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Norelly Esther Jiménez Jiménez

NORELLY ESTHER JIMÉNEZ JIMÉNEZ

Tepichi Outusjamuin

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Es un proyecto de instalación que consta de siete ataúdes infantiles, elaborados en cactus disecado ( yotojoro) como protesta por la muerte de cerca de 5.000 niños wayuu por desnutrición y abandono. Tepichi outusjamuin significa niñez, hambre, abandono en la lengua wayuunaiki. La obra consta del diseño de siete ataúdes de tamaño infantil, elaborados con yotojoro (cardón disecado a la intemperie, empleado por la etnia wayuu para hacer viviendas). Cuatro ataúdes se ubican en el piso y tres van suspendidos del techo con nylon. Estos últimos tienen luz interna y, al encenderse, “hablan” por las almas de los pequeños que se debaten entre el hambre y la desnutrición, e inician su viaje a Jepirra (cementerio de las almas wayuu).

La obra aborda lo que ellos son para el gobierno: una cultura que vende sus artesanías, que otrora fue la imagen identitaria de una etnia. Hoy representan una marca que se vende en serie. La muestra de ataúdes es la protesta por la cantidad de niños que han muerto. Se construyen a partir de la misma madera que sostiene sus sueños, donde juegan y viven sus escasos días sobre la tierra que los vio nacer. Así se concibe este ejercicio. Pretende consolidar en el espectador lo que él no ve, lo que no siente porque vive lejos, porque sus intereses son otros, porque los niños wayuu no tienen dolientes. Los adultos, comen primero; si queda algo, les dan de comer; pero si no deben esperar a que vuelvan a cocinar dentro de 24 o 48 horas.

Al inicio de la investigación, se estimaba una cantidad de cuarenta y ocho niños que habían perdido la vida. En el año 2017, sumaron noventa y, en la actualidad, se cuentan cincuenta y cuatro muertes registradas. Después de la cuarentena, iban 4.796 muertes en el 2020, sin mencionar los niños que fallecen en sus rancherías a expensas de lo que sus padres puedan solucionar, a cientos de kilómetros de la capital de la Guajira, Riohacha.

Tepichi outusjamuin manifiesta que los niños son los que dan vida, los que pueden perpetuar la etnia, quienes con su sonrisa cambiarían su actual condición, los que merecen ser los primeros en todo, los que seguirán mirando hacia el infinito para poder encontrar un mendrugo de pan a pesar de su soledad, de su fatiga, de sus sueños perdidos, de una infancia no vivida, que se cierra cuando el último suspiro los acompaña en la batalla de su febril cuerpo cansado de las enfermedades que llegan como un huésped maldito que acaba con sus días. Como voz de protesta, se elevan estos ataúdes en una instalación para decir: ¡los niños Wayuu resisten!

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