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Literatura
Sostenibilidad, Libros y Vida
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Dice Antonio Turiel en su libro Petrocalipsis: «estamos planteando un problema sin solución: el de crecer infinitamente en un planeta finito». En los últimos cincuenta años la literatura científica y de divulgación sobre la crisis medioambiental, la destrucción de hábitats, de ecosistemas, el cambio climático…ha sido abundante, en ocasiones brillante, y señalan por lo común, como Antonio Turiel, lo evidente: es imposible un desarrollo infinito en un mundo sujeto a la finitud y en un frágil y milagroso equilibrio.
Naomi Klein (foto publico.es)
El petróleo sin duda alguna se agotará, el oxígeno, el agua, las materias primas, si no se respetan los ciclos también se agotarán. El sol mismo se extinguirá, aunque esto sería, en el punto en el que nos encontramos, harina de otro costal. Naomi Klein en su libro En Llamas señala de qué forma el sistema económico, de manera intrínseca, agrede el planeta, y plantea la necesidad ética, pensando en un futuro en el cual ninguno de todos nosotros estaremos vivos, de revertir el proceso.
David Wallance en Planeta inhóspito expone la realidad científica del cambio climático y la dificultad para ralentizar lo que
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ya está ocurriendo. Señala también que la vida en el planeta Tierra se debe fundamentalmente a las condiciones que generaron un clima y que si históricamente toda civilización tiene un colapso, el de la industrial por pura inercia no tardaría en llegar.
¿Qué hacer? Hay títulos, analistas, pensadoras que planifican respuestas respecto a lo que es seguro: la inevitable necesidad de un cambio de paradigmas que faciliten la salida de un callejón sin salida y sus nefastas consecuencias.
En Sobrevivir al futuro su autor David Fleming nos invita a invertir los términos y a desarrollar una economía y un mundo relacional que revierta y posibilite la sostenibilidad proporcionando ideas que pueden resultar utópicas pero que en un futuro inmediato serán inevitables. Por ejemplo: ¿cómo alimentarse una comarca sin traer los alimentos desde dos mil kilómetros? Produciendo lo que necesita. Y no es volver al principio del siglo XX, donde por ejemplo en esta comarca más del 90% de los alimentos y bienes eran de un radio no mayor de cincuenta kilómetros, es volver a una lógica que permita no sólo un mundo más equilibrado sino, lo que es más importante, unas vidas más integradas y menos exasperadas.
Y dos libros más para terminar: un clásico de los años 90, Riquezas sin límite, de Paul Ekins, donde nos ubica con creciente actualidad en una praxis inevitable: una economía que nos lleve a la verdadera riqueza que la tierra aporta el equilibrio continuamente mantenido para ser el sustento de la preciosa vida humana.
Dicen que en la cultura Yanomami contaban que su misión en la selva era cuidar la Tierra, lo cual parece ser casi el reverso del discurso del sistema desarrollista que se ajusta como anillo al dedo al refranero español «para lo que me queda en el convento me cago dentro».
Y el último libro de estos que al azar reseñamos, Gente que no quiere viajar a Marte, de Jorge Riechmann, porque, por increíble que parezca, hay mucha gente que no quiere viajar a Marte pero sí habitar un planeta sostenible, solidario y con futuro, al menos, hasta que el sol se apague.
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Caperucita
y los lobos
Karmen Mas Cervera Aficionada a escribir relatos
Lila miró otra vez hacia atrás con aprensión, no se veía a nadie pero ella estaba segura de que la seguían. Maldijo por lo bajo la imprudencia que le había hecho tomar aquel camino tan alejado del núcleo urbano. Ya era muy tarde y temió que tenía que haber sido más precavida, si ahora ocurría algo violento, ella tendría la culpa.
Apretó más el paso y sus pasos sonaron fuertes sobre el pavimento desgastado.
Pensó que pese a su prisa tendría que andar con cuidado para no torcerse un pie en cualquiera de los numerosos baches y socavones de aquella carretera descuidada, menos mal que aquella luna llena alumbraba lo suficiente para ver con claridad dónde pisaba.
Oyó otros pasos que le parecieron cercanos. Miró para atrás y entonces les vio, eran tres chicos que rondaban los veinte años. Se quedó parada y ellos se miraron entre ellos sonriendo después.
Se oyó un aullido y se estremeció. Aquel era un aviso de que debía de parar aquello antes de que sucediese una desgracia.
—Mirad lo que tenemos aquí, si es Caperucita. —dijo entre risas un chico moreno que tenía el pelo rapado menos un gran flequillo que le caía hasta los ojos refiriéndose a la parka roja de la chica.
Los otros dos chicos corearon sus risas. Todos iban vestidos con vaqueros que les venían anchos, camisetas y parkas con capucha y zapatillas de deporte de marca, uno llevaba el rubio pelo largo y el otro rapado total.
Lila tembló cuando los vio acercarse con aire juguetón. Ella no tenía ganas de jugar.
—Vamos chicos, id a vuestra marcha y dejarme tranquila, ¿vale?
Los tres se echaron a reír como si ella hubiese dicho algo muy gracioso.
—Es que tenemos ganas de jugar, Caperucita —dijo el del flequillo, que al parecer era el líder del grupo.
Se acercaron más a ella, cercándola, y en sus miradas se adivinaba lo que estaban dispuestos a hacer.
—Mirad, chicos —dijo Lila alzando las manos en señal de paz—, lo mejor es que dejemos esto y que sigamos nuestro camino antes de que suceda algo de lo que podríamos arrepentirnos.
El aullido se oyó más cerca, pero los chicos estaban demasiado entretenidos para hacer caso de él. —Bueno, Caperucita, déjate de tonterías y prepárate porque te vamos a hacer pasar un buen rato.
El del flequillo se llevó la mano a sus partes en un gesto obsceno que los otros dos celebraron con el mismo gesto entre risotadas.
Y multiplica la diversión por tres, a no ser que te salve tu lobo —dijo el pelado sonriendo.
— Pues va a ser que sí. Os lo advertí — dijo Lila cortándole la garganta de un zarpazo.
Y antes de que se dieran cuenta estaban los tres inertes y destrozados en el suelo. El lobo negro miraba a su compañera, que se estaba quitando la ropa antes de cambiar del todo.
—Se lo advertí, les dije que se largaran. ¡Malditos estúpidos! Yo no quería matarles pero lo que querían hacerme me enfadó tanto que no lo pude evitar.
—Vamos —le dijo el lobo negro mirándola con triste comprensión—. Hace rato que ya te estoy llamando.
— Te oí, iba reunirme contigo cuando estos memos se interpusieron en mi camino.
Lila acabó de cambiar a una loba parda y se marchó hacia el bosque con su compañero.