LA REVOLUCION MEXICANA Y EL REACOMODO DE LAS ELITES (PARTE DOS) Ya que hemos propuesto una forma distinta para revisar la Revolución Mexicana explorando los elementos filosóficos y materiales, que dieron motivo primero a la consolidación de el régimen porfirista y posteriormente la ruptura entre la burguesía nativa de México, debemos hacer una pausa breve en el siglo XIX, para rastrear los orígenes que dieron formación a los “caudillos de la reforma” y particularmente la época en la que “Benito Juárez toma la jefatura política en la república restaurada en el año de 1867. Este se propuso reformarla en los ordenes político, social, económico y cultural conforme a ciertas ideas abstractas y a un modelo concreto: Estado Unidos. Los nuevos responsables de los destinos de la sociedad mexicana no solo lo pensaron, lo dijeron: “Los Estados Unidos…tienen que ser nuestra guía”. Aquellos cerebros y brazos, aquellos hombres que parecían gigantes, los lideres de la República Restaurada, supieron perfectamente a donde querían ir, lo que buscaban, pero apenas fueron concientes de las honduras en las que se metían por querer sacar su plan renovador. Obstáculos de todo orden se oponían al plan liberal. Aunque Juárez y su gente asumieron la modernización del país a sabiendas de que “una sociedad como la nuestra, que ha tenido la desgracia de haber pasado por una larga serie de años de revueltas intestinas, se ve plagada de vicios, cuyas raíces profundas no pueden extirparse en un solo día, ni con una sola medida, no parece que estos hombres hubieren previsto la enormidad y la anchura de las tradiciones necesitadas de demolición”. Por ejemplo “no hay evidencia de que tomaran la medida justa sobre el indiferentismo político de la gran masa. Solo ellos los caudillos de la reforma y una débil clase media que desde el siglo XVII andaban tras un orden democrático liberal, podían armar la Constitución de 1857 y querer su ejercicio. Otro grupo, los conservadores núcleo ciertamente abatido, desmayado por la golpiza acabada de recibir, se rehusaría a quererla, y aún más a cumplirla. Pero lo peor, el mayor reto era conseguir que la Constitución de 1857 alcanzara la veneración y arraigo de los ocho millones de compatriotas, para quienes según Castillo Velasco1 “la libertad era una quimera y tal vez un absurdo”. Aún las tropas forzadas que pelearon en pro y en contra del sagrado documento eran ajenas a su contenido. Quienes lo alababan y quienes lo injuriaban en las embravecidas épocas de la Reforma y del Segundo Imperio era minorías distantes de la de la mayoría popular, hombres de castillos amurallados. La mayoría no apoyaba constitución alguna; al pueblo raso le importaba 1
José María Castillo Velasco. Abogado y periodista liberal. Escribió para El Monitor Republicano, publicación que dirigió en varias ocasiones. Diputado al Congreso Constituyente de 1856‐57, en el cual fue miembro de la comisión redactora de la Constitución. Combatió la intervención francesa y el imperio. Fue secretario de Gobernación del presidente Benito Juárez (marzo de 1871 a junio de 1872).
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un pito la democracia; el voto lo tenia sin cuidado. Contra la democracia conspiraba la indiferencia del ciudadano”2. Dejaremos hasta aquí el detalle ya que no es el tema central, de este programa la importante historia de la época de la reforma, pero los elementos que hemos traído a formar parte de los argumentos para tratar de comprender de mejor forma a la Revolución Mexicana, nos definen con mucha precisión los tres aspectos que serán definitorios para entender cuales fueron las condiciones que permitieron al ascenso de Porfirio Díaz al poder. Primero el desarrollo y consolidación de una clase dominante, que se amalgamo entre políticos surgidos de la fracción liberal que triunfo sobre los conservadores del siglo XIX, y las clases económicas conservadoras que se reintegraron a la vida económica, social y política, después de su derrota a manos de las tropas juaristas. Dos un proyecto de nación impulsado solo por la minoría liberal ilustrada bajo el pensamiento filosófico del Positivismo impulsado fundamentalmente por, Auguste Comte, cuyo nombre completo fue Isidore Marie Auguste François Xavier Comte, y sustentado en la visión del desarrollo norteamericano y sus clases protestantes y que dan sustento a esta posición de la teoría de las élites particularmente en el grupo de los científicos del porfiriato y finalmente la enorme ignorancia del pueblo en general que según los resultados del Censo de 1895. La población total "de hecho" fue de 12 millones 632 mil habitantes, incluyendo casi 141 mil personas de paso. Se captaron además casi 209 mil residentes ausentes, cifras todas presentadas con desglose por entidad federativa y grupos municipales (partidos). Sobresale el hecho de que los estados de Jalisco y Guanajuato se ubicaban con los mayores montos poblacionales, ambos con más de 1 millón de habitantes. Destaca también la juventud en la estructura por edad de la población, con poco más de 40% de menores de 15 años, así como un analfabetismo cercano al 80%. La incipiente migración interna se refleja en poco menos de un 6% de la población residiendo en una entidad federativa diferente a la de su nacimiento. 3 Es verdaderamente revelador que el pensamiento de Juárez y el de otros, entre ellos el mismo Porfirio Díaz hayan tenido como propósito el hacer de México una copia de los Estados Unidos, con la variante del porfiriato de su inclinación económica hacia las naciones europeas en primera instancia y la ineludible presencia de los capitalistas norteamericanos en una segunda instancia, que al final de su mandato fuera la presencia mayor en el terreno de la inversión. Mientras todo ello se maduro y se consolido, el pueblo la gran masa como ya se dijo, no eran de su interés; la democracia, el voto y menos la instauración y aplicación de la Constitución Política de 1857. 2 Historia General de México, El liberalismo Triunfante por Luis González 3 Estados Unidos Mexicanos Cien Años de Censos de Población
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Señala la teoría de las élites que: “Toda vez que una sociedad llega a una cierta etapa de desarrollo, el control político, en el más amplio sentido de la expresión —la dirección política, administrativa, militar, religiosa, económica y moral—, es ejercido siempre por una clase especial o por una minoría organizada. Aun en las democracias subsiste la necesidad de una minoría organizada que, a pesar de las apariencias en sentido contrario y de los principios legales sobre los que se basa el gobierno, conserva el control real y efectivo del Estado.” Se puede entonces afirmar que el porfiriato se sustento no solo por la recia personalidad y férrea conducción del viejo Don Porfirio sino por el conjunto de la élite nativa en este caso liderada en la persona de José Yves Limantour, y las distintas élites internacionales existentes en la dirección económica del país, solo habrá que recordar a los trusts ferrocarrileros, mineros, petroleros y de la naciente industria eléctrica que operaban en esa época. Partiendo de los elementos que nos sugiere esta teoría, los hechos históricos que enfrentaron a las élites porfirianas, pueden estar fincadas particularmente en el desarrollo económico de quienes formaron el grupo de los Científicos, y los que no estaban en dicho grupo encabezados por José Yves Limantour pero conozcamos un poco más sobre este personaje: Hijo de Joseph Limantour, capitán de goleta originario de Bretaña, y de Adela Marquet, de Burdeos, ambos originarios de Francia, José Yves Limantour Marquet nació en la ciudad de México el 26 de diciembre de 1854. De familia adinerada, desde su infancia asistió a los mejores colegios privados, y realizó un viaje a Europa a los 14 años. Tras esto, ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria en una de las primeras promociones de la institución, en la que permaneció hasta 1871; de ahí pasó a la Escuela Nacional de Jurisprudencia, en donde logró graduarse como abogado en 1876. Posteriormente tomó en Europa diversos cursos de economía y administración. Se desempeñó como profesor en la Escuela Superior de Comercio, en la que impartió la clase de economía política, y de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Además tuvo importante participación en la publicación de la revista jurídica El Foro entre 1877 y 1882. Posteriormente fue miembro de la Junta de Desagüe del Valle de México y diputado al Congreso entre 1880 y 1890. Pero su carrera en el servicio público fue en ascenso cuando en 1886 la Secretaría de Gobernación le encargó un estudio acerca de la baja de la plata. Diputado al Congreso de la Unión (1892), también fue presidente de la Junta de Saneamiento (1896) y de la de Provisión de Aguas Potables (1903). Participó en la Unión Liberal que encabezaba Justo Sierra, pero su labor más destacada fue en el campo de las finanzas públicas. Fue designado oficial mayor de la Secretaría de Hacienda, que estaba a cargo de Matías Romero y poco después se encargó temporalmente del Despacho. En mayo de 1893 fue designado secretario de Hacienda y Crédito Público, cargo que conservó hasta que fue nombrado Secretario de
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Gobernación para concertar la paz con los revolucionarios y poner fin al gobierno de Porfirio Díaz, en mayo de 1911. Como secretario de Hacienda fue identificado como la cabeza del grupo positivista de los “científicos”, grupo informal que rodeaba al dictador, llamados así por las clases populares porque eran cultos y proponían una dirección “científica” del gobierno para lograr un desarrollo “científico” del país. El grupo de los “científicos” fue muy importante en la economía y las finanzas porque sus miembros actuaron como representantes del gobierno ante los bancos en calidad de consejeros, otros como asesores fiscales y otros más llegaron a servir de intermediarios entre el gobierno y los capitalistas extranjeros interesados en invertir en México. Algunos de sus miembros fueron Justo Sierra, Joaquín D. Casasús, Francisco Bulnes, Rosendo Pineda, y Pablo Macedo. Todos ellos se enriquecieron a la sombra y protección del gobierno, abusaron de sus posiciones oficiales y monopolizaron las facilidades financieras del país, con lo que ganaron el repudio de las clases medias y populares excluidas de estos privilegios. Limantour es señalado por John Kenneth Turner como autor de actos de corrupción en la venta diferida de los ferrocarriles mexicanos a Harriman: “los miembros de la camarilla de Díaz recibieron, como su parte del botín, muchos millones de dólares por medio de maniobras con las acciones y valores al efectuarse la fusión. En conjunto, constituyó probablemente el caso más colosal de despojo que hayan llevado al cabo los destructores organizados de la nación mexicana, en este negocio con Harriman, Sobre Avenida Juárez número 42, existía una casa que el mismo ministro de Hacienda, Limantour, fue el perteneció al Señor José Yves Limantour, ministro de Hacienda de Porfirio Díaz Dicha casa era el prototipo de la maniobrero principal, y Pablo Macedo, hermano de mansión de aquella época, de estilo afrancesado; con salones monumentales, profusamente decorados, candelabros de Miguel Salvador Macedo y Saravia ,4 subsecretario de cristal, patios cubiertos y escalinatas de mármol. Fue en esta espectacular casa‐palacio donde tuvo su hogar la Corte desde Gobernación, fue primer lugarteniente. Se dice que 1919 hasta 1941, año en que se inauguró el edificio actual en Pino Suárez número 2. como premio por su intervención en el negocio, Limantour y Macedo se repartieron una utilidad de 9 millones de dólares en oro, además de que al primero se le hizo presidente y al segundo vicepresidente, del consejo de administración de las líneas unidas.” Candidato permanente del grupo de los “científicos” para suceder a Díaz en la presidencia de la República, fue utilizado por el dictador para enfrentar al general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León, que tenía aspiraciones similares. En la víspera de su cuarta reelección, Díaz expresó a Limantour que no se reelegiría y que lo apoyaría como su sucesor siempre y cuando lo aceptara Reyes. En marzo de 1899, Limantour consiguió la anuencia de Reyes a cambio de nombrarlo secretario de 4
Fue el primer director de la Penitenciaría del Distrito Federal. Encabezó el órgano colegiado de gobierno del reclusorio de Lecumberri, inaugurado por Díaz en 1901. El colmo en la actualidad se encuentra en la pagina de la PGR cita sobre el y se le define y distingue como enorme historiador jurídico, vaya he aquí otro eslabón de las élites que nos dominan.
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Guerra y Marina; este acuerdo entre ambos se conoció como el “pacto de Monterrey”5. A continuación, Díaz envió a Limantour a Europa a negocios de la deuda externa, y mientras lo descartó como candidato presidencial por ser hijo de padre francés y por lo tanto, no cumplir los requisitos constitucionales. Entonces, Díaz quedó nuevamente ante la opinión pública como el único candidato viable y se reeligió. Sin embargo, el grupo que encabezaba Limantour sí deseaba sustituir a Díaz en su momento, por lo que miraban hacia una democracia que les permitiera tomar el poder mediante un cambio evolucionista. En Miguel Salvador Macedo y Saravia véase como trascendió a la 1904 se corrió el rumor de que Limantour heredaría el revolución y se encumbro de nuevo al final del conflicto armado hasta alcanzar alturas de prócer de los abogados de la Escuela poder de Díaz, lo que desató una reacción popular Libre de Derecho obviando su pasado corrupto. contra Limantour y los científicos por su lejanía a la realidad nacional y la protección que brindaban a los intereses extranjeros en México. Díaz siguió alentando la rivalidad entre Limantour y Bernardo Reyes para seguir gobernando dictatorialmente. Limantour fue pieza importante en la formulación de la política del “desarrollo hacia fuera”, basado en la inversión extranjera directa y la exportación de materias primas que adoptó Porfirio Díaz y que obtuvo logros no conocidos hasta entonces en el país ‐debidos en buena medida a la “estabilidad política” impuesta por la dictadura‐: la supresión de las alcabalas; el equilibrio presupuestal; el impulso a las obras de infraestructura material; tales como puertos, ferrocarriles, urbanización, etcétera; la reforma monetaria, por la que rescató de particulares las casas de moneda; la consolidación del sistema bancario y buen crédito internacional; los nuevos impuestos a la producción; el nuevo arregló de la deuda pública; el fomento a la inversión extranjera en la minería, la industria y el comercio. También se alcanzó, una balanza comercial favorable.
Banco de Londres y México Principios del siglo XX
Limantour escribió (Apuntes sobre mi vida pública) : “La nivelación efectiva de los ingresos y egresos normales, el arreglo de toda deuda nacional y la reorganización a la vez que la moralización de las oficinas de Hacienda, , fueron los tres puntos fundamentales del programa que desde los primeros días, y de toda preferencia, me 5
Estando de comisión en los estados de Sinaloa y Sonora, fue llamado en 1885 para ser gobernador interino de Nuevo León en lugar de Genaro García, cargo que ocupó desde el 12 diciembre de ese año, y hasta el 3 de octubre de 1887. En su administración se realizaron acciones: de obra pública –la penitenciaría y el palacio de gobierno,‐ y la pacificación –detuvo los levantamientos armados de Mauricio Cruz y Juan Rodríguez‐, fomento a la creación de industrias tales como la Fundición de Fierro y Acero, la Cervecería Cuauhtémoc, y varias más de hilados y tejidos. Dos años después fue electo gobernador constitucional del estado de Nuevo León, cargo que desempeñó hasta 1900 –aunque fue, durante un breve lapso en 1898, oficial mayor de la Secretaría de Guerra y Marina‐. En marzo de 1899, con conocimiento de Porfirio Díaz, convino con José Yves Limantour, secretario de Hacienda, apoyar su candidatura presidencial en sustitución de Díaz, a cambio de ser nombrado secretario de Guerra y Marina; este acuerdo entre ambos se conoció como el “pacto de Monterrey”. Pero el pacto no trascendió porque fue resultado de una maniobra de Díaz para detener a Limantour en sus aspiraciones políticas, quien fue descartado como candidato por ser hijo de padre francés, lo que mantuvo al dictador como el mejor candidato para seguir ocupando la presidencia en el siguiente periodo presidencial. De todos modos, Reyes vio cumplidas sus pretensiones un año después cuando falleció Felipe Berriozábal, que estaba al mando del ministerio de Guerra y Marina, y Reyes fue llamado para sustituirlo. A partir de entonces, muchos lo consideraron entre los principales candidatos a suceder al general Porfirio Díaz en la presidencia de la República.
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propuse llevar a efecto. Pensé también desde entonces en abordar otros dos problemas de cuya solución esperaba yo mucho para el desarrollo de todo el país: la abolición de las alcabalas y la legislación bancaria”. ‐ Claro los robos y fraudes los cometía el únicamente y su élite como se documenta anteriormente ‐ Asimismo, Limantour organizó el sistema bancario mediante la Ley General de Instituciones de Crédito 1897. Asimismo, aconsejó a Porfirio Díaz diversificar la inversión extranjera, atrayendo capitales europeos que pudieran contrarrestar la influencia norteamericana y estar en posibilidad de negociar desde una posición más firme, sin embargo, al final del régimen porfirista, la inversión norteamericana ascendía a 1,500 millones de pesos, en contraste con la inglesa que sólo llegaba a 200 millones y la francesa que era de 100 millones. Un propósito similar de diversificación de las inversiones, se atribuye a la compra de acciones de las empresas extranjeras que realizó Limantour para fundar los Ferrocarriles Nacionales de México. Como miembro prominente del grupo de los científicos, Limantour era un convencido del darwinismo social, como lo expresó en uno de sus discursos: “los débiles, los mal preparados, los que carecen de elementos para consumar victoriosamente la evolución, tienen que sucumbir, cediendo el campo a los más vigorosos, o que por las características de su modo de ser lograron sobreponérseles y pueden trasmitir a su descendencia las cualidades a las que debieron la supremacía”. También tuvo un papel relevante en el afrancesamiento de las construcciones de la capital mexicana: intervino en obras tales como varias modificaciones al Bosque de Chapultepec, el Hemiciclo a Juárez, el Palacio Postal, el Teatro Nacional, la Cámara de Diputados y el Palacio Legislativo (hoy Monumento a la Revolución). Al estallar la rebelión maderista, intentó llevar a cabo negociaciones políticas necesarias para mantener la sociedad que había creado el porfiriato, fracasando estrepitosamente, pues la élite Maderista y asociados emergentes comprendían con certeza que el verdadero enemigo de ellos, a esas alturas era el poderoso ministro de hacienda. Ante el avance revolucionario, en marzo de 1911 viajó a Nueva York a intentar acuerdos con los familiares de Madero y con el doctor Francisco Vázquez Gómez. No los logró. Posteriormente, ya en la ciudad de México, entre marzo
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y mayo estableció negociaciones con Madero para suscribir los Tratados de Ciudad Juárez por los que cayó la dictadura de Díaz el 25 de mayo de 1911, pero que preservaron el poder establecido. Limantour, siempre fiel al general Díaz, lo acompañó al exilio, avecindándose en París, en donde se dedicó a atender negocios particulares. Murió en esa ciudad el 27 de agosto de 1935, a la edad de 80 años. De los ocho Científicos que conformaron el grupo, dos tuvieron un origen familiar sumamente modesto: Rosendo Pineda y Joaquín D. Casasús. Con el tiempo, la posición social de ambos sufrió una transformación al grado de que Casasús se convirtió en un hombre de gran fortuna a través de su actividad profesional como abogado y asesor en materia económica. Pineda, por su lado, llegó a vivir desahogadamente y en ocasiones, hasta con comodidades, pero no dejó herencia de importancia a sus descendientes al morir en la vida clandestina a lo que lo orilló la persecución carrancista. Es curioso el caso de Rosendo Pineda ya que cabe destacar que fue uno de seis niños que Porfirio Díaz se llevó el 7 de enero de 1867, por la victoria sobre los franceses. Rosendo decidió estudiar la carrera de abogado en el Instituto de Ciencias y artes del Estado de Oaxaca siendo su tutor el gobernador del Estado General Félix Díaz. Mejor conocido por su labor educativa y por su participación en el gobierno, más que por su obra literaria, Justo Sierra Méndez nace en Campeche, 1848‐Madrid, 1912, hijo del también escritor Justo Sierra O’Reilly (1814‐1861), perteneció al gabinete de Porfirio Díaz y al grupo de “los científicos” o “los positivistas”. En 1905 fue el primer Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, y en 1910 fundó la Universidad Nacional de México, al tiempo que organizó las fiestas del Centenario. Justo Sierra es uno de los principales “científicos” de los que Díaz se rodeó, “pero a diferencia de los demás no se enriquece en los puestos públicos”; prueba de ello es que, en 1911, con Madero en el poder, retorna a dictar sus clases como profesor de la Escuela Nacional Preparatoria. En 1912, el nuevo gobierno lo nombra Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de México en España. En este cargo y en
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Gabinete de Porfirio Díaz, Justo Sierra de pié, arriba a la derecha
este país lo sorprenderá la muerte. Como periodista y escritor colaboró en El Renacimiento, El Siglo Diez y Nueve y El Federalista, y dirigió El Bien Público, La Libertad y la Revista Nacional Letras y Ciencias. Su obra literaria y periodística, prácticamente dispersa, se publicó en 1948, con el título Obras (15 volúmenes). Justo Sierra “es indudablemente el maestro de la generación modernista y se le considera el primer poeta que tuvo conciencia y voluntad de ser parnasiano. [...] Exploró las posibilidades del verso alejandrino y vio la poesía no como desahogo personal sino como la más exigente de las artes”. Por lo que respecta a su prosa narrativa, los textos de Justo Sierra representan, junto con las novelas de Altamirano, el momento en que el romanticismo mexicano cristaliza en forma propiamente artística”. Joaquín D. Casasús, de origen humilde mediante su posición en el gabinete de Díaz, alcanza una posición social y se convirtió en un hombre de gran fortuna a través de su actividad “profesional” como abogado y asesor en materia económica. Abogado y funcionario público porfiriano, habilidoso en cuestiones financieras ‐se le considera, según algunos, de esos economistas mexicanos que existieron antes de que existieran los economistas profesionales, negociador, en tiempos de don Porfirio, para el caso de disputa de límites en la frontera con Estados Unidos; esa zona que se conoce como El Chamizal. Joaquín D. Casasús, Tumba de Joaquín D. Casasús entre otras cosas, logró que el arbitraje del monarca italiano Víctor Manuel III fuese favorable a México, a causa de los cambios de administración ocurridos en México a partir de 1910, en Washington se hicieron los desentendidos por medio siglo y hasta la gestión de Adolfo López Mateos en la presidencia de la
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república “nos regresaron” unas hectáreas, en 1964. El otro detalle de Joaquín D. Casasús, es que fue yerno de Ignacio Manuel Altamirano y que, en el sitio que es hoy esta cripta llena de flores, donde descansan personajes de la familia Sierra Casasús (los Sierra de don Justo y los Casasús de don Joaquín, emparentados con los Díaz de don Porfirio, como puede leerse en el libro de Carlos Tello Díaz “El Destierro. Un relato de familia”), la fotografía de la tumba que resguarda los restos de Joaquín D. Casasús, el Panteón Francés de la Piedad de la ciudad de México, quien murió el 25 de febrero de 1916, en Nueva York. Es también el sitio a donde finalmente, se quedaron unos años las cenizas de Ignacio Altamirano, muerto en San Remo en 1893 y cremado allí mismo. Cuando los Casasús trajeron a México lo que quedaba de Altamirano, en mayo de ese mismo 1893, las cenizas del novelista que había sido coronel de caballería durante la guerra de intervención, fueron hospedadas por uno de sus contemporáneos, don José María Iglesias, fallecido un par de años antes. Catalina Guillén Altamirano, hija de don Altamirano y esposa de don Joaquín, mandó levantar una capilla ‐como se describe en los relatos de la época‐ donde poner la urna que habían traído desde San Remo y que saldría del Panteón Francés de la Piedad en 1934, cuando se llevaron a Ignacio Altamirano a la Rotonda de los de las Personas Ilustres. A propósito, Francisco Bulnes, la información básica que ha dado lugar a este trabajo se obtuvo del Archivo Francisco Bulnes, disponible en la sección de archivos incorporados del Archivo General de la Nación. El material ahí coleccionado es diverso: notas sueltas sobre múltiples temas, borradores inconclusos, originales de artículos periodísticos, síntesis de libros, sumas y restas de su contabilidad personal, etcétera. La figura de Francisco Bulnes es una puerta de acceso para incursionar en un universo político y cultural, cuyo estudio, sin embargo, rebasa los límites de este trabajo. Aquí, en todo caso, se pretende evidenciar ciertos rasgos de pensamiento de un personaje oculto en las sombras de su propia biografía, y que logró plasmar en los textos que nos ha legado muchas de las debilidades del mundo político al que pertenecía. Entreverado con los excesos de su escritura (el uso indiscriminado de los adjetivos, la sintaxis dislocada por la pasión), hay todo un diagnóstico político y social de la realidad mexicana. Pero hay, asimismo, evidencias de la impotencia y de la soledad de un intelectual que, sin haber sido de ninguna manera un incondicional de Porfirio Díaz, aparece ante nosotros como un elemento insustituible de la cultura política del Porfiriato. Escuetamente, en una nota, Francisco Bulnes buscó justificar las razones de una de las dos últimas reelecciones de Porfirio Díaz: La reelección debe llevar tres grandes fines: 1. Responder eficazmente al temor de la sociedad de caer en la demagogia militar o civil. 2. Responder a las esperanzas de los mexicanos de tener al fin instituciones nacionales de acuerdo con su estado actual de civilización. 3. Impedir que alguien tenga posibilidades de asaltar el poder en cualquier tiempo.[ 3 ] Antes de 1910, la obsesión de Bulnes parece haber sido Bernardo Reyes. Este personaje, que venía a representar algo así como un incipiente populismo de corte militar, era el depositario de todas las desconfianzas civiles del grupo de los
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Científicos y en particular de Bulnes. Baste recordar, por ejemplo, el libro que Bulnes publicó en 1903, Las grandes mentiras de nuestra historia,[ 4 ] donde procuró demostrar con lujo de detalles el papel nefasto que, según él, tuvo el ejército a lo largo del siglo XIX. No en balde, precisamente en esas fechas, había sido removido Reyes de la Secretaría de Guerra, y se había dado carpetazo al proyecto de "segunda reserva" en el ejército federal.[ 5 ] Años después, a propósito del mismo tema, las desconfianzas de Bulnes emergerían con todas sus letras, y dejando de lado la diplomacia de los mensajes cifrados, afirmó que La segunda reserva tuvo por objeto organizar un partido militarista y al mismo tiempo civil y rabiosamente personalista al general Reyes; el proyecto fue adquirir a toda la juventud activa, robusta, inexperta, entusiasta y desgraciadamente servil [y] convertir a cada reservista en un elector, darle armas, organizarlo para las tres luchas, la de los comicios electorales, la del motín capitaneado por reservistas y la militar para una buena guerra civil.[ 6 ] La obsesión por Reyes y el militarismo parece evidenciar en todo caso una serie de debilidades políticas estructurales el Estado porfirista, y que Bulnes, como otros intelectuales del Porfiriato, pudo identificar antes de 1910. Afirmaba Bulnes que justificar la reelección de Díaz en virtud de la necesidad de conservar el crédito internacional del país era poco más o menos que desalentador; ello quería decir que en cuanto faltase el general Díaz, el crédito mismo peligraría: "Nada más propio para acabar pronto con el crédito, que anunciar al orbe, que después del general Díaz, caeremos en el insondable abismo de miseria de donde hemos salido".[ 8 ] Pero el problema no era exclusivamente financiero; lo que estaba a discusión era el futuro entero de la nación: "Yo creo que la reelección debe ser más que una cuestión de gratitud para un esforzado guerrero y colosal estadista. Yo creo que la reelección debe ser más que una brillante cuestión de presente, que debe ser algo nacional, y sólo es nacional lo que tiene porvenir. Y creo que el porfirismo y el mexicanismo no son antagónicos, que hay que armonizarlos".[ 9 ] Ya en ese presente, en el momento mismo en que hablaba Bulnes, los temores y angustias habían empezado a surgir: "¡La nación tiene miedo! La agobia un escalofrío de duda, un vacío de vértigo, una intensa crispación de desconfianza ¡y se agarra a la reelección como a una argolla que oscila en las tinieblas!"[ 10 ] Tal era el diagnóstico, tal era la ponderación de los ánimos nacionales, tal era la paradoja del momento: Díaz debía ser reelecto para garantizar su propia y pacífica sucesión. ¿Cómo? El camino a seguir lo marcaba el propio Bulnes, asumiéndose como portavoz del país entero: "La nación quiere partidos políticos; quiere instituciones; quiere leyes efectivas; quiere lucha de ideas, de intereses y de pasiones".[ 11 ] Cualquier argumento en favor de un individuo, cualquier propuesta de solución a la problemática de la sucesión que no pasase por la institucionalización, era inconcebible para Bulnes: ¿Qué es lo que ve el país que se le ofrece para después del general Díaz? ¡Hombres y nada más que hombres! Para después del general Díaz el país ya no quiere hombres [...] El periodo magnífico de excepción lo está substanciando gloriosamente el general
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Díaz, y no queda para sus sucesores, pretendientes del régimen personal, más que el periodo de execración.[ 12 ] Por uno u otro camino, Bulnes regresaba al problema de lo que él llamaba el personalismo político. Antes de 1910, sus temores parecían fundados. En una sociedad sin organizaciones políticas, el caudillismo militar ‐por estar sustentado en una fuente real del poder: el ejército‐ amenazaba con llevarse la mejor tajada del pastel en la disputa por la herencia política de Porfirio Díaz. Todo el alegato civilista de Bulnes ha de leerse en el contexto accidentado y apasionado de aquella discusión política que duró al menos diez años. Los juicios de Bulnes, por lo demás, fueron en muchos sentidos acertados, pero las posibilidades prácticas de modificar la inercia del Estado porfirista fueron a la larga casi nulas. El porqué de esta incapacidad no deja de ser un tema apasionante de la historia del Porfiriato y la Revolución Mexicana. Queda claro, en todo caso, que el grupo político al que pertenecía Bulnes ‐los Científicos‐ depositó ‐seguramente porque no tuvo otro remedio‐ sus esperanzas de ganar la carrera de la sucesión en el propio general Díaz. Cuando don Porfirio dio de sí en 1911, el resentimiento de Bulnes se expresó, encendida y meticulosamente, en cortas pero sugerentes frases: El general Díaz llegó a ver un Reyes imaginario, un Limantour imaginario, unos científicos imaginarios, un pueblo mexicano imaginario, un Madero imaginario; y lo que fue peor, un proletariado intelectual imaginario. Él lo creía su basura, lo estuvo pisando muchos años, lo llamaba "caballada"; y ese proletariado intelectual lo embaucó, lo fascinó, lo sugestionó, lo hizo ver todo imaginario, y cuando lo juzgó ya imbécil, ese proletariado levantó las patas y lo untó en los huaraches del peladaje zapatista.[ 13 ] Aún más, el hecho de que Díaz se hubiese convertido en el impedimento esencial de todo arreglo pacífico a la sucesión, jamás le fue perdonado. Así, Bulnes llegó a dudar de la salud mental del general: "En el camino que estaba pisando Díaz, había pruebas de locura rematadas de omnipotencia".[ 14 ] Al calor de los acontecimientos, la política se trocó en psicología. Martín Romero, Bernardo Reyes, alcanzaron un gran prestigio en el ambiente político y económico de la nación.
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