ALGUNOS ELEMENTOS DE LA GESTIÓN INTEGRAL DEL PATRIMONIO PARA EL DESARROLLO HUMANO. Julio A. Portieles Fleites Partir del enfoque de desarrollo humano para abordar la gestión del patrimonio posibilita grandes ventajas en términos de integralidad e impacto; pero implica también grandes desafíos que deben ser asumidos de manera consciente y creativa. Al reconocer que el desarrollo humano trata, ante todo, de ampliar las oportunidades y capacidades de las personas1, se está entonces aceptando que permitir el uso y disfrute pleno del patrimonio es en sí mismo un objetivo esencial del desarrollo; y que la relevancia de la relación entre patrimonio y desarrollo no está solamente en el aporte innegable que puede hacer el patrimonio como potencial medio o motor para la generación de recursos útiles al desarrollo de un territorio; sino, también, en la incorporación dentro de la gestión patrimonial de las dimensiones sociales, económicas y ambientales Es ampliamente aceptada la necesidad de considerar la dimensión cultural en las propuestas de desarrollo. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en su Informe sobre Desarrollo Humano 2004 destacaba: ―el amplio potencial con que contamos para crear un mundo más pacífico y próspero si se incorpora el tema de la cultura a la práctica y la teoría más convencional del desarrollo‖. No obstante sigue siendo un desafío la verdadera e integral inclusión de la cultura en los modelos de desarrollo actuales, y siguen prevaleciendo enfoques donde se desatiende o solo se incorpora parcial y sesgadamente esta dimensión, que en realidad filtra y cataliza todas las otras dimensiones del desarrollo en su interacción. Partiendo entonces de estos principios y enfoques generales; se deben resaltar algunos elementos que pueden ser claves en la gestión integral del patrimonio para el desarrollo humano: • •
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Enfoque Territorial; considerando la significación central que tiene el territorio en la propia definición de patrimonio. Gobernanza Multinivel, expresada en la necesidad de articulación, coordinación y participación de todos los niveles de gobierno para lograr una adecuada e integral gestión del patrimonio. Integración al sistema de planificación y ordenamiento territorial; tanto a nivel de las estrategias y acciones del desarrollo (en los planes de Desarrollo), como en el Ordenamiento Territorial, componente e instrumento esencial para la protección y gestión patrimonial. El patrimonio como vector del desarrollo, sin descuidar la inclusión de la dimensión cultural en el propio modelo de desarrollo y manteniendo un criterio cultural y de sostenibilidad.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se refiere al desarrollo humano como “el proceso de ampliación de las opciones de las personas y mejora de las capacidades humanas (la diversidad de cosas que las personas pueden hacer o ser en la vida) y las libertades, para que las personas puedan vivir una vida larga y saludable, tener acceso a la educación y a un nivel de vida digno, y participar en la vida de su comunidad y en las decisiones que afecten sus vidas” (hdr.undp.org).
Una adecuada consideración y aplicación de estos elementos y enfoques incidirán en el éxito y sostenibilidad de un proceso de gestión integral del patrimonio. Enfoque Territorial, tanto el patrimonio como el desarrollo humano tienen intrínsecamente una dimensión territorial; el espacio de encuentro entre el patrimonio y el desarrollo es el territorio. La gestión del patrimonio debe estar integrada a la gestión del territorio como un elemento más de esta; articulándose en torno a un territorio definido, considerando su complejidad política, social, cultural, económica, histórica y ambiental. Los instrumentos y mecanismos de gestión deben adaptarse a cada contexto territorial. Por lo que el impacto, interacción y utilización del patrimonio en el desarrollo humano deben ser enfocados territorialmente. Es el territorio el marco propicio donde se pueden articular los diferentes actores que intervienen en la gestión del patrimonio. La gobernanza multinivel para la gestión integral del patrimonio puede concretarse en mecanismos y espacios que posibiliten el diálogo y la toma de decisiones conjuntas de los diferentes niveles de gobierno en el marco de las competencias de cada uno; que si bien posibilite una gestión oportuna y eficaz del patrimonio y la imprescindible protección del mismo; también brinde las oportunidades para integrarlo a las estrategias de desarrollo en cada nivel. Otra arista de esta gobernanza es la necesidad de implementar procesos de participación que faciliten el compromiso y la apropiación por parte de la ciudadanía; así como alianzas sostenibles con el sector privado y la sociedad civil para el manejo del patrimonio. Esta gobernanza multinivel debe expresarse en las políticas y procesos de descentralización de la gestión del patrimonio; donde si bien es necesario precisar los roles, responsabilidades y competencias de cada nivel de gobierno, a la misma vez es imprescindible definir mecanismos prácticos de articulación. En muchos casos, sobre todo donde hay áreas patrimoniales de especial relevancia, es necesario establecer una institucionalidad que permita una gestión integral; que puede estar vinculada a un nivel de gobierno sub-nacional o al gobierno central y que de manera exclusiva y especializada garantizará no solo un abordaje cultural de la gestión del patrimonio sino que integrará a esta gestión las dimensiones sociales, económicas, legales y ambientales. En el caso de Ecuador tanto el Plan Nacional de Desarrollo y su Estrategia Territorial contemplan dentro de sus objetivos, políticas y líneas estratégicas la preservación y potenciación de la diversidad y el patrimonio cultural. Con la implementación del Sistema Nacional Descentralizado de Planificación Participativa, que debe permitir la interacción de los diferentes actores y la coordinación de la planificación de todos los niveles de gobierno, se plantea la oportunidad y el desafío de la integración al sistema de planificación y ordenamiento territorial de la gestión del patrimonio. En primer lugar esto podría concretarse en los Planes de Desarrollo y Ordenamiento Territorial que formulan, aprueban y gestionan los gobiernos autónomos descentralizados. Siendo el ordenamiento territorial un instrumento fundamental de la gestión del desarrollo que puede facilitar de manera armonizada, sostenible y organizada avanzar hacia el modelo territorial de desarrollo deseado; es vital que se tome en cuenta al patrimonio en este proceso; e incluso que se puedan considerar planes especiales de desarrollo y ordenamiento territorial en áreas de particular y destacada significación. Es evidente el impacto que tiene en el patrimonio y su gestión decisiones vinculadas con la asignación del uso y ocupación del suelo, por solo mencionar uno de los elementos del ordenamiento territorial. Una incorporación profunda del patrimonio en estos planes permitirá no solo garantizar su preservación y puesta en valor; sino también su utilización creativa y
respetuosa en función del desarrollo local. Ante los desafíos urgentes que enfrentan las autoridades a todos los niveles vinculados con la reducción de la pobreza y la inequidad, el acceso a servicios básicos y otros, no resulta fácil –a primera vista- priorizar líneas vinculadas al patrimonio; lo que puede resultar fatal e irreparable a mediano plazo y puede comprometer directa o indirectamente el desarrollo de un territorio. Al plantear la significación y potencialidad del patrimonio como vector del desarrollo, no se trata solamente de los ingresos y empleos que los diferentes tipos de industrias culturales y creativas puedan aportar a la economía local y nacional. Por supuesto, que este es un punto importante que debe tratarse de la manera adecuada para ser aprovechado, preservando siempre la esencia cultural. Pero el elemento principal es que la dimensión y perspectiva cultural esté incluida en las estrategias, planes y políticas de desarrollo, incluidos los concernientes al desarrollo económico territorial o fomento productivo. Existen diversas alternativas para la utilización del patrimonio como motor del desarrollo local; pero en todos los casos se debe tomar en cuenta que muchos de estos conceptos, enfoques y prácticas al haberse desarrollado en determinados contextos y con una filosofía de desarrollo muy centrada en lo económico, es necesario adaptarlos de forma innovadora y flexible a cada realidad e incluso en este proceso cuestionar constructiva y pragmáticamente el modelo de desarrollo que viene aparejado a estas ideas. En la actualidad existe consenso en considerar el patrimonio como vector y motor del desarrollo local. Sin embargo, dentro de este consenso existen posiciones encontradas entre los que apuestan de una manera extrema por su conservación y en el otro extremo los que defienden su uso de mercado. En ninguno de los dos extremos se encuentra la viabilidad social-económica-culturalambiental que necesita el patrimonio para sobrevivir y desarrollarse dinámicamente, y que necesitan los habitantes de un territorio para enfrentar los desafíos del desarrollo y las inequidades, también de una manera propia y adaptada a sus modelos y expectativas. La experiencia internacional ha demostrado que, por las características específicas de la puesta en valor del patrimonio para su utilización como motor del desarrollo económico local, es necesaria una intervención pública (tanto local como nacional), puesto que con una lógica de mercado por sí sola no funcionaría adecuadamente, y por lo tanto se requiere la intervención del Estado. Se puede plantear, a partir de la experiencia internacional, que el desarrollo de las industrias culturales y creativas contribuye no solo de manera relevante al crecimiento y la diversificación económica, a la reducción de la pobreza y al empleo, sino que constituye un modo seguro y sostenible de fortalecer la identidad y sentido de pertenencia cultural local; asegurando de una manera práctica y viable, social y económicamente, la preservación de la cultura local y promoviendo su proyección nacional e internacional. Las industrias culturales y creativas, como alternativa para canalizar la potencialidad del patrimonio como motor del desarrollo local, han mostrado una dinámica de gran crecimiento (entre el 5% y el 20%, aún sin incluir el turismo cultural); y según el Banco Mundial, las industrias culturales y creativas aportan 7% del Producto Interno Bruto (PIB) global con una tendencia a aumentar. En este
significativo aporte se esconden grandes diferencias; y en la actualidad es en los países más desarrollados donde la contribución es mayor.
El turismo cultural es una de las alternativas más práctica para desarrollar el potencial del patrimonio como vector del desarrollo local. No existe una definición única de turismo cultural, pero se puede —tomando como referencia a la Organización Mundial de Turismo— plantear que cubriría aquel turismo que tenga ―motivaciones básicamente culturales‖. A nivel global, el turismo es la industria de más rápido y sostenido crecimiento; es un importante generador de ingresos y empleos para muchos territorios y países. La Organización Mundial del Turismo (OMT) proyecta una tasa anual de crecimiento de entre 4% y 4,5%, que llegará a alcanzar aproximadamente 1 600 millones de viajes en el 2020. Las valoraciones del peso del turismo cultural dentro del mercado global del turismo varían según los diferentes estudios (en base a definiciones de turismo cultural más o menos amplias). Los cálculos de la OMT lo sitúan en un 37% del mercado global; mientras que investigaciones más conservadoras y que definen de una manera más estricta al turismo cultural lo valoran entre un 5% y 8% del total del mercado turístico. En cualquier caso se habla de decenas o cientos de millones de turistas. Pero en este escenario estimulante se esconden también varias sombras que deben ser analizadas, más aún si hablamos de una gestión integral del patrimonio con enfoque de desarrollo humano y local. Por un lado, los beneficios económicos locales reales en muchas ocasiones son reducidos si se le compara con los flujos que se generan a partir de la actividad turística, los cuales quedan en manos de las grandes empresas turísticas. Además, pueden provocarse daños y conflictos locales vinculados a expropiaciones, impactos negativos en el patrimonio y en el ambiente, por solo mencionar algunos. Para que el turismo cultural tenga un impacto real y positivo en el desarrollo local debería partir de un diagnóstico profundo, integral y objetivo del contexto local y sus prioridades. En ocasiones, la puesta en valor del patrimonio y su aprovechamiento turístico se ve como una solución mágica para territorios en una situación deprimida económicamente; y esto no siempre es posible. No basta contar con un potencial patrimonial para lograr un turismo cultural sostenible. Habría que tomar en cuenta varios factores. Uno esencial es su integración al conjunto del territorio, en términos económicos pero también sociales; otro factor a considerar está vinculado a las capacidades reales de absorción y de demanda, así como a la competitividad territorial. En la evolución del turismo cultural es importante notar que, si bien anteriormente la motivación mayor de este turismo eran los monumentos, museos y otras expresiones del patrimonio en su visión más tradicional, hoy se aprecia la tendencia de darle una relevancia notable dentro del producto turístico cultural a elementos como la gastronomía, las costumbres y saberes tradicionales, entre otros. Este es un factor de gran potencialidad a la hora de plantearse la promoción del turismo cultural en un contexto local que tal vez, desde el punto de vista monumental, no posee grandes valores. Es decir: es el propio territorio en su conjunto, la combinación de su historia, cultura local y ambiente el verdadero atractivo; por lo que un adecuado marketing territorial integral es esencial para poder desarrollar el turismo cultural. El desarrollo del turismo cultural requiere que los actores y actoras territoriales lo consideren de manera expresa en sus planes de desarrollo y ordenamiento territorial, logrando en éstos vincular las
variables relacionadas tanto con el turismo como con el patrimonio tangible e intangible local, así como la integración de este vínculo al posicionamiento y competitividad territorial. Es un elemento estratégico e imprescindible encontrar vías que posibiliten la utilización del patrimonio como motor del desarrollo; pero este planteamiento entraña, también, grandes desafíos, que si bien se pueden asumir con éxito —y de esto hay sobrados ejemplos—, pueden implicar amenazas significativas (y, desafortunadamente, también hay muchos otros ejemplos de situaciones así). Estos desafíos son, entre otros, la mercantilización de la cultura y, por consiguiente, la aparición de limitaciones en su acceso público, así como su homogenización y banalización para responder mejor a las demandas del mercado. Además, el uso económico del patrimonio tangible (sobre todo el edificado) entraña múltiples desafíos, como la pérdida del uso original, la especulación inmobiliaria, la enajenación social y las obvias amenazas a su conservación. Por otro lado es destacable que por lo general, tanto las industrias culturales y creativas como el turismo cultural contribuyen a crear empleo sostenible y digno, poco vulnerable a fluctuaciones cíclicas de la economía y generador de oportunidades, precisamente para quienes habitan el territorio en cuestión, al aprovechar en primera instancia los conocimientos locales y tradicionales. Al analizar entonces las diferentes opciones que se pueden tomar para utilizar el patrimonio como un vector fundamental del desarrollo económico local —industrias culturales y creativas, turismo cultural, entre otras— no debemos solo preocuparnos por la generación de empleos, ingresos; incluso no solo es cuestión de su potencial para la reducción de pobrezas o de inequidades, sino la necesidad insoslayable de que el proyecto de desarrollo respete y se base en la cultura local y que esta constituya el núcleo de esa estrategia y visión del desarrollo. No es el patrimonio el que debe adaptarse a las demandas del desarrollo —por demás, muchas veces importadas o creadas artificialmente— sino el modelo de desarrollo el que debe adaptarse a la cultura local. En general, un modelo de gestión integral del patrimonio que tenga como visión principal al desarrollo humano es la manera adecuada, sostenible y creativa que puede garantizar la supervivencia misma del patrimonio local; pero para esto debe mantenerse en todo momento una visión y enfoque cultural en las políticas, estrategias y acciones del desarrollo que permita la preservación y disfrute pleno del patrimonio y las tradiciones. No existen recetas o fórmulas mágicas; cada territorio debe buscar el equilibrio social, cultural y económico adecuado que permita la viabilidad y aceptación de la cultura y su diversidad como una riqueza, y no como un peso para las poblaciones y gobiernos.