Las propuestas no importan

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Las propuestas no importan 14/05/2012 Arturo Magaña Duplancher Club de Articulistas de Zócalo duplancher@gmail.com Twitter: @duplancher

Un señalamiento habitual en cualquier campaña electoral, pero quizá mucho más en las mexicanas, es la que proviene de ciertos sectores de la opinión pública bajo el clamor de que más allá de la imagen, la historia y las ideas de cada uno de los candidatos necesitamos conocer sus propuestas. Las propuestas -o debería decir promesas- de los candidatos cobran especial relevancia en los spots, los eventos públicos, los foros de análisis, las entrevistas. No obstante, me temo que las propuestas en sí mismas no tienen la menor relevancia frente a otras fuentes de información que nos permiten entender lo que representa un candidato.

En primer lugar, las propuestas enfrentan el problema del cómo. Por un lado, el de cómo se plantea su autor llevarlas a cabo y, por el otro, el de cómo saber si las ha cumplido a cabalidad. En un spot publicitario, Peña Nieto ofrece convertir a México en una “Potencia Turística”. No ofrece, sin embargo, ningún elemento que nos permita entender como lo hará o que dato en específico nos permitirá saber que lo logramos. No hay metas, objetivos asequibles, prioridades identificables. Pero suena apabullante. En el caso de que ganara las elecciones, podría perfectamente no hacer absolutamente nada al respecto y decretar que México alcanzó ese status. En ese sentido, aquí cabe todo. Lo inverosímil y lo imperceptible. Todos los imponderables, lo inconmensurable y buena parte de la palabrería del mundo. La felicidad que promete López Obrador, el “México para todos” de Vázquez Mota. Todos parecen muy ocupados en ofrecer “recuperar el liderazgo de México en el mundo” y Quadri lo remata al comprometerse a crear un Sistema Nacional de Pensiones y otorgarle mil millones de dólares a la cooperación con Centroamérica. El cómo es lo de menos, el punto es cómo le quedó el ojo al electorado. Solo así se entiende que AMLO considere como propuestas de campaña las de “serenar” al país y cambiar “los balazos por los abrazos”. La lista, por supuesto,


podría seguir ad nauseam.

En consecuencia, las promesas/propuestas/ocurrencias abren de par en par el universo de lo fantástico. “Democraticemos el ejido” -lanza Quadri- y AMLO ofrece 5 refinerías -quien dice 5 dice 10-. Mientras tanto Peña Nieto ofrece quitar impuestos a las horas extra en el trabajo y Vázquez Mota no parpadea a la hora de ofrecer un campus del IPN en California o Texas. Lo fundamental no es tanto convencer sobre la viabilidad de las propuestas sino acogerse al viejo adagio popular: Se non è vero, è ben trovato. O lo que es lo mismo, Prometer no empobrece, dar es lo que aniquila.

Desde la atalaya donde los aspirantes al poder pontifican sobre lo “real maravilloso” por citar a Carpentier, el tercer problema se vislumbra de manera meridiana. ¿Son los Presidentes capaces de cumplir con esta agenda monumental de cambios, obras, sueños, deseos? A Peña Nieto y sus huestes les queda claro. Del Presidente y de nadie más dependen un montón de cosas. Por ejemplo, disminuir al menos en 50% la tasa de homicidios, la de secuestros, los eventos de extorsión y de paso la trata de personas en México. La voluntad férrea del líder, su palabra, la persuasión hipnótica que producen en el resto, son suficientes para materializar este y cuanto compromiso. Ni por error hace aparición el Congreso, los partidos, los grupos de interés, la sociedad civil, las Iglesias, el círculo rojo, el empresariado. Para todos los candidatos, esas son suculencias que no es necesario aclarar y que, en todo caso, nos fastidia escuchar. El slogan publicitario de “Nadie nos detendrá” es un perverso indicativo de esta actitud profundamente enraizada en una tradición autoritaria de la que todos echan mano alegremente. Las propuestas no rezan “Propondré al Congreso…”, “Convocaré a las fuerzas políticas…” Nada de eso, las propuestas son “Asignaremos más recursos…”, “Recodificaremos (habría que avisarle a Quadri que la palabra no existe)….”, “Reorientaremos…” y, por supuesto, “Crearemos…”. No hay ruta crítica en la propuesta de Vázquez Mota para crear la “Zona Económica Fronteriza”. Tampoco hay una en la propuesta de López Obrador para concretar su tan llevado y traído programa de austeridad. En definitiva, en nuestra cultura política, el Presidente es omnipotente y la distancia entre la idea y la acción apenas existe. En el mercado de las propuestas, también se asoma el problema de la obviedad. Por un lado, prometer la cobertura universal en materia de salud o el acceso universal al bachillerato es, de acuerdo con datos oficiales, prometer que ocurrirá lo que es ya, si las cosas se mantienen igual, un fait accompli. Por el otro, nadie en su sano juicio puede estar en contra de propuestas que plantean “mejorar la educación”, “ampliar el sistema de salud” o “rescatar el campo”. Semejantes generalidades, sin embargo, no aportan nada a la discusión electoral. Mucho menos aquello de que hay un “México que todos queremos” o “un cambio verdadero”.

Por ello, antes que escuchar las propuestas de campaña prefiero mil veces allegarme de la


información necesaria para determinar, por ejemplo, cómo actuará el candidato X ante determinada crisis política o a que tipo de personajes invitaría a gobernar con él. Importa, mucho más que la demagogia de las campañas, saber que películas disfruta el candidato, que lecturas ha hecho (o si en definitiva ha hecho lecturas), a que escuela van sus hijos, que idiomas habla (o si en definitiva habla idiomas), qué cuentas entregó durante sus responsabilidades previas, qué calificaciones obtuvo en la Universidad, quienes son sus amigos, que opinión tiene sobre la eutanasia, cómo se expresa de su familia, qué relación mantiene con sus colaboradores, qué propiedades tiene y cuál es su estado de salud. Ya lo creo que eso, a diferencia de “sus” propuestas, esas que quizá no sean suyas, que sean irrealizables o que enfrenten millones de obstáculos, importa.


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