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UNIVERSIDAD DE PANAMÁ FACULTAD DE HUMANIDADES ESCUELA DE INGLÉS SEMINARIO 1 Traducción al español del libro

“CHOCOLATE FEVER” (FIEBRE DE CHOCOLATE)

de el autor Robert Kimmel Smith Trabajo presentado como uno de los requisitos para obtener el título de Licenciatura en Humanidades con Especialización en Inglés.

Estudiante:

Andy Uriel Araúz Polanco Cédula:

4-724-2295 PANAMÁ SEGUNDO SEMESTRE 2012 1


Traducción al español del libro

“CHOCOLATE FEVER” (FIEBRE DE CHOCOLATE) del autor Robert Kimmel Smith


Dedication


This project is dedicated to my mother, who taught me that the best kind of knowledge is the one which is learned for its own sake. It is also dedicated to my wife M. Mathews, who taught me that even the largest task can be accomplished if it is done one step at a time.

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Acknowledgments


I have taken efforts in this project. However, it would not have been possible without the support and help received from Professor Carlos Dominguez who I sincerely thank. I am highly indebted to the Spanish Professor Marriott Rangel for their guidance and constant supervision as well as for the necessary and accurate information provided regarding this project and also her support in completing the project. Thanks and appreciations to my friends and acquaintances that have willingly helped me out with their abilities in developing the project.

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Table of Contents


Dedicatoria.……………………………………………………………………………………….…….….i Agradecimiento……………………………………………..………………………..……...………...ii Tabla de contenido ………………………………………………………………..………….……...iii Introducción………………..……………………………………………………………………..……..iv Capítulo 1: Conociendo a Henry Green………………………………………….…..……...1 Capítulo 2: Una Extraña Sensación…………………..…………………….………….……….5 Capítulo 3: El Problema de la Señora Kimmelfarber………………….……….….…...8 Capítulo 4: ¡Estallido!………………………………………………………………….….……….…13 Capítulo 5: Llamando al Doctor Fargo…………………………………………….………….16 Capítulo 6: Atrape a ese Chico………………………………………………………….………..21 Capítulo 7: En el Patio de la Escuela……………………………………………….………….26 Capítulo 8: Mac…………………………………………………………………………………..….…32 Capítulo 9: Asaltados a Mano Armada…………………………………………….………..40 Capítulo 10: Dando una Lamida……………………………………………………..……….…45 Capítulo 11: Con “Azúcar” Cane…………………………………………………….………....52 Capítulo 12: La Lección Aprendida……………………………………………………..……..57 Conclusión………………………………………………………………………………….….………...61 Glosario…………………………………………………………………………………………….……..62 Biografía…………………………………………………………………………………………….….…65 Bibliografía…………………………………………………………………………………..………....67

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Introduction


Henry Green was a boy who loved chocolate. He liked it bitter, sweet, dark, light, and daily; for breakfast, lunch, dinner, and snacks; in cakes, candy bars, milk, and in every other conceivable form. Henry probably loved chocolate more than any boy in the story of the world. One day, a day that started off like any other day, Henry found that strange things were happening to him. He made medical history with the only case of chocolate fever ever. And then he found himself caught up in a wild, hilarious chase, climaxed by most unusual hijacking! Henry´s wacky adventures will keep readers laughing out loud.

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CapĂ­tulo 1 Conociendo a Henry Green


Hay algunas personas que dicen que Henry Green no nació realmente, que fue empollado, que creció completamente de un frijol de chocolate. ¿Pueden creerlo? De cualquier manera, este Henry Green del que vamos a hablar sí nació realmente, no fue empollado, y tenía una madre maravillosa y un papá de feria. Su padre era alto, delgado y usaba anteojos, a excepción de cuando dormía o tomaba un baño. Mamá Green, cuyo nombre era Enid, era una mujer pequeña y delgada con ojos azules grisáceos y una boca pequeña que siempre parecía estar a punto de sonreír. Todos vivían en un departamento en la mitad de la ciudad, junto con el hermano mayor de Henry y su hermana. Mark Green tenía diez años, alto y muy bueno con Henry, excepto cuando discutían, lo cual sucedía a menudo, y entonces golpeaba a Henry en la cabeza con cualquier cosa que tuviese a mano, lo cual en ocasiones era muy duro. Pero la mayoría del tiempo, Mark era divertido y solo se enojaba cuando Henry le llamaba Marco Polo. A Mark no le gusta para nada, ¿Y quién podría culparlo? La hermana de Henry era muy, muy mayor. Casi catorce años. Ella nunca discutía con Henry o Mark. De hecho, escasamente les hablaba porque era tan mayor e inteligente y casi adulta. Su nombre era Elizabeth. La otra mañana, la cual era el último día de la semana llamado viernes, Henry, Mark y Elizabeth estaban a la mesa comiendo su desayuno. Mark estaba comiendo huevos fritos. Elizabeth masticaba silenciosamente su

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desayuno usual, tostadas con mantequilla y leche. Henry iba a la mitad de su desayuno tradicional, pastel de chocolate, una vasija de cereal de chocolate y leche (con sirope de chocolate en la leche para hacerla más espesa), todo esto con un gran vaso de chocolate y cinco o seis galletas de chocolate. Algunas veces, cuando quedaba de la cena anterior, Henry tendría pudding de chocolate también. Y los domingos por la mañana, normalmente comía helado de chocolate. La verdad era que Henry estaba enamorado del chocolate. Y el chocolate parecía amarlo. No lo engordaba. (De hecho estaba un poco delgado). No le dañaba los dientes. (Nunca había tenido caries en su vida). No le afectaba el crecimiento. (Tenía el tamaño promedio, de hecho hasta era un tanto alto para su edad.) No le dañaba su piel, la cual siempre había sido limpia y blanca. Pero sobre todo, nunca, nunca le causaba dolor de estómago. Y por eso sus padres, por cierto siendo no muy inteligentes como eran amables, dejaban que Henry comiera tanto chocolate como quisiera. ¿Puedes imaginarte a un chico comiendo un emparedado de barra de chocolate como un aperitivo después de la escuela? Bueno, Henry lo tenía, prácticamente todos los días. Y cuando comía puré de papas, unas cuantas gotas de sirope de chocolate parecían darle un mejor sabor. Chispas de chocolates esparcidas arriba de fideos de mantequilla eran muy sabrosas también. Sin mencionar un poco de polvo de chocolate en cosas como albaricoques enlatados, peras y salsa de manzana.

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En la cocina de los Green Siempre había un suplido enorme de galletas de chocolate, pastel de chocolate, pies de chocolate, y dulces de chocolate de toda clase. También había helado de chocolate. Chocolate, por supuesto, y nutella, dulce de chocolate, malvas de chocolate, remolino de chocolate, y especialmente chocolate con almendras. Y todo esto era solo para Henry. Si había algo que podías decir de Henry era que realmente amaba el chocolate. “Probablemente más que cualquier otro chico en la historia del mundo,” decía su madre. “¿Cómo le gusta a Henry el Chocolate?” solía bromear el papá Green. “Porque le gusta amargo, dulce, blanco, oscuro y a diario.” Y era cierto. Hasta el día del que estamos hablando en este momento.

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Capítulo 2

Una extraña sensación


“Mejor apresúrense, chicos”, dijo Mamá Green desde la cocina, “son casi las ocho treinta”. “Vamos, tardón”, le dijo Mark a Henry, “no queremos llegar tarde”. “Solo una galleta más de chocolate”, dijo Henry. La lanzó dentro de su boca y, aún masticando, fue a su cuarto por sus libros. En la ida a la puerta de enfrente Henry pasó por la cocina y tomó un puñado de besos de chocolates para ponerlos en su bolsillo. Le gustaba tenerlos a mano para picar en la escuela. Pero esta mañana, como aúnse sentía con hambre, Henry le quitó la cubierta plateada a dos de los besos y se los metió a la boca. Luego de darle un beso rápido a Mama Green, un beso que le dejó un poco de chocolate en su rostro, Henry, Elizabeth and Mark salieron por la puerta hacia la escuela. En la esquina, Henry and Mark se despidieron de su hermana, quien debía tomar el bus para llegar a su escuela secundaria. La escuela de los chicos, Escuela Primaria 123, estaba a solo un bloque de distancia. En la siguiente esquina, la señora Macintosh, el guardia de seguridad para cruzar la calle, los acompañó a cruzar la calle. “La luz esta siempre verde para los Green”, decía. Este era su chiste. Y lo decía prácticamente todos los días. Esta mañana solo Mark, quien era extremadamente educado, sonrió. Henry simplemente no se sentía como para sonreír. De hecho empezaba a sentirse un poco extraño. En el patio de la escuela los chicos se separaron para ir a sus clases. Como era común, había mucho relajo, empujones y jalones alrededor. Pero Henry, quien era muy bueno en estas cosas de tumbar los sombreros de las cabezas de los chicos y hacer caras graciosas a las chicas, estaba silencioso. 5


No le dijo hola cuando Michael Burke, su mejor amigo, pasó. “¿Bueno, cuál es el problema contigo?” le preguntó Michael, sonriendo. “A que te refieres con ¿Cuál es tu problema?” dijo Henry. “¿No puedo simplemente estar parado aquí? ¿Debo comportarme y estar como un tonto?” “Está bien, está bien”, dijo Michael. “no tienes que atacarme así. Es solo que estás un poco diferente hoy. No estás como tú estás siempre” Entonces el silbato sonó, y todos los chicos marcharon hacia las instalaciones de la escuela. “Me siento extraño hoy”, le dijo Henry a Michael. “Tengo el presentimiento de que algo va a pasar, y no sé que es”. Ese mismo sentimiento, de que algo iba a pasar, se mantuvo con Henry toda la mañana. Se sintió extraño en su salón de clases, extraño cuando fue a la clase de gimnasia, y en la clase de matemáticas de la señora Kimmelfarber, se sintió extraño todo el tiempo. Henry no se podía concentrar en lo que la señora Kimmelfarber estaba diciendo, sólo se sentaba allí y observaba. Sin pensarlo, estaba mirándose su brazo y la parte de atrás de este. Y entonces notó algo, había pequeñas pecas chocolates sobre su piel. Ahora este no hubiese sido ningún descubrimiento sorprendente si no fuera por el hecho de que esas pecas chocolates no estaban allí cuando se despertó esta mañana. En frente del salón, la señora Kimmelfarber estaba haciendo la repetición de las fracciones. Estaba diciendo, “y si tomo seis y medio y resto

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un cuarto, ¿Cuánto me queda?” Miró directamente a Henry, quien estaba observando directamente a su brazo. “Henry”, preguntó, “¿qué obtendré? “Pequeños puntos chocolates en todos lados”, respondió Henry.

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CapĂ­tulo 3 El problema de la seĂąora Kimmelfarber


Hubo silencio en el cuarto por aproximadamente dos segundos. Luego hubo una explosión de sonido. Todas las chicas empezaron a secretear. Los chicos reían y se reían entre dientes y estruendosamente. Henry se puso colorado y la señora Kimmelfarber, quien no le veía gracia a toda esta situación se puso blanca. Golpeó la mesa con su regla y gritó silencio. “Henry Green”, dijo, “qué significa…” “Pequeños puntos chocolates en todos lados”, dijo Henry. “Estaba observando mi brazo y tengo estos…” “Pequeños puntos chocolates en todos lados,” interrumpió la señora Kimmelfarber. “Te oí perfectamente”. “Pero vea, señora Kimmelfarber, no las he tenido nunca en mi vida. Ni siquiera las tenía esta mañana. Pero ahora…” “Ya sé”. Observó la señora Kimmelfarber. “Ahora las tienes en todos lados. Mejor les doy un vistazo”. Tomando a Henry por el brazo lo llevó cerca de la ventana. “Hmmmm”, dijo mientras observaba el brazo, “parecen pecas para mí”. “No, señora”, dijo Henry. “No puede ser” “¿Por qué no? dijo la señora Kimmelfarber. “Porque tengo piel limpia y delicada, como mi madre”. “¿Es eso así?, dijo la señora Kimmelfarber. “¿Y quién te aseguró eso?

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“Mi papá” “A”, dijo la señora Kimmelfarber, “exacto. Ahora, ¿estás seguro que no viste este fenómeno anteriormente en la mañana? “Si eso significa si las vi”, dijo Henry, “no, no las vi”. “Bueno, entonces”, dijo ella, “tú, Henry Green, quédate justo en donde estás. Y clase”, dijo, girando para quedar frente al aula, “ustedes continuarán mirando en sus libros hasta que yo regrese. En perfecto silencio”,agregó y se fue por el pasillo. Henry se quedó parado, como se le dijo, mientras la clase lo miraba. La señora Kimmelfarber caminó unos cuantos pasos por el pasillo hasta la oficina del señor Pángalo. Se detuvo frente a la puerta y espero hasta que el señor Pángalo mirara en dirección a ella, captando su mirada, le hizo señas para que saliera al pasillo. “Escucha, Phil”, comenzó, “quiero que mires a un chico…” “Por Dios Dolores”, dijo el señor Pángalo, “estoy a mitad de Americus Vespucci!” “Quien tiene pequeñas manchas marrón por todos sus brazos”. “¿Pequeñas manchas marrón? ¿Me has sacado de aquí por pequeñas manchas marrón?” “Pensé, ¿tal vez sarampión?” “¡Oh, no!”, dijo el señor Pángalo. 9


“¿Varicela?” “Hmmm,” dijo el señor Pángalo, “mejor le doy un vistazo”. Ambos giraron a Henry hacia la luz cerca de la ventana, justo en la esquina donde estaban las plantas que crecían en potes sobre las ventanas. El señora Pángalo tocó y frotó y hasta tomó sus anteojos de su bolsillo y se los puso. “Pecas”, dijo finalmente. “Solo pecas”. “¿Está seguro?” La nariz redonda

del señor Pángalo se movió, y olió el aire.

“¿Chocolate?” dijo. “¿Trajeron la leche con chocolate acá arriba?” “Olvídese de la leche”, le dijo. “¡mire! Ahora las tiene en la cara”. “¡Oh, no!” dijo Henry. “¡Oh, sí!”, dijo la señora Kimmelfarber. “¡Oh, mi!”, dijo el señor Pángalo. “¿Y no estaban allí antes?” “Dos minutos antes el rostro de este niño estaba limpio y hermoso como el día. Y ahora…” Henry sentía como que su corazón se le iba a caer dentro de los zapatos. Tragaba con dificultad y observaba a los dos profesores que estaban mirando su rostro. “Pequeños puntos marrón por todos lados”, dijo la señora Kimmelfarber. “Y veo más saliendo mientras hablamos”.

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Una l谩grima, solo una, surgi贸 en el ojo derecho de Henry y empez贸 a deslizarse por su mejilla, corriendo lentamente por sus peque帽os puntos marrones.

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Capítulo 4 ¡Estallido!


Las cepas de los sucios gérmenes, la enfermera Molly Farthing solía decir, y los gérmenes tiene una desagradable forma de hacer que gente saludable se enferme. Naturalmente, la enfermería de la primaria 123 estaba siempre libre de manchas porque la enfermera Molly Farthing no lo hubiese tenido de otra forma. Y naturalmente, como la señora Kimmerlfarber y Henry entraron por la puerta esa mañana, hizo que ambos regresaran y se limpiaran los pies en la alfombra. “Y no traigan nada de su chocolate aquí”, agregó la enfermera Farthing. Olió el aire fuertemente. “¿Chocolate?” dijo la señora Kimmelfarber. “No crean que no lo olí”, dijo la enfermera Farthing. “Por favor, enfermera Farthing”, dijo la señora Kimmelfarber, “tenemos una emergencia en nuestras manos. Este es Henry Green. Le ha comenzado un brote de algo”. “Ya veo”, dijo la enfermera Farthing. Sentó a Henry en una silla y lo giró hacia una luz brillante, colocando sus espejuelos hacia la punta de su nariz, se inclinó acercándose a Henry y mirándolo detenidamente. Correcto “Es una erupción”, dijo finalmente, “Peculiar, parece pequeños puntos marrón por todos lados”. “Exactamente”, dijo la señora Kimmelfarber. “¿Pero qué es?” “¿Alguna vez ha tenido sarampión?” preguntó la enfermera Farthing. “Sí”, dijo Henry, “cuando tenía cinco años”. “¿Varicela?”

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“Cuando tenía tres años y medio”. “Entonces diría que tienes una erupción indefinida. Y sinceramente, no me gusta como se ve”. Henry, quien hasta ahora estaba solo un poco asustado, empezó a sentirse aterrorizado. La enfermera Farthing colocó su fría mano sobre su brazo y lo apretó para darle ánimo. “Tranquilo, tranquilo, querido,” le dijo. “Nada de que asustarse. Estoy segura de que no es nada serio. ¿Cómo te sientes?” “No muy bien”, dijo Henry. “¿Caliente?” “No”. “¿Frío?” “No”. “¿Mareado?” “No”, dijo Henry, “solo me siento… extraño”. “¡Ay pobrecito!”, dijo la enfermera Molly Farthing, “debes estar realmente asustado”. Le pasó sus dedos por su cabello y palmeó su nuca. De alguna manera esto lo hizo sentirse un poco mejor. ¡Pop! “¿Dijiste algo?” preguntó la enfermera Farthing.

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“No, señora”, dijo Henry. ¡Pop! “¿qué es ese ruido, entonces?” preguntó, “sonó como algo que brota”.

“Yo también lo oí”, dijo Henry. “Yo también”, dijo la señora Kimmelfarber. ¡Pop! ¡Pop! ¡Pop! Ahora todos lo escucharon. El sonido de los brotes llenó la enfermería. Pequeños pop y grandes popes y popita-pop-popes seguían sonando. Henry miró su brazo y en un segundo supo de donde provenía el ruido. Sus pequeños brotes chocolates estaban creciendo grandes y más grandes. Estaban reventando todos alrededor de él. Ya no tenían el tamaño de pecas, ahora estaban tan grandes como las chispas de chocolates que su madre utilizaba para hacer pasteles y galletas. Podía sentirlas reventando en sus brazos y su cara, podía sentirlas creciendo debajo de su camisa. En menos del tiempo que toma decirlo, Henry Green estaba cubierto de pequeñas bultos chocolates desde la punta de su cabeza hasta la punta de sus pies.

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CapĂ­tulo 5 Llamando al Doctor Fargo


En años posteriores, Henry no podía recordar quien gritó primero. Todo lo que podía recordar era que ambos, él y la señora Kimmelfarber estaban gritando como locos. Y que la enfermera Farthing estaba fría como un melón. “Cálmense ahora mismo ustedes dos”, dijo, “señora Kimmelfarber, valla y llame a la señora Green por teléfono. Dígale que llevaremos a Henry al hospital de la ciudad”. La señora Kimmelfarber no se movió. Solo se quedó allí con la boca abierta, mirando a Henry. “Valla ahora”, insistió la enfermera Farthing en un tono de voz fuerte. “Fuera… Valla”. “Y tú, Henry Green”, dijo mientras la señora Kimmelfarber salía del cuarto, ¿Vienes conmigo? Vámonos, calladamente, calmadamente”. Lo tomó de la mano, y otra vez, Henry notó que se sentía bien y de alguna forma lo hacía sentir mejor. Seguía sosteniendo su mano fría mientras dejaban la escuela. Todo el camino al hospital, mientras el taxi se apresuraba, Henry sostenía fuertemente la mano relajada mano de la enfermera Molly Farthing. De hecho, no fue hasta que fue revisado por dos doctores y estaba esperando para ser examinado por el jefe del hospital de medicamentos de niños, doctor Fargo, que le permitió entrar. “¿Qué-qué? ¿Qué-qué?” dijo el doctor Fargo tan pronto como llegó al cuarto de atención. Era un hombre pequeño y redondo con un abundante bigote blanco y un aire de confundido en su rostro. “Qué tenemos aquí, ¿eh?” preguntó. “Este chico parece estar es una piscina de lodo” 16


Se inclinó tan cerca de la nariz de Henry que podía oler el resoplido de su respiración. Olía como a mentas. “No caíste en una piscina de lodo, ¿o sí chico?” “No, señor”. “No creo”, dijo el doctor Fargo. “muy malo, eso hubiese explicado esas grandes manchas alrededor de ti”. “Bueno, entonces”, dijo, girando hacia la enfermera Molly Farthing, “dígame algo”. “No va a creer esto, doctor”, empezó la enfermera Farthing, mientras le contaba al doctor Fargo acerca de los eventos de la mañana. “Yo no voy a creer esto”, el doctor Fargo repitió cuando ella hubo terminado. “Es imposible. Ninguna erupción en toda la historia de erupciones ha aparecido tan rápido. “Sucedió” dijo la enfermera Farthing. “Ya veo. Bueno, pronto llegaremos al fondo de esto o mi nombre no es…er. ¿Cuál es mi nombre, por cierto?” “Doctor Fargo, creo”, dijo Henry. “Un placer en conocerte, hijo”, dijo el doctor Fargo, y apretó la mano de Henry. “Debemos hacer algo respecto a esas grandes manchas chocolate, creo”. “Sí, señor”, dijo Henry, quien empezaba a sentirse confundido él mismo.

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El Doctor Fargo tomó a Henry en la mesa de examinar y encendió la lámpara grande. Por cinco minutos enteros no dijo nada más que “hmmmm” y “ah” mientras tocaba y picaba a Henry. Miró con una lupa y sin la lupa. En los ojos de Henry y en las orejas y en la nariz e incluso debajo de la lengua. Finalmente dijo, “no sé mucho más de cuando iniciamos. Se ven igual que tus típicas manchas marrón… excepto, claro, que en toda la historia de este civilizado mundo nunca ha habido un caso de grandes manchas chocolate anteriormente”. “Estoy asustado”, dijo Henry. “Soy el doctor Fargo”, dijo el doctor, “Eso es todo lo que sé. Ahora lo que me gustaría hacer es saber más de esas manchas marrón tuyas”. Mojó la punta de un algodón y pasó y cepilló suavemente una de las grandes manchas marrón en el brazo derecho de Henry. “¡Ay!”, dijo Henry. “¿Te dolió?” “No”. “Entonces, ¿Por qué dijiste Ay?” “Porque”, dijo Henry, “pensé que me iba a doler”. “Ya veo”, dijo el doctor Fargo. Moviendo su cabeza, puso el algodón en una jarra de vidrio. “Lleven esto al laboratorio de inmediato”, dijo a uno de sus asistentes, y el hombre se apresuró en salir del cuarto.

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“En unos minutos todos sabremos más acerca de esta grandes manchas marrón tuyas”, dijo el doctor. Manos detrás de la espalda, empezó a caminar en el cuarto. De repente se detuvo, su nariz en el aire. “¿Quién ha estado comiendo dulces en mi oficina?” preguntó. Nadie contestó. La nariz del doctor Fargo se movía de lado a lado mientras olfateaba el aire. “Huelo a dulces”, dijo, “alguien ha estado comiendo dulces”. Entonces el teléfono sonó, y el doctor Fargo se fue al otro lado del cuarto para contestarlo. “¿Que-Qué?” dijo al teléfono. “¿Está usted seguro?” Su bigote blanco se movía hacia arriba y hacia abajo mientras el doctor Fargo se sentaba lentamente en una silla. Colgó el teléfono, una expresión de

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sorpresa en su rostro. “Chocolate”, dijo “Esos grandes puntos marrón… son puro chocolate…” “¿Chocolate?” susurró la enfermera Farthing. “¿Chocolate?” exclamó Henry Green. “¿Chocolate?” repitieron las asistentes del doctor Fargo. “Exactamente”, dijo el doctor Fargo. “El chico, parece, ¡no es nada más que una barra de dulce andante!”

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CapĂ­tulo 6 Atrapen a ese chico.


Había más emoción de la que Henry había visto en su vida. Toda clase de doctores estaban examinándolo ahora, tocándolo y picándolo como si él no fuera un chico sino un alfiletero. Y el doctor Fargo se paseaba por el cuarto, hablando acerca de “la fiebre de chocolate”… “la nueva enfermedad”…”haciendo historia médica”… y cosas como esas. Henry estaba cansado. Y asustado. Quería estar solo. Quería que todos los doctores se fueran. Quería estar en casa. Quería, de hecho, estar en cualquier lugar del mundo excepto en el hospital. Así que hizo algo muy simple. Algo que su corazón le dijo que tenía que hacer para sobrevivir. Saltó de la mesa para examinar y comenzó a correr. En un momento había pasado por la puerta y estaba corriendo por el largo corredor. Detrás de él escuchaba gritos de “detente” y “atrapen a ese chico” Dos enfermeras al final del corredor trataron de atraparlo, pero Henry iba simplemente muy rápido. Fácilmente las pasó y empezó a bajar las escaleras. Abajo, abajo, abajo fue tres juegos de escaleras y fuera en la recepción principal del hospital. Frente a él un guardia en la puerta extendía un brazo. Corriendo tan fuerte como pudo, Henry logró traspasar su agarre y fue a la calle.

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Sin detenerse a pensar hacia donde se estaba dirigiendo, Henry corrió. Cuando estaba a punto de doblar la esquina miró atrás. Había un ejército completo de personas persiguiéndolo. Doctores con batas blancas, enfermeras, guardias sonando sus silbatos, policías agitando sus manos. Y detrás de ellos podía ver al doctor Fargo. Henry no esperó a ver nada más. “Piernas”, dijo, “no me fallen ahora”. Y con eso giró en la esquina y fue calle abajo. Corrió y corrió hasta que se quedó sin aliento. Y luego corrió un poco más. Sus piernas iluminadas con el sol de la tarde, Henry bajaba una calle y subía otra. No tenía idea de en donde estaba. No tenía idea de hacia dónde iba. Pero seguía corriendo. 22


Las personas lo miraban cuando pasaba zumbando. Algunas incluso levantaban sus manos, como para detenerlo o decirle algo, pero Henry seguía corriendo. Después de un largo rato ya no podía ver ni oír a personas corriendo detrás de él. Debo estar lo suficientemente lejos de ellos ahora, pensó Henry. Pero de repente, en la esquina, apareció un carro de la policía con su sirena. Deben estar detrás de mí, pensó alarmado. ¡Soy un hombre buscado! Deprimido, Henry se forzó a seguir corriendo más rápido. Le dolía la cabeza. Su cuerpo le dolía. Sus piernas le dolían. Pero siguió corriendo.

Sus pulmones le dolían, Sus ojos le dolían. Incluso su cabello le estaba comenzando a doler, Pero Henry seguía corriendo. Finalmente no pudo correr más. Estaba acabado. Muerto. Debía descansar, y para descansar debía esconderse. Sin pensarlo, Henry corrió hacia un gran callejón herboso que se encontraba entre dos casas blancas. Al final de callejón había un gran garaje con su puerta parcialmente abierta. Henry se coló adentro y observó alrededor. Había un auto estacionado dentro, pero no había ninguna persona a la vista. Con su última fuerza se recostó en el suelo detrás del automóvil. En un gran aprieto estas ahora, pensó. Has huido del hospital, la policía está detrás de ti, tu madre debe estar muerta de preocupación, y tienes una enfermedad de la cual nadie ha escuchado antes.

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Lo más que pensaba acerca de su predicamento, lo más triste que se sentía Henry. Un nudo se formó en su garganta. Una lágrima rodó por su mejilla. Un quejido se escapó de sus labios Y empezó a llorar, gimiendo alto, realmente llorando. Lloró por un momento porque estaba realmente triste. Lloró un poco más porque estaba perdido y lloró por un largo, largo rato porque todo era desesperanza. Finalmente, cuando ya no podía llorar más, Henry se secó los ojos y trató de pensar en su situación. No volvería con el doctor Fargo ni al hospital, de eso estaba seguro. Nada en la tierra o en ningún otro planeta, lo haría volver allí. ¿Pero y si iba a casa? ¿Qué harían su madre y su padre? Ellos lo llevarían de regreso con el doctor Fargo y al hospital. Tendrían que hacerlo. “Nunca”, dijo Henry fuerte, “nunca, nunca, ¡nunca!” En la poca luz del garaje, Henry observó las grandes manchas marrones en su brazo y empezó a odiarlas. Manchas estúpidas, pensó, ¿por qué tenía que pasarme a mí? Sintiéndose muy enojado, se levantó y empezó a caminar en el garaje medio vacío. No puedo ir a casa, pensó, y no voy a regresar al hospital. Bueno entonces, estoy solo. En algún lugar debe haber un espacio para mí. Un lugar a donde ir hasta que estas estúpidas grandes manchas chocolate

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desaparezcan. Un lugar muy lejos, donde nadie haya escuchado de mí , del hospital , del doctor Fargo o de mis padres. Sintiéndose mucho más valiente ahora, con las cosas más o menos establecidas en su mente, Henry se acostó para descansar por un rato antes de partir en su viaje.

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CapĂ­tulo 7 En el patio de la escuela


Eran más o menos dos horas más tarde que ahora, y el sol estaba de alguna manera más bajo en el cielo. Henry observó cautelosamente fuera del garaje, no vio a nadie, y empezó su camino. Camino por un largo rato, tratando de mantenerse en un lado de las calles y ser cuidadoso para no llamar la atención. No era fácil. La gente seguía mirándolo. Henry los ignoraba y continuaba caminando. En la mitad de la calle había una escuela. Henry, pudo ver muchos chicos jugando en el patio de la escuela. Decidió caminar a través del patio escolar para llegar a la próxima calle. Tan pronto como empezó, todos los chicos dejaron de jugar baloncesto, atrápala y hockey sobre ruedas para mirarlo. Fue como si todos los ruidos y las acciones se congelaran, como una película o un show de televisión que se detiene de repente. Henry continuó. Cuando iba a la mitad, justo en el centro del jardín, los chicos parecían volver a la vida. En menos de lo que toma contarlo, estaba rodeado. Henry miró a su alrededor. Todos los chicos miraban hacia atrás. Habían formado un círculo cerrado alrededor de Henry. A Henry no le gustó. Uno de los chicos altos, quien se veía mucho mayor que Henry, habló. “Chico, ¡eres horrible!”, dijo. “Sí”, dijo otro chico en la multitud, “realmente horrible”. “Fe-o” repitió otro chico. Mejor soy educado, pensó Henry. “Discúlpenme”, dijo en voz baja, “¿puedo pasar, por favor?”

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Los chicos no se movieron. El chico grande, quien parecía ser el líder, habló otra vez. “He visto ronchas antes, pero esas son ridículas”. “No son ronchas”, otro chico dijo, “son verrugas”. “Sí, verrugas”, dijo otro, “tiene que ser verrugas”. Ahora todos los chicos estaban hablando. “Las verrugas más horribles en todo el mundo”. “¿En el mundo? hombre, ¡estas son las verrugas más feas en el universo!” “Pensé que había visto chicos feos antes, pero ¡este está a otro nivel!” “¡Horrible!” “¡Desagradable!” “¡Repulsivo!” “Y también huele”, dijo un chico gordo con lentes. “¡Guacalea! como una estúpida fábrica de dulces”. “¡Nauseabundo!” Entre más los chicos le ponían nombres, peor que se sentía Henry. Abría su boca para decir algo, pero nada salía. El chico grande en la multitud levantó su mano para silenciar a los otros. “silencio, chicos”, dijo. “Quiero hablar con el señor feo aquí”. 27


En un momento la multitud se calló. “Ahora”, el grande dijo, “tú, señor feo, ¿Cuál es tu nombre, chico?” Antes de que Henry contestara, el pensó cuidadosamente. Estaba avergonzado de sí mismo y de la forma que se veía. pero estaba más avergonzado por la turba alrededor de él. ¿Cómo se atrevían a ser tan malos? Él no los había lastimado. Y ahora, cuando más necesitaba un amigo, ellos lo habían marcado claramente como su enemigo. Henry se enojó pero mantuvo su ira firmemente bajo control. “Mi nombre es mi propio asunto”, dijo. “No les concierne a ustedes”. La turba hizo ruidos y gritó a la respuesta de Henry. Algunos silbaron. “No seas atrevido, chico”, dijo el chico alto. “No nos gustan los chicos atrevidos aquí”. Algunos de los chicos más altos se acercaron a Henry, cerrando el círculo alrededor de él aún más. “Déjame pegarle, Frankie”, dijo una voz. “Déjamelo a mí”, dijo otro. Henry pensó rápido. “Tócame y morirás”, dijo. “Tengo una rara y misteriosa enfermedad. ¡Quien quiera que me toque se contagiará y tendrá una horrible muerte!” La turba dejó de acercarse a Henry. “¿A, sí? dijo el chico grande. “¿Y tú esperas que nosotros creamos eso?” 28


“No me importa si me crees o no”, dijo Henry. “Estás inventándolo”. “¿Inventándolo?” dijo Henry, “tócame y te darás cuenta si lo estoy inventando. Tengo la fiebre de chocolate, una de las más horribles y contagiosas enfermedades en el mundo”. “¿Fiebre de chocolate?”, repitió el chico grande. “Estás inventándolo”. Henry se dio cuenta de que la multitud estaba cayendo. “la fiebre de chocolate es la peor enfermedad nunca antes descubierta en la tierra”, dijo. “¿Sabes qué pasa si te contagias de la fiebre de chocolate? Toda tu cabeza se hincha. Tu boca se seca. Te salen grandes manchas de chocolate, como a mí. Empiezas a verte… feo. Y entonces es cuando lo malo comienza”. Los chicos lo escuchaban atentamente ahora. Y el círculo alrededor de él iba aflojándose mientras la turba se empezaba a dispersar. “Lo está inventando todo, amigos”, el chico grande dijo. “No lo escuchen”. Pero los chicos estaban escuchando muy bien y creyendo cada palabra. Henry comenzó a caminar hacia los chicos. Mientras lo hacía, estos hacían paso para él. Lentamente, un camino se abrió, dándole espacio para irse. “No quiero que mueran”, dijo Henry mientras pasaba a través del círculo de chicos, “así que ustedes mejor déjenme en mi camino”. Ninguno de los chicos trató de detenerlo. Incluso el chico grande, cuando Henry pasó cerca, no hizo ningún movimiento para tocarlo. 29


Cuando Henry alcanzó a salir del círculo de chicos, escuchó a uno de ellos exclamar: “¡Oigan!, yo sé quién es él. Escuché de él en la radio cuando llegué a casa de la escuela. Hay un chico que se escapó del hospital esta mañana… y la policía lo está buscando. Su nombre es Henry Green”. 30


El chico grande lo llamó mientras Henry seguía caminando, “¿Eres tú ese, chico? ¿Eres tú Henry Green?” “¿Henry Green?” contestó Henry por encima del hombro. “Nunca he escuchado de él”. De la misma manera, tan pronto como estaba fuera del jardín de la escuela, Henry empezó a correr y no paró hasta que había dejado la turba atrás, muy atrás de él.

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CapĂ­tulo 8 Mac


El camión golpeteaba y retumbaba a través de la súper autopista, sus poderosas luces cortaban una línea amarilla a través de la oscuridad. “¿Estás bien allí chico?” preguntó el conductor. Desde la sección para dormir en la cabina del camión de diesel Henry contestó, “Bien, Mac, estoy bien”. Bien, pensó Henry amargamente, claro que estoy bien. No tengo ningún amigo en el mundo, parezco un fenómeno de un show, la policía, los doctores, mis amigos y sabe Dios quien más detrás de mí, y no sé en dónde estoy. Si eso es estar bien, entonces estoy bien. Estuvo parado en la autopista por un largo rato hasta que vio el día ponerse oscuro. Cientos de carros y camiones pasaron sin detenerse. Pero Mac se detuvo y le ofreció llevarlo. Eso fue hace horas, y han recorrido una gran distancia. Henry no sabía cuantas millas habían viajado o hacia donde se dirigían, y lo que era más, no le importaba. Estaba seguro que Mac no había visto sus manchas. Era muy oscuro para haberlas notado. Nadie en sus cinco sentidos tendría algo que ver conmigo, pensó Henry. Ninguno que vea estas estúpidas, grandes, manchas chocolates. Ni siquiera Mac, agradable como se ve, hubiese tomado el riesgo si lo hubiese visto claramente. “Entra”, le dijo Mac, “el clima es agradable”, una gran sonrisa cruzando su amigable rostro. Era un hombre negro enorme vestido con un mameluco sucio. Su camión estaba limpió y cálido, y Henry no dudó. Luego de estar sentado junto a Mac por una hora o algo así en el asiento de enfrente, Henry 32


subió a la litera y rápidamente se quedó dormido. No supo cuanto tiempo durmió, pero se sentía descansado ahora. Mac sacó el gran camión de la autopista a un camino de servicio. Lentamente, se dirigió hacia abajo con los engranajes y, frenando suavemente, llevó al enorme camión a una parada. “Oye, chico,” le dijo. “Baja de allí”. Henry bajó y se sentó detrás de Mac “Hora de cenar”, dijo Mac “Ahora tan pronto como yo encienda las luces-“ “Me gusta la oscuridad”, dijo Henry rápidamente. “¿Tú Qué?” “Me gusta la oscuridad”, dijo Henry mientras las luces se encendían. Henry parpadeó por la repentina luz. Ahora me ha visto, pensó. Mac buscó debajo de su asiento y sacó una gran canasta de picnic. La colocó en medio de los dos en el asiento. “Ahora veamos que esa mujer nos preparó para cenar”, dijo. “Está bien”, dijo Henry. “Me iré de aquí”. “¿Qué?” “No voy a hacer ningún ruido innecesario”, dijo Henry. “Me iré en silencio”. “Eres muy extraño, chico”, dijo Mac “Ahora, ¿de qué estás hablando?”

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“Bien, debes ver estas grandes manchas chocolates sobre mi ahora…” Mac asintió. “Sí, las veo”. Empezó a buscar en la canasta de picnic. “¿Te gusta el jamón y el queso?” “Estoy dispuesto a irme”, comenzó Henry. “Tal vez, ¿aderezo de pollo? Tenemos aderezo de pollo, también. Y creo que… sí, por Dios, Atún”. “Quiero decir” comenzó Henry otra vez, “si no quiere nada que ver conmigo, lo entenderé. De verdad que sí”. “¿Qué será?”, preguntó Mac “¿Atún, aderezo de pollo o jamón y queso?” Estaba mirando a Henry directamente a la cara y sonriendo aun más ampliamente.

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“Atún”, dijo Henry después de un momento, tomando el emparedado que Mac le ofrecía. “¡Aleluya!, al fin comeremos”, dijo Mac Henry se engullo el emparedado de atún en un momento, luego tomó uno de jamón y queso, una manzana, un pedazo de pastel de pasas y la mitad del termo de leche. También había pastel de chocolate, pero Henry no comió. De alguna manera, no le apetecía. Una vez terminaron de comer, Mac se recostó y encendió un cigarrillo. “Mac” dijo Henry, “¿no hay nada que quieras preguntarme?”

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“Seguro, pero creo que estás apunto de contarme lo que quiero saber.” “Bueno”, comenzó Henry, “tengo una enfermedad llamada fiebre de Chocolate. Eso es lo que estas enormes manchas chocolates sobre mi son, chocolate. Y nadie, en especial un doctor llamado Fargo, sabe qué hacer con esto. Así que probablemente tendré estos puntos sobre mí el resto de mi vida y…” “Y por eso estás huyendo”, dijo Mac “Tengo que escapar”, dijo Henry. “Me veo tan terrible y feo”. “Yo no diría feo”, dijo Mac “Único, tal vez”. “¿Qué es eso?” “Algo así como especial”. “¿Pero cómo puedo vivir de esta manera? Soy un fenómeno, ¡un fenómeno de chocolate!” “Ya tranquilo”, dijo Mac, “cálmate”. “Las personas estarán mirando, observándome. ¿cómo puedo vivir con las personas mirándome detenidamente?” “Sabes, chico, yo tengo algo de experiencia en esa línea yo mismo”, dijo el gran hombre calladamente. “¿Quiere decir que las personas lo miran fijamente?”

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“¡Aja!”, dijo Mac. “Cuando eres negro, y la mayoría de las personas a tu alrededor son blancas, eso suele pasar”. “Cierto, Mac”, dijo Henry, “lo siento”. “O, no es nada personal, chico. Además, para el tiempo que tenía tu edad lo sobrellevé. Pero sabes, ser observado, y otras tantas cosas, me hicieron pensar: si hay tantas personas blancas y tan pocas personas negras, ser de ese tipo me hace único”. “¿Quieres decir especial?” “Exactamente. Así que todas esas miradas y cosas, lo que hacían era sentirme orgulloso. Sabes, el negro es hermoso”. “Eso está bien para usted”, dijo Henry, “pero blanco con grandes manchas chocolates por todos lados es feo”. Mac se puse la mano en la boca y tosió. Por un momento, Henry pensó que podía estar riéndose. “Está bien, jovencito”, le dijo, “tómalo de la manera que quieras. Sólo dime, ¿a dónde vas? ¿Qué has planeado?” “Solo estoy escapando, Mac. Y no sé qué voy a hacer. Mac lo pensó por un segundo y medio. “¿Sólo escapar y ya, jum? Las cosas se pusieron muy difíciles para ti, ¿así que escapaste? Brillante”. “No regresaré”, dijo Henry, “simplemente no lo haré”.

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“Está bien, entonces, no regresarás. Pero déjame preguntarte algo: ¿tienes una madre?” “Sí”. “¿Padre?” “Sí” “¿Han sido buenos contigo?” “Sí”. “¿No te maltrataban?” “Por supuesto que no” “¿No te hacían sentir la vida miserable?” “No”. “Entonces son muy buenos padres, ¿correcto?” “Correcto”. “Y tú los amas porque son amables y buenos, ¿correcto?” “Sí”. “Bueno, ¿cómo crees que ellos se sienten en este momento? preguntándose donde puedes estar, ¿estarás bien? ¿estarás muerto, tal vez? Sí, señor, estás siendo muy malo con ellos. No me sorprendería que tu madre esté llorando como nunca ahora mismo. Enferma en lecho de muerte por preocupaciones acerca de ti”. 38


“Pero, Mac-“ “Ahora aguardas hasta que yo termine con lo que tengo que decir. Un buen niño respeta a sus padres, ¡sí, señor! Un buen niño no le causa agonía a sus padres o tristeza o preocupación. ¡No, señor! Henry no trató de decir nada, pero escuchó cuidadosamente. “Ahora este es mi plan, chico. Primera cosa que haremos es manejar por este camino hasta que encontremos un teléfono. Luego llamamos a tus padres para que dejen de preocuparse”. “No regresaré a ese hospital”, dijo Henry firmemente. “Le diremos eso a tus padres, también. Tal vez haya otro lugar la que puedas ir… algún otro doctor que pueda cuidar de ti”. “Me gusta esa idea”, dijo Henry. “¿Quién sabe?”, continuó Mac. “Quien sabe si esta fiebre de chocolate tuya se valla. Tal vez solo te levantarás mañana y estará curada”. “Eso espero”, dijo Henry, “pero no lo creo”. “De todas formas, primera cosa que haremos será llamar a tus padres, ¿Está bien?” Henry sonrió. Había algo en la forma de hablar de Mac que lo hacía sentirse mejor. “¿Qué tal?”, preguntó Mac. “¿Debemos ir a buscar ese teléfono?” “¿Qué estamos esperando?” dijo Henry. 39


CapĂ­tulo 9 Asaltados a mano armada


Mac bajó las luces de la cabina y alcanzó el interruptor que encendía en vehículo. Pero en ese momento, una fuerte voz desde la oscuridad fuera del camión grita “¡Alcanzados por el cielo! ¡No haga ningún movimiento! ¡Manos arriba! ¡Lo tenemos cubierto! Mac se congeló al volante. El corazón de Henry saltó a su garganta, rebotó alrededor, y se colocó en su pecho nuevamente. Dos hombres saltaron hacia el camión, una en cada lado. Cada hombre cargaba un revólver azul. Las armas apuntaban directamente a Mac. Después de un momento, Mac encontró su voz. “¿Qué es esto?” preguntó.

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El hombre de lado de Mac en el camión, el que tenía un bigote, replicó. “Esto, señor, es un asalto. Un atraco. Un asalto a mano armada, de hecho. Sección tres, parte cuatro en el código criminal. Secuestro de un cargo de bienes de un vehículo o barco en el camino o en las vías acuáticas”. “¡Oh!”, dijo Mac. “Bien, Louie”, dijo el hombre en el lado del camión de Henry. Era el más pequeño de los dos ladrones, y en vez de un bigote, este usaba hornrimmed anteojos y una sonrisa de medio lado. “Yo soy Lefty, y él es Louie”, continuó el hombre. “Las personas tienden a confundirnos algunas veces, pero no sé porqué”.

“Mi nombre es Henry Green” dijo Henry, “y él es Mac”. 41


“Encantado de conocerlos, estoy seguro”, dijo Louir, “aunque sea bajo estas desafortunadas circunstancias”. Tan educados como se veían, Louie y Lefty seguían apuntándoles con sus pistolas. “¿Están seguros que quieren hacer esto?” les preguntó Mac lentamente. Parecía estar confundido con los asaltantes. “Creo que van a estar en muchos problemas”. “¿Problemas?” dijo Louie. “Ustedes estarán en problemas si no hacen exactamente lo que digo. Ahora suba usted a esa litera, ambos, de forma que podamos continuar con nuestro trabajo”. Henry hizo tal y como le ordenaron, con Mac siguiéndolo lentamente. Mac estaba enojándose, Henry pudo notarlo, pero cuando habló, su voz sonaba calmada. “No creo que sirva de mucho decirles que están rompiendo las leyes”, dijo. Louie se rió. “¿Rompiendo las leyes? Señor, estamos fracturándolas”. Y con eso, Lefty saltó al asiento del conductor, Louie tomó su lugar a su lado, y el camión empezó a andar. Mac aún tenía algo en su mente, y sobre el rugido del motor le habló al par de ladrones: “es mejor que se detengan ahora mismo… Creo que están cometiendo un terrible error”. “No hay ningún error en esto”, respondió Louie sobre su hombre. “Sabemos exactamente lo que estamos haciendo. Estamos asaltando una carga de caras pieles”.

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Mac parecía confundido al recibir esta parte de información nueva. “¿Pieles?” gritó. “¿Pieles?” y con eso empezó a reír. Grandes carcajadas de risa salían de Mac, se inclinaba uno o dos veces, y, finalmente, lágrimas salieron de sus ojos y rodaron por sus mejillas. “O, Dios”, dijo cuando finalmente pudo hablar, “¡ellos piensan que están robando pieles!” Entre más Mac se reía, más preocupado se ponía Louie. Le hizo señas a Lefty de detener el camión y, cuando lo hizo, se giró para mirar a Mac. En un tono de voz bajo preguntó, “¿no hay pieles?” Mac, cuidando de mantener una expresión tranquila, contesto, “no hay pieles”. “¿Entonces qué?” comenzó Louie cuando Mac lo interrumpió. “¡Barras de dulces!” gritó Mac, la risa comenzó otra vez. “JA-JA…barras de dulce…” “¡O, no!” dijo Louie. “Barras de chocolate… JA-JA… con almendras”. “¡Almendras!” exclamó Lefty. “Y algunas sin almendras”. ¨“¿Qué haremos como un cargamento de barras de chocolate, genio?” demandó Lefty a Louie. “JA…y algunas crujientes…JA…y algunas sin crujientes”. “¡Barras de chocolate! no puedo creerlo”, murmuró Louie. 43


“Dijiste que este trabajo sería como quitarle dulces a un niño”, dijo Lefty enojado, “pero… ¿Barras de chocolate?”. “Y algunas con caramelo…JA-JA…” Mientras Mac continuaba con su lista de diferentes clases de dulces que el camión llevaba, los dos ladrones estaban sentados en silencio en las sillas delanteras, mirándose el uno al otro. Estaba claro que estaban sorprendidos. Luego de un rato, Lefty habló. “¿Qué hacemos ahora?” le preguntó a Louie. “No lo sé”, respondió Louie, “pero pensaré en algo. Por ahora, llevemos el camión al escondite”. “Y algunos con mantequilla de maní…JA-JA… pero ¡ninguno con pieles!, ¡JA-JA!” Con la risa de Mac sonándole en los oídos, los tristes ladrones se veían muy entristecidos mientras el camión retumbaba a través de la noche.

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CapĂ­tulo 10 Dando una lamida


Viajaron por un largo tiempo. Lefty estaba manejando cuidadosamente, asegurándose de mantener el gran camión dentro del límite de velocidad. Desde su lugar en la litera, Mac estaba observando cuidadosamente su ruta. Henry trató de observarla también, pero mientras las horas pasaban, se encontró a si mismo cabeceando. Estuvo dormido pronto, su cabeza se recostó en el pecho de Mac. Cuando los primeros rayos del atardecer aparecieron al este en el cielo, el gran hombre aún estaba sosteniendo al chico en sus brazos, acolchonando su cuerpo de los altibajos del camino. Mientras el camión movía el cambio y disminuía la velocidad, Henry abría los ojos. “Shhh”, le susurró Mac, con un dedo en los labios. “¿Dónde estamos?” susurró Henry. Mac colocó su boca casi pegada al oído de Henry antes de contestar. “en las afueras de la ciudad”, dijo, “una gran distancia de aquí”. “Ahora, cuando lleguemos a donde vamos”, continuo, “quiero que mantengas tus ojos alerta en mí. No hagas nada repentino, y no corras. Seamos muy cuidadosos, ¿oíste?” Henry asintió. Seguiría Mac, y haría tal como le dijo. El gran hombre era una persona en la que podías confiar, especialmente en situaciones difíciles.

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Estaban viajando en una doble vía ahora, con solo unas cuantas casas bien separados unas de las otras. Lefty iba manejando el gran camión muy despacio, mirando hacia la izquierda y hacia la derecha en cada cruce. “En cualquier momento, ahora, nos detendremos”, susurró Mac. Henry asintió. Deben estar muy cerca del escondite de los ladrones, pensó. Lefty disminuyó la velocidad del camión casi como si fuese a pie y giró hacia un pequeño camino polvoriento. El camión saltaba a través del mal camino, girando a la derecha y a la izquierda a través de los árboles, y en unos minutos se detuvo en una arboleda de pinos, junto a una cabaña de madera. Cuando Lefty apagó el motor, Louie los llamó.”Caballeros, hemos llegado. Última parada- todo el mundo abajo”. Lefty y Louie abrieron las puertas de la cabina y se bajaron del camión. “Lentamente, ahora ustedes dos”, dijo Louie, mientras Mac y Henry se les unían. “Nada de movimientos repentinos. Nada de cosas extrañas. Nada de trucos, ¿entendido?” “Nada de trucos”, contestó Mac calmadamente. Louie tenía su arma en la mano otra vez, Henry la podía ver. Con la pistola apuntándole a Mac, los ladrones lo llevaron a la cabaña. Tenía un cuarto, sucio y de aspecto desolado. Una mesa de madera y sillas colocadas en una esquina, y Louie guió a Mac y a Henry en esa dirección. No había

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ventanas en la cabaña y no había luces, tampoco, hasta que Louie encendió una pequeña linterna que colgaba de las vigas. Lefty haló una silla cerca de la puerta y se sentó, pistola en mano, observando cuidadosamente. “Bueno, ahora”, dijo Mac, “¿qué sigue?” “Lo que sigue ahora depende de ustedes”, dijo Louie. “Sean inteligentes, y los dejamos aquí cuando el trabajo esté terminado. Dennos problemas y… Sólo no nos den problemas”. Con eso, Louie trajo una silla cerca de Lefty, y los dos entraron en una silenciosa conversación. Lefty estaba enojado, eso estaba claro. “¿Qué hacemos con un cargamento de dulces?” lo escucharon decir. Louie usó la mayor parte de su energía en mantener a Lefty calmado. “Parece que nuestros amigos allá tienen un montón de problemas”, dijo Mac a Henry. “En vez de pelos, consiguieron algo que ellos no quieren”. “¡Jajá!, dijo Henry y ambos rieron suavemente, seguido de varios minutos de silenciosas risitas. Cuando su risa hubo mermado, Henry le preguntó a Mac que iba a pasar en realidad. “No lo sé”, dijo Mac, “excepto por esto. Si alguno de ellos trata de hacerte daño, yo personalmente los desinflaré, con pistola o sin pistola. Así que no te preocupes, ¿me oíste?” Había una clase de hierro en la voz de Mac ahora, y Henry estaba seguro que cuando el momento llegara, el gran hombre estaría listo para él.

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Entonces, fuera de la esquina de su oído, Henry escuchó un leve y distante sonido. Podía ser un perro ladrando. Mac también lo escuchó, y los dos se quedaron callados escuchando. Eran ladridos, cierto, pero ahora parecían ser dos perros ladrando. Mac puso su mano en el brazo de Henry. “Nada de ruidos ahora”, dijo, “escucha”. Los ladridos se tornaron fuertes, y cercanos, mientras los segundos transcurrían. Louie y Lefty lo escucharon también. Se pararon cerca de la puerta cerrada, escuchando por todo lo que les era valioso. Tenías que estar sordo para no escuchar el coro de aullidos y alaridos. Estaba haciéndose más fuerte y más fuerte con cada momento. “Mantenlos cubiertos”, gritó Louie en contra del estrépito. “Voy afuera a ver qué está pasando”. Lefty se deslizo hasta la esquina donde Mac y Henry estaban sentados, con su pistola mirando directamente a sus ojos. Louie, arma en mano, abrió la puerta y se congeló en el lugar. Pero solo por un cuarto de segundo. En ese preciso momento un gran pastor alemán pasó por la puerta y se paró sobre el pecho de Louie. Louie estaba aturdido sobre su espalda, su pistola cayó por el suelo. Detrás del pastor alemán venía un ejército completo de perros aullando y ladrando, todos dirigiéndose directamente hacia Henry. Airedales, Dobermans, un collie blanco con chocolate, varios spaniels y setters y un pequeño French poodle. Estaban ladrando y aullando y saltando lo suficiente como para llenar la cabaña con ruido y confusión. Lefty estaba asombrado, sin palabras, completamente confundido por el motín de 48


perros que se estaba dando frente a él. Pero Mac sabía lo que estaba a punto de pasar. En un segundo golpeó a Lefty y le quitó la pistola de su mano. Luego se deslizo hasta donde estaba la pistola de Louie y tomó aquella, también. Una pistola en cada mano, Mac se giró para verse cara a cara con el par de confundidos granujas. Louie aún estaba en el suelo. Lefty estaba rodeado por una cuadrilla de perros ladrando y aullando. Incluso si hubiese querido correr no hubiese podido. Henry, por supuesto, era la atracción principal para el ejército de animales. Estaban lamiéndolo como si fuese una clase de caramelo para perros. Sus brazos y sus piernas y su cara estaban cubiertos de felices perros lamedores. Y todo esto lo hacía reír tan fuerte que apenas podía protestar. Mientras esto seguía, aún más perros seguían entrando en la pequeña cabaña. Y detrás de ellos venían personas- la mayoría de ellos con correas en las manos- y todos con la misma historia extraña. Habían estado afuera paseando con sus perros cuando, uno detrás del otro, los animales empezaron a olfatear el aire y a oler salvajemente, y empezaron a correr como locos por los caminos polvorientos como si siguieran una esencia irresistible. Ahora, ¿Qué pudo hacer que esos animales se comportaran tan extrañamente? ¿Y qué acerca de esas pistolas? ¿qué estaba pasando en esta cabaña de todas maneras? ¿por qué el lugar olía como a tienda de chocolate?

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Tomó alrededor de una hora, y la llegada de la policía local, para esclarecerlo todo. Mac tenía mucho que explicar, pero cuando terminó, Louie y Lefty estaban esposados. Mientras se los llevaban, Henry escuchó a Lefty decir, “Estábamos en busca de Pieles, y conseguimos barras de chocolate. Vinimos a nuestro escondite, y fuimos invadidos por perros. Es tan difícil que un chico no pueda hacer cosas deshonesta para vivir nunca más”. “JA-Ja” dijeron Mac y Henry juntos. Mientras el carro de la policía se alejaba al final de la línea de árboles por el camino sucio, ellos aún reían. 50


“Vamos, chico”, dijo Mac, entre risas, “¡aún tenemos algunos dulces que entregar!”

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Capítulo 11 Con “Azúcar” Cane


Su nombre era Alfred Cane, pero sus amigos lo llamaban Azúcar. Azúcar Cane era el dueño de uno de las distribuidoras de dulces más grandes en el Este. Las posibilidades están, si alguna vez has comprado dulces en el este del Rio de Ohio, provenía de el almacén de Alfred Cane. Era un negocio enorme. Pero Azúcar Cane aún se interesaba en cada uno de sus trabajadores. Así que cuando vio el gran camión de Mac llegar al patio del almacén, el señor Cane estaba mucho más tranquilo. Igual Mac. Y Henry. Habían hecho esa llamada a la señora Green, ves, y una feliz y llorosa conversación se había llevado a cabo. Tan pronto como Mac dejara su carga de dulces, llevaría a Mac a casa. A Henry le agradó el señor Cane en el minuto que lo vio. Había algo en el brillo de sus ojos que ni los lentes lo ocultaban, que lo hacía lucir amigable. Y con su cabello gris y su bigote, el señor Cane parecía un poco a Santa Claus. A Henry le gustó a oficina del señor Cane, también. Esta cálida y acogedora. Y las paredes tenían estantes con todos los productos del gran Almacén. Imagínate ver toda clase de dulces, galletas y pasteles, todo en un solo lugar. Te hacía sentir hambriento solo de estar allí. Cuando se habían sentado y contado sus aventuras, riéndose un poco de la situación, el señor Cane se recostó en su silla y le dio una larga, detenida mira a Henry. “Henry Green”, dijo, “si no te ofende, me gustaría preguntarte algo acerca de esas grandes manches marrón que tienes por todos lados”. 52


Le parecía a Henry que había explicado esto millones de veces ya, pero le contó la historia desde el principio hasta el final. El señor Cane escucho atentamente, prestando cuidadosa atención a cada palabra de Henry. Cuando Henry hubo terminado, el señor Cane habló. “Y así que dices que este doctor Fargo le llamó fiebre de chocolate, ¿e? hmmm. Lo encuentro increíblemente interesante” “Yo lo encuentro simplemente terrible”, dijo Henry. “Grandes y feas manchas marrón por todos lados…pareciendo un fenómeno… las personas observándome. Y todo por causa del chocolate”. “Y todo por causa del chocolate”, repitió el señor Cane. Movió su cabeza uno o dos veces, y una extraña mirada apareció en su cara. Hubo un gran silencio. Cuando Alfred Cane habló otra vez, era una voz muy callada. “Henry Green”, dijo, “déjame contarte una historia. “Es acerca de un chico que una vez conocí. Un chico como tú. O, este chico amaba el chocolate, también, como a ti una vez te gustó. ¿Chocolate en la mañana? Sí. Mañana, tarde y noche comía la cosa mágica. Y si crees que has inventado nuevas formas de chocolatizar, así mismo este chico. ¡Pollo frito cubierto de chocolate! tostadas francesas de chocolate… con sirope de chocolate. No había final para las formas de comer chocolate con este chico del que te hablo. “Y como a ti, una extraña cosa le sucedió. De hecho lo mismo que a ti”. “¿Quiere usted decir?”, dijo Henry, de pronto emocionado.

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“Sí”, dijo el viejo asintiendo, “grandes manchas de chocolate por todos lados”. “¡Fiebre de Chocolate!” exclamó Henry. “La misma”. Henry apenas podía contenerse. “Pero como…” “¿Cómo se curó?” Alfred Cane estaba sonriendo ahora. “Bueno, la cura estuvo en dos partes. Y la primera era la más importante. Como ves, este chico que una vez conocí tuvo que aprender una lección muy triste, como todos los jóvenes deben hacer. Aunque la vida es grandiosa y los placeres están en todos lados, ¡no podemos tener todo lo que queramos cada vez que lo queramos! Es una lección difícil, pero llega con el tiempo”. “Sí”, dijo Henry, “Creo que lo entiendo. Tal vez he tenido demasiadas cosas buenas”. “Es así”. “Comeré menos chocolate, entonces. Solo cuando de verdad, de verdad tenga ganas”. “Muy bien. Esa es la mitad de la batalla”. “¿Y la otra mitad?” preguntó Henry. Alfred Cane sonrió. “Muy simple, cuando lo piensas. ¿Qué es lo opuesto del chocolate? ¿Cuál es único sabor que es lo contrario del chocolate que conocemos y amamos?” 54


“¡Vainilla!” El señor Cane caminó lentamente hacia su escritorio, abrió la primera gaveta de la derecha, y sacó una pequeña caja blanca. “Píldoras de vainilla, Henry Green. La única cosa que curará tu fiebre de chocolate en una hora. Eso es, si realmente has aprendido la primera, y más difícil, parte de la cura”. Henry casi no podía hablar. Quería reír, estaba tan feliz. Quería llorar, estaba tan triste. Pero todo lo que pudo hacer fue asentir. “¡Wau!” dijo Mac con un salto. “¡Píldoras de vainilla! ¿Quién lo hubiese pensado?”. “Hay una cosa más”, dijo el señor Cane. “Ese joven del que te hablé, el que me recuerda tanto a ti”. “Sí”. “Cuando creció, decidió utilizar su vida para traer alegría y felicidad a otros. Y la forma en que lo hizo, ves, fue traer chocolate a este mundo. Para asegurarse de que cuando alguien quería placer, hubiese chocolate cerca en algún lugar” Henry creyó saber el nombre de ese chico. “¿Su nombre?” preguntó. “Su nombre era Alfred Cane”, dijo Alfred Cane, “pero sus amigos lo llamaban Azúcar”. El señor Cane se acercó y estrechó la mano de Henry. “Ahora ve con Mac. Y si tomas esas píldoras en el camino, te garantizo que tu fiebre de chocolate se habrá ido para el tiempo que llegues a casa. Adiós ahora, y recuerda lo que te he dicho”. 55


“Adiós, señor Cane”, dijo Henry. “Puedes llamarme Azúcar”. “Y usted puede llamarme Henry”.

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Cap铆tulo 12 La lecci贸n aprendida


“Oye, dormilón”, dijo la señora Green, sacudiendo a Henry por el hombro nunca tan gentilmente, “¿vas a dormir para siempre?” Henry se estiró y bostezó, sonriendo a su madre. Era bueno estar de regreso en su propia cama. Bueno estar donde pertenecía. Era domingo en la casa de los Green. De hecho, era domingo en todo el mundo. Y en el comedor, todos los Green estaba tomando un tardía y perezoso desayuno. “Si puedes mover una pierna solo un poco”, la señora Green dijo, “creo que podemos preparar algunos panqueques par ti, querido. Justo de la forma que te gustan”. Henry saltó de la cama. Se sentía maravilloso esta mañana. De la forma en que siempre solía sentirse. Se cepilló los dientes cuidadosamente y se detuvo antes de llegar a la mesa para el desayuno solo para hacer algunas feas caras a sí mismo en el espejo. Con todas esas grandes manchas marrón idas (para siempre, esperaba él) nunca se veía medio mal, excepto cuando cruzaba los ojos. Hubo un gran saludo para Henry cuando se sentó a la mesa. Elizabeth, quien vestía su vestido especial azul, incluso lo besó. Y Mark dejó de comer el tiempo suficiente para despegar su mano y despeinarle el cabello a Henry. “Hay un montón de noticias para ti hoy, Henry”, dijo papá Green mientras Henry tomaba su jugo de naranja. “La compañía que hace todos esos dulces me envió una carta. Quieren darte una clase de premio por ayudar a desenmascarar esos ladrones”. 57


“¿De verdad, papá?” dijo Elizabeth. “Eso es súper”. “De hecho, sí”, continuó el papá de Henry, “De veras lo es. Y Mac llamó hace unos minutos. Quería saber si podemos ir a su casa mañana para cenar con su familia”. “¿Podemos, papá?” preguntó Henry. “si, es bárbaro”. “Claro, hijo, ciertamente podemos. Y la enfermera Molly Farthing pasará esta tarde para decir hola, y hay más noticias”. “Por Dios”, dijo la señora Green yendo hacia la mesa con los panqueques de Henry, “todo parece pasarle a nuestro Henry de una sola. El doctor Fargo quiere verte el lunes después de clases”. “¿Tengo que verlo?” dijo Henry. “Sí, tienes qué”, dijo papá Green. “Está bien”, dijo Henry, aunque no le gustaba la idea. “Es un buen doctor, cariño”, dijo la madre de Henry, “y si quieres, iré contigo. “Ahora, aquí están tus panqueques”, dijo ella mientras ponía la pila frente a Henry, “Y como un premio especial sólo esta vez, tengo tu favorito, sirope de chocolate”. El rostro de Henry se encendió. Su mano se disparó y tomó el frasco se sirope, pero justo cuando estaba a punto de colocar la deliciosa mezcla

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chocolate sobre sus panqueques, cambio de opinión. “¿Sabes qué mamá?” dijo. “Sólo esta vez creo que pasaré. Sirope de maple lo hará” La familia se quedó mirando a Henry, como debían hacerlo. Era la primera vez que veían a Henry declinar algo que tuviese que ver con chocolate. La sonrisa de su padre fue amplia como un río. “Enid”, dijo, “creo que nuestro pequeñito está creciendo muy rápido”. Henry estaba en sus panqueques ahora, y estaban desapareciendo rápidamente. El sirope era bueno y arcinoso, los panqueques tenían un delicioso sabor a trigo, y bajado con leche fría era muy bueno. Pero aún, algo faltaba. Algo de sabor. Alguna clase de chispa que lo hiciera aún mejor. Había una pequeña botella de canela en la mesa la cuál Elizabeth usaba en sus tostadas. Henry se preguntó como sabría un poco de canela en los panqueques que quedaban. Alcanzó el contenedor y esparció solo un poco de canela en su plato. Y luego lo probó. Hmmm, Henry pensó, esto está muy bien. De hecho, esta demasiado bien. me pregunto ¿cómo sabrá la canela en el cereal? como avena, tal vez. O crema de trigo. Y tal vez la canela sea buena en otras cosas. Helado o papas fritas o tal vez incluso en… ¡leche con canela! Y entonces Henry tuvo otro pensamiento. ¿Podrá una persona tener demasiada canela? ¿Podrá una persona usarla demasiado y… habrá algo como fiebre de canela?

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¿Qué crees tú?

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Conclusion


The story “Chocolate Fever�, talks about a kid who loved to eat chocolate and because of that he became sick with a strange disease named chocolate fever. Through this story, children can learn an important lesson; too mucho of something may not be so good. Henry green desired to eat chocolate at anytime and this led him to a set a interesting and weird situations that affect his life style and make him change his perspective and opinion of the world, realizing that even though something appears to be real good, too much of it is not good either and that he needed to balance his diet to be a healthy boy. This story may be fascinated for children between the age of 8 to 10, with moody characters and strange situations, which is exactly what they feel from their perspective, it will caught their attention and immerse them in this adventure to finally understand the lesson.

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Glossary


AHEAD: In the prescribed direction or sequence for normal use. BARGAIN: An agreement between parties fixing obligations that each promises to carry out. BELLYACHE: Pain in the stomach or abdomen; colic. BITTER: English term for a dry sharp-tasting ale with strong flavor of hops. BOUNCE: The quality of a substance that is able to rebound BUNK: A narrow bed built like a shelf into or against a wall, as in a ship's cabin. CANISTER: A container usually made of metal, in which dry food, such as tea or coffee, is stored. CHORTLE: A soft partly suppressed laugh. CHUCKLE: To laugh softly or to oneself CORRIDORS: A narrow hallway, passageway, or gallery, often with rooms or apartments opening onto it. DOORWAY: The entranceway to a room, building, or passage. DRILL: Systematic training by multiple repetitions. ECHOE: repetition of a sound by reflection of sound waves from a surface. FLOPPE: To hang or swing about loosely. FRECKLES: To dot or become dotted with freckles or spots of color. GANG: A group of people who associate together or act as an organized body, ESP for criminal or illegal purposes. GRASSY: Covered with or abounding in grass. HURT: To cause physical damage or pain to; injure INDEED: Used to express surprise, skepticism, or irony. 62


JOURNEY: Travelling from one place to another; trip or voyage. LEDGE: A horizontal projection forming a narrow shelf on a wall MEASLES: An acute, contagious viral disease, usually occurring in childhood and characterized by eruption of red spots on the skin, fever, and catarrhal symptoms. Also called rubeola. MUD: Wet, sticky, soft earth, as on the banks of a river MUNCH: To chew food audibly or with a steady working of the jaws. MUSTACHE: The hair growing on the human upper lip, especially when cultivated and groomed. NASTY: Unpleasant, offensive, or repugnant NOD: A sign of assent or salutation or command. NOODLES: To improvise music on an instrument in an idle, haphazard fashion. PIMPLES: A small inflamed elevation of the skin; a pustule or papule; common symptom in acne. PREDICAMENT: A situation, especially an unpleasant, troublesome, or trying one, from which extrication is difficult. PUFFY: Abnormally distended especially by fluids or gas. PURSUING: Following in order to overtake or capture or as accompaniment to such pursuit. REVOLTING: Highly offensive; arousing aversion or disgust. RUFFLE: A strip of frilled or closely pleated fabric used for trimming or decoration. SCOOT: To go suddenly and speedily; hurry. SICK: Suffering from or affected with a physical illness; ailing. 63


SIGHT: The act or fact of see. SOB: Insulting terms of address for people who are stupid or irritating or ridiculous. GERMS: A small mass of protoplasm or cells from which a new organism or one of its parts may develop. SPOT: A blemish, mark, or pimple on the skin. SPRINKLE: To scatter drops or particles on. STUFF: The tangible substance that goes into the makeup of a physical object. SURROUNDED: To extend on all sides of simultaneously; encircle. SURVIVE: To remain alive or in existence. SWALLOWE: A small amount of liquid food; "a sup of ale". SWAP: Something that is exchanged. TIP: The extreme end of something; especially something pointed. TWITCH: To move or cause to move in a jerky spasmodic way. WHISTLE: The sound made by something moving rapidly or by steam coming out of a small aperture. WORSE: Something inferior in quality or condition or effect.

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Biography


Robert Kimmel Smith

Robert Kimmel Smith (born July 31, 1930, Brooklyn, New York) is a novelist and award-winning American children's author. Between 1957 and 1965, he was a copywriter at an ad agency, and was a partner and creative director at Smith and To back from 1967 to 1970. In 1970 he became a full-time writer; his first children's book, Chocolate Fever, was published in 1972. His other works for young readers include Jelly Belly and The War with Grandpa. He started writing stories for young readers "by accident". He told his daughter bed-time stories and then he wrote them. That led to his first book Chocolate Fever. He gets his inspiration from his own life. Jelly Belly refers to his own life when he was the fattest kid in school. Robert Kimmel Smith began dreaming of becoming a writer at the age of eight, when he spent three months in bed reading while recovering from rheumatic fever. He enrolled in Brooklyn College in 1947, and served in the

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U.S. Army, in Germany, from 1951-1953. In 1954 he married Claire Medney, his editor and literary agent. They have two children: Heidi (1962) and Roger (1967). After writing advertising copy from 1957 to 1969, Robert Kimmel Smith became a full-time writer in 1970. Robert Kimmel Smith was eight years old when he read his first book, a book that moved him enough to make him cry. It turned out to be a life-defining event, because after that experience he decided not only that he loved reading, but also, luckily for us and for his millions of fans, that he wanted to become a writer. Little did he know that he would grow up to become an award-winning author, whose books have sold millions of copies and are making a difference to millions of children. It would take thirty years for his dream to become a reality. He embarked on his writing career in 1970 after leaving the advertising business. But as Smith himself described it, his foray into writing books began entirely by accident and he credits his daughter with getting him started. It seems that one night he was making up a bedtime story for his daughter, Heidi. As he was spinning his yarn, it began to grow and grow and take on a life of its own. Heidi urged him to finish the story, which ultimately became his first book.

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Bibliography


Longmandictionary of contemporary English. (1998).London: Longman press. Merriam-Webster.com. Merriam-Webster, 2011. Web. 8 May 2011 Oxford English dictionary computer file: On compact disc (2nd ed.) [CD-ROM]. (1992). Oxford: Oxford University Press. Oxford English Dictionary, 3rd ed., accessed January 20, 2012, http://www.oxfordreference.com. Oxford dictionary (7th ed.). (2002). Hinsdale, IL: Penguin Press Quixotic. (2004). Oxford dictionary (p. 345, 3rd ed., vol. 5). New York: Oxford Press. The New Lexicon Webster's Encyclopedic Dictionary of the English Language. Canadian ed. 1988. Weber, C. (Ed.). (2008). Webster's dictionary (4th ed., Vols. 1-4). Chicago: Webster Pres.

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