a estas dos realidades, los padres conciliares llamaron al respeto y a la confianza, valorando sus elementos comunes, aprendiendo quizá de algunas de sus enseñanzas, pero sin perder nunca de vista la enseñanza cristiana impartida a través de la historia por la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, que lleva a la única Verdad que es Cristo, el Hijo de Dios.
Se le reconocerá en primer lugar a los hinduistas, primero su antigüedad, y segundo, su desvelado esfuerzo por investigar “el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos”2. Así mismo, se les reconoce su denodado esfuerzo por liberar al hombre de sus angustias a través de su vida ascética y con su meditación buscando así a Dios con infinito amor y confianza.
Quizá los dos puntos más difíciles a la hora de tratar las relaciones con otras religiones no cristianas, eran la Religión Judía y la Religión del Islam, no sólo por las connotaciones dogmáticas y de fe, sino también por los diferentes avatares negativos que en la historia hacían referencia a estas relaciones.
2 Declaración Nostra Aetate, Nral 2.
3 Ibid, Nral 2
En primer lugar, las relaciones con los musulmanes no habían sido muy bue-
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nas hasta la época, y todavía vivía en la memoria colectiva de ambas religiones, el Medioevo con sus diferentes conflictos, no sólo religioso, sino también de poder terreno. Claro ejemplo de estos roces, fueron las cruzadas, que no fueron sino gravísimos choques entre católicos y musulmanes. Por eso es importantísimo el llamado al respeto hacia los seguidores del Islam, seguidores del único Dios, un Dios trascendente y omnipotente, el mismo Dios al cual nosotros seguimos y adoramos. Hay algo mucho más trascendente en este apartado: el reconocimiento de los puntos en común, más que los elementos que distancian a ambas religiones. Es así como se valoran grandes virtudes, que pueden ser, aun en la actualidad, elementos de unión entre católicos y musulmanes: 1. El sometimiento de Abraham a Dios. 2. El reconocimiento de Jesús como profeta, aunque no como Hijo de Dios. 3. Veneración a la Santísima Virgen María. 4. La espera del juicio final, donde Dios remunerará las actuaciones de todos. 5. La honra a Dios con oración, limosnas y ayuno. El Concilio, de una forma conclusiva frente al Islam, llamará al olvido frente a todas aquellas situaciones que separaron y enemistaron, para que cristianos y musulmanes “procuren sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres”4. Por último, y no menos importante, se hará referencia a la Religión Judía. Esta sí que es una historia llena de rencores y dolores, desde el mismo 4 Ibid, Nral 3.
tiempo de la estadía terrenal de Jesús entre la humanidad. Por muchísimo tiempo, hasta antes de la reforma litúrgica de la Semana Santa del Papa Pío XII, donde se les llamaba “pérfidos judíos”, en las mismas celebraciones se notaba cierto resentimiento contra este pueblo. El Concilio será claro al afirmar que no es el pueblo judío el culpable de la muerte de Jesús, sino sus autoridades con sus seguidores. Pero lo más importante, es el llamado a no definírseles más como “réprobos de Dios y malditos”5, sino a reconocérseles como los hermanos mayores de los cuales nació nuestro Salvador. Hay un hecho primordial dentro de esta declaración: la importancia relevante que se le da a la Sagrada Escritura, al afirmar que no es de ésta, que nació el resentimiento contra el pueblo judío (Cfr. Nral 4, N.E.). Además, teniendo en cuenta los que para la época eran acontecimientos recientes, reprueba cualquier persecución contra el pueblo judío, también deplorando el odio, y cualquier manifestación antisemítica de cualquier tipo y persona contra los judíos. Siguiendo lo escrito por san Juan: “el que no ama, no ha conocido a Dios” (1Jn 4,8), los padres conciliares llaman a toda la Iglesia Católica al respeto hacia estos hermanos no cristianos, sin dejar de profesar su fe ni de enseñar su fundamentos en la Tradición y el Magisterio. Será la declaración “Nostra aetate”, un llamado radical a romper cualquier tipo de discriminación entre hombre y pueblos, en su “dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan”6. Además llama no sólo a romper con la discriminación por motivos de religión, sino también por raza, color o condición. 5 Ibid, Nral 4. 6 Ibid, Nral 5.
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Un llamado a una conducta ejemplar de los cristianos, para que con sus vidas y actitudes se hagan partícipes de un mundo en el cual haya paz entre todos los hombres, “para que sean verdaderos hijos del Padre que está en los cielos”7. Fue tan importante esta declaración, que el 28 de octubre de 1965, en la sesión pública del Concilio, el voto definitivo resultó de 2.221 votos a favor, 88 en contra y 3 nulos, por lo cual el papa Pablo VI la promulgó solemnemente. A partir de esta importante declaración, emanada del Concilio Vaticano II, comenzarán ingentes esfuerzos de la Iglesia Católica, en la construcción de nuevas relaciones con las religiones no cristianas. Será así, como se dará un papel muy relevante al ecumenismo en los pontificados siguientes al sacrosanto Concilio. En 1986, el beato Juan Pablo II llevará a cabo el primer encuentro ecuménico, en la ciudad de Asís, del cual participó personalmente. Luego, en el año 1988 creará el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. Siguiendo sus pasos, y en la celebración de los 25 años de este primer encuentro, el Papa Benedicto XVI, celebrará un segundo encuentro ecuménico en Asís. Iluminados por la acción del Espíritu Santo, que se movió fuertemente en el Concilio Vaticano II, los cristianos estamos llamados a fortalecer nuestra fe, a conocer mejor la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, y a partir de éstos, promover una convivencia pacífica y cordial con todos aquellos que, como ya lo hemos mencionado, poseen la semilla del Verbo y también están llamados a la Salvación.
7 Ibidem.
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DECLARACIÓN “DIGNITATIS HUMANAE” El Concilio de la libertad religiosa Por: + Hugo Torres Marín Obispo Auxiliar de Medellín
El 7 de Diciembre de 1965 era aprobada por los padres conciliares la declaración Dignitatis Humanae (DH), catalogada por algunos como la “carta magna de la libertad religiosa”. Ha sido tan valiosa esta Declaración, tan relacionado está su contenido con el de otros documentos conciliares y tanto ha servido de piedra de apoyo al magisterio social de la Iglesia posconciliar, que no ha faltado quien califique al mismo Concilio Vaticano II como el “Concilio de la libertad religiosa”. La elaboración del texto final de esta declaración de apenas 15 números distribuidos en un sumario (1), y dos capítulos: I. Noción general de la libertad religiosa (2-8), II. La libertad religiosa a la luz de la Revelación (915), no creería el lector que hubiese sido tan compleja. Se necesitaron 4 sesiones plenarias, una por cada año de la duración del Concilio y muchas redacciones de textos – borradores se fueron sucediendo a medida que se profundizaba en el contenido de la declaración. En la primera sesión fueron presentados dos textos que contenían temas como la relación Iglesia estado, la
tolerancia religiosa y la libertad religiosa, pero algunos cardenales sugirieron que el tema debería ser la libertad de conciencia. En la segunda sesión, luego de muchas posiciones, fue tomando fuerza el tema de la libertad religiosa desde una clave pastoral siguiendo la linea del magisterio del Pacem in Terris sobre los derechos humanos (No. 14-21) publicada en 1963. En la sesión tercera el debate se puso caliente y mientras unos defendían una libertad religiosa “firme, clara y precisa” que reflejara la total independencia Iglesia – Estado, otros se oponían a la libertad religiosa queriendo simplemente enfatizar la diferencia entre estar en la verdad o en el error y otros pedían que el “Estado reconociera la verdad del catolicismo y le diera su lugar en la sociedad”, al final se impone el tema de la libertad religiosa entendida como un derecho que la organización jurídica de la sociedad debe reconocerle a toda persona. A estas alturas ya hay un buen adelanto del texto final. En la sesión cuarta, precedida de seis relaciones de esquema de texto, discusiones, votaciones de las propuestas de texto, se llega a la consolidación y aceptación del texto final que fue votado por los padres conciliares con 2.308 placet,
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70 non placet y 8 votos nulos, validando de este modo la “aspiración de la Iglesia a la libertad civil y social en materia religiosa, la libertad de profesar una fe, la libertad ante el Estado para manejar sus asuntos internos y la libertad de anunciar el evangelio”. En una primera parte de la declaración los padres conciliares enseñan que toda persona en razón de su dignidad tiene derecho, a nivel individual y comunitario, a dar culto a Dios según el dictamen de la propia conciencia y que es deber del Estado en su ordenamiento jurídico reconocer, proteger y armonizar el ejercicio de ese derecho, debe propiciar que las personas tomen conciencia, conozcan su derecho a la libertad religiosa y lo respeten en los demás. En la segunda parte de la declaración los padres conciliares explican que la libertad religiosa es un derecho natural y en cuanto tal, está contenido en la revelación, de ahí que la declaración describa la actitud de respeto del mismo Dios, de Jesús, de los apóstoles y la Iglesia ante la decisión libre del hombre con relación a su acto de fe, su cultura y su religión.
La declaración deja asentado con toda claridad que el derecho a la libertad religiosa tiene como único fundamento la dignidad de la persona humana, que éste derecho es una consecuencia del ejercicio de sus otros derechos, tales como la libertad; la búsqueda responsable de la verdad - la cual una vez encontrada- es preciso asumirla con plena responsabilidad; y el derecho a la propia identidad, la cual queda salvaguardada cuando se evita todo tipo de manipulación, imposición externa o impulso interior ciego. Como consecuencia del libre ejercicio del acto religioso, la declaración en su numeral dos, que se constituye en el núcleo de la misma, ofrece lo que algunos han llamado el contenido de la libertad religiosa, “inmunidad de coacción”, que consiste en no obligar a nadie a obrar en contra de su conciencia en materia religiosa, ni en impedirle a actuar en este mismo sentido. De este derecho individual de la persona al ejercicio de la religión sin coacción, se derivan otros derechos del individuo en cuanto actúa como miembro de una comunidad religiosa (ver D.H 4) y la consecuente obligación del Estado para protegerlos desde su ordenamiento jurídico. Desde los primeros borradores estudiados en las sesiones que originaron el texto final de la D.H, la Iglesia siempre ha aparecido como la defensora de los derechos fundamentales de la persona y en consecuencia protectora número uno de la libertad religiosa. Signo de esto es que ya hace parte de la doctrina católica, la defensa de los derechos fundamentales del hombre (Catecismo Iglesia Católica Nos.1774-1796; 2258-2317;. Para quienes consideran que “el Concilio Vaticano II puede ser definido como el Concilio de la libertad religiosa, el mayor impacto de la declaración en la vida de la Iglesia consis-
te en rescatarle “cierta imagen poco atractiva, y hasta rechazable” frente al mundo. Hasta ese momento era impensable tratar la cuestión de la libertad religiosa y en consecuencia ante los totalitarismos reinantes como el fascismo, el marxismo o el capitalismo, la Iglesia de manera categórica rechaza cualquier intervención y propende por la desaparición de todo tipo de esclavitud y el respeto por un justo y respetuoso pluralismo. La declaración DH, establece una especie de validación de la doctrina de los pontífices anteriores al Vaticano II en el tema de la dignidad de la persona humana y sus derechos como lo contenido en la Pacem in Terris, a la vez que se constituye en un referente necesario del pensamiento social de la Iglesia posconciliar. Asi, en la Evangeli Nuntiandi 39 el Papa Pablo VI pide sean asegurados los derechos del individuo entre los cuales resalta la libertad religiosa y en la Eclesiam Suam 65, recuerda que es parte de la tarea evangelizadora de la Iglesia cuidar que no se viole el derecho a la libertad religiosa, así como evitar cualquier tipo de coacción exterior y la invita a utilizar la vía de la educación, la persuasión interior y la conversación, para solucionar cualquier diferencia de tipo religioso. El rico y abundante magisterio del beato Juan Pablo II contiene muchas referencias a la Dignitatis Humanae, con lo cual la doctrina sobre el respeto de la libertad religiosa de los pueblos se ha ampliado y se ha divulgado en todos los sectores de la sociedad. Así por ejemplo en los ambientes gubernamentales como la ONU, el saludo a los embajadores ante el Vaticano, el Papa pide explícitamente que se respete el derecho a la libertad de opinión, a la conciencia individual, a la religión, reconoce la libertad religiosa como “piedra angular del edificio de los derechos humanos” y la considera como medio necesario para que el individuo y la
sociedad logren su propia realización y muy especialmente contribuyan a una “pacífica convivencia de los hombres”(mensaje mundial de la Paz, 1991). En otros documentos afirma que aunque va creciendo la toma de conciencia de la dignidad de la persona humana fundamento de todos los derechos y obligaciones (Veritatis Splendor, 31), pone de presente que la raíz de muchos de los problemas de la humanidad está en el no respeto de la libertad religiosa (Redentor Hominis, 17; Libertatis Conscientia, 19). En su magisterio el Papa Benedicto XVI deja ver la preocupación del derecho a la libertad religiosa como parte esencial de la dignidad de la persona humana. En su encíclica Caritas in Veritate, 29 afirma que el respeto por la libertad religiosa es una forma de contribuir al desarrollo de los pueblos, pero que cuando el tema religioso se politiza o ideologiza, como es el caso del terrorismo de inspiración fundamentalista, o el ateísmo practico que imponen algunos Estados, se priva a los ciudadanos del compromiso moral de las personas que desean colaborar con el desarrollo humano integral, lo que termina empobreciendo a toda la sociedad. Es una constante preocupación del Papa Benedicto XVI la situación de violencia en el mundo motivada por el irrespeto al derecho de la libertad religiosa. Esta realidad inspira el mensaje titulado “ la libertad religiosa camino para la paz”, en el cual se encuentran elementos doctrinales nuevos que amplían los ya aportados por la declaración DH respecto a la responsabilidad de todos los individuos, instituciones y Estados para que asuman como “patrimonio propio” y no como algo exclusivo de los creyentes la libertad religiosa, pues “Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana, oscurecer el papel público de la religión; significa generar una
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sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera naturaleza de la persona humana; significa hacer imposible la afirmación de una paz auténtica y estable para toda la familia humana” (mensaje LXIV para la jornada mundial de la Paz 2011). El mejor homenaje que se debería hacer con motivo de los 50 años del Concilio Vaticano II, sería volver a leer cada uno de sus documentos extrayendo de ellos aquellos principios y criterios doctrinales o pastorales que permitan responder a las nuevas necesidades de la Iglesia. En el caso de la libertad religiosa, cuando de un lado se ven nacer grupos religiosos con carácter de Iglesias que ante el Estado son equiparadas en sus derechos a las Iglesias tradicionales como la Católica, y de otro, se va experimentado un Estado cada vez màs indiferente ante lo religioso y por lo mismo cada vez más lejano de la Iglesia Católica, se precisa mantener un diálogo abierto entre las instituciones religiosas y las civiles, entre los representantes religiosos y los representantes de la cultura laica. Es importante este diálogo porque poco a poco la cultura laica va permeando toda la sociedad para encontrar elementos comunes que ayuden a mantener la unidad de la comunidad, para evitar individualismos negativos y superar prejuicios, pero ante todo para cuidar que en aras del respeto del derecho a la libertad religiosa de personas y grupos, se conserve el patrimonio de ritos, símbolos propios de cada institución, se proteja la fe de los fieles y se evite todo atropello que en nombre de la fe se hace a la dignidad de la persona humana fundamento de todos sus derechos individuales y asociativos.
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DECRETO “AD GENTES”: Conjugaciones trinitarias y conexiones eclesiales Por: Bernardo Colmenares Gómez, Pbro.
Cristo y el Espíritu Santo han sido enviados y nos han regalado misterios sublimes por voluntad del Padre: Encarnación, Pascua y Pentecostés nos permiten conocer indefinida e inagotablemente la profundidad del Misterio de Dios en la historia humana. A su vez, los Apóstoles también han sido enviados a otros lugares, pueblos, naciones y al mundo entero a anunciar la Buena Noticia. El decreto Ad gentes, fundamenta su labor y sus propuestas desde el movimiento mismo de la Santa Trinidad, que se lanza a realizar el gran proyecto de su amor por la humanidad y la Creación entera: Salir, ir, ser enviado, desplazarse, anunciar, renunciar, encarnarse, vivir, convivir, acoger, servir, morir, resucitar y tantos otros verbos se han transformado en conjugaciones trinitarias, en verbos del Verbo. Uno de los seminaristas de Medellín que hizo el año de pastoral en la Diócesis de Troyes (Francia) decía con una admirable convicción y con frecuencia una frase que quedó grabada en la memoria de muchos de quienes lo escuchábamos: “Somos de países diferentes, hablamos distintas lenguas, pensamos de otra manera y tenemos culturas diversas, pero hacemos parte de la misma familia que
es la Iglesia.” Ciertamente, el Espíritu Santo actuaba ya desde antes, pero es desde el acontecimiento de Pentecostés que “quedó prefigurada la unión de los pueblos en la catolicidad de la fe por la Iglesia de la Nueva Alianza” (AG 4). La presencia del misionero ad gentes anuncia y recuerda esta realidad eclesial, somos de la misma familia: hijos de un mismo Padre, hermanos en Jesucristo, reunidos en el Espíritu Santo; sin importar nuestro origen, raza, pueblo o nacionalidad. Aunque, para muchos esto parezca un simple ideal, en el misionero ad gentes la catolicidad de la fe adquiere todas las características de una expresión real. Un Concilio con clara intención misionera: Al celebrar los 50 años del Concilio Vaticano II, no podemos olvidar la clara intención misionera expresada no sólo en el Decreto Ad gentes sino a lo largo y ancho de sus documentos, en particular de sus 4 Constituciones. Basta con sólo citar algunos de sus numerales iniciales: -- DV 1: “…Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos visto
y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn., 1,23).” -- LG 1: “Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia. Y porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal…” -- SC 2: “… al edificar día a día a los que están dentro para ser templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la Liturgia robustece también admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo y presenta así la Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio
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de las naciones, para que, bajo de él, se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo pastor.” -- GS 1: “…La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos.” El Concilio Vaticano II busca desarrollar la voluntad evangelizadora como una renovación eclesial que abre las puertas y las ventanas a la Luz de Cristo, hacia la cual la Iglesia tiene la misión de atraer a sus contemporáneos: hombres y mujeres de todo horizonte. “Desear profundamente la santidad”, es decir, estar íntimamente unidos a Cristo, “responder al deber de anunciarlo”, “trabajar por la necesaria unidad de los cristianos” y “dialogar con el mundo contemporáneo”, son los cuatro objetivos que ocupan el trasfondo de una clara intención misionera y son al mismo tiempo expresiones verbales que todo discípulo de Cristo debe aprender a conjugar en su vida para hacer realidad su esencia misionera. La misión de los cristianos es servicio y enriquecimiento para la humanidad: Si bien es cierto que Dios Padre ama cada ser humano y puede inspirarlo con su amor en cualquier rincón del mundo o en cualquier época de la historia de manera directa y subjetiva, no por ello el testimonio de los cristianos y el anuncio explícito del kerigma queda sin valor, al contrario, la Iglesia está llamada a ser sacramento universal de la salvación (LG 48, 2), es decir, la Iglesia es misionera por naturaleza, tal como lo indica el imperativo misionero: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” (Mc. 16, 15) Es un de-
ber de la Iglesia entera “propagar la fe y la salvación de Cristo” (AG 5), por ello no podemos quedarnos impávidos frente a las necesidades de los pueblos pobres o en vía de desarrollo que requieren del anuncio del Evangelio o del acompañamiento en el crecimiento comunitario de la fe, o frente a la creciente descristianización de las Iglesias del Viejo Mundo, o frente a la avalancha de sincretismos diversos y de comunitarismos. Dar testimonio, ir, visitar, compartir la vida cotidiana y el tesoro de la fe cristiana se nos impone no sólo como una simple necesidad sino sobre todo como una misión confiada por Cristo, en persona. La Iglesia tiene el deber y el derecho sagrado de evangelizar: ser misionero hoy, es una necesidad que reclama eficacia (cf. AG 7). Conjugar los verbos de la evangelización es una prioridad tanto para el cristiano que vive en su propio medio como para quien es enviado ad gentes. La evangelización es un servicio a la humanidad y en este sentido la debemos entender, pues “el Hijo del hombre no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida para redención de muchos, es decir, de todos” (Mc. 10, 45 / AG 3). La Buena Noticia del Reino de Dios es ante todo el fruto de un amor profundo de Dios por la humanidad: Dios se hace niño, crece en su entorno familiar y es forjado por una cultura, comparte la vida diaria con los suyos y con sus discípulos. No hay verdadera evangelización sin un amor profundo por el otro (Cf. GS 3), evangelizar no requiere de generar tensiones y temores que obliguen de manera imperfecta a acoger el mensaje de Cristo y de la Iglesia, evangelizar es ante todo un ejercicio de liberación que exige un gran respeto por el otro y al mismo tiempo incluye la osadía de anunciarle ese Kerigma vivo que me hace vivir y que realiza en mí mismo el misterio pascual, antes de proponerlo a quien me escucha.
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El misionero “ad gentes” antes que “dar” se pone en condición de aquel que “recibe”: El trabajo de evangelización requiere “ver y descubrir” con respeto en un diálogo sincero y paciente las semillas de la Palabra presentes en las personas que no conocen directamente el Evangelio o que se alejaron de él por múltiples razones. En otras palabras, no se trata sólo de “dar”, se trata de “acoger” las riquezas humanas y espirituales del otro y “compartir” el tesoro de la fe que me hace vivir de una manera diferente y más plena. Ese acoger y compartir se realizan animados por la caridad, “así como Dios nos amó, nosotros nos amamos unos a otros” (cf. AG 11-12). “La semilla, que es la palabra de Dios, al germinar absorbe el jugo de la tierra buena, regada con el rocío celestial, y lo transforma y lo asimila para dar al fin fruto abundante. Ciertamente, a semejanza del plan de la Encarnación, las Iglesias jóvenes… toman en intercambio admirable, todas las riquezas de las naciones que han sido dadas a Cristo en herencia. (Cf. Sal. 2, 8)” AG 22. Desafíos actuales: 1. La misión de las Iglesias más jóvenes: “… toda Iglesia joven dé testimonio vivo y firme de Cristo para convertirse en signo brillante de la salvación, que nos vino a través de El.” AG 21. Es fácil observar en el mundo entero que las Iglesias particulares europeas y asiáticas siguen haciendo envíos de sacerdotes misioneros ad gentes a pesar de la escasez local de sacerdotes que experimentan, lo que me hace pensar en la ofrenda de la viuda pobre del evangelio (Lc. 21, 1-4), la cual no da de lo que le sobra sino de aquello que le es necesario y le permite vivir. Al mismo tiempo, pienso
en nuestras Iglesias particulares más jóvenes de América Latina, rica en posibilidades y desafíos, lo que me recuerda la Parábola de los Talentos (Mt. 25, 14-30): ¿los multiplicamos o los escondemos?. Ciertamente los modelos colonialistas que impulsaron en buena parte las misiones católicas en nuestros continentes no se pueden retomar como patrones para un retorno de la evangelización a las antiguas Iglesias o para partir a otras regiones del mundo donde el mensaje de Cristo aún no se conoce, ni se vive. Estos modelos nos dejan muchas enseñanzas históricas, entre las que la humildad, el nuevo ardor espiritual y la creatividad en los métodos adquieren una nueva importancia en el seguimiento de Jesucristo en el siglo XXI. El enorme desafío de la Nueva Evangelización hace del conjunto de los cristianos de América Latina el continente de la esperanza. ¡Esto ya lo hemos escuchado y leído muchas veces!, pero debemos reconocerlo, nos falta mucho para dar respuesta a la medida de las expectativas, nos cuesta mucho el servicio misionero ad gentes, sin por ello dejar de reconocer los grandes pasos que hemos dado en este campo en nuestra Arquidiócesis de Medellín, ni la buena labor local. Podríamos hacernos muchas preguntas, tales como: ¿Existen prejuicios frente a la misión ad gentes?, ¿conocemos las riquezas que esta trae para nuestra Iglesia local y universal?, ¿preparamos convenientemente los nuevos misioneros ad gentes, aportándoles motivación y formación?, ¿hacemos una relectura apropiada con quienes han vivido esta experiencia misionera en otros lugares de nuestro país y del mundo?, ¿valoramos el testimonio de quienes la viven o la han vivido?, ¿nuestras comunidades parroquiales reciben motivación y formación misionera?.
¿Como acompañar al enviado ad gentes, a qué lugar y con qué criterios de discernimiento? La humanidad entera se desplaza de un lugar a otro con mayor facilidad en estos últimos tiempos, pero ello no implica que cambiar de cultura deje de ser una ruptura parcial de la propia y exija todo un proceso de adaptación y de “nuevo nacimiento” en otra realidad y en otro contexto. Un discernimiento de parte de quien envía, de quien acoge y del enviado se hacen necesarios y ello reclama una cierta evolución en cuanto a la preparación de todo aquello que facilite un mínimo necesario para una acogida digna del misionero ad gentes que al mismo tiempo le permita hacer una relectura de su “Pascua Misionera”, de su morir (renuncias, esfuerzos y sufrimientos) como de su resurrección (avances, alegrías, aprendizajes, “nueva familia” y logros). La labor misionera ad gentes continuará siendo una cantera muy valiosa para la Iglesia local y universal, nos queda a nosotros la tarea de motivar y formar los futuros misioneros ad gentes, atender con delicadeza los criterios del envío misionero a un lugar determinado, preparar la acogida de quienes llegan y no olvidar nunca que los “verbos misioneros ad gentes” han sido conjugados por la Santa Trinidad, por los Apóstoles y que ahora, para algunos de nosotros, nos corresponde el turno de conjugarlos. 2. Las nuevas Interconexiones Eclesiales: En un mundo donde las redes sociales toman cada vez más importancia, las comunicaciones y los desplazamientos geográficos se facilitan, resulta consecuente renovar la experiencia de las primeras comunidades cristianas que nos presenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles e igualmente San Pablo: estas interconexiones son los nexos entre las Iglesias particulares. Cristo, “de quien todo
el cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de conexiones que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor.” (Ef. 4, 16 / AG 5. 36) Muchas diócesis de diferentes puntos geográficos del planeta desarrollan actualmente relaciones privilegiadas entre sí, a estas conexiones eclesiales algunos les llaman hermanamientos, otros prefieren llamarlas diócesis gemelas o diócesis hermanas, lo cierto es que poco a poco se constituyen experiencias nuevas e interesantes en esa búsqueda de cohesión de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Estas interconexiones, adquieren características propias de acuerdo a la historia común entre las diócesis, las necesidades, las aspiraciones o la simple gratuidad en la relación. Estos nexos toman forma concreta a través de visitas mutuas, reflexiones conjuntas, proyectos solidarios y también a través del envío de fieles, sean laicos, religiosos, religiosas o sacerdotes. En la experiencia vivida, la acogida y el acompañamiento de estos misioneros ad gentes toman un carácter fraterno, organizado y responsable, sin que por ello dejen de existir tropiezos y dificultades. AG 37, lo recuerda: “Será muy útil, a condición de no olvidar la obra misional universal, mantener comunicación con los misioneros salidos de la misma comunidad, o con alguna parroquia o diócesis de las misiones para que se haga visible la unión entre las comunidades y redunde en edificación mutua.” Propuestas como éstas abren un abanico de posibilidades a los intercambios interdiocesanos y reviven el espíritu de las primeras comunidades que nos recuerda especialmente San Lucas y San Pablo. A manera de conclusión podríamos decir: -- El Decreto Ad gentes continúa vigente y actual, conserva su fuerza
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y su carácter desafiante para los cristianos de hoy. -- La Santa Trinidad es misionera: Cristo ha sido enviado por el Padre, Él mismo nos envía el Espíritu Santo de parte del Padre (AG 4). Cristo envía a los Apóstoles (AG 5), quienes renovados por la fuerza de Pentecostés cumplen el imperativo misionero: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.” Los verbos misioneros, aquellos que implican desplazamiento, conversión y pascua, son conjugados por Dios mismo y por los Apóstoles, a nosotros cristianos del mundo de hoy nos corresponde igualmente conjugar los verbos del Verbo. -- Celebrar los 50 años del Concilio Vaticano II, es también tomar conciencia de los grandes desafíos misioneros a los que éste nos compromete en cuanto Iglesia joven de América Latina y también en cuanto a la búsqueda creativa y dinámica de nuevas interconexiones eclesiales, que permitan un mejor flujo de misioneros ad gentes (laicos, religiosos, religiosas o sacerdotes) que nutran y permitan el crecimiento del Cuerpo de Cristo.
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Por: + Ignacio Gómez Aristizábal.
DECRETO “PRESBYTERORUM ORDINIS” Y la espiritualidad del sacerdote en el Concilio Vaticano II
Arzobispo Emérito de Santa Fe de Antioquia
El Concilio Vaticano II, que conmemora sus cincuenta años de apertura, en cada uno de sus documentos, sigue siendo para la Iglesia Universal un hecho de gracia; en particular, todos y cada uno de quienes hemos sido llamados por el Señor a la vocación sacerdotal necesitamos vivir con mayor empeño el compromiso de la espiritualidad sacerdotal. Este hecho invita a mayor fidelidad y profundización, para construir la figura del sacerdote de hoy, que debe participar en la gran tarea de la nueva evangelización urgido por un cambio cultural histórico y por la línea directriz marcada por los Santos Padres, tanto el Beato Juan Pablo II como Benedicto XVI. Desde los inicios de la Iglesia, el gran referente para la espiritualidad sacerdotal ha sido la figura de Jesucristo Buen Pastor, descrita por los Evangelios, vivida por los Apóstoles y explicada por los Santos Padres. El Evangelio nos recuerda que Jesús, después de orar, llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y para enviarlos luego a predicar (cfr. Mc. 3, 13-16): necesitamos día a día ser signo – sacramento de Cristo, cabeza y pastor de la Iglesia. Los santos sacerdotes de la historia nos lo siguen recordando, y
el Magisterio y la doctrina teológica, inmediatamente antes y después del Concilio Vaticano II, son exponentes cada uno a su modo de esta misma gracia siempre renovada. El Vaticano II es un punto de llegada y un punto de partida en la marcha de la Iglesia peregrina. Durante estos años de post-concilio, la Iglesia ha seguido recibiendo nuevas luces y gracias, para responder a problemas nuevos, profundizando en las gracias anteriores. Tales son: El mensaje a los sacerdotes de Pablo VI (1968), así como su encíclica “Sacerdotalis coelibatus” (1967), ofrece un abanico armónico de dimensiones del tema sacerdotal. El Sínodo Episcopal de 1971 ahonda en la espiritualidad sacerdotal para responder a la búsqueda de identidad del sacerdote, de suerte que su vida sea un signo coherente del Buen Pastor en un mundo que cambia. El Magisterio del Beato Juan Pablo II, con sus cartas del jueves santo y numerosos discursos sacerdotales, presentan una espiritualidad sacerdotal, que se expresa en el gozo de ser sacerdote, en el seguimiento generoso de Cristo Buen Pastor, en la fraternidad sacerdotal y en la disponibilidad misionera local y universal.
Pero es sobre todo la Exhortación Apostólica Post Sinodal “Pastores Dabo Vobis” del Beato Juan Pablo II (marzo 25 de 1992), el gran referente para la espiritualidad sacerdotal, que está sirviendo al nacimiento, al crecimiento y a la maduración de la identidad sacerdotal, en cuanto que es síntesis del pasado y presentación de elementos nuevos en lo más básico de la formación permanente del Clero. ALGUNOS ELEMENTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL A LA LUZ DEL DECRETO PRESBYTERORUM ORDINIS La espiritualidad o santidad sacerdotal queda descrita dentro del contexto de la santidad cristiana, como lo expresa la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II (capítulo V, n.39-42). Todo miembro de la Iglesia, bien que pertenezca a la Jerarquía o sea regido por ella, está llamado a la santidad porque Dios quiere que todos seamos santos (cfr. 1Tes. 4,3). Cada cristiano vive su espiritualidad según la propia vocación; siempre se trata de la caridad a imitación de Cristo: “Cada uno, según sus dones y funciones, debe avanzar con decisión por el camino de la fe viva, que susci-
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ta esperanza y se traduce en obras de amor” (LG, n. 41). En cuanto a los pastores, y más concretamente a los presbíteros, la espiritualidad queda relacionada con los ministerios ejercidos con espíritu de servicio y en la línea de la caridad pastoral. Esta caridad se practica por el diario desempeño de su oficio, como hicieron los santos sacerdotes del pasado. La llamada es concreta: “Es necesario que los pastores del rebaño de Cristo, a imagen del Sumo y Eterno Sacerdote, Pastor y Obispo de nuestras almas, realicen su ministerio con santidad, alegría, humildad y valentía. Si lo realizan así, será para ellos un excelente medio de santificación” (LG, n. 41). El Decreto Presbyterorum Ordinis, al reflexionar sobre el ministerio y vida de los presbíteros, estimula al sacerdote a buscar la identidad vital entre su propio ser sacramental y su obrar pastoral en la Iglesia: “Por el sacramento del Orden, los presbíteros se identifican con Cristo Sacerdote, como ministros de la Cabeza, para la construcción y edificación de todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como colaboradores del orden episcopal” (PO, n.12). En realidad todo el Decreto ofrece, ya desde el principio, una espiritualidad sacerdotal en relación a Cristo, Sumo Sacerdote y Buen Pastor. En los capítulos I y II describe cómo el sacerdote ministro participa de modo especial en el ser de Jesús y su misión, prolongando su acción profética, cultual y real. “El mismo Señor instituyó algunos como ministros que, en el grupo de los fieles, tuvieran la sagrada potestad del Orden para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y que desempeñaran públicamente, en nombre de Cristo, el ministerio sacerdotal a favor de los hombres” (PO, n. 2). En el capítulo III, titulado “La vida de los Presbíteros”, se puede decir que el
Decreto Presbyterorum Ordinis describe más sentidamente el tema de la espiritualidad sacerdotal. Se distinguen en él tres apartados: El primero “Vocación de los Presbíteros a la perfección” presenta unas líneas de fuerza que podrían concretarse en algunas afirmaciones literales: • “El sacramento del Orden los ha consagrado de una manera a Dios y los ha hecho instrumentos vivos de Cristo, Sacerdote Eterno, para que puedan continuar a través de los tiempos su obra maravillosa”. “Los presbíteros, consagrados por la unción del espíritu Santo y enviados por Cristo, dan muerte en sí mismos a las obras de la carne y se entregan totalmente al servicio de los hombres” (PO, n. 12). • “La manera propia de los presbíteros de conseguir la santidad es realizar sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo”. El ejercicio de la triple función sacerdotal requiere y favorece al mismo tiempo su vida de santidad: “Como ministros de la palabra de Dios, leen y escuchan cada día esta palabra que tienen que anunciar a otros…. Como ministros de las celebraciones sagradas, sobre todo en el sacrificio de la misa, los presbíteros representan de manera especial a Cristo, que se entregó a sí mismo para santificar a los hombres…. Al gobernar y apacentar al pueblo de Dios, el amor del Buen Pastor les impulsa a dar la vida por sus ovejas” (PO, n. 13). • Los presbíteros “realizando la misión del Buen Pastor, encontrarán en el ejercicio mismo de la caridad pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal que una su vida con su acción”. Esta caridad sacerdotal brota sobre todo del sacrificio eucarístico, que es el centro y la raíz de toda su vida (PO n. 14).
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El segundo apartado cuyo título es “Exigencias espirituales propias de la vida de los Presbíteros” trata de las virtudes concretas que Jesús Buen Pastor invita a vivir a cada uno de sus elegidos: humildad, obediencia, castidad y pobreza. • “Entre las virtudes más necesarias al ministerio de los presbíteros hay que citar aquella actitud del espíritu por la que están siempre dispuestos a buscar no su voluntad, sino la de Aquel que les envió” (PO, n.15). • “Cristo el Señor recomendó la perfecta y perpetua castidad por el reino de los cielos. La Iglesia la ha apreciado siempre, de manera especial para la vida sacerdotal. Ella es signo y al mismo tiempo estímulo de la caridad pastoral y fuente privilegiada de fecundidad espiritual en el mundo” (PO, n. 16). • “Los sacerdotes no deben de ninguna manera poner su corazón en las riquezas y han de evitar siempre toda codicia…. Más aún, están invitados a abrazar la pobreza voluntaria, con la que se identificarán más claramente con Cristo y estarán más liberados para el ministerio sagrado” (PO, n. 17). El tercer apartado “Recursos para la vida de los Presbíteros” presenta entre otros algunos medios de vida sacerdotal, que fomentan la vida espiritual. • “Para fomentar su unión con Cristo en todas las situaciones de la vida, los presbíteros disponen del ejercicio consciente de su ministerio…. Sobresalen aquellos actos en los que los fieles se alimentan con la Palabra de Dios en la doble mesa de la Sagrada escritura y de la Eucaristía”. “Para realizar con fidelidad su ministerio, deben amar de corazón el diálogo diario con Cristo en las visitas y en el culto per-
sonal de la Sagrada Eucaristía. Han de dedicar gustosamente tiempo al retiro espiritual y tener en gran estima la dirección espiritual” (PO, n. 18).
vechosamente con el estudio de los Santos Padres y Doctores y de otros testimonios de la Tradición…. Deben conocer bien los documentos del Magisterio” (PO, n. 19).
• “La ciencia de un ministro sagrado debe ser sagrada porque tiene su origen en una fuente sagrada y tiende a un fin sagrado. Por tanto, se saca, ante todo, de la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, pero también se alimenta pro-
Quien esto escribe manifiesta que se apropia de elementos que encuentra en sus lecturas, que esta espiritualidad es la que le ha llenado de gozo sacerdotal durante sus 54 años de ministerio y que desde su infancia, en el oriente antioqueño, luego en
la Arquidiócesis de Medellín y otras Diócesis ha conocido a un gran número de sacerdotes cuyas vidas han sido plenas de gozo en el espíritu de Jesucristo, en parte porque nutren sus vidas con las lecturas referentes a la espiritualidad sacerdotal. Una vez más se realiza el principio de que el estudio refuerza la espiritualidad y la espiritualidad refuerza el estudio.
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DECRETO “APOSTOLICAM ACTUOSITATEM” Por: Hna. Angela María Vélez Restrepo. Op
Acoger en el corazón y en la vida misma un documento de la Iglesia como Apostolicam Actuositatem, implica sentir como propio un discurso, una enseñanza, una invitación, una motivación, un reto. Podría afirmarse sin lugar a dudas que su S.S Pablo VI fue un visionario, un ser humano dotado de tal forma de la gracia del Espíritu que supo con sus palabras irradiar el sentido y el contenido de la misión del laico en la Iglesia. “…el apostolado de los laicos, que surge de su misma vocación cristiana nunca puede faltar en la Iglesia”. (A.A No.1). Y no puede faltar porque es esta presencia la que da nueva vida a muchos procesos, la que fortalece el trabajo pastoral, la que hace sentir que hay una misión común de anuncio que ha de mostrar la esencia de ser “Luz del mundo y sal de la tierra” (Mt 5,14) en las múltiples realidades del mundo de hoy. Los Laicos están llamados a participar en la misión de la Iglesia y esto implica empoderarse, sentirse parte constitutiva de algo y en consecuencia comprometidos frente a toda la acción pastoral que se desarrolla. Urge adentrarse en el mundo que se pretende transformar, el mundo de la
Iglesia, de la sociedad, de la familia, de la juventud, mundos sedientos de acción, de coherencia, de testimonio, de audacia misionera, para ser capaces de ir más allá de las propias fronteras y llevar el mensaje que habita el corazón… mensaje de Evangelio, de Salvación, de Buena Nueva… mensaje de Bienaventuranza. “En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión” (A.A No.2), es en esta variedad de dones y talentos donde reside la gracia y la riqueza de la diversidad y es en esta diversidad donde se prueba el valor de la comunión, de sentirse buscador de esperanza en sintonía con el Pastor, entendiendo que la “mies es mucha, y los obreros pocos”, y es aquí donde la presencia del laico se significa y se convierte en bastión que da solidez, porque se siente parte de … porque aporta, construye… porque experimenta el gozo de saberse misionero en la Casa de Dios… en su Iglesia, en su parroquia, en su barrio, en fin, en el lugar que la Providencia le regala para dar y darse a los demás. De hecho las gracias para cumplir la misión encomendada se reciben en los sacramentos, que son los que
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marcan el sello de esta vocación de anuncio del Reino, de entrega a los demás y de servicio de caridad como alma de todo su apostolado: “… insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo y robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo son destinados al apostolado por el mismo Señor” (A.A No.3); pero vale la pena resaltar que la calidad del anuncio y de la profundidad del mismo, no proviene de las muchas cosas que el laico pueda realizar, de hecho en ocasiones se llena el equipaje de cosas superfluas e innecesarias. El verdadero “apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el Espíritu Santo en los corazones de todos los miembros de la Iglesia”. (A.A No.3) Es necesario entonces, tomar conciencia, del don recibido, porque como dice el documento de Aparecida: “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir ese tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado” (Aparecida No.18). La dinámica de las virtudes teologales en la vida y misión de los laicos se
convierte en estandarte para emprender cada día un nuevo camino, el de los elegidos; es Dios quien cuenta con el ser humano para llegar a cada corazón, y es Él quien da la gracia de poder llegar a los otros para que también ellos sean “administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe., 4,10) Esta es la riqueza de la unidad en la diversidad y de la maravillosa obra que el creador realiza a través de cada creatura… llegar al mundo del otro para transformarlo, para hacerlo nuevo, para llenarlo de Dios. Caminar en este horizonte de sentido motiva una construcción colectiva, un pensar en trabajar con los demás, en hacer efectiva la puesta en común de lo que se es, se piensa, se sabe, se siente. Apostolicam Actuositatem, exhorta a “los laicos a organizarse, asociarse, asimilar la espiritualidad propia de colectivos que los congregan, pero sobretodo a vivir de una manera digna a la vocación para la cual han sido llamados. Del laico se espera una vida cimentada en la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma, sin las cuales no puede darse una verdadera vida cristiana”(A.A No.4). Desde la integralidad de su ser, el Laico está llamado a evangelizar, este es el fin, hacer realidad el apostolado de la evangelización y santificación de los hombres, Evangelizar es un reto, “¡Ay de mí si no evangelizare”! (1 Cor., 9,16). El Concilio Vaticano II confiesa que, “sin el apoyo y empeño apostólico de los laicos, la Iglesia no puede de modo eficaz anunciar el Evangelio en el mundo” (L.G No.4). Desde la Palabra se recibe un mandato y desde la Iglesia se confía en quienes lo han recibido. En la vida, no hay virtud más eminente que hacer sencillamente lo que tenemos que hacer, por eso urge hacer realidad el misterio del anuncio, de entregar, predicar y compartir el Dios que se lleva dentro, Aquel que conmueve
las entrañas e impulsa a emprender el camino y llegar aprisa a la vida de los demás. El aporte fundamental del laico a la construcción de la Iglesia es la santidad de su vida, su pasión por el Reino, que lo hace testigo cualificado de la Palabra, Verbo de vida. Afirma el documento de Aparecida “Es importante recordar que el campo específico de la actividad evangelizadora laical es el complejo mundo del trabajo, la cultura, las ciencias y las artes, la política, los medios de comunicación y la economía, así como los ámbitos de la familia, la educación y la vida profesional…” (Aparecida No.174) Ya Apostolicam Actuositatem, lo había dicho: “El apostolado en el medio social, es decir, el esfuerzo por llenar de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes, y las estructuras de la comunidad en que uno vive, hasta tal punto es deber y carga de los laicos… En él cumplen el testimonio de la vida por el testimonio de la palabra. En el campo del trabajo, o de la profesión, o del estudio, o de la vivienda, o del descanso, o de la convivencia son muy aptos los laicos para ayudar a los hermanos… Los laicos cumplen esta misión de la Iglesia en el mundo, ante todo, por aquella coherencia de la vida con la fe por la que se convierten en la luz del mundo…” (A.A No.13). Los laicos tienen esta gran misión “ser fermento en la masa”, restaurar con su vida y su testimonio todas las estructuras que se han deteriorado por la mediocridad y el facilismo, por tantos comportamientos amorfos y vacios… por la debilidad en las acciones y en las motivaciones y por tantas conductas humanas irracionales que han llevado a muchos seres humanos a perder el sentido de sus propias vidas y a ignorarse a sí mismos como hijos de Dios. La acción caritativa es el distintivo del laico comprometido con su Iglesia,
se trata de asumir la caridad como el amor de Dios que arde en el corazón y se comunica a los hermanos. La caridad que evangeliza y que llena de plenitud…La caridad que se conmueve ante la necesidad humana… la caridad que es capaz de descubrir los miles de rostros humanos sumidos en la miseria y que claman presencia y compromiso. “ La acción caritativa puede y debe llegar hoy a todos los hombres y a todas las necesidades. Donde haya hombres que carecen de comida y bebida, de vestidos, de hogar, de medicinas, de trabajo, de instrucción, de los medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, que se ven afligidos por las calamidades o por la falta de salud, que sufren en el destierro o en la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana…” (A.A No.8). Este es uno de los grandes retos para los laicos de hoy y de mañana: descubrir esos rostros que necesitan hoy más que nunca de una acción evangelizadora que les devuelva su dignidad humana, que los haga sentir parte de un mundo creado por Dios… ¡ un mundo donde todavía es posible construir con la vida y desde la vida, el Reino!. Apostolicam Actuositatem, da entonces un nuevo sentido al apostolado de los laicos y muestra la diversidad de las necesidades de tantos hermanos que hoy sufren y necesitan que alguien con sentido de evangelio llegue a sus vidas, no solo para remediar las necesidades materiales, sino además, para que puedan calmar la sed que tienen de Dios. Se trata entonces, de llegar con espíritu misionero a la realidad de los demás, a los diferentes campos misioneros, obras apostólicas, “las comunidades de la Iglesia, la familia, la juventud, los niños, los ancianos, el ámbito social y laboral…” (Cfr. A.A No.9) la vida litúrgica, pastoral y catequética…etc. En síntesis : llegar a muchos
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lugares para descubrir “los rostros sufrientes que nos duelen” (Aparecida No.8) comprendiendo que es urgente hacer presente la esperanza donde hay necesidad de anuncio de Reino. El gran compromiso de la Iglesia, de los Institutos que tienen laicos asociados y/o fraternidades es la formación para el apostolado y esta “supone una cierta formación humana, íntegra, acomodada al ingenio y a las cualidades de cada uno. Porque el seglar, conociendo bien el mundo contemporáneo, debe ser un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la cultura de su condición… Además de la formación espiritual, se requiere una sólida instrucción doctrinal, incluso teológica, ético-social, filosófica, según la diversidad de edad, de condición y de ingenio. No se olvide tampoco la importancia de la cultura general, juntamente con la formación práctica y técnica”. Para cultivar las relaciones humanas es necesario que se acrecienten los valores verdaderamente humanos; sobre todo, el arte de la convivencia fraterna, de la cooperación y del diálogo. (A.A No.9). Esta es la gran invitación desde la óptica de la formación, no puede improvisarse el anuncio del Reino, no se puede pensar que solo bastan las buenas voluntades, urge un compromiso con los laicos, para que ellos puedan santificar la Iglesia y edificar el mundo. El ser humano tiene su equipaje, el que trae y el que consigue, el que intuye y el que descubre y el que otros ya le tienen preparado… El equipaje del misionero ha de estar lleno de lo necesario… ha de estar lleno de Dios… depende de la Iglesia favorecer para los laicos un equipaje que los haga dignos de ser “hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia” (Cfr. Aparecida No.786),
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DECRETO “OPTATAM TOTIUS”. La formación, clave de la renovación Por: Óscar Augusto Álvarez Zea, Pbro.
Con buen sentido, casi profético, los padres conciliares lograron vislumbrar la realidad a la que se vería afrontada la Iglesia; de hecho, uno de los grandes ejes, sobre los que se movió la reflexión en las aulas del Concilio, fue la imperiosa necesidad de dar al mundo actual razón de la esperanza. Y para saber dar razón de la esperanza se requiere una construcción sólida de la propia personalidad, pues no existirá una conversión o renovación de la institución eclesial, si primero no nos encontramos con personas que en su interior tengan el propósito y la disponibilidad de acoger en su ser, y dejarse iluminar, por el esplendor de la verdad. La anhelada renovación de toda la Iglesia depende en gran parte del ministerio de los sacerdotes, de ahí el interés que el Concilio quiso brindar al tema de la formación sacerdotal, con la promulgación del Decreto Optatam Totius firmado, por el Papa Pablo VI y los demás Obispos, el 28 de octubre de 1965. Al analizar la formación de los candidatos al sacerdocio dos aspectos deben ser tenidos en cuenta: la formación en sí misma y los protagonistas
de la formación. La formación en sí misma puede ser comprendida desde dos sentidos: el primero hace referencia al concepto amplio de formación el cual involucra todo aquello que influye en el candidato, a saber: su condición particular de persona, su familia y el proceso que ésta lleva durante el período de formación del candidato, la realidad social de la cual proviene, la Iglesia local a la cual pertenece, las ejercitaciones espirituales y pastorales que realiza, los espacios geográficos y los diversos tiempos que la comunidad formativa compone, el plan de estudios y lo que esto conlleva. Y en segundo lugar, en un sentido restrictivo, la formación entendida en cuatro parámetros: 1) “área humana”, 2) “área espiritual”, 3) “área académica o intelectual”; y 4) “área pastoral”. 1) Área humana: la gran preocupación debe estar centrada no en definir la personalidad del candidato, sino más bien, en observar el proceder de la conciencia moral, la cual prepara a los candidatos para escuchar la voz de Dios en lo profundo del corazón, y para adherirse firmemente a su voluntad. Se pone de realce la centralidad del amor y es base para una auténtica
madurez humano-afectiva desde la perspectiva de la antropología cristiana. Asimismo, de la capacidad de amor que vence el egoísmo, se puede asumir una sana vida celibataria, lo que garantiza también la fidelidad a los compromisos que se han de asumir ante Dios y ante la Iglesia con la ordenación presbiteral. La formación de la conciencia moral, en la que el director espiritual principalmente tendrá su protagonismo, será fundamental para la orientación desde una óptica sacramental; pero también deberá ser orientada, esta conciencia, desde una perspectiva eclesial amplia y un profundo y serio amor por la Iglesia, lo que generará sanos vínculos de comunión con su propio Obispo y con el clero, así como apertura a la tarea misionera de la Iglesia, a la que como ministro ordenado estará llamado de un modo especial. La formación es para hombres concretos, ubicados en un tiempo y un espacio concreto que exige un tipo de formación adaptada a esas realidades. Sólo a partir de lo que ellos son se puede delimitar el nivel de exigencia y de respuesta de acuerdo a la medida de sus capacidades, pues nadie está obligado a lo imposible, y mucho menos nadie puede estar compelido a elegir un estado de
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vida que sería contrario con su situación humana concreta. 2) Área espiritual: cualquiera de los aspectos de la formación tiene, ante todo, dos beneficiarios: el candidato que es quien recibe la formación de un modo directo y la comunidad que contará con un ministro bien formado. Es imposible lograr conocer durante la formación inicial todo aquel contenido de sabiduría del cual la Iglesia es portadora, sin embargo, es la oportunidad para que los candidatos aprendan métodos que los ayuden a buscar con claridad las fuentes de la mística dentro del patrimonio de la Iglesia, y puedan estructurar a partir de su vida espiritual un estilo de vida sacerdotal, pues no habrá espiritualidad sacerdotal si primero no hay espiritualidad cristiana. La connotación de ser ministro de la Iglesia implicará una reflexión consciente y madura de lo que la Iglesia es en sí misma y la identificación de ésta con el misterio de la Trinidad que implica una comunión orgánica que sea manifestación palpable de la comunión de las tres divinas personas; esta realidad ampliamente analizada por los teólogos, debe ser proporcionalmente asumida en la vida de todo cristiano, más aún de aquellos que dentro de la comunidad ejercerán un rol de liderazgo y de evangelización. Se hace necesario conocer y asumir una vida interior que permita a cada candidato considerar y valorar la realidad del mundo y de la Iglesia a partir de una reflexión íntima sobre el llamado de Dios y la misión a la que está respondiendo. Todos los fieles han de esforzarse por llevar una vida santa desde su propia condición, de modo particular quien aspira a recibir el sacramento del Orden ha de tener en alta estima este deber, de modo que, profundizando en los compromisos bautismales, asuma con una conciencia equilibrada, sólida y libre los compromisos que son concomitantes con el Orden al que aspira; además, por el bautismo
está llamado a llevar una vida congruente con la doctrina evangélica, y, quien emprende un camino hacia la recepción del sacramento del Orden, al querer asumir una nueva consagración la debe hacer sobre la base de la consagración ya previamente asumida en el sacramento del Bautismo, y así los compromisos de la ordenación encontrarán un punto fuerte de apoyo en quien tiene una vivencia seria y madura de su propio bautismo. 3) Área académica o intelectual: Frente al desafío de la evangelización y ante el mundo de la multi-información, la claridad conceptual de quien es ministro ordenado en la Iglesia se presenta decididamente necesaria; la respuesta eficaz a esos retos será posible gracias a un excelente nivel de formación intelectual, que capacite a los futuros ministros para anunciar el inmutable evangelio de Cristo y hacerlo creíble frente a las legítimas exigencias de la razón humana; superando una pura ciencia ideológica y llegando a aquella inteligencia del corazón que sabe ver primero y es capaz después de comunicar el misterio de Dios a los demás. La Iglesia ha de tener en cuenta la realidad y la cultura en la que los candidatos viven, de modo que la formación intelectual que se les ofrece establezca un diálogo permanente con esas realidades, tome cuenta de los problemas que cada día surgen, y a partir de las ciencias sagradas pueda dar respuesta; generando dentro de las aulas de clase un espacio para valorar e interpretar las realidades modernas y juzgarlas a la luz de la verdad revelada, de modo que se conozca y promueva dentro de la propia cultura la doctrina que la Iglesia enseña. Para lograr todo esto el Decreto conciliar exige la configuración de un programa educativo, en el cual se considere específicamente el aspecto académico doctrinal, los métodos a emplearse, los recursos utilizados, las perspectivas anheladas y los logros a cumplir.
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4) Área pastoral: La organización de la formación pastoral, tiene esencialmente dos perspectivas, inseparables entre sí: la primera, que podría ser considerada como el sentido amplio de la formación pastoral, es llevar al candidato a lograr la imitación de Cristo siervo, y la segunda, entendida en sentido estricto, está a su vez subdividida, en el estudio de una disciplina propia denominada Teología Pastoral y la práctica que se hace de ésta a lo largo del proceso formativo. La teología pastoral tiene como punto de partida la necesaria reflexión sobre la Iglesia como sacramento de salvación, y signo e instrumento vivo de la salvación de Jesucristo, en la palabra, en los sacramentos y en el servicio a la caridad; los tres se complementan y requieren imprescindiblemente. Se hace necesario un estudio sistemático de materias pastorales que faciliten y fortalezcan el entrenamiento pastoral y el crecimiento en el celo apostólico de los agentes de evangelización. Más que un sin fin de criterios, exhortaciones y experiencias, se trata de una categoría teológica plena, que recibe de la fe los principios que le permiten discernir a la luz del mensaje revelado la situación socio cultural para ejercer allí la acción de Cristo por medio de la Iglesia. En el caso del candidato a las sagradas órdenes no se trata simplemente de que adquiera mayores conocimientos, sino también, habilitarlo a fin de que transmita las enseñanzas de la revelación con mayor capacidad y autoridad, puesto que, cualquier actividad pastoral, o cualquier denominado apostolado, debe primordialmente ser anuncio del Evangelio. La práctica pastoral debe ser gradual, variada y evaluada continuamente, de modo que permita al candidato conocer sobre el terreno cuanto ha aprendido; es importante que la práctica sea de acuerdo al nivel en el que éste se encuentre. Dicha práctica debe regularse por períodos determinados, pero no se trata de llenar por
llenar espacios de tiempo reglamentarios, sino de entrenar al futuro sacerdote en los diversos aspectos donde podrá desempeñar su futuro ministerio, pues el ejercicio progresivo de la pastoral lo irá llevando hasta alcanzar una etapa de compromiso apostólico y una participación importante en experiencias eclesiales y sociales y al mismo tiempo le permitirá discernir la vocación en la acción pastoral que le facilitará el empeño personal y permanente en el perfeccionamiento del ministerio que pretende abrazar, ya que no se trata de una preocupación puramente profesional. Además, durante esta ejercitación se ha de tener especial solicitud en no empobrecer la pastoral interpretando que ésta es simplemente aquello que hace referencia a las actividades o las iniciativas prácticas de la labor ministerial. Finalmente, protagonista de la formación no será sólo el formando, sino también la comunidad cristiana que lo rodea, con el Obispo a la cabeza. La tarea formativa será responsabilidad de todos, aunque de modo particular recaerá sobre educadores idóneos, pues «los superiores y formadores de los Seminarios deben ser elegidos de entre los mejores, y han de prepararse diligentemente con doctrina sólida, conveniente experiencia pastoral y una formación espiritual y pedagógica singular». La tarea no concluye, es importante continuar motivando y cultivando nuestra vocación y las nuevas vocaciones, para lo cual se requiere darle impulso a la formación permanente que debemos procurar hasta que nuestras fuerzas nos lo permitan, pues como bien lo exhortó el Concilio, hace ya casi cincuenta años, quienes se forman “consideren cómo en ellos se deposita la esperanza de la Iglesia y la salvación de las almas”.
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Por: Fray José Arturo Restrepo R., O.P.
Al escribir unas páginas con motivo de los 50 años del Decreto sobre la adecuada renovación de vida religiosa del Concilio Vaticano II, “Perfectae Caritatis”, lo primero que se me ocurrió, fue recordar el primer contacto que hiciera con la ya cincuentenaria doctrina, en aquellas tardes somnolientas, cuando el maestro de novicios nos reunía para hablarnos explicativamente sobre el Decreto, documento de suma importancia para los religiosos, decía con adusta convicción, quehacer que cumplíamos con estoica obediencia, dada nuestra condición de novatos,- novicios-, jóvenes la mayoría, todavía sin categorías antropológicas ni religiosas capaces de hacer entender y dimensionar, aquello de seguir la vocación cristiana con especial radicalidad. Cuando uno de joven ingresa a una comunidad religiosa lo hace, en no pocas ocasiones, por motivos bien distintos a los señalados en la rica doctrina desarrollada en el Decreto, o al menos con una ignorancia vencible, pero ignorancia al fin y al cabo, como lo diría Santo Tomás de Aquino. Así que deseché esta primera idea, pues me ponía en franca contradic-
DECRETO “PERFECTAE CARITATIS”. ¿Qué ha pasado en la vida religiosa después de 50 años?
ción con aquel espíritu de renovación pretendido para las diferentes formas de vida religiosa posterior al Vaticano II, entonces quise pensar que la mejor manera de ver los frutos del Decreto sobre la vida religiosa era echar una mira al día a día de la comunidad religiosa con quienes comparto, en mi convento aquí en Medellín. Y el diagnóstico que rápidamente levanté fue dinámicamente inaudito, desde el punto de vista generacional e ideológico. Pero para tranquilidad mía y de los lectores, lejos de ser grave, constituye una alegre dinámica esperanzadora propia de la vida religiosa. En efecto vivo con un religioso ya mayor que se formó en la tradición litúrgica y teológica clásica de antes del concilio. Hay cuatro o cinco de mi generación, que vivimos el eco tardío de los años estimulantes y tumultuosos postconciliares. Hay un grupo de religiosos que vienen de la llamada “Generación de Juan Pablo II”, reaccionarios contra lo que juzgaron como el desenfrenado liberalismo de la generación anterior. Y finalmente un pequeño grupo de versátiles e indefinibles sujetos de la postmodernidad que rondan los veinte años, que a su vez, cuando lo quieren son agradables y diferentes. Entre mis colegas hay un médico, un
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abogado, un psicólogo, un pedagogo, un par de buenos filósofos además de teólogos, un escrupuloso litúrgico y doctrinal y otros honda y profundamente académicos. Pero también hay hinchas del Nacional y otro que no ha podido entender para qué sirve es eso de la red social “second life”, que es mi caso, mientras otros no se bajan de la “nube de google”. Sin embargo esta comunidad es la misma que se reúne a compartir un trago en el cumpleaños del más viejo, y la que une sus voces en el rezo coral o la celebración de la Eucaristía. Y mirando bien a mi comunidad local, pienso que este es el maravilloso regalo que no ha dejado el Decreto sobre la renovación de la vida Religiosa del Vaticano II. Por uno solo de estos aspectos habría valido la pena. O acaso, ¿no es un prodigio que vivamos en paz, alegres, en el multifacético carisma de la misión, en la vida de la Iglesia, en tan variopinta comunidad? Una rica variedad de generaciones, una multifacética mirada doctrinal, una variada forma de realizar la misión, atreviéndonos a vivir con quienes son diferentes, pero que son nuestros cómplices en los mismos ideales.
El ejemplo local de mi comunidad, ciertamente es particular respecto a lo que ha significado para la vida religiosa en la Iglesia el Decreto, y es justo una mirada de más alto vuelo la que nos permite una lectura más ajustada a las circunstancia de la vida religiosa en estos últimos años. El exmaestro General de los Dominicos Timothy Radcliffe, O.P., habiendo visitado por varias oportunidades comunidades en todo el mundo, insertas en diferentes problemáticas y naciones, escribe un texto en el ochocientos aniversario de la fundación de la primera comunidad dominicana en Prulla, denominado ¿Por qué el ser religioso?1 del que señalo algunos elementos que vienen muy apropósito. La vida religiosa pasa tiempos de florecimiento en muchas regiones y tiempos de crisis. En algunas partes como si estuviese a punto de desaparecer. Muchas formas de la vida religiosa, aún con numerosas vocaciones, pueden estar atravesando momentos de dudas sobre el propio futuro, pero la humanidad entera se halla frente a una grave crisis de esperanza. No quiero decir que todos los hombres estén necesariamente inciertos. Nos encontramos frente crisis ecológica, fundamentalismo religioso, el terrorismo, nuevas enfermedades, brechas ideológicas, académicas, económicas, envejecimiento. La gente tiene miedo de tener niños. Y aunque no toda crisis ha conducido a una renovación, con todo la vida 1 Documento completo en http://dominicasalcala.wordpress. com/el-ser-religioso-hoy-del-padre-timothy/
religiosa es una constante invitación a abordar con confianza el futuro, en manos de Dios que ha resignificado la historia. En algunos países la vida religiosa está llegando a su fin, atravesando un tiempo de crisis. Pero recordamos que Jesús también vivió su crisis y podía haber huido, pero no lo hizo. Dios no puede dejar morir a nuestra comunidad, ¿verdad?” clamaba una anciana religiosa, Pero acaso “Él no permitió que su Hijo muriera, ¿no?”... ¿Cómo podemos ser testigos de la muerte y resurrección, si tenemos miedo a enfrentarnos con la muerte de nuestra propia comunidad? Aún en esto, nuestra vocación ha de ser un signo de esperanza. Nuestra confianza ante la incertidumbre es ya un signo de esperanza. En una sociedad que cree comprar vida, salud, pensión y futuro, por nuestra profesión y por las diferentes formas de gobierno de nuestras comunidades, nos ponemos en las manos de frágiles hermanos y hermanas, y no sabemos lo que harán con nosotros. Muchos se cuestionan si la profesión hasta la muerte seguirá siendo parte necesaria de la vida religiosa. Es verdad que los jóvenes viven en un mundo de compromisos a corto plazo, tanto en el trabajo como en el hogar, pero nuestros hermanos mayores y ancianos nos dicen que en el centro de la vida religiosa tiene que estar el gesto valiente de entregar nuestras vidas hasta la muerte.
En nuestro mundo fracturado rural o de las grandes ciudades, mucha gente vive sola. Muchos no tienen ni hermanos. Precisamente porque nuestra sociedad está tan llena de gente que vive sola, la vida de comunidad puede resultar difícil. El deseo de comunidad atrae a muchos a la vida religiosa y las dificultades de la vida en comunidad son causa de que algunos no perseveren. Pero a la vida comunitaria nada le quita su mensaje de alegre comunión. Pero es también parte de nuestro testimonio del Reino, el que vivamos con personas que no son como nosotros, que tienen teologías diferentes, políticas diferentes, a quienes les gusta comida diferente y hablan lenguas diferentes. Convivir con ellos puede ser a veces maravilloso, pero también duro. Pero nuestra vida en común es un signo del Reino precisamente por nuestras diferencias. Una comunidad de personas de ideas idénticas sería tan sólo signo de ella misma. Y algo capital, una comunidad sólo prosperará si se atreve a dar la bienvenida a los jóvenes, a desafiarlos y ser desafiados por ellos, sabiendo que nunca serán como nosotros. Nuestra capacidad para tolerar las diferencias, y llegar a alegrarse de ello, también es parte del testimonio que damos de la Iglesia. Una comunidad de gente afín no es buen signo del Reino. El Decreto del Vaticano II subrayó la importancia de la Iglesia local, reunida en torno al obispo. Pero la Iglesia jerárquica también necesita la vida religiosa, con nuestros diferentes carismas y vocaciones.
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DECRETO “CHRISTUS DOMINUS”. Por: Guillermo León Gutiérrez Piedrahíta.
“Cristo Señor; hijo de Dios Vivo, que vino a salvar del pecado a su pueblo y a santificar a todos los hombres, como El fue enviado por el Padre, así también envió a sus apóstoles, a quienes santificó, comunicándoles el Espíritu Santo para que también ellos glorificaran al Padre sobre la tierra y salvaran a los hombres para la edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef.4.12) que es la Iglesia. Proemio1Para que podamos entrar a comprender este Decreto Conciliar, Cristo Señor es bueno que hagamos una mirada retrospectiva a aquellos acontecimientos previos de la institución del episcopado; en el Primer Testamento encontramos en diferentes citas la figura del hombre que nos lleva a entender qué era un pastor: Una persona capaz de enfrentar las dificultades que se presentaban en su rebaño con animales y fieras salvajes, cuando había una enfermedad, si no había forma de alimentarlo, protegerlo de los bandidos y ladrones o cualquiera otra situación que se diera , lo importante era que había que cuidar el manada y, sobre todo, saberla proteger pero una característica primordial era que en él hubiere amor para la custodia del mismo y para ello se requería de sacrificio, compromiso y entrega.
En el Segundo Testamento, es Jesús el que “pinta” como una figura de pastor “al mostrar la bondad del Padre con las características de su misericordia. ¿Quién habrá entre vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en el desierto y va en busca de la perdida hasta que la halle? Y una vez hallada, la pone alegre sobre sus hombros, y vuelto a casa convoca a los amigos y vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja perdida. (Lc 15,4-7). Pero Jesús asume el papel de Buen Pastor y en su pasión y muerte reconoce la figura dada: Da la vida por sus ovejas y recoge el rebaño único. Pedro después de la Resurrección recibe el compromiso y la misión de apacentar la Iglesia entera y todos los obispos desde ese entonces tienen la doble función de ser Pastores y Jefes ante el pueblo elegido, pastor para cuidar y jefe para orientar a las personas que están a su lado bajo su cayado, remitiéndonos nuevamente a la figura que había en el Antiguo Testamento pero tenemos que mirar a Ez34, 2-3: “Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel. Profetiza diciéndoles: Así habla el Señor, Yavé: ¡Ay de los pastores de Israel que se
apacientan así mismos! Los pastores, ¿No son para apacentar el rebaño? Por lo tanto el obispo de hoy debe apacentar a su grey con la fuerza de su corazón y en forma desinteresada, con mucho amor por lo que hace y con quien lo hace:” Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, gobernando no por fuerza, sino espontáneamente, según Dios, no por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo, no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño. Así, al aparecer el Pastor soberano, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria. (1Pe 5,2-5). De ahí que el documento Christus Dominus (Cristo Señor) haga hincapié en la figura del Pastor a través del Romano Pontífice y de sus obispos que están en plena comunión con él. ¿Qué hace entonces un obispo? Guiados por el Espíritu Divino tienen el compromiso de perpetuar la obra de Cristo, Pastor Eterno. Son entonces verdaderos y auténticos maestros en la fe, Pontífices y Pastores. Un sacerdote entonces al ser promovido al cargo de obispo desarrolla en unión y bajo la autoridad
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del Sumo Pontífice, su oficio episcopal, recibido por la consagración en lo referente al Magisterio y régimen pastoral, unidos en un solo Colegio a la Iglesia Universal de Dios. A cada uno se le asigna una grey, un rebaño que debe apacentar, cuidar e incluso dar su propia vida si le toca por anunciar y denunciar como lo hicieron: Monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, obispo de Arauca, en una vida entregada a la evangelización, es sacrificado; Monseñor Alejandro Labaka Hugarte, obispo de Aguarico en el Ecuador quien por buscar “otras ovejas nuevas para su redil” dona su vida y su testimonio; y Monseñor Isaías Duarte Cansino, arzobispo de Cali, quien por intimar y acusar es vilmente asesinado, entre otros. ¿Qué nos dice entonces el Sacrosanto Concilio sobre los obispos y su relación con la Iglesia Universal? Resta al Supremo Pastor de la Iglesia una ayuda especial en el Consejo que se conoce con el nombre de Sínodo de los Obispos, en la comunión jerárquica, como partícipes de la solicitud de toda la Iglesia; debe mostrar siempre solicitud por todas las Iglesias puesto que por institución de Dios y en verdad del ministerio apostólico cada uno es, junto a los demás obispos, responsable de la Iglesia. Debe estar atento a las necesidades de otras Iglesias Particulares y mantener una comunicación permanente con otros obispos para saber cómo está su ejercicio pastoral, animarlo e incluso hasta donde las posibilidades se lo permitan ayudar económicamente a otras diócesis. Entonces, ¿Qué es lo que hace concretamente un obispo? El Romano Pontífice previa selección hace el nombramiento de un obispo elegido entre una serie de sacerdotes previamente seleccionados por
sus cualidades: Espirituales, sociales, académicas, de liderazgo, de relaciones humanas y, sobre todo, sacerdotales para ser asignados a una diócesis que también se conoce con el nombre de Iglesia Particular, en ella sus compromisos son claros a nivel de la Iglesia en general que es “Columna y fundamento de la verdad”. (1Tim 3,15). El obispo tiene que ser un verdadero maestro pues tiene que enseñar el Evangelio de Cristo; inculcar y confirmar la fe en la fortaleza del Espirito Divino; aleccionar en el Misterio de Cristo al igual que Pablo “para que se consuelen vuestros corazones, a fin de que, unidos en la caridad, alcancéis todas las riquezas de la plena inteligencia y conozcáis el misterio de Dios, esto es, a Cristo”; doctrinar sobre la glorificación de Dios, mostrando al Jesús Histórico y al Cristo Glorificado, “porque si alguien se avergonzare de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mc 8,38); orientar sobre la dignidad de la persona humana para ese goce de la libertad y no del libertinaje y que haya una verdadera vida del cuerpo en un sentido del valor del hombre y de la mujer para una felicidad recíproca a través de una sana sexualidad y genitalidad; advertir sobre la importancia de la familia, su unidad y su estabilidad, lo mismo que su procreación y una buena educación integral de sus hijos; exponer el valor y la importancia de la sociedad civil para que exista una coherencia entre lo que se vive y lo que hace la sociedad cualesquiera sean sus culturas e idiosincrasias; indicar que el trabajo está dado para el hombre “El ruido del martillo ensordece sus oídos, y sus ojos están puestos en la obra; su pensamiento está en acabarla bien, y su desvelo en sacarla con perfección. (Eclo 38.30-31), ese trabajo requiere un
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descanso merecido y placentero, por esta razón,” como persona, el hombre es pues sujeto del trabajo como persona él trabaja; realiza varias acciones pertenecientes al proceso del trabajo, éstas independientemente de su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la realización de su misma humanidad”. (LE); orientar la doctrina cristiana de la Iglesia con un método acomodado a cada diócesis según sus propias necesidades pastorales, para que en ningún momento alguien se atreva a dar conceptos diferentes de lo previamente establecido y sobre todo cuando aparecen aquellos que quieren sentar cátedra diferente, “Os recomiendo hermanos, que estéis atentos a los que producen divisiones y escándalos al margen de la doctrina que habéis aprendido, y que os apartéis de ellos porque ésos no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y con discursos y lisonjas seducen los corazones de los incautos” (Rom. 16,17), por esto, es de suma importancia que se le ponga demasiado interés y solicitud a este aspecto; aleccionar en la Instrucción Catequética para que haya unos signos de vida que permitan hacernos tomar conciencia de cómo actuar en la nuestra ya que fuimos redimidos para una vida nueva, que el conocimiento profundo de los Sacramentos debe ser la forma de Dios hacerse visible en medio de nosotros para que logremos nuestra propia santificación. He ahí, la importancia que se ha trazado el Señor Arzobispo a través de las líneas del documento de Aparecida, de dar un gran impulso a la Misión Continental, con ello se busca afianzar unos programas pastorales: Reorganización de la pastoral de la iniciación cristiana, animación de la vida litúrgica, fortalecimiento de la pastoral juvenil e iniciación y consolidación de las pequeñas comunidades eclesiales, para lograr que, todos en plena comunión seamos verdaderos discípulos misioneros de Cristo para que llenos de humildad y generosidad seamos capaces de romper pa-
radigmas para que se logre no una pastoral de conservación sino una pastoral de auténtica renovación. Cada Diócesis tiene su estructura organizacional y la Iglesia un Código de Derecho Canónico que le permite a la primera actuar bajo los esquemas de una verdadera organización empresarial no con fines lucrativos sino para el ejercicio de una buena “gestión y gerencia pastoral” amparada en lo normativo de la Iglesia y al servicio de la feligresía en todos los campos pastorales, como organización tiene una jerarquía que no es triangular sino circular donde todos interactuamos como miembros del Cuerpo de Cristo, en otras palabras que todos estemos en participación y comunión. El Señor ha dispuesto que en la Iglesia, unos sean Apóstoles, otros profetas, otros doctores o pastores, todo para el servicio del Pueblo de Dios. Aparecida, la más reciente enseñanza de nuestros obispos latinoamericanos,
nos ha especificado el modo como estamos unidos a Cristo para servir al Reino de Dios. Así, los presbíteros son discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor; los diáconos, discípulos misioneros de Jesús servidor; los fieles laicos, discípulos misioneros de Jesús luz del mundo; los obispos, discípulos misioneros de Jesús Sumo Sacerdote. Como sucesores de los Apóstoles, los Obispos son llamados a hacer de la Iglesia casa y escuela de comunión, y con la misión de acoger, discernir y animar carismas, ministerios y servicios en la Iglesia. En síntesis, los Obispos son testigos cercanos y gozosos de Jesucristo Buen Pastor (DA 187). Como podemos ver el obispo se convierte entonces, en Padre y Pastor para la cura de las almas en plena comunión con su clero; cuando del pueblo alguien es escogido para este digno servicio sacerdotal promete obediencia a su obispo que lo ordena y a sus respectivos sucesores y es asignado en diferentes actividades pastorales; de
igual manera con los sacerdotes religiosos quienes siempre deben estar prestos para el entrega y la colaboración; con los religiosos y las religiosas que a través de los diferentes carismas de sus fundadores aportan al servicio de la Iglesia; con los movimientos laicales en general y con cada uno de los fieles que pertenecen a distintas comunidades parroquiales. La Iglesia Particular de Medellín por su extensión y feligresía numerosa cuenta con el Señor Arzobispo y tres Señores Obispos auxiliares en plena comunión entre ellos y con el Obispo de Roma, ya no como Pastores y Jefes sino como Padres y Pastores y todos nosotros guiados y orientados por la sabiduría, el amor y la comprensión de ellos para con nosotros. Que el Divino Espíritu ilumine siempre a nuestros Pastores para que podamos decir que todos somos miembros de una Iglesia que peregrina en la tierra en el regazo de los mismos.
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DECRETO “UNITATIS REDINTEGRATIO”. Y cincuenta años de ecumenismo Por: Carlos Arboleda Mora, Pbro.
En estos días se viene hablando en términos generales de los cincuenta años del ecumenismo. Para ser exactos se cumplen 48 años del decreto Unitatis redintegratio (21 Noviembre de 1964) y 52 de la creación del Secretariado para la Unidad de los cristianos (5 de Junio de 1960) denominado desde 1988 Consejo Pontificio para la unidad de los cristianos. 1. Los inicios del ecumenismo. El concilio vaticano II marcó oficialmente el inicio del ecumenismo en la Iglesia. Antes del concilio había algunas iniciativas privadas o regionales en favor de él (Octavario de oración por la unidad, revista «Irénikon, Conferencias de Malinas…) pero prevalecía una “teología de la exclusión” según la cual, ortodoxos y protestantes -cismáticos y heréticos, en la terminología usada entonces- estaban simplemente fuera de la Iglesia. El concilio con el decreto Unitatis redintegratio reconoce una real, aunque incompleta, comunión eclesial entre todos los bautizados y entre las Iglesias y comunidades eclesiales. Esta renovada perspectiva, en perfecta armonía con la antigua eclesiología de los Padres, tuvo enormes con-
secuencias por el nuevo modo como los católicos se relacionaron con los demás cristianos y con sus comunidades, y por la irrevocable adhesión de la Iglesia católica al movimiento ecuménico. El Decreto Conciliar Unitatis Redintegratio fue dado en Roma el 21 de Noviembre de 1964. Este decreto conciliar tiene como objetivo promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos ya que una sola es la Iglesia de Cristo. Algunas ideas de este decreto son: En el capítulo primero, haciendo remembranza de algunos momentos críticos de diferencias en las primeras comunidades cristianas, se pasa a hacer referencia explícita de la problemática posterior donde sí hubo una nefasta separación en la Iglesia; actualmente esos creyentes no pueden ser reprimidos, sino acogidos con respeto y amor. Porque quienes han recibido el bautismo, quedan incorporados a la unión en Cristo, así no sea de manera perfecta en la Iglesia Católica. En el capítulo segundo, la práctica del Ecumenismo, se dice que al restablecimiento de la unidad de la Iglesia
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deben contribuir todos los cristianos, de fuera y de dentro de la Iglesia, desde los más sencillos hasta los más doctos. Es de suma importancia que se tenga en cuenta, por parte de todos los que integran este interés ecuménico, una verdadera conversión de corazón, hacia la caridad. Por lo que los integrantes de la Iglesia piden perdón a los hermanos separados así como ellos los han perdonado en otras ocasiones. Hay que destacar, que más pronto se acercará la Iglesia hacia la unión, cuanto más viva la integridad del Evangelio. Insiste en el ecumenismo espiritual entre todos los cristianos, que se ejecuta mediante la oración personal y comunitaria, como resultado de esa conversión de corazón y del interés mutuo de unión. En el capítulo tercero, Las Iglesias y las comunidades eclesiales separadas de la Sede Apostólica Romana, se habla de las divisiones. Las primeras escisiones tuvieron lugar en oriente, por las declaraciones dogmáticas de los concilios de Efeso y de Calcedonia o en tiempos posteriores por la ruptura de la comunidad eclesiástica entre los patriarcados orientales y la Sede romana. Cinco siglos después sobrevienen otras en la misma Iglesia occidental, como secuela de los acontecimientos que ordinariamente
se designan con el nombre de la Reforma. Es de importancia reconocer la riqueza litúrgica de las Iglesias de Oriente, donde veneran en gran manera a muchos santos y a la virgen María como en la Iglesia Católica. Sabiendo que estas Iglesias, aunque separadas, mantienen sacramentos por su sucesión apostólica como el sacerdocio y la Eucaristía, por lo cual se aconseja la comunicación en funciones sagradas, bajo la aprobación de la respectiva autoridad eclesiástica. Además, se debe reconocer en ellos, la fuente de la vida religiosa, llamada así actualmente en Occidente, y que tuvo su origen primero en los movimientos monacales de oriente y de toda su riqueza espiritual. Todas estas tradiciones deben ser conocidas, veneradas y conservadas para mantener fielmente la plenitud de la tradición cristiana. Por otra parte, las comunidades eclesiales y las Iglesias que se han separado de la Iglesia católica durante y al final de la edad media (la Reforma), están unidas a la Iglesia por unos puntos en común muy significativos: - La fe en Jesucristo - Estudio de la Sagrada Escritura. - La vida sacramental bautismal. - La vida con Cristo. 2. Los grandes logros del ecumenismo. En estos años se han alcanzado los siguientes resultados en el ecumenismo: - Establecimiento de más de 186 iniciativas de diálogos con otras confesiones cristianas.1 - Realización de acuerdos significativos con otros cristianos sobre todo en el campo de la justificación (Declaración conjunta luterano-católica sobre la doctrina de la justi1 Para consultar todos estos diálogos puede mirarse el boletín del Centro Pro Unione. http://www.pro.urbe.it/att-act/i_bulletin_fr.html
ficación (31 de octubre de 1999)2,y de la cristología (Declaración Cristológica común entre la Iglesia Católica y la Iglesia Asiria del Oriente (1994)3. - En 1964, el encuentro de Pablo VI con el patriarca de Constantinopla Atenágoras puso de manifiesto el deseo de la Iglesia católica romana de acercarse al resto de Iglesias cristianas. Juan Pablo II multiplicó los gestos de aproximación: encuentros con el patriarca de Constantinopla (1979), con el primado anglicano y con la reina Isabel II (1982), y visita a la sede del Consejo Ecuménico de las Iglesias en Ginebra (1984). Se colaboró en la traducción ecuménica de la Biblia, realizada por católicos, ortodoxos y protestantes; los acuerdos sobre el bautismo, la eucaristía y el ministerio eclesial (1982). Desde la 5.ª asamblea de Nairobi del CMI (1975), se ha intensificado el compromiso del cristianismo en el ámbito político, social y cultural (antirracismo, paz, ecología…). En forma más discreta pero no menos clara y eficaz, Benedicto XVI ha continuado la línea ecuménica del concilio Vaticano II. - Elaboración conjunta desde 1966, generalmente con el CMI, de los materiales para la Semana de oración por la unidad de los cristianos.4 3. Las etapas vividas en el ecumenismo. En estos cincuenta años se pueden distinguir tres etapas en el proceso ecuménico. Una primera etapa de entusiasmo en la que se creía que la unidad estaba cerca, se cayó en una especie de “irenismo” que considera2 http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/ chrstuni/documents/rc_pc_chrstuni_doc_31101999_cathluth-joint-declaration_sp.html 3 http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/ chrstuni/documents/rc_pc_chrstuni_doc_11111994_assyrian-church_en.html 4 Para un balance del ecumenismo puede verse Kasper, Walter. Harvesting the Fruits. Basic Aspects of Christian Faith in Ecumenical Dialogue. Londres/NY: Continuum, 2009.
ba que era fácil superar las diferencias entre los cristianos y que bastaba la buena voluntad de las partes. Luego vino una segunda etapa que algunos llamaron el “invierno ecuménico” causado por las críticas internas de cada comunidad eclesial a lo que se consideraba una unidad que cedía demasiado de lo propio de cada confesión. La caída del comunismo en 1989 provocó disputas y reclamos de propiedades y templos entre ortodoxos y católicos; el auge del proselitismo planteó disputas entre ortodoxos y cristianos occidentales. Por otra parte, el surgimiento de movimientos integristas o fundamentalistas que insistían en la unicidad de la propia verdad, cerró el camino al diálogo en varias Iglesias cristianas. La tercera etapa, en la que estamos, es la de un realismo positivo: las Iglesias buscan la unidad pero partiendo de su propia identidad; se está de acuerdo con que es posible, por ahora, trabajar juntos en el ecumenismo práctico, en la lucha por los derechos humanos, la oración en común, la defensa del planeta, etc. Los diálogos teológicos continúan con el criterio de mirar a la Iglesia todavía una (siglo 1-IV) para encontrar formas de consenso. Se busca hoy lo que se llama un consenso diferenciado que reemplaza al ecumenismo del consenso de las décadas anteriores. Pero no se espera una unidad visible a corto plazo mientras no haya modelos claros y criterios histórico-teológicos comunes. 4. Los nuevos desafíos y métodos del ecumenismo. Hay unos cambios fundamentales en los últimos años en cuanto al movimiento ecuménico: - Hay un aumento del ecumenismo “desde abajo” que favorece la acción en común y que poco a poco va haciendo la “recepción” de los acuerdos teológicos del ecumenismo de “arriba”. Aquí se va proce-
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diendo con el “consenso diferenciado” de trabajar con las cosas que tenemos en común pero teniendo en cuenta las perspectivas que nos separan pero que no son causa, ni deben serlo, de enfrentamientos. - Se busca en todas las Iglesias la propia identidad confesional pues el ecumenismo se hace desde la claridad de los principios de las Iglesias y no desde la confusión irénica de ideas. Esto será una oportunidad de conocimiento y enriquecimiento mutuo y de plantear el diálogo desde el piso sólido de lo que cada Iglesia confiesa. - Las Iglesias protestantes están pidiendo hoy un mutuo reconocimiento, es decir, que se las considere Iglesias en paridad de condiciones. Esto es resultado de la opción por la diferencia propia del mundo contemporáneo. Pero aceptar esto, sería viciar el objetivo del ecumenismo. Más bien se puede proponer una unidad en lo fundamental cristiano y una aceptación de la diversidad de tradiciones y modos. Será fundamental en este caso una profundización de la eclesiología en sus aspectos de sacramento, unidad y comunión. - Otro problema grave hoy son las posturas de algunas Iglesias que, por deseo de responder a la cultura contemporánea, adoptan ciertas líneas éticas como aceptar el matrimonio homosexual, la adopción de hijos por parejas homosexuales, la ordenación de mujeres y de gays practicantes. En este campo urge una profunda reflexión sobre la teología moral en mirada ecuménica. - Finalmente, hoy aparecen nuevos participantes en el diálogo que no se tenían en cuenta en el pasado. Hay una ampliación de los diálogos ecuménicos con las Iglesias orientales a los que no se les había prestado suficiente atención. Pero
es importantísimo el diálogo con el movimiento pentecostal que se ha convertido en la segunda fuerza cristiana en el mundo después del catolicismo romano y que se ha constituído en la “experiencia pastoral más efectiva del siglo XX”. El fenómeno de la “pentecostalización de las Iglesias” no puede ser ajeno a las preocupaciones del movimiento ecuménico y de la Iglesia católica romana en América Latina.5 5. El caso colombiano. En Colombia el movimiento ecuménico ha marchado a paso lento por las siguientes razones: hay todavía una historia de resentimientos y dolores históricos por las agrias relaciones entre las Iglesias sobretodo en la época de 1945 en adelante; no se ha considerado al ecumenismo una prioridad pastoral por la urgencia de solución del conflicto armado; no hay adecuada formación ecuménica de sacerdotes y pastores; la cultura colombiana sigue siendo muy católica en sus aspectos socio-culturales; no se han implementado en la práctica documentos oficiales como La dimensión ecuménica en la formación de quienes trabajan en el ministerio pastoral6 o Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo.7 “En el ámbito de las diócesis el panorama no es muy alentador: la falta de personal, de preparación específica, de recursos económicos y de otro tipo, indica que la actividad ecuménica se deja con frecuencia a la iniciativa espontánea de los fieles”8 5 Koch, Kurt. “Il pontificio consiglio per la promozione dell¨unitá dei cristiani. Sviluppi e sfide dell´ecumenismo”. En Centro pro-unione Bulletin. 81/2012. P. 3-12. 6 http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/ chrstuni/documents/rc_pc_chrstuni_doc_16031998_ecumenical-dimension_sp.html 7 http://www.mercaba.org/CONSEJOS/Unidad/directorio_0_ ecumenismo.htm 8 El ecumenismo hoy. La situación en la Iglesia católica. Resultados de una encuesta del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/chrstuni/documents/rc_pc_chrstuni_doc_20041121_ farrell-ecumenismo_sp.html
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Sin embargo, hay iniciativas interesantes: los colectivos ecuménicos de Medellín y Bogotá, el trabajo del SPEC y del CELAM y los grupos ecuménicos laicos. Como propuestas hacia el futuro están: la creación de los secretariados o comisiones diocesanos de ecumenismo y la formación ecuménica de sacerdotes, religiosos y laicos, así como la potenciación de las estructuras nacionales para el ecumenismo. Pero sobretodo, la necesidad de crear en todos nosotros una actitud ecuménica que nos permita encontrarnos, conocernos, dialogar y alcanzar la unidad visible de la Iglesia.
DECRETO “ORIENTALIUM ECCLESIARUM” Por: Luis Antonio Torres Esquivel, Archimandrita Timoteo.
“La Iglesia Católica tiene en gran aprecio las instituciones, los ritos litúrgicos, las tradiciones eclesiásticas y la disciplina de la vida cristiana de las Iglesias orientales. Pues en todas ellas, preclaras por su venerable antigüedad, brilla aquella tradición de los padres, que arranca desde los Apóstoles, la cual constituye una parte de lo divinamente revelado y del patrimonio indiviso de la Iglesia universal. Teniendo, pues, a la vista la solicitud por las Iglesias orientales, que son testigos vivientes de tal tradición, este santo y ecuménico Sínodo, deseando que florezcan y desempeñen con renovado vigor apostólico la función que les ha sido designada, ha decretado establecer algunos principios, además de los que atañen a toda la Iglesia, remitiendo todo lo demás a la iniciativa de los sínodos orientales y a la misma Sede Apostólica”. (Proemio D. C. Orientalium Ecclesiarium) • A manera de introducción. Para muchos católicos que han analizado y profundizado el Concilio Vaticano II pero que no han entrado nunca en contacto con el oriente cristiano, puede parecer extraña la razón de ser del Decreto Conciliar “Orientalium Ecclesiarium” y las referencias
que en este documento se hace de las Iglesias Católicas Orientales, las cuales para la mayoría en el occidente son desconocidas. No diría que se deba a un analfabetismo religioso, sino que por un lado la ausencia en nuestro territorio de estas tradiciones y jurisdicciones propias del oriente cristiano y la distancia geográfica imposibilita un adecuado y verdadero conocimiento de ellas. Muy esporádicamente se ve, lee y escucha referencias en los medios de comunicación sobre ellas, pero al no hacer parte de nuestra cultura cristiana occidental pasan desapercibidas o se les da poca o ninguna importancia.
tuales fuera de la Iglesia y alejados de la Tradición; ante un escepticismo creciente y un excesivo secularismo y la perdida de la sacralidad de los Bienes y Acontecimientos Sagrados; tomando en cuenta además la separación de la Teología Espiritual de la académica en nuestro entorno y el imperante racionalismo; como lo manifiestan Las Encíclicas Papales Oriéntale Lumen y Slavorum Apostoli entre otras y lo reseñan teólogos experimentados, la invitación que se nos hace es a mirar hacia el oriente cristiano enriqueciéndonos con valores que pueden ayudarnos a superar tales problemáticas que nos afectan.
En efecto, dado que creemos que la venerable y antigua tradición de las Iglesias Orientales forma parte integrante del patrimonio de la Iglesia de Cristo, la primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocerla para poderse alimentar de ella y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades, el proceso de la unidad. (E. Orientale Lúmen. S.S Juan Pablo II).
“Como expresó el mismo Juan Pablo II de forma Gráfica en su encíclica Salvorum Apostoli (1985), se trata de respirar con los dos pulmones de la Iglesia, el occidental y el oriental. Y esto es especialmente urgente cuando la crisis de la civilización occidental lleva a buscar fuera de la Iglesia riquezas que se hallan en la tradición cristiana. Podemos preguntarnos si la sensación de asfixia que hoy padece el mundo moderno no se deberá, entre otras causas, al empobrecimiento y la unilateralidad de su forma de vivir la vida humana y cristiana, que se ha limitado a una sola de sus tradiciones. Muchas
Frente a una sociedad occidental en crisis y teniendo en cuenta el crecimiento permanente de sectas y grupos que ofrecen alternativas espiri-
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aspiraciones de la modernidad y de la postmodemidad pueden hallar en la tradición cristiana oriental respuesta plena a sus ansias de experiencia espiritual, de integración holística y de perspectiva ecológica. Oriente nos ofrece un camino espiritual de excepcional riqueza”. (P. Víctor Codina. Los Caminos del Oriente Cristiano). Es hora de que los dos pulmones de la Iglesia, Oriente y Occidente converjan y se unan armónicamente para responder efectivamente a las necesidades del hombre actual oxigenando adecuadamente la misión pastoral y la vida espiritual de la Iglesia. “Pues bien, una de las mayores riquezas de la Iglesia es su tradición oriental, la tradición de la Iglesia primitiva que se ha conservado en las Iglesias del Oriente cristiano. A esta tradición dedicó el Vaticano II su Decreto sobre las Iglesias Orientales (OE) y se refirió con elogio en su Decreto sobre Ecumenismo (UR 14-18); a esta tradición ha dedicado Juan Pablo II su carta pastoral Orientale Lúmen (1995), al conmemorarse los 50 años de la carta apostólica de León XIII Orientalium Dignitas (1894)”. (Padre Víctor Codina, Sacerdote Jesuita, obra los Caminos del Oriente Cristiano E. Sal Terrae). El racionalismo excesivo y el relativismo no pocas veces nos han apartado del objetivo espiritual de la Iglesia, que es no solo la redención del ser humano, sino sobre todo la deificación del hombre integralmente que hecho a imagen de Dios está llamado a ser semejante a Él. Tal deificación o divinización del ser humano implica una trasfiguración ontológica e integral de la persona, que es lo que expone el oriente cristiano, no ahora sino siempre. Ello solo se logra desde la experiencia y relación personal con Dios y por ende con nuestros hermanos en un proceso eclesiológico que nos hace un todo en Cristo, por Cristo y para Cristo; es decir teóforos y no
solo portadores de ideas y conceptos sobre Dios. La experiencia a la que el oriente se refiere, difiere del literalismo bíblico, la emotividad y el sentimentalismo eufórico de los movimientos pentecostales ya que ella se sumerge en el silencio, la adoración, veneración y contemplación del misterio en la vida sacramental, ascética, eremítica y monacal, elementos que en las Iglesias Católicas Orientales está presente en cada célula de la sociedad. El cristianamos oriental como lo refiere exactamente el Concilio en este Decreto, es la fuente de la cual tomamos elementos que en occidente tienden a perderse en medio de la dialéctica, especulación y secularismo olvidando que Dios se esconde detrás de un gran misterio que debe ser adorado, contemplado, admirado y vivido para poder ser comprendido. Esta espiritualidad y sacralidad es la que nos invita a conocer y nutrirnos de ella el Decreto Conciliar Orientalium Eclclesiarium tornando nuestra mirada al Patrimonio Oriental que pertenece a toda la Iglesia Universal. «Los conceptos crean ídolos; sólo la admiración capta algo. (S. Gregorio Nisa). La filosofía en el campo de la teología oriental tiene la función especifica y patrística de interpretar y describir la Revelación, mas no la de crearla o definirla, ya que a Dios no se le descubre sino que es Él quien se nos revela. Lo que algunos teólogos y académicos occidentales han denominado peyorativamente discusiones bizantinas, tiene su razón de ser en un oriente donde teoría y praxis van de la mano, donde la teología académica o científica y la carismática y mística son inseparables y el dogma surge de la misma experiencia de la Iglesia. La razón iluminada puede dar mejores apreciaciones y exposiciones sobre Dios que la dialéctica y la especulación humana; pues el finito está
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limitado frente al Infinito que es Dios. En este contexto antes de avanzar sería bueno poder tomar aquí como referencia lo que el Padre Víctor Codina Sacerdote Jesuita manifiesta sobre estos dos componentes teológicos de la Iglesia, el oriental y el occidental en base a su investigación sobre las exposiciones teológicas orientales: -- Oriente habla de participación de la naturaleza divina y posee una visión sintética de la fe; Occidente habla de causalidad eficiente y de análisis escolástico. -- Oriente mantiene la savia bíblica, patrística, sapiencias y mística, mientras que Occidente se inclina por el método analítico y la razón teológica. -- Oriente no tiene deseos de definir, prefiere no definir, mientras que Occidente necesita definir. -- Oriente desarrolla en la liturgia la parte mistérica y sacramental, mientras que Occidente desarrolla más la parte catequética y didáctica. -- Oriente habla de mística y de divinización del cristiano; Occidente trata más de la dimensión moral. -- Oriente estima como don supremo el monacato eremítico, mientras que Occidente se inclina por la vida cenobítico y, sobre todo, por la vida religiosa activa. -- Oriente es más “neoplatónico”, habla de causalidad formal, de gracia increada, de divinización y transformación ontológica de todo el ser humano, de una Iglesia más litúrgica y contemplativo, del monacato, del sacerdocio de los fieles, de las dimensiones ontológicas y cósmicas de la redención, mientras espera la «parusía». -- Occidente es más “aristotélico” usa la causalidad eficiente, habla preferentemente de gracia creada, de la visión beatífica, de la Iglesia militante, de la conquista del mundo, del sacerdocio, de la jerarquía, de las dimensiones jurídicas de la justificación.
Como podemos ver, estas diferencias no se contraponen sino que deberían complementarse a fin de dar una mejor respuesta al hombre de nuestra época, perturbado por tanto desequilibro social, espiritual, económico y religioso. Para la teología oriental, el fin primario para el cual fue creado el ser humano es la deificación o divinización, (Θεώσης); es decir para participar del Dios que se participa en Cristo Verdadero Dios y hombre verdadero en el amor del Padre con la efusión del Espíritu Santo. Cuando el hombre ha llegado a la deificación ya no es él quien vive sino Cristo quién vive en él y esto se realiza en y dentro de la vida de la Iglesia, no separado o aislado de ella. «Todo el desarrollo de las luchas dogmáticas sostenidas por la Iglesia en el curso de los siglos, si se mira desde el punto de vista puramente espiritual, nos aparece dominado por la preocupación constante que ha tenido la Iglesia de salvaguardar en cada momento de su historia la posibilidad de que los cristianos alcancen la plenitud de la unión mística. En efecto, la Iglesia lucha contra los gnósticos para defender la idea de la divinización como fin universal: «Dios se hizo hombre para que los hombres pudiesen llegar a ser dioses». Afirma contra los arrianos el dogma de la Trinidad consustancial, porque es el Verbo, el Logos, quien nos abre el camino a la unión con la divinidad; y si el Verbo encarnado no tiene la misma substancia que el Padre, si no es verdadero Dios, nuestra divinización es imposible. La Iglesia condena el nestorianismo para destruir la barrera que ha querido separar, en el mismo Cristo, al hombre de Dios. Se levanta contra el apolinarismo y el monofisismo para mostrar que, puesto que la plenitud de la naturaleza humana ha sido asumida por Cristo, nuestra naturaleza entera debe entrar en unión con Dios. Combate a los monotelitas, porque no
se podría llegar a la divinización fuera de la unión de las dos voluntades, divina y humana: «Dios ha creado al hombre por su sola voluntad, pero no lo puede salvar sin el concurso de la voluntad humana». La Iglesia triunfa contra los iconoclastas, afirmando la posibilidad de expresar las realidades divinas en la materia, símbolo y prenda de nuestra santificación. En las cuestiones que se presentan sucesivamente sobre el Espíritu Santo, sobre la gracia, sobre la misma Iglesia cuestión dogmática de la época en que vivimos, la preocupación central, el objeto de la lucha, es siempre la posibilidad, el modo o los medios de la unión con Dios. Toda la historia del dogma cristiano se desarrolla en tomo al mismo núcleo místico, defendido con diferentes armas contra los múltiples enemigos en el curso de las épocas sucesivas. (Vladimir Lossky).
consigo mismos, comunicándoles la única fuerza capaz de sanar a todo el hombre”. (Oriéntale Lumen).
Lo anterior lo resume de manera clara Su Santidad Juan Pablo II cuando nos dice:
Iglesia Católica Armenia; Iglesia Católica Caldea-Babilónica; Iglesia Católica Copta; Iglesia Católica de Etiopía; Iglesia Católica Maronita; Iglesia Católica Melquita; Iglesia Católica Siriana; Iglesia Católica Siro-Malabar; Iglesia Católica Siro-Malankar; Iglesia Católica-Bizantina de Bulgaria; Iglesia Católica-Bizantina de Grecia; Iglesia Católica-Bizantina de la Ex-Yugoslavia; Iglesia Greco-Católica de Eslovaquia; Iglesia Greco-Católica de Hungría; Iglesia Greco-Católica de Rumania; Iglesia Greco-Católica de Ucrania; Iglesia Greco-Católica Rutena; Comunidad Greco-Católica Italo-Albanesa.
“A todas las Iglesias, tanto de Oriente como de Occidente, llega el grito de los hombres de hoy que quieren encontrar un sentido a su vida. Nosotros percibimos en ese grito la invocación de quien busca al Padre olvidado y perdido (cfr. Lc 15, 18-20; Jn 14, 8). Las mujeres y los hombres de hoy nos piden que les mostremos a Cristo, que conoce al Padre y nos lo ha revelado (cfr. Jn 8, 55; 14, 8-11). Dejándonos interpelar por las demandas del mundo, escuchándolas con humildad y ternura, con plena solidaridad hacia quien las hace, estamos llamados a mostrar con palabras y gestos de hoy las inmensas riquezas que nuestras Iglesias conservan en los cofres de sus tradiciones. Aprendemos del mismo Señor quien, a lo largo del camino, se detenía entre la gente, la escuchaba, se conmovía cuando los veía «como ovejas sin pastor» (Mt 9, 36; cfr. Mc 6, 34). De él debemos aprender esa mirada de amor con la que reconciliaba a los hombres con el Padre y
• Sobre las Iglesias Católicas Orientales específicamente: Partiendo de lo anterior, digamos primero que las denominadas Iglesias Católicas Orientales a las que se refiere el Decreto Conciliar Orientalium Ecclesiarium, es un grupo bastante amplio de Iglesias Locales, o mejor Particulares las cuales son Patriarcales y Arzobispales, que se diferencian de la parte latina y aun entre ellas mismas por su disciplina, método teológico, ritos, ornamentos y estilo propio de vivir el cristianismo católico y aun de administrarse, pero siempre fieles a la Autoridad del Papa y en plena comunión y unión con la Catolicidad Universal. Ellas son:
Antiguas como son estas jurisdicciones de la catolicidad, ya que ellas encuentran sus raíces en alguno de los Santos Apóstoles o Padres de la Iglesia, los cuales establecieron comunidades de fe en los diferentes lugares donde realizaron su ministerio; es comprensible el abnegado afán del Sacro Santo Concilio mediante el Decreto Orientalum Ecclesiarum por conservar este patrimonio, defenderlo y acrecentarlo como parte viva de la Iglesia Universal.
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Hay algunos rasgos de la tradición espiritual y teológica, comunes a las diversas Iglesias de Oriente, que caracterizan su sensibilidad con respecto a las formas asumidas por la transmisión del Evangelio en las tierras de Occidente. Así los sintetiza el Vaticano II: «Todos conocen también con cuánto amor los cristianos orientales realizan el culto litúrgico, principalmente la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles, unidos al Obispo, al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la santísima Trinidad, hechos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4)»(11). (Orientale Lumen). El Concilio Vaticano II dedica este Decreto para ofrecerles a cada una de estas Comunidades de Fe, como parte de ella, la posibilidad de desarrollarse y proyectarse adecuadamente no solo en el campo Espiritual y Pastoral sino además en el tiempo. “Mirar los caminos de la Iglesia del Oriente no es, pues, una especie de exotismo, tipo «New Age», sino que es volver a la tradición genuina de la Iglesia católica. Tampoco es una simple curiosidad histórica, una especie de arqueologismo, sino que significa salir al encuentro de una tradición viva de la Iglesia de ayer y de hoy”. (P. Víctor Codina. S. J. Los caminos del Oriente Cristiano). La Iglesia es Madre, ella ve, cuida y acepta a cada uno de sus hijos y a cada familia que la conforma con la misma caridad y dignidad, creando los mecanismos propios para su pleno desarrollo suministrándole el alimento necesario para su perfeccionamiento integral sin olvidar el medio y la cultura donde crecen y se proyectan, protegiendo a los fieles de cada rito en su patrimonio a fin de que al versen desplazados por las
realidades cambiantes a lugares geográficos diferentes de donde emergieron, puedan conservar dicha riqueza y tradición. La Tradición Latina y la Oriental tienen hoy más que nunca la necesidad de rencontrase para enriquecerse mutuamente, quiéranlo o no; quizá parezca deliberado decirlo, pero el oriente tiene una espiritualidad para compartir con el occidente y el occidente una vida pastoral para compartirle al oriente. Es bueno señalar entonces desde el campo histórico, que es solo con el fenómeno de la inmigración que pequeñas comunidades de estas Iglesias Católicas Orientales han empezado a hacer presencia en América Latina.
las diferentes necesidades de tiempo y lugar. (Orientalium Ecclesiarum). Desde sus inicios la Iglesia se manifestó en la pluralidad y multiplicidad de ritos, método teológico, formas y estilos, así como diversos fueron los Apóstoles y Padres de la Iglesia en los diferentes lugares. Esto se ve reflejado en las Iglesias Particulares que ellos fundaron como miembros de un mismo cuerpo, la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia de Cristo, donde no obstante de que todas por ejemplo celebraban los mismos sacramentos, la forma en que lo hacen no siempre es la misma.
• Orientalium Ecclesiarum, una respuesta Conciliar a la Unidad en la Diversidad que identifica la Iglesia Católica.
Existe una diversidad de ritos litúrgicos tan antiguos que bien podríamos decir que siendo todos ellos válidos y canónicos nos permitiría tener una variedad de formas de celebrar los mismos acontecimientos y actos divinos. Ello no nos empobrece, sino que da a la Iglesia la oportunidad de vivir la fe en la diversidad y en la mas plena y absoluta caridad; en una plena y absoluta comunión unión, y además ofrece la posibilidad de vivir la vocación de acuerdo a la propia realidad donde cada una de ellas se desarrollan; es decir, adaptándose a la propia realidad cultural que las identifica, esta riqueza protege y fortalece el D. Conciliar Orientalium Ecclesiarium.
La santa Iglesia católica, que es el Cuerpo místico de Cristo, consta de fieles que se unen orgánicamente en el Espíritu Santo por la misma fe, por los mismos sacramentos y por el mismo gobierno. Estos fieles, reuniéndose en varias agrupaciones unidas a la jerarquía, constituyen las Iglesias particulares o ritos. Entre estas Iglesias y ritos rige una admirable comunión, de tal modo que su variedad en la Iglesia no sólo no daña a su unidad, sino que más bien la explicita; es deseo de la Iglesia católica que las tradiciones de cada Iglesia particular o rito se mantengan salvas e íntegras a
No se debe pensar y ver a la Iglesia Católica como una uniformidad de rito, forma, estilo espiritual y de método teológico y aun de ornamentos y elementos litúrgicos. Existen y subsisten los mismos Dones Divinos pero manifestados y expresados con signos y símbolos diferentes. Así, como el Cuerpo está conformado por diversos miembros, de igual modo la Iglesia cuenta con una multiplicidad de jurisdicciones o “Iglesias Locales o Particulares” las cuales estando unidas y en plena Comunión entre si, tiene cada una, características que las diferencian de las otras. El Sacro Santo Concilio
No obstante que en naciones del cono sur como Argentina, Brasil, Venezuela entre otras, ya hace algunos años se han establecido no solo parroquias sino aun Diócesis, se debe resaltar que para el caso específico de Colombia, es solo hace dos años aproximadamente que se empieza a hablar de la creación y presencia de una Comunidad Maronita en la ciudad de Santa Fe de Bogotá.
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Vaticano II, consiente de esta diversidad entra a legislar sobre aquellas jurisdicciones que siendo un tanto diferente en oriente cristiano por diversas razones de la parte latina, requieren un especial cuidado no solo por su antigüedad sino por las continuas tensiones y aun persecuciones a las que se ve expuestas por diversas razones, especialmente políticas y de conflictos y confrontaciones religiosas. “Nuestros hermanos orientales católicos tienen plena conciencia de ser, junto con los hermanos ortodoxos, los portadores vivos de esa tradición. Es necesario que también los hijos de la Iglesia católica de tradición latina puedan conocer con plenitud ese tesoro y sentir así, al igual que el Papa, el anhelo de que se restituya a la Iglesia y al mundo la plena manifestación de la catolicidad de la Iglesia, expresada no por una sola tradición, ni mucho menos por una comunidad contra la otra; y el anhelo de que también todos nosotros podamos gozar plenamente de ese patrimonio indiviso, y revelado por Dios, de la Iglesia universal que se conserva y crece tanto en la vida de las Iglesias de Oriente como en las de Occidente”. (E. Oriéntale Lumen S. S. Juan Pablo II).
lén, Altar Universal; lo cual tiene su propio significado y razón teológica. Para ellas, el Pueblo, el Sacerdote y Cristo en el Altar elevan a Dios Padre en el Espíritu Santo un sacrificio agradable de glorificación, intercesión, y adoración en una Nueva Alianza donde el Verbo encarnado es Todo en todo y para todos glorificando la Presencia Trinitaria en la Vida de la Iglesia. La lectura de la Palabra y su predicación son de frente, está dirigida al pueblo, pero la Liturgia Eucarística de Cristo en el Altar es para Dios y hacia Dios como incienso puro y perfecto, sacrificio de alabanza, el cual retorna al pueblo en cada bendición de paz donde quien celebra da la vuelta y bendice a los fieles y sobre todo en el momento de la comunión en que lo Divino se une con lo humano. Todo lo que el oriente cristiano realiza en su vida litúrgica debe ser visto, comprendido y asimilado desde el contexto teológico y dogmático. Cada oración, cada acción, himno, salmodia y elemento tienen o contiene verdades de fe. • Sobre la forma de articulación y unión de las diversas jurisdicciones o Iglesias Locales en la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.
• El valor de la Tradición Oriental. Hablamos entonces de dos grandes Tradiciones en la Iglesia, la Tradición Occidental y la Tradición Oriental. Una es la Tradición Latina (occidente) con sus diversos componentes y otra la Tradición Oriental con sus diversas formas, ritos, disciplinas y método teológico. Ambas en cambio son pulmones vivos del mismo cuerpo. Como ejemplo de esta riqueza espiritual oriental, podríamos colocar la forma de celebrar la Santa Misa o Divina Liturgia, en la cual el oriente sigue utilizando los ritos mas antiguos realizados en algunas de ellas de espaldas y siempre mirando hacia el oriente, donde está la ciudad Santa de Jerusa-
La Iglesia articula y une a las diversas jurisdicciones, Latinas y Orientales mediante el Sagrado vínculo de la Comunión, los Sacramentos y el Gobierno Apostólico presidido entre todas ellas por la Iglesia de Roma, Sede del Sucesor de San Pedro, es decir el Santo Padre; la cual, no solo por su antigüedad, sino especialmente por su dignidad es punto de referencia, Madre en amor de todas las demás. Todos los Obispos que sustentan la misión apostólica en cada región o jurisdicción están en comunión jerárquica entre si y todos ellos con el Obispo de Roma que es además de los títulos que le han sido conferidos por su primacía el Siervo de los Siervos de Dios.
“Ignacio, que es llamado también teóforos (Θεoφόρος/Portador de Dios), …a la Iglesia que es amada e iluminada por medio de la voluntad de Aquel que quiso todas las cosas que son, por la fe y el amor a Jesucristo nuestro Dios; a la que tiene la presidencia en el territorio de la región de los romanos, siendo digna de Dios, digna de honor, digna de parabienes, digna de alabanza, digna de éxito, digna en pureza, y teniendo la presidencia del amor, andando en la ley de Cristo y llevando el nombre del Padre”... (San Ignacio de Antioquía a los Romanos año 170 dc.). Frente a algunos temores y tentativas de eliminar esta unidad en la diversidad para convertirla en uniformidad, el Sacro Santo Concilio entra a garantizar que este patrimonio no se pierda y además es tácito en expresar con claridad que este en vez de afectar la unidad la enriquece. “La Santa Iglesia Católica, que es el Cuerpo místico de Cristo, consta de fieles que se unen orgánicamente en el Espíritu Santo por la misma fe, por los mismos sacramentos y por el mismo gobierno. Estos fieles, reuniéndose en varias agrupaciones unidas a la jerarquía, constituyen las Iglesias particulares o ritos. Entre estas Iglesias y ritos rige una admirable comunión, de tal modo que su variedad en la Iglesia no sólo no daña a su unidad, sino que más bien la explicita; es deseo de la Iglesia católica que las tradiciones de cada Iglesia particular o rito se mantengan salvas e íntegras a las diferentes necesidades de tiempo y lugar”. (Orientalium Ecclesiarium). • Mas allá de los cismas y la división, camino y búsqueda de la unidad. El oriente cristiano por otro lado vivió no una sino muchas luchas teológicas y dogmáticas dado que es realmente en sus territorios donde se realizaron los primeros Concilios Ecuménicos que definieron los principales
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dogmas de la Iglesia en referencia a la Santísima Trinidad, la Persona de Cristo y sus dos naturaleza, la Divina y la humana presentes en una única Persona, el Verbo encarnado; así como lo referente al Espíritu Santo. En pocas palabras es en oriente en donde la Iglesia en pleno definió con la Iluminación del Espíritu Santo el Credo o Símbolo de la Fe. Estas disputas teológicas generaron no solo tensión sino que en muchos casos terminaron en cismas que crearon división. De todas estas divisiones, persisten tres grandes linajes, el Nestoriano, el Monofisita y el Ortodoxo, de los cuales hasta hoy tenemos presencia. Algunas jurisdicciones fueron retornando a la comunión plena con la Iglesia Católica y con el Romano Pontífice, no sin antes recordar igualmente que los intentos por recuperar la unidad no han sido pocos desde entonces. Entre estos intentos esta por recordar el Concilio de Florencia y Ferrara (Años 1438-1442) que tuvo como fin precisamente el restablecimiento de la unidad plena de la Iglesia con aquellas del oriente cristiano que no están en comunión con la Santa Sede. • El Concilio garante y protector de la Santa Tradición. “Por consiguiente, debe procurarse la protección y el incremento de todas las Iglesias particulares y, en consecuencia, establézcanse parroquias y jerarquías propias, allí donde lo requiera el bien espiritual de los fieles. Pero los jerarcas de las diversas Iglesias particulares, que tienen jurisdicción en un mismo territorio procuren, mediante acuerdos adoptados en reuniones periódicas, favorecer la unidad de la acción y fomentar las obras comunes, mediante la unión de fuerzas, para promover más fácilmente el bien de la religión y salvaguardar más eficazmente la disciplina del clero. Todos los clérigos y seminaristas deben ser instruidos en los ritos y, sobre
todo, en las normas prácticas referentes a los asuntos interrituales; es más, los mismos laicos, en la catequesis, deben ser informados sobre los ritos y sus normas. Por último, todos y cada uno de los católicos, así como los bautizados en cualquier Iglesia o comunidad católica, conserven en todas partes su propio rito, y en cuanto sea posible, lo fomenten y observen con el mayor ahinco; salvo el derecho de recurrir en los casos peculiares de personas, comunidades o regiones a la Sede Apostólica, la cual, como árbitro supremo en las relaciones intereclesiales, proveerá con espíritu ecuménico a las necesidades, por sí misma o por otras autoridades, dando las oportunas normas, decretos y rescriptos”. (Orientalium Ecclesiarium). Una mal pretendida uniformidad en todos los aspectos de la vida de la Iglesia ha florecido de tiempo en tiempo, lo cual es contrario al espíritu universal de la catolicidad, la cual no entraré a analizar aquí pero si deseo resaltar que precisamente estas dificultades son las que pretende solucionar y ayudar a superar el Sacro Santo Concilio Vaticano II, generando mecanismos para el acercamiento y diálogo ecuménico y por el otro creando normas y estructuras canónicas que se ajusten a la realidad propia de cada una de las Iglesias Orientales que ya están en comunión plena en la diversidad. Mediante sus dos decretos conciliares, el primero “UNITATIS REDINTEGRATIO” y el documento del que aquí nos ocupa, es decir “ORIENTALIUM ECCLESIARIUM” la Iglesia Católica por un lado abre las puertas para que quienes no están en plena comunión en el oriente cristiano puedan tener un puente para llegar a la unidad con la Catolicidad y por el otro asegurar que la Tradición Apostólica en todos sus campos, signos y símbolos presente en cada Iglesia Oriental en comunión con la Santa Sede y la catolicidad universal, sea cual fuere su rama, pueda garantizar no solo la conservación de su Patri-
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monio Espiritual en toda su dimensión, sino también el impulso, multiplicación y conocimiento del mismo por todos los fieles que conforman el cuerpo de Cristo no solo en oriente sino también en occidente. “Sepan y tengan por seguro todos los orientales, que pueden y deben conservar siempre sus legítimos ritos litúrgicos y su disciplina, y que no deben introducir cambios sino por razón de su propio y orgánico progreso. Todo esto, pues, ha de ser observado con la máxima fidelidad por los orientales, quienes deben adquirir un conocimiento cada vez mayor y una práctica cada vez más perfecta de estas cosas; y, si por circunstancias de tiempo o de personas se hubiesen indebidamente apartado de aquéllas, procuren volver a las antiguas tradiciones. Aquellos, pues, que por razón del cargo o del ministerio apostólico tengan frecuente trato con las Iglesias orientales o con sus fieles, sean adiestrados cuidadosamente en el conocimiento y práctica de los ritos, disciplina, doctrina, historia y carácter de los orientales según la importancia del oficio que desempeñan. Se recomienda encarecidamente a las órdenes religiosas y asociaciones de rito latino que trabajan en las regiones orientales o entre los fieles orientales que, para una mayor eficacia del apostolado, establezcan casas o también provincias de rito oriental, en la medida de lo posible”. (Orientalium Ecclesiarium). No todas las Iglesias Católicas Orientales son el resultado del retorno de alguna rama post cisma a la comunión con la Iglesia Universal, ya que la Iglesia Maronita, siempre estuvo y está en plena comunión con la Santa Sede y con el sucesor de San Pedro. La Iglesia Maronita siempre se ha caracterizado por su apego ininterrumpido a la unidad e integridad a la Iglesia Católica. Es decir, los maronitas siempre han sido católicos y nunca se han separado de la jurisdicción Papal.
• Sobre la disciplina en cada Iglesia Particular. “Por ello, solemnemente declara que las Iglesias de Oriente, como las de Occidente, gozan del derecho y deber de regirse según sus respectivas disciplinas peculiares, como lo exija su venerable antigüedad, sean más congruentes con las costumbres de sus fieles y resulten más adecuadas para procurar el bien de las almas”. (Orientalium Ecclesiarium). Orientalium Ecclesiarum, responde igualmente a todo un proceso de la Santa Sede que desde hace ya muchos siglos buscaba definir los mecanismos canónicos propios para estas Iglesias Particulares del oriente cristiano, dando paso a la consolidación del Derecho Canónico Oriental, el cual define los cánones y normas que rigen dentro de su propia particularidad y en medio de la diversidad existente dentro de estas venerables jurisdicciones parte vital e indispensable de la Iglesia Universal. Al legislar sobre las Iglesias Católicas Orientales, el Concilio Vaticano II lo primero que reseña y resalta es la igualdad en dignidad dentro del Cuerpo de Cristo de estas Jurisdicciones ya sean Patriarcales u Arzobispales en referencia las Latinas y a la vez entre ellas mismas. Como dijimos, no han sido pocas las tentativas latinizantes que han generado tensión pretendiendo una uniformidad absoluta dentro de la Iglesia, lo cual es absolutamente ilógico dentro de la propia identidad universal del catolicismo, que tiene como grandeza precisamente el hecho de poder abrazar a hombres y mujeres de toda raza, nación, cultura, tradición y lengua, siendo verdad que para ella, solo existe una raza, la de los hijos de Dios, hechos a imagen y llamados a ser semejantes a Él; una única cultura, la de la caridad, misericordia y solidaridad; un único idioma, el del amor.
“Estas Iglesias particulares gozan, por tanto, de igual dignidad, de tal manera que ninguna de ellas aventaja a las demás por razón de su rito, y todas disfrutan de los mismos derechos y están sujetas a las mismas obligaciones, incluso en lo referente a la predicación del Evangelio por todo el mundo (cf. Mc 16,15), bajo la dirección del Romano Pontífice”. (Orientalium Ecclesiarium). Las Iglesias Orientales, tanto católicas como no católicas hacen parte de cinco grandes tradiciones representadas así: -- Tradición Alejandrina: Iglesias: Copta, Etíope y Eritrea. -- Tradición Antioquena: Iglesias Malankar, Maronita y Siria. -- Tradición Armenia: Iglesia Armenia. -- Tradición Caldea: Iglesias Caldea y Malabar. -- Tradición Bizantina: Iglesias Albanesa, Bielorrusa, Croata, Búlgara, Griega, Greco-melkita, Italo-Albanesa, Macedonia, Rumana, Rusa, Rutena, Eslovaca, Ucraniana y Húngara. Esta clasificación se hace en base a los ritos y formar propias con las que ellas celebran y viven la vida liturgia y espiritual. • Sobre la forma de gobierno y administración. El Papa es Padre y Pastor, primero en el amor y la caridad y efectivamente a él acuden cada vez que las circunstancias así lo requieran y Él acude a ellas como Pastor Universal encargado de apacentar no solo a las ovejas (Fieles), sino también a los corderos (Obispos). Inmediatamente después de él, está la autoridad del Patriarca o Arzobispo Mayor, cabeza de cada una de estas Iglesias Particulares, algunos de los cuales incluso son Cardenales, los cuales tienen a saber una especial dignidad que les permite y
otorga atribuciones única de decisión y determinación en unidad a su Santo Sinodo, dígamos que gozan de una mayor autonomía administrativa, permitiendoles elegir sus propios, Obispos los que son confirmados por la Santa Sede. “Desde los tiempos más remotos rige en la Iglesia la institución patriarcal, ya reconocida desde los primeros concilios ecuménicos. Con el nombre de Patriarca oriental se designa el Obispo a quien compete la jurisdicción sobre todos los Obispos, sin exceptuar los Metropolitanos, sobre el clero y el pueblo del propio territorio o rito, de acuerdo con las normas del derecho y sin perjuicio del primado del Romano Pontífice… Según la antiquísima tradición de la Iglesia, los Patriarcas de las Iglesias orientales han de ser honrados de una manera especial, puesto que cada uno preside su patriarcado como padre y cabeza del mismo. Por eso, este santo Sínodo establece que sus derechos y privilegios sean restaurados según las tradiciones antiguas de cada Iglesia y los decretos de los concilios ecuménicos. Estos derechos y privilegios son los mismos que había en el tiempo de la unión entre Oriente y Occidente, aunque haya que adaptarlos de alguna manera a las condiciones actuales. Los Patriarcas con sus sínodos constituyen la última apelación para cualquier clase de asuntos de su patriarcado, sin excluir el derecho de erigir nuevas diócesis y de nombrar Obispos de su rito dentro de los límites de su territorio patriarcal, salvo el derecho inalienable del Romano Pontífice de intervenir en cada uno de los casos. Lo que se dice de los Patriarcas también vale, según las normas del derecho, para los Arzobispos mayores que presiden una Iglesia particular o rito… Siendo la institución patriarcal una forma tradicional del gobierno entre las Iglesias orientales, desea el Concilio santo y ecuménico que donde haga falta se erijan nuevos patriarcados, cuya constitución se reserva al Concilio Ecuménico o al
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Romano Pontífice.” (Orientalium Ecclesiarium). Veamos de acuerdo a lo anterior una especie de organigrama de lo que es la línea de dirección pastoral propia de las Iglesias Orientales, partiendo de la Autoridad del Romano Pontífice como Cabeza Visible de la Iglesia Universal a la cabeza local que es el Patriarca u Arzobispo Mayor. • Sobre los Sacramentos. “El santo Concilio ecuménico confirma y alaba la antigua disciplina sacramental que sigue aún en vigor en las Iglesias orientales, así como cuanto se refiere a la celebración y administración de los sacramentos, y si el caso lo requiere, desea que se restaure esa vieja disciplina.” (Orientalium Ecclesiarum). Como lo manifesté desde un inicio los sacramentos dentro de las Iglesias Orientales, se realizan mediante ritos diferentes, no entrare aquí a analizarlos, creo para ellos nos bastaría remitirnos directamente al Catecismo Oficial de la Iglesia donde se habla exactamente de las formas en cada uno de ellos y allí podremos comprender con claridad cada uno de ellos, pero de hecho el Decreto es claro al respecto. “En cuanto a los días festivos comunes a todas las Iglesias orientales, en adelante la creación de ellos, la traslación o supresión se reserva exclusivamente al Concilio ecuménico o a la Sede Apostólica. La creación, traslación y supresión de fiestas en las Iglesias particulares competirá, además de la Sede Apostólica, a los sínodos patriarcales o arzobispales, teniendo en cuenta la manera peculiar de ser de toda la región y de las otras Iglesias particulares. Mientras llega el deseado acuerdo de todos los cristianos de celebrar el mismo día la festividad de la Pascua, y para fomentar entre tanto esa unidad entre los cristianos de la misma región o país, se concede
a los patriarcas o a las supremas autoridades locales la facultad de proceder unánimemente y de acuerdo con todos aquellos a quienes interesa celebrar la Pascua en una mismo domingo.” (Orientalium Ecclesiarium). El calendario litúrgico del oriente no es exactamente el mismo que el del occidente, de allí que la fecha de la pascua no coincida siempre con la de la parte latina, la Iglesia consiente de ello, da libertad mediante este decreto hasta el día en que se restaure la plena unidad entre todos los orientales y occidentales a fin de que se celebre en la fecha establecida en cada territorialidad y de acuerdo a la tradición propia. • Las Iglesias Orientales factor de unidad y Ecumenismo. “Corresponde a las Iglesias Católicas orientales en comunión con la Sede Apostólica Romana, la especial misión de fomentar la unión de todos los cristianos, sobre todo de los orientales…” (Orientalium Ecclesiarum). En la parte final del D. Orientalium Ecclesiarum, se encomienda a las Iglesias Católicas Orientales la especial misión de acercamiento y diálogo ecuménico, especialmente con la contra parte de cada una de estas, las cuales como ya lo reseñamos son exactamente iguales en disciplina y vida litúrgica a sus pares católicas, teniendo como diferencia solo lo que respecta a la autoridad Papal. Las Iglesias Orientales que no están en comunión con la Santa Sede, ven y reconocen al Obispo de Roma un primado de honor, árbitro en las diferentes necesidades de la Iglesia, más no de hecho y derecho divino. El diálogo ecuménico con las Iglesias Orientales que no están en comunión con la Santa Sede exige de un especial cuidado tanto en oriente como en occidente porque como lo manifiesta el Decreto Unitatis Redin-
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tegratio, “Las Iglesias del Oriente y del Occidente, durante muchos siglos siguieron su propio camino unidas en la comunión fraterna de la fe y de la vida sacramental, siendo la Sede Romana, con el consentimiento común, árbitro si surgía entre ellas algún disentimiento en cuento a la fe y a la disciplina”, y por el otro estas no son jurisdicciones surgidas de algún proceso de reforma sino que “no pocas traen origen de los mismos Apóstoles”. Además de lo anterior señala: “No debe olvidarse tampoco que las Iglesias del Oriente tienen desde el principio un tesoro del que tomó la Iglesia del Occidente muchas cosas en la Liturgia, en la tradición espiritual y en el ordenamiento jurídico”. Desde esta perspectiva, exige comprender varias realidades eclesiales en ellas que el mismo Concilio les reconoce no olvidando que el método teológico entre oriente y occidente desde un inicio fue diferente por lo que Unitatis Redintegratio señala: “La herencia transmitida por los Apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras y, en consecuencia, desde los orígenes mismos de la Iglesia fue explicada diversamente en una y otra parte por la diversidad del carácter y de las condiciones de la vida”. Así, Orientalium Eclesiarúm declara: a) “A los orientales separados que movidos por el Espíritu Santo vienen a la unidad católica, no se les exija más de lo que la simple profesión de la fe católica exige”. b) “como en ellos se ha conservado el sacerdocio válido, a los clérigos orientales que vienen a la unidad católica les es dado ejercer su orden, según las normas establecidas por la autoridad competente”. c): “en lo que respecta a los orientales, que se pueden y se deben considerar las diversas circunstancias individuales en las que la unidad de la Iglesia no sufre detrimento, ni hay riesgo de peligros y el bien espiritual de las almas urge a esa comunión en las funciones sagradas”. d) Teniendo en
cuenta los principios ya dichos, pueden administrarse los sacramentos de la penitencia, eucaristía y unción de los enfermos a los orientales que de buena fe viven separados de la Iglesia católica, con tal que los pidan espontáneamente y estén bien preparados; más aún, pueden también los católicos pedir los sacramentos a ministros acatólicos, en las Iglesias que tienen sacramentos válidos, siempre que lo aconseje la necesidad o un verdadero provecho espiritual y sea, física o moralmente, imposible acudir a un sacerdote católico. e) Supuestos esos mismos principios, se permite la comunicación en las funciones, cosas y lugares sagrados entre los católicos y los hermanos separados orientales siempre que haya alguna causa justa”. Conclusión: Como conclusión debemos señalar primero que el Oriente aunque desconocido para la parte latina de la Iglesia es junto a ella parte vital y pulmón indispensable para el desarrollo de la misión apostólica y espiritual de la Iglesia; segundo que además de
la tradición latina existe la tradición oriental que junto a esta hace parte del arcón de riquezas que identifican a la Iglesia y que ellas deben no solo ser conservada sino cultivadas e promovidas. Tercero que la diversidad no es una debilidad de la Iglesia sino precisamente lo contrario, una fortaleza. Cuarto que oriente y occidente están llamados a conocerse y enriquecerse mutuamente. Quinto que las Iglesias Orientales que no están en comunión con la Santa Sede tienen dentro del proceso de ecumenismo un lugar diferente al que se adelanta con las Iglesias y comunidades de fe de la reforma occidental. Sea el presente artículo un memorial a los mártires de la fe en el oriente medio, a los cristianos que perseguidos por realidades políticas y radicalismos religiosos dan testimonio de amor a Cristo, a ellos y para ellos, nuestra oración ferviente a Dios, por los que han muerto y viven, por los que viven y mueren a las facilidades del mundo por dar testimonio del evangelio en sociedades polarizadas, a ellos nuestro amor solidario de hermanos.
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Fotografias tomadas del libro L’ OSSERVATORE della domenica. Biblioteca Seminario Mayor de Medellín.
DECRETO “INTER MIRIFICA”. Una mirada actual a los 50 años del Concilio Vaticano II. Por: Germán Bustamante Tamayo, Pbro.
“Inter Mirifica” es el primer documento eclesial que aborda la cuestión de los medios de comunicación social. Con rango de decreto, Pablo VI lo promulgó el 5 de diciembre del año 1963 en la Basílica Romana de San Pedro, en el marco de la celebración del Concilio Vaticano II. Aunque es considerado el documento con menor importancia del citado Concilio, ya que causó poco entusiasmo entre los Padres conciliares, recoge toda una seria reflexión sobre esos “nuevos areópagos”: los medios de comunicación social. “Entre los maravillosos inventos de la técnica que, sobre todo en estos tiempos, el ingenio humano, con la ayuda de Dios, ha extraído de las cosas creadas, la madre Iglesia acoge y fomenta con especial solicitud aquellos que atañen especialmente al espíritu humano y que han abierto nuevos caminos para comunicar con extraordinaria facilidad noticias, ideas y doctrinas de todo tipo. Entre tales inventos sobresalen aquellos instrumentos que, por su naturaleza, pueden llegar no sólo a los individuos, sino también a las multitudes y a toda la sociedad humana, como son la prensa, el cine, la ra-
dio, la televisión y otros similares que, por ello mismo, pueden ser llamados con razón medios de comunicación social” (IM 1). Aunque los tiempos son muy diversos, el Decreto Conciliar apunta a una mirada muy general de los medios de comunicación social, lo cual ayuda a descubrir que el discurso se aplica aún en los tiempos actuales, donde la internet ha generado un cambio en el uso de los diferentes instrumentos con los cuales nos comunicamos. Es decir, que todo el contenido del decreto se puede aplicar también a la red, junto con los dispositivos electrónicos y las aplicaciones que se han ido generando en el mundo contemporáneo. “Inter Mirifica”, cuya traducción es “entre los maravillosos inventos”, invita a potenciar estas plataformas de comunicación, prestando atención a tres cuestiones que atañen a: la información que se transmite; las relaciones entre el arte y la moral; la forma de presentar la información. Además señala la importancia de los destinatarios y el papel que juegan como receptores-consumidores de dicha información.
La información que se transmite a través de los medios de comunicación “La primera cuestión se refiere a la llamada información, es decir, a la búsqueda y divulgación de noticias. Es evidente que, a causa del progreso de la sociedad humana actual y de los vínculos más estrechos entre sus miembros, resulta muy útil y la mayor parte de las veces necesaria; en efecto, la comunicación pública y oportuna de los acontecimientos y de los asuntos ofrece a los individuos un conocimiento más pleno y continuo de éstos, contribuyendo así eficazmente al bien común y promoviendo más fácilmente el desarrollo progresivo de toda la sociedad civil. Por consiguiente, existe en la sociedad humana el derecho a la información sobre cuanto afecte a los hombres individual o socialmente considerados y según las circunstancias de cada cual”. (IM 5). «Sociedad de información», «cultura de los medios de comunicación» y «generación de los medios de comunicación» son expresiones que denotan que el saber y pensar de los hombres y mujeres está condiciona-
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do, en buena parte, por los medios de comunicación. Los contenidos van desde las noticias rigurosas hasta el mero entretenimiento, desde las oraciones hasta la pornografía, desde la contemplación de las maravillas de la creación hasta la violencia. Las personas, dependiendo de cómo usan los medios de comunicación social, pueden aumentar su solidaridad, cercanía y compasión o puede encerrarse en un mundo egoísta y aislado. Los medios de comunicación condicionan la forma de pensar y el contenido del pensamiento de las personas. Para muchos la realidad corresponde sólo a lo que los medios de comunicación definen como tal; es decir, lo que los medios de comunicación no trasmiten pareciera no existir. Inmersa en esta «cultura y generación de los medios de comunicación», la Iglesia los considera como «nuevos areópagos» para llevar el Evangelio codificado en «nuevos lenguajes», mediante estrategias que permitan la inculturación del mensaje cristiano en una sociedad globalizada, despersonalizada, transculturizada y sin fronteras. La comunicación humano-divina, vista desde la fe cristiana, tiene su centro en Cristo Resucitado, comunicador de la Buena Nueva del amor del Padre. De igual forma Cristo envía a sus discípulos a comunicar el Evangelio de la verdad y de la salvación a todos los pueblos. Los medios de comunicación social son don de Dios y también fruto del ingenio humano; Dios nos creó con la inigualable capacidad de comunicarnos y construir juntos, con la fuerza del Espíritu, una sociedad de hermanos. Estos medios, puestos al servicio del Reino de Dios, le exigen al ser humano ser mejor y vivir de acuerdo con su dignidad primigenia.
Las relaciones entre el arte y la moral que se da en los medios de comunicación “La segunda cuestión contempla las relaciones que median entre los llamados derechos del arte y las normas de la ley moral. Dado que las crecientes controversias sobre este tema tienen muchas veces su origen en falsas doctrinas sobre la ética y la estética, el Concilio declara que debe ser respetada por todos la primacía absoluta del orden moral objetivo, puesto que es el único que trasciende y compagina congruentemente todos los demás órdenes de las relaciones humanas, por dignos que sean y sin excluir el arte. El orden moral es, en efecto, el único que abarca en toda su naturaleza al hombre, criatura racional de Dios y llamado a lo sobrenatural; y solamente tal orden moral, si es observado íntegra y fielmente, lo conduce al logro pleno de la perfección y de la bienaventuranza” (IM 6). Los medios de comunicación tienen una altísima responsabilidad social. Son una de las fuentes primeras constructoras de cultura de los pueblos. Facilitan el acceso a la cultura desarrollando el progreso de la sociedad humana. La sociedad civil organizada juega un papel fundamental a la hora de fijar un criterio de percepción sobre los contenidos difundidos a través de los medios. Es la actitud moral y ética de los perceptores la que determinará a cuales contenidos prestará o no atención. Además, la sociedad civil organizada debe expresar presión sobre los medios, para que estos reacomoden los contenidos de acuerdo con los principios éticos de la sociedad. Los medios de comunicación deben contribuir a que hombres y mujeres sean más conscientes de su dignidad, comprendan y respeten los pensa-
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mientos y el sentir de las demás personas, cultivando su capacidad de diálogo y creando un sentido de responsabilidad mutua. A nivel cultural, los medios de comunicación social facilitan el acceso de todos los públicos a la literatura, el teatro, la música y el arte; en general, promueven el desarrollo humano respetando el conocimiento, la sabiduría y la belleza. Igualmente, promocionan espectáculos populares que reúnen a las familias y a las personas, en un ambiente de sana recreación. Además, permiten que los grupos étnicos celebren y compartan sus tradiciones culturales con los demás, las transmitan a las nuevas generaciones, e introduzcan a los niños y a los jóvenes en su patrimonio cultural. Los comunicadores, así como los artistas, contribuyen, en este sentido, a enriquecer el patrimonio cultural de las naciones y los pueblos. Sin embargo, es preocupante encontrar que los contenidos de los medios de comunicación social atienden preferentemente a aquel público que representa mayores beneficios económicos, olvidando así sus principios fundamentales de educar, recrear e informar. Promueven e incrementan la sociedad de consumo disminuyendo los valores del ser. Por ejemplo, en ocasiones promocionan expresiones culturales foráneas, dejando de lado manifestaciones autóctonas representativas. Con estos instrumentos comunicacionales se ha transculturizado vertiginosamente nuestra sociedad, asumiendo patrones de vida impuestos por otras culturas diversas, como sucede con la música y la empresa cinematográfica. Los medios, cuando están organizados alrededor de principios falsos y destructivos, marginan, aíslan y alienan a las personas creando en ellas actitudes que van contra la dignidad humana. En ocasiones, los medios
de comunicación se emplean para dividir las personas, creando tensiones y sospechas que constituyen gérmenes de nuevos conflictos. Por su parte, políticos deshonestos los utilizan para la demagogia y el engaño, apoyándose en políticas injustas y regímenes opresivos, de esta manera ridiculizan a sus adversarios y constantemente distorsionan y esconden la verdad por medio de propagandas y planteamientos falsamente tranquilizadores. Contrario a lo que el Concilio contempla en cuanto a que “a que debe ser respetada por todos la primacía absoluta del orden moral objetivo”, los medios, en ocasiones, difunden el relativismo ético y el utilitarismo, que caracteriza a la actual cultura de la muerte, creando una cultura que implementa la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como signos de progreso y conquistas de libertad; mientras la cultura de la vida se presenta como contraria al progreso y la libertad misma, ante la opinión pública. Tales mensajes condicionan en la actualidad la forma de pensar y la conducta de las personas. Para muchos, la realidad corresponde sólo a lo que los medios definen como tal; lo que los medios no trasmiten pareciera no existir, como ya se dijo. Generalmente, cuando oímos hablar de que un medio de comunicación es “cultural”, este se considera como divorciado de la vida concreta y real, como si lo cultural fuera ajeno a un gran número de personas. La cultura es vista con frecuencia como un producto sólo para élites, selecto, refinado y de lujo, suele asociarse más con museo que con la vida. La comunicación es un arte, un arte que informa, crea y educa a todas las generaciones y que necesita, por parte de quien las dirige, promueve y usa, una dedicada visión de artista
y un respeto, no discriminatorio, de todas las personas. La forma de presentar la información a través de los medios de comunicación. “Por último, la narración, la descripción o la representación del mal moral pueden ciertamente, con la ayuda de los medios de comunicación social, servir para conocer y explorar más profundamente al hombre, para manifestar y exaltar la magnificencia de la verdad y del bien, mediante la utilización de los oportunos efectos dramáticos; sin embargo, para que no produzcan más daño que utilidad a la almas, habrán de someterse completamente a las leyes morales, sobre todo si se trata de asuntos que exigen el debido respeto o que incitan más fácilmente al hombre, herido por la culpa original, a apetencias depravadas” (IM 7). Uno de los fenómenos alarmantes es la creciente difusión de la pornografía y la generalización de la violencia en los medios de comunicación social, lo que grafica la degradación del ser humano. Se entiende por pornografía, la violación del derecho a la privacidad del cuerpo humano en la naturaleza masculina y femenina, una violación que reduce la persona humana y el cuerpo humano a un objeto anónimo destinado a una mala utilización con la intención de obtener una gratificación concupiscente. La violencia, puede ser entendida, como un acto intencional, dirigido a dominar, controlar, agredir o lastimar a alguien más. Implica un abuso del poder mediante el empleo de la fuerza, ya sea física, psicológica, económica o política. La pornografía y la exaltación de la violencia han adquirido una amplitud nueva y han pasado a constituir un serio problema social. Mientras
crece la confusión respecto de las normas morales, las comunicaciones han hecho la pornografía y la violencia accesibles al gran público, incluidos niños y jóvenes. En el caso, por ejemplo de, los programas de entretenimiento los cuales no cumplen con su objetivo, sino que por su contenido pornográfico y violento pervierten las relaciones humanas, explotan a los individuos, especialmente a mujeres y niños, minando los valores del matrimonio y la vida familiar. Una de las consecuencias fundamentales de la pornografía y de la violencia es el menosprecio de los demás, al considerarlos como objetos en vez de personas. La pornografía y la violencia suprimen la ternura y la compasión para dejar su espacio a la indiferencia, también un menosprecio de la persona al considerarla como un objeto. Libros y revistas, cine y teatro, televisión y videocasetes, espacios publicitarios y las propias telecomunicaciones, muestran con frecuencias comportamientos violentos o de sexualidad permisiva, los cuales llegan al umbral de la pornografía y son moralmente inaceptables. Menos mal existen algunos medios de comunicación social que guardan el respeto a la dignidad de la persona humana no presentando en su programación escenas de pornografía y violencia. El Decreto Conciliar “Inter Mirifica”, publicado hace casi 50 años, escribe en su conclusión: “Este santo Sínodo confía en que estas instrucciones y normas suyas serán gustosamente aceptadas y sanamente respetadas por todos los hijos de la Iglesia, que, también al utilizar estos medios, lejos de padecer daños, como sal y como luz, darán sabor a la tierra e iluminarán el mundo; además invita a todos los hom-
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bres de buena voluntad, sobre todo a aquellos que dirigen estos medios, a que se esfuercen por utilizarlos únicamente en bien de la sociedad humana cuya suerte depende cada vez más del recto uso de éstos. Y así como antes los monumentos artísticos de la antigüedad, también ahora los nuevos inventos glorificarán el nombre del Señor según aquello del Apóstol: Jesucristo, ayer y hoy el mismo por los siglos de los siglos”. (Heb 13, 8).(IM 24) Estas palabras son una invitación a vivir atentos a las necesidades de la sociedad y a la labor, que como Iglesia, debemos afrontar en el uso apropiado de los medios de comunicación social.
Luego de este Decreto, la Iglesia ha publicado dos documentos adicionales actualizando “Inter Mirifica”: “Communio et Progressio”, publicado en 1971, en el que se establecen como fines principales de la comunicación y de sus instrumentos: la prensa, el cine, la radio y la televisión: la comunión y el progreso en la convivencia humana, este documento surgio de un deseo explicito del mismo Concilio, y luego “Aetatis Novae” en 1992, como un aporte de la Iglesia al ámbito de las comunicaciones sociales en conmemoración del vigésimo aniversario de “Communio et progressio”. El Concilio, a través de éste decreto, manifestó su deseo de crear una
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Pontificia Comisión para la Comunicación Social. Esta Comisión, creada el 28 de septiembre de 1964, acompaña la vida mediática de la Iglesia, e igualmente, ha brindado elementos que son luz para la utilización, la recepción y la difusión del mensaje evangélico. Cómo un deseo expreso, de este decreto, anualmente se entrega el Mensaje del Santo Padre para la Jornada de las Comunicaciones Sociales, el 24 de enero de cada año, con motivo de la fiesta de San Francisco de Sales, patrono de los comunicadores católicos, y adicionalmente se encuentra la celebración de la Jornada que se efectua en la fiesta de la Ascensión del Señor.
EL PROBLEMA DEL ATEÍSMO Y LA FE EN DIOS PADRE TODOPODEROSO.
Por: Orlando Arroyave Valencia, Pbro.
Introducción.
En el presente artículo nos proponemos desarrollar, dentro del marco de la fe y la razón, el problema del ateísmo contemporáneo, tratado en el Concilio Vaticano II desde la visión del Papa Benedicto XVI; en este sentido el ensayo desarrollará los siguientes puntos: primero una posición crítica del Papa frente al positivismo religioso; segundo el ensayo se concentrará en un estudio que el Papa hace sobre Werner Heisenberg, premio nobel de la física; en un tercer momento el ensayo mencionará la experiencia religiosa de Albert Einstein; en un cuarto momento el texto se centrará en el problema del ateísmo Sartriano; luego en el quinto lugar se ocupará de una breve mención de la problemática filosófica sobre la mismidad y la otredad; finalmente se presentarán unas breves conclusiones. 1. Posición crítica del Papa contra el positivismo religioso. En el contexto de la filosofía contemporánea es un dato generalizado y aceptado la posición crítica frente a la tendencia positivista de reconocer como verdadero sólo el dato objetivo y experimentable; tendencia que desde esta posición coloca en tela de
Una reflexión del Papa Benedicto XVI en torno a la “GAUDIUM ET SPES”.
juicio la experiencia religiosa y la experiencia metafísica entre otras; fenómeno que se da por el hecho de que éstas no cumplen con los parámetros de verificabilidad exigidos por los horizontes conceptuales de orden positivista; hecho este que, como es bien sabido, hunde sus raíces en el predominio de la ciencia, lo mismo que en el predominio del método matemático cuantificable inherente a aquella y en el predominio de éste aún en corrientes filosóficas que imperan durante la modernidad y que proponían el método matemático-geométrico como el ideal de todo saber. El Papa Benedicto ha dado muestras de conocer este problema cuando en su texto Creo en Dios Padre Todopoderoso4 habla de dos malentendidos que parecen ignorar el núcleo de la fe, a este respecto sostiene que la filosofía positivista dice de estos problemas, que no pueden verificarse, es decir, que no hay ninguna probabilidad de comprobar su verdad o su falsedad, y que precisamente esto demuestra su insignificancia práctica. Un problema, que es prácticamente indemostrable y que en nada cambia la vida del hombre el hecho de que sea verdadero o falso, conviene de-
jarlo a un lado, esta es una afirmación propuesta por los positivistas; para éstos la irrefutabilidad teórica es señal de insignificancia práctica. El problema que se cierne en el fondo de la cuestión antes propuesta es el problema del ateísmo positivista o más explícitamente el problema de una forma de ateísmo: el práctico; un ateísmo que reconoce que la existencia del hombre en nada cambia frente al hecho de demostrar la existencia o inexistencia de Dios. Frente a esto el Papa asume una posición crítica cuando dice que los malentendidos antes mencionados “se basan en conocimientos en los que el hombre es el único sujeto activo. Consideran al hombre como único sujeto activo en el mundo y contemplan toda la realidad como un sistema de objetos muertos con los que el hombre se ocupa”. La crítica frente a estos radica en el hecho de considerar la fe como un sobrecogimiento, una forma de ser afectado cuyo agente es Dios, a este respecto dice que: El lugar que ocupa Dios en la relación Dios-hombre, lo precisa Pablo en la carta a los Gálatas antes citada (4,9). Recordando a sus
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corresponsales su pasado ateo, les dice: ‘ahora que habéis conocido a Dios’; pero enseguida se corrige: ‘ahora que Dios os ha conocido’. Conocer y confesar es un proceso activo-pasivo. No es ninguna construcción de pensamiento ya sea teórico o práctico, sino sobrecogimiento –una forma de ser afectado- al que el pensamiento y la acción tienen que responder o rechazar. Y más adelante vuelve a decir que “En el conocimiento de Dios, y tal vez antes, sucede algo desde la otra orilla porque queda claro que Dios no es un objeto pasivo sino el principio activo de nuestro ser; el que le da sentido precisamente: el que llama al punto central de nuestra existencia”;8 y nuevamente vuelve a insistir que: “La profesión de fe ‘Creo en Dios Padre Todopoderoso no es una fórmula teórica sin consecuencias; podrá ser válida o no, pero cambia el mundo desde sus cimientos”. 2. Heisenberg y la experiencia de Dios para los físicos nucleares. Dentro del mismo texto, el Papa hace mención a un segundo problema de orden filosófico y que tiene que ver con Dios como problema para el mundo contemporáneo; cuestión que es de primer orden para los padres conciliares, ya que el problema del ateísmo era un problema latente y que debían afrontar con todos los elementos intelectuales de que dispusieran; problema que se puede resumir en la cuestión acerca de si Dios es una invención de los hombres, cuestión que se hace especialmente útil en los momentos en los que se necesita acallar los ánimos exacerbados de una determinada colectividad; cuestión que el Papa resume bajo la pregunta ¿Es Dios un descubrimiento en función de una determinada praxis? ¿Es Dios una invención en función de una praxis determinada?. En el año de 1972 aparece bajo el sello de la Biblioteca de Autores Cris-
tianos un texto del Nobel de la física Werner Heisenberg que lleva por título Diálogos sobre física atómica; como el título del texto lo sugiere son una serie de diálogos que Heisenberg tiene con varios científicos que comparten su misma inquietud sobre la física atómica; pero los diálogos no se limitan a hablar sobre física atómica sino que tocan varios temas que van desde la política y el arte hasta la religión, a la altura de la página 105 hay un diálogo sobre religión en el que participan varios físicos: Wolfang Pauli, Werner Heisenberg, Paul Dirac; el diálogo parte de una pregunta acerca de quién es Dios para Max Planck, quien responde a ello haciendo una diferenciación entre lo subjetivo y lo objetivo y mostrando además que al lado objetivo de la realidad se accede mediante la utilización del método, mientras que el lado subjetivo descansa en las decisiones personales, en las convicciones, en las relaciones y en los sentimientos; el ámbito de lo objetivo descansa en las afirmaciones verdaderas o falsas, el de lo subjetivo permanece al margen de lo que sea verdadero o falso; a este terreno de lo subjetivo pertenece la religión, la fe en un Ser Superior. Esta cuestión acerca de la división entre lo subjetivo y lo objetivo se le hace demasiado violenta a los demás físicos, razón por la que recurren a Niels Bohr con la intención de encontrar en él una respuesta que les satisfaga. Nos interesa mostrar que el Papa Benedicto conoce este texto de Heisenberg, como lo muestra en el texto que estamos analizando, conoce las inquietudes de los físicos acerca de Dios como problema, en el cual se cree o no se cree; conoce la cuestión que se cernía en el ámbito académico alemán desde el punto de vista filosófico que tenía que ver con la cuestión de lo subjetivo y lo objetivo; la cuestión acerca de la verdad que debe regir para los distintos ámbitos del saber: las ciencias humanas y las ciencias naturales, y dentro de esta dispu-
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ta los problemas de Dios o el ateísmo, la fe, la religión y la relación de todos estos problemas con la verdad o la falsedad. Pero además nos interesa reconocer que el problema que está latente es un problema que hunde sus raíces más inmediatas en la modernidad, como lo hemos mostrado en la primera nota de pie de página. En el texto Creo en Dios Padre Todopoderoso, el Papa Benedicto está haciendo una propuesta sobre el papel que Dios juega en el concierto de esta problemática intelectual que acabamos de mencionar; el Papa conoce el ambiente académico, cultural y filosófico que se perfila en torno a las épocas pre y post-conciliares y quiere proponer una respuesta esclarecedora a estos problemas e inquietudes. 3. Einstein y su experiencia de Dios. El Papa no se conforma con proponer la problemática de la subjetividad y la objetividad y dentro de esta relación colocar la experiencia religiosa del lado de lo subjetivo, sino que trata de buscar una síntesis al problema en el pensamiento de Einstein; para éste la conciencia subjetiva está estructurada como la realidad y esta a su vez está estructurada como la conciencia; hay una interrelación entre lo subjetivo y lo objetivo, la conciencia y lo objetivo, la realidad; a este respecto el Papa dice que “Parece evidente, pero nada hay menos evidente. Pues esto quiere decir que la totalidad del ser tiene la forma de la conciencia; que en el pensamiento humano, en la subjetividad del hombre se manifiesta aquello que mueve objetivamente el mundo. El mundo tiene en sí la forma de la conciencia. Lo subjetivo no es extraño a la verdad objetiva, sino que ella misma es como un sujeto”; y para ilustrar lo antes dicho recurre a un ejemplo tomado de la teoría darwiniana; según esta la naturaleza es algo que se impone como una forma de saber de lo que va a imponerse en el futuro; el término naturaleza para la mencionada teoría, según el Papa “se concibe
como un predicado de Dios. Mejor dicho, ha venido a ocupar el lugar reservado a la Sabiduría en el Antiguo Testamento: una dimensión que actúa consciente y sabiamente”. 4. El ateísmo Sartriano. Más adelante, siempre dentro del ámbito de la filosofía y con la intención de esclarecer los diversos modos como se plantea el problema del ateísmo práctico, en un ambiente pre y post-conciliar, el Papa nos da muestras de su amplia visión en el campo filosófico cuando cita a Jean Paul Sartre, diciendo que para éste no puede haber una naturaleza de las cosas ni de los hombres porque si la hubiera, entonces tendría que existir Dios; la realidad no es producto de un proyecto ni de un plan creador de Dios, sino que es “Figura de perfiles desdibujados que cada cual puede emplear a su antojo”; el Papa termina su exposición sobre Sartre diciendo que para éste “La primera evidencia es que no hay Dios y por lo tanto no puede haber naturaleza. Lo que significa condenar al hombre a una libertad monstruosa: sin ninguna medida de las cosas tiene que descubrir su propio sentido y el del mundo”. El Papa desde una amplia visión de la filosofía, desde una amplia visión de la cultura que circunda momento histórico pre y postconciliar, desde la apertura dialógica, pero a la vez esclarecedora e iluminadora en el que el Concilio ha colocado a la Iglesia y a los Padres conciliares, se confronta con las cuatro grandes formas como se manifiesta el ateísmo en el momento histórico en que escribe este ensayo; ellas son: el ateísmo positivista, el marxista, el científico y el existencial en su versión sartriana. 5. Yo-Tú o mismidad y otredad. Sin embargo queda aún por mencionar una forma, no de ateísmo, sino una forma de tratar el problema de Dios y de su existencia en aquellas tendencias filosóficas que propugnan
por abordar el ámbito de la relación interpersonal entre el hombre y Dios, entre los hombres entre sí y a la vez con Dios desde la categoría yo-tú, mismidad-otredad, categorías que, ancladas en el ambiente bíblico veterotestamentario, tratan de explicar el espíritu de las Sagradas Escrituras desde la relación antes mencionada; así es como el hombre situado frente a Dios, frente a lo trascendente se coloca en la relación de un yo colocado ante un Tú que lo desborda y lo sobrepasa, que lo deja sobrecogido de espanto y de admiración; pero a la vez el hombre colocado frente a su prójimo se coloca en la relación de un yo frente a un tú o un yo frente a otro; otro que puede ser la viuda, el extranjero, el huérfano, etc., otro que también sobrepasa al yo pues al tratar de colocarlo en sus propios esquemas los sobrepasa; otro que es rostro, sonrisa, mirada; otro que inspira compasión, ternura, piedad, espanto, amor16. Evidentemente el Papa enfatiza que la relación yo-tú como nosotros la manejamos para referirla a nuestra relación con Dios, es necesario descubrirla en su insuficiencia porque la grandeza de Dios la desborda, la sobrepasa; en la relación yo-Tú referida a nuestra relación con el totalmente Otro está mediada por la inconmensurabilidad de aquel Otro, de aquel Tú que desborda desde el misterio toda medida humana; sin embargo son las únicas categorías que podemos utilizar para hablar acerca de lo que se puede decir de Dios. El Papa sostiene que el Padre Todopoderoso que invocamos en el primer artículo de la fe se nos aparece como un Padre: “Ya no aparece como el Ser Supremo o la Esencia, sino como Persona. Pese a todas las relaciones que aquí encontramos no son iguales a las que se dan entre los hombres. Y en este sentido es muy ingenuo representar nuestras relaciones con Dios por el esquema de la relación yo-tú”. Sin embargo es imposible renunciar
a este esquema yo-tú para representar nuestras relaciones con Dios y el mismo Papa Ratzinger lo reconoce cuando más adelante dice: “Donde verdaderamente se conoce a Dios no descansa la mente en hablar de Él no como cosa o en hablar de Él como se habla de un número natural o imaginario (refiriéndose a Heisenberg o a Bohr), sino un Tú con quien se dialoga porque también Él se dirige a nosotros. Y puedo confiarme a Él absolutamente porque Él es absoluto, porque su persona es el fundamento objetivo de toda realidad”. En este mismo texto el Papa recurre a esquemas filosóficos tradicionales cuando se trata de hablar de Dios como fundamento, a este respecto sostiene que “Y ese fundamento de mi ser es idéntico al fundamento del ser, es el ser sin el cual nada es. Lo emocionante es que ese fundamento absoluto es al mismo tiempo interrelación; no menor que yo que conozco, siento, amo, sino mayor que yo: en cuanto yo conozco porque soy conocido y amo porque de antemano soy amado”. El Papa ha elaborado este texto sobre el primer artículo de la fe porque tiene una preocupación nacida de su experiencia en el Concilio y referida al problema del ateísmo en el mundo contemporáneo; sobre el ateísmo existencialista, el Concilio dijo: “Los que profesan este ateísmo (sistemático) afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia”; sobre el ateísmo práctico, el Concilio ha dicho: “Entre las formas de ateísmo moderno debe mencionarse la que pone la liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social. Pretende este ateísmo que la religión por su propia naturaleza, es un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal”; además sostiene que “El ateísmo nace
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a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios”; sobre el ateísmo positivista y metodológico, el Concilio ha dicho que “Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos rebasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, pretenden explicarlo todo sobre esta base puramente científica o por el contrario rechazan sin excepción toda verdad absoluta”.
6. Conclusión. La cuestión que aquí trata de abordar el Papa Benedicto es la cuestión del primer artículo de la fe, pero a la par aborda el problema del ateísmo contemporáneo en las versiones que ha propuesto el Concilio Vaticano II; sin embargo me parece que la cuestión que subyace en el fondo es el diálogo que se debe entablar entre la fe y la razón; para el Papa no se trata solamente de profesar la fe en Dios desde el primer artículo de la fe y esto contra el ateísmo latente en las épocas pre y posconciliares, sino de reconocer que existen elementos de orden filosófico y cultural que de una u otra
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manera ayudan a iluminar nuestra fe. Creo que el Papa trata de abordar un tema central tratado en el Concilio Vaticano II, tema que como ya lo decíamos es el diálogo entre la fe y la razón; tema que sigue teniendo su vigencia y que de una u otra manera ha sido un modus operandi a lo largo de la historia de la Iglesia: desde san Pablo, pasando por san Agustín y santo Tomás, Meister Elkhart, Edith Stein, y tantos otros que han recurrido a los elementos racionales para demostrar que nuestra fe tiene sentido cuando entra a dialogar culturalmente con el mundo en que vivimos.
“Cielo y tierra, puede decirse, se unen en la celebración del Concilio: los santos del Cielo, para proteger nuestro trabajo; los fieles de la tierra, continuando en su oración al Señor; y vosotros, secundando las inspiraciones del Espíritu Santo...” Beato Juan XXIII, Discurso apertura Concilio Vaticano II (Guadet Mater Ecclesia), 1962. 82 EDICIÓN ESPECIAL / CONCILIO VATICANO II / 50 AÑOS