Los Versos de Ëa

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Los Versos de E채



JRR Tolkien

Los Versos de Eä

Editado e Ilustrado por Darío Dezfuli Rello


Editorial Arrella o Texto original de JRR Tolkien Traducciones cedidas por Editorial Minotauro Diseño e ilustración: Darío Dezfuli Rello Impresión y encuadernación: IES Puerta Bonita, C/ del Padre Amigó, 5, 28025, Madrid Edición 2010. Impreso en España. ISBN: 84-86219-27-2


Para los que toman un nuevo camino



Ă?ndice El Hobbit

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Las Aventuras de Tom Bombadil

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El SeĂąor de los Anillos

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El Hobbit

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Enanos en Hobbiton ¡Desportillad los vasos y destrozad los platos! ¡Embotad los cuchillos, doblad los tenedores! ¡Esto es lo que Bilbo Bolsón detesta tanto! ¡Estrellad las botellas y quemad los tapones! ¡Desgarrad el mantel, pisotead la manteca y derramad la leche en la despensa! ¡Echad los huesos en la alfombra del cuarto! ¡Salpicad de vino todas las puertas! ¡Vaciad los cacharros en un caldero hirviente; hacedlos trizas a garrotazos; y cuando terminéis, si aún algo queda entero, echadlo a rodar pasillo abajo! ¡Esto es lo que Bilbo Bolsón detesta tanto! ¡De modo que cuidado! ¡Cuidado con los platos!

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Más allá de las frías y brumosas montañas Más allá de las frías y brumosas montañas, a mazmorras profundas y cavernas antiguas, en busca del metal amarillo encantado, hemos de ir, antes que el día nazca. Los enanos echaban hechizos poderosos mientras las mazas tañían como campanas, en simas donde duermen criaturas sombrías, en salas huecas bajo las montañas. Para el antiguo rey y el señor de los Elfos los enanos labraban martilleando un tesoro dorado, y la luz atrapaban y en gemas la escondían en la espada. En collares de plata ponían y engarzaban estrellas florecientes, el fuego del dragón colgaban en coronas, en metal retorcido entretejían la luz de la luna y del sol. Más allá de las frías y brumosas montañas, a mazmorras profundas y cavernas antiguas, en busca del metal amarillo encantado, hemos de ir, antes que el día nazca. Allí para ellos mismos labraban las vasijas y las arpas de oro; pasaban mucho tiempo donde otros no cavaban; y allí muchas canciones cantaron que los hombres o los Elfos no oyeron.

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Los vientos ululaban en medio de la noche, y los pinos rugían en la cima. El fuego era rojo, y llameaba extendiéndose, los árboles como antorchas de luz resplandecían. Las campanas tocaban en el valle, y hombres de cara pálida observaban en el cielo, la ira del dragón, más violenta que el fuego, derribaba las torres y las casas. La montaña humeaba a la luz de la luna; los enanos oyeron los pasos del destino, huyeron y cayeron y fueron a morir a los pies del palacio, a la luz de la luna. Más allá de las frías y brumosas montañas, a mazmorras profundas y cavernas antiguas, en busca del metal amarillo encantado, hemos de ir, antes que el día nazca.

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Elfos en el Camino ¡Oh! ¿Qué hacéis, y a dónde vais? ¡Hay que herrar esos poneys! ¡El río corre! ¡Oh! ¡Tra-la-la-lalle, aquí abajo en el valle! ¡Oh! ¿Qué buscáis, y a dónde vais? ¡Los leños humean, las tartas se doran! ¡Oh! ¡Tra-la-la-lalle, el valle es alegre! ¡Ja! ¡Ja! ¡Oh! ¿Hacia dónde vais meneando las barbas? No, no, no sabemos qué trae a Bolsón y a Balin y Dwalin abajo hacia el valle en junio. ¡Ja! ¡Ja! ¡Oh! ¿Aquí os quedaréis, o enseguida os iréis? ¡Se extravían los poneys! ¡La luz del día muere! Sería malo irse; mucho mejor quedarse, y escuchar y atender hasta el fin de la noche nuestro canto. ¡Ja! ¡Ja!

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¡Azota! ¡Volea! ¡Azota! ¡Volea! ¡La negra abertura! ¡Atrapa, arrebata! ¡Pellizca, apañusca! ¡Bajando, bajando, al pueblo de trasgos, vas tú, muchacho! ¡Embiste, golpea! ¡Estruja, revienta! ¡Martillo y tenaza! ¡Batintín y maza! ¡Machaca, machaca, a los subterráneos! ¡Jo, jo, muchacho! ¡Lacera, aparrucha! ¡Chasquea los látigos! ¡Aúlla y solloza! ¡Sacude, aporrea! ¡Trabaja, trabaja! ¡A huir no te atrevas, mientras los trasgos beben y carcajean! ¡Rondando, rondando, por el subterráneo! ¡Abajo, muchacho!

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El Torneo de las Adivinanzas Las raíces no se ven, y es más alta que un árbol. Arriba y arriba sube, y sin embargo no crece La montaña Treinta caballos blancos en una sierra colorada. Primero mordisquean, luego machacan, y luego descansan. Los dientes Canta sin voz, vuela sin alas, sin dientes muerde, sin boca habla. El viento Caja sin llave, tapa o bisagras, pero dentro un tesoro dorado guarda. Un huevo

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Un ojo en la cara azul vio un ojo en la cara verde. << Ese ojo es como este ojo >> dijo el ojo primero, << pero en lugares bajos, y no en lugares altos >>. El sol sobre las margaritas No puedes verla ni sentirla, y ocupa todos los huecos; no puedes olerla ni orilla, está detrás de los astros, y está al pie de las colinas, llega primero, y se queda; mata las risas y acaba vidas. La oscuridad Todos viven sin aliento; y fríos como los muertos, nunca con sed, siempre bebiendo, todos en malla, siempre en silencio. Un pez Sin-piernas se apoya en una pierna; dos-piernas se sienta cerca de tres-piernas, y cuatro-piernas consiguió algo. Un pez sobre una mesa pequeña, un hombre a la mesa, y el gato que consigue las espinas.

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Devora todas las cosas; aves, bestias, plantas y flores; roe el hierro, muerde el acero, y pulveriza la pe単a compacta; mata reyes, arruina ciudades y derriba las altas monta単as. El tiempo

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Quince pájaros en cinco abetos ¡Quince pájaros en cinco abetos las plumas aventadas por una brisa ardiente! Pero, qué extraños pájaros, ¡ninguno tiene alas! ¡Oh! ¿Qué haremos con esas raras gentes? ¿Asarlas vivas, o hervirlas en las olla; o freírlas, cocerlas y comerlas calientes? ¡Que ardan, que ardan, árboles y helechos! ¡Marchitos y abrasados! Que la antorcha siseante ilumine la noche para nuestro contento. ¡Ea ya! ¡Que los cuezan, los frían y achicharren, hasta que ardan las barbas, y los ojos se nuble; y hiedan los caballeros y estallen los pellejos, se disuelvan las grasas, y lus huecos renegros descansen en cenizas bajo el cielo! Así los enanos morirán, la noche iluminando para nuestro contento. ¡Ea ya! ¡Ea pronto ya!

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El viento soplaba El viento soplaba en el brezal agostado, pero no se movía una hoja en el bosque; criaturas oscuras reptaban en silencio, y allí estaban las sombras día y noche. El viento bajaba de las montañas frías, y como una marea rugía y rodaba, la rama crujía, el bosque gemía y allí se amontonaba la hojarasca. El viento resoplaba viniendo del oeste, y todo movimiento terminó en la floresta, pero ásperas y roncas cruzando los pantanos, las voces silbantes al fin se liberaron. Las hierbas sisearon con las flores dobladas; los juncos golpetearon. Los vientos avanzaban sobre un estanque trémulo bajo los cielos helados, rasgando y dispersando las nubes rápidas. Pasando por encima del cubil del Dragón, dejó atrás la Montaña solitaria y desnuda; había allí unas piedras oscuras y compactas, y en el aire flotaba una bruma. El mundo abandonó, y se elevó volando sobre una noche amplia de mareas. la luna navegó sobre los vientos y avivó el resplandor de las estrellas.

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Araña gorda y vieja ¡Araña gorda y vieja que hilas en un árbol! ¡Araña gorda y vieja que no alcanzas a verme! ¡Venenosa! ¡Venenosa! ¿No pararás? ¿No pararás tu hilado y vendrás a buscarme? Vieja Tontona, toda cuerpo grande, ¡Vieja Tontona, no puedes espiarme! ¡Venenosa! ¡Venenosa! ¡Déjate caer! ¡Nunca me atraparás en los árboles! La Lob perezosa y la loca Cob tejen telas para cazarme; más dulce soy que muchas carnes, ¡pero no pueden encontrarme! Aquí estoy yo, mosca traviesa; y ahí vosotras, gordas y hurañas. Jamás podréis atraparme en vuestras locas telarañas.

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Bajas la rápida corriente oscura ¡Bajas la rápida corriente oscura de vuelta a tierras que antaño conociste! Deja las salas y cavernas profundas, las escarpadas montañas del norte, en donde el bosque es tenebroso y ancho en sombras grises y hoscas se inclina. Más allá de este mundo de árboles flota saliendo hacia la brisa, más allá de las cañadas y los juncos, más allá de las hierbas del pantano, en la neblina blanca que asciende del lago nocturno y de los charcos. ¡Sigue, sigue a las estrellas que asoman arriba en los cielos fríos y empinados, gira con el alba sobre la tierra, sobre la arena, sobre los rápidos! ¡lejos al Sur, y más lejos al Sur! ¡Busca la luz del sol y la del día, de vuelta a los pastos, y a los prados, que vacas y bueyes apacentan! ¡De vuelta a los jardines de las lomas donde las bayas crecen y maduran bajo la luz del sol y bajo el día! ¡Lejos al Sur, más lejos al Sur! ¡Bajas la rápida corriente oscura de vuelta a tierras que antaño conociste!

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El Rey bajo la Montaña ¡El Rey bajo la Montaña, el Rey de piedra tallada, el señor de fuentes de plata, regresará sus tierras! Sostendrán alta la corona, tañerán otra vez el arpa, cantarán otra vez las canciones, habrá ecos de oro en las salas. Los bosques ondularán en montañas, y las hierbas a la luz del sol; y las riquezas manarán en fuentes, y los ríos en corrientes doradas. ¡Alborozados correrán los ríos, lagos brillarán como llamas, cesarán los dolores y las penas, cuando regrese el Rey de la Montaña!

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El Rey ha regresado ¡Bajo la Montaña tenebrosa y alta el Rey ha regresado al palacio! El enemigo ha muerto, el Gusano Terrible, y así una vez y otra caerá el adversario. La espada es afilada, y es larga la lanza, veloz la flecha, y fuerte la Puerta, osadoel corazón que mira el oro; y ya nadie hará daño a los enanos. Los enanos echaban hechizos poderosos, mientras las mazas tañían como campanas, en simas donde duermen unos seres oscuros, en salas huecas bajo las montañas. En collares de plata entretejían la luz de las estrellas, en coronas colgaban el fuego del dragón; de alambres retorcidos arrancaban música a las arpas. ¡El trono de la Montaña otra vez liberado! ¡Atended la llamada, oh pueblo aventurero! El rey necesita amigos y parientes. ¡Marchad de prisa en el desierto! Hoy llamamos en montañas heladas; ¡regresad a las viejas cavernas! Aquí a las Puertas del rey espera, las manos colmadas de oro y gemas!

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¡Bajo la Montaña tenebrosa y alta, el rey ha regresado al palacio! ¡El Gusano Terrible ha caído y ha muerto, y así una vez y otra caerá el adversario!

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El Dragón se ha marchitado ¡El dragón se ha marchitado, le han destrozado los huesos, y le han roto la armadura, y el brillo le han humillado! Aunque la espalda se oxide, y la corona perezca, con una fuerza inflexible y bienes atesorados, aún crecen aquí las hierbas, y aún el follaje se mece, el agua blanca se mueve, y cantan las voces élficas. ¡Venid! ¡Tra-la-la-lalle! ¡Venid de vuelta al valle! Las estrellas brillan más que las gemas incontables, y la luna es aún más clara, que los tesoros de plata, el fuego es más reluciente en el hogar a la noche, que el oro hundido en las minas. ¿Por qué ir a un lado y a otro? ¡Oh! ¡Tra-la-la-lalle! ¡Venid de vuelta al valle! ¿Adónde marcáis ahora regresando ya tan tarde? ¡Las aguas del río fluyen, y arden todas las estrellas!

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¿Adónde marcháis cargados, tan tristes y temerosos? Los elfos y sos doncellas saludan a los cansados con un tra-la-la-lalle, venid de vuelta al valle. ¡Tra-la-la-lalle! ¡Fa-la-la-lalle! ¡Fa-la!

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Los caminos siguen avanzando Los caminos siguen avanzando, sobre rocas y bajo รกrboles, por cuevas donde el sol no brilla, por arroyos que el mar no encuentran, sobre las nieves que el invierno siembra, y entre las flores alegres de junio, sobre la hierba y sobre la piedra, bajo los montes a la luz de la luna. Los caminos siguen avanzando bajo las nubes, y las estrellas, pero los pies que han echado a andar regresan por fin al hogar lejano, Los ojos que fuegos y espaldas han visto, y horrores en salones de piedra, miran al fin las praderas verdes, colinas y รกrboles conocidos.

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Las Aventuras de Tom Bombadil

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El Gato El gato gordo en el felpudo parece soñar con hermosos ratones suficientes para él, o con crema; pero él, tal vez, camina libremente con pensamientos ligeros, orgulloso, donde rugió alto o luchó su parentela, delgada y magra, o donde en cuevas profundas en el este se dio banquetes con bestias y con hombres tiernos. El león gigante con una garra de hierro en su zarpa, y grandes y crueles dientes en la ensangrentada mandíbula; el leopardo, cubierto de oscuras estrellas, de pies veloces, a menudo con suavidad desde lo alto salta sobre su comida donde los bosques se entrevén en la oscuridad lejos están ahora, fieros y libres, y domesticado está él; pero el gato gordo en el felpudo retenido como mascota, no los olvida.

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Las Aventuras de Tom Bombadil El viejo Tom Bombadil era un alegre sujeto; de chaqueta azul brillante y botas amarillas; llevaba en su alto sombrero una pluma de ala de cisne. Vivía bajo la colina, donde el Tornasauce corría desde su fuente herbosa hasta la cañada. El viejo Tom en verano caminaba por los prados recogiendo ranúnculos, persiguiendo a las sombras, cosquilleando a las abejas que zumbaban entre las flores, sentándose junto al agua durante horas y horas. Allí su barba se balanceaba hasta tocar el agua: llegó Baya de Oro, hija de la Dama del Río; tiró del cabello colgante de Tom. Y él cayó revolcándose bajo los lirios de agua, resoplando y tragando agua. “¡Eh, Tom Bombadil! ¿A donde vas?” Dijo la hermosa Baya de Oro. ¡Estás soplando burbujas, asustando a los peces aletados y a las pardas ratas de agua, espantando a los somormujos, anegando tu sombrero emplumado! “¡Tráelo aquí de nuevo, hermosa doncella!” Dijo Tom Bombadil. No me importa vadear. ¡Ve abajo! ¡Duerme de nuevo, donde los charcos son oscuros, lejos bajo las raíces de los sauces, pequeña dama de agua! De vuelta a casa de su madre en la profunda caverna nadó la joven Baya de Oro. Pero Tom no la siguió; se sentó en nudosas raíces de sauce, bajo el sol, Secando sus botas amarillas y su ensuciada pluma.

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Se despertó entonces el Hombre Sauce, empezó su canto, Cantó y Tom se durmió pronto bajo las oscilantes ramas; en una hendidura lo atrapó con fuerza; ¡clack! Se cerró, y atrapó a Tom Bombadil, chaqueta, sombrero y pluma. “¡Ja, Tom Bombadil! ¿En qué estabas pensando, husmeando en mi árbol, observando como bebo en mi profunda casa de madera, cosquilleándome con tu pluma, salpicando mi cara como la lluvia?” “¡Déjame salir, Viejo Hombre Sauce! Estoy bien tieso aquí, no son buena almohada tus raíces duras y torcidas. ¡Bebe el agua del río! ¡Vuelve a dormir de nuevo, como la Hija del Río!” El Hombre Sauce lo dejó libre cuando oyó sus palabras; cerró enseguida su casa de madera, refunfuñando y crujiendo, susurrando dentro de su árbol. Fuera de la cañada del sauce fue Tom caminando junto al Tornasauce. Bajo los aleros del bosque se sentó mientras escuchaba: en las ramas, los pájaros sibilantes gorjeaban y silbaban. Las mariposas se estremecían y temblaban sobre su cabeza, hasta que llegaron nubes grises, y el Sol se hundió. Tom se apresuró entonces. La lluvia empezó a caer, anillos circulares se esparcían en el fluyente río; sopló un viento, las agitadas hojas dejaron caer frías gotas; el Viejo Tom se deslizó en un acogedor agujero. Salió el Tejón, con su nevada frente y sus oscuros ojos parpadeantes. En la colina excavaba con su mujer y sus muchos hijos. Por la chaqueta le agarraron, bajo tierra le arrastraron, le llevaron a sus túneles.

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Dentro de su casa secreta, se sentaron murmurando: “¡Eh, Tom Bombadil!, ¿de donde has salido revolcándote, quebrando la puerta? Los Tejones te han atrapado. ¡Nunca encontrarás el camino por el que has entrado!” “Ahora, viejo Tejón, ¿oyes lo que digo? ¡Enséñame la salida ahora mismo! Debo salir a caminar. Llévame a tu puerta trasera, bajo las eglantinas; ¡Luego limpia tus sucias zarpas, enjuaga tus narices llenas de tierra! Vuelve a dormir de nuevo en tu lecho de paja, ¡Cómo la Bella Baya de Oro y el Viejo Hombre Sauce!” Entonces los tejones dijeron: “¡Discúlpanos!” Mostraron a Tom la salida de su espinoso jardín, volvieron y se ocultaron, agitándose y temblando, bloquearon sus puertas, cubriéndolas con tierra. La lluvia pasó. El cielo se aclaró, y en la noche de verano el Viejo Tom Bombadil reía mientras volvía a casa, desatrancó su puerta de nuevo, y abrió una contraventana. En la cocina las polillas empezaron a revolotear; a través de la ventana Tom vio a las nacientes estrellas titilar, y a la delgada luna nueva descender hacia el oeste. La oscuridad cayó sobre la colina. Tom encendió una vela; se oyeron crujidos en la escalera, giró el tirador de la puerta. “¡Huu, Tom Bombadil! ¡Mira lo que te trae la noche! Estoy aquí, tras la puerta. ¡Por fin te he atrapado! Olvidaste al Tumulario del viejo montículo allá en la cima de la colina, en el círculo de piedras. Es libre de nuevo. Bajo tierra te llevará. ¡Pobre Tom Bombadil, pálido y frío te tornará!”

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“¡Fuera! ¡Cierra la puerta y no vuelvas nunca! ¡Llévate tus centelleantes ojos, tu risa hueca! Vuelve al montículo herboso, en tu lecho de piedra tiende tu cabeza huesuda, como el Viejo Hombre Sauce, como la joven Baya de Oro, y los Tejones en su madriguera. ¡Vuelve al oro enterrado y a la tristeza olvidada!” Huyó el Tumulario saltando por la ventana, a través del patio, sobre la tapia como una sombra barrida, lamentándose volvió a la colina, al inclinado círculo de piedras, bajo el montículo solitario, agitando sus anillos de hueso. El Viejo Tom Bombadil yació sobre su almohada más dulce que Baya de Oro, más tranquilo que el Sauce, más abrigado que los Tejones o que los Tumularios; durmió como un tronco, roncó como un fuelle. Se despertó con la luz de la mañana, silbó como un estornino, cantó, “¡Ven, derry-dol, alegre-dol, querida!” Palmeó su abollado sombrero, botas, chaqueta y pluma; abrió la ventana al clima soleado. El sabio Viejo Bombadil era un sujeto cauteloso; de chaqueta azul brillante y botas amarillas. Nadie atrapó nunca al Viejo Tom en las colinas o en la cañada, andando por los senderos del bosque, o junto al Tornasauce, o en los estanques de lirios, en un bote sobre el agua. Pero un día Tom fue y capturó a la Hija del Río, con su vestido verde, su suelto cabello, sentada en el juncal, cantando antiguas canciones de agua a los pájaros en los arbustos. ¡La atrapó, la agarró velozmente! Las ratas de agua se escabulleron, las plantas silbaron, las garzas gritaron,

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y el corazón de ella se agitaba. Dijo Tom Bombadil: “¡Aquí está mi hermosa doncella! ¡Deberías venir a casa conmigo! La mesa está puesta: crema amarilla, panal de miel, mantequilla y pan blanco; rosas en la ventana y pájaros piando en los postigos. ¡Deberías venir bajo la colina! ¡No temas por tu madre en su profundo y herboso estanque: ¡no hallarás un amante allí! El viejo Tom Bombadil tuvo una alegre boda, coronado de ranúnculos, sin pluma ni sombrero; su esposa con nomeolvides y lirios como guirnalda estaba vestida de verde y plata. Él cantaba como un estornino, zumbaba como una abeja, tocaba el violín, abrazaba a su Doncella del Río por su delgada cintura. Las lámparas brillaban en su casa, y la cama era blanca; en la brillante luna de miel, los Tejones llegaron con paso suave, bailaron bajo la Colina, y el Viejo Hombre Sauce golpeó, golpeó el cristal de la ventana, mientras dormían en la cama, en la orilla junto a las cañas la Dama del Río suspiraba, oyendo al viejo Tumulario gritar en su montículo. El Viejo Tom Bombadil no prestó atención a las voces, golpes, crujidos, pies danzantes, ruidos nocturnos; durmió hasta que el Sol salió, y entonces como un estornino cantó: “¡Hey! ¡Ven derry-dol, alegre-dol, querida!” Sentado junto a la puerta, cortando ramas de sauce, mientras la Hermosa Baya de Oro peinaba sus rubias trenzas.

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El Troll de Piedra El Troll estaba sentado en su asiento de piedra, mordiendo y masticando un viejo hueso desnudo; había estado royéndolo durante muchos años, pues la carne era difícil de encontrar. Vivía solo en una caverna de las colinas, y la carne era difícil de encontrar. Llegó Tom calzado con grandes botas. Le dijo al Troll: “¿Qué es eso, por favor? Pues se parece a la tibia de mi tío Tim, que debería yacer en el cementerio. ¡Cementerio! ¡Sahumerio! Hace ya muchos años que Tim se nos ha ido, y creí que aún yacía en el cementerio”. “Compañero”, dijo el Troll, “es un hueso robado. Pero, ¿de qué sirve un hueso en un agujero? Tu tío estaba muerto como un lingote de plomo, mucho antes de que yo encontrara esta tibia. ¡Tibia! ¡Alivia! Puede darle una parte a un pobre viejo Troll; pues él no necesita esta tibia”. Dijo Tom: “No entiendo por qué las gentes como tú han de servirse libremente la canilla o la tibia de mi tío; ¡Así que pásame ese viejo hueso! ¡Hueso! ¡Rehueso! Aunque esté muerto, aún le pertenece; ¡Pásame entonces ese viejo hueso!”

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“Un poco más”, dijo el Troll sonriendo, “Y a ti también te comeré y te roeré las tibias. ¡Un bocado de carne fresca me caerá bien! Te clavaré los dientes ahora mismo. ¡Mismo! ¡Sismo! Estoy cansado de roer viejos huesos y cueros; tengo ganas de comerte ahora mismo”. Pensando ya que se había asegurado la cena, descubrió que no tenía nada en las manos, pues Tom se había deslizado por detrás lanzándole un puntapié como buena lección. ¡Lección! ¡Cocción! Un puntapié en las asentaderas, pensó Tom, será el modo de darle una lección. Pero más duros que la piedra son la carne y el hueso de un Troll que está sentado a solas en la loma. Tanto valdría patear la raíz de la montaña, pues las asentaderas de un Troll son insensibles. ¡Insensibles! ¡Inservibles! El viejo Troll rió oyendo que Tom gruñía, y supo que su pie era sensible. Tom regresó a su casa arrastrando la pierna, y su pie quedó estropeado mucho tiempo, pero al Troll no le importa y está siempre allí, con el hueso que le birló al propietario. ¡Propietario! ¡Recetario! Las asentaderas del Troll son aún las mismas, ¡Y también el hueso que le birló al propietario!

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Vida Errante Había una vez un alegre viajero, un mensajero, un marinero: construyó una dorada góndola para aventurarse y la cargó de amarillas naranjas y de gachas para su sustento; la perfumó con mejorana y cardamomo y lavanda. Llamó a los vientos de Argos para que le transportaran con carga y todo a través de los diecisiete ríos que se interponían en su camino para retrasarle. Desembarcó solitario donde los guijarros de piedra, en el corriente río Derrilyn, fluyen felizmente para siempre. Viajó entonces a través de tierras de prados hasta la Tierra de las Sombras, que yace tristemente, y bajo la colina y sobre la colina fue bogando por la tediosa ruta. Se sentó y cantó una melodía, demorando su vida errante; pidió a una bella mariposa que aleteaba cerca que se casara con él. Ella le despreció y se burló de él, se rió de él sin piedad; tanto tiempo había él estudiado magia y hechicería y herrería.

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Trenzó un tejido delgado como el aire para cazarla; para seguirla se hizo alas de piel de escarabajo y alas emplumadas de golondrina. La atrapó en su aturdimiento con hilos de telas de araña; construyó para ella dulces pabellones de lilas, y una cama nupcial de flores y abrojos. Para acurrucarse en ella y descansar; y de telas de seda de membranoso blanco y luz de plata la vistió. Ensartó gemas en collares, pero imprudentemente ella los derrochó y dio en amargas disputas; entonces pesarosamente él se alejó, y allí la dejó, marchitándose, mientras él se iba tiritando; con tiempo ventoso tras él huyó con alas de golondrina. Dejó atrás los archipiélagos donde crecen amarillas las margaritas, donde existen incontables fuentes de plata, y las montañas son del oro de las Hadas. Contempló la guerra y el pillaje asolando más allá del mar, y vagó por Belmarie y Thellamie y Fantasie. Se hizo casco y escudo de coral y de marfil,

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de esmeralda hizo una espada, y terrible fue su rivalidad con caballeros élficos de Aerie y Faerie, con paladines que, con cabellos dorados y ojos brillantes, vinieron cabalgando y le desafiaron. De cristal era su cota de malla, su vaina, de calcedonia; guarnecida de plata en plenilunio, su lanza estaba trabajada en ébano. Sus jabalinas eran de malaquita y estalactita- las blandió, se enfrentó a las libélulas de Paradise, y las venció. Combatió a los Dumbledors, a los Hummerhorns y a las Honeybees, y conquistó el Peine Dorado; y volviendo a casa, por mares soleados en un buque de hojas y gasas con una flor por dosel, se sentó y cantó, y acicaló y pulió su panoplia. Se demoró por un tiempo en pequeñas islas que yacían solitarias, y encontró allí poca hierba, aunque alta; así que al final fue el único camino que tomó, y volvió, y regresó a casa. Con el Peine Dorado, su mensaje llegó a ser recordado, ¡y también su recado! En su alegría y su embeleso

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los habĂ­a olvidado, errando y viajando, como un vagabundo. De modo que ahora debe partir de nuevo y de nuevo empezar su gĂłndola, para siempre un mensajero, un viajero demorado, errante como una pluma, un marinero guiado por el viento.

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El Olifante Gris como un ratón, grande como una casa, la nariz de serpiente, hago temblar la tierra cuando piso la hierba; los árboles se quiebran a mi paso. Con cuernos en la boca camino por el sur, moviendo mis grandes orejas. Desde años sin cuento marcho de un lado a otro, y ni para morir en la tierra me acuesto. Yo soy el olifante, el más grande de todos, viejo, alto y enorme. Si alguna vez me ves, no podrás olvidarme. Y si nunca me encuentras no creerás que existo. Pero soy el viejo olifante, y nunca miento.

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Fastitocalon ¡Mirad, ahí está Fastitocalon! Una buena isla en la que desembarcar, aunque algo desolada. ¡Vamos, dejad el mar! ¡Y corramos, o bailemos, o tumbémonos al sol! ¡Ved como las gaviotas se sientan ahí! ¡Tened cuidado! Las gaviotas no se hunden. Allí se sientan, se pavonean y se acicalan; su papel es dar el aviso, si alguien se atreve a instalarse en esa isla, o a buscar solo por un instante alivio para una enfermedad, o para la humedad, o tal vez hervir una olla. ¡Ah, gente imprudente, aquellos que desembarcan sobre Él! Y preparan un pequeño fuego ¡Y tal vez ansían un té! Quizás su concha es gruesa, parece dormir; pero Él es veloz, y ahora flota en el mar, engañosamente. Y cuando Él oye sus pies que golpean, o nota tenuemente el súbito calor, con una sonrisa, se sumerge, y dándose la vuelta prestamente los arroja fuera y se ahogan en lo más profundo,

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y pierden sus tontas vidas para su sorpresa. ¡Sed prudentes! Hay muchos monstruos en el mar, pero ninguno tan peligroso como Él, el viejo y córneo Fastitocalon, cuya progenie poderosa ya se ha ido, el último de los antiguos peces-tortuga. De modo que si deseáis salvar vuestra vida entonces os advierto: Prestad atención al saber de los antiguos navegantes, ¡No pongáis pie en orillas desconocidas! O mejor aún, ¡Cumplid vuestros días en la Tierra Media en paz y regocijo!

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Cuando el invierno empieza a morder El viento hacía girar una veleta no podía mantener la cola quieta la escarcha mordió al gallo que buscaba ni un simple caracol encontraba. “Es triste mi condición”, dijo el gallo, y “Todo es en vano”, replicó la veleta; y dieron comienzo a su lamento.

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La novia de la sombra Había un hombre que vivía solo, mientras pasaban el día y la noche se sentaba tan quieto como una piedra esculpida, y no arrojaba ninguna sombra. Los búhos blancos se posaban sobre su cabeza bajo la luna de invierno; se frotaban los picos y lo creían muerto bajo las estrellas de junio. Llegó una dama vestida de gris brillando en el crepúsculo: permaneció quieta un instante, con flores entrelazadas en su pelo. Él despertó, como surgido de la piedra, y rompiose el hechizo que lo retenía; la abrazó deprisa, ambos de carne y hueso, y ella arremolinó su sombra alrededor de él. Ella no anda más por sus caminos con sol, luna o estrellas; mora abajo, donde no existe día ni noche alguna. Pero una vez al año, cuando bostezan las cavernas y despiertan las cosas ocultas, bailan juntos hasta el amanecer y no proyectan más que una sombra.

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El Tesoro Cuando la Luna era nueva y el Sol joven de plata y oro cantaban los Dioses: derramaban plata en la verde hierba, y llenaban las blancas aguas con oro. Antes de que se excavara el Abismo o se abriera el Infierno, antes de que fueran criados los Enanos o nacieran los Dragones, existían los Elfos de antaño, y poderosos hechizos bajo verdes colinas y huecos valles cantaban mientras forjaban muchos objetos hermosos, y las brillantes coronas de los Reyes Élficos. Pero su destino les alcanzó, y su canción declinó, golpeados por el hierro y encadenados por el acero. Su avaricia no cantaba, ni sus bocas sonreían, apilaron su riqueza en agujeros oscuros, plata cincelada y oro grabado: las sombras cayeron sobre el Hogar de los Elfos. Un viejo enano vivía en una cueva oscura, sus dedos se habían aficionado al oro y a la plata; con martillo y tenazas y yunque trabajó con sus manos hasta despellejarlas, hizo monedas, y collares de anillos, y pensó en comprar el poder de los Reyes. Pero sus ojos estaban oscurecidos y sus oídos eran débiles y su piel amarilla sobre el viejo cráneo; con su tenaza huesuda, de pálido resplandor las piedras preciosas pasaban sin ser vistas. No oyó los pies, aunque la tierra temblaba, cuando el joven dragón apagó su sed, y humeó el arroyo frente a su oscura puerta. Las llamas silbaban en el suelo húmedo,

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y murió solo en el rojo fuego; sus huesos se volvieron cenizas en el barro caliente. Había un viejo dragón bajo la roca gris; sus ojos rojos parpadeaban mientras yacía en soledad. Su alegría se terminó y su juventud había pasado, estaba nudoso y arrugado, y sus miembros se curvaron en los largos años que pasó encadenado a su oro; en el horno de su corazón se había apagado el fuego. Al limo de su vientre se habían adherido fuertemente las gemas, oro y plata olfateaba y lamía: conocía el sitio del más ínfimo anillo bajo la sombra de su negra ala. En su dura cama pensaba en ladrones, y soñaba con alimentarse de su carne, hacer crujir sus huesos, y beber su sangre: inclinó las orejas y respiró pesadamente. Sonó una cota de malla. No la oyó. Una voz hizo eco en la gruta profunda: un joven guerrero de brillante espada lo desafió a defender su tesoro. Sus colmillos eran dagas, y de cuerno su piel, pero el hierro le arañó, y murió su llama. Había un viejo rey en un alto trono: su larga barba caía sobre rodillas de hueso; su boca ya no saboreaba la carne ni la bebida, ni sus oídos la música; sólo podía pensar en su gran cofre con la tapa tallada donde se ocultaban gemas pálidas y oro en secreta tesorería bajo el suelo oscuro; sus fuertes puertas estaban forradas de hierro. Las espadas de sus caballeros estaban cubiertas de herrumbre,

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Su gloria caída, su dominio derribado, sus salas vacías y sus cenadores fríos, pero el rey estaba hecho de oro élfico. No oía los cuernos en los pasos de la montaña, no olía la sangre en la hollada hierba, pero sus salas habían ardido, su reino se había perdido; en un frío pozo se arrojaron sus huesos. Hay un antiguo tesoro en una oscura roca, olvidado tras puertas que nadie puede abrir; ningún hombre puede traspasar ese horrendo umbral. En el terraplén crece la verde hierba; allí pastan las ovejas y vuelan las alondras, y el viento sopla desde la orilla del mar. La noche guardará el viejo tesoro, mientras la tierra aguarda y los Elfos duermen.

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La Campana del Mar Caminaba junto al mar, y vino a mí, como un rayo de luz estelar en la húmeda arena, una concha blanca como una campana; temblando fue a parar a mi mano mojada. En mis agitados dedos pude oír como despertaba un sonido en su interior, como una boya balanceándose junto a la barra de un puerto, una llamada que sonaba sobre mares infinitos, ahora lejana y débil. Entonces vi un bote flotando en silencio en la marea nocturna, vacío y gris. “¡Es muy tarde! ¿Por qué esperar?” Salté a bordo y grité: “¡Llévame lejos!” Me llevó lejos, húmedo de rocío, envuelto por la niebla, herido por el sueño, a una playa extraña, en una tierra extraña. En el crepúsculo más allá del abismo oí una campana balancearse en la marejada, sonando, sonando, mientras rugían los rompientes en los ocultos dientes de un peligroso arrecife; y llegué por fin a una extensa orilla. Blanca centeallaba, y el mar hervía con estrellas espejeantes en una red de plata; riscos de piedra pálidos como huesos en la espuma lunar lanzaban destellos de humedad. Arena brillante se deslizaba por mi mano, polvo de perlas y joyas pulverizadas, caracolas de ópalo, rosas de coral, flautas verdes de amatista.

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Pero bajo el alero de los riscos se abrían lóbregas cuevas, con cortinas de maleza, oscuras y grises; un aire frío agitó mis cabellos, y la luz se desvaneció, mientras yo me alejaba. Un verde riachuelo bajaba la colina; bebí sus aguas para alivio de mi corazón. Subí su escalera, hasta un hermoso país de eterna vigilia, lejos del mar, salté por los prados de sombras palpitantes; allí yacían flores como estrellas caídas, y en un estanque azul, frío y vidrioso, nenúfares como lunas flotantes. Los alisos dormían, y los sauces lloraban junto a un lento río de hierbas onduladas; espadas de lirio guardaban los vados, y verdes lanzas y flechas de caña. El eco de una canción sonó toda la tarde abajo en el valle; Muchas cosas corrían aquí y allá: liebres blancas como la nieve, ratones que surgían de agujeros; polillas aladas con ojos brillantes; en una tensa quietud los tejones miraban fijamente desde oscuras puertas. Oí canciones allí, música en el aire, pies apresurados en el verde suelo. Pero a donde quiera que fuese ocurría lo mismo: los pies huían, y todo quedaba tranquilo; nunca un saludo, sólo las fugaces cañas, las voces, y cuernos en la colina. De hojas de río y gavillas de juncos me hice una capa de verde enjoyado, una larga vara, y un dorado estandarte;

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mis ojos brillaban como brillan las estrellas. De flores coronado me subí a un montículo, y de modo penetrante, como el canto del gallo grité orgullosamente: “¿Por qué os ocultáis? ¿Por qué nadie habla, a donde quiera que voy? Aquí estoy ahora, Señor de esta tierra, con mi espada de lirio y mi maza de caña. ¡Contestad a mi llamada! ¡Venid todos! ¡Habladme con palabras! ¡Mostradme vuestras caras!” Llegó una nube negra como una mortaja nocturna, fui a tientas como un oscuro topo, caí al suelo, mis manos se arrastraban con los ojos ciegos y la espalda doblada. Subí a un árbol: se alzaba silencioso con las hojas muertas; desnudas estaban sus ramas. Allí debí sentarme, dejando vagar mi ingenio, mientras los búhos roncaban en su hueco hogar. Me quedé allí un día y un año: los escarabajos golpeaban las ramas putrefactas, las arañas tejían, en el musgo levantaban bejines que asomaban en mis rodillas. Finalmente llegó la luz en mi larga noche, y vi como mi cabello colgaba gris. “¡Aunque esté encorvado, debo encontrar el mar! Me he perdido, y no conozco el camino, ¡Pero partiré!” Entonces tropecé; la sombra cayó sobre mi como un murciélago cazador; en mis oídos sopló un viento errante, e intenté cubrirme con ropas andrajosas. Mis manos estaban rotas, mis rodillas cansadas, y los años pesaban sobre mi espalda, cuando la lluvia en mi cara trajo un sabor salado,

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y pude oler el aroma de los pecios del mar. Los pájaros llegaron navegando, aullando, lamentándose, oí voces en frías cuevas, focas ladrando, el gruñido de las rocas, y el mugir de las rocas en los acantilados. El invierno pasó veloz; me sumergí en la niebla, llevé mis años hasta el fin del mundo; la nieve estaba en el aire, el hielo en mis cabellos, la oscuridad se extendía en la última orilla. El barco aún esperaba a flote, llevado por la corriente, sacudiendo la proa. Cansado yací en él, mientras me llevaba, saltando las olas, cruzando los mares, pasando junto a viejos cascos, repletos de gaviotas y grandes buques repletos de luz, que llegaban a puerto, oscuros como cuervos, silenciosos como la nieve, en la noche profunda. Las casas estaban cerradas, el viento sigiloso las rodeaba, las calles estaban vacías. Me senté junto a una puerta, y donde una suave lluvia cayó en un desagüe arrojé todo cuanto llevaba: en mi apretada mano algunos granos de arena, y una concha marina silenciosa y muerta. Nunca escuchará mi oído el sonido de esa campana, ni hollarán mis pies aquella orilla nunca más, ya que en una callejuela triste, en un callejón ciego, o en una larga calle camino furioso. Me hablo a mi mismo; porque siguen sin hablar, aquellos a quienes encuentro.

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El Último Barco Fíriel miró afuera cuando el reloj dio las tres: la noche gris se iba; en la lejanía un gallo dorado cantaba, claro y penetrante. Eran oscuros los árboles, y pálido el amanecer, los pájaros, ya despiertos, piaban, soplaba un viento frío y delicado que hacía crujir las oscuras ramas. Ella contempló el resplandor creciente en la ventana, hasta que la intensa luz centelleó en la tierra y en las hojas; abajo, en la hierba brillaba el rocío gris. Sus blancos pies se deslizaron por el suelo, bajaron la escalera, avanzaron danzando por la hierba salpicados de rocío. Su vestido llevaba joyas en el borde, mientras ella corría hacia el río, y se inclinaba sobre una raíz de sauce, y contemplaba el temblor del agua. Un Martín Pescador se zambulló como una piedra descendiendo en un relámpago azul, las cañas dobladas volaron suavemente, hojas de lila se desparramaron. Una música repentina llegó a ella, mientras permanecía allí centelleando con el cabello suelto en el fuego de la mañana flotando en su espalda.

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Sonaban arpas allí, y se rasgaban arpas, y se oía sonido de canciones, voces como viento, sutiles y jóvenes y campanas lejanas repicando. Un buque con pico y remos dorados y blancos maderos llegó deslizándose; cisnes navegaban ante él, guiando su alta proa. Hermosa gente de Elfinesse remaban, vestidos de plata gris, y ella vio a tres coronados que allí se erguían con los brillantes cabellos flotando al viento. Con arpas en la mano cantaron su canción balanceando lentamente los remos: “Verde es la tierra, largas las hojas, y los pájaros cantan. Más de un día de dorado amanecer iluminará esta tierra, más de una flor se desplegará, mientras los campos de maíz se vuelven blancos.” “¿A dónde os dirigís, hermosos barqueros, deslizandoos río abajo? ¿Al crepúsculo y al secreto cubil oculto en el gran bosque? ¿A islas del norte y a orillas de piedra con poderosos cisnes volando, para morar solitarios junto a las frías olas, donde se lamentan las gaviotas?” “¡No!”, contestaron, “Muy lejos viajamos por el último camino,

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dejando los Puertos Grises Occidentales, haciendo frente a los Mares Sombríos, volvemos al Hogar de los Elfos, donde crece el Árbol Blanco, y la estrella brilla sobre la espuma que fluye en la última orilla. “Decimos adiós a los campos mortales de la Tierra Media abandonada! En el Hogar de los Elfos, una clara campana se agita en la alta torre. Aquí la hierba se marchita y caen las hojas, el sol y la luna se apagan, y hemos oído la lejana llamada que nos ordena viajar hasta allá.” Los remos se detuvieron. Ellos dieron la vuelta: “¿Escuchas la llamada, Doncella de la Tierra? ¡Fíriel! ¡Fíriel!” Gritaron. “Nuestro barco no está al completo, sólo a uno más podemos llevar. ¡Ven! Porque tus días pasan veloces. ¡Ven! Doncella de la Tierra, élfica belleza, presta atención a nuestra última llamada.” Fíriel miró desde la orilla, dio un audaz paso; hundió profundamente su pie en el barro, y se detuvo mirando fijamente. Con lentitud el buque élfico se alejaba susurrando a través del agua; “¡No puedo venir!” la oyeron gritar. “¡Nací hija de la tierra!”

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No brillaban joyas en su toga, mientras volvía del prado bajo el techo y la puerta oscura, bajo la sombra de la casa. Se quitó su blusón marrón rojizo, trenzó su largo cabello, y volvió a su labor, pronto se desvaneció la luz del sol. Los años aún pasan veloces en los Siete Ríos; pasan las nubes, brilla el sol, tiemblan las cañas y los sauces en la mañana y la tarde, pero nunca más los barcos que van al occidente han navegado en aguas mortales, como antes, y su canción se ha apagado.

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El Se単or de los Anillos

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Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo Siete para los Se単ores Enanos en palacios de piedra. Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir. Uno para el Se単or Oscuro, sobre el trono oscuro en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras. Un Anillo para gobernarlos a todos.Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.

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En el Hogar En el hogar el fuego es rojo, y bajo techo hay una cama; pero los pies no están cansados todavía, y quizás aún encontremos detrás del recodo un árbol repentino o una roca empinada que nadie ha visto sino nosotros. Arbol y flor y brizna y pasto, ¡que pasen, que pasen! Colina y agua bajo el cielo, ¡pasemos, pasemos! Aun detrás del recodo quizá todavía esperen un camino nuevo o una puerta secreta, y aunque hoy pasemos de largo y tomemos los senderos ocultos que corren hacia la luna o hacia el sol quizá mañana aquí volvamos. Manzana, espino, nuez y ciruela ¡que se pierdan, se pierdan! Arena y piedra y estanque y cañada, ¡adiós, adiós! La casa atrás, delante el mundo, y muchas sendas que recorrer, hacia el filo sombrío del horizonte y la noche estrellada. Luego el mundo atrás y la casa delante; volvemos a la casa y a la cama.

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Niebla y crepúsculo, nubes y sombra, se borrarán, se borrarán. Lámpara y fuego, y pan y carne, ¡y luego a cama, y luego a cama!

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De Elbereth Gilthoniel ¡Blancanieves! ¡Blancanieves! ¡Oh, dama clara! ¡Reina de más allá de los mares del Oeste! ¡Oh Luz para nosotros, peregrinos en un mundo de árboles entrelazados! ¡Gilthoniel! ¡Oh Elbereth! Es clara tu mirada y brillante tu aliento. ¡Blancanieves! ¡Blancanieves! Te cantamos en una tierra lejana más allá del mar. Oh estrellas que en un año sin sol ella sembró con luminosa mano, en campos borrascosos, ahora brillante y claro vemos tu capullo de plata esparcido en el viento. ¡Oh Elbereth! ¡Gilthoniel! Recordamos aún, nosotros que habitamos en esta tierra lejana bajo los árboles, tu luz estelar sobre los mares del Oeste.

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A la botella acudo ¡Ho!¡Ho!¡Ho! A la botella acudo para curar el corazón y ahogar las penas. La lluvia puede caer, el viento puede soplar y aún tengo que recorrer muchas millas, pero me acostaré al pie de un árbol alto y dejaré que las nubes naveguen en el cielo.

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Canción de Baño ¡Oh, el baño a la caída de la tarde, que quita el barro del cansancio! Tonto es aquel que ahora no canta. ¡Oh, el agua caliente, qué bendición! Oh, dulce es el sonido de la lluvia que cae y del arroyo que baja de la colina al valle, pero mejor que la lluvia y los arroyos rizados es el agua caliente humeando en la tina. Oh, el agua fresca, échala si quieres en una garganta abrasada y complácete, pero mejor es la cerveza si hay ganas de beber, y el agua caliente que corre por la espalda. ¡Oh, es hermosa el agua que salta hacia arriba en una fuente blanca bajo el cielo, pero no ha habido nunca un sonido más dulce que mis pies chapoteando en el agua caliente!

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Adiós les decimos Adiós les decimos al hogar y a la sala. Aunque sople el viento y caiga la lluvia hemos de partir antes que amanezca, lejos, por el bosque y la montaña alta. Rivendel, donde los ellos habitan aún, en claros al pie de las nieblas del monte, cruzando páramos y eriales iremos de prisa y de allí no sabemos a dónde. Delante el enemigo y detrás el terror, dormiremos bajo el dosel del cielo, hasta que al fin se acaben las penurias, el viaje termine y la misión concluya. ¡Hay que partir, hay que partir! ¡Saldremos a caballo antes que amanezca!

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Vagabundos de la Tierra en Sombras Oh, vagabundos de la tierra en sombras, no desesperéis. Pues aunque oscuros se alcen todos los bosques terminarán al fin viendo pasar el sol descubierto: el sol poniente, el sol naciente, el fin del día y el principio del día. Al este o al oeste, los bosques acabarán.

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¡Hola, dol! ¡Hola, dol! ¡Feliz, dol! ¡Toca un don diló! ¡Toca un don! ¡Salta! ¡Sauce del fal lo! ¡Tom Bom, alegre Tom, Tom Bombadillo! ¡Hola, ven alegre dol, querida derry dol! Ligeros son el viento y el alado estornino. Allá abajo al pie de la colina, brillando al sol, esperando a la puerta la luz de las estrellas, está mi hermosa dama, hija de la dama del río, delgada como vara de sauce, clara como el agua. El viejo Tom Bombadil trayendo lirios de agua vuelve saltando a casa. ¿Lo oyes cómo canta? ¡Hola, ven alegre dol, derry dol, alegre oh, Baya de Oro, Baya de Oro, alegre baya amarilla. Pobre viejo Hombre-Sauce, ¡retira tus raíces! Tom tiene prisa ahora. La noche sucede al día. Tom vuelve de nuevo trayendo lirios de agua. ¡Hola, ven derry dol! ¿Me oyes cómo canto? ¡Saltad, amiguitos, a lo largo del Tornasauce! Tom va adelante a encender las velas. El sol se oculta pronto marcharéis a ciegas. Cuando caiga la noche, las puertas se abrirán, y en las ventanas brillará una luz amarilla. No tengáis miedo ni de alisos ni de sauces, ni de raíces ni de ramas. Tom va adelante. ¡Hola, ahora, alegre dol! ¡Bien venidos a casa! ¡Hola, venid, alegre dol! ¡Bravos míos, saltad! ¡Hobbits, poneys, y todos, a la fiesta! ¡Que la alegría empiece! ¡Cantemos todos juntos!

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¡Que los cantos empiecen! Cantemos todos juntos, el sol y las estrellas, la luna, las nubes y la lluvia, la luz en los capullos, el rocío en la pluma, el viento en la colina, la campana en los brezos, las cañas en la orilla, los lirios en el agua, ¡el viejo Tom Bombadil y la Hija del Río!

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!Oh, delgada como vara de sauce! ¡Oh delgada como vara de sauce! ¡Oh más clara que el agua clara! ¡Oh junco a orillas del estanque! ¡Hermosa Hija del Río! ¡Oh tiempo de primavera y tiempo de verano, y otra vez primavera! ¡Oh viento en la cascada y risa entre las hojas! El viejo Tom Bombadil es un sujeto sencillo, de chaqueta azul brillante y zapatos amarillos. Yo tenía allí una misión: recoger lirios de agua, hojas verdes y lirios blancos para complacer a mi hermosa dama, los últimos del año y preservarlos así del invierno, para que florezcan a sus pies antes que las nieves se fundan. Todos los años al fin del verano los busco para ella, en una laguna profunda y clara, lejos bajando por el río; allí se abren los primeros en primavera y allí duran más. junto a esa laguna encontré hace tiempo a la Hija del Río, la hermosa y joven Baya de Oro, sentada entre los juncos, cantando dulcemente, y el corazón le golpeaba. Y esto fue bueno para vosotros, pues ahora no volveré a descender a lo largo de las aguas del bosque, mientras el año sea viejo. Ni pasaré otra vez junto a la casa del viejo Hombre-Sauce antes de la gozosa primavera, cuando la Hija del Río baje bailando entre los mimbres a bañarse en el agua. ¡Oh, Tom Bombadil, Tom Bombadilló! Por el agua y el bosque y la colina, las cañas y el sauce, por el fuego y el sol y la luna, ¡escucha ahora y óyenos! ¡Ven, Tom Bombadil, pues nuestro apuro está muy cerca!

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El Canto del Tumulario Que se te enfríen las manos, el corazón y los huesos, que se te enfríe el sueño bajo la piedra: que no despiertes nunca en el lecho de piedra, hasta que el Sol se apague y la Luna muera. En el oscuro viento morirán las estrellas, y que en el oro todavía descanses hasta que el señor oscuro alce la mano sobre el océano muerto y la tierra reseca.

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¡Fuera, viejo Tumulario! ¡Fuera, viejo Tumulario! ¡Desaparece a la luz! ¡Encógete como la niebla fría, llora como el viento en las tierras estériles, más allá de los montes! ¡No regreses aquí! ¡Deja vacío el túmulo! Perdido y olvidado, más sombrío que la sombra, quédate donde las puertas están cerradas para siempre, hasta los tiempos de un mundo mejor. ¡Despertad ahora, mis felices muchachos! ¡Despertad y oíd mi llamada! ¡Que el calor de la vida vuelva a los corazones y a los miembros! La puerta oscura no se cierra; la mano muerta se ha quebrado. La noche huyó bajo la Noche, ¡y el Portal está abierto! ¡Eh, ahora! ¡Ven, ahora! ¿Por dónde vas ahora? ¿Arriba, abajo, cerca, lejos, aquí, allí, o más allá? ¡Oreja-Fina, Nariz-Aguda, Cola-Viva y Rocino, mi amigo Medias Blancas, mi Gordo Terronillo!

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Hay una Posada Hay una posada, una vieja y alegre posada al pie de una vieja colina gris, y allí preparan una cerveza tan oscura que una noche bajó a beberla el Hombre de la Luna. El palafrenero tiene un gato borracho que toca un violín de cinco cuerdas; y el arco se mueve bajando y subiendo, arriba rechinando, abajo ronroneando, y serruchando en el medio. El posadero tiene un perrito que es muy aficionado a las bromas; y cuando en los huéspedes hay alegría, levanta una oreja a todos los chistes y se muere de risa. Ellos tienen también una vaca cornuda orgullosa como una reina; la música la trastorna como una cerveza y mueve la cola empenachada y baila en la hierba. ¡Oh las pilas de fuentes de plata y el cajón de cucharas de plata! Hay un par especial de domingo que ellos pulen con mucho cuidado la tarde del sábado.

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El Hombre de la Luna bebía largamente y el gato se puso a llorar; la fuente y la cuchara bailaban en la consola, y la vaca brincaba en el jardín, y el perrito se mordía la cola. El Hombre de la Luna empinó el codo y luego rodó bajo la silla, y allí durmió soñando con cerveza; hasta que el alba estuvo en el aire y se borraron las estrellas. Luego el palafrenero le dijo al gato ebrio: -Los caballos blancos de la luna tascan los frenos de plata y relinchan pero el amo ha perdido la cabeza, ¡y ya viene el día! El gato en el violín toca una jiga-jiga que despertaría a los muertos, Chillando, serruchando, apresurando la tonada, y el posadero sacude al Hombre de la Luna, diciendo: ¡Son las tres pasadas! Llevan al hombre rodando loma arriba y lo arrojan a la luna, mientras que los caballos galopan de espaldas y la vaca cabriola como un ciervo y la fuente se va con la cuchara. Más rápido el violín toca la jiga-jiga; la vaca y los caballos están patas arriba, y el perro lanza un rugido,

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y los huéspedes ya saltan de la cama y bailan en el piso. ¡Las cuerdas del violín estallan con un pum! La vaca salta por encima de la luna, y el perrito se ríe divertido, y la fuente del sábado se escapa corriendo con la cuchara del domingo. La luna redonda rueda detrás de la colina, mientras el sol levanta la cabeza, y con ojos de fuego observa estupefacta 1 que aunque es de día todos volvieron a la cama.

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La identidad de Aragorn No es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida; a las raíces profundas no llega la escarcha; el viejo vigoroso no se marchita. De las cenizas subirá un fuego, y una luz asomará en las sombras; el descoronado será de nuevo rey, forjarán otra vez la espada rota.

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Gil-galad Gil-galad era un rey de los ellos; los trovadores lamentaban la suerte del último reino libre y hermoso entre las montañas y el océano. La espada del rey era larga y afilada la lanza, y el casco brillante se veía de lejos; y en el escudo de plata se reflejaban los astros innumerables de los campos del cielo. Pero hace mucho tiempo se alejó a caballo, y nadie sabe dónde habita ahora; la estrella de Gil-galad cayó en las tinieblas de Mordor, el país de las sombras.

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De Beren y Tinúviel Las hojas eran largas, la hierba era verde, las umbelas de los abetos altas y hermosas y en el claro se vio una luz de estrellas en la sombra centelleante. Tinúviel bailaba allí, a la música de una flauta invisible, con una luz de estrellas en los cabellos y en las vestiduras brillantes. Allí llegó Beren desde los montes fríos y anduvo extraviado entre las hojas y donde rodaba el Río de los Elfos, iba afligido a solas. Espió entre las hojas del abeto y vio maravillado unas flores de oro sobre el manto y las mangas de la joven, y el cabello la seguía como una sombra. El encantamiento le reanimó los pies condenados a errar por las colinas y se precipitó, vigoroso y rápido, a alcanzar los rayos de la luna. Entre los bosques del país de los ellos ella huyó levemente con pies que bailaban y lo dejó a solas errando todavía escuchando en la floresta callada. Allí escuchó a menudo el sonido volante de los pies tan ligeros como hojas de tilo o la música que fluye bajo tierra y gorjea en huecos ocultos.

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Ahora yacen marchitas las hojas del abeto y una por una suspirando caen las hojas de las hayas oscilando en el bosque de invierno. La siguió siempre, caminando muy lejos; las hojas de los años eran una alfombra espesa, a la luz de la luna y a los rayos de las estrellas que temblaban en los cielos helados. El manto de la joven brillaba a la luz de la luna mientras allá muy lejos en la cima ella bailaba, llevando alrededor de los pies una bruma de plata estremecida. Cuando el invierno hubo pasado, ella volvió, y como una alondra que sube y una lluvia que cae y un agua que se funde en burbujas su canto liberó la repentina primavera. El vio brotar las flores de los elfos a los pies de la joven, y curado otra vez esperó que ella bailara y cantara sobre los prados de hierbas. De nuevo ella huyó, pero él vino rápidamente, ¡Tinúviel! ¡Tinúviel! La llamó por su nombre élfico y ella se detuvo entonces, escuchando. Se quedó allí un instante y la voz de él fue como un encantamiento, y el destino cayó sobre Tinúviel y centelleando se abandonó a sus brazos. Mientras Beren la miraba a los ojos entre las sombras de los cabellos

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vio brillar allí en un espejo la luz temblorosa de las estrellas. Tinúviel la belleza élfica, doncella inmortal de sabiduría élfica lo envolvió con una sombría cabellera y brazos de plata resplandeciente. Larga fue la ruta que les trazó el destino sobre montañas pedregosas, grises y frías, por habitaciones de hierro y puertas de sombra y florestas nocturnas sin mañana. Los mares que separan se extendieron entre ellos y sin embargo al fin de nuevo se encontraron y en el bosque cantando sin tristeza desaparecieron hace ya muchos años.

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El Troll estaba sentado El troll estaba sentado en un asiento de piedra, mordiendo y masticando un viejo hueso desnudo; había estado royéndolo durante años y años, pues un pedazo de carne era difíci1 de encontrar. Vivía solo en una caverna de las colinas y un pedazo de carne era difícil de encontrar. Llegó Tom calzado con grandes botas y le dijo al troll.- «¿Qué es eso, por favor? pues se parece a la tibia de mi tío Tim, que tendría que estar en el cementerio. Hace ya muchos años que Tim se nos ha ido y aún tendría que estar en el cementerio.» «Compañero», dijo el troll, «es un hueso robado, ¿pero de qué sirve un hueso en un agujero? Tu tío estaba muerto como un lingote de plomo mucho antes que yo encontrara esta tibia. Puede darle una parte a un pobre viejo troll pues él no necesita esta tibia». «No entiendo por qué las gentes como tú», dijo Tom, «han de servirse libremente la canilla o la tibia de mi tío, ¡Pásame entonces ese viejo hueso!. Aunque esté muerto, aún le pertenece; ¡Pásame entonces ese viejo hueso!». «Un poco más», dijo el troll sonriendo, «y a ti también te comeré y roeré las tibias. ¡Un bocado de carne fresca me caerá bien!

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Te clavaré los dientes ahora mismo. Estoy cansado de roer viejos huesos y cueros. Tengo ganas de comerte ahora mismo». Pensando aún que se había asegurado la cena descubrió que no tenía nada en las manos, pues Tom por detrás se había deslizado lanzándole un puntapié como buena lección, «un puntapié en las asentaderas», pensó Tom, «será el modo de darle una buena lección». Más duros que la piedra son la carne y el hueso de un troll que está sentado a solas en la loma; tanto valdría patear la raíz de la montaña, pues las asentaderas de un troll son insensibles. El viejo troll rió oyendo que Tom gruñía. Y supo que el pie de Tom era sensible. Tom regresó a su casa arrastrando la pierna y el pie le quedó estropeado mucho tiempo, pero al Troll no le importa y está siempre allí con el hueso que le birló al propietario. Las asentaderas del troll son siempre las mismas, ¡y también el hueso que le birló al propietario!

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De Eärendil Eärendil era un marino que en Arvernien se demoró; y un bote hizo en Nimrethel de madera de árboles caídos; tejió las velas de hermosa plata, y los faroles fueron de plata; el mascarón de proa era un cisne y había luz en las banderas. De una panoplia de antiguos reyes obtuvo anillos encadenados, un escudo con letras rúnicas para evitar desgracias y heridas, un arco de cuerno de dragón y flechas de ébano tallado; la cota de malla era de plata y la vaina de piedra calcedonia, de acero la espada infatigable y el casco alto de adamanto; llevaba en la cimera una pluma de águila y sobre el pecho una esmeralda. Bajo la luna y las estrellas erró alejándose del norte, extraviándose en sendas encantadas más allá de los días de las tierras mortales. De los chirridos del Hielo Apretado, donde las sombras yacen en colinas heladas, de los calores infernales y del ardor de los desiertos huyó de prisa, y errando todavía

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por aguas sin estrellas de allá lejos llegó al fin a la Noche de la Nada, y así pasó sin alcanzar a ver la luz deseada, la orilla centelleante. Los vientos de la cólera se alzaron arrastrándolo y a ciegas escapó de la espuma del este hacia el oeste, y de pronto volvió rápidamente al país natal. La alada Elwin vino entonces a él y la llama se encendió en las tinieblas; más clara que la luz del diamante ardía el fuego encima del collar; y en él puso el Silmaril coronándolo con una luz viviente; Eärendil, intrépido, la frente en llamas, viró la proa, y en aquella noche del Otro Mundo más allá del Mar furiosa y libre se alzó una tormenta, un viento poderoso en Termanel, y como la potencia de la muerte soplando y mordiendo arrastró el bote por sitios que los mortales no frecuentan y mares grises hace tiempo olvidados; y así Eärendil pasó del este hacia el oeste. Cruzando la Noche Eterna fue llevado sobre las olas negras que corrían por sombras y por costas inundadas ya antes que los Días empezaran, hasta que al fin en márgenes de perlas donde las olas siempre espumosas traen oro amarillo y joyas pálidas, donde termina el mundo, oyó la música.

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Vio la montaña que se alzaba en silencio donde el crepúsculo se tiende en las rodillas de Valinor, y vio a Eldamar muy lejos más allá de los mares. Vagabundo escapado de la noche llegó por último a un puerto blanco, al hogar de los elfos claro y verde, de aire sutil; pálidas como el vidrio, al pie de la colina de Ilmarin resplandeciendo en un valle abrupto las torres encendidas del Tirion se reflejan allí, en el Lago de Sombras. Allí dejó la vida errante y le enseñaron canciones, los sabios le contaron maravillas de antaño, y le llevaron arpas de oro. De blanco élfico lo vistieron y precedido por siete luces fue hasta la oculta tierra abandonada cruzando el Calacirian. Al fin entró en los salones sin tiempo donde brillando caen los años incontables, y reina para siempre el Rey Antiguo en la montaña escarpada de Ilmarin; palabras desconocidas se dijeron entonces de la raza de los hombres y de los elfos, le mostraron visiones del trasmundo prohibidas para aquellos que allí viven. Un nuevo barco para él construyeron de mitril y de vidrio élfico, de proa brillante; ningún remo desnudo, ninguna vela en el mástil de plata:

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el Silmaril como linterna y en la bandera un fuego vivo puesto allí mismo por Elbereth, y otorgándole alas inmortales impuso a Eärendil un eterno destino: navegar por los cielos sin orillas detrás del Sol y la luz de la Luna. De las altas colinas de Evereven donde hay dulces manantiales de plata las alas lo llevaron, como una luz errante, más allá del Muro de la Montaña. Del fin del mundo entonces se volvió deseando encontrar otra vez la luz del hogar; navegando entre sombras y ardiendo como una estrella solitaria fue por encima de las nieblas como fuego distante delante del sol, maravilla que precede al alba, donde corren las aguas de Norlanda. Y así pasó sobre la Tierra Media y al fin oyó los llantos de dolor de las mujeres y las vírgenes élficas de los Tiempos Antiguos, de los días de antaño. Pero un destino implacable pesaba sobre él: hasta la desaparición de la Luna pasar como una estrella en órbita sin detenerse nunca en las orillas donde habitan los mortales, heraldo de una misión que no conoce descanso llevar allá lejos la claridad resplandeciente, la luz flamígera de Oesternesse.

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Busca la espada quebrada Busca la espada quebrada que está en Imladris; habrá concilios más fuertes que los hechizos de Morgul. Mostrarán una señal de que el Destino está cerca: el Daño de Isildur despertará, y se presentará el Mediano.

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Del Anillo Único Ash nazg durbatulûk, ash nazg gimbatul, ash nazg thrakatuûúk agh burzum-ishi krimpatul. Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las Tinieblas.

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Me siento junto al fuego Me siento junto al fuego y pienso en todo lo que he visto, en flores silvestres y mariposas de veranos que han sido. En hojas amarillas y telarañas, en otoños que fueron, la niebla en la mañana, el sol de plata y el viento en mis cabellos. Me siento junto al fuego y pienso cómo el mundo será, cuando llegue el invierno sin una primavera que yo pueda mirar. Pues hay todavía tantas cosas que yo jamás he visto: en todos los bosques y primaveras hay un verde distinto. Me siento junto al fuego y pienso en las gentes de ayer, y en gentes que verán un mundo que no conoceré. Y mientras estoy aquí sentado pensando en otras épocas espero oír unos pasos que vuelven y voces en la puerta.

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El Mundo era joven El mundo era joven y las montañas verdes, y aún no se veían manchas en la luna y los ríos y piedras no tenían nombre, cuando Durin despertó y echó a caminar. Nombró las colinas y los valles sin nombre; bebió de fuentes ignoradas; se inclinó y se miró en el Lago Espejo y sobre la sombra de la cabeza de Durin apareció una corona de estrellas como joyas engarzadas en un hilo de plata. El mundo era hermoso en los días de Durin, en los Días Antiguos antes de la caída de reyes poderosos en Nargothrond y Gondolin que desaparecieron más allá de los mares. El mundo era hermoso y las montañas altas. Fue rey en un trono tallado y en salas de piedra de muchos pilares y runas poderosas en la puerta, de bóvedas de oro y de suelo de plata. La luz del sol, la luna y las estrellas en centelleantes lámparas de vidrio que las nubes y la noche jamás se oscurecían para siempre brillaban. Allí el martillo golpeaba el yunque, el cincel esculpía y el buril escribía, se forjaba la hoja de la espada,

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y se fijaban las empuñaduras; cavaba el cavador, el albañil edificaba. Allí se acumulaban el berilo, la perla y el pálido ópalo y el metal en escamas, y la espada y la lanza brillantes, el escudo, la malla y el hacha. Incansable era entonces la gente de Durin; bajo las montañas despertaba la música; los arpistas tocaban, cantaban los cantantes, y en la puerta las trompetas sonaban. El mundo es gris ahora y vieja la montaña; el fuego de la forja es sólo unas cenizas; el arpa ya no suena, el martillo no cae; la sombra habita en las salas de Durin, y la oscuridad ha cubierto la tumba en Moria, en Khazad-dûm. Pero todavía aparecen las estrellas ahogadas en la oscuridad y el silencio del Lago Espejo, y hasta que Durin despierte de nuevo en el agua profunda la corona descansa.

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Había en otro tiempo Había en otro tiempo una doncella élfica, una estrella que brillaba en el día, de manto blanco recamado en oro y zapatos de plata gris. Tenia una estrella en la frente, una luz en los cabellos, como el sol en las ramas de oro de Lórien la bella. Los cabellos largos, los brazos blancos, libre y hermosa era Lórien, y en el viento corría levemente, como la hoja del tilo. Junto a los saltos de Nimrodel, cerca del agua clara y fresca, la voz caía como plata que cae en el agua brillante. Por dónde anda ahora, nadie sabe, a la luz del sol o entre los sombras, pues hace tiempo que Nimrodel se extravió en las montañas. Un barco elfo en el puerto gris, bajo el viento de la montaña, la esperó muchos días junto al mar tumultuoso. Un viento nocturno en el norte se levantó gritando,

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y llevó la nave desde las playas élficas sobre olas que iban y venían. Cuando asomó la pálida aurora las montañas grises se hundían más allá de las olas empenachadas de espuma enceguecedora. Amroth vio que la costa desaparecía debajo y más allá de la ola, y maldijo la nave pérfida que lo llevara lejos de Nimrodel. Había sido antaño un rey élfico señor del valle y los árboles, cuando los brotes primaverales se doraban en Lothlórien la bella. Lo vieron saltar desde la borda como flecha de un arco y caer en el agua profunda como una gaviota. El aire le movía los cabellos, y la espuma le brillaba alrededor, lo vieron de lejos hermoso y fuerte deslizándose como un cisne. Pero del Oeste no llegó una palabra, y en la Costa Citerior los elfos nunca tuvieron noticias de Amroth.

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Cuando la tarde era gris Cuando la tarde era gris en la Comarca se oían sus pasos en la colina; y se iba antes del alba en silencio a sitios remotos. De las Tierras Asperas a la costa del este, del desierto del norte a las lomas del sur, por antros de dragones y puertas ocultas y bosques oscuros iba a su antojo. Con enanos y hobbits, con ellos y con hombres, con gentes mortales e inmortales, con pájaros en árboles y bestias en madrigueras, en lenguas secretas hablaba. Una espada mortal, una mano benigna, una espalda que la carga doblaba; una voz de trompeta, una antorcha encendida, un peregrino fatigado. Señor de sabiduría entronizado, de cólera viva y de rápida risa; un viejo de gastado sombrero que se apoya en una vara espinosa. Estuvo solo sobre el puente desafiando al Fuego y la Sombra; la vara se le quebró en la piedra, y su sabiduría murió en Khazad-dûm.

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He cantado las Hojas He cantado las hojas, las hojas de oro, y allí crecían hojas de oro; he cantado el viento, y un viento vino y sopló entre las ramas. Más allá del sol, más allá de la luna, había espuma en el mar, y cerca de la playa de Ilmarin crecía un árbol de oro, y brillaba en Eldamar bajo las estrellas de la Noche Eterna, en Eldamar junto a los muros de Tirion de los Elfos. Allí crecieron durante largos años las hojas doradas, Mientras que aquí, más allá de los Mares Separadores, corren ahora las lágrimas élficas. Oh Lórien. Llega el invierno, el día desnudo y deshojado; las hojas caen en el agua, el río fluye alejándose. Oh Lórien. Demasiado he vivido en estas costas y he entretejido la elanor de oro en una corona evanescente. Pero si ahora he de cantar a las naves, ¿qué nave vendrá a mí, qué nave me llevará de vuelta por un océano tan ancho?

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Gondor ¡Gondor, Gondor, entre las Montañas y el Mar! El Viento del Oeste sopla aquí, la luz sobre el Arbol de Plata cae como una lluvia centelleante en los jardines de los Reyes antiguos. ¡Oh muros orgullosos! ¡Torres blancas! ¡Oh alada corona y trono de oro! ¡Oh Gondor, Gondor! ¿Contemplarán los Hombres el Arbol de Plata, o el Viento del Oeste soplará de nuevo entre las Montañas y el mar?

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Aprended ahora Aprended ahora la ciencia de las criaturas vivientes: Nombrad primero los cuatro, los pueblos libres: los más antiguos, los hijos de los Elfos; el Enano que habita en moradas sombrías; el Ent, nacido de la tierra, viejo como los montes; el Hombre mortal, domador de caballos. »Hm, hm, hm. El castor que construye, el gamo que salta, el oso aficionado a la miel, el jabalí que lucha, el perro hambriento, la liebre temerosa... »Hm, hm. El águila en el aire, el buey en la pradera, el ciervo de corona de cuerno, el balcón el más rápido, el cisne el más blanco, la serpiente la más fría... »Hum, hm, hum, hm, ¿cómo seguía? Rum tum, rum tum, rumti tum tm. Era una larga lista. Los hobbits medianos, que habitan en agujeros.

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En los sauzales de Tasarinan En los sauzales de Tasarinan yo me paseaba en primavera. ¡Ah, los colores y el aroma de la primavera en Nantasarion! Y yo dije que aquello era bueno. Recorrí en el verano los olmedos de Ossiriand. ¡Ah, la luz y la música en el verano junto a los Siete Ríos de Ossir! Y yo pensé que aquello era mejor. A los hayales de Neldoreth vine en el otoño. ¡Ah, el oro y el rojo y el susurro de las hojas en el otoño de Taur-na-neldor! Yo no había deseado tanto. A los pinares de la meseta de Dorthnion subí en el invierno. ¡Ah, el viento y la blancura y las ramas negras del invierno en Orod-na-Thón! Mi voz subió y cantó en el cielo. Y todas aquellas tierras yacen ahora bajo las olas, y caminé por Ambarona, y Taremorna, y Aldalómë, y por mis propias tierras, el país de Fangorn, donde las raíces son largas. Y los años se amontonan más que las hojas en Tauremornalómë.

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¡A Isengard! ¡A Isengard! Aunque Isengard esté clausurado con puertas de piedra; Aunque Isengard sea fuerte y dura, fría como la piedra y desnuda como el hueso. Partimos, partimos, partimos a la guerra, a romper la piedra y derribar la puerta; pues el tronco y la rama están ardiendo ahora, el horno ruge; ¡Partimos a la guerra! Al país de las tinieblas con paso de destino, con redoble de tambor, marchamos, marchamos. ¡A Isengard marchamos con el destino! ¡Marchamos con el destino, con el destino marchamos!

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La balada de los Túmulos de Mundburgo En las colinas oímos resonar los cuernos; brillaron las espadas en el Reino del Sur. Como un viento en la mañana los caballos galoparon hacia los Pedregales. Ya la guerra arreciaba. Allí cayó Théoden, hijo de Thengel, y a los palacios de oro y las praderas verdes de los campos del Norte nunca más regresó. Allí en tierras lejanas murieron combatiendo Gúthlaf y Hardin, Dúnhere, Deorwine y el valiente Grimbold, Herfara, Herubrand, Horn y Fastred. Hoy en Mundburgo yacen bajo los Túmulos junto a sus aliados, señores de Góndor. Ni Hirluin el Hermoso a las colinas junto al mar, ni Forlong el Viejo a los valles floridos del reino de Arnach retornaron en triunfo. Y los altos arqueros Derufin y Duilin nunca más contemplaron a la sombra de las montañas las aguas oscuras del Morthond. La muerte se llevó a nobles y a humildes desde la mañana hasta el término del día. Un largo sueño duermen ahora junto al Río Grande, bajo las hierbas de Góndor. Las aguas que corrían rugiendo y eran rojas son grises ahora como lágrimas, de plata centelleante; la espuma teñida de sangre llameaba al atardecer; las montañas ardían como hogueras en la noche; rojo cayó el rocío en el Rammas Echor.

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¡De pie, caballeros de Theoden! ¡De pie ahora, de pie, Caballeros de Théoden! Desgracias horrendas nos acechan, hay sombras en el Este. ¡Preparad los caballos, que resuenen los cuernos! ¡Adelante, Eorlingas! ¡De pie, de pie, Jinetes de Théoden! Un momento cruel se avecina: ¡fuego y matanza! Trepidarán las lanzas, volarán en añicos los escudos, ¡Un día de la espada, un día rojo, antes que llegue el alba! ¡Galopad ahora, galopad! ¡A Gondor! Saliendo de la duda, saliendo de las tinieblas vengo cantando al sol, y desnudo mi espada. Yo cabalgaba hacia el fin de la esperanza, y la aflicción del corazón. ¡Ha llegado la hora de la ira, la ruina y un crepúsculo rojo!

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Altos navíos y altos reyes Altos navíos y altos reyes tres veces tres. ¿Qué trajeron de las tierras sumergidas sobre las olas del mar? Siete estrellas y siete piedras y un árbol blanco,

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Las duras tierras frías Las duras tierras frías nos muerden las manos, nos roen los pies. Las rocas y las piedras son como huesos viejos y descarnados. Pero el arroyo y la charca son húmedos y frescos: ¡buenos para los pies! Y ahora deseamos... Vive sin respirar; frío como la muerte; nunca sediento, siempre bebiendo, viste de malla y no tintinea. Se ahoga en el desierto, y cree que una isla es una montaña y una fuente, una ráfaga. ¡Tan bruñido y tan bello! ¡Qué alegría encontrarlo! Sólo tenemos un deseo: ¡que atrapemos un pez jugoso y suculento!

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Una Larga Sombra Una larga sombra se cierne sobre la tierra, y con alas de oscuridad avanza hacia el oeste. La Torre tiembla; a las tumbas de los reyes se aproxima el Destino. Los Muertos despiertan: ha llegado la hora de los perjuros: de nuevo en pie en la Roca de Erech oirán un cuerno que resuena en las montañas. ¿De quién será ese cuerno? ¿Quién a los olvidados llama desde el gris del crepúsculo? El heredero de aquel a quien juraron lealtad. Traído por la necesidad, vendrá desde el norte: y cruzará la Puerta que lleva a los Senderos de los Muertos.

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Del Sagrario Sombrío Del Sagrario sombrío en la mañana lóbrega parte con escudero y capitán el hijo de Tbengel hacia Edoras. Las brumas amortajan el palacio de los Guardianes de la Marca, las tinieblas envuelven las columnas de oro. Adiós, saluda a las gentes libres, el hogar, el trono, los sitios sagrados de las celebraciones en los tiempos de luz. Avanza el rey: atrás el miedo y adelante el destino. Leal y fiel, todos los juramentos serán cumplidos. Avanza Théoden. Cinco noches y cinco días hacia el Este galopan los Eorlingas: seis mil lanzas en el Folde, la Frontera de los Pantanos y el Finen, camino al Sunlendin, a Mundburgo, la fortaleza de los reyes del mar al pie del Mindolluin, sitiada por el enemigo, cercada por el fuego. El Destino los llama. La Oscuridad se cierra y aprisiona caballo y caballero: los golpes lejanos de los cascos se pierden en el silencio: así cuentan las canciones.

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Cuando sople el Hรกlito negro Cuando sople el hรกlito negro y crezca la sombra de la muerte, y todas las luces se extingan, ยกven athelas, ven athelas! ยกEn la mano del rey da vida al moribundo!

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De plata fluyen ÂĄDe plata fluyen los rĂ­os del Celos al Erui en los verdes prados del Lebennin! Alta crece la hierba. El viento del Mar mece los lirios blancos. Y las campĂĄnulas doradas caen del mallos y el alfirim, en el viento del Mar, en los verdes prados del Lebennin.

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En las Tierras del oeste En las tierras del Oeste bajo el Sol las flores crecen en Primavera, los árboles brotan, las aguas fluyen, los pinzones cantan. O quizás es una noche sin nubes y de las hayas que se mecen, entre el ramaje del cabello, las Estrellas Elficas cuelgan como joyas blancas. Aquí yazgo, al término de mi viaje, hundido en una oscuridad profunda: más allá de todas las torres altas y poderosas, más allá de todas las montañas escarpadas, por encima de todas las sombras cabalga el Sol y eternamente moran las Estrellas. No diré que el Día ha terminado, ni he de decir adiós a las Estrellas.

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Vivan los Medianos ¡Vivan los Medianos! ¡Alabados sean con grandes alabanzas! Cuio y Pheriain anann! Aglar ni Pheriannath! ¡Alabados sean con grandes alabanzas, Frodo y Samsagaz! Daur a Berhael, Conin en Annün! Eglerio! ¡Alabados sean! Eglerio! A laita te, laita te! Andave laituvalmet! ¡Alabados sean! Cormacolindor, a laite tárienna! ¡Alabados sean! ¡Alabados sean con grandes alabanzas los Portadores del Anillo!

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¡Al Mar! ¡Al Mar, al Mar! Claman las gaviotas blancas. El viento sopla y la espuma blanca vuela. Lejos al Oeste se pone el Sol redondo. Navio gris, navio gris ¿no escuchas la llamada, las voces de los míos que antes que yo partieron? Partiré, dejaré los bosques donde vi la luz; nuestros días se acaban, nuestros años declinan. Surcaré siempre solo las grandes aguas.

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¡Cantad ahora! ¡Cantad ahora, oh gente de la Torre de Anor, porque el Reino de Sauron ha sucumbido para siempre, y la Torre Oscura ha sido derruida! ¡Cantad y regocijaos, oh gente de la Torre de Guardia, pues no habéis vigilado en vano, y la Puerta Negra ha sido destruida, y vuestro Rey ha entrado por ella trayendo la victoria! Cantad y alegraos, todos los hijos del Oeste, porque vuestro Rey retornará, y todos los días de vuestra vida habitará entre vosotros. Y el Árbol marchito volverá a florecer, y él lo plantará en sitios elevados, y bienaventurada será la Ciudad. ¡Cantad, oh todos! Y la gente cantaba en todos los caminos de la ciudad.

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La Gesta de Théoden Salido de la duda, libre de las tinieblas, cantando al Sol galopó hacia el amanecer, desnudando la espada: Encendió una nueva esperanza, y murió esperanzado; fue más allá de la muerte, el miedo y el destino; dejó atrás la ruina, y la vida, y entró en la larga gloria. Pero Merry lloraba al pie del túmulo verde, y cuando la canción terminó, se incorporó y gritó: ¡Théoden Rey! ¡Théoden Rey! Como un padre fuiste para mí, por poco tiempo. ¡Adiós!

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El camino sigue y sigue El camino sigue y sigue desde la puerta. El camino ha ido muy lejos, y que otros lo sigan si pueden. Que ellos emprendan un nuevo viaje, pero yo al fin con pies fatigados me volverĂŠ a la taberna iluminada, al encuentro del sueĂąo y el reposo.

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Aún recordamos Ah! Elbereth Gilthoniel silivren penna míriel o menel aglar elenath, Gilthoniel, A! Elbereth! Aún recordamos, nosotros que vivimos bajo los árboles en esta tierra lejana, la luz de las estrellas sobre los Mares de Occidente.

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